32
Egon le hizo una señal con la cabeza para que ella lo siguiera hacia la escalera que estaban a solo unos pasos del patio trasero con piscina y Shelby lo siguió con pasos temerosos hasta el piso superior que era magnífico. La palabra maravilloso se quedaba corta con aquel departamento.
—Egon, este lugar es muy lujoso—observó ella con la boca abierta, mientras recorría el largo pasillo de arriba.
— ¿Quieres vivir bajo un puente? Hay uno aquí cerca—carraspeó Egon, a unos pasos más adelante. Se había quitado la camisa y estaba con el torso desnudo. Shelby miró unos segundos algunas de sus cicatrices, que anteriormente tuvo el impulso de preguntar por ellas, pero se contuvo, como en ese momento.
—No me refiero a eso, sino que con un sitio menos llamativo me hubiera conformado—pasó sus dedos sobre una estatua de mármol de un ángel sosteniendo un arpa. Su expresión era triste y asustada. Tal y como ella se sentía. ¿Por qué en todas las casas había en ese tipo de estatuas?
—Díselo a Martha—replicó Egon, con la atención puesta en otra parte menos en ella. Él se había metido a una habitación y ella tuvo que seguirlo. Lo encontró rebuscando algo en unos cajones de una hermosa habitación decorada femeninamente—ella pensó que aquí estarías más a salvo. Además, nadie reparará en este lugar. Está vigilado las veinticuatro horas por un par de gemelos que estarán al pendiente de cualquier movimiento.
— ¿Qué? ¿En serio no vas a vivir conmigo? —la decepción fue notoria, pero él pareció no darse cuenta porque estaba muy ocupado examinando unos papeles que había encontrado en el cajón.
—Obviamente viviré aquí contigo—puso los ojos en blanco.
— ¿Entonces por qué contrataste a dos acosadores?
—Porque yo duermo todas las noches, así que ellos montarán guardia mientras yo duerma y en la mañana se dormirán porque estaré despierto para cuidarte, también porque algunas veces saldré y quedarás en buenas manos.
—No logro comprender que es lo que hay en tu cabeza, Egon.
—De todo, menos amor—sonrió, mirándola. Y dobló los papeles para luego guardarlos en su pantalón—bueno, esta es tu habitación. Hay todo lo que necesitas.
— ¿Dónde dormirás tú? —quiso saber, con el labio inferior entre sus dientes.
—Al final del pasillo está mi dormitorio y si necesitas algo, solo entra. No te preocupes en tocar, solo entra—le dijo y se dirigió a la puerta—mañana subiré tus cosas. Ahora estoy agotado, buenas noches, Puppy.
— ¡Espera! —exclamó ella, cuando él estaba por irse y se detuvo a dos pasos— ¿Tengo permitido salir a la calle?
—Verás, los gemelos tienen órdenes exactas de matar a cualquier sospechoso que entre o salga de aquí—explicó, sonriendo lobunamente—y si intentas escapar en la noche sin mi consentimiento, ellos te meterán una bala en la cabeza; así que por tu bien, Puppy. No hagas ninguna tontería.
No le dio tiempo de replicar. Balbuceó entre dientes, sintiéndose una idiota y Egon abandonó su nueva habitación, dejándola sola. Qué patética vida tenía. No le bastó a él que ella viviera baja sus reglas, sino que contrató a más dementes para vigilarla. No sabía si le tenía miedo al ladrón que la atacó o a Egon y a sus amigos. Cerró la puerta con sigilo y se cercioró de ponerle pasador y tener algo de privacidad. Giró sobre su propio eje, admirando cada objeto que había a su alrededor y quedó pasmada. La cama era lo suficiente ancha como para caber cinco Shelby's más aparte de ella. Las sábanas se miraban limpias y sedosas. El escritorio bien encerado con una silla, aguardaban a que ella los ocupara en las tardes y la hermosa ventana gigantesca que tenía una bella vista a la estatua de la libertad y a los edificios en la lejanía. Se estremeció por unos segundos. De estar en otra situación, hubiese sonreído, pero de sus labios nunca saldrían una sonrisa genuina nunca más. Optó por tumbarse en la suave cama y ver el techo, donde en vez de estar su póster de Dylan O'Brien, había un gran ventilador. Sulfurada, lo encendió y dejó que el aire la adormeciera. No estaba segura de querer dormir con la luz apagada, por lo que se quitó la chaqueta y se quedó solamente con sus Jeans y una blusa. Se acurrucó entre las sábanas y cerró los ojos, sintiendo la luz encima.
