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34

— ¿Puedo saber a qué estás jugando? —se levantó enseguida de la cama y caminó a tiendas hasta situarse junto a la gran ventana que daba a la ciudad.

—Si vamos a vivir juntos, tenemos que aprender a comunicarnos.

—Esa frase es de una película, pero no recuerdo cual—dijo con frustración y él ahogó su típica risa nasal que utilizaba para burlarse. Le causó cierta diversión verlo reír a pesar de estar demente. Ella deseaba hacerlo cambiar de parecer con respecto a la vida, pero para que eso sucediera, tenía que trabajar lo suficiente para comprenderlo.

—Solo deseo verte dormir. Vamos.

—No tengo ganas de dormir. Hazlo tú, quiero respirar aire puro—dijo ella. En su voz había una pizca de vacilación e ignorando por completo su presencia, se deslizó fuera de la habitación, dejándolo estupefacto. De inmediato, escuchó los pasos apresurados detrás y aprovechó a echarse a correr por la escalera en modo juguetón. Él también apresuró los pasos para darle alcance, hasta que Shelby, dando zancadas, llegó a las puertas corredizas del patio trasero y atravesó parte de la estancia, sintiendo el aire nocturno acariciarle la cara. Rodeó la piscina y soltó una risotada al ver a Egon tiritar de frío del otro lado. La tenue luz de la bombilla los alumbraba débilmente y apenas se percibía el agua de aquella deliciosa piscina a altas horas de la noche. O quizás madrugada.

—Hace frío, Puppy.

—El clima está delicioso—extendió los brazos al cielo y aspiró profundamente con los ojos cerrados.

—No sé si no te has dado cuenta, pero ambos estamos en ropa interior—susurró él, con malicia—y desde donde yo estoy, tengo una vista increíble de tu cuerpo. La tela de la bata que llevas puesta transparenta todo, sin dejar nada a la imaginación.

Abriendo los ojos con brusquedad, Shelby se ruborizó y bajó los brazos para cubrirse instantáneamente.

—Eres un cerdo.

—La comodidad es primero que el pudor, cariño—le guiñó un ojo y comenzó a rodear la piscina para llegar a donde ella estaba. Shelby observó su caminar con detenimiento. Sus fuertes piernas a cada paso que ejercía se tensaban y los músculos de su perfecto abdomen se movían deliciosamente, señal de un buen cuerpo ejercitado. A sus brazos musculosos le sobresalían algunas venas y el tatuaje saltaba por sobre todas las cosas. Bajó un poco la mirada a aquel bóxer oscuro que cubría, quizás lo más glorioso de su cuerpo y tragó saliva, apartando la mirada rápidamente. «Es un homicida, recuérdalo», se reprendió a sí misma mientras él se acercaba a ella con lentitud, pero lo que más le provocó resequedad en la boca fue su petulante y siniestra mirada oscura puesta en ella.

—Aguarda... reconozco una sonrisa como esa—gimió ella con pánico al verlo sonreír lobunamente. Egon arqueó las cejas y saltó casi sobre ella, cogiéndola de la cintura— ¡No te atrevas a lanzarme al agua...!

Su grito quedó cortado cuando sintió que sus pies se elevaban del suelo y su cuerpo se precipitaba hacia un costado y enseguida se hundía a las profundidades de la piscina. El agua helada y refrescante la aturdió por unos segundos hasta que logró nadar a la superficie y se encontró a Egon a escasos centímetros de su rostro dentro del agua.

—Está deliciosa, ¿no? —rio él, escupiendo agua de la boca al hablar. Su cabello estaba aplastado a su cabeza como quizás el suyo también y cerró los ojos un momento, disfrutando del agua. A pesar de que su bata se había levantado y flotaba como una sábana alrededor de su cuerpo, no le importó. Además, Egon Peitz ya la había visto literalmente desnuda de la cintura para arriba; así que no tenía por qué sentirse ruborizada.

—Pensé que tenías sueño—replicó ella, riendo y le arrojó agua al rostro.

—Gracias a ti ya no—bufó y le arrojó el doble de agua, contraatacando.

—Mañana estaré muy cansada para ir a clases.

— ¿Es necesario que vayas mañana a clases? —preguntó. Estaba insinuando algo, no cabía duda.

—La verdad... no. Todavía no llega la semana de exámenes y supongo que no me perjudica faltar, ¿por qué?

Los ojos dilatados de Egon se agrandaron y sonrió ampliamente.

