04
A pesar de haber sido sometido a una auténtica y sangrienta tortura por parte de todos los guardias de la cárcel, Egon por ningún motivo borró la sonrisa mezquina y maliciosa de su rostro. Aquellos latigazos con fustas y bases de metal no eran para nada comparado a lo que él había sufrido en su infancia y, por lo tanto, para huir de aquel infierno, llegó a la salida de ser un criminal. Un criminal adiestrado por los mejores criminales del mundo. Su vista comenzaba a nublarse, pero su sonrisa se fortalecía a cada golpe. Y en medio de sus delirios, le llegó a la mente el último trabajo que realizó antes de ser apresado. El sitio donde se encontraba era oscuro, húmedo y fúnebre. Ni si quiera lograba recordar con claridad donde estaba y tampoco le interesaba. Su tarea era asesinar a la chica hermosa e indefensa que tenía frente a sus ojos. Su belleza era cautivadora que, a decir verdad, le dio algo de pena verla acurrucada en el sucio rincón, tratando sin éxito cubrir su desnudez.
—Cariño, no temas—le dijo en un susurro. La hermosa joven comenzó a temblar y ocultó su rostro entre la maraña de cabello rubio que le caía por encima de la frente—tienes que cooperar, muñeca. Tu destino está en mis manos ahora y lo sabes.
—Déjame ir. Te lo suplico—respondió ella con voz aguda y áspera, que apenas era audible. Él la había tenido ahí desde hacía dos días sin darle de comer ni de beber—eres un chico de mi edad. Ten compasión por mí, ¿Qué harías si a tu hermana le hicieran lo que me has hecho a mí?
—Es una buena forma de envolverme para que te deje escapar—siseó Egon y se acercó a ella con sigilo. Se arrodilló a escasos centímetros de donde se hallaba y le apartó el rubio y maltratado cabello de la cara.
—Entonces hazlo. Ten compasión, no seas un asesino y déjame escapar—le tembló la voz al cruzar la mirada con él. Los ojos de Egon ardían de deseo y ella desvió enseguida el contacto visual.
—Ese es el problema, cariño—respondió Egon, sonriendo con nostalgia fingida—yo soy un asesino serial y, por lo tanto, no puedo sentir ninguna emoción por mis víctimas. Aunque quiera sentir tristeza o compasión, mi cerebro me lo impide; así que ahora, vamos a jugar tú y yo, antes de concluir con mi labor de matarte, ¿está bien? —se inclinó a ella lo suficiente para rozarle la frente con los labios.
Regresó a la realidad cuando una mezcla de sangre y saliva salió disparada de su garganta hasta alojarse en su boca. Hasta en ese momento gritó y gimió de dolor, pero estaba de suerte: Su tortura había terminado. Hallándose sentado frente a alrededor de treinta guardias y policías, intentó levantarse de la silla, pero los grilletes de sus tobillos no se lo permitieron. Las gotas de sangre que de seguro había salido de otras partes de su cuerpo, se deslizaban por su rostro, impidiéndole tener mejor visión.
—Le daré diez azotes más—Egon alcanzó a escuchar la asquerosa y patética voz del idiota que siempre mencionaba su nombre en las bocinas, pero por el agotamiento no logró identificarle el rostro.
—Ya es suficiente, creo que nos hemos excedido. Está casi muerto—le oyó decir a alguien más y esbozó una tenue sonrisa que disimuló con una mueca de dolor—es un niño apenas. Mi hijo tiene treinta años y es mayor que él.
—Tu hijo no es un criminal experimentado como este bastardo—contradijo otro. A Egon le daba vueltas la cabeza.
— ¿Has visto como dejó a Lorenz? ¡Lo ha dejado moribundo y ni si quiera tiene movilidad en sus labios! —espetó con frialdad el sujeto que quería seguir azotándolo.
—Bueno, de igual manera Lorenz se la pasó molestándolo en todo el tiempo que Peitz lleva aquí e incluso yo le hubiera propinado tal paliza en cualquier oportunidad.
— ¿Por qué lo defiendes tanto, Gale? ¿Qué te traes con Peitz? —lo acusó una voz femenina que jamás había escuchado— ¿No has visto su expediente? Comenzó a ser un delincuente desde los trece años aproximadamente y a los quince ya había asesinado a treinta hombres y a dos mujeres. ¿Eso no te dice algo?
—Es suficiente—repitió Gale de mal humor—el castigo era de cincuenta latigazos y ya se efectuaron. Ahora déjenlo aquí, yo me quedaré a vigilarlo.
—Yo sugiero que le brindemos la inyección letal. Total, tiene una condena de setenta años y es probable que muera antes de cumplirla—agregó la mujer y todos estuvieron de acuerdo con ella.
