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Enfrentando al General de las Tinieblas (I)


Ciudadela del Castillo de Hyrule...

La gente en la ciudadela del castillo se sorprendió de ver que Zeil y Din entraban por la puerta grande, y bien agarrados del brazo del otro. A Zeil le incomodaba que los estuvieran mirando, pero a final de cuentas, había sido él quien la había invitado, y decidió lidiar con ello.

Din, por otra parte, si bien por fuera se veía tranquila, por dentro se sentía algo intranquila por haber abandonado su refugio. Sin embargo, por no querer incomodarlo más, decidió guardárselo. Y si algo llegara a pasar, ella sabría bien cómo lidiar con ello. Por el momento, su única preocupación sería pasar un rato agradable con él.

Los dos se dirigieron hacia la posada, que aquel día, por fortuna, estaba bastante más vacía de lo usual. Sin embargo, Zeil sabía que en pocos días el lugar seguramente estaría abarrotado de gente cuando llegara su ceremonia de madurez, de modo que tuvo que felicitarse por haber decidido ir ese día, antes que hubiera mucho tumulto. Se acercaron a la barra, y el posadero vino a saludarlos de inmediato.

- Buenas tardes, príncipe. Veo que para variar no viene solo.

- Sí, hoy no quise privarme de una buena compañía. – dijo Zeil como sin querer la cosa, y el posadero sonrió divertido.

- ¿Lo de siempre?

- No, hoy sírvame la especialidad de la casa. Quisiera una buena cena.

- Entiendo. Enseguida se los traigo. – dijo el posadero. - ¿Desean ordenar bebidas?

- Tráigame un whisky de fuego, si tiene. – pidió Din.

- Cerveza de raíz con hielo para mí, por favor. – dijo Zeil.

- Saliendo. La mesa de por allá está despejada, espérenme allí.

Zeil y Din se dirigieron hacia la mesa que les indicaron a esperar la comida. Mientras esperaban, Zeil por querer abrir conversación le preguntó a Din si acostumbraba tomar whisky de fuego con su comida, a lo que ella respondió que "sólo ocasionalmente". También le dijo que era una lástima que él no pudiera probarlo todavía, porque en realidad era muy bueno.

Él entonces le recordó que solo faltaban unos días para cumplir su mayoría de edad, así que para la próxima vez él podría invitarle uno con gusto. Din sonrió ante la idea, admitiendo que le agradaba recibir la invitación, para variar. Pasaron unos minutos, y el posadero finalmente les trajo la comida.

Los dos permanecieron hablando todo el resto de la tarde, y antes de darse cuenta, estaba cayendo la noche. Se habían entretenido tanto que no se dieron cuenta del tiempo, hasta que el posadero les dijo que faltaba menos de media hora para cerrar. Zeil le preguntó si se podían quedar hasta entonces, aprovechando que ya se había ido toda la demás gente, y el posadero les dijo que sí, pero pasado ese tiempo se tendrían que ir.

- Ya lo dije, el tiempo vuela cuando te lo pasas bien. – dijo Din.

- Entonces, te la pasaste bien conmigo.

- La pasé maravillosamente. – dijo Din. – Después de tu ceremonia de madurez deberíamos venir otra vez.

- Cuando gustes. – dijo Zeil, sonriéndole.

Los dos permanecieron en silencio, mirándose a los ojos. Por alguna razón, al hacerlo, Zeil experimentó esa misma sensación que tenía cuando él y Din bailaban en pareja durante las lecciones. Esa sensación de estar desconectado del mundo a su alrededor, de que solo estaban él y ella. Y por extraño que fuera, le gustaba esa sensación. Una parte dentro de él sentía (o más bien sabía) que en su mundo solo existía Din. Solo Din. El tiempo que llevaba con ella no era mucho, pero había sido realmente increíble.

Bueno, después de todo, ella era una chica increíble, por no decir menos. Era atractiva en más de una forma, no solo en físico y talento, sino además en personalidad: era alegre, divertida y con actitud, una mujer fuerte, pero que sabía sacar a relucir su femineidad y encanto cuando tenía que hacerlo. Era una en un millón. No tenía sentido esperar más. Haciendo acopio de fuerzas, tomó la determinación de hablar.

- Din, acerca de lo que dije... sobre mi ceremonia de madurez... hay algo que olvidé mencionar.

- ¿Y qué sería?

- Pues... que obviamente, como se celebrará un baile... necesitaré... ya lo sabes.

Los nervios empezaron a dominarlo de nuevo. Pero ya había empezado, no podía titubear ahora. Sin embargo, Din solo le sonrió, como haciéndose la desentendida. Zeil sintió algo de rabia por dentro. Ella quería que fuera sin rodeos, sin indirectas. Aunque de nuevo, esa era una de las cosas que más le gustaba de ella.

- Din, lo que trato de decirte es que... quiero que seas mi pareja en el baile de la ceremonia. – dijo finalmente.

Pasó un momento de silencio, y la sonrisa de Din abrió a una pequeña risita que se fue transformando en una carcajada gradualmente. Zeil no podía creerlo, ella se estaba riendo de él.

- ¿Oye, qué te pasa, qué es lo gracioso?

- Discúlpame. – dijo Din al recobrar el aliento. – Es solo que... empezaba a creer que nunca me ibas a invitar. Ya estaba planeando pedírtelo yo misma.