—Voy a enseñarte a disparar.

— ¿En serio? —movió los brazos para mantenerse a flote cuando no sintió el suelo bajo sus pies y escupió discretamente el agua de su boca.

—Sí. Aunque hace unas horas lo hiciste bastante bien.

—Ha sido mi primera vez disparando—farfulló, orgullosa.

—Y ha sido increíble. Fantástico y.... ¡Excelente! —se limpió la cara y haciéndole un ademán de que la siguiera, se deslizó a la orilla para recargar sus fuertes brazos en el borde. Ella lo imitó— ¿Sabes? Cuándo me enseñaron a utilizar un arma, me tomó muchos meses aprender correctamente. Con decirte que me desmayé la primera vez que apreté el gatillo.

—No es tan complicado, además, yo también me desmayé en mi primera vez—añadió ella y recargó su mejilla sobre su puño, mientras que su codo descansaba en el borde de la piscina. Verlo le fascinaba. Egon ladeó la cabeza y optó la misma posición de ella. Ambos se miraban fijamente con cierto rubor, pero ninguno se atrevió a moverse de su sitio o acercarse.

—No te resultó complicado porque tienes agallas, algo que yo no tenía hasta mucho después—resopló—por eso mañana te quiero enseñar como defenderte con un arma.

—Gracias.

—Aparte, ten en mente que ya eres una asesina—eludió, como si estuviera hablando del clima. Feliz y tranquilo—mataste a ese policía sin pensar o dudar.

El semblante de Shelby se ensombreció y él lo notó. Ella bajó la mirada y sus largas pestañas acariciaron sus mejillas al parpadear. No estaba feliz de haber matado a alguien. Ella amaba a los asesinos, pero nunca quiso ser uno.

—Oye, tranquila—susurró él, atreviéndose a sujetar su pequeña barbilla con los dedos y obligarla a mirarlo a los ojos—sé que es duro para ti matar a alguien, pero no es el fin del mundo. Todo sigue igual. La vida no cambiará si muere alguien, aunque quizás le hiciste un favor al mundo al haberte desecho de ese hombre.

—Tiene familia, Egon. Y tal vez hijos.

— ¿Y eso qué? De tantas profesiones que pudo haber elegido, eligió ser un hombre de la ley y él sabía las consecuencias que incluye; así como yo las tengo en mente. Yo soy un homicida, secuestrador y a veces... —dejó de sujetarle la cara y se frotó el puente de la nariz con aire incómodo—violador, pero por órdenes—se apresuró a decir al ver la expresión aterrada de Shelby.

—Violar a una chica es lo peor que puede existir, aparte de matar.

—Son órdenes que tenía que seguir—confesó—sin embargo, aunque no lo creas, esas chicas lo disfrutaron hasta el último minuto de su existencia.

Shelby se quedó pensativa por unos segundos y después, con rubor en el rostro, lo confrontó.

— ¿Has querido violarme?

Vaya. Si antes habría pagado por ver a Egon desconcertado, ese momento fue el más oportuno. Su pregunta lo había tomado por sorpresa. Él titubeó y luego soltó una risotada llena de humor.

—Uhm, violar es una palabra grave en tu mundo—replicó el joven homicida, sopesando la respuesta. Ella lo escuchaba con mucha atención—la respuesta a tu pregunta sería algo como "prometo que no pararé hasta que tus piernas tiemblen y tus vecinos sepan mi nombre."

La mandíbula de Shelby se desencajó y de pronto se sintió desnuda ante él. Por lo que se aferró al borde de la piscina y se impulsó hacia arriba para salir del agua. Egon la miró ceñudo y se precipitó a salir del agua al tiempo que ella.

— ¿Dije algo malo, Puppy?

—Aquí no hay vecinos que puedan aprenderse tu nombre—comenzó a reír histéricamente. Casi nunca era presa de los ataques de risa, pero esa noche tal parecía que todo le causaba gracia. Incluso ver a Egon con cara de póquer frente a ella.

—Me vuelves loco, ¿Lo sabías? Tu nivel de rareza es infinito y me enloqueces—dijo él sonriendo y lo vio inclinarse a una silla donde había toallas dobladas. Le ofreció una ella y luego él se secó con la suya. Shelby se cubrió en ella.

—Date la vuelta. Me quitaré la bata.

Egon puso los ojos en blanco y le dio la espalda. Se quitó deliberadamente la bata, dejándola en el piso y se colocó la toalla alrededor de su cuerpo.

—Ya.

