XXII: Abandono
Calor, sudor, pasión y aroma a sexo había en el despacho del Diablo, en el subsuelo del enorme e interminable infierno.
Si, Minho lo había estado deseando hace rato: Tener a su esposo desnudo sobre sí, saltando sobre su erección, besándole todo el cuerpo y que sus gemidos hicieran eco en su despacho. Todo esto estando sentado sobre su trono, sintiéndose un verdadero rey.
Le acarició los glúteos mientras lo hacía detener los saltos al estar muy cerca. Quería disfrutar más de aquellas sensaciones, de tener el pequeño cuerpo, desnudo y sudoroso sobre el propio, el cual estaba cubierto con su ropa, pero con sus pantalones bajos, por supuesto.
Tomó su cabello en un puño, tirando hacia atrás para alzarle el rostro y atacar directo a aquellos labios rojizos y levemente hinchados. Felix gimió, respondiendo como podía. Se sentía sin aire, con mucho calor y placer. Las manos del Diablo estaban por todas partes, sus besos lo hacían estar más cerca del límite, y las palabras sucias que le susurraba al oído lo hacían sentir un chico muy, muy malo.
Lo amaba tanto.
Minho ordenó entre un beso los movimientos de Felix, y éste nuevamente reinició los movimientos de sus caderas, los saltitos sobre la erección de su príncipe, su esposo, su rey. Su todo.
El joven rodeó el cuello del Diablo con sus brazos, aferrándose y mordiendo su labio inferior, con sus ojos cerrados y ceño levemente fruncido. El Diablo llevó sus manos a la cintura de Felix, presionándola para ayudarlo a subir y bajar más deprisa. En aquella sala reinaron nuevamente los gemidos, los jadeos y chasquidos de los besos. Todo era solo demasiado, y ninguno pudo soportarlo por mucho tiempo. Llegaron al clímax casi al mismo tiempo, con sus cuerpos temblando ante las descargas de placer mezclado con alivio. Felix manchó la vestimenta del ente con su esencia, y lo notó casi de inmediato.
Se quedó abrazado al cuerpo de su esposo, el cual le besaba húmedamente el cuello.
—Lo siento... —se disculpó entre respiraciones agitadas.
Minho le mordió juguetonamente el cuello en aquella área donde el chico tenía cosquillas, haciéndolo reír adorablemente y retorcerse un poco en sus brazos, los cuales se estrecharon de manera más firme.
—Deberías de tener una cama aquí...
—Deberíamos —corrigió el Diablo—. Esto es tuyo, también. —Un cosquilleo se hizo presente en el abdomen de Felix a la vez que recibía un beso en su oreja—. Aunque me gusta hacerte mío en mi trono —dijo bajo, y le apretó las nalgas, provocando que gimiera apenitas audible.
El Diablo se apartó tan solo para alzarle el mentón y besarlo en los labios. Las lenguas de ambos se encontraron de inmediato, frotándose entre sí, formando húmedos sonidos y más calor en el pecho de ambos. Minho se apartó con una suave mordida en el labio inferior del chico, y entonces abrió los ojos para verlo.
Cabello despeinado, mejillas sonrojadas, labios rojos y ojos brillosos, dilatados. La mirada del joven pasaba de estar embobado a estar entre confundido y avergonzado.
—¿Qué sucede? —preguntó ladeando levemente su cabeza, con su ceño frunciéndose apenitas.
—Te ves condenadamente bien —halagó el Diablo, provocando que su esposo se sonroje y no evite reír silenciosamente en una exhalación, bajando la mirada y negando lentamente. Las cejas del rey se alzaron por unos segundos—. Oh, vamos. Dime que el niño favorito no sabe que es precioso.
Una vez más, el pequeño negó, sin alzar la mirada.
—No...
