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XXV: Vacío

Un día después de haber despertado, estaba fuera.

Podría haber salido incluso horas antes, porque gracias al arcángel se encontraba en perfectas condiciones, pero a los doctores les resultó extraño, y decidieron mantenerlo en observación por un día más antes de dejarlo ir. Felix ya era conocido en aquel hospital debido a las miles de veces que sus padres lo habían llevado, y más últimamente por todo lo sucedido, así que las personas realmente sospechaban algo extraño.

Su familia lucía asustada al principio, cuando comenzaron a hablarle. Apenas lo llevaron a la casa —fue un viaje silencioso e incómodo— lo hicieron estar en la sala, y acostarse allí. Llamaron a un sacerdote de la iglesia en donde el Sacerdote William también solía estar, y pidieron por él para bendecir la casa, y verificar que Felix no tuviese nada dentro, o a su lado.

Así fue: David llegó, bendijo cada lugar de la casa, limpió toda mala vibra —la cual aseguró que había, y mucha—, y también inspeccionó a Felix. Éste permitía que hagan lo que quisieran con él, porque poco le importaba.

El día había transcurrido normal. El pecoso se la había pasado en su habitación. Al entrar, tan solo se sentó en su cama y tocó las cobijas, sintiendo la textura de éstas. Intentó recordar cosas profundas, cosas que sabía que solían matarlo de dolor, pero no. Nada le dañó el pecho, nada lo hizo tener emociones.

Nada.

Aun así, no estaba seguro. Necesitaba una confirmación, porque podría estar en shock.

Se fue a dar un baño, se vistió, y ordenó su habitación. Cambió los muebles de lugar, e hizo espacio en la mesa donde hacía su tarea de la universidad, quitando los vinilos escondidos de debajo de su cama y acomodándolos de manera ordenada. ¿Por qué los ocultaría? Ya no tenía miedo.

Luego tan solo subió a comer, y no tenía hambre, pero lo hizo de todas formas. Se mantuvo callado mientras los Lee intentaban entablar conversaciones alegres, fingiendo que nada ocurrió, que todo estaba bien y no habían presenciado muerte, ni caos. Principalmente, fingiendo no saber el que su hijo menor se casó con el Diablo.

Llegó la hora de dormir, y el sueño no apareció en toda la noche hasta las ocho de la mañana, cuando finalmente se durmió...tan solo dos horas. Estaba cansado, pero no le afectaba como realmente debía afectarle.

No soñó absolutamente nada.

Cuando subió a desayunar tan solo se encontró con su madre, la cual claramente estaba llorando. Su rostro estaba rojo, sus ojos llorosos y sus mejillas húmedas. Se limpió rápidamente la cara cuando vio a su hijo llegar a la cocina: No quería que éste se preocupara, pero, de todas formas, no lo hizo.

—Buenos días, mamá —dijo, pasando de largo hasta la encimera, preparándose su desayuno.

Buscó una taza, su té y puso agua a hervir antes de buscar el azúcar.

Oyó a su madre sorber su nariz.

—Felix... tenemos que hablar. Por favor, siéntate.

El nombrado se giró con el ceño levemente fruncido y asintió antes de volver a girarse.

—En un minuto, mamá. Tan solo me sirvo el té, y hablamos.

—Bebé... necesito que hablemos ahora. —Sollozó, tapando su rostro y nuevamente comenzando a llorar en silencio.

Felix ni siquiera se inmutó. Como si su madre no estuviese allí, incluso tarareó mentalmente una canción de Elvis Presley, alejando la tetera del fuego y sirviendo el agua en la taza, tomándola y yendo hacia una silla, sentándose y suspirando antes de comenzar a revolver el té.

—Te escucho.

Sarah lo observó con el ceño levemente fruncido, volviendo a limpiar sus mejillas. Se extrañaba de su hijo, el que éste no haya corrido a preguntarle si le había sucedido algo. No lucía preocupado, hasta lucía desinteresado. Ignoró aquello y se sentó frente al pecoso, observándolo fijo antes de tomarlo de la mano, provocando que éste la observara.

