17
«Norman White»
Llevaba alrededor de dos horas sentado en la acera de la calle del aeropuerto, fulminando con la mirada a cada persona que pasaba a su lado o que subía a un taxi con total felicidad. En su mente, ya los había asesinado tres veces a cada uno. No podía darse el lujo de quedarse ahí para siempre y sobre todo, estar perdiendo a lo idiota el tiempo sin dedicarse a rastrear a Egon. Miró a su alrededor en busca de alguna alternativa para introducirse al corazón de la ciudad sin necesidad de seguir sentado como imbécil en el asfalto y esperando que alguien llegase a ayudarlo. Se frotó los ojos con cansancio y se puso en pie, con la certeza de que encontraría la manera de largarse. Caminó unos cuantos pasos hasta situarse junto a un par de ancianos que esperaban pacientemente un taxi con sus valijas apretujadas en sus débiles brazos, y al notar la presencia de Norman; le regalaron una sonrisa tierna, digna de apreciar. Pero él gruñó y se apresuró a sujetar al anciano de las solapas de su ropa arcaica, la anciana ahogó un grito e intentó golpearlo con su bastón, pero Norman la esquivó fácilmente y de un empujón, la tiró al suelo.
—Deme todo su dinero—le siseó al anciano en alemán, muy cerca de su oreja y sigilosamente sacó de su suéter una navaja diminuta y presionó el filo de la hoja en la espalda del anciano.
—No entiendo qué es lo que dices—murmuró el anciano. Norman resopló y lo liberó. El hombre no podía entenderle ni tampoco él.
—Su dinero—le indicó con señas, pero sin dejar de enseñarle la navaja. La esposa del anciano se levantó con esfuerzo y se aferró a su esposo con el rostro horrorizado. Norman se las ingenió para sacarles todo el efectivo a ese par de fósiles sin llamar mucho la atención y cuando por fin tuvo el dinero, se despidió hipócritamente de ellos dándoles un beso en la frente a cada uno.
—Malditos viejos, ¿Por qué no se mueren ya? —les gritó a lo lejos cuando los vio subir a un taxi rápidamente.
Volvió a sentarse en el suelo y comenzó a contar el dinero que había conseguido. Cuatrocientos dólares. Alzó las cejas, conformado con aquella miseria y recargó su espalda en el muro de concreto que tenía detrás, fijó su atención en cada individuo que entraba y salía del aeropuerto. Pero no había a nadie a quién notar. No percibió peligro en ninguna persona, por lo que cerró los ojos durante un rato porque estaba agotado. Escuchó brevemente el motor de un auto rugir muy cerca de donde él se encontraba descansando, abrió un ojo y barrió todo a su alrededor, en busca del idiota que quería hacerse lucir con su apestoso auto. Divisó enseguida un súper Volvo estacionado detrás de un taxi y un segundo después el motor rugió una vez más. Contuvo el impulso de ir, bajarlo de su auto y golpearlo por hacer semejante alboroto, pero su mente se quedó en blanco cuando vio aquella preciosura de mujer, de ojos azules y cabello rubio, descender de ese vehículo. Enfocó la vista y sí, era muy guapa. Pero aquella belleza venía acompañando al bastardo que bajó un minuto después del asiento del piloto y enseguida tomó su mano para deslizarse dentro del aeropuerto. Norman ya había elegido a la persona que le ayudaría a encontrar a Egon, y esa persona era la rubia más bella del mundo. Mientras pensaba en el método de acercarse a ella, se dio cuenta que su atuendo era el de un indigente y si quería sorprenderla, tenía que estar presentable; por lo que echó a correr dentro del aeropuerto en busca de los sanitarios. Se quitó el suéter que había tenido puesto por dos días y lo cambió por una camisa azul de cuadros rojos. Y unos Jeans negros con sus tenis Nike