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01




capítulo 1
Virginia




[...]


Virginia Luca era una mujer espléndida. Cabellera corta rubia, unos ojos soñadores y una sonrisa que cautivaba a cualquiera. Yo solía observarla vestirse, con tanta elegancia que casi parecía de la realeza, aunque no tuviéramos ni un octavo de dinero de una reina. A medida que fui creciendo perdí la imagen que tenía de mi madre, ya no sonreía y el brillo de su cabello se desvanecía con el paso del tiempo. La pérdida de su esposo le había afectado demasiado. Trabajaba en su puesto en un pequeño mercado en el centro de la ciudad, era buena con los clientes, pero ese cariño y afecto que demostraba ya no se encontraba allí, en el medio de su pecho.

Yo siempre supe que mi madre no estaba bien. Si yo sufría con la pérdida de mi padre, no podía imaginarme lo duro que era perder a un esposo, a quien el universo elige para pasar el resto de su vida a tu lado. A tu alma gemela, única e irrepetible.

Cuando pequeña no entendía aquella marca que mi madre tenía en uno de sus dedos. "M. L". Pero cuando cumplí nueve y Virginia me contó aquel cuento antiguo que los humanos habían inventado, todo cobró sentido y la marca que tenía en mi hombro derecho ya no eran dos simples letras tatuadas. Eran mi futuro y tendría que aferrarme a ello.

—¡Amelia, te estoy esperando hace cinco minutos!—dijo Virginia esa mañana.

—¡Estoy en el baño!

—Ya. ¡Necesito que te apresures o me iré sin ti!

Yo pensaba que como acababa de terminar la escuela y era mi primer día de vacaciones y como una ciudadana legal, podría tomarme un día libre de ir al negocio del pescado. Pero estaba muy equivocada.

—¡Te alcanzo!—le dije, mientras terminaba de lavarme los dientes.

—Más te vale.

Desde que mi hermano se había mudado de la casa por razones que nunca terminé de entender, era mi responsabilidad ayudar a Virginia con la pescadería todas las mañanas a las seis en punto. Y era una vergüenza pasearme luego del horario del trabajo pasada a olor de pescado muerto.

Cuando salí de casa y abrí la puerta del cobertizo para sacar la bicicleta (así podría llegar más rápido y no tendría que lidear con la furia de mi madre), me encontré con nada más que dos cubos de basura llenos de agua, un par de rastrillos rotos, muchas hojas de los árboles y la fotografía que mi padre acarreaba para todos lados de mi madre y él nadando en una piscina miniatura. Denys se había llevado la santísima bici y si no fuese porque mi hermano se había mudado a una cuadra de nuestra casa hubiese llegado demasiado tarde al mercado.

—¿Dónde está la bici?—le pregunté a Denys cuando abrió la puerta de su casa, tan solo vestido con unos shorts, sus sandalias moradas y con dos letras marcadas en su pierna izquierda.

—¿No deberías estar trabajando, pájaro loco?—me preguntó en medio de un bostezo.

—Es tu culpa.

Le quité la bicicleta amarilla de sus manos luego de que fuera a buscarla al jardín y me monté en ella directo al centro de la ciudad. Antes de irme saludé a Estefanía cuando se asomó por la ventana. La novia de Denys siempre me había caído mejor que el mismísimo Denys.

Llegué por la parte trasera del puesto de pescado justo a tiempo para que mi madre comenzara a reprocharme la tardanza. ¿Y para qué? Si los clientes no llegaban antes de las ocho de la mañana.

—Deja tu puesto ordenado, Amelia. No quieres causar un desastre.

Desastre, desastre, desastre. El único desastre en ese entonces era mi vida y el hoyo en el que mi madre y yo llevábamos viviendo ya diez años. Exactamente desde que mi padre murió y el corazón de Virginia se apagó.

Dos horas más tarde la señora Marge, regordeta de cabello rojo fuego y sonrisa divina, había llegado directamente a "La ostra de Luca" vistiendo su típico vestido fucsia y su sombrero de lana verde.