—Fuera de aquí todos—carraspeó Gale con la mandíbula apretada—o los encerraré en una sola celda.
La mujer y el dueño de la voz de las bocinas cerraron la boca al intentar protestar. La mayoría fue saliendo poco a poco hasta que solo quedaron ellos tres, alrededor de Egon. Todos con los ojos fijos en él.
— ¿Estás bien, Egon? —le preguntó Gale listo para limpiarle la cara con un pañuelo. Su mano quedó a pocos centímetros de su rostro gracias a que la mujer lo interceptó sujetándolo con fuerza. Él la miró gélidamente y se soltó de un manotazo—esto es inhumano.
— ¡Es un criminal! —espetó ella.
— ¡Es un chico de veinticinco años, Milla! —exclamó Gale a la defensiva.
—Estaré afuera por si me necesitan—terció el otro sujeto, del que Egon estaba harto.
—Lárgate, Müller. No te necesitaré.
Müller de mala gana salió a zancadas del sitio y cerró de un portazo la puerta metálica haciendo eco en lo sentidos de Egon.
— ¿Pretendes ponerlo en un pedestal solo porque es menor que tu hijo, Gale? ¿Eso pretendes?
—Pretendo limpiarle la sangre del cuerpo—comenzó a frotarle el pañuelo por los pómulos y los párpados.
—Lorenz quiere verlo muerto—le informó ella, segundos después de haberse quedado sin palabras.
—Lorenz no da las órdenes.
— ¿Podrías al menos mirarme a los ojos mientras hablas? —le ordenó, furiosa. Gale enseguida alzó sus brillantes ojos azules y los postró en los de ella, dejándola perpleja.
—No es necesario mirarte a los ojos para que sepas que hablo muy en serio.
Egon quería partirse de la risa en ese instante. Quería abrir los ojos y reírse en la cara de esa mujer y después matarla con la silla en la que se encontraba sentado. Y luego miraría a Gale a los ojos y le diría: "Eres la segunda persona que me agrada. Te mataré en unos meses." La agonía de querer reírse llegó a su fin cuando una pequeña risita se escapó de sus labios mientras Gale y Milla discutían. Ella cerró la boca de golpe y lo miró con expresión dura. Gale rodó los ojos y continuó limpiándolo.
—Se ha reído. ¿Lo oíste?
—Sí, lo oí. ¿Quién no se reiría de ti y tus estupideces?
—Nos está escuchando y quién sabe lo que ha de estar pensando.
—Por lo que sé—dejó el pañuelo teñido de rojo en el suelo y extrajo otro de su chaqueta—reír y pensar no es un delito, ¿o sí?
La mujer chasqueó la lengua y juntó las cejas con indignación.
—Te voy a estar vigilando, Gale—dijo. Se dio media vuelta y se fue del cubículo dejándolos a solas. Egon abrió los ojos de golpe y sus pupilas se contrajeron al sentir la luz de la lámpara que estaba sobre su cabeza. Escudriñó a su alrededor en busca de alguien más aparte de Gale y suspiró.
— ¿Por qué estás siendo tan amable conmigo? —le preguntó con escepticismo. Gale arqueó las cejas y sonrió brevemente mientras le daba de beber agua en un vaso de plástico. Egon bebió dos sorbos y después escupió el agua revuelta con sangre lejos de Gale. Después, con su ayuda, bebió toda el agua hasta quedar saciado.
—Eres un asesino, violador, secuestrador y prácticamente un criminal con mucha experiencia—le contestó—pero eso no te hace menos que una persona. Todos tenemos oscuros secretos y hobbies, aunque tú eres un poco más... ¿Cómo decirlo? Estás fuera de los límites de los hobbies normales.
—Estoy jodidamente bien haciendo lo que hago. Amo mi trabajo—repuso el chico con orgullo.
— ¿Sabes qué ser vivo aparte de ti, le resulta imposible sentir emociones?
Egon alzó una ceja en su dirección.
— ¿Cuál?
—El tiburón. Ese animal marino no conoce las emociones y por eso mata por placer—le respondió, sonriendo y colocó una mano sobre su hombro—no eres tan peligroso, Egon. El tiburón sí lo es.
—Te llamas Gale, ¿no? —inquirió con interés. Gale asintió—eres la segunda persona que me agrada. Te mataré en unos meses—prometió. Aquel comentario sin duda hizo reír a Gale, a lo que Egon se le unió un segundo después, pero lo que el hombre no sabía era que él cumplía todas sus promesas. Gale ayudó a Egon a ponerse de pie sin los grilletes de los tobillos y lo condujo hasta su celda con sumo cuidado. Egon, por su parte, se recostó en su cama y se sumió en un pesado y espeluznante sueño bañado de recuerdos de sus primeros trabajos, cuando aún no contaba con la experiencia necesaria.