- ¿Qué dices? ¿A qué te refieres con...? – Y entonces Zeil cayó en la cuenta. – Espera un momento... ¿tú QUERÍAS que yo te invitara?

- Esa era la idea. – dijo Din, sin dejar de sonreír.

- ¿Estás burlándote de mí?

- Eso jamás. – dijo Din sin perder la compostura. – Solo intentaba hacerte un favor.

- ¿Cuál favor? – Zeil seguía sin entender.

- ¿Qué no es obvio? Cuando te conocí, eras demasiado cerrado, y no digamos temperamental. Pensé que, tal vez, podría ayudarte a que te abrieras un poco, y con suerte, también a apaciguar un poco esa personalidad fogosa que tienes.

Zeil abrió la boca para decir algo, pero no le salió nada. No podía refutarlo, pues ella tenía razón. Ella le había ayudado a bajarle un poco a su temperamento, y a ser más abierto. Prueba de ello estaba en que, en las últimas semanas, no se había dignado a contestarles a su madre y hermana.

De hecho, no recordaba que en ese tiempo le hubieran sermoneado o regañado por algo, cosa que en realidad era muy habitual. No se había dado cuenta, pero su tiempo con Din lo había influenciado positivamente en más de una forma.

- Es verdad. – admitió. – Últimamente mi temperamento ha bajado.

- ¿Lo ves? – dijo Din. – Y no solo eso. Logré que te abrieras lo suficiente para que decidieras invitarme al baile, y lo hiciste tú mismo. Dime una cosa, ¿te habrías atrevido a hacerlo hace un mes?

- Hmm... no, supongo que no.

- Eso quiere decir que mi plan funcionó. – concluyó Din. – Aunque... tal vez podrías haber elegido palabras un poco más sutiles. Quiero decir, decirlo de esa manera "Quiero que seas mi pareja"...

- No te burles. – le reprochó él. – Nunca he sido bueno con las palabras, y menos cuando...

- Shhh. – lo interrumpió Din, poniéndole el dedo en la boca. – ¿Quieres un consejo? A veces, las acciones hablan más que las palabras.

Y quitando el dedo, sin dejar de sonreírle, se fue acercando, lentamente. Zeil sintió una corriente bajarle por la espina. ¿Acaso ella estaba a punto de...?

- "Oh, Diosas... ¿acaso me va a...?"

Pero cuando estaba a punto de hacerlo, inoportunamente, hubo un estruendo afuera. Como si fuese una señal de alarma, Din se frenó en seco, y el beso que le iba a dar a Zeil nunca llegó. Pero obviamente, luego de semejante ruido, él no le dio importancia.

- ¿Qué fue eso? – preguntó Zeil.

- Creo que... oh, no, están aquí. – dijo Din.

- ¿Están aquí, quienes?

- Espérame aquí, regresaré enseguida. – Y sin más, se paró de su asiento, saliendo de la posada a toda prisa.

- ¡Oye, aguarda! ¿A dónde vas?

Pero Din no respondió, y cruzó las puertas de la posada, saliendo hacia la ciudadela. Zeil estaba tan confundido por esa acción tan repentina que tardó unos segundos en reaccionar. Ahí pasaba algo raro, y definitivamente no era nada bueno.

Din parecía ser muy rápida sobre sus pies, porque cuando el príncipe salió de la posada, olvidando momentáneamente que tenía que pagar la cuenta de lo que se comieron, no la vio por ninguna parte. La gente parecía haber sido alertada por el repentino estruendo, pero ahora se estaban retirando de vuelta a sus hogares, o no le estaban dando importancia, o les asustó demasiado como para querer averiguar lo que pasaba.

Zeil llamó a Din a gritos, pero ella no le respondió, así que no tuvo más remedio que correr alrededor de la ciudadela para ir a buscarla.

...

Din se había metido entre unos callejones, que estaban entre varias viviendas abandonadas. Miraba a todas partes, como si siguiera a algo que no podía ver, pero sí sentir. Tenía que alejarse de ahí, o podría poner a todos, y en especial a Zeil, en peligro. Si se trataba de ellos... con todas sus fuerzas deseaba estar equivocada. Pero al dar una vuelta, comprobó que lamentablemente no lo estaba. Frente a ella estaban dos sujetos enormes y corpulentos, vestidos con pesadas armaduras oscuras y capas a juego.

- Por fin te encontramos, señorita "Oráculo". – dijo uno de ellos.

- Lo sabía. – dijo Din.

- Nos has causado muchos problemas. – dijo el otro. – Pero el General Onox tenía razón, no te podías esconder por siempre.

- "Oh, no; es peor de lo que pensé." – pensó Din.

Mientras tanto, Zeil seguía buscando a Din. Por casualidad se metió en el callejón donde estaba. Su alivio se vio truncado cuando vio las dos enormes y oscuras figuras que estaban frente a ella.

- Oh, vaya... eso me suena a malas noticias. – dijo, y sin meditarlo mucho, corrió hacia el callejón.

Preocupado ante el pensamiento de que las dos figuras oscuras tuvieran malas intenciones, Zeil se ocultó detrás de la pared para analizar la situación y actuar cuando fuese necesario. Espiando con cuidado, todo lo que vio de ellos fue un par de capas negras, que fácilmente los ayudaban a ocultarse en la oscuridad del callejón, algo que fácilmente se puede asociar con propósitos "subrepticios".

