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15

«Norman White»

No tardó mucho en encontrar un vehículo donde trasladarse en dirección al aeropuerto, puesto que Marlon Blake le proporcionó a uno de sus choferes para llevarlo, pero a pesar de tener todas esas comodidades; no dejaba de pensar en las diferentes maneras de enfrentarse a su enemigo de siempre: Egon Peitz. El maldito bastardo que siempre le ganaba en cantidad de conseguir mercancía fresca. Norman también era un homicida adiestrado como Egon, pero con menos sentido común y más locura. Él amaba torturar a sus víctimas y las mataba a base de heridas que los hacía gritar por horas hasta que simplemente morían de hemorragias. Egon Peitz normalmente los mataba a sangre fría, una muerte rápida y casi sin dolor y solo en algunos casos cuando tenía la estimulación necesaria, lograba torturar de una manera descomunal. Sonrió malévolamente e hizo crujir los huesos de sus manos con fuerza. Había llegado el momento en el que por fin se enfrentaría a él sin ningún tipo de advertencia.

—Nueva York—dijo entre dientes, al tiempo que miraba por la ventana del automóvil—es un buen tiempo para visitar ese interesante país. Peitz, espero que no hayas enmendado ninguna amistad en esa ciudad porque ten por seguro que esas personas morirán deliciosamente entre mis manos.

—Joven Norman—escuchó la voz de Ralph desde el asiento delantero. Él movió los labios y resopló— ¿Matará al joven Peitz?

—¿Qué pasaría si te digo que sí? —lo tanteó.

—Lo he escuchado —soltó el volante para señalar su oreja.

—Entonces para que preguntas, idiota—vociferó encolerizado. Entonces Ralph bajó la cabeza con aire apenado y continuó conduciendo a una velocidad moderada.

—Ese maldito gusano por fin sabrá que yo soy más peligroso que él. Y que conmigo no se juega. Voy con la orden de matarlo.

—El señor Marlon sabe lo que hace y por algo quiere la cabeza del joven Peitz—pero su voz destilaba nostalgia.

—¿Sientes lástima por ese bastardo? —escupió a la calle e hizo cara de asco—por lo que sé, él siempre te trató con la punta del pie.

—En efecto, sí—estuvo de acuerdo con él —pero de igual manera usted me trata peor que él y también le estimo.

—¿Cómo puedes estimarnos si te detestamos? Eres raro.

—Tengo sentimientos, joven Norman.

—Suerte que nosotros no.

«Egon Peitz»

El día comenzó de la peor manera jamás pensada. Había rodado por toda la alfombra hasta que su espalda sintió el frío suelo y tuvo que levantarse a regañadientes en busca de un sitio cálido. Miró adormilado a Shelby, que dormía tranquilamente en su suave cama. Sopesó la idea de deslizarse junto a ella, pero en lo que se decidía en acostarse o no, alguien llamó a la puerta. Y quedó paralizado sin saber qué hacer. Dio vueltas sobre su propio eje buscando donde resguardarse.

—Shelby, hija. Ya nos vamos, en la nevera hay comida por si tienes hambre, solo tienes que calentarla.

Shelby estiró los brazos y estaba a punto de abrir los ojos cuando Egon se aproximó a cubrirle la boca con una mano, haciéndola despertar al instante. Sus ojos mieles encontraron los suyos con terror, pero al reconocerlo, guardó la calma y arqueó las cejas.

—Shh. Tu mamá ha tocado la puerta—susurró él, con un dedo sobre la boca. Ella asintió—ahora respóndele lo más normal posible.

—Eh, ¿Qué fue lo que dijo?

Rodó los ojos exasperado.

—Dijo que ya se largaba y que había comida en la nevera.

—Eh... gracias, mamá, Cuídate.

—Regresamos al rato. Llámame si necesitas algo—respondió su progenitora un segundo después. Al cabo de un momento, escucharon las puertas cerrarse y las voces desaparecer por la acera. La casa estaba sola. Shelby miró a Egon que todavía andaba en bóxer y apartó la mirada hacia el techo. Y de pronto se dio cuenta que estaba en su cama y Egon no.

—¿Qué estoy haciendo en mi cama?

—Subiste a dormir conmigo—respondió, poniéndose el pantalón, dándole la espalda.

—¿En serio? No lo recuerdo—se incorporó a los pies de la cama.

—Bueno. No es mi culpa que tengas Alzheimer o algo parecido siendo tan joven—dijo con arrogancia y bostezó estirando sus brazos musculosos. Optó por no ponerse playera y se aproximó a abrir la puerta para salir de la recámara.

—¿A dónde vas? —se apresuró a seguirlo.

—Tengo hambre y voy a desayunar.

