Enfrentando al General de las Tinieblas (II)
Castillo de Hyrule...
Habían transcurrido dos días desde el incidente en los bosques, y de la desaparición de Din. Para cuando Zeil se había recuperado lo suficiente como para hablar de lo sucedido (lo cual no fue sencillo, puesto que él se sentía culpable por eso) fue que pudieron explicarle a la reina Selena la situación.
Esto decidieron hacerlo Link y Zelda, ya que el príncipe no se sentía del todo de humor para hablar. Ellos le relataron a la monarca lo que él les dijo, acerca de Din, y Onox. Afuera ya empezaban a notarse los efectos, pues varias veces al día las estaciones cambiaban al azar. La gente estaba muy asustada y confundida. La reina finalmente decidió decirles lo que sabía al respecto.
- Din, es decir, el Oráculo de las Estaciones, es la guardiana de las esencias de la naturaleza. – explicaba la reina. – Los Oráculos durante años han sido aliados cercanos de nuestra familia real. Hemos mantenido relaciones muy estrechas por varias generaciones.
- ¿Es decir que ya la conocías, madre? – preguntó Zelda. - ¿Sabías quien era ella?
- Así es. – dijo la reina. – De hecho, me había tomado la libertad de enviarle una invitación para la ceremonia de madurez. Sin embargo, como sabía que había alguien detrás de ella, le sugerí que viniese disfrazada como una simple bailarina, por su propia protección.
- Eso explica muchas cosas. – dijo Link. – El problema fue que, de alguna manera, ese tal Onox vio a través de su disfraz.
- ¿Cómo vamos a enfrentarlo? – preguntó Zelda.
- Onox es conocido como el General de las Tinieblas. – dijo la reina. – Las armas y magia ordinarias no le afectan en lo absoluto. En estos casos... no tenemos más alternativa.
- ¿Te refieres a... las armas sagradas? – preguntó Zelda. – ¿La Espada Maestra y el Arco de la Luz?
- La tradición dicta que estas armas no pueden ser sacadas de su lugar de descanso, solo en ceremonias especiales. – dijo la reina. – No obstante, dada la situación actual, con todo el reino en peligro, tendremos que hacer una excepción. Las armas sagradas deberían ser capaces de derrotar incluso a un General de las Tinieblas. Tendremos que retirar los sellos protectores para que puedan usarlas.
- Es mejor avisarle a Zeil. – dijo Link. – Él no querrá perderse de esto.
- Iré a decirle. – se ofreció Zelda.
La princesa corrió escaleras arriba hacia los aposentos de su hermano gemelo. Al llegar a la puerta comenzó a llamarlo.
- ¿Zeil? Zeil, abre la puerta, tenemos que hablar.
No hubo respuesta.
- Zeil, vamos, esto es importante, abre la puerta. – De nuevo nadie respondió.
Zelda finalmente decidió abrir la puerta y entrar ella misma. – Zeil, no es momento para... -
La princesa se quedó callada cuando vio que su hermano no estaba en la habitación. Desde uno de los postes de la cama estaba sujeta una cuerda hecha con sábanas, que iba directo hacia la ventana.
Zelda corrió a ver y se dio cuenta de lo que había sucedido: bajando por la pared, se le habría hecho muy fácil saltar hacia la muralla exterior del castillo, y escaparse evadiendo a los guardias.
No se necesitaba ser un genio para deducir a dónde iría su hermano: sin duda se había ido a rescatar a Din por su cuenta.
- "Ese tonto..." – pensó Zelda. De inmediato corrió de vuelta escaleras abajo para avisarle a su madre y a Link.
Por si no fuera suficiente con que afuera las estaciones estuvieran locas, ahora resultaba que Zeil había decidido fugarse sin avisar, añadiendo más a las preocupaciones de su hermana y su madre.
Viendo que el tiempo apremiaba, la reina Selena se los llevó hacia una cámara secreta debajo del castillo, el lugar donde reposaban los tesoros más importantes de la familia real, incluyendo las armas sagradas que habían usado por generaciones para combatir a las fuerzas de la oscuridad.
La cámara estaba protegida por una enorme puerta con un sello mágico que solo los miembros de la familia real podían abrir. Una vez dentro, se dirigieron a través de un largo pasillo, pasando junto a una gran cantidad de toda clase de tesoros, reliquias y demás. Al final se encontraron con lo que buscaban.
En un pedestal de piedra reposaba una espada larga, que tenía el símbolo de la Trifuerza grabado en el filo. La empuñadura era azul y estaba adornada con una gema de color dorado. En la pared, encerrado en lo que parecía ser una urna de cristal, se encontraba un enorme arco que parecía estar hecho de oro y plata puros, que además irradiaba un resplandor dorado a su alrededor. No estaba sujeto por nada, sino que parecía flotar dentro de la urna.
La Reina Selena se dirigió hacia ella y al tocarla, esta desapareció en un estallido luminoso. El arco flotó hacia sus manos, y de inmediato se lo presentó a su hija.
- Zelda, sé que nunca lo has utilizado antes, pero tengo fe en que podrás manejarlo. – dijo la reina.
- ¿Yo, madre? – preguntó Zelda.
- Tus habilidades mágicas se han fortalecido mucho estos meses, y además, eres la mejor tiradora en todo el castillo. – dijo la reina.
- Tal vez, pero... siempre lo hacía con arcos ordinarios. – dijo Zelda.
- Pero sabes cómo utilizar este, ¿no es verdad?
- Solo de lo que leí en los pergaminos. – dijo Zelda. – Tengo que canalizar mi energía a través del arco para que se materialice en una flecha de luz. La energía sagrada del arco la potenciará, permitiendo que penetre las defensas de la oscuridad. –
- Correcto. – dijo la reina, sonriente. Era evidente que confiaba totalmente en las habilidades de su hija. Luego se volvió hacia Link. – En cuanto a ti, Link, serás tú quien empuñará la Espada Maestra.
