16
La manera en la que le susurraba palabras peligrosas en su oreja acerca de las posibles maneras divertidas y excitantes para asesinar a su amiga, le provocó risa. Shelby se partió de la risa ante las ideas malévolas de Egon, incluso él también rio mientras devoraba su hamburguesa.
—En serio. La manera más fácil de acabar con ella sería poniéndola en una silla con la boca cerrada y tirarle ácido corrosivo en el rostro. Esa técnica de tortura nunca falla—bromeó.
—No es mala idea, pero habría muchas probabilidades de que nos arrestaran.
—¿Qué? Puppy, por supuesto que no. Tú y yo huiríamos lejos del país e iniciarías una nueva vida juntos. Piénsalo; puede ser divertido.
Shelby sacudió la cabeza con una sonrisa y prosiguió atacando su desayuno. Lola seguía desmayada y era probable que no despertaría hasta que alguien se dignara a hacerlo por ella. Tampoco es que tuvieran mucha prisa de verla despierta, pero querían echarla cuanto antes de la casa. Y hasta ese momento, Shelby se dio cuenta de lo idiota que había sido al ser su amiga. Todo cariño que sintió alguna vez por esa rubia ya no estaba. Y se había convertido en desprecio y algo de pena hacia ella. Con la llegada de Egon a su vida, decidió que era buena idea cambiar de amistades y conseguir personas que de verdad la entendieran y a pesar de que él era un homicida demente, sentía que había una conexión inexplicable que los unía sin querer.
—¿Quieres que la saque? —le oyó preguntar a él.
—¿Podrás hacerlo sin que nadie se dé cuenta?
—Puppy, ¿con quién piensas que estás hablando? ¿Con un chico convencional? —graznó—puedo deshacerme de ella a plena luz del día.
—Sí, pero ella sigue viva y así quiero que esté—le advirtió.
—No voy a matarla, pero ganas no me hacen falta—retiró la silla del comedor, se sacudió las manos en los pantalones y se dirigió a la sala, donde la rubia estaba. Sin esfuerzo alguno, se la echó encima del hombro como un saco de papas y comenzó a andar en dirección a la calle. Ver a un sujeto sumamente atractivo, sin camisa, descalzo y con una chica sobre su hombro; no era de verse todos los días. Egon provocó que muchos espectadores fijaran su atención en él y se acercasen a hablar.
—¿Qué tiene la chica? —preguntó un señor de edad promedio, con horror.
—Ella está bien—Egon apretó la mandíbula—voy a llevarla a su casa. Apártense de mi camino.
—¿Qué le ha pasado? —preguntó una señora, que al parecer era su esposa.
—Se desmayó—siseó, sin dejar de andar por el asfalto que comenzaba a calentarse por el sol.
—Oh, ¿necesitas ayuda...?
—¡No! Si necesitara ayuda, la hubiera pedido. Ahora cierren la maldita boca y apártense de mi camino.
Dejó a las personas boquiabiertas y continuó la marcha hasta llegar a la casa de Trenton Rex. Y al parecer, él, Shelby y la idiota que tenía sobre el hombro, no habían asistido a clases, lo cual le resultó sospechoso.
—Oye, Rex—le gritó a Trenton, cuya atención estaba en su teléfono. Alzó la mirada y entornó los ojos. Él estaba sentado en su porche—tu chica se desmayó mientras espiaba por el patio de Shelby. Te recomiendo que le pongas una correa a tu perra para que no ande suelta.
La mandíbula de Trenton quedó casi por los suelos al ver a Egon lanzar a Lola a sus pies. Enseguida reaccionó y la alzó en sus brazos, mirando al forastero con recelo y rabia contenida.
—¡¿Quién te crees que eres para tratarla de esa manera?!
—Si te contara mi secreto, no te dejaría vivir para contarlo—le respondió Egon, tranquilamente y se dio la vuelta de regreso a casa de Shelby, pero no contaba que ese idiota dejaría a la rubia en el suelo y correría detrás de él a atacarlo, pero tenía ventaja. Egon ya estaba acostumbrado a ser atacado por la espalda, por lo tanto, se giró al tiempo que Trenton lo embestía y lo tomó de los hombros, estampándole la cara en el asfalto caliente—si gritas o haces algún movimiento extraño, te mataré—vociferó, iracundo. Su autocontrol había llegado al límite—te mataré, eso no lo dudes, pero no será hoy. Disfruta tu vida todo lo que quieras porque encabezas mi lista de este año.
