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27

«Norman White»

—Esto no parece unos simples golpes, Norman—le dijo Lola, mientras le limpiaba las continuas gotas de sangre que le escurrían aún de su cabeza.

—Me golpearon al pasar cerca de un grupo de delincuentes—gruñó cuando Lola presionó el pañuelo húmedo en su lesión.

—Debiste haberlos provocado—insistió, riéndose. Él se contuvo bastante en no darle una fuerte bofetada para que cerrara la boca. Tenía apenas poco tiempo, casi nada de interactuar con ella y ya no le atraía tanto esa chica. Era guapa, sí, pero tenía novio y parecía un disco rayado, incapaz de quedarse con la boca cerrada por más de un minuto, sin decir que su madre era igual o peor.

—Solo quería que me dijeran como ubicarme. Me perdí—replicó, sonriendo lobunamente y ella arqueó las cejas sin dar créditos a sus palabras.

—Te ofrecí mi ayuda, pero la declinaste.

—Lo lamento—suspiró—pero ya obtuve mi merecido.

—¿Qué puedo hacer para que te sientas mejor?

«Morirte», pensó Norman.

—Darme un beso, quizás—fue su respuesta verbal. Las pupilas de la chica se dilataron hasta abarcar su iris azul por completo y sonrió con timidez, gesto que a él le provocó torticolis.

—Tengo novio, ¿lo olvidas?

—¿Crees que me importa? Además; no se va a enterar.

—Norman, vas demasiado rápido.

—¿Rápido? —juntó sus rubias cejas. Ella asintió, ruborizada y él soltó una risa nasal—me estás malinterpretado, preciosa. No pretendo ser algo más que un chico que pueda besarte a pesar de que tengas novio. Míralo como un acuerdo. Eres muy hermosa; yo soy guapo. Te gusto y tú me gustas, pero ambos sabemos que no podemos tener una relación. Así que piénsalo: amigos con derecho. ¿Te suena bien?

—¿Por qué estás tan seguro que voy a aceptar? —se mostró indiferente, aunque él percibía que se moría de ganas por decirle que sí.

—Mírame y quiero que niegues que no te pongo nerviosa y que no altero tus hormonas—levantó una ceja y sus ojos grises se fusionaron con los azules de ella.

—¿A quién no pondrías nerviosa con esos ojos que tienes? Me gustas mucho, Norman, pero la verdad es que amo a Trenton y soy incapaz de serle infiel.

—¿En serio? —esbozó una sonrisa torcida que no prometía nada bueno y acto seguido, la cogió de la muñeca y tiró de ella hasta él, y poniéndola de rodillas, se acercó a su ruborizado rostro y la besó en los labios, dejándola sorprendida. Lola Calvin no intentó detenerlo, sino todo lo contrario. Aunque él la besaba con salvajismo, en su mente no pasaba nada. No sintió ni una pizca de deseo o de excitación. Fue como besar a un cadáver, un cadáver sexy. Y se rio entre dientes ante esa comparación. Estuvieron besándose un buen rato. Él fingiendo y ella disfrutando. Lola era perfecta como mercancía y la iba a engatusar para que sola se entregara sin miramientos a su jefe. Hasta sacaría provecho de la madre de esta, ya que necesitaba un hombre lo suficientemente salvaje que le diera lo que estaba buscando.

