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Portada 3: De canciones y gotas de lluvia | Relato ganador


¡Y la última portada! <3 He de confesar, lloré con este relato. Espero que a ustedes les guste tanto como a mí.


El relato ganador es...

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¡Cántame luego de la lluvia, de Elly K. Rob (Kansla_Stark)!

Me sacaste lágrimas, Elly, en serio. ¿Te alimentas de ellas y no me has contado? xD 

Sin más que decir, les dejo su relato:




—¿Has traído lo que necesito?

Su pregunta no me sacó de balance como otras veces, ya ni siquiera el pinchazo de dolor atravesó mi pecho. Me había convertido inmune, ella lo había hecho. Pero la amaba, era mi mejor amiga, ¿cómo no iba hacerlo?

—No, no he traído nada.

Sus ojos recorrieron el parque abandonado, sus manos temblaban y sus pálidos labios me produjeron un mal estremecimiento. Kae estaba acabando con su vida, y de paso con la mía y la de otras personas más en el mismo conjunto.

—Ella te convenció, ¿verdad? Ella te dijo que no me trajeras nada. ¡La estas poniendo sobre tu mejor amiga! ¡Está comiendo tu cerebro como los gusanos!

Sus palabras se perdieron en el viento y quedaron vivas dentro de mi pecho. Ardían como el mismísimo infierno.

—Ella no me convenció a nada, Karla también quiere lo mejor para ti. No seguiré alimentando tu vicio, tienes que parar —objeté —. Deja de matarte Kae, deja de hacerte sufrir y de paso deja de hacerme sufrir a mi también.

Sus pies golpearon el asfalto con nerviosismo, sus ojos apagados volvieron a observarme. Todas sus facciones se endurecieron, el rostro angelical que una vez tuvo ya había desaparecido por completo. Me dolió el pecho al recordar todo lo que Kae fue, y lo que ya no era; todo lo que había cambiado cuando según ella encontró al amor.

—Vete, Peter —susurró, sus palabras me sonaron amortiguadas. La miré con mis ojos bañados en tristeza.

—Kae...Por favor —supliqué.

Ella negó con su cabeza y su cabello castaño se movió con el movimiento.

—Solo vete, yo estaré bien.

Kae nunca lo estaba, ella ya no sabía lo que era estar bien. Él tenía la culpa, y ella...Por haber sido tan tonta.

Llegué al pequeño recinto de apartamentos antes de la medía noche, el tráfico había estado muy pesado y mi viejo coche ya no daba para tanto. Las luces apagadas de la sala me recibieron, y un bulto envuelto en una manta en el sofá. Karla se había quedado dormida otra vez esperándome, parecía una costumbre en nuestra relación. Kae solo me llamaba cuando quería dinero, no me dejaba ayudarla, y tampoco buscaba la forma de salir de ese infierno donde ella vivía.

El amor la había cegado, eramos unos tontos críos que corrían por los jardines de nuestras casas, dos niños inocentes que habían soñado despiertos, creyendo que podrían tener las estrellas. Habíamos hecho un mundo, nuestra amistad era de esas fuertes e indestructibles, entonces llegamos a la universidad, nos volvimos adultos y las cosas cambiaron. Ella se topó con el cupido equivocado, ese malvado y de alas negras, y terminó enamorada de la persona equivocada. Kae dejó de sonreír, su piel pasó de blanca a púrpura y sus ojos llenos de vida...Terminaron muertos. Y ella no hacía nada pasa salir de eso.

Entonces no solo era maltratada, si no que también recorría a los narcóticos. Había intentado denunciar a ese tipo un montón de veces, pero luego ella aparecía llorando, me hacía promesas baratas. Decía que buscaría la solución, que se lo dejara a ella. Ella no quería que yo hiciera nada, le tenía miedo a él... Sin duda era peligroso, ¿pero acaso no estaba yo dispuesto a dar mi vida por ella de ser necesario? Claro que sí, y luego entraba Karla al paquete y me daba cuenta que estábamos todos sobre una cuerda floja.