—Buenos días señora Marge, ¿va a querer lo de todos los jueves?—le pregunté mientras me ponía mi delantal y amarraba mi cabello en la malla. Mi madre nunca la soportó, alegando sobre su falsa y cínica sonrisa así que yo siempre era la encargada de atenderla.

—Me conoces tan bien jovencita—dijo mientras sacaba un cigarro de su bolsillo del vestido y comenzaba a chuparlo.

Yo nunca había probado un cigarro y no pensaba hacerlo en mucho tiempo. El simple humo que desprendía aquel objeto era de lo más asqueroso y me hacía toser sin parar, pero no podía quejarme con la señora, era una clienta y estaba usando un espacio público para fumar. La señora Marge terminó de calar su cigarro antes de que yo pudiese cobrarle, me pagó y para mi suerte, desapareció del lugar.

—Y que esa señora no vuelva por estos lugares—se quejó Virginia.

¿Por qué era que se llevaban mal? Algunos decían que tenían rivalidad desde la escuela y otros más específicos decían que ambas estaban enamoradas del mismo hombre. Pero cada vez que le preguntaba a mi madre evadía responderme, así que después de un tiempo me rendí y deje de preguntar. La verdad era que ya no me importaba en lo absoluto.

Y así me pasaba toda la mañana y la mitad de mi tarde, vendiendo pescado a gente que mi madre odiaba. Era una pena que la mitad del dinero ganado se fuera en rentas y deudas que mi padre nos había dejado, cuando podíamos usarla para mejorar la casa o simplemente pagarle a alguien para que nos trabajara el puesto de pescado.

—¿Qué va a querer?—le pregunté a un joven quien llevaba mucho tiempo observando los mariscos.

—No tengo ni la menor idea, ¿Cuál es el mejor pescado para freír?—me preguntó levantando su vista por primera vez.

—Te diría si supiera.

Dejó salir una pequeña risa y dijo—Entonces quiero doce de estos—apuntó hacía los pescados más grandes.

—¿Te preparas para un banquete?—le pregunté mientras cortaba y despedazaba.

—Algo así, pero tengo una duda.

—Mande—le dije sin prestar mucha atención.

—¿Puedo pagarte con un helado?—preguntó despreocupado poniendo cara de cachorro.

—Yo feliz...pero tienes que preguntarle a la jefa.

Virginia llegó a mi lado y con su postura de superioridad y cejas fruncidas le dejó saber que no sería posible.

—Yo te conozco—le dijo—Sebastian, ¿verdad?—luego de que el tal Sebastian le respondiera con un asentimiento, continuó—Tú ibas a mi casa a hacer proyectos de la escuela con Denys, me rompías uno o dos vasos cada visita y molestaban a Amelia mientras tomaba su siesta.

Las mejillas de Sebastian enrojecieron y comenzó a hacer un movimiento con sus manos que me pareció bastante tierno.

—Sí, supongo que era yo, señora Luca. Pero debí suponer que era usted—dijo apuntando al letrero del puesto "La ostra de Luca"—¿No te acuerdas de mí, Amelia?

—Ciertamente no—le respondí—pero, ¿Cuántos años tenía? Entre cuatro y cinco y tú tenías al menos siete. Mírate ahora. ¡Si pareces otra persona! Supongo que mi mente debe tener bastantes lagunas.

—¿Y cuantos años tienes ahora?

—18

—Así que te graduaste este año, ¿o me equivoco?

—Así es...bueno, oficialmente graduada desde mañana. Tendremos una pequeña ceremonia en los jardines de la escuela...pero supongo que eso ya lo sabías.

Sebastian y Denys estudiaron en la misma escuela que yo y solo se habían graduado hace dos años. Yo no recordaba haberlo visto en la graduación de Denys, pero quizá no presté mucha atención.

—Ya, ya. Basta de plática y a trabajar. Cóbrale y que se largue.

Virginia comenzó a quejarse mientras llegaban nuevos clientes. Los jueves siempre eran días atareados.