Solo quería estar seguro, pero si la cosa se ponía fea, bueno, tenía su espada a la mano. Aguzó el oído y escuchó con atención como hablaban.

- Ya no puedes huir, preciosa. – dijo uno de ellos.

- Mejor ven con nosotros por las buenas, sería un desperdicio tener que hacerte daño. – dijo su amigo.

- Lo siento mucho, pero mi respuesta es no. – replicó la pelirroja, desafiante.

- No tienes opción. Tenemos órdenes de llevarte como sea, y si no cooperas...

- ¿Qué harán? ¿Me llevarán por la fuerza? – volvió a hablar con ese mismo tono desafiante. – Quisiera ver que lo intenten.

- Eso se puede arreglar.

Los dos sujetos sacaron sus armas, uno de ellos llevaba una gran hacha, y el otro una pesada maza. Sorprendentemente, Din no dio ni el menor atisbo de estar asustada o algo, pero Zeil no iba a quedarse parado viendo, así que de inmediato decidió actuar y salir de su escondite.

- Oigan. – dijo mientras desenvainaba su espada. Los dos tipos voltearon, y fue ahí que pudo ver que iban ataviados con armaduras oscuras. - ¿No escucharon a la señorita? Les dijo que no.

- ¿Y tú quién te crees?

- Lárgate de aquí, niño, si no quieres salir lastimado, o algo peor.

- Pensándolo bien, creo que es mejor encargarnos de él, no debe haber testigos.

- Prueben su suerte. – dijo Zeil, tomando una postura de guardia con su espada.

El que iba con el hacha atacó primero. Zeil empuñó su espada con ambas manos y paró el ataque, que aunque lo hizo retroceder ligeramente pudo rechazarlo de un empujón. Al salir del callejón vio que la armadura del sujeto lo cubría casi por completo, dándole una protección virtualmente impenetrable, no obstante, también era muy pesada y hacía que sus movimientos fuesen un poco lentos y torpes, algo de lo cual el príncipe sabía que tenía que tomar ventaja, en especial al ser dos contra uno.

El de la maza trató de descargarle un fuerte golpe encima, hundiendo su arma en el suelo con un gran estruendo, pero Zeil lo evitó dando un salto hacia atrás, y pensando rápido intentó ver qué parte del cuerpo de sus adversarios sería más vulnerable. El sujeto del hacha se le vino encima y trató de hacerle un corte horizontal para decapitarlo, Zeil se agachó al tiempo que daba un golpe giratorio tan fuerte como podía hacia el talón, haciéndolo perder el equilibrio y caer de espaldas.

Golpeó la muñeca del sujeto con el plano de su espada para hacerlo soltar su arma, aprovechó de agarrarla y arrojarla fuera de su alcance. Cosa que no fue tan fácil, ya que era demasiado pesada para sujetarla con una mano, necesitó ambas para poder hacerlo, y se preguntaba cómo rayos era este sujeto capaz de agarrarla con una sola mano. De nuevo, tal vez su corpulencia no era solo para presumir.

- ¡Maldito niñato entrometido, te enseñaré! – gritó el sujeto de la maza, llevándola hacia atrás mientras corría hacia Zeil.

El príncipe se preparó para recibirlo, pero ni falta que le hizo: de pronto, sin avisar, Din saltó por encima de él, y en el aire mientras daba una pirueta usó sus manos para darle vuelta al casco, obstruyendo su visibilidad. Siguió haciendo algunos saltos y volteretas hasta aterrizar junto a Zeil, que estaba bastante sorprendido.

- ¡Pero qué...! ¡No puedo ver! – gritó el sujeto de la maza con la voz ahogada.

- Puedo manejarlos, pero gracias por la ayuda. – le dijo Din a Zeil con una sonrisa.

- ¡Grahh! ¡No necesito verlos, solo los voy a aplastar!

Aún sin poder ver hacia donde iba, el sujeto de la maza era todavía más peligroso por andar dando golpes a lo tonto, y ya le había dejado varios huecos y hendiduras en el suelo y las paredes, esperando que alguno les diera. Zeil y Din se limitaron a mantener su distancia.

Mientras tanto, el del hacha, aún sin el arma, ya había logrado ponerse de pie (con dificultad, por el peso), e ignorando al príncipe, corrió a tratar de agarrar a la pelirroja. Esta, sin dejar ni por un segundo esa sonrisa desafiante, simplemente se limitó a esquivar sus arremetidas moviéndose de una manera que Zeil fácilmente reconoció como la danza que estaba haciendo el día que él y Link la vieron en la plaza, con mucha gracia y estilo, y el pesado caballero no alcanzó ni a rozarle un cabello.

- ¡Deja ya el baile y ponte seria! ¡RAAAAAAAH! – gritó furioso, lanzándose a atraparla con los brazos abiertos. La pelirroja solo esperó hasta el último momento, habiéndose puesto deliberadamente en dirección hacia el otro caballero, que seguía dando golpes al azar con su maza, lo esquivó de un salto y como resultado...

*¡CLONK!*

El golpe de la maza resonó con la fuerza de una campana de iglesia sobre el casco del segundo caballero. Pero la cosa no acabó ahí. La pelirroja abrió los brazos, y cerrando los ojos como para concentrarse, generó en sus manos un par de bolas de fuego. Tras hacer algunos movimientos muy propios de una especie de danza ritual, dejando un rastro llameante por donde se movían, juntó ambas manos al frente, combinando las dos bolas de fuego en una más grande.