Yo intentaba salvar a Kae, y Karla intentaba salvarme a mí. Ella era mi cable a tierra, mi consciencia razonable. Nuestros tres años de relación nos había brindado la madurez necesaria para llevar nuestra unión como los adultos que éramos. Por eso la amaba, sabía que quería lo mejor para mi. Por mucho tiempo intenté ayudar a Kae, pero luego me di cuenta que ella solo alimentaba su vicio con lo que le daba, Karla me pidió que dejara de suplirle dinero. O terminaría viéndola muerta.

—Amor —La removí y sus ojos soñolientos me recibieron. Karla solía tener el sueño ligero, y por la mínima cosa se levantaba. Sus brazos rodearon mi cuello y me acomodé a su lado mientras ella me envolvía.

—Estás aquí —murmuró sobre la piel de mi cuello.

Suspiré.

—Aquí estoy —Besé su frente y la estreché en mis brazos. Su respiración volvió a la normalidad y su sueño regresó.

Yo me quedé cantando una de esas canciones que había escrito para Kae. La melodía se volvió deprimente en mi mente, ya no habían risas, solo dolor, y la abundante lluvia de esa noche. El pasado regresó, y como siempre volvió a doler.

Kae tenía esta costumbre que desde que alguien mencionaba que iba a llover, o el pronóstico decía que habría una tormenta, ella recogía algunas de sus cosas e iba y se quedaba en mi casa. Kae odiaba los truenos y las tormentas, pues un día a media noche, en una gran tormenta con truenos, donde no había energía eléctrica, entraron en su casa para robar y su papá terminó herido de bala. Al mes se murió, había quedado en coma y ya no había más nada que hacer por él.

Kae pensaba que mi casa era más segura que la suya, y que si dormía conmigo y yo le cantaba todo estaba bien. Ella tenía unos catorce años cuando este trauma quedó en su mente, para entonces yo había cumplido mis quince años ya. Mi mamá tan amable como siempre, preparaba una cama de aire en mi habitación y yo le cedía mi cama a Kae. Al final terminaba durmiendo con ella pegada a mi lado, Kae no dormía si yo no le cantaba.

Desde mi juventud amaba cantar, tocaba la guitarra, el piano y además componía. No lo hacía siempre, porque solo componía cuando una persona me inspiraba hacerlo, y esa persona era ella. Mi mejor amiga.

Mi voz acallaba sus temores. Y cuando la lluvia iniciaba, yo cantaba y ella no escuchaba nada más.

—Las estrellas se alimentan de los sentimientos buenos —susurró —. El amor, la bondad y todas esas cosas las hacen brillar. Eres su fuerza, Peter. Las estrellas brillan gracias a ti.

—Tu eres mi fuerza, mi inspiración Kae. Así que también brillan por ti.

—Hacemos que las estrellas brillen —murmuró.

Tantas risas, buenos momentos, mi hombro para ella y el de ella para mi. Nada de eso me prometía que terminaría componiendo canciones deprimentes para Kae, nada de eso me previno que terminaría perdiéndola. Luego de ingresar a la universidad, más nunca volví a cantarle. Ya no hacíamos a las estrellas brillar.

Karla y yo desayunamos juntos como cada mañana, y no solo eso, también nos levantábamos juntos para prepararla. Luego yo iba a trabajar y ella se iba a la universidad. Era nuestra rutina, una ayuda mutua, una prueba de que seguiamos eligiéndonos todos los días. Era demostrarle que quería ver sus ojos todos los días al despertar y que también fuera lo último que viera al dormirme. Hacía casi dos años que había terminado mi carrera de Administración de Empresas, y trabajaba administrando la empresa de mi mejor amigo, una gran distribuidora de materia prima, bastante importante en el país.

Dejé a Karla en la universidad cuando iba de paso al trabajo, la despedí con un beso y le deseé un bonito día, prometiéndole que nos veríamos al llegar la noche. Al llegar a la empresa me enfrasqué totalmente en mi trabajo, era de esas personas que se comprometían al cien por ciento, y que daban hasta un dosciento de ser necesario. Muy pocas veces me sentía cansado de lo que hacía, porque trabajaba en lo que me gustaba, y eso no me quitaba el tiempo de disfrutar de otras pequeñas cosas.

