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O4: Closeness.

Los viernes por la noche siempre habían sido un refugio para ambas.

La noche de juegos, una tradición inquebrantable que llevaban compartiendo desde hacía años; JiHyo y Sana, sentadas frente a frente, con copas de vino en la mano, solían dejar de lado el peso de sus vidas durante esas horas.

Reían, bebían, y durante ese tiempo todo parecía más sencillo, pero esta vez, cuando Sana cruzó la puerta de la casa de la azabache, algo en el aire se sentía diferente, más denso, cargado de una energía que no podía ignorar.

JiHyo la recibió con una sonrisa, pero debajo de su habitual alegría había algo más. Quizá era el eco de esa cercanía que habían compartido unos días atrás, ese instante donde las líneas entre ellas se habían difuminado, donde el roce de los labios había sido una posibilidad no del todo cumplida.

Minatozaki se deshizo de su abrigo, colgándolo en el perchero junto a la puerta. El olor familiar a canela la envolvió, pero esa sensación de seguridad fue rápidamente eclipsada por una tensión que llenaba el espacio entre ambas. JiHyo se movía con esa energía nerviosa que solía desplegar cuando estaba incómoda, y eso hizo que la castaña estuviera aún más alerta.

—Hoy es mi turno para elegir el vino, ¿no? —dijo JiHyo mientras se dirigía a la cocina, su voz sonando ligera, casi despreocupada.

—Lo es. —respondió Sana con una sonrisa, aunque su mente estaba lejos de los vinos o del juego que estaban a punto de jugar.

Park regresó con una botella de vino blanco en la mano y dos copas ya servidas. Al entregarle una, sus dedos rozaron los de Sana por un breve segundo, pero ese pequeño contacto fue suficiente para que una descarga recorriera el cuerpo de la nipona, era como si todo su ser hubiera estado esperando ese roce.

Ambas se sentaron en el sofá, el juego de cartas estaba colocado entre ellas, pero ninguna parecía prestar demasiada atención a las reglas.

Sana apenas podía concentrarse, cada vez que JiHyo movía una carta o levantaba su copa, su piel rozaba accidentalmente la suya. No era mucho: un roce de rodillas, un breve toque de manos cuando pasaban las cartas o cuando la azabache dejaba caer su mano sin pensarlo demasiado, pero para Minatozaki, cada uno de esos contactos era como un pequeño recordatorio de lo que había ocurrido, o más bien, lo que había estado a punto de ocurrir entre ellas.

—No puedo creer que siempre me ganes en esto, ¡es como si hicieras trampa! —rió JiHyo, sus ojos brillaron de diversión, pero había algo más ahí, algo que Sana no podía ignorar.

—Tengo mis trucos —respondió la castaña, su tono ligero, aunque el peso de la tensión no la dejaba del todo. Y luego, con un susurro apenas audible, agregó— Pero no siempre juego limpio...

Las palabras parecieron caer entre ellas como una confesión, pero Park las tomó con una sonrisa, como si fuera parte del juego. Sin embargo, los pequeños roces se seguían acumulando, y Sana sentía cómo cada vez era más difícil ignorar la electricidad que recorría su piel cada vez que JiHyo la tocaba, aunque fuera por accidente.

Con cada copa que vaciaban, el ambiente se hacía más íntimo y denso. JiHyo se inclinaba hacia adelante cada vez más, acercándose tanto que el calor de su cuerpo empezaba a envolver a Sana. La distancia entre sus piernas desapareció por completo cuando la azabache cruzó las suyas bajo la mesa, y sus rodillas comenzaron a rozarse de forma deliberada.

Sana no pudo evitarlo, el roce de la piel de JiHyo contra la suya era sutil, pero cada vez más claro e intenso. Las uñas de la castaña tamborileaban sobre la mesa, luchando por mantener la compostura, pero era imposible. El vino había soltado sus intentos de retraerse, y cada movimiento que hacía Park parecía estar diseñado para hacerla perder el control.