- ¿Está segura, Majestad? Quiero decir, se supone que solo miembros de la familia real pueden...
- En el caso de la Espada Maestra, aquellos quienes descienden de los antiguos caballeros que defendieron a Hyrule de la oscuridad hace generaciones tienen derecho de utilizarla cuando es necesario. – interrumpió la reina. – Link, tú eres el último descendiente de esta línea, por tanto, eres el único en quien puedo delegar esta tarea.
- ¿Es broma, Majestad? – Link se veía sorprendido. Eso no podía ser cierto, pero la reina hizo un gesto negando que fuese broma. Él no tenía ni idea. Y Zelda aparentemente tampoco.
- ¿Es en serio, madre? – preguntó Zelda, mirando a Link, que aún no salía de su sorpresa.
- Nos costó mucho rastrear tu linaje. Empezábamos a creer que la línea de los antiguos caballeros se había extinguido totalmente. Cuando tú apareciste, en ese torneo hace años, supe que debíamos protegerte, por eso te trajimos aquí.
Zelda y Link se miraron uno al otro. Eso explicaba muchas cosas. Como por ejemplo, el trato especial que le daban a él por encima de los demás. A pesar de que la reina era amable con todos en general, con Link era mucho más protectora, y lo trataba con más familiaridad y un cariño comparable al de una madre.
Aunque Link había querido ingresar a la guardia real por voluntad propia, el muchacho no tenía idea de su importancia. Pero esta revelación no cambiaba nada. Su deber siempre había sido proteger al reino, y lo seguiría haciendo por voluntad propia.
Finalmente, habiendo asimilado todo y teniendo claro lo que debía hacer, tomó con ambas manos la espada legendaria, y tiró de ella para sacarla del pedestal. Un resplandor iluminó la hoja de la espada momentáneamente, indicando que esta lo aceptaba como su portador.
- Será mejor que partan enseguida. – dijo la reina. – Con suerte, tal vez encuentren por el camino a Zeil.
- ¿Qué harás tú mientras tanto, madre? – preguntó Zelda.
- No tengo poder sobre las fuerzas de la naturaleza, pero intentaré contenerlas lo más que pueda hasta que ustedes regresen.
- Tenemos que encontrar a Onox. ¿Alguna idea de dónde puede estar? – preguntó Link.
- La mayor concentración de energía parece venir desde las montañas al noroeste de aquí. – dijo la reina.
Zelda se puso a cavilar y se acordó de algo.
- ¡El Templo de las Estaciones! – dijo de repente. – Claro, tiene sentido. Captura al Oráculo de las Estaciones, y la energía de la naturaleza se concentra mayormente en el templo. Eso le da todavía más poder, ¿no?
- Tienes razón, lo más seguro es que Onox esté ahí. – dijo Link. – Y más todavía que Zeil haya ido hacia allá.
- Entonces no se hable más. – dijo Zelda. – Partiremos de inmediato.
Con las armas en mano, los dos jóvenes se dirigieron a los establos para buscar sus caballos y partir en dirección hacia el Templo de las Estaciones.
La Reina Selena observó desde su balcón como se alejaban. Se llevó las manos al pecho, pidiendo a los cielos que regresaran sanos y salvos.
- Diosas, por favor denles fuerzas... y protéjanlos.
(--0--)
Mientras tanto, en otra parte...
Zeil se había ido por su propia cuenta a tratar de rescatar a Din. Horas antes, mientras se encontraba en su habitación, lamentándose, algo ocurrió que lo hizo tomar acción.
Cuando comenzó a desear no haber puesto a Din en peligro, o haber sido más fuerte para poder protegerla, el brazalete que ella le había entregado momentos antes de que Onox la capturara comenzó a emitir un brillo extraño, y una especie de llama dorada salió de ella. Salió por la ventana de su habitación, y se dirigió hacia el horizonte, más específicamente, a las montañas del noroeste.
Y entonces lo recordó: en ese lugar era donde estaba el Templo de las Estaciones. Si lo que Onox buscaba era causar caos con las estaciones, tenía lógica que fuera a ese lugar en particular. Supo exactamente lo que tenía que hacer, así que de inmediato, sin avisar a nadie, se salió por la ventana usando sus sábanas como cuerda improvisada. Antes de partir sacó a su corcel de los establos y emprendió el camino.
A medida que se acercaba al templo, las estaciones se ponían más y más en su contra. De hecho, llegó a un punto en el que no podía continuar más a caballo: el viento invernal estaba demasiado fuerte, y el único camino era atravesando un delgado puente de roca que estaba sobre un precipicio.
El puente era apenas lo suficientemente ancho como para atravesarlo a pie, y por cómo se veía, era cuestionable que pudiera soportar el peso de su montura. La brecha entre los dos lados era demasiado grande para intentar saltarla, y aparte tenía el viento en contra. Determinado a continuar, muy a su pesar Zeil tuvo que dejar a su caballo atado junto al puente, esperando poder regresar más tarde por él.
Nada más cruzar, fue emboscado por cuatro caballeros oscuros, cada uno empuñando un arma distinta: Un hacha, una pica, una espada y una maza. Zeil, por supuesto, ya se lo esperaba, de modo que no mostró señal alguna de sorpresa por su aparición.
- Estás entrando en los dominios del General de las Tinieblas. – dijo el que cargaba el hacha.
- Aléjate si aprecias tu vida. – dijo el de la espada.
- Oblíguenme. – Fue la respuesta de Zeil, mientras desenvainaba su propia espada.
Dado que estaba en desventaja numérica, Zeil no se lanzó a atacarlos a la primera. En vez de eso, mantuvo una postura defensiva, bloqueando y esquivando constantemente, tratando de mantenerse fuera de su alcance.
Usar la fuerza bruta no tenía sentido, de modo que la intención del príncipe era intentar que se vencieran entre ellos. Lo logró parcialmente, colocándose de manera intencional entre el que cargaba la pica y el de la maza, e incitándolos para que atacaran al mismo tiempo.