—¿Qué? ¿De qué lista hablas? —preguntó el otro chico en un balbuceo. El asfalto abrasador comenzó a provocarle ardor en el rostro, pero Egon no lo liberó, sino todo lo contrario. Intensificó su sometimiento hasta dejarlo aturdido.
—Cómprale una correa a tu perra—le repitió una vez más Egon, saliéndole un perfecto y elegante acento alemán—y si vuelves a intentar atacarme por la espalda, te partiré el cuello.
Le apretó la mejilla con fuerza haciendo que Rex gimiera de dolor y luego de torturarlo, lo soltó y lo sometió una vez más hasta que por fin se apartó de él, pero no sin antes propiciarle un puñetazo en el estómago, dejándolo sin aire. De vuelta a la casa de Shelby, Egon se dejó caer en el sofá con la respiración agitada. Estaba sudoroso y sonrosado de la cara, cuello, brazos y espalda.
—¿Qué pasó? —quiso saber Shelby conteniendo la respiración. Corrió a la cocina por un vaso con agua.
—Nada de lo que debas preocuparte—aspiró profundamente y cogió el vaso con agua que Shelby le había brindado—gracias, Puppy.
—Vaya. ¿No se supone que odias los buenos modales? —ella sonrió amistosamente. Y se sentó a su lado, mirándolo. Él, mientras bebía el agua, frunció el ceño y luego añadió:
—Eres buena arruinando los buenos momentos, ¿no, Shelby Cash?
—Mmm, bueno. No me des las gracias la próxima vez—bufó y se levantó exasperada del sofá—tomaré una ducha.
De pronto sintió que la mano de él se cernía alrededor de su muñeca, impidiéndole avanzar. Abrumada, volvió el rostro y miró directo a sus ojos oscuros.
—¿Qué te parece si compartimos la ducha? —propuso él, en tono seductor.
—¿Qué te parece si mejor esperas tu turno? —sonrió ella, burlonamente.
—No me gustan las órdenes...
Y sin si quiera molestarse o pararse del sofá, hizo girar a la fémina sobre su propio eje y después le colocó las manos en la cintura para luego sentarla en sus piernas. Shelby, absorta en sus ojos oscuros, parpadeó con rapidez y sintió una descarga eléctrica recorrerle toda su columna vertebral hasta alojarse en todo el cuerpo. Miró instintivamente a sus labios bien formados y tragó saliva.
—¿Te daría vergüenza que yo te viera desnuda? —inquirió él, arqueando las cejas. Enseguida depositó una de sus manos en su hombro, cogiéndole así el tirante de su brasier que sobresalía de la blusa.
—No nos conocemos en lo absoluto—titubeó, sintiendo que sus pulmones iban a colapsar de tanto nerviosismo—no puedo ir por ahí dejando que desconocidos me vean sin ropa.