Él giró sobre sus talones y siguió secándose el cabello.

—Siento que entraré en un coma de sueño.

—Al menos dormirás fresco.

—Dormiré pensando en esta linda y rara charla.

— ¿Piensas que nuestra charla es rara?

—Sí. Eres rara, y yo también lo soy.

—La verdad es que no soy tan rara. A veces me gusta leer libros e historias clichés que a más chicas adolescentes les encanta o les disgusta—comenzó a decir atropelladamente y él juntó las cejas con sorpresa— ¿Has leído alguna vez la saga Hush Hush? Trata de Ángeles caídos y así. La conocí desde hace años y de un determinado tiempo para acá, se hizo famosa—gruñó, enojada—y no conocen más libros que esos. Son buenos, pero hay más libros que necesitan ser leídos...

—Eh, yo no leo. Pero respeto tu amor por los libros—arrugó la nariz—y quizás algún día lea contigo algún libro que veas conveniente para mí.

—Bueno. Entonces eso quiere decir que soy rara, ¿no?

—Un poco. Sacaste de la nada a los libros—se rascó el cuello, riéndose—hagamos un trato.

— ¿Qué tienes en mente? —la curiosidad se disparó dentro de su ser.

—Yo te enseño a ser una homicida si a cambio me enseñas a tener pasión por los libros. ¿Qué dices? Es una buena oferta—le guiñó un ojo y su sonrisa seductora saltó a sus labios cautelosamente—un homicida como yo, pero con todos los placeres de la literatura en la cabeza y tú, una chica ordinaria con encantos literarios siendo la pareja homicida del peor de los homicidas de todos los tiempos. Admite que suena bastante atractiva esa idea.

—Suena alucinante.

—Además, fomentarías más la educación.

—Las leyes no están en contra de que un asesino no sea culto.

—Desde luego que no—suspiró, emocionado—entonces... ¿Aceptas el trato?

—Sí. Deseo que funcione.

—Pongamos empeño y verás que sí, incluso podemos incluir a los gemelos si quieres...

—No. Esta actividad es solo nuestra. De nosotros dos. Tú y yo—enfatizó cada palabra y él asintió, estando de acuerdo.

—Por supuesto. Pero ahora sugiero que entremos porque está refrescando y mañana no quiero coger un resfriado.

Egon se despidió de ella amistosamente y se fue a su habitación para dejarla dormir en paz el resto de la noche.

—Por cierto—le había dicho él antes de irse a dormir—he traído tus demás cosas. Las guardé en los cajones, pero puedes acomodarlas a tu gusto.

Y dicho eso, se fue. Por parte de Shelby, la adrenalina y emoción no dejaba de recorrerle por las venas. Se sentía extasiada. Se despojó de la húmeda toalla y buscó algo que ponerse. Entre los cajones encontró más batas similares a la que Egon le había puesto y optó por una de color negro para que no transparentara su cuerpo y se echó a dormir con cansancio a la suave cama. ¿Quién podría conciliar tranquilamente el sueño después de haber pasado un magnífico momento con el chico más dócil del planeta, pero que a la vez era un sádico asesino? Nadie. Y ella no sería la excepción. Por lo tanto, al otro día, sus párpados se abrieron por si solos y sonrió idiotamente al recordar el episodio de la noche anterior. Estiró sus músculos y articulaciones en lo que se despabilaba y se preparaba para afrontar el día que tenía por delante junto a Egon. Agudizó el oído cuando escuchó la voz de él en el pasillo y fuera de su habitación. Sonaba irritado y a la vez encolerizado. Todo rastro de sonrisa se esfumó en el rostro de Shelby. Con sigilo, se escabulló hasta alojarse junto a la puerta y pegó su oreja al picaporte para poder escuchar con claridad lo que él decía y a juzgar por su tono, estaba en una llamada telefónica.

—NO, MALDITA SEA. ESTÁ ACECHANDO A LA VÍCTIMA QUE YA HE ELEGIDO YO PARA ENTREGÁRTELA. Y ESO NO LO VOY A PERMITIR—hubo un breve silencio y después continuó al término de la respuesta de la otra persona—JODER, MARLON. CONTROLA A ESE IMBÉCIL. YA LO HE LOCALIZADO ANTES. AHORA EL QUE LO VIGILA SOY YO Y NO VICEVERSA—volvió a haber una pausa, pero esta fue más corta. Egon estaba realmente furioso—ENVÍALE UNA ADVERTENCIA, ASÍ YO ESTARÉ SEGURO DE NO PREOCUPARME PORQUE VAYA A ROBARME MI MERCANCÍA. NO. YA TENGO A MI VÍCTIMA Y ÉL TIENE QUE CONSEGUIR LA SUYA.