—¿Me estás contradiciendo? —La boca de Minho volvió a acercarse a la oreja del pequeño—. Porque, verás, yo soy mentiroso... pero no necesito serlo con mi esposo. —Lamió el lóbulo de su oreja antes de sostenerlo mejor contra su pecho y observarlo—. Deberíamos de volver. En tu casa no tardan en despertar, y sería extraño si te ven en la escalera con los ojos vendados por uno de tus calcetines.
Felix no pudo evitar reír y alzó el rostro, pidiendo un beso, obteniéndolo con gusto. Suspiró por la nariz profundo, con su pecho llenándose de amor.
—Te amo. —Lo dijo porque lo sentía, y porque creyó que tal vez podría tener una oportunidad, aquella oportunidad de oír a su esposo responder, ser correspondido.
A él jamás le gustaba presionar a las personas, e iba más allá de lo que a él le gustara o no que le hicieran, ya que siempre pensaba primero en los demás antes que él, lo cual era malo, pero también era algo que no podía evitar.
Siempre pensaba en Minho primero.
Y aunque éste último fuese el Diablo, una persona que tenía un trono, que dirigía el infierno, de poco tacto y cero tolerancias al perdón, Felix lo trataba como cualquier ser humano se merecía ser tratado: Le daba tiempo, le daba espacio y le daba amor.
Y no. No, se estaba hartando de no ser correspondido.
Se estaba hartando de jamás ser amado. Porque eso fue lo que pidió en primer lugar, sentirse amado, y el que ni siquiera el Diablo pudiese cumplir eso... era malo. Muy.
Le rodeó el cuello con los brazos para tenerlo más cerca, y el Diablo apretó levemente sus caderas.
—Pero demasiado... te amo demasiado.
No hubo ninguna respuesta.
Y de pronto, se sintió avergonzado. Se sintió apenado de estar frente al Diablo, aún con éste en su interior, desnudo sobre su regazo y confesando su amor no correspondido. Suspiró y, luego de unos segundos, no tuvo más remedio que apartarse y levantarse con cuidado, buscando su ropa y comenzando a vestirse.
No iba a llorar.
Se puso su ropa interior, pantalones tiro alto, borcegos y camisa. Se estaba abotonando los últimos botones de ésta cuando oyó la voz de Minho:
—Sé lo que quieres oír.
Felix negó lentamente mientras se metía la camisa dentro del pantalón y acomodaba su cabello.
—No lo creo —respondió como pudo ante el nudo en su garganta, aún sin girarse debido a que sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas. Limpió cualquier rastro de éstas.
Pudo sentir a Minho acercarse con lentitud.
—Sé que buscas una respuesta siempre que lo dices.
—Y yo puedo entender que no puedes dármela —respondió amablemente, intentando ser comprensivo, a pesar de estar demasiado dolido. Comenzaba a caminar hacia la enorme puerta dorada de salida, pudo sentir a su esposo caminar más lento. Se detuvo—. Solo quiero que seas honesto conmigo. Si dices que no necesitas mentirme, entonces no lo harás.
No estaba preparado para girarse, para enfrentar esta charla, la cual presintió que lo dejaría hecho pedazos, pero lo hizo de todas formas. Sus ojos se encontraban con aquel profundo y frío negro y un rojo sangre en tan solo un costado.
—¿Hay algo que te impide corresponder?
Silencio.
—No.
Una punzada atravesó el pecho del más bajo y tragó saliva con fuerza, alzando un poco una ceja.
—¿Nada? ¿Solo eres tú?
—Sí. —Y ve, por primera vez, dolor en la mirada del rey del inframundo.
No, ya no podía soportarlo. Las primeras lágrimas escapaban de los ojos del pecoso y no pudo evitar hipar. Minho se acerca tan solo un poco, se le ve tenso, como si no le gustara aquella situación.
—¿Me estás mintiendo porque es necesario o me estás diciendo la verdad? —continuó, pero se dio cuenta de que está siendo un niñito. Un niñito lleno de esperanzas rotas e inalcanzables. Minho se acerca más, sus ojos volviéndose rojos—. ¿No me amas? —Su voz tembló aún más, y tuvo que apretar los labios para no sollozar.
