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26

Cuando Shelby se preparaba para replicar, apareció Egon en la estancia con una leve sonrisa torcida, que logró que ella cerrara la boca y lo mirara de soslayo. Echó un vistazo rápido a las vendas que adornaban sus manos, dejando solo a la vista sus dedos. Ahora era él quién tenía las manos lastimadas. Ironías de la vida.

—¿Qué te ha parecido Martha? ¿No es estupendo que siga con vida? —dijo con entusiasmo y tomó asiento al lado de Shelby y algo apartado de la anciana que lo miraba con cierto interés. Shelby, a su vez, se obligó a sonreír de oreja a oreja para complacerlo.

—Es adorable—mintió lo mejor posible, regalándole una deslumbrante sonrisa a Martha Beck, quién asintió con desenfado.

—También tu novia es adorable, Egon—concluyó Martha, riéndose —aunque es muy reservada.

Dentro de la cabeza de Shelby, no dejaba de darle vueltas al asunto. Tenía apenas horas de conocerse esa anciana y Egon; ¿cómo era posible que tuvieran una amistad con tanta confianza? Ella ni si quiera había logrado que él le tuviese tanta confianza como con la anciana y se sintió ofendida.

—Existen personas que, si no hay nada más que añadir al respecto, se quedan en silencio y Shelby es una de ellas. Es muy reservada. Tiene una de las mejores virtudes—él la defendió con las cejas juntas y se relajó en el sofá.

—¿Qué era lo que tenías que plantearme, Egon? —Martha cambió drásticamente de tema e ignoró completamente a Shelby. Solo se dirigió a él, como si solo ellos dos estuvieran en la habitación.

—Atacaron a Shelby mientras fue el apagón—comentó entre dientes—y quiero buscar a ese imbécil para matarlo.

—Ajá. ¿Y qué más? —inquirió la mujer, arrugando la nariz, mirando de reojo a Shelby, quién quería partirle la taza en la cabeza.

—Estaba pensando... —titubeó él y se quedó en blanco por unos segundos. Miró temeroso a la anciana y después se irguió en el sofá con los ojos puestos en ella—si podrías prestarme dinero para que yo pueda estar con Shelby y cuidarla. O si tienes algún lugar oculto que me puedas otorgar por unas semanas.

—Claro que sí. Pero, ¿Qué gano yo al ayudar a tu novia?

No es mi novia—aclaró Egon, en un siseo y Shelby apretó los labios con vergüenza—pídeme lo que quieras y estaré encantado de complacerte. Estoy en deuda contigo hasta que me muera, pero ayúdame a protegerla.

Shelby percibió el brillo psicópata en la mirada de esa anciana y sintió escalofríos.

—Lo discutiremos después y en privado—respondió la anciana, haciendo énfasis en la última palabra—tengo una casa amueblada cerca de Central Park; donde solamente personas de alto rango viven allí. Nadie sospecharía que dos muchachos con instintos asesinos habitan ahí. Solo que tardaría unos días para entregarte las llaves, Egon.

—¿Por qué? —gruñó.

—Porque tengo que realizar unas llamadas. Hay una pareja de inquilinos viviendo ahí y tengo que echarlos.

—Bien. Échalos de esa casa y me entregas las llaves—añadió Egon, con arrogancia.

—No es necesario echar a nadie de ahí... —protestó Shelby, con voz temblorosa.

—Puppy, por una vez en tu vida, cierra la boca. Todo lo que estoy haciendo es por ti. Para tu bienestar y seguridad. Rastrear a ese bastardo tardará días y mientras tanto, necesito tenerte bajo mi protección.

—También deberías hablar con tu jefe—replicó ella, con ojos acusadores.

—Ah, sí. Ella tiene razón, Egon—terció Martha, irritando a Shelby—en el ático tengo lo que necesitas para comunicarte.

—¿Computadoras capaces de evitar que rastreen tu IP? —quiso saber Egon con incredulidad.

—¿Parece que estás hablando con una abuela común y corriente, idiota? —lo reprendió con sarcasmo y él se mostró intimidado. Shelby apenas y podía respirar con normalidad.

