CHAPTER FOUR
FOUR • REALITIES
BETTY ESCUCHÓ pasos pesados y quejidos que bajaban la escalera, ella dedució que era Billy con una gran resaca. Así que preparó una pastilla para su dolor de cabeza mientras hacía el desayuno. —Huele bien, ¿qué es?
La voz raspada del rubio la hizo girar a mirarlo. —Son panqueques y tocino. —La pelinegra le tendió un vaso de agua para que tragara la pastilla con facilidad.
—Mmm...¿Y tus padres?
—No te importa.
No habían hablado mucho más que eso, aunque mientras más pasaba el tiempo con ella a Billy se le formulaba una nueva pregunta. Pero no quería incomodar más la situación y como había dicho ella: No le importaba.
Después de desayunar Betty lo llevó en su motocicleta a berrinches para ir a buscar su auto en la calle de Tina. No le gustaba que otros conducieran.
Una vez allí, ambos se despidieron y se fueron por diferentes caminos. Billy se fue a su casa a bañarse y Betty...Betty fue a la biblioteca, necesitaba saber noticias del laboratorio del pueblo.
Al entrar se dirigió hacia la bibliotecaria, quién tenía cara de pocos amigos. —Hola, ¿buscabas algún libro en particular?
—Necesito saber dónde está la sección del periódico. —La mujer señaló hacia su izquierda. Betty asintió en agradecimiento.
Se dirigió a la sección de periodismo y comenzó a investigar entre las noticias de estos últimos diecisiete años. Pasó horas allí, inclusive falto a la escuela, pero descubrió que en el pueblo había un laboratorio que sólo se dedicaba a la energía y electricidad de Hawkins, pero no decía dónde solo se leía que la zona era muy peligrosa y sólo trabajadores del laboratorio podían acercarse. También encontró una noticia de un niño desaparecido, parecía tener no más de doce, llevaba un corte de taza y unos ojos enormes mientras le sonreía a la cámara. —Will Byers.
Había desaparecido un sies de noviembre del año pasado, pero para el doce del mismo mes había aparecido. La gente lo aclamaba como un milagro.
Seis. Seis de noviembre, resonaba en su cabeza. Ahí fue cuando un escalofrío le dijo que tenía volver y dejar de estar escapando. Seis de noviembre había desaparecido Will y eso no sonaba bien, no cuando también concordaba con el sentimiento de que algo se acercaba.
Suspiró y cerró los ojos tratando de calmarse y no morir de miedo. Sentía que había algo que la estaba mirando, que observaba a todo el mundo con hambre. Abrió los ojos y pasó las pagina, había más desaparecidos. Y todos concordaban con el periodo cuando Will se encontraba desaparecido.
Sin duda esto era aún más grande de lo que había pensado.
—Mierda, mierda, mierda y más mierda. —Se escuchó una voz al otro lado del mueble de la biblioteca.
Betty rodeó el estante y se encontró con un niño de no más de trece años, con gorra en su cabeza, cachetes regordetes y un gran cabello rizado. Parecía estresado y bastante alarmado observando a la bibliotecaria y a la salida. La pelinegra adivinó que pasaba. —Sólo ve y sal sin decirle nada.
La voz de la adolescente asustó al niño y los libros que tenía en mano cayeron al suelo. —¡¿Estás loca?! ¡Casi me das un infarto! —Gritó en susurro mientras recogía sus libros, eran de reptiles. Betty solo rió por lo bajo, apoyándose en un estante.
—¿Qué tienes? ¿60 años? —Bromeó y el rizado la miró mal. —Solo ve, yo voy a distraerla.
Caminó hacia el escritorio donde estaba la bibliotecaria y llamó su atención. —¿En qué puedo ayudarte?
Betty le sonrió con inocencia mientras comenzaba hablar, dándole la oportunidad al niño con gorra para escapar. Así que lo más disimulado que pudo pasó al lado de ellas con los nervios al mil y salió por la puerta. Una vez afuera largó un gran suspiro y vio como Betty salía con una sonrisa juguetona.
—Gracias. —El castaño le extendió la mano para agradecerle, la mayor la tomó con gusto.
—Te dije que iba a resultar. —El menor rodeó los ojos mientras acomodaba los libros en su mochila. —¿Para qué tantos libros de reptiles?
—La escuela...me lo pidió....ya sabes. —Se dirigió a su bicicleta.
—Oh, si claro. —Rió por lo bajo, no le creía una palabra. —Por que todos quieren estudiar después de la escuela.
—Mira, no me importa si me crees. —Hablo con la cabeza en alto. —Pero deberías, porque yo, Dustin Henderson, soy un alumno ejemplar de la Escuela Hawkins. —Se subió a su bicicleta. —Así que piérdete.
—Bueno, nos vemos niño reptiliano. —Se burló mientras ella también subía a su motocicleta.
—¡Mi nombre es Dustin! —Gritó mientras conducía su bicicleta y se alejaba.
