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Aprendiendo con Din


En los bosques al Noreste de Hyrule...

¿Por qué Din no le había dado un lugar en concreto para reunirse? Había dicho "los Bosques del Noreste", pero solo eso. Zeil se preguntaba qué podría estar haciendo una bailarina en un lugar como ese. Quizás simplemente no estaba de humor para pagar la posada o algo así. En todo caso, él había decidido aceptar su propuesta de aprender a bailar con ella, pero ahora el problema radicaba en que ni siquiera sabría dónde serían las lecciones.

Habían transcurrido tres días desde el pequeño encuentro que habían tenido, y Zeil había estado meditando la propuesta de la pelirroja. La razón por la que no aceptó de inmediato fue porque pensó que debería consultarlo primero con su madre, después de todo, todavía faltaba un mes para que cumpliese su mayoría de edad.

La reina se mostró algo escéptica cuando su hijo le explicó que quería "cambiar de maestra" en relación a las clases de baile, ya que, aunque era bastante consciente de lo mucho que él detestaba dichas clases (y a la actual instructora), no le apetecía del todo la idea de dejarlo en manos de una persona desconocida. Como se negaba a dar detalles, fue Link, por petición de Zelda, quien habló en su lugar, aunque Zeil trató de impedirlo. El joven espadachín le explicó a la reina que se trataba de una bailarina que estaba de paso por la región.

La reina Selena no aceptó sino hasta que a Zeil se le escapó su nombre, que se llamaba Din. Por un breve instante el príncipe creyó ver una expresión extraña en el rostro de su madre, pero esta accedió. Zeil se preguntaba si tal vez su madre sabía algo sobre Din que él no, pero no se atrevió a hacer preguntas a riesgo de que fuera a cambiar de parecer.

- Bien... dijiste que te buscara en los Bosques del Noreste. Pues aquí estoy. – dijo Zeil, hablando con nadie en particular. – La pregunta es, ¿dónde estás tú?

Había estado dando vueltas en círculos durante cerca de dos horas, y estaba comenzando a molestarse. Cuando finalmente se cansó de andar, se detuvo en un claro y se sentó en un tronco para descansar, preguntándose si había sido buena idea aceptar la propuesta de Din. Tal vez ella solo lo estuviera vacilando, quizás ni tenía intenciones de enseñarle nada y solo le dijo eso para hacerlo venir de balde. Bueno, no podía juzgarla sin conocerla, pero ella ciertamente no tenía el aspecto de una chica "dulce e inocente".

- Bah, ¿en qué rayos estaba pensando? – dijo Zeil, como si comprendiera de repente. – ¿Cómo pude confiar en ella?

- ¿Confiar en quién? – Una voz femenina habló a sus espaldas.

Zeil instintivamente volteó, y su mano se dirigió a la espada que colgaba en su cinturón, pero se contuvo de sacarla cuando vio de quién se trataba: era Din, sonriéndole ampliamente.

- ¿Estabas hablando de mí, acaso?

- Bueno... puede ser. – dijo Zeil. – ¿De dónde saliste? Llevo horas perdido en este bosque tratando de encontrarte.

- El maestro aparece cuando el alumno está preparado. – replicó Din enigmáticamente, aunque Zeil tuvo la impresión de que intentaba evitar la pregunta. – Asumo que, si viniste a buscarme, quiere decir que has aceptado mi propuesta, ¿verdad?

- Hmm... de acuerdo, sí. – dijo Zeil. – Lo que no me explico es por qué, de todos los lugares, tenía que ser precisamente aquí.

- Me gusta estar en contacto con la naturaleza. – replicó Din. – Y tal vez te venga mejor que nadie más esté aquí para molestarnos.

Zeil no dijo nada, pero ahí Din tenía razón. Por lo menos podía evitarse los regaños de su madre y hermana, y además, era un sitio tranquilo y relajante, lejos del bullicio del castillo y la ciudadela.

- Bueno, sígueme. – dijo Din, dando media vuelta.

Él la siguió sin protestar. Se abrieron paso a través de la espesura del bosque, internándose cada vez más. Zeil se preguntaba si ella sabía hacia dónde iba.

Finalmente, después de atravesar un intrincado camino lleno de enredaderas, al parecer llegaron a su destino. Din lo había guiado hacia un enorme árbol que, por lo que se veía, había sido convertido en una especie de casa, pues en su increíblemente grueso tronco había una puerta de entrada con escaleras y una ventana de cada lado. También notó que por arriba del árbol salía humo, como por una chimenea.

Din abrió la puerta e invitó a Zeil a pasar. En el interior había solo una gran habitación, pero con espacio suficiente para todo lo necesario para vivir cómodamente. Había algunas alfombras en el suelo, una mesa con dos sillones, un librero, y una estantería para poner platos, tazas y demás utensilios, cerca de la cual había una gran chimenea de piedra con un caldero colgando encima del fuego. Una escalera de mano daba hacia un piso superior, donde había una gran cama, que el príncipe supuso sería donde ella dormía.

- Humilde, pero espero que estés cómodo. – dijo Din con modestia. – ¿Quieres que tomemos algo antes de empezar? ¿Un té, tal vez?