- ¡FUEGO SAGRADO! – gritó disparando la enorme bola llameante.

*¡BOOOOM!*

La bola de fuego impactó de lleno al caballero oscuro, que seguía aturdido por el mazazo de su compañero quedó envuelto en una explosión de llamas, y tras algunos gritos de agonía fue consumido por el fuego, dejando solo un rastro de cenizas negras.

Zeil se quedó estupefacto, entre lo que había hecho la chica con el fuego, y ver como el caballero oscuro desaparecía en las llamas.

- Pero qué...

- No hay por qué contenerse. – dijo Din, cuya expresión ahora sí se había vuelto seria. – Ellos ni siquiera son humanos.

Pese a su confusión, Zeil captó rápidamente el mensaje, significaba que podía atacarlos sin remordimiento alguno. Mientras tanto, el caballero oscuro restante finalmente paró de dar golpes al darse cuenta de que le había dado algo, y volvió a enderezar su casco. Sintió una enorme furia al comprobar que tanto Zeil como la chica estaban ilesos, y de su compañero no quedaba más que un pequeño montón de restos carbonizados.

- ¡NO! ¡Malditos, lo van a pagar! – gritó, volviendo a la carga.

Instintivamente, Zeil se colocó de frente para proteger a Din. Esquivó otro golpe de la maza, y dio una estocada directo hacia uno de los hombros del caballero, que quedaban al descubierto. Este chilló de dolor, y el príncipe aprovechó de escurrírsele por atrás y darle un tirón a su capa para hacerlo caer de espaldas.

La pelirroja volvió a lanzar su ataque de fuego, y este, al igual que su compañero, sucumbió ante las infernales llamas. Todo había terminado tan rápido como empezó. Zeil tanteó los restos de los caballeros con la punta de su espada, como si temiera que pudieran resucitar.

- Es mejor que nos vayamos de aquí. – dijo Din. – Seguro que no son los únicos.

- Vamos al castillo. – dijo Zeil.

- No. Tenemos que regresar a mi refugio. – lo contradijo Din.

- ¿Por qué?

- Te lo explicaré luego. – dijo Din. – Ahora vamos, tenemos que irnos.

- Din, ¿quieres decirme qué está sucediendo?

- No hay tiempo ahora, TENEMOS que irnos. Antes que lleguen más.

- ¿Más? ¿Qué quieres decir con...?

Pero antes que pudiera hacer más preguntas, ella lo agarró del brazo y echó a correr. Con tantas preguntas en la cabeza, Zeil solo estaba seguro de una cosa: algo muy extraño estaba sucediendo. Al parecer algo o alguien iba detrás de Din y ella no quería ponerlo en peligro a él. Los dos salieron de la ciudadela a toda prisa, justo cuando empezaban a levantar el puente levadizo.

Afuera, la pelirroja se detuvo momentáneamente, y miró en varias direcciones, antes de proseguir el camino dirigiéndose hacia los bosques del Noreste, sin soltar el brazo de Zeil. De hecho, el príncipe empezaba a sentirse algo incómodo ya que ella lo sujetaba con mucha fuerza (incluso para ser mujer) y empezaba a dolerle.

Una vez que lograron internarse en el bosque, Din se detuvo por un momento, y Zeil esperó a recuperar su aliento para volver a interrogarla.

- ¿Din, quién o qué eran esos sujetos? – fue lo primero que preguntó. – Antes dijiste que no eran humanos, ¿acaso...?

- Son Caballeros de las Tinieblas. – dijo Din antes que terminara. Parecía que tenía la respuesta en la punta de la lengua. – Criaturas creadas de las sombras, por medio de magia oscura. Y solo conozco a alguien capaz de hacerlo.

- ¿Quién?

- El General de las Tinieblas. – dijo Din. – Su nombre es Onox, y lleva mucho tiempo detrás de mí.

Zeil estaba confundido. ¿Por qué un tal "General de las Tinieblas" iba a perseguir a una simple bailarina como ella? A no ser que... a no ser que ella fuese MÁS que una simple bailarina. Zeil entonces recordó que ella había destruido con una especie de fuego mágico (lo había llamado "Fuego Sagrado") a los caballeros oscuros que los atacaban. Ahora no tenía ninguna duda: Din estaba ocultándole algo, algo muy serio.

Pero antes de que pudiera reanudar el interrogatorio, Din le indicó que tenían que seguir corriendo hacia el refugio, que estaban cerca. Zeil no vio nada, pero recordó que en el incidente de la ciudadela ella se había salido aún sin verlos, por lo que asumió que podía sentir su presencia o algo así. Si de prioridad tenían escapar de ellos, las preguntas tenían que esperar.

Una vez dentro del bosque, Din se dirigió hacia el claro donde normalmente se reunía con Zeil para las lecciones de baile. Se detuvo por un momento, y tras observar a su alrededor, se concentró y volvió a lanzar una bola de fuego que abarcó todo el claro. Sorprendentemente, este no se propagó a todo el bosque, sino que, de alguna manera, se mantuvo solo contenido dentro del claro, formando una especie de muro.