—Felix, hoy... yo.... —Se detuvo ante el temblor de su barbilla—. La policía estuvo aquí hoy.

—¿Qué querían?

Sarah suspiró, bajando la mirada.

—Ellos... encontraron muerto a...

—A Jisung. —Completó Felix. Sarah lo vio entre sorprendida y angustiada, comenzando a llorar nuevamente—. Ya lo sabía.

—Lo siento mucho, mi cielo. —Le dio un suave apretón en la mano antes de soltarlo. Felix puso el saquito del té sobre una servilleta—. La policía, ellos... querían hablar contigo. Les dije que estabas algo delicado, si podrían, por favor, hacerlo luego. Accedieron, tú sabes, nos conocen de toda la vida. —Nuevamente estaba limpiando sus lágrimas. No paraba de llorar.

Felix tan solo bebía de su té, asintiendo.

—Mamá, ¿Hay tostadas?

La mujer lo observó fijamente, comenzando a indignarse un poco, sin poder evitar el hecho de que, básicamente, a su hijo le importaba poco y nada la muerte de su mejor amigo. Tragó saliva, asintió, y se puso de pie, yendo a buscar las tostadas.

Se detuvo a medio camino antes de voltear. Recordó a su hijo antes del caos: ¡Éste estaba repleto de sangre! ¿Acaso él...?

—Felix. —Su voz le tembló al llamarlo. El chico alzó la mirada, viéndola fijamente y serio—. ¿Tú...tú mataste...? No, no. Tú no lo...hiciste, ¿Verdad?

Felix parpadeó lentamente.

—Si —respondió. Las manos de la mujer mayor comenzaron a temblar antes de recargarse en la cocina. Todo su cuerpo estaba sudando de nerviosismo y miedo.

Porque si Felix había matado a su mejor amigo, a aquel adorable chico, y lo decía con tanta frialdad, más preocupado por no estar desayunando tostadas que por ser un asesino y ya confirmado que no tenía nada dentro, entonces se había vuelto un verdadero psicópata.

No solo eso, sino que, si aquello salía a la luz, además de que ella y su familia podrían no ser bienvenidos en la iglesia y pueblo, Felix iría a la cárcel. Y apostaba lo que fuese que, por la manera en la que habían encontrado el cuerpo de Jisung, lo ejecutarían de inmediato en la silla eléctrica.

No podía permitir eso, porque ese no era su niño. No era su bebé.

—Felix... Dime que es una broma. —Sollozó y se acercó, tomándolo del rostro—. Dime que no lo hiciste. Dime que no lo dañaste así, no lo mataste. No lo viste morir.

Felix continúa observándola.

—Bueno, no fui exactamente yo. Yo fui el motivo por el cual está muerto, pero no lo he matado de manera literal. —aclaró. Su madre se calmó un poco y, nuevamente, tuvo que sentarse. Realmente no podía creerlo. Felix se terminó lo que quedaba de su té antes de volver a hablar—. ¿Recuerdas a Minho?

Sarah negó.

—El Diablo. Ese es su nombre —explicó. Todo el cuerpo de Sarah se tensó. Felix se estiró en su silla—. Él me ha defendido de Brad cuando le mintió a papá sobre que yo fumaba. También ocasionó el infarto en papá, porque estaba a punto de dañarme.

—...Yo...

—Así que Minho mató a Brad. —Siguió hablando. Los ojos de Sarah se abrieron de más, con su corazón latiendo demasiado rápido y fuerte—. Ben y Bob decidieron vengarse. Hicieron un pacto con un demonio para que me mate. El demonio no pudo, porque yo tenía al Diablo encima, así que Ben, Bob y el demonio cambiaron el trato: Mataron a una de las personas que más amaba, así como Minho hizo con ellos. Solo que Jisung era bueno. —Se encogió inocentemente de hombros.