La estratagema funcionó, ambos se lanzaron con un grito, y un segundo después, se rodó hacia un lado, causando que el de la pica atravesara en el pecho a su compañero mientras que este a su vez le aplastó la cabeza al otro con un golpe de la maza.
Eliminada la mitad de la amenaza, empezó a centrar su atención en el que tenía el hacha. El peso del arma hacía que sus movimientos fueran algo torpes, cosa que Zeil aprovechaba para atacarlo con su espada. Aún así, su armadura lo protegía contra casi todo, de modo que tenía que ir por el único punto que estaba relativamente expuesto. Recordando que ni siquiera eran humanos, y por ende no tenía por qué sentirse mal por matarlos, Zeil se colocó en una postura defensiva esperando, y cuando el caballero alzó su hacha, Zeil atacó con una estocada rápida directo hacia los ojos. La gran ventaja de usar una espada de mandoble era que esta le daba un gran alcance, y eso le permitió clavársela antes de que lograra golpearlo.
El caballero se desplomó en el suelo, ahora solo quedaba uno más, el de la espada.
- De acuerdo, solo quedamos tú y yo.
- Conmigo es más que suficiente. – dijo el caballero, cambiando la espada de mano y girándola como para intimidar a Zeil.
La espada era casi del mismo tamaño que la del príncipe, pero podía blandirla con una sola mano. Aún así, no dio resultado. Zeil empuñó con mano firme la suya propia.
Haciendo uso de astucia y agilidad había podido deshacerse de los otros, sin embargo el último resultó ser mucho más hábil e inteligente que sus compañeros caídos. Este no dejaba aberturas en su defensa, y forzaba a Zeil a mantenerse esquivando y bloqueando sin tener oportunidad de contraatacar.
En una ocasión, cuando los dos comenzaron a medir fuerza al chocar sus espadas, el príncipe tuvo que imprimir toda la fuerza de sus brazos, piernas y cuerpo solo para mantenerse firme. Pero el caballero aprovechó de tener su otra mano libre, y la utilizó para volar a Zeil de un puñetazo. Mientras estaba en el suelo, trató de cortarlo en dos, pero se rodó hacia un lado para evitarlo. La espada clavó la capa en el suelo, dejándolo inmovilizado, y el caballero estuvo a punto de pisotearlo.
Zeil tuvo que dar un fuerte tirón para romper la capa y liberarse, justo a tiempo para esquivar el pisotón. La tierra debajo retumbó ligeramente, y el príncipe de inmediato empuñó su espada de vuelta aprovechando que el caballero había soltado la suya temporalmente. Consiguió herirlo en una mano, pero aún tenía la otra para recuperar su espada, y el combate se reanudó.
Aún con una sola mano, el caballero lo superaba en fuerza por mucho, y el tener que enfrentarlo directamente lo dejaba en una seria desventaja.
- Mejor ríndete, muchachito, no tienes oportunidad. – amenazó el caballero.
- Lo siento, soy demasiado terco para eso. – replicó Zeil con sorna.
Tratando de pensar como quitárselo de encima, Zeil vio por encima de su hombro una enorme roca que estaba detrás de él, y se le ocurrió algo. Continuó peleando por un rato, y eventualmente se dejó empujar hacia ella, fingiendo estar aturdido. Así, cuando el caballero oscuro creyó tener el combate ganado, se lanzó a darle la estocada final, pero Zeil se apartó, causando que la espada se clavara en la roca. Mientras intentaba sacarla, el príncipe aprovechó y dio un tajo con la suya directo al cuello del caballero, decapitándolo.
El cuerpo sin cabeza se desplomó inerte, mientras esta rodaba a unos cuantos metros de allí. Por fin tenía el camino libre para continuar.
- Resiste, Din, te rescataré cueste lo que cueste. – se juró a sí mismo mientras continuaba por el sendero hacia el templo.
Ya podía verlo en la distancia, estaba en la cima de una alta colina, que estaba cubierta de nieve producto del caos que estaba desatando Onox. Pronto llegaría, y rescataría a Din de Onox. Nada lo detendría ahora.
O eso era lo que esperaba, al menos. Un poco después, llegó hasta un estrecho paso rocoso, donde apenas había espacio para transitar. Zeil miró a ambos lados, el lugar se veía perfecto para una emboscada, y algo dentro de él le decía que eso era lo que le estaba esperando allí. Pero a final de cuentas, no estaba para andar reflexionando en ello, y si era el camino más corto hacia el templo, tendría que arriesgarse y pasar por allí.
Tal y como lo suponía, en cuanto entró al cañón, desde la parte superior varios secuaces de Onox comenzaron a arrojarle enormes piedras, tratando de golpearlo o de bloquearle el paso. En dos ocasiones tuvo que pararse para evitar que lo aplastaran, y una particularmente grande lo obligó a treparse por encima para poder continuar. Oyó un retumbar detrás de él, y se dio cuenta que con el desgaste de las paredes rocosas, la entrada había colapsado y no podía regresar por donde vino.
Bueno, solo le quedaba continuar hacia adelante. Vio que los que estaban arriba de la salida estaban intentando provocar un derrumbe similar para sellar el otro extremo y con eso dejarlo atrapado. Instintivamente, corrió como nunca antes lo había hecho, y antes de alcanzar la salida pegó un enorme salto, justo cuando las rocas se desplomaban detrás de él, sellando el pasaje por el cañón.
- Buen intento, Onox, pero hace falta más que eso para detenerme. – dijo Zeil, aliviado por el momento.
Ya después tendría que buscar otro camino para regresar, pero su objetivo principal ahora era llegar hasta el Templo de las Estaciones. Nada de lo que hiciera Onox lo detendría. Absolutamente nada.
(--0--)
Mientras tanto, atrás en el camino...
