24
La preocupación que determinaba el estado emocional de Shelby era frustrante. Habían pasado veinte minutos después de las once de la mañana y ya comenzaba a enfadarse. No era posible que Egon la dejase plantada en el campus trasero de la escuela en donde nadie se atrevía a ir a causa de que las instalaciones de un edificio viejo de ahí llevaban alrededor de treinta años en mal estado a causa de un incendio. Los veinte minutos se los había pasado de un lado a otro, caminando y pateando rocas con los tenis sin tener la menor intención de guardar la calma y esperar. A menos que él fuera en días posteriores al "mañana" y ella lo había interpretado de forma literal. Se detuvo un rato a descansar sobre lo que quedaba de una silla de cemento cerca del viejo edificio y se puso a contar del número 1 al 1000 en lo que Egon llegaba.
—Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis... —comenzó a contar con los ojos cerrados y con la voz elevada—siete, ocho...
—... nueve, diez, once, doce...
Abrió los ojos, sobresaltada y se encontró con la mirada oscura de Egon a unos pies de distancia. Shelby lo miró estupefacta de pies a cabeza. Llevaba puesta ropa muy distinta a la que había usado los días anteriores, e incluso se miraba bien duchado y perfumado. Una sonrisa divertida atravesó sus labios y comenzó a caminar hacia ella.
—De seguro te estarás preguntando quién me habrá dado esta ropa, ¿no? —dijo él, riéndose. Se sentó junto a ella y postró sus ojos rápidamente en su cuello. La sonrisa de sus labios fue desvaneciéndose a medida que le escrutaba con más atención— ¿qué demonios son esas marcas en tu cuello?
Alargó una de sus manos con la intención de tocarla, pero ella se apartó de golpe, y él, siendo consciente de las intenciones de Shelby al tratar de ocultar esas marcas, se apresuró a sujetarla del brazo con una mano y con la que le quedaba libre le examinó seriamente el cuello.
—¿Recuerdas mi collar de revólver? —le preguntó ella a su vez, con nerviosismo. Él ni si quiera la miró. Sus ojos seguían sobre su cuello—bueno, pues creo que soy alérgica y...
—¿Quién infiernos te hizo esto? —gruñó enfurecido, pero al notar que ella se quedaba en silencio, perdió la cabeza— ¡Dímelo! ¿Quién te ha hecho esto?
—No es nada—apartó su mano con brusquedad y se levantó de la silla de un salto. Él hizo lo mismo.
—Ay, ¿con quién crees que estás hablando? Yo le he provocado este tipo de marcas a mis víctimas después de estrangularlas, y dadas las circunstancias, que sé reconocer cuando alguien quiere quebrarle la tráquea a otra persona, sé perfectamente que esto es obra de un imbécil que quería, por todos los medios, deshacerse de ti—espetó—ahora dime, ¿Quién trató de matarte?
Los ojos de Shelby se llenaron de lágrimas de incertidumbre e intriga. No pudo seguir reprimiendo las ganas de llorar ante semejante susto que había pasado en la madrugada y sin contar con la protección de alguien a quién acudir. Pensó que quizás él llegaría a protegerla, pero no fue así, y ahora que lo tenía otra vez frente a ella, no controló sus emociones. Le dio la espalda, sollozando e hipando sin poder detenerse. Incluso su respiración era agitada y pegajosa.
—Deja de llorar y dime quién te hizo daño—oyó a Egon peligrosamente cerca de su oreja y negó con la cabeza— ¿No quieres que encuentre a ese hijo de perra? ¿Temes que lo asesine? —siseó, encolerizado—pues no te estoy pidiendo permiso. Lo mataré sin miramientos.
—No—consiguió decir entre jadeos. Sorbió por la nariz y se dio la vuelta para encararlo—no sé quién lo hizo.
—¿Qué? ¿Cómo qué no sabes quién trató de estrangularte? —frunció el ceño con mayor profundidad. Sus perfectos labios parecían una fina línea recta.
—Ayer en el apagó de la ciudad—repuso ella, con la voz temblorosa—alguien ingresó a la casa a través del patio. Estábamos solas, Caroline y yo—prosiguió y se percató que él la escuchaba con absoluta atención—el sujeto estaba en la cocina robando los cuchillos de mi mamá, es algo patético, pero es verdad.
—¿Y dónde es la parte en la que te estrangula?
—Me estranguló después de haberle propiciado una paliza con mi bate de béisbol—argumentó—y si no hubiese sido por Caroline, ahora mismo yo estaría muerta.
—¿Lograste verle el rostro o alguna marca? —apretó la mandíbula.
—Solo sé que debajo del pasamontaña, un fino cabello rubio sobresalía de su cuello. Sus ojos eran grisáceos y su manera de hablar era muy extraña, como si apenas supiera hablar inglés.
—¡Si tan solo te hubiera hecho caso de quedarme en tu casa! —se lamentó, lleno de cólera y se maldijo en su idioma natal—yo hubiera matado al bastardo antes de que te pusiera las manos encima.
Shelby se limpió la cara bruscamente con las mangas de su ropa. Parpadeó con algo de tristeza y se sobresaltó cuando Egon, a unos metros de distancia, se ponía a darle de puñetazos a la pared del viejo edificio con todas sus fuerzas. A cada golpe, a cada sonido sordo que daba contra el muro, Shelby avanzaba hacia él. ¿Acaso estaba enfadado y preocupado por lo que le había ocurrido? ¿O solamente estaba practicando sus golpes? Estaba segura que sus nudillos no habían sanado del todo cuando golpeó la casa de la vecina. A ese paso, se haría añicos los huesos. Sigilosamente se plantó detrás de él y entornó los ojos al darse cuenta que de nuevo estaba dentro del trance del día anterior. La única opción de despertarlo era un beso, pero ya no estaba segura de querer besarlo. Egon se miraba realmente furioso y sexy a la vez. Sus pantalones, que le colgaban debajo de la cadera y su camisa negra manga larga de botones, lo hicieron lucir espectacular; y su rostro endurecido y sonrojado por la adrenalina, todavía más. Definitivamente ella estaba demente.