—Deberías levantarte o llegarás tarde a clases.
Gruñó entre sueños al percibir la voz de alguien muy cerca de su oreja.
—Shelby. No querrás que vaya a la velocidad de la luz, ¿o sí?
Reconoció la voz de Egon y abrió los ojos enseguida, mirando su rostro a solo unas pulgadas del suyo. Se apartó de inmediato y ahogó un bostezo. Parpadeó aturdida al verlo bien duchado, vestido y sexy. En cambio, ella, tenía el cabello desaliñado y revuelto.
— ¿Qué? —dijo con voz ronca y congestionada por el sueño.
—Ya es tarde y no llegarás a tiempo—le recordó Egon, poniéndose en pie. Su atuendo le hizo perder la cabeza a Shelby por unos segundos. ¿Quién demonios usaría unos pantalones de mezclilla negros y una camisa gris con los primeros botones desabrochados y una sonrisa maliciosa en los labios a altas horas de la mañana? Solo Egon Peitz.
— ¿Qué horas es? —volvió en sí y se levantó de un salto de aquella cama.
—Te queda media hora—eludió él, estando ya en la puerta—apresúrate. Tus cosas están en el escritorio.
Y abandonó la habitación dejándola a su suerte. Se aventuró a sacar un short rojo de mezclilla y una blusa beige manga corta y acercó sus tenis cerca de la cama para no olvidarse. Se preguntó si había un baño dentro de la habitación y sí, lo había y muy lujoso. Se apresuró a ducharse con la regadera y sintió que flotaba ante el fabuloso shampoo y jabón que había. Ciertamente le agradaba estar hospedada ahí por un tiempo. Era como estar en un hotel de lujo de manera gratuita. Cuando terminó de bañarse, cogió una de las batas de baño y salió a vestirse. Pero no contaba con encontrarse a Egon sentado de espaldas en su cama, mirando con interés algo en sus manos.
— ¿Se te perdió algo? —preguntó con aspereza y él negó con la cabeza al tiempo que se daba la vuelta para verla.
—Estaba revisando algunas cosas—respondió y notó como su oscura mirada le recorría el cuerpo con descaro. Shelby se obligó a mantenerse serena y alzó la barbilla con firmeza.
—Bueno, hazlo afuera porque voy a vestirme.
—Ya. Solamente quería decirte que tu desayuno puedes encontrarlo en la nevera—se acercó a la puerta—voy a ir a saludar a los chicos, estaré esperándote en el auto.
La mera idea de tener a Egon como papá le irritaba, pero, aun así, obedeció y se vistió rápidamente. Se secó el cabello teniendo en cuenta que no había llevado su peine. Agradeció infinitamente que Caroline le metiera su cepillo de dientes, desodorante, perfume y ropa interior. Porque no pensaba decirle a Egon sus necesidades. Buscó entre los cajones de la cómoda y casualmente encontró un peine nuevo. Y sin pensarlo, se puso frente al espejo de cuerpo entero y comenzó a cepillarse el cabello. No tenía intención de maquillarse, así que se puso un poco de brillo labial y bajó trotando la escalera con su mochila en los hombros. Se dirigió a la cocina y abrió la nevera.