- Eso nos dará un poco más tiempo, tendrán que rodearlo para alcanzarnos. – explicó Din, indicándole a Zeil que tenían que continuar.

Los dos continuaron su marcha hacia el refugio de Din. Atravesar la espesura del bosque en semejantes condiciones no era sencillo, y por recortar camino muchas veces tenían que meterse entre arbustos espinosos y otras cosas. Pero estaban en más peligro del que pensaban, pues no tenían idea de que la oscuridad era una aliada para los caballeros.

- ¡Argh! – gritó Zeil de repente. Algo puntiagudo acababa de clavársele en el brazo.

- ¡Zeil! – Din se detuvo con el grito, y al mirarlo se dio cuenta de que le habían lanzado una flecha, una flecha oscura.

- Estoy bien, solo es un rasguño. – dijo Zeil, tratando de disimular el dolor. – Deprisa, tenemos que continuar.

- ¡Cuidado! – gritó Din, aferrándose a él y agachándose cuando otra flecha les pasó cerca.

Los dos rápidamente se cubrieron detrás de un árbol para protegerse de un par de flechas más que les arrojaron. Al espiar un poco se dieron cuenta que les estaban dando alcance, pues ya podían oír sus voces susurrando y sus pasos a medida que se abrían camino a través del bosque. Ya no estaban muy lejos del refugio de Din, pero hasta que llegaran allí ambos seguían en peligro.

Avanzando un poco más, los dos encontraron un enorme tronco hueco, y se ocultaron en él para recobrar el aliento. Din aprovechó de revisar el brazo de Zeil. La flecha afortunadamente no parecía haber alcanzado el hueso o algo similar, ni tampoco parecía haber sido envenenada pues después del flechazo Zeil había podido seguir corriendo como si nada, y no mostraba síntomas de envenenamiento. De todos modos, y por precaución, Din no se atrevió a sacársela de momento para no causarle una hemorragia. Mientras tanto, los caballeros oscuros se fueron acercando más y más.

Los dos se aferraron uno a la otra con mucha fuerza, y aguantaron la respiración cuando los oyeron cerca de donde estaban, rezando por que los pasaran de largo. Esperaron unos minutos y, por alguna clase de milagro, así lo hicieron. La pareja salió a evaluar que estuvieran a mucha distancia antes de seguir su camino.

- Estuvo cerca. – dijo Zeil, limpiándose el sudor de la frente.

- Todavía no hay que aliviarse. – dijo Din. – Aún tenemos que llegar a mi refugio.

- ¿Hacia dónde es? – preguntó Zeil.

- Seguimos recto hacia allá. Falta poco, afortunadamente. – dijo Din.

- Deberíamos distraerlos un poco más, por si acaso. – dijo Zeil, cogiendo una piedra.

- ¿Qué estás haciendo?

Zeil no respondió, simplemente arrojó la piedra lo más lejos que pudo en la misma dirección hacia donde habían ido los caballeros oscuros, que habían sido lo bastante tontos como para no separarse para cubrir más terreno mientras los buscaban.

Eso, desde luego, actuaba a su favor. Al escuchar el ruido de la piedra, los dos corrieron de inmediato en esa dirección, y mientras tanto, Zeil y Din aprovecharon la distracción para correr en dirección hacia el refugio.

Sin embargo, apenas un minuto después su estratagema fue descubierta, ya que de nuevo comenzaron a lanzarles flechas, que afortunadamente no llegaron a darles. Mientras corrían, Zeil se tropezó con una raíz, y al tratar de levantarse de nuevo, un dolor en la rodilla lo aquejó: se la golpeó con una piedra al caer.

- No te detengas por mí, huye. – le dijo a Din.

- No seas tonto, ¿crees que te voy a dejar aquí? – replicó la pelirroja. – Vamos, apóyate en mí.

Din ayudó a Zeil a levantarse de nuevo. Los caballeros habían dejado de lanzar flechas, tal vez ya se les había terminado la munición. Sin embargo, Din apenas era lo bastante fuerte para poder correr sujetando a Zeil de esa manera, y eso la alentaba demasiado. Un poco más... solo un poco más...

- ¡Ya casi! – farfullaba Din entre dientes.

Zeil finalmente no pudo contenerse al impulso de mirar hacia atrás, y vio que los caballeros oscuros les estaban dando alcance. Din de repente se detuvo sin avisar, pero antes de que le preguntara por qué, si ya se les venían encima, sus enormes perseguidores se desvanecieron. Zeil estaba confundido, pero aliviado al no verlos.

Antes que el príncipe recobrara el aliento, Din pareció leerle el pensamiento, y le dijo:

- Ya estamos a salvo. No pueden atravesar la barrera mágica.

- ¿Barrera... mágica? – preguntó Zeil.

- Coloqué alrededor de mi refugio una barrera protectora. – explicó Din. – Solo yo puedo abrirla o cerrarla para pasar. Nadie puede atravesarla, a menos que venga conmigo.

- ¿Barrera mágica? – preguntó Zeil. - ¿De qué estás...?

- Sé que tienes muchas preguntas, y con mucha razón. – interrumpió Din. – Pero primero hay que hacer algo con ese brazo y rodilla, ¿no?

Zeil no quiso discutir eso. Por lo menos, ahora por fin tendría respuestas, pero eso bien podía esperar a después de haber tratado las heridas. No tenía tanta prisa.

(--0--)

Minutos más tarde...

