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O5: Loaded Silences.

Minutos después de aquel roce, Sana y JiHyo permanecieron en silencio, como si el tiempo mismo se hubiera detenido en aquella noche sin viento. A su alrededor, los murmullos de la ciudad se sentían lejanos, casi apagados. Un sentimiento de calma nerviosa se instalaba entre ellas, como si ambas supieran que cualquier palabra podía destrozar la burbuja de intimidad en la que se encontraban.

Finalmente, la castaña rompió el contacto visual y miró hacia el suelo, sintiendo que un torbellino de emociones latía en su pecho, a medio camino entre la euforia y la culpa.
Nunca había sentido algo así por nadie, era como si algo en su interior se hubiera liberado, una parte de sí que desconocía y que, en algún lugar de su mente, la aterraba.

De repente, el sonido de su teléfono interrumpió el silencio. Al mirar la pantalla, vio el nombre de Momo. Sintiéndose arrancada de ese momento tan delicado, Sana forzó una sonrisa mientras contestaba. — ¿Hola, Momo?

La voz de su hija era un murmullo desesperado, y Minatozaki casi podía imaginar su rostro estresado al otro lado de la línea —¡Mamá, las gemelas están insoportables! No me hacen caso, y lo único que piden es que vuelvas. No sé qué hacer con ellas, de verdad. ¿Puedes regresar pronto?

La castaña exhaló un largo suspiro. Sabía que las gemelas tenían esa costumbre de exigir su atención de la forma más caótica posible. Sin embargo, sentía un deseo fuerte de permanecer un poco más con JiHyo, de aferrarse a este instante, aunque fuera solo por un par de segundos más.

Levantó la mirada y se encontró con los ojos de la azabache, que la observaban con melancolía y algo más, algo que aún no podía nombrar. A pesar de que ninguna de las dos parecía lista para separarse, Minatozaki asintió con resignación

— Voy para allá, Moguri. Dame unos minutos, ¿sí? —dijo finalmente con voz baja, se inclinó levemente hacia Park y le dio un suave apretón en el brazo, como un último gesto de despedida. — Lo siento —murmuró— Sabes cómo son las niñas.

JiHyo le devolvió una sonrisa que apenas alcanzó a reflejarse en sus ojos. —Claro, no te preocupes. —respondió con tono bajo, evitando el contacto visual, como si intentar decir algo pudiera revelar lo que ambas trataban de esconder.

Sana sintió una oleada de tristeza y añoranza al levantarse. Aquella despedida se sentía como un adiós a algo que apenas había comenzado a entender. Con un suave "nos vemos", se giró y salió de la habitación, sintiendo que dejaba un vacío en el aire, uno que solo JiHyo podía llenar.

Justo cuando escucho la puerta principal cerrarse, Daniel apareció, con las manos en los bolsillos y una sonrisa despreocupada. —Vaya, JiHyo, tienes visitas frecuentes últimamente —comentó el castaño con un tono que intentaba sonar ligero pero que no dejaba de ser sarcástico — Qué raro que la señora Minatozaki no tenga cosas más importantes que hacer que venir aquí tan seguido. Aunque bueno, supongo que cuando uno tiene tanto dinero y poca vida propia, es lógico buscar distraerse en otro lado.

JiHyo sintió una punzada de molestia al escuchar el comentario de Kang, y su ceño se frunció involuntariamente. —¿De qué estás hablando? Sana es mi amiga, Daniel. Y si viene aquí, es porque también disfruta de estar conmigo. No tiene nada de malo.

Él se encogió de hombros, sin captar el cambio en el tono de la azabache. —No te pongas a la defensiva, Hyo. Solo digo que... bueno, ella siempre ha sido de esas que se creen mejor que los demás, ¿no? Solo por tener más, por haberse casado cinco veces con tipos ricos. Te apuesto a que si no fueras tan encantadora, ni siquiera te miraría.

La coreana sintió que el enojo empezaba a arder en su pecho, una mezcla de furia y frustración ante la falta de tacto de su esposo. —Sana no es así, Daniel. ¿Sabes qué? Ni siquiera la conoces bien. A diferencia de otros, ella siempre está ahí cuando la necesito, escucha mis problemas y jamás me ha hecho sentir menos.

Daniel levantó las manos en un gesto de rendición, pero su expresión mostraba una leve molestia. —Está bien, no quiero pelear. Solo... no sé, me sorprende que te tomes tan en serio su compañía.

JiHyo lo miró con tristeza y desaprobación. — Claro, porque tú siempre estás aquí para darme el apoyo que necesito, ¿verdad?

El castaño frunció el ceño. — ¿Y ahora soy yo el problema? Pensé que venía a cenar, no a escuchar quejas.

—No, no es una queja, Daniel. Es simplemente... me duele que no puedas entender algo tan sencillo como la amistad —dijo Park, más para sí misma que para él.

Sin más palabras, Daniel salió de la sala, sin molestarse en ocultar su disgusto, mientras JiHyo permanecía allí, con los brazos cruzados y el pecho tenso, sintiendo el peso de la conversación y del vacío que su esposo dejaba tras de sí.

Después de tranquilizar a las gemelas y de asegurarse de que Momo finalmente pudiera descansar, Sana se encerró en su habitación, exhausta. Se dejó caer sobre la cama, permitiendo que el silencio de la noche la envolviera.

Con cada minuto que pasaba, los recuerdos de esa noche volvían a su mente, cada mirada, cada roce, como un eco que se negaba a desaparecer.
Se llevó las manos a la cara, tratando de disipar las emociones que la embargaban, pero cuando cerraba los ojos, solo podía ver el rostro de JiHyo, el brillo en sus ojos y el calor de su piel.

Por primera vez, Sana se permitió admitirlo. El afecto que sentía por Park no era el mismo que había experimentado con ninguna de sus parejas anteriores. Era algo más profundo, una atracción que había estado ahí, latente, y que ahora ardía con fuerza.

Su corazón latía con rapidez, y una corriente de emociones la inundaba, haciéndola estremecer. Minatozaki pasó los dedos por sus labios, recordando el aliento de JiHyo tan cerca del suyo. La sola idea de haber estado a punto de besarla la hacía temblar, y una oleada de deseo reprimido se apoderó de su cuerpo.

A solas en su cuarto, dejó que los pensamientos se desbordaran, liberando aquello que había mantenido atado por tanto tiempo. Imaginó el roce de los dedos de la azabache recorriendo su piel, el calor de su cuerpo y la cercanía de sus labios. Por un instante, casi podía sentirla allí, como si sus manos acariciaran su rostro y, sus brazos envolvieran su cintura.

Sana respiró hondo, dejando que aquella fantasía la envolviera completamente. Sus dedos rozaron la piel de su cuello, imitando el toque suave que imaginaba recibir de la menor, haciendo que un suspiro escapara de sus labios. Se dejó llevar por ese deseo reprimido, admitiendo en la soledad de la noche lo que ya no podía negar: estaba enamorada de JiHyo, de su risa, de su cabello oscuro, de sus ojos color chocolate y de la manera en que estos se iluminaban cuando la miraba.

Pero, junto a ese deseo, estaba el miedo.
El temor de que, al confesar sus sentimientos, destruyera lo único que mantenía su vida en equilibrio.

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