Poniendo los ojos en blanco, Shelby lo vio descender las escaleras y ella aprovechó a ir al sanitario a lavarse los dientes y la cara. Por su parte, Egon escrutó una vez más la estancia y esbozó una sonrisa maquiavélica al darse cuenta que no se había equivocado al acudir a esta insignificante y débil chica. Ella iba a ayudarlo a volver con su jefe. Abrió la nevera con toda la confianza y echó un vistazo al interior. Divisó hamburguesas congeladas y jugo de naranja. Se pasó la lengua por los labios y comenzó a descongelarlas mientras miraba por la ventana que daba al pequeño patio trasero donde se alcanzaba a ver las demás casas vecinas. Por el rabillo del ojo, percibió un movimiento sospechoso en el patio y se preguntó si Shelby tendría un perro, pero dadas las circunstancias, el animal ya hubiese ladrado. Pero todo estaba en total silencio; por lo que se escabulló cautelosamente hasta situarse atrás de la puerta del patio y saltó velozmente sobre un cuerpo suave y debilucho a la vez. Apretó la mandíbula y lo sometió en el suelo, estampando su cara en el suelo. Un chillido escapó de los labios de aquella persona y se dio cuenta que era una chica y reconoció ese cabello rubio mezquino.

—¿Qué hacías espiando? —le gruñó, sin soltarla.

—¡Shelby! ¡Ayúdame! —comenzó a gritar desesperada. Había iniciado a manotear con miedo.

—¡Cállate o no querrás que te parta el cuello! —deslizó sus manos alrededor de su cuello y le presionó levemente la tráquea.

—¡Shelby! —continuó gritando la estúpida rubia, a pesar de su advertencia.

—¡Cállate, pedazo de mierda! —soltó una de sus manos que estaba alrededor de su cuello y le propició una bofetada en la cara con mucha fuerza, dejándola inconsciente. La arrastró hacia dentro y la lanzó en el sofá con la cabeza colgando en el suelo. Prosiguió con la descongelación de las hamburguesas como si nada hubiese sucedido. Y para cuando Shelby apareció en la cocina, un alarido por parte de Lola la hizo saltar.

—¿Lola está aquí? —entornó los ojos y miró a Egon, quién se lamía un dedo con lentitud.

—Había alguien espiando en el patio y tenía que asegurarme de que estuvieras a salvo—se encogió de hombros.

—¿La heriste? —se horrorizó y corrió a la sala donde yacía la rubia delirando con la mejilla roja e hinchada. Cuando volvió en sí, Lola clavó una gélida mirada en Shelby como una flecha llena de veneno.

—¿Quién es ese sujeto, Cash? —carraspeó.

—¿Qué haces aquí? —Shelby se cruzó de brazos.

—Ese sujeto me atacó—se quejó.

—Estás en una propiedad privada y como tal, no deberías estar espiando—le recordó Egon con repugnancia desde la cocina y la rubia se encogió del miedo, pero teniendo el descaro de hablar como si él no estuviera a pasos de distancia.

—Sólo dime quién es ese idiota para que llame a la policía por haberme agredido.

—¿Piensas que puedes venir a mi casa y llamar a la policía solo porque un amigo mío te descubrió espiándome? A ver, la que saldrá perdiendo aquí serás tú. Así que largo de mi casa—sentenció Shelby, con dolor de cabeza.

—Pero, ¡Quién es él! —insistió Lola y Shelby estuvo tentada a darle una patada en la cara.

—O te largas por tus propios pies o te saco del cabello, rubia idiota—masculló Egon detrás de Shelby. Depósito sus manos masculinas, manchadas de kétchup, en los hombros de Shelby como gesto protector. Pero los ojos azules de Lola se abrieron con desdén.

—¡Tú quisiste matarme ayer! —chilló, al reconocerlo. Shelby arqueó una ceja y miró a Egon.

—¿Eso es verdad? ¿Quisiste matarla? —interrogó la castaña de ojos mieles a Egon.

Él ahogó una risa nasal.

—Quería lastimarla gravemente hasta que su tedioso cuerpo no aguantara más.

Y sin más, la rubia se desvaneció en el suelo, desmayada.

—No puedes ir por ahí asustando a las personas, Egon—le explicó—no es bien visto.

—¿Qué? Oye, Puppy, es mi instinto. Mato a quien quiera y en donde sea, pero no te preocupes, no mataré a tu mezquina amiga—bufó—haría demasiado escándalo.

—Me alegra oír eso—agregó ella, con sarcasmo.

—Iré a desayunar.

Dicho eso, Egon la dejó de pie junto a la rubia que se encontraba en el suelo. Y con discreción, se acercó a ella y le pateó dulcemente la nariz. Sí; se había vuelto loca y unos extraños instintos homicidas estaban despertando en su interior, le asustaba, pero también le atraía la idea. Después de todo, ella estaba ayudando a un criminal. Y lastimar una poca a su amiga no era tan delicado como privarle la vida alguien.

«Norman White»

—Maldita ciudad. ¿Qué clase de idioma es este? —gruñó al bajar del avión y se dio cuenta que los anuncios o indicaciones estaban en inglés. Y hasta en ese momento se detestó por no haber llevado esas clases de inglés que Egon llevó para aprender el idioma. No estaba seguro de poder comunicarse con las demás personas, pero, aun así, emprendió una extensa caminata hasta llegar a la salida del aeropuerto. Buscó algún miserable taxi, pero se percató que, más personas aparte de él, esperaban con ansiedad uno y dándose aún más cuenta, aquellas personas llevaban las de ganar: Hablaban inglés y él no. Masculló un sinfín de groserías y se quedó de pie mirando a todas partes sin saber qué hacer. Lo único bueno de todo aquello era que ya estaba en Nueva York y que solo le quedaba una tarea para realizar: Encontrar a Egon Peitz y asesinarlo.


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