—Está bien. Está bien—dijo él, azorado—¿Puedo usarlo ahora? Cuánto antes hable con mi jefe, mucho mejor.

—Claro. Ve.

—¡¿Puedo acompañarte?!—exclamó Shelby, precipitadamente. Le aterraba la idea de volver a quedarse sola con esa mujer.

—No, Puppy. Es peligroso. Sí mi jefe llega a verte, no parará hasta encontrarte y... —sus palabras quedaron flotando en el aire y sacudió la cabeza—nada. Olvídalo. Ven conmigo, pero tendrás que quedarte detrás de la puerta.

Shelby asintió sin pensarlo y lo siguió hasta la escalera. Sintió la mirada fulminante de Martha a sus espaldas, e incluso pensó que sus ojos atravesarían su cuerpo de tanta rabia. Se sacudió aquella absurda idea y subió detrás de Egon. Él se miraba totalmente diferente a como el día que lo conoció, o sea unos cinco o seis días atrás en la prisión de Austria. Ahora él parecía ser un chico normal sin ningún tipo de trastorno homicida. Y no quería aceptarlo, pero Martha Beck había influido bastante en él. Un día atrás Egon aún era manipulador y bipolar, en cambio, en ese momento, parecía normal. E incluso la había tocado más veces y sin repulsión. Ni si quiera se quejó cuando ella lo agarró de la mano al subir la escalera de esa horrenda, pero elegante casa. Él no la soltó hasta que llegaron al último escalón frente a una puerta, que era el ático. Se volvió para verla y suspiró.

—Quédate aquí y por ningún motivo abras la puerta cuando yo esté adentro, ¿okey? Y mucho menos hables.

—¿Por qué le temes tanto? Eres Egon Peitz, el asesino más temible del mundo—vaciló y él poniendo los ojos en blanco, sonrió.

—Sí. Pero Marlon Blake está realmente desquiciado. Está loco y es un pederasta, tratante de personas, violador, sicario, narcotraficante y secuestrador. Sin decir que cuenta con más de mil personas que harían cualquier cosa por el—susurró en voz baja. Y para ese entonces, Shelby estaba pálida como la nieve—así que sé buena chica y quédate aquí.

—¿Le tienes miedo?

—¿Quién no le tendría miedo? Aunque no le tengo miedo por mí. Sino por ti. Temo que te encuentre y...

—¿Y...?

—Y ya fue suficiente—gruñó y puso una mano sobre la perilla de la puerta—aguarda aquí.

Shelby asintió con el ceño fruncido y lo vio entrar a esa habitación. Deseó entrar con él, pero tenía que acatar las reglas o si no, iba a salir perjudicada. Era absurdo pensar que él estaba protegiéndola incluso de su jefe, cuando quizás en un principio había pensado llevarla con ese tipo. Perturbada, se obligó a regañadientes a dejar de pensar en estupideces y esperar. Se sentó con la espalda pegada a la pared y las rodillas apretadas al pecho. Pero su vista puesta en la escalera por si a Martha se le ocurría subir y asesinarla.

«Egon Peitz»

Cuando entró al ático, su corazón, por primera vez en años, comenzó a latirle con mucha fuerza, haciéndole llegar al grado de sentirse asfixiado por el temor. ¿Qué demonios le pasaba? Era solo su jefe. Marlon Blake, el sujeto con el que había tenido riñas sin perder la cabeza. El sujeto que lo veneraba por ser tan eficiente. Hizo crujir los huesos de sus manos y de su cuello antes de tomar asiento frente a la vieja computadora que tenía a unas pulgadas de distancia. En sí, la habitación estaba vacía. Solo había una mesa y una silla de madera. En la mesa estaba la computadora y él se encontraba sentado enfrente. Ni si quiera había ventanas, solo una lámpara para darle más misterio al asunto. Con los dedos temblorosos, encendió el aparato y un sinfín de puntos infrarrojos aparecieron en la pantalla y luego una luz azul sobresalió cerca del mouse, indicándole que colocara su dedo encima. Era un escáner. Y de pronto, su rostro, que había aparecido en los sitios de los más buscados, apareció en la pantalla con toda su información. Leyó todo el artículo y divisó una opción de ocultar IP y su foto. Clicleó en varios sitios más hasta que entró a la base de datos del rastreador que Marlon Blake le había enseñado para localizarlo. El satélite comenzó a buscar por todo el mundo hasta que una luz se plasmó sobre Austria. Aspiró hondo y clicleó para invadir la privacidad de Jake, el cerebro y rata informática que cuidaba el centro de investigaciones de Marlon. Se preparó para la oleada de candados virtuales y comenzó a abrirlos sin problema hasta que un virus hecho por Jake interceptó su cometido.