- Suena bien. – dijo Zeil, aún bastante sorprendido. – Oye... ¿tú construiste este lugar?

- Sí, lo hice. – dijo Din, mientras iba hacia la estantería por un par de tazas y una tetera.

- ¿Habías estado aquí antes? – preguntó Zeil.

- Una o dos veces. – respondió Din, sin darle mucha importancia.

Din echó agua hirviendo del caldero en la tetera, y posteriormente agregó algunas hierbas trituradas. Para equilibrar la temperatura, agregó después un poco de agua fría. Después lo revolvió un poco y lo sirvió en dos tazas, pasándole una a Zeil. El príncipe sopló un poco el té antes de tomar un sorbo.

- Hmm, está bueno. – dijo después de probarlo. – Y bien, respecto a lo que me propusiste antes...

- Sí, por supuesto. – dijo Din. – Oye, pero no hay que apurarnos tanto. Antes de eso... pensé que podríamos, no sé, conversar, para conocernos mejor.

- Din, si vine aquí fue porque me prometiste enseñarme a bailar. – dijo Zeil directamente. – No quiero andar con rodeos.

- Con el debido respeto, si vas a convertirte en mi alumno, tendrás que aceptar mis términos para enseñarte. – dijo Din, sin dejar de sonreírle. – Puede que seas el príncipe de Hyrule, pero si seré tu maestra, tendrás que hacer lo que te diga, ¿entiendes? –

- Estás sonando igual que esa vieja gorda. – dijo Zeil, enfurruñado. – Si vas a ponerte así no sé para qué vine.

- Prometí ser flexible contigo. – dijo Din. – Pero necesito que pongas de tu parte. Te lo prometo, no te voy a aburrir ni a molestar.

- *Suspiro*, está bien, pero... no entiendo ese interés en querer conocerme y eso.

- Ah, nada especial, solo... me gustas. – Din dijo la última parte con tono coqueto y mirándolo con algo de malicia. Zeil no pudo evitar sonrojarse ligeramente.

- No empieces. – dijo Zeil.

- Es en serio. – prosiguió ella. – Me considero afortunada, no todos los días puedo tener a un invitado tan apuesto.

- Din, ya basta, que me sacas los colores. – dijo Zeil.

- ¿Sabes que te ves lindo cuando te pones así?

- Te lo advierto, ya basta. – volvió a decir Zeil. – No soy esa clase de hombre.

- Oh, ¿acaso es que yo no te gusto? – atacó Din directamente.

- ¡No! Digo, sí, digo... ay, ¿ves lo que haces? Ya no sé ni lo que estoy diciendo.

Din se rió. Parecía realmente muy divertida al descontrolar a Zeil de esa manera. Sin embargo, hasta ella tenía su límite. Se dio cuenta de que el príncipe podía ser muy temperamental y no quería terminar haciendo que se fuera por irritarlo con sus coqueteos. Mejor ir por otro enfoque.

- No me hagas caso, solo estoy jugando. – le dijo. – No pareces muy acostumbrado a las bromas, ¿verdad?

- Supongo que no. – admitió Zeil. – No a esta clase de bromas, al menos.

- Si te molesta, entonces dejaré de hacerlo. – dijo Din, esta vez con una cara mucho más seria.

Zeil la miró. Din solamente intentaba romper un poco el hielo entre los dos, y él tenía que sacar su estúpido temperamento a relucir. Era comprensible, él no tenía nada de experiencia sobre cómo tratar con mujeres, y respecto a la preguntita que le hizo sobre si ella le gustaba, por dentro tuvo que admitir que ella estaba muy lejos de ser una chica poco atractiva. Simplemente no sabía cómo actuar, menos cuando era ella quien trataba de tomar la iniciativa.

- Ah, discúlpame. Es solo que... Mira, la verdad es que no estoy seguro de si quiero...

- ¿Una maestra de baile? – interrumpió Din. Zeil no dijo nada, pero ella interpretó su expresión como una respuesta afirmativa. – En ese caso... ¿qué tal una amiga, más bien?

¿Una amiga? Zeil se detuvo a pensarlo un poco. Si lo pensaba bien, aparte de Zelda y Link, él en realidad no tenía muchos amigos de su edad, y descartando a Zelda, prácticamente no tenía NINGUNA amiga. Si bien Din parecía tener un sentido del humor algo provocador, en general se notaba que era una chica agradable a su manera. No estaría mal tener a alguien con quien hablar, alguien que no lo reprimiera como hacían su hermana y su madre.

- Una amiga... no suena mal. – dijo finalmente, con algo de timidez.

- Podemos hablar de lo que quieras. – dijo Din. – De lo que te molesta o lo que te agrada. Con gusto te escucharé.

- Bueno, ya que insistes...

Ya sintiéndose comprendido, Zeil finalmente dejó caer sus defensas. Antes de darse cuenta, ya había comenzado él mismo a hacerle preguntas personales a Din. Le resultaba mucho más fácil de lo que creía entenderse con ella, al punto que no parecía que acabaran de conocerse.