Link y Zelda continuaban siguiendo el sendero hacia el templo tan rápido como podían, pues los vientos invernales arreciaban, y la nieve les dificultaba el avance a caballo. A estas alturas ya habían llegado hasta el estrecho puente sobre el precipicio, donde encontraron al caballo de Zeil, que todavía seguía esperando a su jinete. Dándose cuenta de que también tenían que abandonar sus monturas, los ataron junto al caballo de Zeil para que le hicieran compañía mientras regresaban, y se dirigieron a cruzar el puente.
- Atravesaré primero para ver si es seguro. – dijo Link. – Si aguanta mi peso, podrás cruzar tú también.
- De acuerdo.
Link tomó un profundo respiro antes de comenzar a cruzar el puente para evaluar su resistencia. La clave para lograrlo era mirar hacia el frente, no hacia abajo. El frío lo hacía un poco resbaloso, de modo que no podía cruzarlo corriendo, tenía que pisar con cuidado. No obstante, avanzó sin detenerse, y consiguió llegar del otro lado a salvo.
Exhaló un suspiro de alivio, y de inmediato se volvió hacia Zelda.
- Bien, es tu turno.
Zelda asintió, sin embargo, no pudo evitar mirar hacia el precipicio antes de dar el primer paso. Tragó en seco y dudó un momento, pero al recordar que las vidas de su hermano y Din, y las de todos en el reino estaban en juego, apretó las manos en su pecho y se armó de valor, haciendo frente a su miedo.
Sin darse cuenta, sin embargo, empezó a caminar demasiado rápido, por el afán de querer cruzar lo más pronto posible, y por hacerlo, cuando estaba a punto de llegar al otro lado, dio un paso en falso y resbaló.
- ¡Aahh!
- ¡Cuidado! – gritó Link, alargando el brazo y sujetándola antes que cayera. De inmediato la jaló con algo de brusquedad, producto del acto reflejo, pero la puso a salvo.
- Lo siento, debí caminar con más cuidado. – dijo Zelda. – Gracias, salvaste mi vida.
- No te preocupes, para eso estoy. – sonrió Link.
Los dos vieron a su alrededor, encontrándose con las armas y armaduras de los caballeros oscuros que habían atacado a Zeil cuando pasó por allí.
- Parece que a estos sujetos no les fue muy bien. – dijo Link.
- Mi hermano sabe cómo lidiar con este tipo de amenazas cuando quiere hacerlo. – reconoció Zelda.
- Bueno, eso quiere decir que nos despeja un poco el camino. – dijo Link. – Sigamos, no hay tiempo que perder.
Los dos continuaron en dirección hacia el templo, esperando no tener dificultades. Sin embargo, habían encontrado el camino principal bloqueado, el cañón rocoso se había derrumbado y no podían atravesarlo, así que no les quedó más opción que tomar un desvío.
Se dirigieron a un sendero por el bosque cercano, alertas ante cualquier eventualidad, sabían que los secuaces de Onox estaban a diestra y siniestra esperando a los intrusos. Y así fue, cuando estaban llegando a un campo abierto en el bosque, una lluvia de flechas los obligó a ponerse a cubierto detrás de unos árboles.
Link espió un poco cuando cesaron de disparar, y pudo ver con claridad a un par de ellos. Eran mitad caballeros oscuros, y la otra mitad caballos, es decir, centauros oscuros, por decirlo de alguna manera. Todos estaban armados con ballestas, ahora estaban recargando sus flechas antes de volver a dispararles.
- Yo atraeré su atención, tú dispárales con el Arco de Luz. – susurró Link.
- Ten cuidado. – dijo Zelda, preparando su arco.
Link corrió hacia otro árbol, mientras los centauros reanudaron su ataque. Tenían buena puntería, tuvo que reconocerlo, pero no tan buena como para acertarle. Zelda se deslizó entre unos arbustos intentando buscar un punto ciego por el qué atacar, mientras preparaba una Flecha de Luz.
Link seguía haciendo de señuelo, distrayendo la atención de los centauros. Al cabo de un par de minutos, la princesa se colocó en posición, concentró su energía en el arco y apuntó hacia el más cercano, que tenía su espalda hacia ella en ese momento. La flecha se materializó en el arco, volviéndose sólida, y Zelda la soltó.
*¡FIUUUUUUUUUU! ¡THOK! ¡THOK! ¡THOK!*
La flecha dio directo en el medio de la espalda del centauro, penetrando su armadura como si fuera de cartón. Más todavía, la flecha lo atravesó y siguió de largo, haciendo lo mismo con los otros que estaban alineados con él. Un rastro de luz se vio en el lugar donde la flecha los impactó, y cada uno de ellos desapareció en un destello de luz mezclado con humo negro. Resultó una gran ventaja, una sola flecha bastó para eliminar a varios de ellos de una sola vez.
Aprovechando el desconcierto, Link salió de su escondite, cubriéndose con el escudo como precaución, y desenvainó la Espada Maestra. Apuñaló en el pecho a uno de los centauros que quedaban en pie, la Espada Maestra también tenía poder sagrado que le permitió atravesar las armaduras oscuras.
Estando a corta distancia, los centauros no pudieron recargar y apuntar a tiempo para contraatacar, y Link rápidamente se deshizo de ellos. El último que quedó en pie dio la vuelta e intentó escapar, pero Zelda previó su intención.
- Oh no, no lo harás. – dijo apuntando el arco, y disparando otra Flecha de Luz.
El desgraciado centauro dio un chillido de dolor al recibir el flechazo, y desapareció igual que los otros. Aún a pesar de la distancia que había logrado alcanzar en ese momento y estar en medio de los árboles no le sirvió para salvarse, no quedaba en duda el por qué la reina Selena había dicho que su hija era "la mejor tiradora". Con la oposición erradicada, la pareja continuó su camino.
- Yendo por aquí vamos a tardar más. – dijo Link.
- Es la ruta más corta, ya que el paso por el cañón está bloqueado. – dijo Zelda.
- Este viento invernal es cada vez más insoportable.
- ¿No te gusta el frío?