Era mi hora de comer cuando una llamada entró a mi teléfono, caminé a la cafetería de la empresa mientras buscaba el teléfono en mi bolsillo delantero. Justo cuando llegué a la puerta del lugar tomé la llamada, y pude sentir el miedo extenderse por todo mi cuerpo. En mis veinticinco años de vida nunca había sentido tanto miedo de perder a alguien.

—¿Es usted Peter Rivera? —preguntó alguien del otro lado de la línea.

—Sí, soy yo. ¿Quien habla?

—Hablamos del Hospital Central, la señora Lancaster ha tenido un accidente, no encontramos el número de su esposo en su teléfono, solo tenía agendado el suyo. Necesitamos que alguien responda por ella.

—Estaré ahí cuanto antes —Fue lo ultimo que dije, antes de correr a mi auto e ir en busca de mi mejor amiga.

¿Cuándo entenderás que tienes parte de mi, Kae...? ¿Cuando dejará de caer esta lluvia sobre nosotros y mis canciones dejaran de sangrar? ¿Cuándo seremos esos seres que hacían a las estrellas brillar...?

La ambulancia tenía pocos minutos de llegar para cuando yo llegué. La sala de espera me producía escalofríos, odiaba estar ahí. Impaciente, nervioso, desesperado... Kae no tenía golpes graves, pero tenía hematomas y heridas de los cristales, había chocado con un poste de luz al menos, iba drogada no se podía preguntar más. Durante toda la tarde no había tenido noticias de ella, y no me permitía llamar a Karla, tan solo se preocuparía y vería mi dolor. Eso luego le afectaba a ella también, más sabia que no podía durar mucho tiempo sin decirle donde estaba; no podía permitir que Karla desconfiara de mi.

El tic tac del reloj todo el tiempo me impacientó, el tiempo corría ajeno a como yo me sentía. Recordándome lo insignificante que éramos los humanos para el. Ninguna enfermera sabía informarme de nada, solo me pedían que llamara al maldito esposo de mi mejor amiga, algo que yo no iba a hacer.

—Necesito que me de alguna noticia —supliqué, la enfermera me miró con lastima.

—No está grave, joven. Pero aún no despierta, cuando lo haga yo misma vendré por usted —aseguró, y volvió a su trabajo sin permitirme preguntarle otra vez.

Me dejó agonizando como minutos antes, en un desesperante remolino que lo único que me hacía era caer. Renuncié a mi sueño de ser músico compositor por Kae, mi musa desapareció y yo tuve que encontrar pasión en otra cosa. Los números en ese tiempo fue la cosa más interesante que encontré. Me permitian perderme por tanto tiempo sin pensar, mucho más cuando Kae comenzó a pasearse toda golpeada por la universidad. Odiaba la maldita situación en la que ella se encontraba, odiaba lo tanto que había caído en ese pozo sin salida, pero no encontraba la forma de ayudarla si ella no me lo permitia. Sobre todas las cosas lo que menos quería era verla muerta, porque si ese hombre le robaba su aliento, yo terminaría quitándole el suyo.

—Joven —Desperté al instante por el llamado de la enfermera, con una mano me indicó una puerta —, ha despertado.

Corrí como si detrás de esa puerta se encontrara mi salvación, la imagen me descolocó al instante. La puerta se cerró a mi espalda, y mis mejillas se llenaron de lágrimas. Me sostuve de la pared cuando mis piernas ya no parecieron suficiente.

—¿Qué...? —Me ahogué con mis palabras, y respiré lentamente sintiendo las lágrimas llegar a mi barbilla —. ¿Qué estás haciendo contigo, Kae? ¿Qué es lo que haces? —Negué con mi cabeza sin poder creerlo —, deja de herirte.

Sus ojos estaban inyectados en sangre. Kae no solo estaba golpeada, tenía muchos cortes, raspones. La sangre seguía adherida en algunas partes, toda su imagen había cambiado. Sus labios estaban morados, sus ojos apagados. Su cabello se encontraba tan corto y de forma desigual, suponiendo que ella misma lo había hecho.