—Felix... —Es la primera vez que oyó la voz del Diablo temblar, pero es como si aquello lo hubiese despertado, y rápidamente vuelve a tener aquella neutralidad en sus facciones, inexpresivo—. Soy el Diablo.
Por algún motivo, para el arcángel decir aquello es como si lo hubiese dicho todo, pero a Felix aún le costaba entender. Sin embargo, siguió siendo dulce. No tenía la necesidad de tratar mal a Minho por esto, porque no podía culpar a la gente por no amarlo de vuelta.
—¿Y por qué nos comprometimos? —Sollozó, y la mano del mayor va a una de sus mejillas. Felix inclinó su rostro inconscientemente, disfrutando de aquel toque—. ¿Por qué estás buscando cosas para volverme inmortal y pasar mi vida a tu lado si no lo haces? ¿Cuál es el sentido de todo esto, Min? —Y el Diablo no respondió. Lucía perdido.
Así que Felix tomó una decisión.
Llevó su manito a la de su esposo, y la bajó lentamente, dejándola con la palma hacia arriba. Acarició aquellos anillos en los dedos del amor de su vida, y la soltó, comenzando a quitarse el anillo.
Minho alejó la mano como si ver aquello lo hubiese quemado, sus ojos se vuelven levemente más grandes y el bordó consume el negro. Sangre tiñendo la oscuridad. Felix se quedó viendo.
—Extiende tu mano.
—No...
Felix no hacía esto para recibir respuesta, no hacía esto para forzar... lo hacía por su bien. Porque no podía pensar que se repetiría una historia, que su matrimonio sería como el de sus padres: «Nos une un anillo, pero no nos amamos.»
Sin apartar la mirada de los ojos del arcángel, volvió a tomar la mano y le dejó el anillo sobre la palma. Podía jurar oír su corazón rompiéndose, haciendo eco en el infierno.
—Conozco la salida, no tienes que acompañarme.
—¿Qué cambió?
Ambos se observaban fijamente antes de que Felix volviera a hablar:
—Nada ha cambiado. Yo sigo amándote, y tú no. —Lo observó con dolor antes de girar sobre sus talones y abrir la pesada puerta, saliendo del despacho del Diablo y dejando a éste allí, completamente solo.
Desató el calcetín que cubría sus ojos cuando estuvo en el último escalón de la escalera de su casa. Todo estaba a oscuras, era de madrugada. La presencia de Minho no estaba, y ya había sentido aquello varias veces, pero esta vez era diferente... porque era la última.
Tragó saliva con fuerza antes de comenzar a llorar silenciosamente y bajar los escalones, caminando hasta estar sentado en el sofá. No quería ir a su cuarto, porque ya no se sentía protegido. Ahora toda valía, todo contaba. Era la oportunidad para cualquier cosa que haya estado persiguiendo a Felix hace más de un año.
Tenía que ser listo.
Se puso de pie y rápidamente se dirigió a los cajones del mueble que cargaba con el tocadiscos, buscando entre las estampillas de vírgenes. Vislumbró algo plateado que brillaba con la luz que llegaba de la ventana. Un crucifijo. Lo tomó de inmediato y prendió la luz de la sala antes de volver al sofá.
No hacía falta bendecirlo debido a que todo crucifijo o rosario lo estaba gracias a su madre. Lo colgó en su cuello y, por unos segundos se sintió a salvo.
Pero ¿Acaso Dios iba a protegerlo luego de haber estado con el Diablo?
Suspiró y prendió la televisión, bajándole todo el volumen. Se recostó en el sofá e intentó pensar en que todo estaba bien, y podía con esto.
El día estaba haciendo largo, y Jisung se limitaba a observar a su mejor amigo el cual estaba sentado a su lado, pálido y con bolsas violetas bajo los ojos. Se veía extremadamente cansado y roto, pero no podía preguntarle ahora debido a que estaban en medio de una clase y el profesor suplente era extremadamente jodido.