«Shelby Cash»

La excusa de no ir a clases en los días continuos surtió efecto, puesto que a su madre le pareció correcto que guardara reposo después del incidente. Shelby también tuvo que protestar con la policía, rehusándose a volver a repetir lo que Caroline había dicho del ataque. Aunque bien, lo único que les dijo fueron las mínimas características del sujeto: Cabello rubio y ojos grises. A pesar de la mirada fulminante de los individuos, Shelby dio por terminada la conversación y se deslizó a su habitación a conciliar el sueño. El aire fresco de la noche albergó en su habitación, arrullándola en un susurro y despertó al día siguiente de mejor humor. Desayunó sola en el comedor con la tv encendida y con los sentidos alertas. Estaba sola y no tenía ganas de volver a encontrarse a ese idiota estando sin nadie más, además, Egon la buscaría luego. Mientras comía un pedazo de pan tostado y miraba con atención la pantalla, el teléfono comenzó a sonar; haciéndola saltar del susto. Dejó de devorar su bocadillo y con el ceño fruncido, se aproximó a atender la llamada. Se sacudió rápidamente las migajas de pan de las manos y cogió el teléfono.

—¿Hola?

Nadie respondió. Solo se alcanzaba a escuchar la respiración de alguien del otro lado de la línea. Pensó en colgar, presa del desconcierto.

—Puppy.

Se tranquilizó de pronto, al oír a Egon del otro lado. Incluso sonrió tontamente.

—Estaba a punto de colgar.

—Lo supuse—dio una respiración honda y resopló con agitación.

—¿Qué te ocurre? ¿Estás agitado?

—Me temo que sí. Robé un directorio telefónico de una pareja que intentaba llamar a alguien afuera de un teléfono público. Y no me quedo de otra más que quitárselos casi con violencia y correr; al parecer se dieron por vencidos y por eso es que estoy llamándote.

—¿Robaste un directorio telefónico solo para llamarme?

—Sí. No es fácil encontrar tu número en la red—hizo una pausa para recuperar más el aliento—tu teléfono es privado y solamente en una sección específica en el directorio logré encontrarlo.

—Vaya. Que grato de tu parte—fingió agradecimiento y él lo notó.

—Muy graciosa—bufó con más calma. Su voz y su respiración habían vuelto a la normalidad.

—¿Por qué me llamaste? Pudiste venir a mi casa. No hay nadie más que yo y estoy aburrida.

—Te llamé solo para saber si estás bien—hubo un lapso de absoluto silencio y Shelby pensó que quizás había colgado, pero no. De nuevo su voz masculina surgió del teléfono, dejándola tranquila—créeme que hace unas horas pasé por tu casa y como estaba en orden, me fui. No quiero ocasionar problemas.

—¿Problemas? —achicó los ojos, consciente de que no la miraba—creo que ya tengo demasiados problemas y contigo no cambiaría ni empeoraría nada. Además, el maldito ladrón puede estar a punto de matarme justo ahora y tú no estás para evitarlo.

—¡Joder, Shelby! ¡No soy tu maldito guardaespaldas! Soy un maldito asesino, no una niñera—exclamó, furioso—recuerda que te ordené que pasaras en casa lo que restaba de la semana y a más tardar el sábado iría a buscarte.

A Shelby no le agradó la manera en la que le había hablado. Ella podía soportar sus arranques de locura, pero no una falta de respeto.

—Cálmate, imbécil. Nadie te está pidiendo ayuda—siseó, encolerizada, a sabiendas que había cometido un suicidio—no necesito que molestes a esa vieja delincuente de Martha para mi bienestar. Y bueno, ahora que estás con ella, yo ya no tengo nada que ver contigo. Así que ya no me busques y trataré de cuidarme sola de ese ladrón.

—¿Qué demonios acabas de decir? —ladró él, con voz peligrosa e inyectada de veneno. Furiosa, estrelló el teléfono en la mesita del centro sin responderle y le dio una patada al sofá, pero al segundo siguiente se arrepintió porque se lastimó el dedo pequeño del pie y aulló de dolor.