Su madre sollozaba bajo. Estaba perdida, no tenía idea de qué hacer porque su muchacho estaba actuando como un completo loco, y luego de haber visto todo lo que vio aquel día, le creía. Sabía que era verdad, pero los demás no le creerían.

—¿Cómo... cómo haré? Eres sospechoso, Felix. Quieren hablar contigo. —Alzó un poco su voz, temblando e intentando calmar su respiración—. Podrían ejecutarte por creer que tú lo mataste. Podrías morir.

—No hay problema. —Acomodó su flequillo hacia un lado—. No habrá ningún problema en confesar que yo lo maté.

—¡Felix, no fue así! —Exclama, desesperada—. ¡Eres un niño! ¡No sabes lo que haces, no sabías en lo que te metías! ¡No es tu culpa, bebé!

—No me siento culpable, mamá. —Se puso de pie, tomando la taza y llevándola al fregadero, lavándola antes de dejarla nuevamente en el mueble. Se giró sobre sus talones para ver a su madre, la cual lo veía sorprendida, hasta con algo de miedo—. No tengo miedo de morir, y no hay manera de que crean que un demonio lo mató.

—Felix, no puedes confesar. —Se puso de pie rápidamente, caminando hacia el joven, y lo tomó del rostro con sus manos temblorosas—. P-Por favor. Bebé, por favor, dime que no confesarás. Dime que no lo harás.

—Está bien.

—No, no. —No permite que se aparte—. Tienes... tienes que prometerlo. Debes de decirle a la policía que no fuiste tú, que Jisung no estaba allí cuando llegaste, solo Chris y tú.

—Le echarán la culpa a Chris.

—Felix, alguien debe salir perjudicado en esto... y no serás tú. Tú... eres mi amor. Eres mi adorable pequeño. Necesito protegerte, porque no mereces más cosas malas. Necesitas cuidados.

Felix tan solo la observó fijamente. Podría no sentir nada, podría no sentirse atraído a todo lo que antes le fascinaba, podría no amar más, pero no por eso iba a hacer maldades. Era listo, y sabía lo que estaba mal y bien, aunque no lo sintiera realmente.

—No voy a tirarle la carga a Chris, porque no es lo correcto —dijo, alejando de su rostro y con cuidado las manos de su madre—. No diré nada, si eso quieres. Puedo intentar algo más.

—¿Qué harás?

—...Ya lo pensaré. Debo ir a clases. Adiós, mamá. —Sin siquiera un toque, ni un beso en la mejilla o en la frente, se dirigió hacia su cuarto.

Dos semanas pasaron de manera fugaz.

Los policías mantenían a Felix como un posible sospechoso, porque éste se veía muy insensible a la hora de relatar el asesinato de su amigo. Había hablado días antes con Chris, el cual también se comportó distante. Ya no era lo mismo. No sin Jisung.

Comentaron lo que dirían, lo repitieron para guardarlo en sus cabezas. Chris fue el primero en confesar, y finalmente le tocó a Felix. Esa fue, esta vez, en definitiva, la última vez que lo vio.

«Yo esperaba en casa de Jisung con el señor Han, éste me llevó al supuesto lugar donde me harían la fiesta sorpresa. Cuando llegué, no encontraba a Chris, tampoco a Jisung. Finalmente lo encontré en la bolsa, con su cuerpo descuartizado y....» Negó, fingiendo dolor. «Chris llegó después, ambos quedamos en shock. Aún no podemos creerlo, y no sabemos quién fue.»

Y así fue como, con el paso de los días, la policía continuaba buscando, pero no realmente. Nunca les importa demasiado.

Los días pasaban. Felix había vuelto a aquella biblioteca donde encontró el libro de invocación para llamar a Minho, queriendo resolver aquel asunto del cual no estaba seguro. ¿Realmente su alma había desaparecido?

Sin embargo, hasta aquel día, no había encontrado ni un libro que mencionara algo sobre el tema. ¿Cómo era posible que había un libro con una verdadera invocación al verdadero rey del inframundo, pero no había ni siquiera una teoría sobre el alma? ¿Al menos de cómo regresarla?