Por un segundo, sintió que todo le daba vueltas y pensó en confrontarlo, pero decidió seguir escuchándolo.

—MÁNDALE UNA ADVERTENCIA O SI NO, TE OLVIDAS DE MÍ. RECUERDA QUE SÉ COMO OCULTARME Y QUE YO SOY TU MEJOR ALIADO PARA LA MERCANCÍA— rio histéricamente sin ningún humor—AHORA DÉJAME EN PAZ.

Shelby se apartó con el corazón martillando sus costillas y se abrazó a sí misma. Un sudor helado le perló la frente y sintió que iba a llorar. ¿Acaso era ella la mercancía? ¿Quién, aparte de él, la había acechado? Todo tipo de preguntas inundaron su mente, dejándola perturbada. Se sentó a los pies de la cama cuando la puerta de su habitación se abrió de repente y entró Egon sonriendo. Todo rastro de furia había abandonado su rostro. Ya estaba duchado, bien vestido y muy bien perfumado, y ella intentó disimular su malestar con una débil sonrisa.

— ¡Buenos días!

—No hay buenos, solo días—replicó ella casi las mismas palabras que él le dijo la primera vez que se conocieron.

—Ya veo que aún recuerdas lo que te dije.

— ¿Con quién hablabas, Egon? —preguntó, hostilmente.

— ¿Qué fue lo que escuchaste?

Si bien su humor había cambiado, volvió a cambiar. Pasó de estar furioso a feliz y de feliz a otra vez furioso, pero con más intensidad.

—Lo suficiente para saber que tienes a una víctima en mente y no quiero pensar que esa víctima soy yo.

— ¿No te han enseñado a no escuchar conversaciones ajenas?

—Fue sin querer. Ahora respóndeme. ¿Soy yo la víctima de la que hablabas? —el temblor en su voz suavizó la mirada de Egon y este negó con la cabeza.

—Estaba hablando con mi jefe y estaba dándole una excusa para que la persona que vino por mi cabeza se largara. Ya que, de cierta forma, yo no estaba equivocado, porque el sujeto adiestrado como yo, ha venido por mí y ya está aquí en Nueva York.

— ¿Te refieres a qué está buscándote? —se sintió horrorizada de sólo pensarlo. Él asintió.

—No hay nada de qué preocuparse. Todo lo tengo bajo control, pero quiero que no vuelvas a andar de cotilla.

—Al menos no te pongas a vociferar fuera de mi estadía—replicó.

—Es un país libre—bufó.

—Te recuerdo que no eres norteamericano—le sacó la lengua. Un gesto infantil que le gustaba hacer.

—Infantil—observó él, tratando de no sacarle la lengua también. Sin previo aviso, los ojos de Egon se postraron en su muñeca. Y Shelby, incapaz de descifrar su mirada, retrocedió mecánicamente—no, espera.

Avanzó a ella y le cogió la muñeca con suavidad. Shelby frunció el ceño, mirándolo y él deslizó sus dedos alrededor de esta y sintió una ligera punzada de dolor.

— ¿Qué haces? Me ha dolido—se quejó.

—Tenías esta cosa pegada a la piel, Puppy—le informó, mostrándole un diminuto cubo metálico casi invisible, que era casi del tamaño de un escarabajo de medio centímetro.

— ¿Qué es?

—No lo sé, pero ya he visto esto antes—gruñó y sin pensarlo, lo colocó en el suelo y lo aplastó con su pie hasta destrozarlo. Un sonido agudo salió de ese artefacto y después estalló en pequeñas luces rojas—lo suponía. Un maldito rastreador.

— ¿Qué?

—Alguien te había puesto un rastreador, Shelby. Un microchip. Alguien que quiere encontrarte a cualquier hora del día.

—Nadie me ha tocado para insertármelo—repuso.

—Quizás alguien conocido te abrazó o te tocó las manos.

Enseguida recordó a Trenton, quién la había detenido con brusquedad solo para olfatear su perfume y se estremeció. Recordó haber sentido una punzada de dolor, pero había pensado que solo fue por la fuerza empleada en el agarre.

— ¿Recuerdas a alguien? —replicó él con los ojos en llamas—dímelo para que en este momento vaya a matarlo.


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