- No tan extremo. – dijo Link, frotándose los hombros. – Esto ya es demasiado.
- Es extraño, nunca te oí quejarte en los inviernos que has pasado con nosotros. – comentó la princesa sin saber muy bien por qué.
- Eso es diferente. – dijo Link. – En el castillo se está caliente y acogedor... y hay buena compañía.
- Claro, porque siempre te la pasas jugando con mi hermano.
- Tú sabes a lo que me refiero. – dijo Link. – Eres tú la que entibia los meses invernales.
Zelda sonrió, sin poder evitar ruborizarse un poco. Le parecía extraño que después de tanto tiempo de conocerse aún no hubiera tenido el valor de decírselo directamente. En lugar de eso, a ambos simplemente les gustaba lanzarse indirectas muy directas uno al otro. No sabía si era por timidez, o porque simplemente no necesitaban decirse nada.
Tal vez en el fondo pensaban que cada uno sabía lo que sentía el otro, y por eso creían que no era necesario. Aún así, una parte de Zelda consideraba que haciendo eso se estaban comportando como niños. Y viendo que su ceremonia de madurez se acercaba, ya era tiempo de dejar atrás esos rodeos y tomar la relación con más seriedad, como una mujer adulta. Después de todo, desde hacía mucho tiempo que estaba planificando un futuro junto a él.
Dejando de lado estos pensamientos, Zelda volvió a enfocarse en lo que importaba en ese momento. Tenían que apresurarse a llegar al Templo de las Estaciones para ayudar a Zeil. Aunque hubiera podido llegar con Onox, dudaban que en sus condiciones actuales pudiera enfrentársele. Necesitaban esas armas sagradas para poder derrotarlo, y salvar a Din, y al reino.
(--0--)
Un poco después...
Al fin, después de abrirse paso por muchas dificultades y enemigos que buscaban detenerlo, Zeil finalmente llegó ante la imponente estructura que se alzaba frente a él.
El Templo de las Estaciones estaba sobre la colina más alta de la zona montañosa, y la entrada hacia él estaba al final de una enorme escalera. Bueno, era el último tramo que le quedaba, así que sin perder tiempo, comenzó a subir por ella, determinado a rescatar a Din y darle a Onox su merecido.
Para su sorpresa, no encontró más oposición mientras la subía, lo cual era extraño considerando todo lo que pasó en el camino. Pero ya estaba allí, no había vuelta atrás.
- ¡ONOX! – gritó apenas puso un pie en el templo. – ¡SÉ QUE ESTÁS AQUÍ, MALDITO, SAL Y DA LA CARA!
- Jejejejeje... – resonó la risa de Onox por todo el templo. – Impresionante. Realmente no creí que tuvieras la habilidad o la suerte para llegar hasta aquí.
- Ya déjate de palabrerías y ven a enfrentarme de una vez. – exigió Zeil.
- ¿En serio crees que tienes una oportunidad contra mí? ¡Contra el mismísimo General de las Tinieblas!
- Me importa un comino tu título de general. – lo desafió Zeil. – Si no tienes el valor de enfrentarme, no eres más que un cobarde que se esconde en las sombras.
- Tu arrogancia te costará muy caro, joven príncipe. – dijo Onox. – Pero ya que tienes tantos deseos de morir en mis manos, que así sea, daré la cara y te enfrentaré.
En el centro de la habitación se formó un humo púrpura, y acto seguido se materializó Onox frente a Zeil, igual y como él lo recordaba.
- ¿Dónde está Din? – preguntó Zeil, apuntándole con su espada. – ¿Qué le has hecho?
- Cálmate. Si te preocupa tanto, déjame asegurarte que ella está bien. – dijo Onox. – Después de todo, la necesito viva para poder controlar la energía de este templo.
- Eres un... un... – Zeil no lograba encontrar una palabra para describir a Onox. – ¡Aaaaarghhh!
Ya finalmente decidió dejar de hablar y corrió a atacarlo con toda su furia. Onox sacó de la nada una enorme hacha para recibirlo, y se limitó solo a bloquear sin problema alguno los ataques del joven príncipe, solo evaluando sus habilidades.
Tuvo que admitir que, para tan corta edad, el muchacho mostraba gran destreza con la espada y sus agallas parecían darle fuerza. Aún así, a leguas se notaba que Onox solo jugaba con él, simplemente estaba dándole una minúscula oportunidad de probarse a sí mismo.
- ¡ACABARÉ CONTIGO! – gritó Zeil, levantando su espada para asestarle un golpe en la cabeza con todas sus fuerzas.
*¡CRACK! ¡CLANG!*
En cuanto la espada golpeó la cabeza de Onox, se rompió en dos y la punta salió volando lejos. Lo que fuera de que estuviese hecha esa armadura, obviamente las armas ordinarias no podían con ella. Zeil vio con horror su espada rota, y a Onox riéndose atronadoramente.
- Eres un idiota, príncipe Zeil. ¿No aprendiste nada de nuestro último encuentro? ¿No te das cuenta que soy el General de las Tinieblas? Esta armadura está imbuida con los poderes mismos de la oscuridad. ¿En serio no pensaste que una espada ordinaria podría hacerme algún daño?
- Tenía la esperanza de que sí lo hiciera. – replicó Zeil sarcásticamente, retrocediendo y arrojando su espada rota, al fin y al cabo ya no le iba a servir.
- Es una lástima. Si no hubieras decidido desafiarme, podrías haber vivido un poco más. – dijo Onox. – Es tiempo de terminar con esto.
Onox alzó su hacha, y se preparó para el golpe final. Zeil por alguna razón, aún presintiendo que su fin se aproximaba, se tocó el brazalete que Din le había dado antes de que Onox la capturase, recordando lo que le dijo: "En el caso de que algo llegara a pasarme, esto te protegerá."
- Din... por favor ayúdame... – susurró mientras esperaba lo peor.
- ¡Es tu fin! – gritó Onox dejando caer su pesada hacha sobre Zeil.