—Estúpido—vociferó con ganas de provocar una rabieta y matar a cualquier persona que se le pusiera enfrente. Se apresuró a apagar la tv y a cerrar las cortinas y la puerta del patio para sentirse protegida. Echó un vistazo en el sitio donde debería haber estado la alfombra llena de sangre, pero que ya no estaba, y sintió escalofríos. Había tentado al demonio y tenía que darle frente a su manera idiota de provocarlo. Subió a zancadas a su habitación y se dio una ducha rápida por si en caso tenía que escapar si a Egon se le ocurría ir a matarla. Se percató que su teléfono móvil estaba sin batería y lo puso a cargar; y en cuanto la pantalla se encendió, se sobresaltó al ver que alguien la estaba llamando. Un número desconocido. Y ella creía saber de quién se trataba. Se mordió los labios y contestó.

—Te doy tres segundos para que te disculpes—bramó Egon, con voz filosa y fría como la nieve.

—¿Disculparme? Dime por qué debería hacerlo—lo desafió.

—Por haberme insultado.

—Lamento que seas un imbécil—contestó y colgó enseguida. Arrepentida al minuto siguiente, se dejó caer en la cama y cerró los ojos. Y alrededor de cinco minutos luego de la llamada, un mensaje de texto apareció en la pantalla del teléfono. A regañadientes lo abrió y leyó las líneas escritas con estupefacción.

«TE DOY CINCO MINUTOS PARA QUE TE DISCULPES, SHELBY CASH. Y SI AL CABO DEL TIEMPO DETERMINADO, NO LO HACES, ENTRARÉ A TU CASA Y CONOCERÁS AL VERDADERO EGON PEITZ. Y TE DARÁS CUENTA QUE ABRIRLE LAS PUERTAS A UN CRIMINAL COMO YO, FUE TU MAYOR PECADO»

Cuando concluyó la lectura, sintió la garganta seca y áspera. Incapaz de poder reaccionar, se asomó al balcón y no notó nada fuera de lo normal. El sol de la mañana era cálido y abrasador. Pero a juzgar por la advertencia; tenía que pedirle de verdad disculpas a Egon porque si no lo hacía, ella se sumaría a su lista de chicas torturadas y muertas. Se estremeció de solo pensar que él le haría daño. Pasaron exactamente cinco minutos, y de pronto la puerta principal de la casa comenzó a tronar, gracias a que alguien intentaba derribarla con mucha fuerza. Shelby palideció inmediatamente y sintió que sus latidos iban incrementándose a medida que transcurrían los segundos. Tiempo después, los azotes de la puerta cesaron y una calma fúnebre la rodeó. Se animó a salir de su habitación con cautela y se asomó a la escalera con el bate de béisbol, el mismo con el que había golpeado al ladrón y no vio nada extraño. Y dándose la vuelta con toda la seguridad del mundo, ahogó un grito al cruzarse con los ojos oscuros de Egon en el umbral de la puerta de su dormitorio. Él la miraba de una manera que jamás pensó que la miraría: Rabia y salvajismo, mezclado con demencia. Retrocedió poco a poco, pero como Egon sabía bien su manera de actuar, dejó que retrocediera hasta la escalera y luego se aproximó a ella con pasos decididos. Le arrebató el bate con facilidad y en un movimiento rápido, la cogió de los hombros con bastante fuerza y la empujó hasta estamparle la espalda a la pared con rudeza.

—¿Piensas que puedes tratarme cómo basura? ¿Piensas que eres mi igual para tratarme como un imbécil de verdad? —le espetó con tal desprecio que Shelby sintió que iba a llorar. El aliento de Egon le acariciaba el cuello y sus ojos negros la hipnotizaron por un momento.

—¡Tú empezaste! ¡Me encontraba de lo más tranquila hasta que llamaste! —le gritó, queriendo zafarse de sus manos que la tenían inmovilizada bruscamente.

—Solo quería asegurarme que estuvieras bien y no contaba con que me insultarías—rio con ironía—¿Sabes qué le hago a las personas que intentan agredirme? —ella negó con la cabeza—les rodeó el cuello con las manos—comenzó a rodearle el cuello con suavidad y ella lo miró horrorizada—y comienzo a presionar lenta y cruelmente hasta que el aire ya no llega a los pulmones y la tráquea se parte en dos. Es una muerte exquisita y tiene tiempo que no la efectúo.