Kae había sido hermosa, de cabellera castaña larguísima. Vivía sonriendo, llena de vida, ella había sido la responsable de todas las cosas emocionantes que tuvo mi adolescencia. Y verla en ese estado me desequilibró, fue como un puñetazo en el estómago; uno muy fuerte capaz de hacerme vomitar todas las mariposas que seguía guardando por ella, gracias a los buenos recuerdos.

—Tú no entiendes.

—¡Tú no me permites a mi entender! —grité.

—Ni siquiera sé qué haces aquí, solo vete.

Caminé hasta acercarme a la cama, queriendo que vea la sinceridad que podrían trasmitir mis ojos.

—Me importas, siempre lo has hecho. ¿Acaso lo has olvidado? —inquirí.

—Peter —suplicó —, solo alejate. No me hagas esto más difícil.

—¡Dejame ayudarte! Tienes que salir de ese infierno. ¿Por qué le permites que haga tanto contigo? Juntos podemos salir adelante.

Kae se incorporó gimiendo de dolor y me señaló con rabia.

—Tú tienes a Karla, tienes que cuidar de ella. ¡Amala como a mi no supieron amarme! ¿Cómo malditamente vas a entender que quiero que te alejes? No quiero tu ayuda, no quiero que eso cause que tú también termines en este infierno. ¡Él amenazó con matarme y aunque no lo creas aún quiero vivir! ¡No quiero que él te haga algo a ti o enloqueceré! ¿No entiendes? ¡Vete, Peter! —bramó, y lloró junto conmigo —. ¡Si la vida querrá sacarme de ahí lo hará! Pero que tú no tengas nada que ver, su maldito dinero lo ayuda.

—No puedo permitir que mientras tanto tú sigas sufriendo.

—¡Sé que me equivoqué! —gimió, llorosa. Su cuerpo se sacudió contraída —. Fui una tonta, me enamoré. Fui muy ingenua —Se sacudió con cada espasmo —, me creí el cuento de la luna y las estrellas. Soñé con castillos y baladas. Sus regalos pasaron de ser mi flores favoritas a golpes de celos. Las citas terminaron siendo un hospital y el amor terminó siendo una jodida obsesión.

—¿En qué punto nos perdimos tanto? —murmuré.

—Justo en el momento en que dejaste de cantarme luego de la lluvia —respondió.

Lloré como un niño pequeño.

—Extraño hacer que las estrellas brillen, Kae. Te extraño a ti.

—Yo también a ti —susurró, justo cuando corrí y la abracé.

Kae era el lugar seguro que tiempo atrás yo había llamado casa.

—Kaelen Lancaster —nombró alguien que nos erizó a ambos. Me separé al instante de ella para ver a su maldito verdugo sonriendo con parsimonia hacia nosotros.

—James —respondió Kae —. ¿Qué mierda haces aquí?

James siguió sonriendo en tranquilidad. Y negó divertido.

—No, no, vida mía. ¿Qué mierda hace él aquí? Pensé que mi orden había quedado clara —Hizo cara de pena —, lástima...

—¡No te atrevas, James! —escupió Kae —. Peter ya se iba. Solo vino porque lo llamaron a él.

—Claro, ¿cómo no iba a ser así? Solo tienes su número en tu teléfono. ¿O debo decir en tu teléfono escondido?

Kae me miró.

—Vete, Peter.

—No quiero dejarte —hablé.

—¡Vete! —Volvió a pedirme desesperada.

—Ella te dijo que te fueras, amigo.

Sus ojos suplicantes parecían a punto de llorar, besé su frente antes de irme.

—Prometeme que no le harás nada —rogó Kae justo en el momento en que la puerta se cerró detrás de mi.

Un mal presentimiento se instaló dentro de mi.