"IDENTIFÍQUESE"

Apareció una advertencia en letras rojas y Egon comenzó a teclear su nombre en el espacio requerido.

"EGON PEITZ. ESTÁS EN PROBLEMAS"

Definitivamente Jake estaba detrás de una pantalla tratando de asustarlo.

Y sonriendo con malicia, respondió.

"SÉ MENOS ESTÚPIDO Y CONÉCTAME CON MARLON".

A lo que le respondieron.

"ESTARÁS MUERTO MUY PRONTO".

Egon, sulfurado, escribió.

"TU CABEZA ESTARÁ DENTRO DE UN RECIPIENTE DE CRISTAL SI NO ME CONECTAS CON MARLON. SABES QUE CUMPLO MIS PROMESAS".

Sonrió abiertamente cuando ingresó a la dirección personal de Marlon enseguida. Pero su sonrisa se desvaneció al ver el rostro de su jefe en la pantalla. Estaba furioso y una vena le palpitaba en la frente, adquiriendo un aspecto más demente de lo habitual. Estaban cara a cara. Y Egon agradeció estar detrás de esa pantalla.

—¿Dónde carajos has estado metido estos últimos días? —vociferó su tierno jefe con los ojos entornados, sin darle tiempo de responder—¿Por qué mataste a Gale? ¿Por qué eres tan estúpido e idiota? ¿No te das cuenta que necesitamos con urgencia nueva mercancía?

—Asesiné a Gale porque era un estorbo—respondió secamente—estoy en Norteamérica.

—Eso ya lo sé. Estás en Nueva York.

Se quedó pálido ante las palabras de su jefe. ¿Ya sabía dónde se encontraba?

—No te quedes sorprendido, bastardo estúpido. Yo lo sé todo—rio con sorna—no te me ibas a escapar tan fácilmente de las manos.

—¡Yo no estaba escapando, joder! —espetó furioso—por eso es que me estoy contactando contigo. Me costó trabajo hacerlo y no seas tan idiota conmigo. Soy lo mejor que tienes y me necesitas.

—Tienes razón—asintió, curvando las comisuras de sus labios hacia abajo como si estuviera triste y después sonrió—aunque también tengo a Norman, él es el mejor, después de ti, claro.

—No menciones el nombre de ese hijo de perra—gruñó y apretó los puños con fuerza.

—Oh, cállate—rodó los ojos y jugó con su anillo de diamante que tenía en el dedo pulgar—bueno, ¿cuándo piensas traer tu trasero a Austria?

—En cuanto pueda. No tengo los recursos necesarios para volver.

—Estás de suerte, Egon—añadió, mirando directamente a sus ojos—envié a Norman White a buscarte. Y desde hace días llegó a Nueva York.

Los ojos de Egon se desorbitaron y se quedó sin habla. Su lengua era como una lija y la garganta seca. Sintió que la bilis amenazaba con subirle a la boca.

—¿Qué? —consiguió decir.

—Sí. Pero hay un detalle—se burló con una risita—le di órdenes de matarte. Le pedí que trajera tu cabeza a mis pies, ya que no pensaba que me rastrearías. Es una pena, Egoncito.

—¿Qué? —repitió—debe ser una maldita broma. ¿Qué demonios te pasa? ¿mi puñetera cabeza?