que tanto le gustaba. Roció casi todo el desodorante sobre su cuerpo y se mojó el cabello. Se cepilló los dientes y se enjuagó la cara. Tiró la asquerosa ropa sucia en el cesto de basura y se colocó su mochila en la espalda, listo para realizar su trabajo. No por nada era el segundo mejor en enamorar chicas ilusas con el fin de prostituirlas y esa rubia de ojos azules no iba a ser la excepción. Aparte de llevarle la cabeza de Egon a Marlon Blake, también le entregaría esa preciosura. Salió de los sanitarios siendo alguien renovado. Su pelo rubio estaba húmedo y peinado desordenadamente, el cual lo hacía lucir sexy. Y sus ojos grises brillaban de perversidad y oscuridad. Tanto Norman y Egon... tenían el alma podrida y oscura. Atravesó absolutamente todo el aeropuerto en su búsqueda. Pasó mirando por doquier, sin encontrarla. Se detuvo unos momentos en la sala de espera, escrutándole el rostro a cada rubia que divisaba, pero ninguna era ella. Hasta que por fin sus ojos repararon en los azules de la indicada. Solo por unos segundos se sostuvieron la mirada porque ella centró su atención en un sujeto algo mayor y en el cretino del auto. Se mordió el interior de las mejillas dándose cuenta que no tendría ninguna oportunidad en la cual acercarse sin que nadie se diera cuenta, por lo que se dedicó a esperar. De pronto, una pareja de chicas le obstruyeron el campo visual con sus rostros risueños y coquetos. Él arqueó una ceja, mirándolas.
—Hola, disculpa, queríamos saber si podríamos tomarnos una foto contigo—canturreó una de ellas, la más guapa que tenía el cabello rizado y rojizo. Pero Norman sonrió y negó con la cabeza.
—No las entiendo—aclaró en su idioma. Y enseguida una de ellas ahogó un gritito de locura, dejándolo perplejo.
—Suerte que yo si logro entenderte—añadió en alemán la fémina, después de asustarlo.
—Hablas alemán—repuso él.
—De algo tenía que servirme mis cursos extras—bromeó.
—Bueno, ¿Qué es lo que me dijeron al principio? —le urgía terminar esa charla cuanto antes para ir en busca de la rubia. Le costaba ser amable por más de diez segundos y peor si no iba a recibir nada a cambio.
—¿Podemos tomarnos una foto contigo? Es decir, eres guapo y ahora que sé que eres de Alemania...
—Soy de Austria—la corrigió, pero sus ojos estaban puestos en la rubia sensual que tenía a solo unos metros.
—Perdón, de Austria—frunció el ceño y codeó a su amiga—te tomarás una foto con nosotras, ¿sí o no?
Encolerizado, ocultó su rabia con una sonrisa y se sacó una foto con ellas.
—Les advierto que, si suben esta foto a internet, las buscaré y...
—¿Nos matarás? —bromeó la pelirroja.
—Sí. Las mataré—siseó en un tono siniestro que provocó el silencio de ambas colegialas. La palidez de la pelirroja hizo que se partiera de risa. Les revolvió el pelo a las dos, y se encaminó a la rubia, quién por suerte había quedado sola en el asiento y se miraba bastante aburrida. Disimuladamente, sacó una menta de su bolsillo y llevándosela a la boca, se sentó junto a ella. Echó un vistazo en su entorno y comenzó su seducción.
—Hola—dijo en inglés, aunque pareció más ser un graznido que una palabra dicha de una persona. La rubia volvió el rostro en su dirección y enseguida él notó el rubor de sus mejillas alojarse en toda su delicada cara.
—Hola—respondió, sonrojada.
—¿Qué haces aquí sola? —preguntó, pero esta vez en su lengua natal. Ella arrugó la frente, mostrándose confundida.
—¿Hablas alemán? —preguntó, sorprendida en alemán. Y él se sorprendió más al ver que ella sabía hablar su idioma.
—Sí. Soy de Austria—contestó, lo más seductor posible—no pensé que aquí alguien lograría entenderme.