Llegué a casa muy tarde, el tiempo en el hospital había pasado corriendo. Mi telefono se había muerto, se quedó sin batería a media tarde. Aparqué el auto y salí desganado caminando hasta casa. Cuando entré todas las luces estaban prendidas, Karla se encontraba dando vueltas de un lado para otro en la pequeña terraza. La luz de la luna la iluminaba de forma bonita, su cabello rubio resaltaba. Seguía vestida con la ropa de la universidad, tenía esa actitud inquieta que ella tomaba cuando estaba preocupada. Iba a volver hacer otra llamada cuando el ruido de mi llegada la alertó.

—¡Al fin llegas, Peter! Joder, me tenías preocupada —jadeó contra mi pecho, cuando la estreché justo ahí en un abrazo fuerte. Respiré su perfume sintiéndome de pronto tranquilo, menos tenso que como me encontraba hacía unos segundos —, te llamé un montón de veces.

—Mi teléfono se descargó, lo siento —Me disculpé —. Es Kae, tuvo un accidente, estaba en el hospital.

Su boca se abrió sorprendida.

—¿Está ella bien?

—Ella no está grave, pero en su vida. Kae en su vida no está nada bien —lloriqueé, Karla suspiró y me guió hasta el mueble, apoyé mi cabeza de sus piernas mientras ella acariciaba mi cabello.

—Amor, todo volverá a su sitio. Tienes que creer.

—A veces se vuelve difícil —dije —. Duele demasiado, verla quebrarse duele como no tienes una idea.

Odiaba expresarme con tanto dolor, porque eso hacía sufrir a Karla. Nos quedamos dormidos sin darnos cuenta, al día siguiente teníamos otro día pesado. Apenas era lunes, apenas la semana iniciaba... Y el sufrimiento también.

La semana llegó a su fin, y no obtuve más noticias de Kae. Era un viernes muy agitado, el tráfico me tenía agotado. Solo deseaba llegar a casa, y refugiarme entre los brazos de Karla, lo bueno era que las vacaciones iniciaban desde ya, el verano iniciaba a pasos gigantes, y lo agradecía. Karla y yo teníamos pensado pasar algunos días en una cabaña en la playa. La monotonía ya nos tenía algo aburridos, algo mucho más emocionante era que en unos tres meses Karla se graduaba de la universidad.

Doblé en la calle correspondiente y luego de unos minutos aparqué el auto en la entrada. Iba algo distraído, cerré la puerta sin mirar a mi alrededor, hasta que agaché a amarrar los cordones de mis zapatos. Fue cuando de improviso recibí el primer golpe.

Caí al suelo rodando, y recibí otro y otro. No era una sola persona, golpearon mi estómago, mis piernas, mi cara. Para completar me golpearon con algún barrote de hierro entre las costillas, escupí la sangre mientras el intenso dolor me entumecía. Fueron tantos golpes que ya veía borroso, pero había visto que eran cuatro. Me golpearon como si fuese un animal, un grito los alertó.

—¡No, Peter! —gritó alguien, la desesperada voz de Karla llegó hasta mi. Lo único que pude escuchar fueron los pasos de gente corriendo —. ¡No, no, no! ¡Peter!

Sentí como caía de rodillas a mi lado y tomó mi cabeza entre sus manos. Se llenaría de mi sangre si no se alejaba. Todo el cuerpo me dolía horrores, no podía ni abrir los ojos.

—M-mi vida—susurré.

—Peter, por amor a Dios, Peter. No te duermas —Lloró —, ya vendrán por nosotros. Solo no te duermas, no me dejes. Yo te amo, te amo tanto —Sus lagrimas comenzaron a caer en mi pecho, no quise dejar que la oscuridad se apoderara de mi, pero ella fue más fuerte. Y terminé cerrando los ojos.

Desperté desorientado, las luces de la habitación estaban apagadas por lo que casi no podía ver nada. Solo sentía una cabeza apoyada de mi brazo, y luego descubrí que era Karla. No sabía cuánto tiempo había pasado, ni cuanto tenía en el hospital. Pero no podía mover mi cuerpo, me encontraba totalmente inmóvil y eso me llenaba de desconcierto, poniéndome totalmente desesperado. El lado derecho del cuerpo me dolía más que el izquierdo, y para completar tenía todo el torso vendado, así como la cabeza y un ojo tapado. Me habían golpeado de forma fatal. Intenté hasta hablar, y solo terminé jadeando y llorando. El dolor era insoportable.