La verdadera pregunta era: ¿Realmente quería su alma de regreso?

Volvía cada día con libros que devolvía al siguiente día, para tomar otros. La recepcionista Harris le permitía sacar lo que Felix quería, porque antes de Minho, éste acostumbraba a ir a leer muchísimo, y aquella mujer, al verlo nuevamente luego de largos meses, le permitió llevarse los libros que quisiera, e incluso le regaló dos.

Fue cuando entraba a su cuarto, sosteniendo ocho libros apilados en sus brazos y dos en cada mano, cuando intentó prender la luz y finalmente lo logró, que apareció.

Allí estaba su supuesto esposo, de pie cerca de la cama, con sus ojos negros y un cuarto bordó viéndolo con anhelo. Lucía como si no lo hubiese visto en un largo tiempo, y como si quisiese tomarlo en sus brazos, apretarlo contra su pecho, oler su cabello y quedarse así por siempre.

Felix lo observó tan solo unos segundos antes de girarse y dejar los libros sobre su escritorio, con cuidado. Acomodó un poco éstos para que no cayeran.

—¿Qué haces aquí? —Preguntó.

El ceño de Minho se frunció levemente, desconcertado.

—¿Cómo?

—Bueno, te fuiste. No creí que volverías —respondió el pecoso, rebuscando entre los libros, finalmente hallando uno más pequeño que, tal vez y con suerte, le serviría. Lo abrió, tomándolo con sus manos y girándose, recargándose contra el escritorio y comenzando a leer.

El libro se cerró de golpe en sus manos, y Felix suspiró, volviendo a abrirlo. Nuevamente, éste se cerró, pero a diferencia de la vez anterior, salió disparado por la habitación.

—Minho...

—Mírame.

El Diablo creyó que su esposo lo obedecería cuando lo vio caminar hacia su dirección, pero en cuanto se detuvo a mitad de camino y se inclinó para tomar su libro del suelo, supo que no.

Minho gruñó una vez vio al joven enderezarse y abrir el libro, y dio zancadas hasta estar frente a éste, quitándole el libro y tomándolo del mentón. Su esposo lo observó fijamente, tan solo parpadeando muy lento.

Vio más allá, y no encontró nada. Las pupilas de Felix no tenían brillo, pudo incluso sentirse atrapado en aquel núcleo de nada misma. No había nada en aquellos ojos que amaba.

¿Cómo era posible? Él se había encargado de volver al infierno, se había encargado de chequear si su alma estaba allí, y cuando no la encontró, uno de sus demonios más confiables le había informado que el alma de Felix estaba ya en su cuerpo. Decidió esperar para volver, aunque había enviado un cuervo. Sabía que su niño favorito iba a estar derrotado, y tenía que cuidar que no se hiciera nada hasta que pudiese regresar.

El tiempo en el infierno era mucho más rápido que en la tierra, así que había pasado aproximadamente un mes. Ya no aguantaba, estaba muriéndose, —aunque sabía que aquello no era posible— por verlo, por tenerlo.

Así que, sí. Esto era una sorpresa, una sorpresa para nada agradable, y que hizo que sus ojos se volvieran bordó en menos de un segundo.

Felix alzó un poco sus cejas.

—¿Notas algo raro? ¿Tú puedes notarlo? —La mano repleta de anillos del Diablo dejó el mentón de su niño favorito y dio un paso atrás.

—Tu alma... no está.

Felix asintió rápidamente antes de girarse, dirigiéndose hacia el escritorio.

—No te impresiones tanto, hiciste lo que debías, y hasta me facilitaste la búsqueda —comentó, haciendo su mejor esfuerzo para consolarlo, aunque claramente no lo hizo debido a que no lo decía con honestidad.

Tomó su mochila de la universidad y comenzó a vaciarla en la cama. No iba a volver a ir con todos los libros en sus brazos, iba a ser más inteligente esta vez. Los bolígrafos y cuadernos cayeron sobre su cama, seguido de un sobre. Frunció el ceño y soltó la mochila, tomándolo y abriéndolo.