—Si vas a matarme, hazlo rápido—le instó con los ojos llorosos, los dedos de Egon le recordaron el suceso con el ladrón y se estremeció, porque aún tenía la piel sensible del cuello—pero quedará en tu puñetera conciencia haberme matado. Yo te ayudé cuando más lo necesitaste y si quieres matarme, hazlo. No pondré resistencia—cerró los ojos, preparada para morir en manos del chico que le gustaba. Las lágrimas habían comenzado a rodar por sus mejillas, cuando de pronto las manos de Egon dejaron de tocarla. Abrió los ojos lentamente y lo encontró negando con la cabeza.

—Solo pídeme disculpas, maldita sea.

—No quiero.

—¡Hazlo! —le ordenó él, con los ojos en llamas—¡Di que lo sientes y que jamás volverás a faltarme el respeto!

—No lo haré. Mátame si quieres, pero no te pediré disculpas por algo que no me nace.

Egon, presa de la locura, levantó la mano, dispuesto a abofetearla y ella ni si quiera cerró los ojos cuando sintió el impacto de la palma de él en su mejilla y gran parte de su cara. La cabeza le giró hacia la izquierda con un sonido sordo y un ruido espantoso se disparó dentro de su oído, dejándola aturdida, pero no idiota. Volvió el rostro con cólera y agarrándose la mejilla, miró a Egon con tal asco y desprecio, que lo dejó desconcertado. Él mismo se miró la mano con la que acababa de golpearla y se horrorizó. La miró y sintió la repulsión que ella sentía por él en ese momento.

—Puppy—dijo en un susurro, pero ella se frotó la cara con frialdad—Shelby, yo...

—¡Lárgate de mí casa, Egon Peitz!

—Espera, yo...

Dio un paso a ella y Shelby retrocedió.

—¡Llamaré a la policía si no te largas de mi casa ahora mismo!

Egon apretó la mandíbula sin dejar de verla y asintió. Se dio la vuelta con los puños cerrados y echó a correr en dirección al balcón de la habitación de Shelby. Y cuando se cercioró de que ya se había ido, se dejó caer al suelo y rompió a llorar de furia y enojo. ¿Qué había pensado? ¿Que Egon podría alguna vez quererla o cambiar por ella? Vaya estupidez tan absurda. Tal como decían las adolescentes de las redes sociales: Solo en los libros, se encuentra el hombre perfecto y aunque sea un maldito psicópata, terminará enamorado de la chica. Pero en su caso, era la vida real. Ese chico homicida, al que le había abierto las puertas de su casa; la había golpeado con tal fuerza sin importarle nada y era un claro aviso de que todo tenía que terminar. Se olvidaría de haberlo conocido y continuaría su vida como siempre. Le importaba un carajo si había un ladrón buscándola. Ya se las arreglaría sola. Se levantó del suelo con fiereza, cuadró los hombros y entró a su habitación para limpiarse la cara. Como su cabello seguía húmedo, se colocó frente a la secadora para tratar de olvidar el momento espantoso. Apagó su teléfono y decidió dormir un rato. Y no despertó hasta que Caroline llamó a su puerta con insistencia. Despertó desorientada y abrió bostezando.

—Por el amor de Dios, ¿Qué te ha pasado en la cara? —recordó de golpe la bofetada de Egon y sacudió la cabeza antes de responder.

—Creo que me he golpeado con el filo de la isla de la cocina cuando cocinaba.

—Mamá tiene crema—arrugó la nariz—por cierto, Evan se ofreció a ir a dejarnos y a traernos de la escuela—le contó emocionada.

—Mamá sabe que no iré a clases hasta el lunes.

—Bueno, en eso tienes razón. Debes descansar, porque tanto tu cuello y tu mejilla necesitan ayuda urgente.