—Sí—sonrió, maravillado.

—Sabes que soy más fuerte que él y que tal vez yo te lleve su cabeza—siseó con veneno.

—Entonces hazlo. Encárgate de traer su rubia cabeza ante mí y estarás perdonado por no haber llamado antes y por la muerte de Gale. Mi hermano.

Egon parpadeó y sintió náuseas.

—Sí. Era mi hermano adoptivo, pedazo de mierda.

—Yo no lo sabía—dijo Egon, a la defensiva.

—Ahórrate tus estupideces y lárgate de aquí.

—No estamos en persona, Marlon—carraspeó.

—¿Qué más da? Lárgate de mí conexión—alargó una de sus manos y cogió el control remoto que reposaba a su costado—estaba a punto de ver pornografía y cagaste mi orgasmo. Vete y tráeme la cabeza de White antes de que él lo haga contigo.

Haciendo una mueca de asco y repugnancia, Egon quitó la conexión y se encargó de desconectar la computadora, por si acaso. Se quedó un rato respirando con dificultad en la silla. Sus ojos se fijaron en una mancha en la pared, pero su mente trabajaba a toda máquina.

Norman estaba en Nueva York.

Norman estaba muy cerca.

Norman podría haber sido el bastardo que había atacado a Shelby. No. No. Si ese infeliz hubiese sido ese maldito atacante, no hubiera permitido que ella y su hermanastra quedaran con vida. Pero las había amenazado... tal y como lo hacía. Incluso él mismo lo hacía y cumplía sus promesas. Se sintió extraño al no poder concebir que algo malo le sucedería a Shelby Cash; su primera amiga. Quizás se debía a que era muy inocente y de alma pura, aunque algo retorcida. Ella era suicida y él homicida. Los unía un lazo muy fuerte: La muerte. Y eso hacía que él se sintiera bien con su presencia y compañía. No entendía cómo es que no había descartado todavía la idea de usar a Shelby como ofrenda a Marlon con el fin de enviarla de prostituta en alguna parte del mundo. Antes le había causado risa y ahora solo deseaba cuidarla y apartarla lo antes posible de su vida. Ella no era apta para ver las atrocidades en las que él estaba acostumbrado a vivir. Su vida era sumamente diferente al de ella. Shelby tenía personas que la amaban y protegían. Egon tenía personas que lo despreciaban y que lo hacían enfurecer, haciendo que sacara lo peor de sí. Ella tenía una sonrisa gloriosa, una risa divertida y contagiosa. Tenía una mente alocada e intimidante. Sabía cómo tratarlo y eso a él lo aturdía. En cambio, Egon, él tenía una sonrisa psicópata que reflejaba años de sufrimiento y muerte. Su risa era áspera como una lija y filosa como una daga. Tenía una mente perversa y siniestra; incapaz de ver algún rayo de luz. Todo era oscuro dentro de su cabeza.

Ella era luz y él oscuridad.

¿Acaso Shelby Cash podía hacerlo salir de todo aquel desastre que era su vida? No. No. No. No. Sonrió para sus adentros al darse cuenta que estaba fantaseando demasiado. Él era un asesino. Un ser que encontraba placer matando personas sin sentir la menor culpa y no podía ser posible que una chica de casi veinte años lo estuviera haciendo cambiar de parecer. Aquella era la vida real; no un libro. Nadie cambiaba tan rápido. Sentía la muerte correr por sus venas y sus pensamientos le susurraban sangre de personas inocentes. Y una imagen nítida atravesó de pronto su cabeza. Norman White decapitado a sus pies. La idea retorcida de tenerlo en sus manos y sin vida, le iluminó la mirada y el día. De pronto, recordó que Shelby se encontraba detrás de la puerta y enfureció su rostro. Ya había dejado pasar tantas sonrisas con ella. Era hora de retomar su verdadera vida. Shelby Cash conocería al verdadero Egon Peitz. Ya había conocido un poco al chico que alguna vez fue antes de ser asesino, pero ya no más. Su yo del pasado apenas y existía, en lo más profundo de su ser; y no estaba dispuesto a dejarlo salir y ser débil nuevamente.