— ¡No, Egon, no! —le gritó su jefe, que en ese entonces era su tío, hermano de su padre. Él lo había ayudado a escapar de problemas nauseabundos y no tenía otra opción, más que obedecerle—tienes que engatusarla. Tienes que enamorarla hasta que ella logre confiar plenamente en ti.
—Ella no quiere saber nada de mí. Lo he arruinado, perdóname—agachó la cabeza con temor. Tenía casi catorce años y su única tarea había sido enamorar a una joven de dieciséis.
—No lo has arruinado todo. Mírame cuanto te hablo—gruñó y él obedeció. Los ojos de su tío le aterraban, pero con el tiempo aprendió a soportarlo—escúchame bien, Egon. Irás a visitarla a su casa, le pedirás disculpas y la traerás a las afueras del condado.
— ¿Por qué no me dejas conquistar a alguien de mi edad? Rosalie prefiere a los mayores.
—Yo la elegí a ella. Ahora tráemela. La tengo atravesada desde que cumplió los quince y agarró cuerpo de mujer—rugió. Ese día comprendió que tenerle lástima a alguien era tu propia muerte asegurada. Por lo que decidió ponerse su mejor ropa e ir a buscarla hasta su casa. Esperó a que sus padres salieran para actuar con sigilo. Se las vio negras al notar que su habitación estaba en el segundo piso. Escrutó a su alrededor y divisó que las ramas de un árbol vecino conectaban con la ventana. Escaló cuidadosamente el tronco y se sujetó a la rama con agilidad. Y columpiándose llegó hasta el borde de la ventana donde se encontró con el lindo y asustado rostro de Rosalie.
— ¡Egon! —chilló— ¿Qué haces aquí?
—Necesito disculparme, déjame entrar.
Rosalie se hizo a un lado y Egon, al entrar y olfatear el aroma de esa habitación que aquella fémina despedía, sintió que su primer trabajo iba a ser un éxito, por lo que enseguida clavó su oscura mirada en ella y sonrió lobunamente. Ya había asesinado a varias personas, pero jamás había hecho esa tarea de enamorar a chicas para luego entregarlas a un fin catastrófico.
—No tienes nada de que disculparte. Fui yo la que te dio alas en una relación que no tenía futuro.
—Lo entiendo—respondió como quién no quiere la cosa—he venido a despedirme cordialmente de ti. Me iré con unos tíos al extranjero y nunca más regresaré.
— ¿Estás diciendo que esta es la última vez que nos veremos? —titubeó. Él asintió con tristeza. Pero en el fondo, la quería llevar arrastrando de una vez por todas a donde su tío.
— ¿Puedo darte un abrazo de despedida? —preguntó ella.
—Me harías muy feliz si me acompañas a dar una caminata nocturna por todos los alrededores. Prometo traerte a casa temprano.
—Sí, claro. Vamos—sonrió dulcemente, sin saber, que en pocas horas su destino sería escrito por él. Caminaron por todo el condado tomados ridículamente de la mano, riendo y abrazándose a cada ocasión que se presentaba. Rosalie era tan guapa que era un verdadero desperdicio tener que dársela a su tío y después a cientos de hombres más. Luego de tanto flirteo fingido, Egon la condujo hasta el claro donde su tío le había indicado. Se sentó en el suelo y contemplaron el cielo estrellado en silencio.
—Para tener casi catorce años sabes cómo enamorar a una chica, Egon.
— ¿Te estoy enamorando? —se mostró sorprendido, pero intentó guardar la calma.
—Sí, pero fue en un mal momento. ¿Por qué no me enamoraste antes? ¿Por qué esta noche en la que te vas? —dijo enfadada y triste.
Egon sonrió de lado y negó con la cabeza al ver que la camioneta de su tío se acercaba lentamente detrás de ella. Observó cómo tres hombres se deslizaban de entre los arbustos en dirección a la pobre chica.
—Cierra los ojos, Rosalie—le pidió. Ella los cerró, esperanzada de quizá, sentir un beso cálido proveniente de él, pero lo que no esperaba era sentir las manos huesudas de tres personas cerniéndose sobre su cuerpo. Aterrada, abrió los ojos y vio a Egon Peitz riéndose a dos metros de distancia.
— ¡¿Qué está pasando?! ¡Egon! ¡¿Quiénes son ellos?!
—A partir de esta noche, nosotros decidiremos tu destino—fue lo único que él dijo antes de ver cómo le cubrían la boca y los ojos, y posteriormente la metían a la camioneta.
—Buen trabajo, Egon—dijo uno de los tipos—tienes mi respeto ahora.
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