—Egon, para—susurró—necesitas guardar el control, por favor.
El joven homicida, sin dejar de golpear el muro con sus puños, que comenzaban a sangrar nuevamente, volteó a verla durante un segundo.
—¿Entiendes qué debo encontrarlo y matarlo? —siseó él, entre cortadamente—apuesto que te amenazó con algo antes de irse.
—Solo dijo que me cuidara—sacudió la cabeza—es decir, que Caroline y yo nos cuidáramos porque nos encontraría.
—¿Lo ves? Estará acechándolas hasta acabar con su cometido. Yo también amenazaba a mis víctimas y volvía por ellas a los pocos días—le informó—ahora es diferente. En este momento no soy el cazador, sino el amigo de la presa de otro cazador. Y entre cazadores podemos arreglarlo.
—¿Cómo piensas rastrearlo?
—Tendré que hablar con Martha y decirle si puedes venir a vivir con nosotros o que nos preste dinero para rentar un lugar donde pueda cuidar de ti sin que tus padres se enteren.
—¿Quién es Martha? —intentó sin éxito no demostrar celos, pero falló. ¿Quién demonios era esa tal Martha y por qué tenía que pedirle "permiso"?
Egon dejó la locura de pegarle a la pared y se frotó los nudillos llenos de sangre con una ridícula sonrisa en el rostro.
—Martha Beck—canturreó, excitado—una de los homicidas más brutales del mundo.
Shelby sacó un pañuelo del bolsillo y se lo dio para que envolviera sus manos. Él lo tomó con confianza y en vez de limpiarse la sangre, se limpió el sudor y guardó segundos después el pañuelo en sus bolsillos. Ella no dijo nada, pero frunció ligeramente el ceño porque la sangre de sus nudillos seguía fresca.
—¿Te refieres a Martha Beck, la que murió en la silla eléctrica junto a su esposo, Raymond Fernández en 1951? —Shelby entornó los ojos. Y él asintió con los ojos brillantes—pero no entiendo. ¿Qué hay con ella? ¿Encontraste su lápida o alguno de sus descendientes?
—No. Encontré a Martha Beck en una tienda—suspiró, emocionado—es una anciana, pero aun lleva la locura en su sangre.
—No estoy entendiéndote nada.
—Ella está viva—alardeó él, con alegría excesiva—no murió en la silla eléctrica. Huyó y ahora es una anciana de avanzada edad que decidió ayudarme.
—¿En serio? —la emoción la invadió por completo— ¿Estás viviendo con ella?
—Se puede decir que sí—se inclinó a recoger una hoja de papel llena de polvo y con esa se limpió los nudillos—pasé la noche en la casa de una anciana que en su juventud fue asesina. ¿No es excitante?
—Es excitante, excepto la parte de la anciana—rio ella.
—¿Quieres conocerla? —un brillo infantil se disparó en sus ojos y Shelby no pudo negarse.
—Está bien, ¿Cuándo?
—Ahora.
—¿Ahora?
—Ahora—la tomó de la mano y la condujo a través de un pequeño túnel sucio que anteriormente era un desagüe que daba con la calle, lejos de la escuela.
—¿A dónde me llevas? La puerta está en esa dirección—señaló a sus espaldas, mientras corría detrás de él.
—Sí, pero nadie te dejará salir—miró a todas direcciones antes de empujar una tabla hacia afuera, dando lugar a la sucia calle de la parte de atrás de la escuela, la cual estaba desierta— ¿traes las llaves de tu auto?
—Traigo mi mochila entera.
—Dámelas. Iré por el vehículo, tú quédate aquí.
Le dio las llaves, consciente de que estaba a punto de cometer una locura más en su vida y esperó su regreso con ansias. Se dedicó a verlo correr a la lejanía y no pudo evitar postrar los ojos en su fabuloso trasero. Egon Peitz estaba como para comérselo con y sin chocolate. Siete minutos después, él ya se encontraba conduciendo el auto y ella a su lado, sonriendo.
—¿Quieres vivir conmigo? —preguntó Egon de repente, tomándola por sorpresa.
—¿Vivir contigo?
—Para protegerte—rodó los ojos—no puedo estar en tu casa y tampoco creo que a Martha le haga gracia tener que alimentar dos bocas más, así que lo más lógico es que vengas a vivir conmigo en algún lado.
—Supongamos que digo que sí, ¿con qué dinero?
—Martha me prestará algo, y después...
—¿Ajá?
—Buscaré un empleo.
—¿Y qué hay de tu jefe?
—Créeme que Marlon Blake me vale una reverenda mierda. Ahora me importas más tú, que él y sus órdenes de matar gente.
—¿Estás hablando en serio?
—Muy en serio—le dedicó una leve sonrisa—además, ese desgraciado tiene que pagar por lo que te hizo.
—Quizás también trabaje como tú y es su deber matar personas.
—Sí, pero a ti nadie te va a volver a tocar un pelo. Y de eso me encargaré yo. Puede matar a quién sea, pero no a mi amiga Shelby Cash. Mi Puppy—sentenció—antes yo lo mato con mis propias manos.
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