En ese instante, como respondiendo a la petición de ayuda de Zeil, una luz brilló en la gema del brazalete, y generó una especie de barrera de fuego que detuvo en seco el hacha. Zeil tardó unos momentos en darse cuenta de lo que había pasado, o más bien, de lo que NO había pasado, es decir que Onox no lo había matado.
La energía que emitía el brazalete se sentía ardiente, pero por alguna razón no lo quemaba.
- ¡¿Qué?! – Onox parecía incrédulo ante lo que acababa de pasar. Acto seguido, la barrera de fuego actuó sola y lanzó una llamarada que sacó volando varios metros hacia atrás a Onox.
- ¿Qué está sucediendo?
Zeil seguía confundido, sin embargo, de algo estaba seguro ahora: Din tenía razón al decir que lo protegería. En ese instante, la energía de la barrera comenzó a moverse por sí sola de nuevo, alrededor de Zeil, hasta que finalmente empezó a concentrarse en una pequeña esfera enfrente de sus ojos. El fuego era hermoso, era un tipo de llama que nunca antes había visto, alternaba entre rojo rubí y dorado, era increíble.
La esfera comenzó a cambiar de forma, volviéndose delgada y alargada. Las llamas se fueron extinguiendo lentamente, dejando paso a algo que Zeil jamás podría haber esperado presenciar.
Era la espada más espléndida que Zeil había visto en toda su vida. La empuñadura parecía estar hecha de rubíes y adornos dorados, y formaban hacia los lados unas prominencias que imitaban las alas de un pájaro de fuego. En medio de esta estaba una gema idéntica a la de su brazalete, con el símbolo de la Diosa del Poder. En el extremo de la hoja, que era aún más larga que la de la espada que había traído consigo, tenía un rubí de forma oval y una punta dorada que también parecía una llama ardiendo. La espada frotaba frente a él, como esperando a que la tomara. Algo dudoso, Zeil acercó sus manos a la empuñadura, aún abrumado por la belleza del arma, pero finalmente recordó lo que debía hacer y la sujetó.
Fue una sensación indescriptible. La hoja de la espada comenzó a arder en llamas doradas, mientras Zeil sentía que una poderosa energía fluía todo su cuerpo. De pronto, se sentía como si tuviera la fuerza de cien hombres, al punto que la espada, a pesar de que tendría que ser más pesada que la que había traído por el tamaño y las joyas, en realidad la sintió tan ligera como una pluma, podía blandirla con una sola mano sin problemas.
- Urgh... – Onox se estaba apenas reincorporando del impacto inicial, y fue entonces que vio a Zeil empuñando su nueva espada, entendiendo lo que había pasado. – Muy lista esa Din. No bromeaba al decir que te había dejado un poco de su poder. Pero eso no cambia nada.
- Al contrario, esto cambia todo. – dijo Zeil. – Ahora lo entiendo. Din no solo me dio esto para protegerme de ti. Me lo dio porque esperaba que yo pudiera protegerla. Ella confiaba en mí para salvarla de ti, y no pienso decepcionarla.
Empuñando su nueva espada llameante, el príncipe se lanzó a atacar a Onox de nuevo, con una fuerza y vigor renovados y multiplicados por cien. El General de las Tinieblas trató de protegerse, pero ahora Zeil parecía una persona completamente diferente. Con cada movimiento de la espada dejaba un rastro de llamas doradas. Más todavía, en el transcurso del combate, Zeil descubrió que la espada podría hacer aún más que eso.
Haciendo un tajo con la punta a ras del suelo, creó un muro de llamas que detuvo a Onox cuando este trató de atacarlo, al parecer le tenía miedo a este fuego sagrado. Enfocando la energía en la punta, pudo dispararle una bola de fuego que le impactó en el brazo que sostenía el hacha y la hizo perderla, dejando un rastro de quemaduras en ella. Cuando Onox trató de recuperarla, instintivamente, Zeil disparó otra bola de fuego, esta vez más fuerte, y literalmente incineró el hacha en una explosión, reduciéndola a un puñado de cenizas.
Onox lo miró con furia. – No creas que por eso me has derrotado, príncipe.
Igual como hizo aparecer el hacha antes, ahora hizo aparecer una enorme bola de picos con cadena. Comenzó a girarla sobre su cabeza, extendiendo la cadena más y más para que alcanzara a Zeil, parecía hacerse infinita, pues al principio no se veía tan larga. Aún así, fuera de romper unos pilares y dejar unos huecos en el suelo, no le hizo nada.
Sorprendentemente, el templo no se derrumbó al romperse los pilares. Zeil lo atribuyó a que la energía mágica probablemente fuese lo que lo mantenía en pie. Evidentemente, lo que Onox buscaba era mantener a Zeil alejado, y este, viendo que no lo dejaba acercarse, intentaba atacarlo disparando bolas de fuego con su espada. Al parecer a muy larga distancia no eran tan efectivas, o tal vez se debía a que Zeil no tenía tiempo de enfocar suficiente energía para lanzarle una más poderosa.
Finalmente, en un arriesgado movimiento, el príncipe corrió en línea recta con la espada preparada, y usando el impulso de la carrera, dio un tajo horizontal hacia el estómago de Onox. El general alcanzó a retroceder ligeramente lo suficiente para evitar lo fatal del ataque, pero punta de la espada alcanzó a hacerle un ligero corte a través de la armadura.
- ¡Argh! – se quejó de dolor mientras retrocedía.
La espada le había alcanzado directamente la carne, haciéndole un corte con quemadura ligera. Zeil alcanzó a ver que su sangre no era roja, sino más bien púrpura, quizás por estar tan contaminada de oscuridad. La herida cerró y sanó a los pocos segundos, no obstante, Zeil ya había visto que Onox no era tan invulnerable como intentaba hacerle creer.
Con eso en mente, Zeil persistió con su ataque, mientras el General de las Tinieblas intentaba alejarse lo más que podía de la espada y el fuego.