—Tanta comida para dos personas—susurró, impactada. La nevera estaba repleta de comida, tanto lácteos, carnes rojas, blancas y algunas chucherías, frutas y verduras. Agarró rápidamente un jugo y una manzana. Se la devoró en un instante y bebió el jugo rápidamente. Luego guardó una pera en su mochila y otro jugo de diferente sabor. Aspiró profundo y se obligó a no perder la cabeza siendo tan temprano. Cuando abrió la puerta y salió al exterior, la frescura de la mañana inundó sus fosas nasales y sus pulmones. Divisó a Egon charlando animadamente cerca del Audi con un par de chicos. Una chica y un chico, los dos estaban de espaldas y se parecían entre sí. Shelby arrugó el ceño al darse cuenta que no eran gemelos hombres, sino de diferente sexo. Y no parecían mayores que ella. Se plantó detrás de ellos y entonces Egon la miró.
—Ella es Shelby. Shelby, ellos son los gemelos Austin y Aubrey.
Ambos hermanos se dieron la vuelta para verla. Shelby sonrió brevemente y alcanzó a ver que eran idénticos pese a los ojos. Ella tenía los ojos azules y él, verdes.
—Hola—saludó Aubrey e hizo una mueca de fastidio.
—Buen día—saludó Austin, sonriendo de oreja a oreja.
—Tenemos que irnos—gruñó Egon y su mano se cernió sobre la de Shelby y tiró de ella para situarla en el asiento del copiloto con rudeza. Ni si quiera se despidió de los gemelos y tampoco la dejó hacerlo. Emprendieron la marcha hacia la Universidad en completo silencio.
—Así que ellos son los que van a estar al pendiente de todos mis movimientos—observó Shelby, al cabo de un rato.
—Sí.
— ¿Por qué tu cambio tan áspero de humor? Solo nos presentaste.
—No quiero que tengas ningún contacto directo con ellos—dijo—ese par no sabe controlarse lo suficiente. Y no están entrenados para saber cuándo deben parar o continuar.
— ¿Para qué?
—Detenerse ante una pelea—objetó y al ver que ella no entendía, explicó—verás, si tienes una riña con cualquiera de los dos, y dadas las circunstancias, llega a profundizarse, ellos no van a lograr controlar su instinto. Van a continuar hasta matarte y hacerte pedazos.
— ¿Y tú sabes controlarte? —tragó saliva con nerviosismo.
—Me cuesta todavía, pero puedo controlarme. Contigo me he controlado tantas veces...
—Sí. Pero me golpeaste —le recordó.
—Sí y fue porque me contuve. Y de no haberlo hecho, no estarías viva y ni si quiera tus padres hubieran encontrado tu cuerpo entero.
— ¿Qué clase de perturbado eres? ¿Te deshaces de tus víctimas con ácido, así como la mafia italiana? —se horrorizó.
—Usualmente las desmiembro y cortó cada parte de su cuerpo hasta hacerlos pequeños trozos y después los quemo, luego tiro sus cenizas al mar. Y listo.
—Déjame decirte que no me sorprende.
—No sería capaz de hacer eso contigo.
— ¿Por qué no?
—Porque no.
—Debe haber una razón. Soy como cualquier chica.
—Sí, pero también eres diferente. Nunca he conocido a alguien que idolatre lo que hago y eso te hace ganar puntos.
—Ya. Pero, a ver, dime, ¿No has querido torturarme? —él negó con la cabeza y rio— ¿ni un poco?
— ¿Quieres que te torture? —él alzó las cejas, sorprendido, pero siguió con la vista al frente.
—No. Solo quisiera algún día... estar presente en tu trabajo—Shelby se reprendió mentalmente después de hablar. ¿Qué le pasaba? Decía y pensaba cosas diferentes. Estaba siendo incongruente y bipolar.
— ¿A qué te refieres? —esta vez, él apartó la mirada de enfrente y la miró ceñudo.
—Quiero ayudarte a deshacerte de alguien. Necesito saber que se siente—dijo ella con excitación. Sus pupilas se habían dilatado y no se había percatado que tenía ambas manos sobre la pierna de Egon y que él respiraba con dificultad.