—¿Viniste solo?
—Sí. Y he estado aquí por más de dos horas, pero nadie ha querido ayudarme a llegar al corazón de la ciudad—se mostró nostálgico.
—Qué pena escuchar eso—admitió—si quieres yo puedo ayudarte. He venido con mi novio a recoger a su tío, así puedes trasladarte con nosotros.
—Claro—sonrió falsamente—me harías un gran favor.
Se acercó un poco más a ella y alargó su mano para acariciarle una de sus mejillas, pero la retiró de inmediato cuando ella hizo una mueca de dolor.
—Eh, lo siento, ¿te hice daño?
—No, no. Es un golpe—se frotó el área que hasta entonces él no notó, pero que estaba abultada y que gracias al maquillaje no se alcanzaba a percibir—un sujeto loco me golpeó sin razón cuando yo pasé a visitar a una amiga.
—¿Un sujeto? ¿Hombre? —arqueó ambas cejas.
—Sí—bufó, molesta—pero es algo que no quiero recordar. También agredió a mi novio; espero que, si te ve, a ti no te golpee.
—Preciosa, a mí nadie me ha puesto una mano encima y no habrá una primera vez. Si quieres, puedes llevarme ante ese gusano para que le rompa la cara.
—Ay, ¿cómo crees? —soltó una risilla—eso sería meterte en una riña ajena; por cierto, ¿cuál es tu nombre?
Por un momento pensó en inventarle un nombre, pero recordó que era pésimo recordándolo después y prefirió decirle el verdadero.
—Me llamo Norman White.
—Un placer conocerte. Me llamo Lola Calvin—sonrió abiertamente y él no dejó de admirar su belleza. No transcurrió mucho tiempo cuando Trenton Rex y su tío Ben estuvieron de vuelta con el equipaje. Norman se apresuró a levantarse al notar los ojos verdes del sujeto sobre él y Lola. Por su parte, Lola hizo las presentaciones educadamente, pero resultó ser algo incómodo por parte de ambos chicos. Jurándose controlar ante la mezquina mirada del tipo, Norman fingió ser más inofensivo que un insecto y eso a Trenton le pareció lo mejor. El tío Ben tenía cara de «estreñimiento» según el diagnóstico del rubio, porque parecía dolerle algo.
—Así que eres de Austria—le oyó decir a Trenton desde el asiento del conductor y miró a Lola en busca de ayuda. Ella iba traduciendo. Al parecer la chica sabía dominar bastante bien el idioma.
—Dijo "Así que eres de Austria".
—Sí. Soy de Austria, y vine a vacacionar a este hermoso país—rodó los ojos cuando Lola miró a Trenton.
—Dijo "Sí. Soy de Austria y vine a vacacionar".
—Fabuloso, ¿Y qué te llevó a tomar la decisión de elegir este país? Digo, hay otros lugares donde pasársela bien—repuso Trenton con una sonrisa llena de sarcasmo. Aquel rubio no le agradaba. Le resultaba vagamente familiar e incluso le encontraba un leve parecido al nuevo amigo de Shelby, Douglas.
—Dijo "Fabuloso, ¿Y qué te llevó a tomar la decisión de elegir este país? Digo, hay otros lugares donde pasársela bien".
—Necesitaba nuevos aires.
Y así fue toda la conversación en trayecto a la ciudad. Norman se juró mentalmente deshacerse de ese sujeto después de matar a Egon y secuestrar a Lola.
«Egon Peitz»
La tranquilidad en el ambiente era palpable. Shelby habría querido seguir recostada en la cama, con Egon sentado en la alfombra admirando su colección de recortes de periódicos donde mostraban fotografías sangrientas y el rostro de los criminales causantes del alboroto. Pero las horas de seguridad en la casa se estaban agotando, ya que pronto su familia regresaría y no podían ver a Egon metido ahí; y trató de no arruinar el momento.