- ¿Ya tuviste suficiente? – dijo Zeil, mientras lo hacía retroceder hacia una esquina.
- Ya quisieras. Veamos qué puedes hacer con esto.
En ese instante, algo descendió desde el techo. Era un enorme cristal azul, y Onox lo sujetó como si fuese un escudo. Al mirarlo más detenidamente, Zeil vio que dentro de él se encontraba...
- ¡Din! – exclamó al verla.
Atrapada dentro del cristal, Din estaba con los ojos cerrados, como dormida. No parecía estar herida, y aunque Onox le había dicho que "la necesitaba viva", no tenía forma de saber si ella se encontraba bien allí dentro.
- Aguarda, Din, te sacaré de allí. – dijo, levantando su espada.
Pero cuando fue a atacar el cristal, en el momento en que la hoja de su espada hizo contacto, este comenzó a emitir potentes descargas eléctricas.
- ¡AAAAAAAAARGHHHH!
La fuerza de la descarga hizo que Zeil saliera despedido violentamente, y volando hacia atrás. El cristal ni siquiera tenía un rasguño. El príncipe tardó un poco en reponerse del choque, solo para darse cuenta de lo que había pasado.
- Es inútil, no hay forma de que puedas destruir esta prisión de cristal. Y aún si lo hicieras, podrías terminar matándola en el proceso. – se mofó Onox. – La única forma de liberarla, sería que me destruyas. ¿Crees poder hacerlo?
- Eso simplifica las cosas. – dijo Zeil.
De nuevo, Onox recuperó la ventaja, por estar jugando sucio al usar a Din como escudo vivo. A Zeil poco le importaban las descargas, lo que no quería era lastimar a Din por accidente. Onox empuñó de nuevo su bola y cadena, y trató de aplastar a Zeil con ella.
El príncipe no tuvo más alternativa que alejarse, e intentar disparar bolas de fuego a distancia, pero Onox usó a Din para bloquearlas. Por un momento Zeil casi tuvo un ataque al darse cuenta de su error, pero sintió alivio cuando la energía del cristal disipó las bolas de fuego sin que estas dejaran marca alguna.
De todos modos eso no mejoraba la situación. ¿Cómo se suponía que iba a salvar a Din cuando Onox se escondía cobardemente detrás de ella? ¿Cómo iba a derrotarlo si no podía atacarlo?
El General de las Tinieblas continuaba su ataque, y cada vez que Zeil trataba de buscar una abertura, este simplemente usaba a Din para cerrarla. La bola de picos lo mantenía a raya, e incluso si conseguía acercarse un poco, a Onox solo le bastaba con poner a Din entre ellos para hacerlo desistir.
Pronto todo el suelo de la habitación se llenó de agujeros y grietas. Sin saber muy bien lo que estaba haciendo, Zeil clavó la espada en el suelo y lanzó una ráfaga de fuego bajo la tierra usando las grietas que estaban cerca de Onox. El fuego que se alzó desde ellas sirvió para hacer que Onox perdiera el equilibrio, y Zeil de inmediato aprovechó para atacarlo de nuevo.
Pero esta ventaja fue solo momentánea, ya que al poco rato pudo recuperarse y volver a usar a Din como escudo. Zeil tuvo que retroceder, ahora sabiendo que no podía volver a tomar la misma ventaja dos veces.
Mientras esquivaba la bola de picos, Zeil comenzó a correr en círculos alrededor de Onox, con la punta de la espada a ras del suelo, creando un muro de fuego para irse acercando más y más a Onox. No lo podía atacar directamente, pero podía usar el fuego para sofocarlo y debilitarlo. Estaba funcionando, cada vez lo tenía dentro de una zona más cerrada, y mientras lo hacía, no había riesgo de lastimar a Din.
Cuando finalmente lo tuvo dentro de un pequeño círculo, Zeil comenzó a intensificar las llamas, haciendo que ardieran cada vez más y más. Onox empezaba a sentir el calor.
- Si no quieres acabar rostizado, ahora es un buen momento para que te rindas. – advirtió Zeil.
- Esto no es nada.
- Está bien, tú lo quisiste. – dijo Zeil, aumentando el calor.
Continuó fortaleciendo el calor de las llamas, tratando de que se volviera lo más insoportable posible para Onox. Finalmente, al cabo de unos minutos, el General colapsó por efecto del intenso calor.
Zeil se le acercó con cautela. Su armadura, antes dorada y brillante, ahora había tomado un tinte oscuro, producto del fuego sagrado. El cristal donde tenía a Din prisionera flotaba cerca de él todavía. Zeil lo tanteó con la espada, como comprobando si aún seguía vivo. Tenía que estarlo si Din todavía estaba atrapada. ¿Debería aprovechar de darle el golpe final ahora?
- No lo tomes como algo personal. – dijo, alzando la espada, y preparándose para hundirla en su espalda.
- No lo hago. – dijo de repente, tomándolo por sorpresa.
Antes de darse cuenta, Zeil estaba colgando de cabeza, mientras Onox lo sujetaba por la pierna. El General de las Tinieblas astutamente le hizo creer que le había ganado para que bajara la guardia, y funcionó a las mil maravillas. Desprevenido, Zeil dejó caer su espada, mientras Onox se reía maléficamente, ahora literalmente lo tenía en sus manos.
- En serio no pensaste que me derrotarías tan fácilmente, ¿verdad, muchachito? – se burló.
- ¿Llamas a eso fácil? – replicó Zeil con sarcasmo.
- Tu persistencia y agallas me han impresionado, príncipe. Como regalo, terminaré contigo rápidamente y con el menor sufrimiento posible. – dijo Onox. – Es más... te daré el honor de morir por tu propia espada. Luego la conservaré como trofeo.