Él no tenía idea, pero esas eran las intenciones de la pelirroja: ella sabía bien que si se mostraba comprensiva, sin presionarlo, él se abriría mucho más fácilmente. Así, cuando ella finalmente le dijo que era el momento de comenzar su primera lección, Zeil pareció tomarlo con mucho más entusiasmo que cuando llegó.

Tal y como Zeil quería y esperaba, Din resultó ser una maestra mucho más flexible y agradable que su vieja instructora. La pelirroja demostró ser gran conocedora no solo de esa danza exótica que había hecho en la plaza del pueblo, sino que además dominaba muy bien el baile formal para las fiestas de la realeza. Cuando Zeil le preguntó cómo era que lo conocía, ella se negó a darle una respuesta directa, solo dijo que "ya la habían invitado a varias fiestas de personas importantes". Viendo en sus ojos que ella no le iba a decir más, al menos no por el momento, no insistió en volver a preguntar.

La lección se prolongó durante gran parte de la tarde. Cuando Din vio que el sol ya comenzaba a ocultarse y el cielo tomaba tintes rojos, finalmente dijo que hasta ahí llegaban por ese día. La pelirroja se lo llevó de vuelta hasta el claro donde lo había encontrado. Por el camino, Zeil comentó que no se había dado cuenta del tiempo y que la lección se le había hecho demasiado corta, a lo que Din le respondió que "el tiempo vuela cuando estás pasándola bien".

- Será mejor que mañana vengas más temprano entonces. – dijo Din. – Nos encontraremos aquí a partir de ahora.

- ¿Aquí mismo? – preguntó Zeil. - ¿Por qué no mejor vienes al castillo?

- Gracias, pero no gracias. – dijo Din. – Aquí estoy bien, ya te dije, me gusta estar en contacto con la naturaleza.

- Hmm... – Zeil la miró con algo de recelo, como si sintiera que le estuviera ocultando algo, pero finalmente decidió olvidarlo. – Está bien, como quieras. Hasta mañana.

Zeil se dio la vuelta y se fue, pues tenía que regresar pronto al castillo. En su prisa, sin embargo, no notó cuando Din bajó la mano y su sonrisa se desvaneció para dar paso a una expresión mucho más seria, como si le preocupara algo.

(--0--)

Aquella noche, en otra parte...

En otro rincón de Hyrule, cubiertas por la oscuridad de la noche, cinco siluetas sombrías se encontraban arrodilladas enfrente de una más grande e imponente, que al parecer era su líder o algo por el estilo. No podían verse claramente, pero los reflejos de la luz de la luna daban a entender que parecían llevar armaduras de caballero, con picos en las hombreras y los guanteletes, y cuernos en sus cascos. Estaban en medio de una misión, más específicamente, en busca de alguien.

- ¿Todavía no la han encontrado? – habló el líder, con una voz profunda y tenebrosa que bien podría hacer temblar todo a su alrededor.

- No, mi señor. – dijo una de las siluetas arrodilladas. – Es muy escurridiza. Sabe que vamos tras ella y se oculta muy bien.

- Bueno, no se ocultará para siempre. – volvió a hablar el líder.

- Si me permite sugerir algo, mi señor, podríamos hacerla salir de su escondite si...

- Ya hablamos de eso. – interrumpió el líder. – Y ya les dije que eso será solo como último recurso. Si los de la familia real se enteran que estamos aquí, podrían tomar medidas, y eso no nos conviene.

- Por supuesto. Me disculpo, mi señor.

- Por ahora continúen con los planes. Y lo más importante, mantengan un bajo perfil. Mientras menos sepan sobre nosotros, mejor. Ahora márchense.

- Sí, señor.

Las cinco siluetas menores desaparecieron en una explosión de fuego púrpura. Mientras tanto, la más grande dio unos pasos, haciendo retumbar el suelo, mirando hacia la luna en el cielo.

- Oráculo de las Estaciones... no importa cuánto te ocultes, no podrás escapar por siempre de mí.

(--0--)

Al pasar los días...

Había transcurrido una semana desde que Zeil comenzó sus lecciones con Din. Todos los días acomodaba su rutina para ir al punto de reunión acordado a encontrarse con la pelirroja, siempre advirtiéndoles a Link y Zelda que no lo siguieran.

Si bien a Link poco le importaba lo que estuvieran haciendo, Zelda se mostraba muchísimo más interesada en conocer a esta misteriosa bailarina, y a Zeil le costaba mucho más trabajo quitársela de encima. Siempre argumentaba que no quería que ella estuviera cerca para estarlo regañando o algo así, pero cuando su hermana finalmente le preguntó directamente si era que le gustaba esa chica, el príncipe se descontroló de tal manera que Zelda no tuvo ninguna duda.

Lo cierto era que Zeil se veía más animado y menos propenso a estar desobedeciendo las reglas desde que comenzó con las lecciones, estaba menos temperamental y contestón, así que algo era seguro: esa chica lo estaba influenciando.

Aquel día, Zeil estaba en la biblioteca, esforzándose por terminar rápidamente un ensayo para su profesor, mientras Zelda y Link lo observaban. La princesa pensaba que era muy extraño ver a su hermano así, después de todo, él siempre había sido más hábil con la espada que con la pluma. Pero claro, el verdadero motivo para querer terminarlo rápido era simplemente para poder irse a los bosques a ver a Din.