—Yo no soy un desconocido. Me conoces, me llamo Egon Peitz y soy un asesino. Eso es lo que necesitas saber, cariño—agregó y después jaló el tirante hacia abajo con sutileza—por ahora puedes estar tranquila, no te voy a obligar a darte una ducha conmigo. En algún momento, la que tendrá deseos de ducharse conmigo serás tú y yo no pondré resistencia. Ahora ve a ducharte porque después voy yo—la levantó sin esfuerzo de su regazo y le dio un breve azote en el trasero, dejándola impactada—es una nalgada. No tiene nada que ver con los golpes brutales que proporciono al momento de matar—rio, como si aquellas palabras fueran de lo más normales. El dilema era este: ¿Cómo no le iba a gustar ese chico, si podría ser simpático y buena persona sin si quiera pensarlo? A pesar de carecer de emociones y sentimientos, tenía buen sentido del humor y mejor aún, tenerle demasiada confianza para haberse entregado a su cuidado, sabiendo que bien podría llamar a la policía. Pero no. Egon confiaba en ella y no podía defraudarlo. Sin embargo, no iba a dejar que él se metiera a su ducha. No eran novios y a lo mejor tampoco amigos. Le costaba aceptar que la mera idea le resultó excitante, más no que fuera correcto. Estando dentro del baño, se cercioró de ponerle seguro a la puerta y comenzó a desvestirse. Y al volver a pensar en él, se le erizó la piel y se obligó a mantener la compostura. Nunca se había sentido así por ningún chico. No había salido con nadie aún, pero no porque no hubiera chicos tras ella, porque en realidad lo habían. Demasiados chicos la habían invitado a salir, y la excusa para rechazarlos siempre era: Decir que ya tenía novio, aunque fuera una completa farsa. Simplemente no estaba interesada y tampoco preparada. Era extraño que Egon Peitz, un chico demasiado singular, la llegase a hacer sentir que el suelo se despedía de sus pies gracias a que su mente se disipaba hacia el cielo sin boleto de regreso. No era normal sentir aquella sensación con un chico, a menos que estuviera enamorada. Perturbada, negó con la cabeza ante semejante pensamiento. ¿Ella enamorada de él? Claro que no. Además, no se conocían para nada. Sentía una inexplicable atracción hacia él, pero nada más. Abrió la regadera y dejó que el agua fresca le recorriera todo su cuerpo sin dejar ningún milímetro de piel sin recorrer. Por consiguiente, al término de su ducha, se envolvió en una bata de baño y salió al exterior. Pegó un grito al encontrarse a Egon justamente recargado en el umbral de la puerta del baño, esperándola, sin ropa. Desnudo. Sin nada de por medio. Y solamente una sonrisa seductora y peligrosa adornando su rostro. Ruborizada apartó la fugaz mirada de "ahí" e intentó no verlo una vez más.
—¡Egon! —exclamó la fémina, con los ojos puesto en el techo—¿Por qué estás desnudo? No, ¿Sabes qué? No me respondas. Dúchate y luego hablamos.
Pasó junto a él con sumo cuidado de no tocarlo y corrió a su habitación a encerrarse. El corazón le latía a mil por hora y la imagen de Egon desnudo no podía sacarla de su cabeza. Se apresuró a vestirse con unos Jeans viejos y una playera que utilizaba para salir a comprar la despensa. Nada exuberante ni tampoco vulgar. Se cepilló el cabello y se maquilló un poco, sabiendo que muy en el fondo quería que él la mirara linda.
—Abre la puerta, Puppy.
Dio un respingo y sintió que le daría vómito verbal al verlo. De alguna forma u otra, le daba vergüenza verlo a la cara, por lo que, al abrir, desvió la mirada a otra parte.
—Tengo una toalla alrededor de la cintura—le oyó decir, sulfurado—no tienes por qué apartar tu mirada. Mírame.
—¿Por qué debería mirarte? —poco a poco volvió el rostro a él. Egon estaba bien duchado con una toalla alrededor de su cintura cubriendo su desnudez, empero lo que la hipnotizó fueron las gotas de agua que le escurrían del cabello hasta deslizarse por su firme y torneado pecho. Incluso volvió a deleitarse con su tenebroso y precioso tatuaje de su brazo.
—Porque me gusta ver mi reflejo en tus ojos—resopló con ironía, elevando los ojos al techo, donde enseguida hizo una mueca de desagrado y caminó unos pasos dentro de la habitación con el rostro hacia arriba— ¿Quién es ese sujeto? —señaló el póster que estaba sobre su cabeza.
—Es un actor muy famoso—añadió ella, en respuesta—su nombre es Dylan O'Brien.
—Puaj. Pues está del asco—se llevó las manos a la cabeza y se sacudió el cabello sin importarle haber salpicado de agua todo a su alrededor.
—Si él está del asco; entonces tú estás peor—dijo a la defensiva. Él solamente le dedicó una sonrisa torcida.
—Si estoy tan del asco, entonces explícame, ¿Por qué me miras tanto?
—Porque tú me lo ordenaste—repuso.
—Y porque te parezco muy atractivo, sexy y demasiado rudo—replicó riéndose—y no te atrevas a negarlo. Tu respiración se acelera cada que me acerco a ti o te pongo una mano encima; sin hablar de tus pupilas. Se dilatan al verme.