«—Tengo este regalo aquí para ti, y es lo único que voy a darte. No, no. No es para que lo abras ahora, es para que lo abras cuando...oh, a la mierda. ¡Ábrelo, ábrelo!

—¿Es una guitarra? ...oh. Oh, vaya.

—¿Qué tal, ah? ¿Crees que podríamos irnos a Londres y llegar a tiempo para el show de Frank Sinatra?»

Relamió sus labios, entrecerrando un poco sus ojos antes de volver a meter las entradas al sobre, guardándolo dentro de un cuaderno antes de dejar éste en la mochila, junto a un bolígrafo. Se puso de rodillas frente a la cama y sacó una caja de debajo de ésta, la cual estaba llena de casetes, casetes los cuales llevaban guardados por un largo tiempo. Tomó algunos que podrían servir, y los metió a la mochila. Se puso de pie y caminó hacia su mueble, abriendo los cajones y sacando ropa. El Diablo lo observaba fijo, analizando los movimientos de su pequeño.

—¿Qué haces?

Felix sonrió

—Lo que debería de haber hecho hace mucho tiempo en vez de andar llorando y refugiándome en ti —Dijo, terminando de doblar su ropa, y metiéndola en su mochila antes de cerrarla.

Minho intentó calmar aquella impaciencia en su pecho mientras lo ve caminar al armario y tomar un abrigo de jean marrón oscuro, poniéndoselo sobre la camisa blanca que llevaba. Maldición, se veía muy bien.

—¿Y qué es eso que deberías de haber hecho?

Felix finalizó de acomodarse frente a su espejo el abrigo, e hizo su cabello hacia un lado antes de girarse y ver al Diablo.

—Irme. —Se acercó a la cama para tomar la mochila, la cual salió disparada por la habitación. El pecoso nuevamente vio a su esposo—. ¿Tienes algo que decirme?

Minho estaba enojado, lo estaba. Principalmente porque había sido iluso al confiar en Baphomet, el cual le había servido casi toda la eternidad. No entendía como éste pudo traicionarle, y para nada le dolía aquello, solo era algo ilógico y que debía de investigar. Había llegado al cuarto de su esposo con la esperanza de verlo, de comérselo a besos, de decirle, finalmente, cuanto lo amaba; Decirle lo hermoso que era, y cuanto sentía todo lo que le hizo pasar. Que no estaba hecho para amar, pero, joder, haría lo posible para hacerlo sentir bien.

¿Y todo para qué? Para llegar, notar que todo había sido una traición ilógica, y que su niño favorito era el ser más inexpresivo e insensible del universo. Jamás creyó describir a Felix de aquella forma en su vida. Jamás.

Se acercó lentamente al pecoso.

—No me desafíes, Felix. El que no tengas alma no te hace más fuerte.

—En realidad, sí. Lo hace —Dijo, frunciendo levemente el ceño. Por supuesto que sí, no sentir nada era lo mejor. Ambos se observaron fijamente por unos segundos, en silencio—. Minho... voy a salir por esa puerta. No puedes impedírmelo.

—Si, puedo. —Su mandíbula lucía tensa mientras las cosas de la pared comenzaban a temblar. A Felix no le importó, y lo que Minho no entendía era que él debía de acostumbrarse.

—¿Cómo? —Ambos continuaron observándose fijamente, en silencio por unos segundos antes de que las cejas de Felix se alzaran—. ¿Vas a matarme? —Minho no podía creerlo. Era irreconocible. Era solo un cerebro—. Antes, muy probablemente hubiese chillado y rogado porque algo que no fuese tú me matara. Me hiciste un gran favor, ya no estoy sufriendo. Nada me duele.