—No sabes lo que dices—Egon cogió sus manos con una sola mano y las apartó de su regazo con molestia—no serías capaz de soportar semejante escena. Incluso yo tardé años en acoplarme a no vomitar o a desmayarme.
—Soy capaz de resistir.
—Mejor ve a clases—detuvo el auto frente a la escuela. Shelby ni si quiera se dio cuenta de que ya habían llegado de tanto estar enfrascada en una conversación fabulosa. Decepcionada, asintió y se deslizó fuera del Audi con su mochila en las manos.
—Vendré por ti a la salida—le dijo él. De pronto, las mejillas de Shelby se tornaron rojas y tartamudeó.
—No traje dinero...
—Tranquila. Créeme que me encantaría que no tuvieras tanta vergüenza—agregó él y de la guantera, sacó un fajo de billetes y se los tendió en la mano.
—Solo necesito unos dólares.
—Tómalo todo. Ahora te pertenece.
—No creo que...
—Es tuyo—gruñó—tómalo y no me contradigas.
A regañadientes, guardó el dinero en su bolsillo y comenzó a andar en dirección a la entrada. Volvió el rostro un par de veces y vio a Egon aún en el Audi, esperando a que entrara. Lo vio largarse cuando ella por fin dio un paso dentro de la Universidad. Bufó y anduvo caminando por los pasillos en dirección a su casillero donde tenía algunos libros.
—Hola, Cash—la rubia llegó a su encuentro con una sonrisa radiante.
—Hola—saludó sin tener mucho interés.
—Creo que le gustas a Norman.
—Creo que estás equivocada.
—En serio. No deja de hablar de ti y estoy un poco celosa.
—Espero que no te pongas toda idiota de celos, así como con Trenton—la fulminó con la mirada, queriendo derretirla con ácido corrosivo.
—No. Nada de eso—suspiró—me dijo que te invitó a salir este sábado.
—Ni si quiera sé si iré—cerró su casillero y se dirigió al salón de clases con la rubia pisándole los talones.
—Y a todo esto, ¿dónde está tu amiguito? —le preguntó con cierta amargura y Shelby se contuvo la risa.
—Se ha ido a casa, creo—dejó su mochila y los libros en el pupitre, y con aire despistado, se acercó a la ventana que daba al campus de la escuela. Lola se plantó junto a ella queriendo sacar información.
— ¿Sí? Qué alivio. Ese chico tenía graves problemas de temperamento.
—Él sabe bien que espiar a alguien no es algo normal. Y no creo que tú no lo tuvieras en cuenta.
—Solo quería ver si estabas—se defendió—él ni si quiera dejó que le explicara. Solamente me tacleó.
—Bueno. ¿Y qué quieres que te diga?
—Nada. Solo estaba recordándotelo.
Con la paciencia al borde del colapso, Shelby abandonó la ventana para situarse en su lugar y vio que Lola se deslizaba al suyo y no le apartaba la mirada de encima. Estaba deseosa por preguntarle "¿Cuál es tu maldito problema?", pero reprimió aquel impulso y se dio a la tarea de repetir mentalmente lo que iba a decir en su exposición. Comenzaron las clases y comenzó a sentirse mal. La cabeza comenzó a dolerle y a sentir leves malestares en el estómago. Y casi se acercaba la hora de exponer, por lo que apretó los puños y obligó a su cuerpo a comportarse. Aunque bien, necesitaba un poco de agua, así que pidió permiso de salir y fue directamente a la cafetería donde compró una botella de agua fría. Recordó que tenía un jugo en su mochila, pero prefirió sentarse un momento en una mesa vacía. Solo había uno que otro alumno de otros grados y carreras charlando entre sí. Mientras bebía un sorbo de agua, miró a la pared donde debía estar el periódico escolar y se quedó petrificada al ver las fotografías de los estudiantes que habían ido con ella a la cárcel de Austria y solamente habían regresado muertos y en la pared les hacían un tipo de homenaje a su memoria y reconoció el rostro mezquino del idiota que había querido besarla a la fuerza y que Egon le había metido una bala a la cabeza antes de que eso sucediera. Ni si quiera recordaba su nombre y mucho menos sentía pena por él.
