JiHyo subió lentamente las escaleras hacia el cuarto de su hija, sintiendo un peso en cada paso. Al llegar a la puerta, tocó suavemente. —¿YunJin? —llamó con voz temblorosa.

Desde adentro, escuchó el murmullo de un "pasa" y, al abrir, encontró a su hija sentada en la cama, abrazando una de sus almohadas. Los ojos de la pelinegra estaban enrojecidos, y aunque intentaba parecer fuerte, JiHyo pudo ver el dolor reflejado en su rostro. Park se sentó en el borde de la cama, esperando unos segundos antes de hablar, dejando que el silencio les diera espacio para procesar lo que había pasado.

—Lo siento tanto, hija —dijo finalmente, con la voz cargada de tristeza—. Sé que esto es... mucho para ti, y no quería que lo escucharas así. Siento haberte expuesto a esto.

YunJin desvió la mirada hacia la ventana, y JiHyo notó cómo se mordía el labio, luchando por contener las lágrimas. —Mamá, sé que no es tu culpa —murmuró, y su voz, aunque baja, llevaba una comprensión inesperada —. Pero... es difícil verlos así. Pensé que, aunque pelearan, siempre estarían juntos, que... no sé, que al final todo estaría bien.

La Park mayor asintió, comprendiendo cada palabra de su hija, sintiendo el peso de sus propios errores y los de Daniel. La abrazó suavemente, acariciando su cabello en un intento de ofrecerle consuelo, aunque sabía que las palabras no serían suficientes para borrar el dolor.

—A veces... el amor no es tan simple como parece —dijo la azabache después de un momento, con la voz apenas un susurro—. Nos esforzamos por mantenerlo, intentamos que todo funcione, pero hay cosas que simplemente no podemos cambiar. Y... no creas que es porque no te amamos, YunJin. Nunca fue por falta de amor hacia ti.

YunJin cerró los ojos y respiró hondo, como si intentara asimilarlo. Luego, tras un largo silencio, levantó la mirada hacia su madre. —Yo solo quiero verte feliz, mamá —dijo con la voz quebrada—. No quiero que vivas con alguien que no pueda amarte como tú mereces. No quiero que alguien esté contigo por... por fingir, como dijo papá.

JiHyo sintió cómo su pecho se oprimía al escucharla. Había intentado proteger a YunJin de la realidad que había envuelto su matrimonio, pero ahora entendía que su hija había percibido más de lo que ella creía.

—Quiero que alguien te ame por ser tú, mamá —continuó la pequeña con ternura —. No porque tenga que hacerlo, ni porque piense que es lo correcto. Alguien que te quiera de verdad, sin fingir, sin... sin intentar ser algo que no es.

Las palabras de YunJin, aunque dichas con la inocencia de una niña, llegaron a lo más profundo de JiHyo. La tristeza, el peso de tantos años de lucha y de intentos fallidos de salvar un matrimonio que estaba destinado a romperse, parecieron disiparse un poco ante la sinceridad de su hija.

JiHyo sonrió, y aunque sus ojos estaban húmedos, su sonrisa fue sincera. —Eres tan fuerte, YunJin. A veces pienso que... que eres mucho más sabia de lo que debería ser una niña de tu edad.

YunJin se encogió de hombros, con una sonrisa leve, antes de abrazarla con fuerza. —Y tú eres la mejor mamá del mundo. No importa lo que pase, siempre estaremos juntas, ¿verdad?

JiHyo asintió, sintiendo que su corazón, aunque roto, se llenaba de esperanza. Abrazó a su hija con más fuerza, prometiéndose que, por ella, haría todo lo posible por sanar y encontrar esa felicidad que YunJin tanto deseaba para ella.

—Siempre estaremos juntas, mi amor —le susurró, acariciando su cabello—. Y te prometo que, pase lo que pase, voy a sanar. Y cuando lo haga, tal vez algún día... encuentre a alguien que me ame de verdad.

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