—Que niño más raro. —Dijo una vez que Dustin ya no estaba. Observó su reloj de muñeca y maldijo porque se le hacía tarde para su clase de entrenamiento, debía estar allí en 5 minutos.
Encendió su motocicleta y condujo a toda velocidad hasta llegar a la secundaria. Entró al gimnasio y vio como el equipo jugaba con agresividad. —¡Pepper! —Llamó su atención el couch. —15 minutos tarde. Lo vuelves hacer y te quedas en la banca. —La miró de pies a cabeza severo. —¡Ve a cambiarte!
–Si, couch. —Corrió a los cambiadores de mujeres y de su mochila sacó el uniforme que consistía en unos shorts tiro alto y una remera gris con el logo de la secundaria. Se cambió y regresó a la cancha. El entrenador le dirigió un puesto y comenzaron a jugar, esta vez aún más violentamente, ya que Billy y Betty no paraban de empujar a los demás y competir entre ellos, a pesar de estar en el mismo equipo.
En un momento, Betty observaba cómo Billy acosaba a un compañero de cabello extravagante y castaño, para luego sacarle la pelota, empujarlo agresivamente y anotar. Dando por finalizado el entrenamiento, el rubio se acercó a quién logró adivinar como Harrington, le cogió la mano para después dejarlo en el suelo agresivamente.
—Es un idiota. —Murmuró la chica mientras se acercaba a Harrington y lo ayudaba a levantarse con fuerza, tanta que casi lo hace volar. —Lo siento.
El castaño le dirige una pequeña sonrisa, pero no le llegó a los ojos. —Descuida, no estoy acostumbrado a que las chicas tengan tanta fuerza.
—¿Y eso es un problema para ti? —Le preguntó fingiendo molestia, solo quería bromear un rato.
—¡No! No, por supuesto que no. —Harrington, nervioso, comenzó a rascarse la nuca. Pero Betty rió confundiéndolo.
—Estoy jugando. —El castaño sonrió de alivio, aunque algo incómodo. —Ten, la necesitas más que yo. —Le entregó una toalla y se dirigió a los vestidores donde se cambió y caminó hacia al estacionamiento.
Allí se encontró con Billy quien estaba apoyado en el capó de su camaro azul. —Pepper, si que le dimos una paliza ¿no? —Le habló mientras ella se dirigía a su motocicleta. No le respondió. —¿Qué ocurre? ¿Primero me ayudas y ahora no contestas? ¿Eres bipolar? —Se burló de ella, pero Betty notaba el enojo que crecía en el interior de Billy. —Porque si quieres puedo conseguirte uno.
—No, gracias Billy. —Lo había llamado por su nombre, lo cual casi nadie hacía eso. Era extraño. —Prefiero que no metas tus narices, ni otra cosa más, en mi vida.
El rubio ya irritado, encendió un cigarrillo para calmarse. —¿Por qué vives en una casa desalojada, Pepper?
La pelinegra suspiró. Sabía que nunca debió llevarlo a la casa. Sin mirarlo, mientras ordenaba su mochila, habló. —No te importa.
—¡Por su puta madre, Betty! —Eso si que la hizo mirarlo, se encontraba rojo y furioso. Ya se había terminado el primer cigarrillo, iba por el segundo. —¿Dónde están tus padres? ¿Por qué vives allí? ¿Por qué viniste aquí? ¿Por qué tienes más fuerza que todos los chicos de Hawkins juntos?
Las preguntas salieron de la lengua filosa de Billy y bombardearon contra la realidad de Betty. Ocasionando que las grietas de su alma se abrieran de nuevo, provocando una gran furia. —¡¿Y a ti que te importa, Hargrove?! ¡¿Te aburrieron las otras chicas entonces vas atrás de mi?! ¡¿Molestándome?! —Se acercó a él a zancadas y lo miró con fuego en sus ojos. Algo en el interior de Billy tembló de miedo. —¡Mírate! ¡Mira tu realidad! ¡Te la pasas fantaseando de que eres el rey, que las chicas te adoran y que los chicos te admiran o te envidian! ¡Pero cuando vez alguien que no fantasea con otra realidad como tú lo molestas, lo golpeas y lo acosas! —El aliento de Betty golpeaba contra el rostro del chico, provocando que las palabras lo atraviesen como dagas. —No todos podemos vivir en otra realidad, algunos tienen que luchar con la que tienen para así mejorarla.
Se escucharon pasos y ambos adolescentes observaron a una niña pelirroja que los miraba confundidos. —Llegas tarde. —Habló Billy entre dientes, pero la niña no respondió y entró al auto. Debían ser familia, supuso Betty aún echando humos por las orejas. —Escucha, nos pusieron juntos para Química. —La pelinegra se quejó mentalmente mientras veía como el ojiazul tiraba la colilla de cigarrillo y le daba un papel para después encaminarse a la puerta del camaro. —A las cinco en mi casa, y no llegues tarde.
Betty observó como el auto arrancaba y se alejaba a toda velocidad del estacionamiento. Suspiró y miró el papel que tenía escrito la dirección de muchacho. —El mundo me odia.
Betty maldecía a Billy.
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