Por un momento ella no supo que decir porque él tenía razón, pero no iba a dejar que lo supiera, se cruzó de brazos y chasqueó la lengua con total indiferencia.
—Eres guapo, lo admito. Pero, ¿a quién no se le aceleraría el corazón al tener a un chico homicida bajo el mismo techo? Ya que como tu temperamento es inestable; tengo miedo que me hagas daño sin tener la menor intención.
—Eso es buen punto—observó—soy capaz de controlarme más contigo; así que ya deja de preocuparte porque de querer hacerte daño, ya lo hubiera hecho. Ahora te informo que metí mi bóxer en la secadora y más al rato iré por él, mientras tanto me pondré mi pantalón.
Y al ver que ella seguía de pie frente a él, Egon, solo para incomodarla, se quitó la toalla y se giró frente a frente con Shelby.
—Me voy a cambiar—siseó—si quieres verme, siéntate aquí, pero si no, entonces largo de la habitación.
Petrificada, echó a correr a la puerta y cerró de un portazo.
«Vaya idiota», pensó Shelby.
Esperó dos minutos y escuchó a Egon salir con ropa. Se había acomodado el cabello hacia atrás y se miraba tan bien...
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—¿Tiene que ver con el sujeto horrible que tienes en tu techo?
—No.
—Entonces adelante—se cruzó de brazos y se recargó en la pared.
—¿Por qué Douglas? ¿De dónde sacaste ese nombre?
—Lo leí en el gafete de un sujeto en un restaurante y pensé que sería lógico no usar mi verdadero nombre—se encogió de hombros—para todos soy Douglas Dex, pero para ti soy Egon—le mandó un beso invisible y después rompió a reír.
—Supongo que algún día te darás cuenta que no es bueno utilizar el nombre de alguien más. Imagínate si te descubren haciendo un crimen y alguien da tu nombre de forma falsa y....
—Hablas demasiado—se frotó las sienes con cansancio—basta, Shelby. En serio, no quiero molestarme a estas horas.
—Ya. Ya no hablaré más—resopló, un tanto molesta y se puso en pie del suelo con la intención de coger las llaves del escarabajo y salir a dar una vuelta sola.
—¿A dónde vas, Puppy? —comenzó a seguirla escalera abajo.
—Voy a salir a dar una vuelta. No soporto estar aquí todo el día.
—Voy contigo.
—No. Quiero ir sola... —pero él le quitó las llaves de la mano y se aventuró a correr hasta la puerta.
—Me temo que harás lo que yo diga—siseó.
—No puedes conducir. No conoces la ciudad—se burló risueña e intentó arrebatarle las llaves, pero él las puso dentro de sus pantalones donde ella no podía tener acceso.
—Si las quieres, tendrás que meter la mano—su voz irradiaba perversidad—pero recuerda que mi bóxer está en la secadora.
—Las llaves son todas tuyas—hizo una mueca y giró sobre sus talones para situarse en el sofá, en dónde él optó por seguirla.
«Lola Calvin»
Después de haber sido víctima de aquel amigo siniestro de Shelby, se quedó al cuidado de Trenton en su casa. Le relató lo sucedido y él también le comentó sobre la paliza que le propició cuando intentó defenderla.
—¿Sabes de dónde demonios salió ese imbécil? —preguntó Lola con amargura, mientras él le curaba la herida que tenía en la mejilla.
—No. Y tampoco me interesa averiguarlo—respondió con la mandíbula apretada. Lola hizo una mueca de dolor cuando él presionó con demasiada fuerza el algodón con alcohol sobre su mejilla—además, yo no fui a clases porque le prometí a mi madre ir a recoger al tío Ben al aeropuerto y ya voy retrasado. Yo no sé por qué no fuiste tú.
—Quería hablar con Cash—desvió la mirada, con pena.
—La estabas espiando después de todo.
—No.
—Bueno. No estabas espiándola, te creo—tiró el algodón a la basura y se limpió las manos— ¿quieres acompañarme al aeropuerto? No puedo dejarte sola porque sé que volverás a la casa de Shelby.
—De acuerdo.
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