Onox se dispuso a tomar la espada de Zeil, que para él era más bien como un cuchillo. Pero algo extraño pasó: cuando sujetó la empuñadura, la espada se prendió en llamas, y Onox comenzó a arder con ellas, viéndose obligado a soltar a Zeil mientras gritaba de dolor. El fuego sagrado en verdad que le hacía daño, pero a quemarropa era mucho peor. Por lo visto, Din sabía lo que hacía, y se aseguró de que Onox no pudiese usar la espada contra Zeil.
Entretanto, Zeil comenzó a mirar alrededor en busca de algo con qué ponerlo fuera de combate. La bola de picos no tenía sentido alguno, era demasiado pesada para él, ¿pero qué tal la cadena?
Una buena porción de la cadena aparentemente infinita de Onox estaba tendida en el suelo. Zeil la tomó, dándose cuenta que aunque era un poco pesada sí podía levantarla sin dificultades, y de inmediato empezó a amarrar a Onox con ella, dos, tres, cuatro vueltas alrededor de su cuerpo, y otras dos, tres y cuatro alrededor de su cuello y cabeza.
Mientras el General estaba ardiendo, Zeil comenzó a jalar lo más fuerte que podía, al parecer para asfixiarlo con su propia cadena. Onox finalmente soltó la espada y dejó de arder, y el muchacho fue y la recuperó de inmediato. Cuando Onox intentó soltarse, el príncipe se aprovechó y clavó la espada sujetando la cadena contra el suelo. Onox forcejeaba, luchando por liberarse, pero el material del que estuviera hecha la cadena era muy resistente, pues había soportado tanto el fuego como la fuerza de Onox.
Furioso, el General abrió una de sus manos y comenzó a generar un mini-tornado, dirigiéndolo hacia arriba y que luego le cayera encima. Los efectos del viento actuaron como mini-cuchillas, permitiéndole ir cortando, lento pero seguro, los eslabones de la cadena, hasta que finalmente se liberó. Estaba tan furioso que en ese momento olvidó retomar su escudo (Din) e imprudentemente se lanzó hacia Zeil. Este desenterró su espada, y al tiempo que esquivó la acometida, lo golpeó en un lado del casco con el plano de la espada.
El efecto provocó que el casco le diera vuelta, y el golpe en sí sirvió para marearlo por un momento. Momento que Zeil, sabiendo que era ahora o nunca, mientras Onox intentaba enderezar su casco, aprovechó para colarse detrás de él, y concentrando todo su vigor en un supremo esfuerzo, le clavó la espada a Onox por detrás, haciendo que la punta saliera por el frente, en medio de su pecho.
- Bleah... – Onox empezó a toser y a escupir sangre. Esa sangre púrpura que había mostrado antes cuando había alcanzado a herirlo.
El General de las Tinieblas cayó de rodillas, mientras se sujetaba la herida en su pecho, pero por alguna razón sonreía. Algo extraño considerando que Zeil acababa de hacerle una herida que a leguas se veía era fatal.
- Jejejeje, ah jajajaja... ¡BUA JAJAJAJAJAJAJA!
- ¿Qué es tan gracioso? – preguntó Zeil.
- Impresionante... jamás creí que hubiera alguien... capaz de desafiarme... y derrotarme...
- Ahorra tu aliento, hablar solo te hará sufrir más. – dijo Zeil. - ¿Por qué no mejor te vas de una vez al otro mundo?
- Jeje... podrás haberme vencido así... en tal caso... tendré que mostrarte mi verdadera forma...
- ¿Qué dices? – Zeil se puso sobre aviso, ¿qué quería decir con "verdadera forma"?
- ¡RAAAAAAAAARGHHH!
Onox rugió furiosamente, y comenzó a arder en una explosión de llamas púrpuras, lanzando rayos de luz del mismo color a su alrededor, y haciendo que la tierra a temblara aún con más fuerza. Al parecer ni siquiera el Templo de las Estaciones podría soportar tanta energía maligna, ya que comenzó a derrumbarse, y Zeil no tuvo más opción que salir de allí, muy a su pesar dejando atrás a Din.
Bajando las escaleras, vio que algo estaba comenzando a emerger rompiendo a través del techo del templo. Algo gigantesco, algo oscuro y maligno.
La cosa que salía del templo parecía primero una masa amorfa oscura que poco a poco empezó a tomar una forma definida. De ella surgieron dos enormes alas de murciélago, seguidas de dos enormes y musculosos brazos, que terminaban en tres dedos con garras afiladas. La cara era propia de un reptil, un lagarto o una serpiente, o tal vez una mezcla entre las dos, escamosa, con dientes afilados y ojos con pupila rasgada. En la parte superior de su cabeza había dos cuernos afilados como de un toro, y una enorme gema roja resplandecía en su frente.
- ¡TIEMBLA ANTE MI VERDADERO PODER, EL PODER DE UN DRAGÓN DE LAS TINIEBLAS! – rugió la bestia, al tiempo que lanzaba dos chorros de fuego al aire, y luego un tercero hacia abajo, donde se encontraba el ahora increíblemente diminuto Zeil.
Así que esta era la forma verdadera de Onox, un dragón. Si antes había tenido alguna duda sobre poder derrotar a Onox, ahora estaba completamente seguro ello. ¿Cómo se suponía que se iba a enfrentar a un dragón?
...
No muy lejos de allí, Link y Zelda se estaban acercando, habían apresurado el paso cuando Zelda le dijo a Link que estaba sintiendo una enorme concentración de energía oscura en el templo, y aún antes de llegar habían podido ver en el cielo los chorros de fuego púrpura que la bestia había arrojado. Eso solo significaba malas noticias.
- ¡Link, tenemos que apresurarnos! – gritó la princesa.
- ¡No hace falta que me lo digas! – exclamó el chico.
- Es peor de lo que pensé. – dijo Zelda. – Pase lo que pase debemos detener a Onox. Si esto continúa... no quedará nada.
La pareja continuó corriendo, apresurándose lo más que podían a la fuente de todo el poder maligno. El destino no solo de todo el reino, sino también del mundo, estaba en sus manos.
Esta historia continuará...
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