Karla se espantó de pronto, y llamó a gritos a los doctores. Quise decirle que todo estaba bien, que no debía preocuparse, que solo era un dolor. Pero mis ojos no parecían tan expresivos como debían. El doctor terminó inyectándome algo que me tranquilizó, y tiempo después Karla siguió ahí, sosteniéndome.

—El dolor es muy fuerte para que puedas resistirlo —susurró, la escuchaba y me dolía no poder responderle —. Te drogan todo el tiempo hasta que comiences a sanar, ya estas mucho mejor. Tienes dos semanas aquí, en pocos días ya no sentirás dolor.

Al parecer había despertado muchas veces, pero parecía que lo olvidaba. Y así pasó cuando volví a despertar, todo el tiempo estaba desorientado, abatido. Karla había puesto una denuncia, pero yo sabía quién había sido. Uno con nombre James Lancaster.

Los siguientes dos días estuve mejor, ya no tenían que drogarme. Unas leves pastillas funcionaban, y tres días después ya podía hablar más o menos. No parecía yo totalmente, para el día siguiente ya intentaba caminar, Karla en ningún momento se despegó de mi lado.

Ese día ella tuvo que dejarme, tenía que rendir el último examen de su semestre. Se fue con un nudo en la garganta, me había expresado que no quería irse. La motivé a que lo hiciera, le prometí que estaría bien. El doctor había dicho que al día siguiente si todo estaba bien ya me darían el acta. Lo que más deseaba era regresar a casa. Karla se fue y yo me quedé solo, la habitación no era muy grande. Me entretuve caminando por el lugar, el único dolor constante era el de las costillas. Terminé tropezando sin querer y el dolor desgarrador terminó haciéndome chillar.

La puerta se abrió en ese instante y divisé la silueta sorprendida de Kae. Me miraba con ojos vidriosos, llevaba lentes oscuros y su cabello mal cortado estaba hecho un nido de pajaros. Los tejados que tenía puesto estaban sucios y el gran abrigo que la cubría entera era mío de hacía unos cinco años.

—Lo siento tanto —fue lo primero que gimoteó, llegó hasta mí y me ayudó a incorporarme.

—Tú no tienes porque pedirme perdón por algo que no hiciste —hablé.

—¿Cómo fue que tuviste este accidente? —me preguntó.

La miré sin entender, ¿acaso ella no sabía?

—Yo no tuve ningún accidente, me golpearon frente a mi casa cuatro hombres. Estoy seguro que eran órdenes de alguien con apellido Lancaster. ¿Quien más podría odiarme si no el mismo James?

Su boca se abrió atónita y las lágrimas volvieron a llenar su rostro.

—Él me lo prometió...

—Él nunca te ha cumplido ninguna de sus promesas.

Kae siguió alejándose de mi, llorosa.

—Ha tocado la línea invisible —Negó con su cabeza —. James ya tiene que pagarme todo lo que me ha hecho. ¡Lo odio! ¡Lo odio tanto!

Salió corriendo.

—¡Kae, no! ¡Kae, no hagas nada estupido! —desgañité corriendo detrás de ella, subió en un taxi y yo me quedé gritandole estupefacto.

Dos enfermeras corrieron hacía mi, no me permitieron ir tras Kae. Decían que no podía salir sin el acta. Entré desesperado en la sala del doctor y le rogué que por todos los cielos me diera el acta que yo necesitaba salir. El papel de salida no estuvo listo hasta una hora después. Salí desaforado y tomé un taxi con dirección a una casa que nunca había pisado. El mal presentimiento volvió a perseguirme, solo rogaba no llegar tarde.

El taxista me parecía muy lento, media hora después estábamos en la gran mansión Lancaster. Era una monstruosidad, que se vio minimizada cuando vi los autos de patrulla, y la cinta amarilla que indicaba no pasar. Salí desesperado y corrí por todo el lugar intentando llegar dentro.