- ¿Estás molesta con él? – le preguntó Link.

- No diría molesta, más bien... preocupada, diría que es la palabra. – dijo Zelda. – Mi hermano ha estado muy diferente estos días.

- Sí, yo también lo he notado. – corroboró Link.

- Quisiera conocer a esa chica Din. – dijo Zelda. – Sabes, se me hace muy curioso que tenga el nombre de la Diosa del Poder, ¿será solo una casualidad?

- Ni idea. – dijo Link. – Aunque... esa chica ciertamente tenía una belleza que casi parecía divina, debo admitir.

Zelda se tensó ligeramente ante ese comentario, sin saber muy bien por qué, y miró a Link de una manera muy extraña. El muchacho tardó un poco en darse cuenta que la princesa lo fulminaba con la mirada: al parecer no le gustó que dijera eso.

- ¿Qué? – preguntó Link inocentemente. – Yo solo decía.

- Hmm... – Zelda no dijo más, y simplemente hizo como que no había pasado nada. – Me gustaría que Zeil la trajera de visita. Tal vez podríamos hacernos buenas amigas.

Link se preguntaba si Zelda no había cambiado el tema a propósito. Esa mirada que le dio solo por hacer un pequeño comentario, ¿celos acaso? No, eso no podía ser... ¿o sí?

Mientras tanto, Zeil terminó de escribir su ensayo, enrolló el pergamino y sin perder tiempo salió a toda prisa de la biblioteca para entregárselo al profesor, sin pararse a saludar a su hermana y su amigo. Se notaba que tenía mucha prisa. Luego que se fue, Zelda le susurró a Link:

- ¿Deberíamos seguirlo?

- Si lo hacemos se va a molestar. – dijo Link.

- No si no se da cuenta. – sugirió Zelda. Link sonrió de lado ante ese comentario.

...

En cuanto Zeil salió del castillo hacia los bosques, la pareja tuvo que esperar a que se alejara un poco, para evitar que los notara.

Por un momento estuvieron a punto de perderlo de vista, pero una vez que entraron al bosque, afortunadamente su ropa de color rojo lo delataba entre el verde, con lo que se les hizo más fácil seguirlo, el problema radicaba en mantenerse sin hacer ruido. En un par de ocasiones a Zelda se le atoró el vestido en los arbustos, y Zeil por poco los descubre. Link tenía mayor ventaja de ocultamiento al ir vestido de verde, y le resultaba fácil servirle de tapadera a la princesa.

Luego de internarse en el bosque, Zeil se detuvo a sentarse en ese mismo tronco caído. Lo había hecho desde la primera vez, Din le dijo que fuera hasta él, y la esperara ahí a que ella fuese a recogerlo. Él no entendía del todo por qué, ya que ella solo le decía que "no quería que se perdiera". Mientras tanto, Link y Zelda permanecían escondidos, preguntándose por qué Zeil no se movía del tronco. ¿Estaba esperando algo, o a alguien? ¿O acaso ya se había dado cuenta de que lo habían seguido hasta ahí? Como si así fuera, Zeil distraídamente cogió una piedra del suelo, y se puso a jugar con ella... y luego sin avisar, la arrojó en la dirección donde estaba Link.

- ¡Hey! – gritó Link saliendo de un salto de su escondite. La piedra no le dio pero le pasó peligrosamente cerca. – ¿Qué crees que haces?

- Creo que les dije que no quería que me siguieran. – dijo Zeil. Luego miró hacia el otro lado. – Y tú también sal, hermana, sé perfectamente que estás ahí.

- Veo que no eres tan despistado. – dijo Zelda, saliendo también.

- ¿Qué están haciendo aquí? – preguntó Zeil.

- Es que... quería conocer a tu famosa nueva maestra. – dijo Zelda, ni caso tenía mentirle, mejor decirle la verdad. – Y... le pedí a Link que me acompañara... como protección. – añadió viendo que miraba de reojo a Link.

- Perdóname, Zeil. – dijo Link. – Le dije que no te lo tomarías bien.

- Sí, claro. – dijo Zeil, como si se tragara el cuento. – Oigan, no se ofendan, pero estas lecciones son privadas. Privadas, ¿entienden?

- Zeil, ¿qué tiene de malo? Yo solo quiero conocer a tu maestra. – dijo Zelda.

- ¿Conocerla? ¿Y por qué el interés?

- ¿Interrumpo algo? – se oyó la voz de Din, acababa de llegar para "recoger" a su alumno. – Oh, Zeil, veo que trajiste invitados.

- Yo no los invité, ellos me siguieron. – corrigió Zeil.

- Bueno, no hay daño en que estén aquí. – dijo la pelirroja, yendo a presentarse. – A ti te recuerdo, estabas con Zeil aquel día en la ciudadela del castillo.

- Soy su mejor amigo. – dijo con orgullo el muchacho. – Mi nombre es Link.

- Gusto en conocerte. – dijo Din, luego se volvió hacia Zelda. – Y tú eres...