Ya dentro del refugio de Din, la chica pudo sacarle la flecha del brazo con cuidado, aunque esta, inexplicablemente, desapareció en una pequeña explosión de humo negro. Din preparó una mezcla con hierbas medicinales para curarle la herida del flechazo y el golpe en la rodilla. Eran sorprendentemente efectivas, ya que al cabo de apenas unos diez minutos, se sentía como nuevo, como si nada le hubiera pasado.

Ahora, por fin había llegado el momento de la verdad.

- Con eso bastará. – dijo Din. – ¿Cómo te sientes?

- De maravilla. – dijo Zeil, moviendo la pierna y el brazo, y comprobando que ya no sentía dolor.

- Bueno, y... supongo que ahora, ya podemos hablar con calma, ¿no? – dijo Din. – Estoy lista para responder a tus preguntas.

- Por dónde empezar, son tantas. – replicó Zeil.

Sabiendo que el príncipe tendría dificultades en decidirse qué preguntar primero, Din decidió contar su historia ella misma. Se puso de pie, y le dio la espalda a Zeil. Obviamente le costaba un poco encararlo al haberle ocultado esto durante tanto tiempo.

- Zeil... los caballeros oscuros que nos atacaron eran enviados de Onox, el General de las Tinieblas. – empezó. – Hace algunos años, Onox era un general de la guardia dedicada a proteger la región de Holodrum. Sin embargo su ambición y ansias de poder lo corrompieron, y vendió su alma al demonio a cambio de obtener inmortalidad y grandes poderes oscuros. Comenzó a causar caos y destrucción por toda la región. Eran días oscuros, los más terribles que hayamos tenido.

- No quiero ni imaginarme. – dijo Zeil, escuchando atentamente.

- Finalmente, conseguimos derrotarlo, encerrándolo en una prisión mágica. Por sus actos lo sentenciamos a permanecer ahí por toda la eternidad.

- Si es tan malvado como dices, ¿no hubiera sido mejor ejecutarlo? – preguntó Zeil. – Aunque, ahora que lo pienso... si es "inmortal" eso sería muy difícil, ¿no?

- La inmortalidad de Onox solo se limita a no envejecer o morir por causas naturales. Pero sí puede morir por causas externas, es decir, matándolo. – explicó Din. – Y ahora que lo pienso... sí, debimos ejecutarlo. – añadió, sin poder ocultar un deje de vergüenza en su voz.

- Bien, esa parte ya la entiendo. – dijo Zeil. – Pero lo que no entiendo es, ¿qué tienes que ver tú en todo esto? ¿Por qué Onox anda detrás de ti?

- A eso estaba por llegar. – dijo Din, finalmente encarando de vuelta a Zeil. – Zeil... con todo lo que ha pasado, siento que puedo confiarte mi secreto. Como estoy segura que habrás deducido, yo no soy una simple bailarina. Soy el Oráculo de las Estaciones de Holodrum, la guardiana de las esencias de la naturaleza.

Zeil se quedó sin habla momentáneamente. Ciertamente no se esperaba eso. Din era una persona mucho más importante de lo que se imaginaba. Y todo este tiempo él se había portado de una manera muy casual con ella. Parte de él ahora se sentía avergonzado de ello. Din sin embargo prosiguió con su relato:

- La última vez, en Holodrum, Onox me capturó para utilizar mis poderes. Como el Oráculo de las Estaciones, tengo poder para controlar las fuerzas de la naturaleza misma.

- Eso suena muy increíble. – dijo Zeil.

- Te lo demostraré. Vamos afuera un momento.

Inseguro de lo que estaba por mostrarle, pero al mismo tiempo lleno de curiosidad, Zeil siguió a Din afuera del árbol. La pelirroja tomó su distancia, se dio la vuelta para mirar fijamente a Zeil. Acto seguido, cerró los ojos y colocó sus manos como si estuviera rezando.

Un segundo más tarde, se vio envuelta por una energía luminosa, que pasaba de manera cíclica por los colores del arcoíris, mientras flotaba a pocos centímetros del suelo y su cabellera roja se elevaba hacia el cielo. Unos segundos después, Din abrió los brazos, y la energía que la rodeaba se dispersó por los alrededores.

Fue solo cuestión de un minuto o algo así. Estaban en pleno verano, y de repente las hojas del árbol de Din, al igual que todas las plantas a su alrededor, cambiaron de color y posteriormente cayeron cubriendo todo el suelo a su alrededor. Pero no se detuvo ahí: un fuerte y frío viento comenzó a soplar, llevándose lejos las hojas caídas, para luego dar paso a una nevada.

Zeil aún no salía de su asombro cuando apenas unos segundos después comenzó a hacer calor, y la nieve se derritió, y poco después comenzaba a llover. Las plantas deshojadas volvían a llenarse de vida y color verde, y posteriormente se ponían en flor. El verde de las hojas se fue volviendo más y más intenso, hasta llegar justo donde habían empezado.

Zeil se había quedado sin habla. Acababa de pasar el ciclo completo de las estaciones en menos de un minuto. Din volvió a poner los pies sobre la tierra, y observó al príncipe, quien, aunque estaba muy sorprendido por lo que acababa de ver, al parecer entendía muy bien la situación.

- No es broma. – dijo Zeil. – Eres increíble, en serio.

