35
Completamente absorta de lo que Egon decía, se sentó a los pies de la cama con el rostro pálido y suspiró.
— ¿Tienes idea de quién pudo habérmelo puesto? —replicó ella a la defensiva. No podía concebir que Trenton fuera capaz de ponerle una cosa como esa, también porque tenía claro que él no era tan listo para conseguir un artefacto de ese tamaño que solo los criminales o el FBI utilizaban.
—Dímelo tú. Has conocido a un nuevo sujeto, ¿no?
—Sí; pero jamás me ha tocado.
— ¿Y cuándo te puso el collar, no te tocó? —inquirió, receloso.
—No. Solamente se lo entregó a mi mamá y yo sola me lo puse—graznó—no hay nadie quién pueda habérmelo puesto, Egon. Esto es una tontería.
—Viste lo que yo cuando el microchip se desintegró—espetó, arrastrando las palabras—tómate el tiempo que gustes para hacer memoria, ahora vamos a desayunar. Te sugiero que te des una ducha antes y te pongas ropa normal, porque los gemelos desayunarán con nosotros.
Ya se dirigía a la puerta cuando paró en seco y sin voltear a verla dijo:
—Comenzarás a hacer memoria si te quitas ese maldito collar del cuello, que te obsequiaron,
Dicho así, se encaminó a la puerta y desapareció en silencio. Enfadada, le obedeció ciegamente y se quitó el hermoso collar para complacerlo. Lo guardó en su mochila y suspiró. Minutos después, Egon, los gemelos y ella se hallaban desayunando huevos con tocino, aunque desconocía quién los había preparado, sospechó que quizás Aubrey era la responsable. Estaban deliciosos, y su estómago estuvo a punto de proyectarse por su garganta con la intención de alcanzar un bocado y cuando por fin engulló el primer mordisco, su estómago gorjeó lleno de felicidad que incluso le causó gracia.
— ¿Podemos tener el día libre hoy, señor Peitz? —preguntó Aubrey como quién no quiere la cosa. Austin miró a su hermana con una sonrisa y Egon asintió sin mirarla, ya que estaba ocupado devorando su plato.
—No entiendo por qué le dices señor a Egon—repuso Austin—es casi de nuestra edad.
—Te diré una cosa, chico—añadió Egon y tragó apresuradamente su comida—existe un respeto. Y el respeto está en que me hablen de tal manera y Aubrey sabe lo que debe hacer; así que te sugiero que comiences a hablarme como ella.
— ¿Bromeas?
Shelby entornó los ojos en su dirección y le hizo una mueca para que se callara. Era un buen día como para hacerlo enojar.
—Cállate, Austin—interpuso Aubrey, estando consciente del pánico de Shelby—nos dará el día.
—Les daré el día porque voy a enseñarle a disparar a Shelby—anunció Egon con orgullo y bebió con rapidez su taza con café—pero en la noche los quiero aquí.
—Ya sabes que sí —añadió Austin, sonriendo—al menos yo no iré a ninguna parte. Me quedaré aquí.
—Yo también— terció Aubrey. La gemela levantó los platos y Austin le ayudó a lavarlos; mientras que Shelby se debatía en subir y hablar con Egon en su habitación, él había ido para ir en busca de sus armas y ella sentía una ligera ansiedad picándole las palmas de sus manos. Al cabo de cinco minutos, él estuvo de vuelta con una caja negra en las manos y una sonrisa tentadora en los labios.
—Vamos. Hoy será un día largo—sentenció y su atención viró a los gemelos que seguían luchando con los platos—gemelos, quedan advertidos. Si ocurre algo inusual, no duden en llamarme al celular, ¿okey?
—Mi teléfono no tiene batería —interrumpió Shelby.
—No lo necesitas—le aseguró él y volvió a mirar a los gemelos—ya saben las reglas: Disparar a todo lo que se mueva dentro o fuera de esta casa, ¿okey?
—Váyanse ya. Aquí no hay nada de qué preocuparse—canturreó Aubrey, lavando gustosamente los trastes. Salieron al exterior casi tomados de la mano, pero en vez de ello, rozándose los brazos al caminar hacia el auto, que por cierto ya no era el Audi gris del día anterior sino un Cadillac azul marino brillante.
— ¿Qué le pasó al Audi? —preguntó Shelby.
—Me deshice de él—contestó Egon con el ceño un tanto fruncido. Le quitó la alarma y la animó a subir. Shelby rodeó el fantástico auto y se deslizó dentro después de él.
— ¿Por qué? Estaba lindo.
—Porque fue visto en la escena del robo del banco—puntualizó.
—Entiendo.
—Tuvimos suerte de salir ilesos de esa catástrofe y todo fue gracias a ti—su sonrisa seductora volvió a sus labios al tiempo que ponía en marcha el Cadillac.