—Vaya. ¿Me creerías que nunca se me hubiese ocurrido matar a alguien con su propia ropa interior? —soltó una carcajada sin dejar de ver la imagen de un transexual ahorcado con su propia tanga.
—Eso no es nada—le dijo ella, riéndose y buscó entre los recortes una de sus favoritas—esta es la que más me gusta—le enseñó a una mujer que estaba sonriendo plácidamente y a sus pies se encontraba un hombre con los ojos cerrados, muerto, claramente.
—¿Qué hay de interesante en esa horrible mujer? —frunció Egon el ceño.
—Lee que hizo—le dio el recorte y él comenzó a leerlo. A medida que iba leyendo, sus ojos se fueron abriendo por la sorpresa y al término de su lectura, se atacó de risa durante un minuto sin parar, e incluso se agarró el estómago.
—¡Se roció veneno en su parte íntima para que su esposo, al hacerle sexo oral, se envenenara y muriera de placer! Literal—gritó, emocionado.
—Es fenomenal, por eso es mi noticia favorita.
—También tú eres fenomenal—le acarició la mejilla y siguió leyendo los recortes. Shelby no objetó nada ante la caricia y quedó embelesada mirándolo en silencio. Más tarde, Egon se dio cuenta que de seguro su bóxer ya estaba listo y entró al sanitario a ponérselo. Shelby se quedó afuera a esperarlo.
—Pronto vendrá mi familia, Egon—le advirtió a él—y tendrás que encontrar la manera de ocultarte o buscar un sitio donde estar.
—¿Me estás echando? —interrogó él, del otro lado.
—¡No, Egon, no! ¿Por qué siempre que te digo algo, piensas que quiero echarte o que te estoy dando órdenes? —espetó, aburrida de su inestabilidad mental— ¿Quién te ha hecho tanto daño para pensar que te estoy agrediendo?
—Tú no sabes nada, Shelby Cash—rugió al salir y pasó empujándola con el hombro. Ella lo observó bajar corriendo la escalera y lo siguió. Egon recogió la bolsa negra donde Trenton le había dado ropa limpia y volteó a verla a los ojos. Su mirada estaba bañada de algo inexplicable, pero que Shelby percibió como dolor en su interior.
—¿A dónde vas? —se acercó a él, pero Egon retrocedió unos pasos, apartándose de ella.
—Me voy de aquí. Es lo que querías, ¿no? Pues me largo—abrió la puerta y se puso su chaqueta con rapidez, sin dejar de verla.
—¿Qué? —su corazón le dio un vuelco— ¿A dónde te vas? Se supone que eres prófugo de la ley y no tienes a donde ir...
—¿Qué? ¿Acaso no quieres que me vaya? —usó el método psicológico de persuadirla hasta que llegase el instante en el que ella misma comenzaría a rogar por él—soy un asesino, ¿lo olvidas? Me tienes miedo y no te agrada mi temperamento.
—¡No! ¿Quién te ha dicho que no me agrada? Me encanta, eres lo más perfecto que me ha pasado en la vida—balbuceó, atropelladamente—siempre había deseado conocer a alguien como tú y ahora que has aparecido; no puedo dejarte ir.
—Comienzo a pensar que verdaderamente estás loca—vaciló y se quedó paralizado cuando ella le echó los brazos encima, abrazándolo. Él jamás había sido abrazado por alguien y aquello le pareció perturbador, así la retiró con suavidad y retrocedió un paso para que no volviera a tocarlo—no te di permiso de abrazarme.
—¿Puedo abrazarte ahora? —pidió ella, con los ojos bien abiertos.
—No—volvió a cerrar la puerta y rodeándola con cuidado, se sentó en el sofá—Shelby, no vuelvas a abrazarme, ¿okey? —se frotó los ojos con las yemas de sus dedos.
—¿Por qué no? Es solo un abrazo.
—No me gustan los abrazos. No soporto tener otro cuerpo junto al mío.
—¿Alguna vez, aparte de mí, te han abrazado?