- ¿Ahora lo comprendes? – dijo Din. – Esto es lo que Onox quiere. Controlar mi poder significa controlar a las estaciones.

- Sí, entiendo muy bien. – dijo Zeil. – Con esta clase de poder, podría causar mucha destrucción y acabar con la vida como la conocemos. –

En ese momento, Zeil reflexionó sobre algo que no se le había ocurrido hasta ese momento. Los caballeros oscuros enviados por Onox los habían atacado mientras estaban en la ciudadela, porque se habían salido de la barrera protectora alrededor del refugio de Din. Mejor dicho, porque ÉL la había convencido de salirse de ella, y poniéndolos a ambos en peligro.

- Fue mi culpa. – dijo Zeil. – Yo te convencí de que saliéramos. Si lo hubiera sabido, yo...

- No es tu culpa. – interrumpió Din. – Debí decírtelo desde el principio. Es solo que no quería ponerte en peligro.

- Bueno, esa parte la entiendo, pero... - Zeil se detuvo antes de continuar. – Si me hubieras dicho lo que estaba sucediendo, habría tenido más cuidado.

- No te preocupes por eso ahora. – dijo Din. – Zeil... hay algo que quiero darte.

Din cerró los ojos y juntó sus manos nuevamente. Una especie de energía roja se concentró entre sus manos, hasta ir tomando forma. Unos segundos después, en sus manos apareció una especie de brazalete de oro. A los pocos segundos, una esfera roja se incrustó en dicho brazalete, materializándose en una gran gema roja, que tenía el símbolo de la Diosa del Poder grabado en ella. Y por alguna razón, dentro de ella se podía entrever una especie de destello de fuego.

- En el caso de que... algo llegara a pasarme... esto te protegerá. – le dijo.

- ¿Qué es esto? – preguntó Zeil.

- Este brazalete está imbuido con un poco de mi poder. – explicó Din. – En el caso de que tuvieras que enfrentarte a Onox, esta es una de las pocas cosas que pueden herirlo.

- Pero aquí estamos a salvo, ¿no? La barrera mágica nos protege, no pueden entrar.

- Ahí es donde te equivocas, muchachito. – sonó de repente una voz profunda y maligna por todo el lugar.

Zeil y Din se pusieron sobre aviso, especialmente esta última. Ella conocía perfectamente esa voz, no podía ser otro que...

- No... no puede ser él.

Al cabo de unos segundos, apareció frente a ellos, en una explosión de fuego púrpura, el General de las Tinieblas en persona, tal y como Din lo recordaba.

Este sujeto medía no menos de dos metros y medio de alto, y llevaba puesta una enorme y pesada armadura dorada. Su casco era alargado y puntiagudo, y le daba una apariencia aún más intimidante al ocultar su cara casi por completo, excepto la parte inferior, dejando la boca al descubierto. Zeil instintivamente se puso frente a Din para protegerla.

- Por fin logré encontrarte, señorita Oráculo de las Estaciones. – fue lo primero que dijo, mientras caminaba hacia ellos. Sus pasos hacían retumbar la tierra a su alrededor. - Fuiste muy astuta, lograste evadirme mucho tiempo. No tienes idea de los problemas que me has causado.

- ¿Cómo es posible? ¡No había forma de que alguien como tú atravesara la barrera mágica! – exclamó Din.

- Me temo que estás en un error. – dijo Onox. – No podía atravesarla POR MÍ MISMO. Así que necesité de algo de ayuda para hacerlo. Y eso debo agradecérselo a tu joven amiguito aquí presente. – Señaló a Zeil.

- ¿Yo? ¿Y yo qué tengo que ver?

- Sabía que no tenía forma de atrapar a Din mientras estuviera dentro de los límites de la barrera. – dijo Onox. – Pero gracias a ti, pude sortear ese pequeño obstáculo. Solo necesitaba hacer que entrase una pequeña porción de mi espíritu, y una vez que estuviera dentro de la barrera, entrar aquí sería pan comido. Permíteme darte las gracias por facilitarme el trabajo, príncipe Zeil. – Hizo una reverencia de manera irónica.

- Aún no me has respondido, desgraciado. – dijo Zeil. – Exactamente, ¿qué tengo yo que ver?

- ¿Acaso no te diste cuenta? ¿Esas flechas que les dispararon mis subordinados? – dijo Onox. – Esas no eran flechas ordinarias. Tal vez no se dieron cuenta, pero si salieron vivos, fue porque yo les había dado órdenes de no disparar a matar. Bastaba con una sola flecha, y una vez que atravesaran la barrera... -

Zeil se quedó lívido ante esto. Así que por eso la flecha había desaparecido cuando Din se la sacó. Todo tomaba sentido ahora: era cierto, Onox lo había utilizado a él para sortear la protección mágica y llegar hasta Din. No podía creerlo, ahora ella estaba en peligro por culpa suya.

- Ahora, si eres tan amable, hazte a un lado. – continuó Onox. – La señorita vendrá conmigo.

- Por encima de mi cadáver. – dijo Zeil sacando su espada y lanzándose contra él.

- ¡Zeil, no! – gritó Din.

Pero era tarde, Zeil ya se había lanzado contra él, sin importarle que le duplicara en tamaño. Onox ni siquiera se movió, solo sonrió con sorna mientras el príncipe intentaba golpearlo con su espada, pero era inútil. Cualquiera que fuese el material del que estaba hecha su armadura, era impenetrable para el acero, y los golpes solo rebotaban sin causar siquiera ni un rayón o abolladura. Finalmente, Onox se cansó del juego.