«Shelby Cash»

Había comenzado a cabecear en la pared y estuvo a punto de caerse varias veces y de un impulso, se despertó completamente. Miró a todos lados y de pronto cayó en la cuenta de que el motivo de haber despertado, era la puerta. Egon había salido del ático con la mirada furtiva y fulminante. Y al verla, aquel brillo amenazador se incrementó.

—Hola—lo saludó con una sonrisa. Pero él no le hizo caso y continuó su camino al piso inferior. Frunciendo el ceño, ella lo siguió, guardando una distancia incómoda. Intentó agarrarlo del brazo, pero Egon se las ingenió para apartarse antes de que ella le rozara la ropa con los dedos.

—Martha—argumentó con seriedad. Shelby se detuvo justo a tiempo de incrustarse en su masculina espalda.

—¿Cómo te fue? —apareció por el umbral de la sala con un cigarrillo entre los dedos. De sus labios se deslizó un hilillo de humo hacia el techo.

—Logré hablar con mi jefe. Y hay algunos asuntos que debo resolver—se frotó el puente de la nariz con las yemas de sus dedos y después ahogó un suspiro—cuando tengas arreglado lo de la casa que vas a prestarme, me dices. Iré a dejar a esta chica a su casa. Regresaré en la noche.

—Okey. Llévate las llaves porque voy a salir esta noche y es probable que no vuelva hasta mañana.

—De acuerdo—cogió las llaves del perchero de la puerta y miró a Shelby—andando.

Minutos después, los dos se hallaban de regreso en el escarabajo. Shelby percibía la incomodidad de Egon y su cambio de humor mezquino. Se moría de ganas por preguntarle cuál era su problema, pero prefirió quedarse callada. A decir verdad, era posible que su humor estuviese así por su asqueroso jefe. No quería ni imaginarse que sinfín de groserías e insultos le propició.

—A la mierda todo—refunfuñó encolerizada. Egon la miró de reojo y siguió conduciendo—no quiero irme a vivir contigo a ninguna parte. Quédate con esa anciana.

—Ya lo decidí. Vas a estar bajo mi vigilancia hasta que logre matar a ese maldito.

—Estoy muy bien. Y no me pasará nada—replicó ella, pero era más un berrinche por su cambio de humor—así que no te sientas obligado a cuidarme.

—¿A qué se debe tu berrinche?

—Dímelo tú.

—Escucha, Shelby—sentenció con irritación—quiero protegerte a toda costa porque acabo de enterarme que mi jefe envió a buscarme con el tipo que te comenté.

—¿El que fue entrenado como tú y que es parecido en todo lo que has hecho? —se mostró asustada. Egon asintió.

—Está aquí, en Nueva York, desde hace unos días, según me dijo mi jefe y no quiero sacar conjeturas—apretó los labios—solo hay dos personas en este mundo que amenazarían a sus víctimas con matarlas después y cumplir sus promesas. Una de esas personas soy yo y la otra es él.

—¿Crees que mi atacante fuese él? —de pronto sintió pánico.

—No es seguro, ¿okey? No quiero que te sugestiones. Es solo una teoría.

—Estoy asustada—se abrazó a sí misma—además, Caroline también está involucrada.

—Tienes que hablar con ella. Ordénale que no se despegue de su novio en lo que resta de la semana.

—¿Qué tienes en mente?

—Es posible que Martha nos otorgue esa casa para el sábado, pero mientras tanto tú tienes que estar en casa con ella. Y si es necesario, no salgas ni la dejes salir.

—¿En verdad ese sujeto está aquí?

—¿Crees que miento? —masculló, hecho una fiera. Sus manos apretaron con fuerza el volante y después se tranquilizó—basta de interrogantes, iré a dejarte a tu casa y tienes que prometerme que no irás a la escuela por lo que resta de esta semana. Yo no podré estar cuidándote hasta que no estemos bajo el mismo techo.

—¿Qué excusa le doy a mi madre?