Se tardó unos minutos en responder. No entendía por qué aquella chica provocaba que su cuerpo se suavizara y sin razón, comenzara a tener vómito verbal de las verdades.
—No. Nadie nunca me ha abrazado, a excepción de ti.
—¿Y te ha gustado ser abrazado? —intentó presionarlo.
—¡No! ¡Me resultó repugnante! —gritó alterado y pateó la mesita de centro, rompiendo el cristal de un retrato. Pero pareció no importarle— ¡Los abrazos, los besos y los cariños me resultan asquerosos! No deberían existir. Deberían matar a todas las malditas personas que son capaces de hacer eso. Si por mí fuera; no quedaría nadie que quisiera abrazar a otros.
Y después de decir aquellas hirientes palabras cargadas de veneno, abandonó la sala y salió corriendo a la calle. A través de la ventana, Shelby vio como Egon se había puesto a darle de golpes a la pared de la casa vecina, pero lo que más le sorprendió fue ver que de sus ojos rodaban lágrimas y se deslizaban por sus mejillas hasta aterrizar en su pecho. Sin perder más tiempo, echó a correr a su habitación y encendió rápidamente su lap top para buscar ayuda. Ella sola no iba a poder controlar a un homicida que había entrado en estado de shock emocional. Pero nada cuadraba con lo que Egon reflejaba. Los criminales psicópatas—que de ante mano sabía—no podían tener emociones ni sentimientos, pero Egon parecía tenerlos; solo que muy ocultos. Un párrafo en letras negras capturó su atención, donde decía...
Con frecuencia, se han hallado casos en el que los asesinos o secuestradores que supuestamente tienen la incapacidad de sentir lástima o tristeza por sus víctimas, no son precisamente sádicos, sino que han llegado a desistir de las torturas y de las muertes más atroces gracias a que sus víctimas fueron lo suficientemente inteligentes para hacerlos reaccionar y traerles de vuelta las emociones y/o sentimientos. Algunos criminales arrestados, no la mayoría, han declarado que tuvieron que aprender a no sentir ningún tipo de sentimiento ni emoción a la fuerza, ya que no tenía otra opción, pero gracias a sus víctimas retomaron la normalidad en su vida...
Ese pequeño párrafo explicaba la situación de Egon. Él, posiblemente fue normal, pero quizás se obligó a ser lo que es a la fuerza. Aunque no entendía por qué, y tenía que ayudarlo a toda costa antes de que los del vecindario llamasen a la policía por el caos.
Él podía salvarse y tener una vida normal.
A ella le gustaba que él fuera un criminal, pero prefería mil veces que fuera un chico normal, y ahora que sabía que tenía una salida, no iba a dejarlo solo.
—¡Alguien llame a la policía! —gritó su vecina, con horror— ¡Hay un cretino golpeando mi casa!
Sulfurada, se asomó a la ventana y le gritó de vuelta.
—Es mi amigo. Está ejercitándose, a su manera...
—¡Llamaré a la policía!
Corrió escalera abajo, tropezó bruscamente con la pata del sofá y cayó de bruces al suelo, golpeándose fuertemente la cara con el filo de un jarrón de su madre. Se sentó, aguantándose las ganas de gritar y percibió el sabor a sangre en su lengua. Se llevó los dedos a la boca y vio que se había partido levemente el labio al caer. Nada grave. Masculló un sinfín de groserías y se levantó a regañadientes en busca de Egon. Lo encontró destrozando el marco de la ventana de la vecina con sus puños. Con los ojos entornados, vio que él sangraba de los nudillos y que sus ojos estaban idos. Él estaba en estado ausente, lo cual resultaba más peligroso acercarse y tratar de tranquilizarlo.