—Escúchame. —Lo cortó. Ya no podía oírle hablar. Le pegó contra la pared y le tomó de los brazos. Felix tan solo parpadeaba, inexpresivo—. Tú no eres realmente tú, y si tengo que pasarme tres jodidas eternidades buscando tu alma, voy a hacerlo. ¿Entendido?

El pecoso asintió de inmediato.

—De acuerdo. —Y no solo se oía desinteresado, sino también parecía importarle muy poco.

Ambos se observaron un poco más. El Diablo no lo soportaba, y tomó el rostro de su esposo, su Felix, entre sus manos, con los anillos de sus dedos pegados a las frías mejillas del más bajo, acercándose y arrebatándole un lento y profundo beso en los labios.

Felix jadeó, de inmediato aferrándose a la camisa de Minho, moviendo sus labios contra los del arcángel, el cual le presionaba contra la pared. Sus lenguas se encontraron, acariciándose con lentitud, sensualidad. Finalmente, el Diablo se apartó, relamiendo sus labios antes de lamer los del contrario.

—Te ves condenadamente caliente cuando todo te importa una mierda, pero te prefiero hablando sobre lo bien que te hace sentir estar en mis brazos. —Nuevamente se aproximó, rodeándole la cintura para atraerlo a sus brazos.

Se sentía diferente, pero lo echaba de menos.

Permaneció unos pequeños minutos probando los labios de su esposo como si fuese la primera vez antes de apartarse, soltándolo y dando unos pasos hacia atrás. Sus ojos habían vuelto a la normalidad.

—Nos veremos cuando encuentre tu alma.

Felix suspiró antes de ir hacia la cama, tomando su mochila y colgando las correas en sus hombros.

—Suerte con eso.

—No la necesito.

Dejó de sentir aquella presencia. Lo bueno de no tener alma era que ya no sentía malestar cuando Minho estaba presente. ¿Cuántos beneficios de no tener alma había? Debía de comenzar a enumerarlos.

Pero no ahora. Ahora tenía que actuar.

Procurando no olvidar nada, finalmente salió de su cuarto tomando una manta calentita, dejándola bajo su brazo, y subió los escalones, llegando a la sala. Se detuvo al ver a su padre entrando y observarlo.

—¡Felix! ¿Qué haces aquí? —preguntó, extrañado mientras dejaba las llaves del auto en la mesa ratona, sonriéndole a su hijo.

¡Cierto! Supuestamente estaba en la universidad.

—Oh, nada. Salí temprano de la universidad —mintió, sonriendo con tan solo alzar las comisuras de sus labios, provocando que sus hoyuelos se hagan presente en sus mejillas—. Papá, ¿Estás muy cansado para hacerme un té?

Dongyul entrecerró sus ojos, confundido. Su hijo jamás le había pedido que le hiciera algo, pero ¿Quién era él para negárselo?

—No, por supuesto. Te haré un té —dijo, y luego de unos pequeños segundos giró sobre sus talones y se dirigió hacia la cocina, perdiendo de vista a su hijo—. ¿Cómo estuvieron tus clases?

Silenciosamente, el pecoso se acercó a la mesa ratona y, con cuidado, se inclinó para tomar las llaves del auto de su progenitor. Suspiró.

—Bien —respondió—. Gracias. Me he sentido excelente, papá. ¿Qué tal tú? ¿Qué tal tu día?

Su padre interpretó aquello como una buena señal, y no dudó en comenzar a contar su día mientras ponía el agua a hervir y preparaba la taza con las cosas. Felix tan solo se giró y, con cuidado, abrió la puerta principal de su casa, saliendo y cerrándola muy despacio.

Apenas se giró, comenzó a correr hacia el auto, subiéndose al piloto. Jamás lo había hecho, pero recordaba en su cumpleaños, antes de la tragedia, que Dongyul le había explicado un poco. Dejó su mochila y la manta en el asiento copiloto antes de poner la llave en donde iba y girarla, presionando un pedal. El auto encendió, y respiro profundo antes de girar el volante y acelerar, saliendo con cuidado de la calle principal.