- Soy la hermana gemela de Zeil, la princesa de Hyrule, Zelda. – dijo haciendo una reverencia en señal de cortesía. – Es un placer conocerte, señorita Din.

- El placer es todo mío, pero por favor, dejen las formalidades. – dijo Din. – ¿Les gustaría acompañarnos a tomar un poco de té?

- Será un placer. – dijo Zelda.

Din volvió a internarse por donde vino, mientras Link, Zeil y Zelda caminaban en fila detrás de ella, a través del sendero de enredaderas. La pelirroja les indicaba que no se separaran.

Por el camino, Zelda notó algo de lo que los demás no parecían darse cuenta, o mejor dicho, algo que ellos no podían percibir. Gracias a su entrenamiento en magia y hechicería, Zelda podía sentir a su alrededor algunos rastros de energía mágica flotando en el aire, aunque muy tenues, casi imperceptibles, pero decidió olvidarse una vez que se dio cuenta que por estar tan ida la podían dejar atrás y prosiguió el camino.

Continuaron la marcha hasta que finalmente llegaron a su refugio. Zelda también se mostró bastante sorprendida de ver como Din había convertido ese árbol en un lugar tan acogedor.

Por otro lado, Zeil no estaba del todo feliz que su mejor amigo y su hermana hubieran descubierto su "lugar secreto". Empezaba a acostumbrarse a la idea de las "lecciones privadas", pues podía estar a solas con la pelirroja, algo a lo que definitivamente no le hacía ascos. De hecho, cuando Zelda y Din comenzaron a conversar muy amenamente, como si fueran las mejores amigas, Zeil tuvo que aclararse la garganta para recordarle a la pelirroja por qué estaban ahí en primer lugar, así que salieron afuera para la lección.

La presencia de Link y Zelda comenzó a ejercer algo de influencia negativa en el desempeño de Zeil, algo de lo que Din se dio cuenta rápidamente, pues había logrado hacer un progreso notable en los últimos días, y sin embargo ahora estaba cometiendo errores igual que al principio. El príncipe no podía concentrarse del todo bien al tener encima las miradas de su hermana y su mejor amigo, y menos aún cuando los notaba reírse por lo bajo cada vez que daba un mal paso o pisaba a su maestra sin querer.

- Zeil... duele un poco cuando pisas con esas botas. – le dijo Din después de un rato, aunque su tono no denotaba reproche ni enojo alguno.

- Lo siento, es que... ah, es que no puedo concentrarme. – dijo Zeil. – No con ellos mirando.

- Solo ignóralos, has de cuenta que no están aquí. – dijo Din.

- Es fácil para ti decirlo.

- Y no es tan difícil hacerlo. – dijo Din. – Solo mírame, mírame a los ojos, olvídate de todo lo demás.

- Está bien, lo intentaré.

Por sorprendente que pareciera, mirar a los ojos a Din tuvo un resultado inmediato. Zeil dejó de pensar que Zelda y Link los estaban mirando. Estaba concentrado en lo que hacía, algo que realmente sorprendió mucho a su hermana. Y no solo estaba concentrado, sino que además, se notaba que lo estaba disfrutando en grande. Pero claro, ¿cómo no disfrutarlo al tener como instructora a una chica así de atractiva?

- Vaya, ha progresado mucho en poco tiempo. – comentó Link.

- Tienes razón. – corroboró Zelda. – Solo espero que pueda hacerlo así de bien en nuestra ceremonia.

- Hablando de eso... ¿ya decidiste quién será tu pareja en el baile? – preguntó Link, muy quitado de la pena.

Zelda miró a Link de reojo, y sonrió de lado ante ese comentario. Como si no fuera obvio, ella ya lo había decidido hacía mucho, pero decidió seguirle el juego.

- Esperaba que... tal vez... podrías ser tú. – dijo con una timidez fingida.

- ¿Yo? Vamos, Zelda, no bromees. – dijo Link.

- No querría ir con más nadie. – dijo Zelda. – Quiero como pareja a alguien de mi edad, y obviamente no se vería bien que fuese pareja de baile con mi propio hermano.

- Je, no es como que tuviera otra opción, ¿verdad? – se rió Link. – ¿Y qué dirá tu madre al respecto?

- Tengo la certeza de que ella querría que yo fuera contigo. – dijo Zelda. – Después de todo, ya sabes que ella también te quiere como a un hijo, y no hay nadie en quien confíe más que en ti.

- No exageres. – dijo Link, sonrojándose ligeramente.

Pese a que Link había llegado al castillo simplemente como un aspirante a la guardia real, lo cierto era que la Reina Selena le había tomado bastante aprecio, y aunque muchos de los cortesanos no aprobaban ese "trato especial", la reina lo había consentido argumentando que sus hijos "necesitaban un amigo de su misma edad". Zeil incluso a veces decía que su madre trataba mejor a Link que a él, lo cual no era del todo falso, pero eso era en su mayor parte debido a que el rubio era mejor portado que él.