—¡Egon! —gritó ella a unos pasos de distancia. Él no se percató de su presencia, y siguió destrozando la ventana a base de puñetazos que iban dejando rastros de sangre en la pared— ¡Si no te calmas vendrá la policía y será tu fin! —gritó más fuerte. Él apenas y parpadeó. Estaba absorto pegándole a la ventana, que nada que hubiera a su alrededor le interesaba—Bueno, Shelby—se dijo a sí misma—nunca le has robado el beso a alguien y mucho menos a un asesino; pero si él odia los besos, despertará de su estúpido trance y quizás te propicie un golpe, pero valdrá la pena—tragó saliva y suspiró—no dejaré que lo envíen a prisión de nuevo.
Reuniendo el valor necesario, apretó los puños, infló los pulmones de aire y sacó el pecho al comenzar a caminar directo a él. Era una locura. Un suicidio. Era un verdadero suicidio robarle un beso a un homicida que detestaba el amor; pero ya lo había decidido. Le robaría un beso a ese chico con inestabilidad mental. Se acercó lo suficiente a él y sin pensarlo, lo agarró de la mandíbula con ambas manos, haciéndole girar el rostro a ella. Entonces él la miró y ella cerró los ojos al pegar sus labios con los suyos. Había transcurrido solamente dos segundos en donde Shelby, presa del pánico se vio obligada a robarle un beso a Egon, cuando de pronto, sintió las manos rudas de él apoyarse en sus hombros y empujarla violentamente hacia atrás, haciendo que ella abriera los ojos al tiempo que caía de espaldas al suelo. Los ojos de él estaban envueltos en llamas peligrosas que, incluso Shelby, llegó a tenerle demasiado miedo; por lo que se arrastró hacia atrás con la esperanza de que él no la golpeara. En los labios de Egon había quedado una mancha de sangre, sangre de su labio lastimado y al chico no le importó porque su rostro se desfiguró de asco.
—¡Jamás, en tu maldita vida, vuelvas a besarme! —gritó el joven criminal, lleno de rabia e ira contenida en sus ojos oscuros. A Shelby se le cortó la respiración de tajo al verlo tan enfadado. Egon apretó la mandíbula, meneó la cabeza en negación y con rudeza, se le fue encima, acorralándola contra el suelo y su propio cuerpo—¿No entiendes, Shelby Cash? ¿A caso no entiendes? —le siseó a la cara. Sus narices se rozaban y ella podía sentir su cálido aliento en todo su rostro—no me gustan las muestras de cariño y eso incluyen los besos y los abrazos.
De pronto, él levantó la mano con la palma abierta, dispuesto a abofetearla y Shelby se encogió a pesar de estar debajo de él sin poder si quiera protegerse. Cerró los ojos paralizada y esperó el duro golpe que estaba por impactarse en su rostro; pero nunca llegó. La respiración de él fue incrementándose de manera sorpresiva y la liberó, poniéndose en pie. Shelby abrió los ojos y lo vio agarrarse los cabellos con desesperación.
—Pensé que ibas a golpearme por lo que hice—titubeó ella, aun sentada en el suelo.
—No eres parte de mi trabajo. No puedo golpearte—gruñó, irritado—ahora, solo déjame en paz.
Y echó a correr a la calle sin ningún rumbo fijo al cual acudir. Mientras tanto, el corazón de Shelby quería salírsele a través de la garganta. Permaneció quieta en su sitio y después cerró los ojos, frotándose los labios con las yemas de sus dedos y recordando la textura de los labios de Egon en los suyos. Eran tibios, suaves y muy masculinos.
—Oye, Shelby, ¿estás bien?
Se levantó de un salto cuando escuchó la voz de Caroline a sus espaldas.
—Eh, sí. Es solo que estaba admirando el cielo—soltó una risa idiota que no convenció a su hermanastra.
—Bien, levántate porque el suelo está muy sucio—la miró con desagrado y luego sonrió—he traído algunas cosas que quiero mostrarte y que elaboré en mis prácticas.
—Genial, muéstramelas—dijo, pero su mirada quedó plasmada por donde él se había ido y suspiró, contrariada.
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