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30

«Lunes»

Shelby no lograba hacer memoria sobre lo que había sucedido en la discoteca días atrás y tampoco había tenido noticias de Egon y mucho menos del ladrón. Se sentía intrigada y malhumorada. Había retomado una pequeña porción de amistad con Lola, pero aún no sentía la necesidad de tratarla como antes. Trenton, por su parte, le contó que estaba tan ebrio esa noche y que no se dio cuenta de quién demonios la había llevado a casa, pero que recordaba con vaguedad haber visto un sujeto de cabello oscuro llevarla en brazos hacia la salida. Quiso seguir presionándolo, empero se dio cuenta que era una pérdida de tiempo. Y en tanto a Norman White, el rubio había ido a visitarla a su casa el domingo, llevándole una gran sorpresa: Un collar con un dije de bala. Muy observador de su parte, había dicho su madre cuando se dio cuenta del obsequio y la cuestionó acerca de su nuevo amigo, aunque, a decir verdad, Norman no era su amigo. Ni si quiera conocido y era muy extraño.

—Lo conocí en la discoteca—replicó Shelby, en su defensa.

—¿Él fue quién te trajo a casa esa noche? —le preguntó con los ojos estrechados y las manos en forma de jarra sobre sus caderas.

—Sí—mintió, con aspereza. Ni si quiera ella estaba segura si había sido Egon o alguien más. Esa tarde, mientras realizaba los deberes de la escuela en la mesa y escuchaba con vaguedad la tv en donde su madre y Charlie la miraban, escuchó la melodía de mensaje en su teléfono y se apresuró a mirar la pantalla. Sintió náuseas al reconocer el número con el que Egon la había mensajeado antes de perderse del mapa. Abrió el mensaje al instante.

«SAL A LA CALLE. EGON.»

Parpadeó incapaz de procesar la información como una persona normal. Se hallaba en un dilema. Tenía ganas de salir corriendo a la calle y verlo. Pero también sentía ganas de patearle la cara sin descanso. Suspiró y comenzó a responderle de vuelta con veneno disfrazado de amabilidad.

«ESTOY OCUPADA. NO ME VUELVAS A MANDAR MENSAJE.»

Ni si quiera pasaron dos minutos, cuando ya tenía respuesta de él.

«ENTONCES ENTRARÉ YO.»

Sopesó la idea de llamar a la policía si en caso el cumplía con su palabra. Denegó la idea de inmediato y fulminando con la mirada la pantalla del teléfono, cerró su libreta y se deslizó a la puerta principal.

—¿A dónde vas? —la interrogó Charlie mirándola de reojo.

—Voy a tomar aire. Me duele un poco la cabeza.

—Bueno. No te alejes mucho—Shelby negó con la cabeza y salió al exterior. Miró a todos lados sin ver ninguna señal por parte de Egon. Sonrió a sus adentros y se dispuso a volver a entrar, cuando de pronto; unas manos surgieron de la nada y se cernieron sobre sus hombros, asustándola.

—¿Tan sucia tienes la conciencia? —la risa de Egon hizo que resoplara y se apartara de él con brusquedad.

—¿Qué haces aquí? —intentó mostrar seguridad, aunque en realidad le temblaba cada parte de su cuerpo al tenerlo otra vez frente a ella.

—Quiero saber por qué infiernos fuiste a esa discoteca el viernes—su semblante era duro y autoritario. Se cruzó de brazos y sus ojos negros la escanearon de pies a cabeza.

—Fui porque... —comenzó a decir, pero cerró la boca de golpe al darse cuenta que no tenía por qué darle ninguna explicación—¿Cómo sabes que fui?

—Simplemente te vi y te traje a casa—respondió con vaguedad. Metió las manos en sus bolsillos y carraspeó—dime por qué fuiste. Se supone que no debías salir sola.

—¡Me estás acechando! ¡Me seguiste!

—Tampoco te creas tan importante. Te encontré por casualidad—repuso con frialdad—ahora respóndeme.

—No tengo porque darte ninguna explicación, Egon—lo enfrentó, histéricamente. Los dos estaban cara a cara, fulminándose cruelmente con la mirada.