—Tu ataque—apretó la mandíbula. Su rostro se ensombreció al pronunciar esa frase como si con mencionar "ataque", ese idiota se aparecería frente a ellos en ese momento.

—Ese bastardo rompió la cadena de mi dije de revolver—se lamentó—y se perdió. Mamá me comprará un repuesto.

—Te voy a obsequiar un arma de verdad y no se te perderá.

—Gracias—rio.

Él estuvo a punto de esbozar una sonrisa y se arrepintió. Se mordió los labios ocultando el gesto. Shelby, obviamente lo notó.

—Desde que saliste del ático, tu humor y personalidad cambió por completo.

—No. He retomado mi temperamento—la corrigió, con cara de pocos amigos—así soy siempre, Puppy. No esperes algo más de mí porque no lo encontrarás.

—Sonríe para mí.

—Sonreír solo lo hace la gente feliz.

—¿No eres feliz?

No. La felicidad es como una enfermedad que la mayoría de personas la padece y bueno; yo soy inmune a ella.

—No seas paranoico. La felicidad está en todas partes. Por ejemplo, ahora; soy y me siento feliz porque tengo un nuevo amigo muy interesante. O sea, tú. Y por eso sonrío—esbozó una enorme sonrisa, dejando perplejo al chico, quién detuvo el coche en la acera de la casa de Shelby.

—No seas ridícula. No sientas felicidad por tenerme aquí, soy una mala persona y muy mala influencia para ti.

Y con brusquedad, abrió la puerta del coche y salió como alma que lleva el diablo. Shelby arqueó las cejas e hizo lo mismo, solo que con decencia. Halló a Egon recargado en un árbol con la mirada puesta a todos lados.

—Toma las llaves—se las dio y ella a regañadientes las aceptó—recuerda lo que te dije: No vayas a la escuela y no salgas. Yo vendré a buscarte.

—¿Podrías decirme el nombre de ese idiota que está aquí? Solo para estar preparada.

—Es mejor que no lo sepas—eludió y comenzó a caminar en dirección opuesta.

—¿No quieres que te preste el escarabajo?

—No. A ti te hace más falta que a mí—agitó una mano sin voltear a verla—métete a tu casa.

Irritada, se dio la vuelta con frustración y se metió a su casa, esperando encontrarla vacía. Ya que por fuera no se notaba nada sospechoso. Pero tal sorpresa se llevó al hallar un sinfín de policías aún inspeccionando la escena del "crimen". Extrañada por no haber visto ninguna patrulla afuera, recogió algunas cosas del suelo y pasó dando zancadas hasta la escalera.

—¡Shelby! —alcanzó a oír su nombre salir de los labios de Caroline y se detuvo a mitad de la escalera.

—¿Qué?

—Mamá se quedó muy preocupada. Fue con papá a dar su declaración y faltas tú. Tienes que hablar con la policía.

—¿No has declarado ya?

—Sí. Pero también tú debes hacerlo.

«Norman White»

Luego de haber sufrido una paliza por parte de unas ridículas féminas, Norman se encontraba gravemente herido en la cama de Lola Calvin; bajo los cuidados de la madre de esta. Tenía el labio inferior reventado, la ceja partida y el cráneo casi fisurado. Había recibido tres suturas por diferentes partes de la cabeza y apenas podía resistir el insoportable dolor. Había aprovechado la ocasión de un apagón en toda la ciudad y no pensó que sería golpeado con tal brutalidad. Estaba furioso. Y era obvio que volvería a verlas y las mataría como gusanos. Pero al menos estaba orgulloso de algo: Le había servido de mucho las mini clases de Lola para aprender inglés. Era un soberano asno para aprender cosas nuevas, empero fue buena idea poder interactuar con sus víctimas. Le resultó excitante. En su cabeza solo habitaba el rostro de aquella estúpida chica de ojos color ámbar y cabello castaño como el tronco de los árboles. A decir verdad; no estaba tan mal como para llevarla con su jefe junto con Lola Calvin. Las dos idiotas eran una buena mercancía.


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