Aunque lo que Zelda decía, que su madre quería a Link "como a un hijo", iba más allá de solo tenerle cariño al muchacho. La reina sabía muy bien que los sentimientos de su hija por Link iban más allá de una simple amistad o de quererlo como a otro hermano. Muchos otros reyes y reinas en su lugar jamás consentirían que su hija se relacionara a ese nivel con un joven de casta baja, pero la reina Selena solía decir que "la verdadera realeza solo se encuentra en el corazón", y no solo aprobaba la relación de Zelda y Link, sino que intentaba de manera sutil ayudarles a consumarla.

De nueva cuenta la lección se prolongó hasta el atardecer, pero cuando llegó la hora de marcharse, se hizo claro que Zeil quería quedarse un poco más. Obviamente eso se debía a que como Link y Zelda lo habían seguido hasta el lugar donde Din le daba sus lecciones, no había podido pasar el rato a solas como le hubiera gustado, pero no se atrevió a admitirlo de dientes para afuera. Sin embargo, Din insistió en que como la lección ya había terminado era mejor que él y los otros regresaran. De nueva cuenta, Din los acompañó hasta el claro y se despidió de ellos, así que el trío emprendió el camino de regreso al castillo.

- Es una chica muy agradable. – comentó Zelda. – Aunque no me explico por qué decide vivir en este lugar.

- ¿Demasiado humilde para tu gusto, Zelda? – preguntó Zeil.

- No, no es eso. – dijo Zelda. – Estaba pensando, tal vez deberíamos invitarla a quedarse en el castillo. Quiero decir, así tendrá más tiempo para darte tus lecciones, ¿no?

- De hecho ya se lo pregunté, pero me dijo que no. – dijo Zeil. – Dice que le gusta estar en contacto con la naturaleza.

- Eso puedo entenderlo. – intervino Link. – Si me hubiera tocado crecer encerrado entre paredes de piedra me habría muerto de aburrimiento.

- Sí, qué suerte tuviste. – respondió Zeil sarcásticamente. – Supongo que tendrá sus razones, qué importa.

Ninguno de los jóvenes dijo más nada en el camino hasta que regresaron a la ciudadela. Sin embargo, la intuición de Zelda le decía que Din tal vez debía tener alguna razón especial para querer estar en ese lugar. Más todavía, los había acompañado de ida y vuelta hasta el claro, y estaban esos rastros de energía mágica a su alrededor que sintió por el camino.

Reflexionando sobre eso, Zelda intuyó que esos rastros podrían ser de alguna clase de hechizo de protección y/o ocultamiento alrededor del refugio de Din, y la razón por la cual los acompañó de ida y vuelta era para que pudieran atravesarlo con seguridad. Y la única razón para poner esa clase de hechizos era para mantener lejos a los visitantes indeseados. Pero ¿qué clase de visitantes querría alejar Din, y más importante, por qué?

(--0--)

Una semana después de eso, en otro lugar...

Las siluetas oscuras de antes se habían vuelto a reunir frente a su líder, excepto que esta vez solo había cuatro de ellas y no cinco. A pesar de la oscuridad, si alguien estuviera cerca en ese momento habría podido notar que el líder frente a ellos no se encontraba nada contento, y mucho menos luego de que sus secuaces solo vinieron a reportarle malas noticias.

- ¡No puedo creerlo! – su voz resonaba con furia. – ¡Ni entre todos ustedes son capaces de capturar a una sola mujer! ¡Y se hacen llamar Caballeros de las Tinieblas!

- Lo sentimos mucho, mi señor. – dijo uno de los caballeros. – Se oculta demasiado bien.

- ¡Y por qué creen que los he enviado a buscarla! No son más que una bola de inútiles. Mi paciencia se está agotando, si no pueden encontrarla pronto, voy a...

Pero lo que fuera que iba a hacerles no terminó de decirlo. En ese preciso instante, en un destello de fuego púrpura, apareció el quinto caballero, el que faltaba. Apenas llegó se inclinó frente a su líder solemnemente.

- Mi señor.

- Por tu propio bien, espero que traigas mejores noticias que el resto. – dijo el líder.

- Le puedo asegurar que no son malas. – dijo el recién llegado. – Creo haber descubierto donde se oculta el Oráculo de las Estaciones.

- ¿Crees haberlo descubierto? No me importa lo que creas, solo quiero pruebas, hechos.

- Había muchos rastros de energía mágica de la naturaleza alrededor de los bosques que hay al noreste. – dijo el caballero. – Decidí investigar, y noté que todos los días a la misma hora aparecía por ahí un hombre joven de cabello rubio y vestido de rojo. Al cabo de unos días, lo vi reunirse con una mujer cuya descripción coincide con la del Oráculo de las Estaciones.

- ¿Estás seguro de lo que dices? – La furia en la voz del líder se había bajado. - ¿Y qué pasó con ellos?

- Intenté seguirlos, pero inexplicablemente desaparecieron de mi vista al poco de adentrarse más en el bosque. – respondió el caballero. – Y cada vez que intentaba ir de nuevo por la misma dirección en que se habían ido, antes de darme cuenta, me encontraba de regreso en el mismo punto, como si estuviera dando vueltas en círculos.