—¡Tu maldita vida corre peligro! —él gritó con cólera. Ella entornó los ojos y lo sujetó del brazo y tiró de él hasta que estuvieron alejados de la casa.

—¡Baja la voz! —siseó—Egon, ya ha pasado días desde el ataque. No pasará nada; además, la casa que Martha iba a darte para cuidar de mí, ya no fue necesaria.

—Estoy aquí por ese motivo—le oyó decir con severidad. Su expresión era neutra y vacía, incapaz de descifrar lo que en realidad pasaba por su mente en ese momento—vendrás conmigo a esa casa. Ahora.

Shelby soltó una carcajada careciente de humor y se cruzó de brazos mirándolo con desdén.

—Bien, creo que has perdido la cabeza. Yo no iré contigo a ninguna parte.

—Tengo que protegerte—inquirió.

—Entonces comienza a protegerme de ti mismo. Corro peligro estando contigo, ¿No lo ves? —espetó ofendida—nadie me haría tanto daño como tú y tus estúpidos arranques de locura.

—Escucha—musitó, con los ojos en llamas—yo te advertí que mi genio era de los mil demonios...

—¡Yo no busqué a un maldito asesino para que me desgraciara la vida!

—¿Desgraciara la vida? —la miró con incredulidad y dejó escapar una cínica sonrisa lobuna—en primer lugar, aceptaste ayudarme, a sabiendas de quién era yo y a qué me dedicaba. En segundo lugar, has deseado siempre poder tener cerca a alguien como yo. Y tercer lugar, no te he desgraciado nada.

—Me golpeaste.

—Sí. Recuerdo ese episodio—reconoció.

—¿No piensas disculparte?

—Yo no soy un chico de disculpas. Hice lo que pensé que era correcto, pero luego me arrepentí—suspiró—y lo que quiero decirte es que veas esto como una disculpa.

—¿El qué? —rodó los ojos, estando dispuesta a mandarlo al cuerno.

—La manera en la que puedo pedir disculpas es que vengas a esa casa conmigo a partir de hoy.

—Es más fácil oírte decir "Lo siento, Shelby, no debí abofetearte". Con eso me doy por satisfecha—espetó ella. Egon frunció el ceño y meneó la cabeza de un lado a otro sin estar de acuerdo. Caminó unos pasos lejos de ella y luego se volvió a verla con una sonrisa sarcástica en el rostro.

—¿En serio piensas que yo, Egon Peitz, te pediré perdón por algo que estoy acostumbrado a hacer?

—Si no es así, entonces puedes marcharte. La calle es extensamente amplia para que te vayas ahora mismo—se sintió herida por sus palabras, pero ocultó todo indicio de tristeza en una sonrisa irónica—tengo demasiada tarea para...

—¿Quién te dio ese collar? —la interrumpió de repente y sostuvo el dije de bala en sus dedos. El collar de revólver lo había guardado porque la cadena estaba rota y en ese momento tenía puesto el obsequio de Norman.

—Me la obsequió un amigo que conocí en la discoteca—respondió, tratando de ponerlo celoso, aunque bien, era una tontería.

—¿Cómo? ¿O sea que le diste tu dirección y ha venido a verte? —la dureza en su voz era más que palpable. Apretó el dije en su puño y apartó la mano de inmediato.

—Es amigo de Lola también y quería darme este regalo porque le agradé—se encogió de hombros.

—Nombre—dijo entre dientes.

—No te incumbe.

—Vaya, desde luego que sí me incumbe. Dame el nombre, Shelby.

—No quiero armar un escándalo, Egon. Márchate de aquí.

—¡Dame el maldito nombre! —se le fue encima a Shelby como un animal sediento de sangre y la acorraló en la puerta del escarabajo, dejándola sin salida. Los ojos mieles de ella se encontraron con los suyos y se sostuvieron la mirada un largo rato.

—Cada que yo no cumpla tus caprichos me golpearas, ¿no?

—No es capricho. Es una orden—ladró enfadado. Su rostro estaba demasiado cerca de ella que incluso alcanzaba a verle el color oscuro del iris de sus ojos.

—Norman—contestó ella de mala gana y sintió que las manos de Egon, que se encontraban sobre sus hombros, se tensaban—Norman White.


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