—¡Usted no puede pasar, joven! —Me gritó un agente, deteniéndome al instante.

De la casa salieron dos paramédicos sosteniendo a alguien que estaba muerto. Mi ser decayó al instante y caí de rodillas cuando las lágrimas brotaron con violencia. Sacudiéndome mi cuerpo de una forma horrorosa. Pedí que me dejaran ver, temiendo lo peor.

James Lancaster era quien iba muerto.

Entonces la realidad del asunto cayó sobre mi, Kaelen salió escoltada por dos oficiales. Iba esposada y con la cabeza gacha. Fue entrada en uno de los coches patrullas y yo no tardé en correr hacía ella.

—¡Kaelen, no! ¡Kaelen! —grité desesperado.

—No se acerque a la asesina —me ordenó uno de ellos —. Ella está detenida.

Yo no podía creer que ellos pensaran que ella era una asesina, no podía creer que Kae terminaría en una cárcel por el simple hecho de que había matado a su verdugo. Y sobre todo yo no podía creer que Kae había matado a James por mi.

—Fue en defensa propia, lo juro —Me gritó por la ventana.

Algo dentro de mi no podía creerle. Me sostuve de un coche, mientras mi ser gritaba de dolor. Apreté mis puños y comencé a maldecir. Kae no podía terminar así, ella no pudo hacer eso.

¿Por qué maldita sea? ¿Por qué ella tuvo que terminar así?

El coche patrulla encendió, ella sería llevada lejos. Muy lejos de mi, tal vez duraría veinte años cumpliendo una condena que no merecía. Y yo no hacía nada, no podía moverme, tan solo llorar. Seguía sin poder creer que ella hubiese dañado su vida de esa forma, matando a alguien por mi. La venganza no se podía tomar por cuenta propia, tan tas veces le dije que la iba a ayudar, que podíamos denunciarlo juntos, que era mejor esperar la justicia y no tomarla uno por sus manos.

Kae terminó decepcionándome, era evidente que no podía creerle.

—¡Tienes que creerme, Peter! ¡Fue en defensa propia! —gritó.

El coche seguía alejándose.

—¡Peter! ¡Peter, no!

El tiempo seguía corriendo.

—¡Cantame luego de la lluvia, Peter! ¡Cantame luego de la lluvia! —gritó.

El tiempo corrió.

La vida se iba rápido si uno no pensaba en ella. Así pasaron cinco años y yo volví a mi vida, dejando lo pasado pisado, aunque a veces Karla decía que tal vez no estaba tan pisado. Kae terminó siendo un recuerdo para mi, no volví a buscarla, Karla todo el tiempo se sentía decepcionado de mi por eso. Decía que había abandonado a mi mejor amiga en el momento más duro de su vida.

Me enteré por la prensa que la gran esposa de James Lancaster había obtenido una condena de veinticinco años por el asesinato de su esposo.

Ese día ni siquiera pude dormir, terminé interno en un hospital, enfermé casi de forma grave. Luego intenté olvidarla, dejar en el pasado esos momentos tan oscuros que viví por su culpa. La vida continuaba y yo era un hombre. Uno que luego comenzó a tener su familia. Mi primera hija nació un año después, la hermosa Helena, y dos años después nació su hermanito Natán. Cuando Natán cumplió sus dos años, decidimos que ya era tiempo de mudarnos de casa, eramos una familia algo grande y Karla quería que los niños tuvieran un jardín, ya que vivir en un apartamento ya resultaba incomodo.

Al día siguiente ya sería la mudanza, un punto y final a toda la historia. Nos mudaríamos a otra ciudad, allí nos iría mejor en todos los sentidos. Al caer la noche el timbre sonó, tomé a Natán en mis brazos y fui a abrir la puerta. Karla estaba ocupada dándole de cenar a la pequeña Helena de casi cinco años.

—¿Es usted, Peter? —preguntó una anciana en mi puerta.

—Sí, ¿usted es?

—Soy Maria, usted no me conoce. Pero tengo cinco años buscando al mejor amigo de la señora Kaelen. Ella nunca mencionó su nombre, por eso me costó tanto encontrarlo.