El líder comenzó a reflexionar sobre esta nueva información. Interesante, habían desaparecido como si la tierra se los hubiera tragado, y si lo que su subordinado le decía era cierto, entonces eso solo quería decir alguna cosa. El escurridizo Oráculo de las Estaciones con toda certeza debía estar escondiéndose en los Bosques del Noreste, protegida bajo algún tipo de barrera mágica que la mantenía oculta e impedía la entrada a cualquier visitante indeseado. Como ellos, por ejemplo.

- Dime una cosa, ¿se percataron de tu presencia?

- Lo dudo, mi señor.

- Bien, entonces creo que podemos usarlo a nuestro favor. – dijo el líder. – Con suerte... ese hombre con el que se está viendo será nuestra llave para finalmente atraparla.

- ¿Cuáles son sus órdenes, mi señor?

- Patrullen el área por donde la vieron. Si es cierto que se ven siempre a la misma hora, tendrá que salir de su protección para recibirlo. Esa será nuestra oportunidad. Y hagan lo que hagan, oculten bien su presencia. No querrán arruinar el factor sorpresa. ¡Ahora, márchense!

- ¡Sí señor!

Y de nuevo desaparecieron en medio de un estallido de llamas púrpuras. El líder volvió a caminar, y golpeó su enorme palma con el igualmente enorme puño, haciendo eco en la noche y provocando que los animales que estaban cerca huyeran despavoridos.

- Hasta aquí llega la cacería. Nadie escapa de Onox, el General de las Tinieblas.

(--0--)

Varios días más tarde...

Las lecciones con Din continuaban, y al cabo de tres semanas, hasta Zeil comenzaba a sentir la diferencia. Había mejorado mucho en poco tiempo, y no solo eso, sino que además, aunque no lo admitiera de dientes para afuera, realmente empezaba a disfrutar el baile. Ya no le preocupaba mucho su ceremonia de madurez, ahora no tendría que poner excusas para no bailar, y tampoco se quejaría por tener que hacerlo.

Aquella tarde, la lección terminó mucho antes, y Din estaba realmente complacida con cuanto había mejorado su alumno. Sin embargo, a medida que pasaban los días, él había dejado de verla simplemente como su instructora. Durante los breves ratos de descanso de sus lecciones, cuando se ponían a conversar, casi siempre hablaban de Zeil, ya que ella acostumbraba preguntarle qué sucedía en el castillo, sobre su hermana, su madre y su amigo Link. Él no tenía inconveniente en decirle, y se notaba que ella realmente disfrutaba escucharlo. Pero terminó de darse cuenta que apenas sabía sobre ella.

Y también se dio cuenta de que quería conocerla mejor. Era más que solo disfrutar de su compañía, como instructora de baile, o como amiga inclusive. De hecho, ocasionalmente se imaginaba a sí mismo bailando con ella durante su ceremonia de madurez, se la imaginaba ataviada con un hermoso vestido de gala que acentuaba aún más su ya de por sí gran belleza. Pero no se atrevía a invitarla, y no entendía del todo por qué. ¿Tenía miedo de que lo rechazara, acaso?

- "Si se ofreció tan voluntariamente para ser mi instructora, ¿por qué no querría ser mi pareja en el baile?" – pensaba.

El hecho era que la ceremonia de madurez se acercaba más y más, y Zeil pensaba que no podía esperar al último minuto para invitarla. No estaba seguro de si su madre aprobaría que invitase a una bailarina a la ceremonia, pero si le permitió que le enseñara a bailar, eso ya era algo. Además, él no querría ir con nadie más. Seguro, Din era poco menos que una completa desconocida para él, pero al menos era agradable y atractiva. Y la ceremonia de madurez sería una gran oportunidad para conocerla mejor.

- ¿Zeil? ¿Sucede algo? – habló Din de pronto, sacándolo de sus pensamientos.

- ¿Eh? No, nada, solo... pensaba. – dijo Zeil, tratando de recobrar la compostura.

- ¿En qué? – preguntó Din interesada, dirigiéndole una mirada algo coqueta. Curiosamente, eso era lo que más le incomodaba, y al mismo tiempo una de las cosas que más le gustaba de ella.

- Bueno... en que... la ceremonia de madurez... ya está muy cerca. – dijo Zeil, tratando de controlar sus nervios.

- Ah, sí, por supuesto. – dijo Din. – Si mal no recuerdo, estamos a solo diez días de que se celebre, ¿verdad?

- Sí, así es. – dijo Zeil, siguiéndole la corriente. Tenía que romper el hielo él mismo. – Din, estaba pensando... en todo este tiempo no hemos hecho otra cosa aparte de estas lecciones. Quisiera... cambiar un poco la rutina, si entiendes lo que quiero decir.

- ¿Cambiar la rutina?

- También... sé que este lugar es tranquilo, y que nadie nos puede molestar aquí, pero... no sé, al cabo de un tiempo es un poco aburrido. – dijo Zeil. – Solo para variar... podríamos ir a otra parte, tal vez a comer algo juntos en el pueblo, si gustas.

- Zeil... ¿me estás invitando a una cita? – Din lo miró algo desafiante.

- ¡No, claro que no! – dijo Zeil, casi entrando en pánico. – Yo solo... yo no quise decir... *suspiro*, está bien, sí.

- Vaya, eso es inusual. – dijo Din. – Se diría que nunca antes habías invitado a alguien a salir en una cita.