—Me desmayé y supongo que fue una pérdida de tiempo.
—No. Fue perfecto porque pensaron que eras una rehén y fue buena idea que te pusieras mi camisa en el rostro.
—No tenía alternativa. Mi rostro iba a aparecer en las noticias y a mi familia le hubiera dado un ataque.
—Por suerte nadie nos reconoció. Aubrey se hizo pasar por una prostituta asustada y no la interrogaron, de hecho, la enviaron al hospital para un chequeo, pero cuando se cercioró de que los policías se habían marchado, regresó al departamento—sus ojos brillaban de emoción—necesitaba sentir la adrenalina en mis venas, Puppy. De esto vivo y de esto moriré.
—Me convertí en una asesina—musitó, contrariada—mi conciencia no me dejará tranquila hasta que me muera.
—Si nadie sabe que mataste a alguien, entonces no te preocupes. Preocúpate por no ir a prisión, ahí es un maldito calvario porque te maltratan a lo bestia y no puedes matarlos porque te tienen indefenso—apretó la mandíbula.
—Sufriste mucho en Austria, ¿no?
—Sí—siseó—incluso me pusieron un maldito bozal para perros como si tuviera rabia.
— ¿Eso no te gusta? —él volteó a verla con recelo—me refiero a que es buena señal. Te tenían mucho miedo y trataban de protegerse de ti.
—Desde luego que me fascina ver el miedo en los ojos de mis víctimas, pero esos hijos de perra me hacían daño y yo no contaba con los recursos para defenderme.
—Me hubiera gustado ir antes a visitarte.
—Fuiste un milagro—le guiñó el ojo—llegaste como enviada del cielo.
Al parecer, aquel era el mayor de los cumplidos que él le había dicho aparte de elogiar su manera de disparar y se sintió orgullosa de sí misma. Condujo durante media hora o más a lo largo de la carretera libre. Quiso preguntar hacia donde se dirigían, pero decidió quedarse callada. Quería que él la sorprendiera como era su costumbre. Para poder aprender a disparar necesitarían un lugar amplio y al aire libre. Sin personas o animales cerca, no se asombró al ver que, a mitad de camino, Egon detenía el Cadillac a la orilla, junto a un sitio lleno de árboles frondosos que se alzaban al cielo.
— ¿Lista para tu primera clase y ser una grandiosa homicida? —bromeó juguetonamente y bajó del Cadillac con la caja negra en sus manos, invitándola con la mirada a hacer lo mismo.
—Lista—replicó con la barbilla en alto y lo siguió por el denso terreno plano y a veces desigual. Solo por esa vez, él la tomó de la mano para conducirla al interior de la arboleda sin que ella cayera al suelo. Shelby no apartó los ojos de la sospechosa caja negra que él portaba bajo el brazo hasta que llegaron a un claro de terreno plano con hiedra seca en el suelo. Era como un círculo gigantesco que los árboles ocultaban como un tesoro y ellos estaban bajo su protección. Mientras escrutaba el panorama, percibió movimiento por parte de Egon y lo miró quitarse la camisa y los zapatos ágilmente. Empero la caja negra seguía bajo su dominio, como si fuera oro puro.
—Quítate la blusa de encima y quédate con la básica—le ordenó él, haciéndola respingar.
—No traigo ninguna debajo—se ruborizó. Él volteó a verla con los brazos cruzados. Su perfecto abdomen se tensó bajo su respiración agitada y sus brazos también.
—Bueno, quédate así. Pero tendrás calor más tarde—le advirtió y se inclinó a recoger la caja. Shelby se acercó minuciosamente a él y entornó los ojos al ver el contenido de la caja: Dos pistolas con silenciador y balas de repuesto.
— ¿Silenciador? —alzó una ceja en su dirección y él asintió, excitado.
—Son preciosas. Me costó conseguirlas, pero aquí están—tomó una en sus manos y acarició la punta con las yemas de sus dedos con ternura.
— ¿Puedo agarrar una? Ayer no disfruté su textura.
—Sí. Espera, le quitaré las balas para que no haya ningún accidente que lamentar—dijo con voz autoritaria y se encargó de quitarle las balas a ambas pistolas y le tendió una en la mano.
Cuando Shelby sostuvo aquella arma en sus manos, sintió un hormigueo en la palma y tragó saliva, mirando a Egon. Él sonreía como si estuviera orgulloso de ella o de su trabajo.
— ¿Qué hago ahora?
—Primero que nada, debes aprender a sostener el arma en tus manos—le indicó—así—Egon extendió sus brazos al frente con la otra pistola, colocando una mano sobre la otra mientras sostenía la culata del arma con fuerza. Entre abrió las piernas y las flexionó para tener una buena postura—imita mi postura, Puppy.