Observó el espejo retrovisor antes de ver hacia el frente, conduciendo más lento de lo normal para poder abrir su mochila con una mano. Sacó de ésta un mapa, y lo extendió en el volante, observando de reojo. De acuerdo, solo hacían falta veintiséis calles y media para poder salir de aquel pueblo, finalmente entrando a la carretera, camino a Londres.

Dejó el mapa y aceleró con más confianza. No tenía miedo, porque todo parecía estar saliéndole excelente. Decidió poner play al cassette que ya estaba en el auto.

Dominique, nique, nique...

Frenó en seco. Quitó el cassette y lo arrojó por la ventana en el medio de una avenida antes de acelerar. ¡Que alivio! Lástima que no lo sentía, pero, si tuviese alma, hubiese reaccionado aún más animado.

¿Eso debería de sumarse a la lista de cosas buenas y malas de no tener alma? No. Ya no pensaría en eso. No lo haría, porque todo estaba tranquilo ahora.

Durante el resto del camino oyó uno de sus cassettes de Elvis. Devil in Disguise. ¿Se sabía la letra? Sí. ¿La oía con pasión o emoción? No. Ahora, tan solo era una canción más, tan solo era algo que escuchar, y pretender cantarla con ganas no iba a hacer que realmente suceda.

Finalmente, había salido del pueblo, y había sido tranquilo. Ninguna persecución, ningún problema. Había sido tan fácil, y se preguntó qué le impedía hacerlo antes. ¡Demonios! Incluso pudo habérselo propuesto a Minho, pero no, prefirió seguir intoxicándose.

Horas después, en la tarde, cuando Felix se pasó dos estaciones de servicio, notó su estómago gruñir, anhelando con desesperación un poco de comida. Él realmente no sentía hambre, y debía de aprovechar la carretera vacía, pero sabía que si no comía podría sucederle algo, aunque éste no lo sintiese así.

Finalmente, dos pueblos y tres horas más adelante, logró encontrar una pequeña estación de servicio. De todas formas, necesitaba gasolina, y podría tomar un café mientras planeaba a dónde iría.

Estacionó a un lado de un hombre que trabajaba allí, y le indicó cargar el impala, dejándole propina y las llaves antes de tomar su mochila y dirigirse dentro de la pequeña cafetería. Esta no estaba para nada llena a excepción de un anciano en una punta, y una familia que parecía estar de viaje, comprando muchas cosas para los dos niños. El pecoso se dirigió a una mesa y dejó la mochila a su lado, sacando uno de sus libros, el mapa y su bolígrafo, acomodando todo en la mesa. Debía anotar los lugares que había pasado, los pueblos en los que planeaba quedarse, etc.

Oyó unos pasos acercarse.

—Jovencito. ¿Qué desea beber?

—Uhm... café y galletitas —Respondió luego de pensar por unos segundos, sin apartar la mirada del mapa, marcando con su dedo índice un recorrido.

La mujer escribió algo en su pequeño anotador antes de girarse a la silla frente a la del pecoso.

—¿Y tú, cariño? ¿Algo en especial?

Felix frunció su ceño antes de alzar la mirada, encontrándose nuevamente con su esposo, el cual negó ante la pregunta de la mujer. Ésta se fue por donde llegó, murmurando algo por lo bajo, probablemente sobre los pocos buenos modales que ambos tenían.

—Creí que fuiste a buscar mi alma —comentó el pecoso, marcando con su dedo índice otra dirección, dibujando con el bolígrafo en el mapa.

—... No está.

La mirada del joven se dirige nuevamente al Diablo.

—¿Qué?

Minho se enderezó en su asiento, negando antes de pasar una mano por su cabello. Felix jamás lo había visto de esta manera, porque si hay algo que su esposo tenía siempre era autocontrol, pero claramente lo estaba perdiendo.

El arcángel no podía soportarlo.

—Busqué en cada rincón. Creí que estaría en La Fosa. Aparentemente no.

Felix finalmente dobló el mapa, terminando con su trabajo antes de silbar.