De repente, la azabache dejó de jugar y se desplomó hacia atrás en el sofá, suspirando profundamente. Su cabeza cayó suavemente sobre el hombro de Sana, y esa simple acción hizo que todo el cuerpo de la castaña se tensara. El calor de JiHyo contra su piel, la proximidad de sus cuerpos, el aroma a vino y perfume... todo se mezclaba en una intoxicante combinación que hacía que Minatozaki apenas pudiera respirar.

—¿Sabes? —comenzó la de ojos color chocolate con su voz suave, casi en susurro— A veces me pregunto... cómo llegamos aquí. Tú y yo, este viernes... esta vida.

Sana sintió cómo el pulso en sus oídos se aceleraba. La cercanía de JiHyo era tan intensa, tan palpable, que el simple hecho de estar allí, con ella apoyada en su hombro, hacía que su corazón latiera con fuerza.

—Llegamos porque somos buenas en esto —respondió la nipona, su voz temblando ligeramente mientras su mano, casi sin pensar, se deslizaba hacia el brazo de JiHyo. El roce de su piel contra la de su amiga fue como un choque eléctrico. Lentamente, sus dedos se deslizaron por el brazo de la coreana, sintiendo cada curva, cada pequeño temblor— Siempre hemos sido buenas en... nosotras.

El silencio entre ellas se hizo más denso.

Park no se movió, ni se apartó, de hecho, su respiración parecía volverse más rápida, y aunque no lo decía en voz alta, su cuerpo parecía responder al toque de Sana, inclinándose levemente hacia ella. La castaña podía sentir cómo el pecho de JiHyo subía y bajaba rápidamente, como si luchara por contener algo que ya no podía controlar.

JiHyo levantó la cabeza lentamente, sus ojos buscando los de Minatozaki con una intensidad que la dejó paralizada. No era una mirada común, era una mezcla de confusión, deseo y algo más profundo, algo que ambas habían estado ignorando durante demasiado tiempo.

—Nosotras... —murmuró JiHyo con su voz quebrándose levemente, pero en lugar de apartarse, se inclinó más hacia Sana, tan cerca que podía sentir el calor de sus labios, el aliento mezclado con el olor del vino. Sus manos temblaban cuando las levantó, y antes de que pudiera detenerse, sus dedos se deslizaron suavemente por el rostro de la mayor.

Minatozaki cerró los ojos por un segundo, disfrutando de la sensación de los dedos de JiHyo en su piel y el suave roce de su palma contra su mejilla. Un estremecimiento recorrió todo su cuerpo, desde la punta de sus dedos hasta el pecho, donde el latido de su corazón resonaba con fuerza. Sin poder evitarlo, su mano también buscó la piel de Park, sus dedos acariciando lentamente su cuello, bajando por su clavícula.

El momento era irreal.

JiHyo estaba a centímetros de besarla, sus labios apenas separados, tan cerca que el aliento cálido de su amiga rozaba la boca de Sana. La castaña podía sentir cada segundo alargarse, cada fragmento de tiempo estirándose en ese punto de no retorno.

Pero justo cuando parecía que la distancia desaparecería por completo, la azabache se detuvo. Sus ojos se abrieron de golpe, y con un movimiento rápido, se apartó bruscamente, como si acabara de darse cuenta de lo que estaba a punto de hacer.

—Lo siento... no sé qué estoy haciendo —dijo rápidamente con su voz llena de confusión y arrepentimiento. Se levantó del sofá, alejándose de Sana como si necesitara aire, espacio.

La tensión seguía ahí, flotando entre ellas como una presencia imposible de ignorar.

Minatozaki se quedó inmóvil mientras sus dedos aun recordaban la suavidad de la piel de JiHyo y, su cuerpo todavía vibraba por la cercanía.

¿Había sido real?

¿Había sido solo el vino?

La duda la golpeó con fuerza, pero más que eso, la certeza de que este momento no sería fácil de olvidar. 

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