—Y, ¿a que hora cierran este lugar?—me preguntó Sebastian mientras me pagaba.

—A las cuatro.

En ese momento en mi cabeza no había caído la posibilidad de que estuviese coqueteando conmigo porque eso no era muy común. Toda mi vida de estudiante la había pasado desapercibida por los chicos porque siempre había alguien más linda o más gruesa o simplemente mejor. Pero, ¿Qué me importaba a mí? Nunca tuve la necesidad de sentir una conexión así de fuerte como lo es el amor o la atracción.

—¿Por qué no vamos por un helado mañana? Te paso a buscar a las cinco—dijo rápidamente, recogiendo su compra y caminando lejos del puesto.

—¡Pero tengo que preguntar!—le grité, aún sin creerme el coqueteo evidente—¡Probablemente me digan que no!

Observé como, sin darse vuelta, se despidió con una seña en su mano y siguió su camino. ¿Cómo era que acababa de invitarme a salir, si solo habíamos hablado un par de palabras? Seguramente era una broma de mal gusto, pero ¿y si no? ¿Y si él genuinamente estaba invitándome a una cita? Una cita de verdad. No se cuanto tiempo me quedé de pie mirando como se alejaba cada vez más, su cabello casi negro rebotaba en su cabeza y el viento lo movía hacia la izquierda con tanta gracia, y si ya era increíblemente guapo, incluso de espaldas se veía maravilloso.

—Te ves atareada hermanita.

No dudé en soltar un chillido—¡Me asustaste Denys! ¿Qué haces aquí?

—Mamá me llamó—aunque Denys se había marchado de casa hace casi un año nunca dejó de llamar a Virginia, madre. No como yo—Sabes que los jueves son días difíciles.

—¿Y Estefanía?—le pregunté mientras le alcanzaba una malla para el pelo.

—Salió de compras. ¡Siguiente!


[...]


Esa misma tarde, luego de cerrar el local, llegar a casa y darme una corta y merecida ducha, Denys y Estefanía se nos unieron para la cena en el pequeño comedor celeste de nuestra casa. Mi padre se lo había ganado en una rifa del mercado mucho antes de que yo siquiera naciera y Denys, negado a la idea de deshacerse de él, lo restauró y pintó de aquel color tan chillón que no combinaba con el aura de nuestra casa.

Estefanía y Virginia se movían por toda la cocina, moviendo platos, vasos y cubiertos mientras que Denys y yo esperábamos mientras jugábamos al gallito inglés. Ya había ganado un par de veces así que decidimos parar antes de que humillara más a Denys.

—Mi mamá me dijo que se toparon con Sebastian—habló Denys cuando ya estábamos cenando.

—Bueno...sí.

—¿Y qué tal?—me preguntó directamente a mí—No lo veo hace dos años, pero supongo que se ve igual.

—La verdad es que no se, ni me acordaba de él—dije metiéndome un trozo de pescado a la boca y así intentando que no me preguntara más cosas.

Estefanía y Virginia parlotearon durante toda la cena con la leve interacción de Denys quien se ahogaba con su comida. Pero el tema de Sebastian seguía en mi cabeza. Y quería hacer la pregunta, dejarla salir. Pero mi madre era una mujer aterradora con careta dulce. Como un malvavisco (cabe recalcar que los odio con mi miserable vida) con una cobertura dulce y suave pero cuando lo pruebas y se pega en todos tus dientes lo único que quieres hacer es vomitarlos. Así era Virginia.

Estefanía se había ofrecido a lavar los platos y mi madre recogía la mesa, así que ese era el momento preciso por dos simples razones.


LISTA DE RAZONES POR LAS QUE AQUEL ERA EL MOMENTO PRECISO PARA CONTARLE A MI MADRE QUE SEBASTIAN ME HABÍA INVITADO A UNA CITA EL SIGUIENTE DÍA.

Razón 1: Se encontraba ocupada con los platos y no se concentraría muy bien en su respuesta.
Razón 2: Estefanía y Denys estaban presentes, al menos controlaría su palabrería.