—Estaré bien. Solo quiero seguir durmiendo.

—¿No vas a comer?

—Bajaré a cenar.

—Mamá subirá más tarde porque todavía sigue atendiendo llamadas de la policía sobre lo de ayer y sobre lo del sujeto de su trabajo. Papá se ha dormido en el sofá de tanto cansancio y voy a ayudarlo.

—Estaré aquí si me necesitas—Shelby sonrió cansadamente.

Caroline sonrió y abandonó la habitación dando saltos y cantando la canción de Demi Lovato, Heart Attack. A veces su hermanastra le daba pena ajena y la envidiaba por ser tan feliz con cosas tan banales. Bajó a cenar sin ganas y lo único que hizo fue picar las verduras de su plato y dejar que su madre le aplicara la crema en la mejilla y en el cuello.

—Lamento que la cadena de tu dije se haya perdido.

—Yo lo lamento más porque me encantaba—suspiró con tristeza.

—Tienes suerte de que un policía lo encontrara debajo del sofá—esbozando una sonrisa, su madre sacó del bolsillo la cadena y el dije de revólver, y aventuró a tendérselo en la mano.

—Ya lo hacía por perdido. Gracias mamá.

Sorprendentemente, Shelby abrazó a su madre con fuerza, algo fuera de sí; ya que nunca era normal que ella lo hiciera, pero necesitaba un abrazo. Quería sentirse protegida en los brazos de su madre después de mandar al carajo al único chico que le interesaba. El abrazo se profundizó y sintió que su autocontrol comenzaba a flaquear y se esforzó por mantenerse al margen. ¿Por qué el chico que le gustaba tenía que ser un homicida demente? Antes pensaba que tener un novio de ese tipo iba a ser excitante y fabuloso, pero al parecer, el destino de encargó de cumplirle su deseo y hacerle ver la cruel realidad. Egon era como un tiburón. Atacaba por instinto y sin tener la menor noción de sus actos. También era como un León, que estaba dispuesto atacar a la mano amiga que alguna vez lo alimentó sin sentir culpabilidad.

Ella jugó a domar al León, pero no se percató que de pronto comenzaría a tener un cariño especial por la bestia.

Ahora él le había levantado la mano sin importarle lo que era ella. Su amiga.

—¿Qué pasa, cariño? —interrogó su madre con insistencia. Shelby se había quedado en blanco durante un largo rato.

—Me duele la cabeza. Eso es todo—se apartó de los brazos de Trixie y comenzó a subir la escalera, rumbo a su recámara.

Estando ya en su habitación, buscó su teléfono, poner música para dormir y olvidarse de una vez por todas de Egon Peitz y entornó los ojos al ver un mensaje de texto en la pantalla.

«LO QUE PASÓ HACE UNAS HORAS NO DEBIÓ PASAR. ENTIENDO SI YA NO QUIERES VOLVER A VERME, PERO NO ME SEPARARÉ DE TI HASTA QUE ENCUENTRE AL SUJETO QUE INTENTÓ ASFIXIARTE. EGON.»

Furiosa, comenzó a escribirle una respuesta llena de veneno y un sinfín de sentimientos encontrados.

«NADIE, ENTIÉNDELO BIEN, NADIE ME HA PUESTO UNA MANO ENCIMA NUNCA, EGON PEITZ. Y POR CASUALIDAD FUISTE EL PRIMERO, PERO NO VOLVERÁ A PASAR PORQUE ME DAS ASCO Y TE ODIO. Y CON RESPECTO AL LADRÓN, ME VALE UN CARAJO SI QUIERES CUIDARME O ACECHARME. MIENTRAS NO TE ACERQUES A MI FAMILIA ME DOY POR SATISFECHA. BUENAS NOCHES.»

A lo que él respondió.

«BUENAS NOCHES. TARDE O TEMPRANO TENDREMOS QUE HABLAR.»


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