—Relájate, yo creo que solo estás confundida.

—No, nada de eso, no la conoces bien. El otro día la escuché murmurar que está cansada de mí.

—Ay, Dany, esas son sólo palabras, tienes que tranquilizarte, mira... eso es lo que dicen muchos padres cuando no pueden controlar a sus hijos, pero no quiere decir que tu mamá quiera en verdad hacerte daño, mira... si estás convencida ¿no pensaste ir a la policía?

—¿Para qué? ¡Yo sé que no me creerán! Todos dicen que es por mi edad que soy así. Pero yo sé la verdad, ¡ella está loca! Una vez que la policía la escuche me devolverán a casa, ¡yo no quiero volver allá! No pasaré de esta noche. Lo sé. —se puso a buscar de forma compulsiva algo en su celular.

La verdad, mi verdad, la que pretendía, en ese momento, mantener a cualquier costo, en las sombras, me avergonzaba tanto... vivía con un tipo, que no quería, al que permitía maltratarme, y dejaba exprimirme los bolsillos. Por eso, imaginar que la llevaba a casa era exponerle a esa realidad, y de ninguna forma dejaría que ella se enterase jamás de mi infierno. Solamente tenía que calmarla, para que se quitara esa idea de la cabeza.

—Escúchame Dany, si notas algo raro, puedes marcar al 911.

—¿Me dices que llame a papá? ¿Cómo puede llamarse a sí mismo policía, si no es capaz de ver más allá de sus narices? ¡Está ciego, no se da cuenta lo enferma que está mamá!

A pesar de verla en ese estado, para mí, eran exageraciones suyas, aun así, tuve una débil corazonada de que todo aquello que me decía era cierto, pero Dany era menor de edad, yo temí más por mí, que por ella, Dany era amiga mía y la quería un montón, pero no deseaba acarrearme líos legales.

El nuevo estilo le sentaba bien. Una vez que terminé, Dany, se tranquilizó, satisfecha, se admiraba en el espejo. Ella era todo lo que en la vida siempre quise ser. Sin pronunciar una sola palabra, su cuerpo tenía un lenguaje maravilloso, no engañaba, decía que a pesar de su madre, algún día sería libre.

La lluvia había cesado y un Toyota blanco se detuvo en la puerta. Dany lo vio por el espejo y se sobresaltó.

—¿Le avisaste que estaba aquí? —Dany se sentía traicionada, echó a llorar, desesperada, resignada, al ver a su mamá, ahogó todos esos sentimientos.

Al verla con el pelo corto, Ernestina desencajó la cara.

—¡Mírate! ¿Qué has hecho con tu hermoso cabello? Bueno, ya crecerá... vamos cariño, a casa.

Ernestina se la llevó del brazo.

Esa misma noche no conseguí pegar un sólo ojo, no lograba olvidar la desesperación que embargaban los ojos de mi amiga Dany, había un mensaje oculto en ellos, me decían que nunca más la volvería a ver con vida.

—¡Tonterías! —me repetía, para apaciguar la culpa y la pena.

Era mediodía cuando Ernestina entró al salón, venía completamente de negro, llevaba unas grandes ojeras, marcas de un dolor inmenso.

—Ay, Mimi, no sabes lo que le pasó a mi querida Danicita...

Me paralicé ante la noticia, tanto que dejé caer las tijeras.

Ernestina se acercó, lloraba desconsolada, las clientas que aguardaban, se compadecieron de su dolor. Yo tenía la firme convicción de saber lo que en realidad le había pasado a mi amiga.

FIN