—Hablando de Sebastian—comencé, ayudándola a recoger el mantel de la mesa—hoy me preguntó si, bueno...por las causalidades de la vida, y si me dejas tú obviamente, me gustaría salir a tomar un helado por ahí con él...pero, bueno, solo si me dejas, obvio...no haré nada si te parece que no es correcto porque...

—Deja de parlotear—se burló Denys.

—No la molestes—lo regañó Estefanía desde la cocina.

Virginia posaba su mirada en mí, luego en Denys y después en Estefanía. El frío lentamente recorría mi cuerpo, tal como si fuese parte de una película de terror. Sus ojos castaños no parpadeaban ni una sola vez y no voy a mentir, casi me hice pis en mis pantalones.

—Te respondería si hubiese entendido una mísera palabra de las que dijiste.

Solté un corto suspiro—Sebastian me invitó a tomar un helado mañana—hablé rápidamente intentando esconderme detrás de Denys.

—¿Cómo una cita?—preguntó Estefanía.

—¡Como una cita!—gritó Denys, soltando sus cubiertos en la mesa.

—¿Y quién me ayudará con el negocio?—preguntó Virginia, seguramente buscando una excusa para prohibirme salir.

—Denys y Estefanía lo cubrirán mientras nosotras vamos a mi graduación y luego trabajaré toda la tarde hasta la hora de salida. El helado no se interpondrá con el trabajo...lo prometo.

Virginia chasqueó su lengua, negó con su cabeza y dijo—Que más da, de todas formas Denys te convencerá de hacer lo que te dé la regalada gana.

No pude aguantarme la sonrisa y la ganas de abrazar a Virginia. Pero me contuve, no era necesario y seguramente ella no lo apreciaría.

Estefanía terminó de lavar los platos y con Denys decidieron que era hora de irse a casa, así que se despidieron de nosotras y yo finalmente podía encerrarme en mi cuarto a dormir. Pero no, porque mi madre tenía otros planes para mi.

—Siéntate—me dijo, apuntando a una de las sillas. Hice caso y esperé a que continuara—Estaba pensando abrir una panadería.

—¿Ah, si?—pregunté extrañada jugando con mis dedos. Virginia asintió—Pero ¿Cómo lo vas a hacer?, ni siquiera puedes con el puesto del mercado.

—Estaba pensando en venderlo.

¿Venderlo? Tuve que, nuevamente, controlar las ansias que tenían mis emociones de salir a la luz. Quería gritar, quería gritarle a Virginia. ¿Cómo se atrevía si quiera pensar en ello? Hace unos minutos quería abrazarla y luego solo quería golpear su tonta blanca cara.

—¿Vender el negocio de papá? Es todo lo que tenemos de él, es todo lo que...

—¡Tu padre está muerto!—exclamó, cambiando rápidamente de humor y dándole un golpe a la mesa.

—¡¿Y qué?! ¡Vendiste su motocicleta y cada una de sus pinturas!

—Tienes que entender que, por mucho que amo a tu padre, el negocio en el mercado no nos da lo que necesitamos.

—Perderás a todos tus clientes—le dije.

—Entonces tendremos que traer nuevos—respondió Virginia.

—No sabes hornear pan.

—Pero tú sabes, tu padre te enseñó—No podía creer lo que Virginia decía. ¡Me ataría toda mi vida a este pobre pueblucho y a una estupida panaderia!—Podríamos comenzar a paso lento, ya sabes, redecorando nuestro local para...

—No—le dije poniéndome de pie—No lo voy a hacer—manifesté con la cabeza en alto, sin ningún remordimiento.

—¿Qué dijiste?

—Me oíste. No lo haré. Yo se que ya habíamos hablado de que no iría a la universidad porque no había dinero, pero ¿Crees que quiero quedarme aquí toda mi vida? ¿Contigo? Sabes, hay algo que se llaman becas, y con lo arduo que he trabajado en la escuela para sobresalir, creo que al menos me merezco la oportunidad de intentarlo—hablé por última vez antes de, finalmente, encerrarme en mi habitación que alguna vez había compartido con Denys.