- Es porque nunca lo he hecho. – dijo Zeil. – ¿Entonces qué?

- No me importaría ir a comer contigo. – insistió Din. – Pero me gusta este lugar.

- También a mí, pero quisiera cambiar un poco de aires, si entiendes lo que quiero decir. – dijo Zeil. – Din... he notado que siempre que sugiero salir de aquí... pareciera que intentas evadirme. ¿A qué se debe?

Din permaneció en silencio, como si meditara la respuesta. ¿Pero qué tan difícil podía ser responderle? Si ella no quería ir, él no iba a obligarla. Pero el tiempo que tardó en responder le pareció un poco raro. De nuevo invadió a Zeil aquella sensación de que ella le ocultaba algo. Estaba adoptando una actitud muy misteriosa.

- No es por nada en particular. – dijo ella. – En serio, no es nada de lo que debas preocuparte.

- Decírmelo de ese modo no te servirá. – dijo Zeil. – Din, voy a ser honesto contigo. En verdad me gustas, y quisiera hacer otras cosas contigo. Más que solo estar aprendiendo a bailar.

Esa respuesta tan directa tomó a Din por sorpresa. La pelirroja involuntariamente se llevó una mano al pecho. En el poco tiempo que lo conocía, Zeil no era muy abierto con sus sentimientos, al menos no al principio, y sin embargo, ahora le había dicho de frente que le gustaba ella. Seguro esperaba que al ser sincero con ella, ella también lo sería con él.

- Ya está, por fin decidí sincerarme. – dijo Zeil, aunque más para sí mismo que para Din. – Escucha, si lo que pasa es que no quieres salir conmigo, o que yo no te gusto, entonces...

- No, yo no dije que no me gustaras. – se apresuró a aclarar Din. – Es solo que... tengo mis razones.

- ¿Y no puedes decirme cuáles son? Si no quieres puedes decírmelo directamente. Has hecho mucho por mí en este tiempo, no te voy a obligar a hacer más.

Él decía que no quería obligarla, pero era evidente que se moría por salir con ella. Y por dentro, aunque no quisiera decirlo directamente, a ella tampoco le desagradaba la idea en lo absoluto. Pero había algo... algo que no le permitía salir de esos bosques a menos que fuese absolutamente necesario. Sin embargo... salir solo por unas pocas horas, y luego regresar... solo para pasar un rato agradable con Zeil, no habría daño en eso, ¿verdad?

- Supongo que... podemos ir, solo por el día de hoy. – dijo Din. – No hará daño, solo para salirse de la rutina.

- Entonces... ¿aceptas?

- Por supuesto.

- ¡Sí! – Zeil no pudo evitar sentirse triunfante. - ¿Nos vamos ya?

- Eh... claro, por supuesto. – respondió Din, aunque algo dudosa.

La pareja abandonó el refugio. Ya sintiéndose un poco más seguro de sí mismo, Zeil le ofreció su brazo a Din, y ella lo aceptó con algo de timidez, pero gustosa. Pensaba en llevarla a la posada del pueblo para comer algo, y allí mismo proponerle que fuese su pareja en el baile de la ceremonia.

Por el camino, sin embargo, Din luchó por mantener oculta su preocupación. Estaba abandonando la seguridad de su refugio. Aunque estaba segura de que si surgía algo podría manejarlo, no quería poner en peligro a Zeil.

Sin embargo, y paradójicamente, al ir caminando por el sendero agarrada del brazo del príncipe, le sobrevino una extraña y reconfortante sensación de estar segura. No estaba segura del por qué, pero por algún motivo creía (o más bien, sabía) que en el caso de que sucediera algún "imprevisto", él iba a protegerla, y eso de algún modo mitigó sus miedos.

Al cabo de unos minutos, ya bien lejos del refugio y caminando por el sendero, Din de repente se detuvo, y miró hacia atrás, tomando a Zeil desprevenido.

- ¿Sucede algo? – preguntó Zeil. Din solo miró a su alrededor, y tardó unos segundos en responderle.

- Me pareció... oír algo. – dijo Din. – Pero... tal vez solo fuera un animal salvaje. Sigamos.

De nuevo, a Zeil le pareció que Din se estaba guardando algo que no quería decirle. Pero decidió no presionarla con preguntas, y continuaron tranquilamente con su camino.

...

No lejos de ahí, sin embargo, ocultos entre las sombras que creaban las copas de los árboles y la espesura de los arbustos, emergieron dos siluetas negras descomunales. Eran dos de los caballeros de las Tinieblas que se habían presentado ante aquel más grande que se hacía llamar Onox. Llevaban un buen rato esperando a que apareciera, pero al ver que su presa no estaba sola, pensaron que sería mejor esperar. Entonces podrían atraparla.

- Estuvo cerca. – dijo uno a su compañero. – Por poco nos descubren.

- Más cuidado para la próxima vez. – dijo el otro. – Pero si salió de su refugio, tanto mejor para nosotros. Será más fácil capturarla después.

Y manteniéndose a distancia prudente, ambos siguieron a la pareja por el sendero, cuidando bien de no perderlos de vista.

Esta historia continuará...

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