- ¿Eso es todo lo que tienes? Qué decepción.

Y cuando Zeil se lanzó de un salto, Onox atrapó la espada en el aire con una sola mano. Un movimiento de la muñeca, y la hoja se quebró como si fuera de vidrio. Zeil apenas tuvo un segundo para experimentar la incredulidad, ya que con la otra mano, Onox generó una especie de mini-tornado, que al mover la mano se hizo gigante y mandó al príncipe a volar por los aires.

Y no solo eso, el tornado fue agrandándose, arrasando con todo a su alrededor y arrancando de raíz los árboles y plantas a su alrededor, excepto el de Din, al parecer haciendo eso por diversión y para impresionar. Antes que cayera al suelo, Onox atrapó a Zeil por el cuello.

- Eres un niño muy entrometido. – dijo Onox, acercando su cara a la de él. – Es mejor que me deshaga de ti mientras aún puedo.

Y sin más, le dio un puñetazo con su otra mano, haciéndolo volar hacia el árbol de Din. Zeil chocó con fuerza de espaldas contra el tronco, y se desplomó inconsciente en el suelo.

- ¡ZEIL! – gritó la pelirroja corriendo a asegurarse de que estaba bien. Apenas sintió un alivio cuando vio que todavía respiraba, hasta que la silueta de Onox se colocó sobre ella tapando la luz de la luna. - ¡Basta, es suficiente! – gritó Din, poniéndose de pie y abriendo los brazos para proteger a Zeil. – Haré lo que me pidas, pero... no le hagas daño, por favor. –

- ¿Vas a venir conmigo, por las buenas? – preguntó Onox.

- Yo... sí... lo haré. Pero no le hagas daño a Zeil.

- De acuerdo, eso me facilitará las cosas. – dijo Onox. – Nos vamos ahora mismo.

- Espera. Una cosa más. – Din abrió los brazos y dispersó un poco de su energía a su alrededor.

Onox de primera instancia creyó que estaba intentando algún truco, pero después de un momento se dio cuenta de que no era así. Todo lo que hizo fue desactivar la barrera mágica alrededor del refugio. Obviamente esto lo hacía para no dejar a Zeil encerrado dentro de ella y con eso pudieran encontrarlo (estaba segura de que pronto sus amigos vendrían a buscarlo, pues no había regresado al castillo). Acto seguido, se entregó voluntariamente a Onox, quien la sujetó con su enorme mano.

- "Zeil... por favor perdóname..." - pensó antes de que ambos desaparecieran, dejando como único rastro una lágrima que se le escapó.

(--0--)

Un par de horas después...

Link y la princesa Zelda atravesaban el bosque, notablemente agitados y preocupados. Durante el incidente en la ciudadela, Zelda y su madre habían sentido muy cerca energías oscuras, y para añadir a sus preocupaciones, Zeil no había regresado al castillo.

No estaban seguros de qué pasaba, pero definitivamente era algo malo. Aún pese a las objeciones de la reina, ambos la habían convencido de dejarlos ir a investigar, en parte porque además tenían que ir a buscar a Zeil.

- Zelda, ¿segura que sabes hacia dónde vamos? – preguntó Link.

- Por supuesto. – dijo Zelda. – Ya no puedo sentir la energía maligna, pero aún percibo el rastro cerca de donde desapareció. No debemos estar lejos.

Al cabo de unos minutos, la pareja llegó hasta el claro donde se encontraba el refugio de Din, todo el lugar estaba arrasado, como si un tornado hubiese pasado por ahí (y eso era exactamente lo que había sucedido). Zelda alcanzó a ver a su hermano inconsciente, y de inmediato corrió hacia él.

- ¡Zeil! ¡Zeil, reacciona, por favor! – empezó a gritar, sacudiéndolo mientras intentaba despertarlo. Link intentó ayudarla.

- Vamos, hermano, despierta, no estés muerto ahora. – dijo Link, dándole palmadas en la cara. Finalmente empezó a responder.

- Ah... ay, me duele... - Zeil se apretó el estómago, que fue donde Onox le pegó el puñetazo. – Link... hermana... son ustedes.

- Zeil, dinos qué pasó aquí. Pareciera que pasó un tornado por este lugar.

- Ese sujeto... se la llevó... - dijo Zeil, con la voz entrecortada.

- ¿Se la llevó? ¿A quién? – preguntó Link.

- Din... ese General de las Tinieblas... la secuestró...

- ¿Cómo dices? ¿General de las Tinieblas? – dijo Link.

- Ya habrá tiempo para explicar después. – dijo Zelda. – Link, ayúdame, tenemos que llevarlo de regreso al castillo.

Ayudaron a Zeil a levantarse, cada uno sujetándolo por debajo de la axila, y entre los dos lo ayudaron a salir de ahí. Sí, ya habría tiempo para explicar lo que pasaba. Por ahora, sus pensamientos estaban concentrados en solo dos cosas: primera, pensar en cómo encontrar y vencer a Onox, y segunda (y más importante) en cómo rescatar a Din.

Ella había sido capturada por su culpa, y eso él tenía que arreglarlo, fuese como fuese.

Esta historia continuará...

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