Estaba hablando completamente en serio casi por primera vez en mi vida. Estaba un poco aterrada porque acababa de comenzar una gran discusión con Virginia y lo único que quería hacer era llamar a Vita y quejarme hasta altas horas de la madrugada de Virginia, pero me contuve. No quería que mi madre me escuchara hablar por teléfono, o ella iría a entablar conversación. Así que me tiré en mi cama y fijé mi mirada al techo de la habitación.

[...]

A la mañana siguiente, como esperaba, Virginia no puso un pie fuera de su habitación lo que significaba solo una cosa: no se molestaría en ir a mi graduación. Pero no me importaba nada, me sentía tan traicionada que ya no esperaba nada de aquella mujer. Así que sin compañía me monté en la bicicleta que no le había devuelto a Denys y me fui a la escuela, de vez en cuando teniendo que detenerme para secarme las lagrimas y limpiarme los mocos.

—Hola, guapa. ¿Y tú madre?—me preguntó Vita al llegar.

—Virginia está muy ocupada—le respondí no pudiendo dejar de mirar a su perfecta familia.

Sus padres llevaban casados unos 20 años y parecían la pareja más feliz del universo. Se abrazaban y sonreían sin ninguna pizca de falsedad. Yo supongo que estaban muy orgullosos de su hija, no dejaban de sacarle fotos con su toga y birrete negro.

—¡Ven, Amelia! Tómate unas fotos con Vita—me propusieron los señores Dumitru, y no pude negarles la tan placentera oferta.

—¡Pájaro loco!—escuché un grito luego de haber posado en de todas las formas posibles. Solo podía ser Denys, quien aún no olvidaba aquel video que hicimos cuando tenía 7 años. Antes de darme la vuelta le rogué al universo que mi tontisimo hermano se hubiese vestido de una manera apropiada. Y ahí estaba, de pie con uno de los trajes antiguos de papá, con Estefanía tomada del brazo y una sonrisa plasmada en su cara. Se parecía tanto a mi padre y me daban unas inevitables ganas de soltar mis lagrimas, pero debía guardarlas para cuando obtuviera mi diploma...que probablemente nadie enmarcaría en la pared.

—¿Qué hacen aquí? Se supone que estarían en el mercado cubriéndome...

—Mamá se las puede arreglar sola.

—Vinimos a tomarte muchas fotografías. Te ves preciosa, Amelia—me dijo Estefanía acariciando suavemente mi cabello.

—Y también vengo a buscar mi bici—interrumpió Denys apretándome la cara con sus manos.

Jamás. Dije moviendo solamente mis labios y me despedí para ir a tomar asiento. Ya era la hora, que para muchos era simplemente una graduación, pero para mi era mucho más. Ya no estaba en la escuela, ya no dependía de Virginia, finalmente tomaría mis propias desiciones sin que ella estuviese en mi espalda observando cada pequeño paso que daba. Agobiante, eso es lo que ella era.

—¿Quién es la persona junto a tu hermano?—me preguntó Vita luego de sentarme a su lado.

—¿Qué–¡Oh no!—dije luego de girar mi cabeza y encontrarme de frente con la cara de Sebastian. ¡¿Qué demonios hacia allí?!—Es un chico que conocí ayer...eh...es amigo de mi hermano—le expliqué haciéndome pequeña en mi asiento.

—¿Y cuál es el problema?—volvió a preguntar mirando fijamente a Sebastian.

—Me invitó por un helado.

—Comprendo. Entonces hablemos de otra cosa. ¡Mira lo que traje!—habló emocionada, mostrándome un par de cámaras desechables azul y rosa—¡Son nuestros colores favoritos!

—Gracias—sonreí por la constante alegría de Vita.

—Ya, ahora silencio porque estoy casi al inicio del alfabeto y sabes que estoy un poco sorda.


[...]












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