P r ó l o g o
Dolía.
Esta presión, esta sensación de ansiedad, la desesperación por poder respirar el más mínimo oxígeno y escapar de las ataduras invisibles que lo retenían en el fondo, en la profunda oscuridad, en la nada; nadaba, nadaba y nadaba hacia la cima, pero aún con todo el esfuerzo, no lograba asomarse siquiera al primer rayo de luz. Se quedaba estancado, amortiguado, inmóvil.
Se ahogaba.
¿Eso era agua? Lo era. Sin embargo, estaba mareado. No supo cuándo fue que se metió a nadar; tampoco comprendía el porqué de su inutilidad, si siempre había sido un excelente nadador. ¿Era el océano? Tenía sentido, pues no hallaba un principio, mucho menos un final a la inmensidad del agua que lo rodeaba; todo era oscuro, lúgubre, desolado. Un miedo intenso se instaló en el fondo de su estómago, convirtiéndose en una cadena que lo jalaba cada vez más al fondo, pese a resistirse y aletear por sobrevivir.
Lloraba.
Estaba en el mar, su visión estaba borrosa. No obstante, podía vislumbrar a la perfección el brillo intenso de sus lágrimas, las cuales llenaban el pozo sin fondo de su llamado de auxilio; y no lo entendía en absoluto. No cabía en su cabeza cómo un par de diminutas lágrimas eran capaces de brillar cual diamantes en el fondo del mar, iluminando una fracción de su vista. Nadie lo escuchaba, dudaba que alguien se encontrara cerca de él y aún sabiéndolo, gritó con todas sus fuerzas... Era de esperarse que su voz no saliera.
Una burbuja de aire emergió. Dos, tres...
Burbujas se acentuaron a su alrededor, dándole indicios de que sus esfuerzos no fueron en vano. Que sí había alguien cerca y que lo salvaría del tormento en el que se hallaba, por lo que se aferró con su vida a lo que fuera que aligeraba su peso. Necesitaba vivir. Necesitaba verla una vez más y decirle...
Shoto.
Parpadeó. Abrió los ojos tanto como el agua salina se lo permitió, girando su vista hacia todos lados y cerciorarse de que esa voz no hubiera sido una ilusión, o un delirio previo a la muerte. No estaba muriendo, ¿verdad?
Shoto, ven.
Luego, la luz del exterior se hizo visible en un santiamén. Estaba tan cerca del borde, todo era tan bonito, tan brillante que la paz surgió en su cuerpo, volviéndolo tan ligero como una pluma sobre el viento; entonces su fuerza resurgió, de nuevo podía nadar y tomar la pequeña mano que se asomaba desde tierra para ayudarlo a salir. Unos centímetros más, solo unos milímetros...
Agarró la muñeca contraria. Aferró sus dedos a la persona desconocida como si su vida dependiera de ello, como si nunca estuviera dispuesto a soltarla. Sintió su alma regresar al cuerpo, esa sensación de alivio, de júbilo, de renacimiento. Saldría del agua, tomaría un primer aliento profundo y le diría al mundo «estoy vivo».
Shoto.
Pero nunca salió.
Tomó un primer aliento profundo, uno que le decía al mundo «estoy aquí, vivo».
Y despertó.
Abrió los ojos de golpe, empero, la luz cegadora de las lámparas en el techo le hicieron cerrarlos otro momento. Al tomarse su tiempo para asimilarlo, los abrió nuevamente.
No lo comprendió.
¿Qué hacía en la habitación de un hospital?
Notas:
1.- Gracias por leer. No prometo actualizaciones periódicas, pero tengo mucha inspiración con esta historia. Tengo ya cuatro capítulos así que no me tardaré durante ese lapso (espero).
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