—Mi alma debe estar frita —Comentó, guardando las cosas en su mochila antes de cerrarla.

Minho tensó su mandíbula. Quería asesinar a alguien.

—Tu alma no está frita, porque no ha estado en La Fosa, o tal vez sí, pero un periodo demasiado corto. No está arruinada.

—¿Y qué si lo está?

—Te amaré de cualquier forma.

Felix negó.

—Eso es egoísta, Minho —dijo. El nombrado debía comenzar a acostumbrarse un poco a las miradas frías, tono de voz apagado y palabras vacías—. ¿Qué si yo no quiero mi alma?

El Diablo lo vio fijamente antes de sonreír de lado, como si se estuviese burlando de alguien o algo.

—Tú no eres mi esposo, eres tan solo un cuerpo. Yo lo quiero a él, y quiero que él sea el que decida sentir o no. Tú eres su cuerpo, y me tengo que encargar de que nada te pase.

—Vaya, gracias —dijo de manera falsa, observando de reojo a la mujer acercarse con el café y las galletitas—. Si yo no soy Felix, ¿Quiere decir que cuando me besaste en mi habitación lo engañaste?

El Diablo tensó aún más su mandíbula ante la pregunta sarcástica, muy poco tomada en serio de su niño favorito. La mujer de aquella cafetería depositó la taza de café y las galletas en la mesa. Felix esta vez agradeció y tomó una galletita, mojándola en el contenido de la taza.

—¿Estás seguro de que no vas a ordenar nada, chico? —La mujer escribió algo en su pequeño anotador antes de ver al Diablo—. ¿Un vaso de agua, tal vez? Eso es gratis.

Minho parpadeó lentamente, relamiendo sus labios antes de alzar la mirada para clavarla fijamente en los ojos de la mujer.

—No, pero voy a ordenarte algo —dijo, con su voz sonando un poco más ronca, hablando bajo. La mujer, la cual parecía embobada, hipnotizada, asintió—. ¿Serás tan amable de ofrecerle lo que quiera al joven de aquí?

—...Sí.

—Perfecto —Se la quedó viendo fijamente por unos segundos antes de que la señora asintiera, se girara sobre sus talones y se fuera. Minho llevó su mirada a los vacíos ojos de su esposo—. Si me llego a enterar que el cuerpo de mi esposo ha tocado a otro que no sea yo, o que sus labios han besado otros labios que no son los míos, sin su consentimiento y, honestamente, por ahora no creo que puedas tenerlo, la señora del café se va a encargar de atropellarte hasta que tus sesos queden esparcidos por todo el país, y yo le voy a conseguir un mejor cuerpo a Felix.

A pesar de que el pecoso no sentía ni un poco de miedo, le tomó unos cuantos segundos asimilar lo que acababa de oír.

—...Eso es imposible.

—Maldición, lo sé. Así que obedece.

Fue en un parpadeo que la presencia del Diablo dejó de sentirse, y verse. Felix bufó. ¿Acaso Minho creía que el hecho de no tener alma lo iba tener tirándose a todo tipo que viera? De eso no se trataba. No lo necesitaba.

Bebió su café de un trago y guardó las galletitas en su mochila, masticando una mientras se levantaba del asiento y veía alrededor. El anciano de la esquina de aquel lugar observaba sorprendido, realmente impactado al pecoso, y éste frunció su ceño antes de notarlo. Probablemente había visto desaparecer a Minho. Se giró y se dirigió al mostrador, comenzando a pedirle comida y dinero a la mujer que lo había atendido. Esta se lo dio sin problema, y luego de que Felix guardara todo en la mochila, se dirigió al coche, el cual ya tenía suficiente gasolina. El trabajador de allí le entregó la llave, y Felix agradeció antes de adentrarse al auto, encenderlo y conducir.

Ahora iría rumbo a Londres, y en el camino intentaría buscar una manera de convencer a su esposo para quedarse de aquella manera: Sin preocupaciones, malestares, ni lamentos.

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