Shelby, sintiéndose inútil, se colocó a su lado, tratando de igualar su postura.
—Bien hecho—él le palmeó el hombro, divertido y bajaron el arma—ahora es hora de enseñarte cómo se dispara sin que te aturdas por la vibración que se expandirá a lo largo de tus manos una vez que presiones el gatillo. Apártate unos pasos para que me veas hacerlo.
Ella asintió y guardó una distancia razonable mientras él metía algunas balas a la pistola. Shelby dejó la suya a sus pies y centró su atención en él. Egon volvió a optar la misma postura incómoda y apuntó en dirección a un árbol que tenía una rama seca a un costado. Y cerrando un solo ojo, apretó el gatillo y la bala salió disparada con velocidad hasta incrustarse en la rama y hacerla pedazos. El silenciador había sido buena idea para que nadie se percatara de la clase de disparos que estaban ejecutándose. Pero lo que más le asombró fue ver que él ni si quiera se movió cuando disparó a pesar de que el arma vibró en sus manos. Él siguió duro como una roca y después se relajó y se volvió a ella con una sonrisa.
—Fácil, ¿no?
—Asombroso—reconoció la fémina y cogió la pistola del suelo para acercarse a él.
— ¿Quieres intentarlo?
—No creo que sea buena idea.
Egon le quitó el arma sin balas de las manos y le entregó la suya que ya estaba cargada y que era más pesada. Shelby sintió náuseas.
—Tranquila. Ya lo has hecho, no tengas miedo—la tranquilizó con voz suave y la ayudó a colocarse como él. Le acomodó la pistola en la mano y la piel del cuello se le erizó cuando sintió que Egon se situaba detrás de ella sin ninguna distancia entre sus cuerpos y extendía sus brazos y manos sobre las suyas, para ayudarla a disparar sin temor. Su rostro se encontraba cerca del de ella y tragó saliva. Tenerlo así, era más distracción.
—Ahora, le dispararemos a esa botella vacía de Coca-Cola.
—No podré hacerlo—comenzó a temblar, pero él le apretó las manos cálidamente.
—No hay prisa. Si no le das, no hay problema—la calmó—a mí me enseñaron mezquinamente, pero yo te enseñaré de la manera más fácil y tranquila—ella asintió, perturbada por sentir su aliento acariciar sus mejillas y parte de su oreja. Ambos habían comenzado a sudar. Pero obviamente, él se miraba precioso todo sudoroso y ella parecía un ave recién sacada del agua— ¿lista? —ella volvió a asentir y apretó los labios—prepárate, apunta y dispara—él murmuró, cautelosamente.
Shelby respiró hondo y cerró un ojo, poniéndole toda la atención a la botella vacía. Aquello era una locura. ¿Qué chica en su sano juicio hubiera aceptado las condiciones de un homicida, con el fin de aprender a disparar y a matar? Nadie. Solo ella. Sintiéndose lista, dejó escapar un gemido de excitación cuando su dedo índice se deslizó al gatillo y lo presionó hasta el fondo. Cuando la bala salió proyectada al frente, la pistola vibró y pensó que perdería el equilibrio, pero enseguida sintió las fuertes manos de Egon sosteniéndola con fuerza, incapaz de dejarla flaquear y mantenerla firme. Él, en todos los sentidos, no iba a dejarla caer. Cerró los ojos segundos más tarde y sintió que Egon se apartaba de ella y gritaba eufórico de emoción. Abrió los ojos bruscamente y ladeó la cabeza, mirándolo.
— ¿Qué ocurrió? —preguntó, inocentemente.
— ¡Lo has conseguido! ¡Le diste justo en el medio! —gritó animadamente y sin estar consciente de sus movimientos, la tomó de la cintura y la alzó del suelo. Y después la abrazó con fuerza a su cuerpo. Era una emoción placentera, que ella no evitó ser abrazada por él, sino todo lo contrario. Rápidamente, él dejó de abrazarla y echó a correr hacia la botella perforada y se la lanzó para que le echara un vistazo.
—No pensé que de verdad podría lograrlo.
Egon sonrió ampliamente y se acercó de vuelta a ella. Y cuando estuvo a su lado, se frotó la cara con nerviosismo y Shelby notó cierto rubor en sus mejillas. Raro en él.
—Esto va en contra de mis principios, pero como sé que te gustan las muestras de cariño... —dijo con voz entrecortada.
— ¿Qué quieres decir?
—Te tienes merecido esto.
— ¿Cuál?
Frunció el ceño y se sobresaltó cuando él se inclinó a ella con ligereza y la tomó de la cintura de una forma cursi y presionó suavemente sus labios en los de ella.
Egon Peitz la había besado por voluntad propia.
La había besado...
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