Mi estabilidad emocional decayó en ese instante.

—Estuve ahí el día de la muerte del difunto señor Lancaster. Fui la criada de ambos en sus años de matrimonio, yo también intenté ayudar a la señora muchísimas veces, pero ella nunca me lo permitió. Ella no sabe que yo estaba ahí ese día. ¡De verdad fue defensa propia Joven! ¡Él la iba a matar! La estaba apuntando con su arma ese día, forcejearon y a él se le cayó. Cuando ella la tomó para tirarla lejos se disparó sola, ella estaba tan estupefacta como yo —habló tan rápido sin darme tiempo a nada —. No puede dejarla morir en la cárcel, hay pruebas. La casa tiene cámaras en todos lados, yo escondí las grabaciones de ese día. Pero tuve que esconderme, su familia me andaba buscando. Tampoco podía ir a la policía municipal, ellos no harían nada, me delatarían al instante. Menos una mosca muerta como yo, el dinero mueve al mundo joven, y yo no tengo. Si no ya hubiese ayudado a la señora.

Karla llegó hasta mi para sostener a Natan. Hizo pasar a la señora y ella le pidió que le contara todo. Yo seguía sin poder hablar, hasta que de pronto volví a llorar. Podía tener treinta años, pero muchas veces seguía sintiéndome ese adolescente que componía para Kae en días de lluvia. Seguía sintiéndome ese crío que la amó como a una hermana ya que yo nunca tuve. Kae solía traer toda mi juventud a colación, solía ser la única capaz de recordarme quienes fuimos.

Dos simples piezas de música que tuvieron que alejarse, gracias a la corriente de lluvia provocadas por la tormenta.

El abogado más respetado de todo el país inició los trámites por mi, pagué todo mi dinero con tal de no dejar un segundo más a mi mejor amiga en ese lugar. Mas no fui capaz de visitarla en ningún momento, aún no me sentía bien conmigo mismo. La había abandonado cuando más me necesitó. La había hecho a un lado, la había ayudado a que se apagara.

Un año después mi abogado ganó el juicio, y venció contra la familia Lancaster. Kaelen quedó en libertad y toda su fortuna se le fue devuelta. Fue un treinta de agosto cuando decidí que ya era momento de que ella me viera.

Que supiera que su amigo no había ido a ninguna parte.

Ese día ella saldría en libertad. La pequeña Helena ya tenía cinco años y su hermanito tres. Karla y los niños fueron conmigo a buscar a Kaelen. Ella nunca imaginó que cuando saliera yo iba a estar ahí. Ella nunca imaginó que yo fui el que la sacó de ahí. Cuando me vió, su sonrisa se quebró y cayó de rodillas llorando.

Corrí a su lado y la abracé contra mi pecho.

—Estás aquí —lloró, se sacudió contra mi cuerpo con violencia —. Peter, estás aquí.

Los niños y Karla se acercaron y Kae sorprendida los abrazó a todos. Me miró orgullosa y la pequeña Helena se acercó a ella y le limpió las lágrimas.

—Mi papá dice que las niñas lindas no lloran, así que tú tampoco puedes llorar —dijo con su vocecita de miel.

Kae sonrió entre su llanto.

—Tú papá siempre fue un chico inteligente, hazle mucho caso siempre. Siempre ponle atención, toda la atención que yo no le quise poner.

Ayudé a Kae a incorporarse y volví a abrazarla.

—Te tengo una sorpresa —susurré, Karla me pasó el estuche de la guitarra y Kae volvió a llorar.

Kae me había regalado esa guitarra cuando tenía dieciséis. Cuando yo componía música para ella en noches de lluvia. Cuando mi voz acallaba sus demonios. Cuando haciamos a las estrellas brillar.

—Ha pasado la lluvia, Kae —sonreí —. y he venido a cantarte. 


:')

Y eso es todo por ahora, humanos. Aunque tengo un par de pedidos pendientes, así que me verán de nuevo pronto. <3

Dany se despide \m/

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