Danza Macabra
Se tronó los dedos, se los tronó imaginando que lo que en realidad tronaba era el cuello de la mujer que tenía en frente. La odiaba, con toda alma. No toleraba ese gesto que hacía levantando el lado derecho del labio, como si gruñera, mostrando los dientes, cómo una bestia asquerosa y vulgar. Sus ojos negros, enmarcados por abanicos de pobladas pestañas, lo barrían una y otra vez cómo si fuese una pila de deshechos, y eso le revolvía el estómago y le provocaba ganas de estrellarle la cara contra una ventana y arrancarle ese cabello marrón suyo.
Su voz era cómo un taladro, lo torturaba; le hacía apretar los dientes y enterrarse las uñas cómo un poseso. Cada palabra suya le ardía cómo todo un infierno, con su arrogancia, su petulancia. Todo el fuego que ella emitía era ácido en su sangre.
Era tal su odio y su desesperación que no podía evitar desearla cómo un maniaco. En su presencia, él se volvía un dragón que inhalaba aire frío y exhalaba lujuria.
No la deseaba porque la amara, ni siquiera le gustaba. La deseaba porque quería destrozarla, hacerla pedazos y derretirla. Tenerla vulnerable y débil cómo una criatura moribunda. Quería verla temblar, matarla con su pelvis, escucharla jadear y gemir cómo si se asfixiara. La obligaría a sentir placer, la obligaría a tener un orgasmo y la besaría y mordería una y otra vez hasta marcarla, hasta hacerla una adicta. Con movimientos rítmicos le quitaría su poder y aclamaría la victoria en cuanto su rostro se descompusiera y deformara con un grito liberador. Era la única forma posible de escapar del abismo de su mirada, del laberinto de su desdén.
Ese sexo desenfrenado se convertiría en una lucha final, en la batalla a muerte entre dos íntimos enemigos. Su danza macabra. Habría sudor, garras, dientes, heridas y sangre. Una masacre.
Ambos lo sabían, y ella también lo deseaba. Lo notaba en sus movimientos de pantera, en su risa endemoniada e histérica, cómo si imaginara sus colmillos clavados en su yugular. Los dos sabían que tenían que asesinarse, que tenían que ponerse el cañón de la revolver en la boca y disparar una lengua en contra de la otra, derramando saliva. Un suicidio colectivo.
Era necesario que sus cuerpos hicieran fricción para explotar el Universo, de otra forma, no podrían continuar con sus vidas. Sino cumplían con el pecado, con el mandato escrito por el dedo del mismo Lucifer, sus propias palabras y el veneno que ambos emitían los consumirían y arrasarían para siempre. Se quedarían sin consciencia, sin cuerpo, se perderían en el desierto sin poder encontrar su sombra.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro