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19: Devoted to Love.

La noche continuaba con una suavidad que parecía suspendida en el tiempo. Tras la cena, Sana y JiHyo se habían refugiado en el sofá de la sala, con una copa de vino en mano y una manta compartida entre ambas. La conversación, antes ligera y llena de risas, se había vuelto más íntima, sus palabras cada vez más bajas, sus miradas más prolongadas.

La nipona no podía apartar los ojos de JiHyo. Había algo magnético en la manera en que su cabello azabache brillaba bajo la luz cálida de las lámparas, en cómo sus labios se curvaban ligeramente cuando hablaba. No pudo evitar rozar su mano, una caricia apenas perceptible que Park no esquivó.

—¿Qué pasa? —preguntó JiHyo, su voz suave, cargada de curiosidad.

—Nada. —La castaña sonrió, sus ojos buscando los de JiHyo. —Solo estoy pensando en lo increíble que eres.

Park rio suavemente, aunque sus mejillas se tiñeron de un leve carmín. —No digas esas cosas. Me haces sentir como una adolescente.

—Eso es bueno. —Sana acercó más su cuerpo, inclinándose hacia ella. —Creo que todas deberíamos sentirnos así al menos una vez en la vida.

La tensión entre ellas se hizo palpable, el espacio entre sus rostros se redujo hasta que no quedó más que el roce de sus alientos. JiHyo fue quien dio el paso, cerrando la distancia con un beso que comenzó suave, exploratorio, pero que pronto se tornó más apasionado. La mayor respondió con la misma intensidad, sus manos encontrando la cintura de JiHyo y atrayéndola hacia ella.

Cuando se separaron, ambas respiraban agitadamente. JiHyo la miró con un destello de nerviosismo en sus ojos, como si aún dudara de lo que estaba haciendo, pero Sana acarició su rostro con ternura, calmando cualquier incertidumbre.

—Ven conmigo. —La voz de Minatozaki era un susurro, pero llevaba un peso inconfundible.

JiHyo asintió sin palabras, dejando que la castaña la guiara escaleras arriba hacia su habitación.

Sana cerró la puerta detrás de ellas, dejando afuera cualquier duda, cualquier temor. La azabache se quedó de pie un momento, observando la decoración minimalista y elegante, como si estuviera buscando asimilar que esta vez era diferente. Había estado ahí antes, había compartido momentos con Sana en esa cama, pero nunca así. Esta vez, la carga emocional lo envolvía todo; esta vez, el amor era el protagonista.

La nipona se acercó lentamente, sus pasos firmes pero su mirada suave. Extendió una mano, y JiHyo la tomó sin dudar, permitiendo que Sana la guiara hasta el borde de la cama.

—Hyo... —La voz de la castaña era baja, apenas un susurro. Rozó el rostro de Park con sus dedos, sus caricias ligeras, como si quisiera memorizar cada detalle. Sus ojos estaban llenos de una ternura tan desbordante que JiHyo sintió un nudo en la garganta.

—Dime —respondió la menor con su voz igualmente cargada de emoción.

—Quiero que esta noche sea diferente. No quiero que pienses en nada más que en esto, en nosotras.

JiHyo asintió, llevando una mano a la mejilla de Sana, acercándola para unir sus labios en un beso lento. No había urgencia esta vez, solo una conexión profunda que hablaba más que cualquier palabra. Sus bocas se movían juntas, explorándose con una mezcla de familiaridad y descubrimiento, como si estuvieran encontrándose por primera vez.

Las manos de Minatozaki comenzaron a deslizarse por los hombros de JiHyo, retirando lentamente los tirantes de su vestido. La azabache la ayudó, permitiendo que la prenda cayera al suelo, dejándola con la piel expuesta bajo la luz tenue de la habitación. Sana se detuvo un momento para admirarla, dejando escapar un suspiro casi inaudible.

—Eres tan hermosa... —murmuró, antes de besar el cuello de JiHyo, sus labios trazando un camino hasta la base de su clavícula. JiHyo cerró los ojos, dejándose llevar por las sensaciones que Minatozaki despertaba en su cuerpo.

Con movimientos suaves, Park también comenzó a desnudar a la castaña, sus manos desabotonando lentamente la blusa de seda, dejando al descubierto la piel que tantas veces había acariciado, pero que ahora parecía diferente, como si llevara un nuevo significado. Cuando finalmente ambas estuvieron despojadas de sus prendas, se encontraron de pie, frente a frente, sin nada que ocultar.

Sana la tomó de la mano y la llevó hacia la cama, tumbándose juntas sobre las sábanas. Se miraron por un momento, sus respiraciones entremezcladas, antes de que la castaña inclinara la cabeza para besar el pecho de Park, su boca dejando un rastro de calor que la hizo estremecer.

JiHyo arqueó la espalda mientras las manos de Sana recorrían su cuerpo, sus dedos firmes pero tiernos. Sus caricias eran lentas, metódicas, como si estuviera dedicándose a aprender cada curva, cada reacción. La azabache correspondió con la misma intensidad, llevando sus labios al cuello de Sana, mordiendo ligeramente, provocando un gemido suave que la alentó a continuar.

Los movimientos se volvieron más fluidos, como si ambas estuvieran en perfecta sincronía. JiHyo rodó sobre Sana, posicionándose encima de ella, su cabello cayendo como una cortina oscura alrededor de su rostros. La besó con profundidad, sus caderas moviéndose lentamente contra las de Sana, creando una fricción que las hizo gemir al unísono.

—Esto... —susurró Park, deteniéndose un momento para mirarla a los ojos. —Esto es lo que quiero. Siempre.

Sana alzó una mano para acariciar su rostro, sus dedos enredándose en los mechones oscuros. —Y lo tendrás. Te lo prometo, JiHyo.

La noche continuó con una intensidad creciente. Sus cuerpos se encontraron una y otra vez, explorándose con una mezcla de pasión y devoción. Cada caricia, cada beso, era un recordatorio de que estaban ahí, juntas, aceptándose por completo.

Cuando finalmente quedaron exhaustas, con sus cuerpos entrelazados bajo las sábanas, JiHyo acariciaba el brazo de Minatozaki, mientras su cabeza se apoyaba en su pecho. El silencio que las envolvía no era incómodo, sino lleno de una paz que jamás habían experimentado.

—Te amo, Sana. —JiHyo lo dijo sin vacilar esta vez, con su voz segura, cargada de emoción.

Sana sonrió, besando la coronilla de la azabache. —Y yo te amo a ti. Más de lo que jamás pensé que sería posible.

La noche terminó con ambas abrazadas, sus corazones latiendo al unísono, y la certeza de que el amor que compartían era lo único que realmente importaba.

DIOS MIO QUE VIVA EL SAHYO PIPIPI

Queda el epilogo y un extra y se acaba esta adaptación, ¿qué te parecio?

ya te la sabes, 15 votos, 5 comentarios y actualizo.

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