—Shelby, ¿Qué haces aquí?
Dio un respingo al escuchar a Trenton a sus espaldas. Al aparecer, su conciencia le estaba dando una mala jugada. Suspiró aliviada y giró sobre sus talones para darle la cara.
—Compré una botella con agua—señaló la botella y se limpió el sudor frío de la frente— ¿y tú qué haces fuera de clases?
—Tengo hora libre—se rascó el cuello y bostezó.
—Entonces te dejo. Volveré a clases—comenzó a andar hacia su salón. Pero de pronto, Trenton la sujetó bruscamente de la muñeca, haciéndola girar y quedar frente a frente. Una punzada de dolor le recorrió el brazo ante su agarre, como un pinchazo— ¿Qué crees que estás haciendo?
—Reconozco ese perfume que llevas puesto—las aletas de su nariz se abrieron y se cerraron, cerró los ojos, sintiendo el perfume en sus fosas nasales, incomodándola.
—Suéltame. Para sentir mi perfume no es necesario sujetarme así—lo empujó con fuerza y se alejó corriendo antes de golpearlo de verdad. Llegó al salón hiperventilando. Se bebió de un sorbo toda el agua y continuó poniendo atención a las clases, hasta que por fin llegó la hora de la exposición. No necesitaba hacer algún cartel o vídeo para poder expresar con palabras el tema, se plantó al frente y comenzó a desarrollar el tema en el pizarrón. Comenzó lentamente a dibujar garabatos para que la clase no se aburriera y pusiera más atención y terminó exponiendo de maravilla. Incluso el profesor aplaudió asombrado. Intentando sonreír genuinamente, asintió cuando recibió su perfecta calificación. Y se sentó en su pupitre con la mente distraída. Necesitaba urgentemente olvidar un rato sus problemas y eso incluía a Egon Peitz. Llegó la hora del almuerzo. Se la ingenió para comer su fruta y el jugo, para luego escabullirse a un lugar apartado de los demás donde poder respirar a gusto. Palpó sus bolsillos en busca de su teléfono y no lo encontró. Quizás lo había dejado en el departamento y de pronto se sintió inmensamente tranquila y feliz de estar por fin sola. La soledad era su mejor aliada desde que tenía uso de razón. Recargó parte de su espalda en el tronco de un árbol y suspiró. El respiro fue tan placentero que no midió el tiempo y se quedó profundamente dormida, respirando el aire susurrante de la mañana. Le apetecía seguir durmiendo, pero el estruendoso sonido agudo de un silbato le arruinó los planes y abrió los ojos pesadamente. Miró al entrenador del campus, de brazos cruzados y la mandíbula apretada. Su ridículo short le quedaba bastante ajustado y su playera sin mangas le hacía sobresalir algunas lonjas de su cuerpo.
— ¿Qué hace aquí, señorita?
—Estoy descansando.
—Entonces regresa a clases—espetó, malhumorado—en unos minutos comenzaré con los entrenamientos.
—Sentada aquí no molesto a nadie.
—Molestarás la concentración de mis campeones.
—Claro que no. Además, no van a verme desde aquí.
Y de pronto, una oleada de estudiantes vestidos deportivamente, entró al campus, entre ellos Trenton Rex y rápidamente sus miradas se plasmaron en ella.
— ¿Lo ves? —repuso el entrenador—fuera de mi área.
—Ya me voy—carraspeó molesta y se levantó.
Cuando estuvo de regreso en el salón, deseó no quedarse dormida del aburrimiento. Ansiaba poder largarse pronto. Ciertamente no entendía por qué quería llegar a casa si la verdad no iría a su verdadera casa, sino al departamento con Egon Peitz y sus amigos gemelos dementes.
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