Minutos después el timbre sonó y todos comenzaron a guardar sus cosas. Ahora tan solo quedaba ir por última vez a la cafetería, y al fin se irían de aquel lugar.
—¿Qué te sucede? —Felix lo observaba ante aquella pregunta de manera inexpresiva al principio, luego frunciendo un poquito su ceño.
—Nada.
—¿Estás enojado conmigo? —El pecoso nuevamente negó y ambos se apresuraron a salir del salón con los demás debido a que ya no permitían a nadie caminar libremente por los pasillos gracias al asesinato de un alumno.
Una vez comenzaron a caminar, Jisung suspiró.
—Lo estás.
Felix no pudo evitar soltar una risita, una con muy pocas ganas.
—Ji, no estoy enojado contigo. Realmente no lo estoy, solo...no pude dormir. —No mentía.
—¿Algo sucedió como para que no pudieses dormir?
Felix hizo silencio por unos segundos antes de tragar saliva para responder:
—No, solo no pude.
Necesitaba aprender a mentir mejor, llevaba un tiempo haciéndolo y era lamentable que aún no se oyera honesto.
Finalmente llegaron a la cafetería y fue como si Chris lo supiese, porque de inmediato se acercó.
—Felix, te ves pálido. —Fue lo primero que dijo, con su ceño levemente fruncido. Se disculpó con la mirada al ver la manera en la que Jisung lo veía.
Éste último suspiró y pasó su brazo por los hombros de su mejor amigo.
—Te diré qué. —Comenzó a caminar provocando que sus otros dos amigos también lo hicieran—. Chris, tú y yo comeremos algo y luego iremos a mi casa a pasar el día.
—Me dormiré en el camino —bromeó con una sonrisita mientras sus ojos se volvían levemente llorosos, pero respiró profundo para que pasara.
—Nosotros te cargaremos —dijo Chris.
Éste último y el pecoso fueron a sentarse a una mesa mientras Jisung se dirigía a la fila. Una vez formado en ésta, Stella apareció y le tocó el hombro, sorprendiendo a su mejor amigo con un beso cuando este giró su rostro para verla, uno corto ya que había profesores allí.
Extrañaba los labios de Minho: Tibios, expertos y suyos.
—Luce como si fuesen en serio.
El de pecas asintió lentamente y volteó su mirada, frunciendo el ceño al notar a dos policías en cada punta del lugar.
—¿Por qué tanta protección? ¿Creen que pudo ser un grupo de asesinos?
—Eso parece. —Oyó un suspiro y su mirada va a su amigo—. Nunca había sucedido algo así.
—No tienes que asustarte, Chris.
—No lo estoy, pero me pone nervioso el que nuestro pueblo sea chico —explicó mientras se acomodaba el cabello—. Todos conocemos a todos, y eso significa que podría ser cualquiera.
El Pecoso tragó saliva, ahora un poco nervioso. Eso era cierto. No había nadie en Holmes Chapel que no se conociera al menos de vista. Todo se había vuelto un desastre, y a pesar de que le había dicho a su amigo que no lo tuviese, sentía miedo. Si algo le llegaba a pasar a Chris, o a Jisung... por suerte sus amigos eran listos, y no querían intentar ser rebeldes.
—Felix... ¿Realmente solo no has podido dormir? —Felix lo observó de inmediato—. Está bien si no quieres decírmelo, solo quiero asegurarme de que todo esté bien.
¿Debería?
Se acomodó en su asiento antes de suspirar, cabizbajo.
—¿Alguna vez amaste a alguien que no te ama de vuelta? —Rogó que Chris no preguntara tanto, porque realmente se quedaría sin palabras.
Chris hizo una mueca, reincorporándose. No se esperaba aquello.
—Creo que todos lo hemos hecho —respondió luego de pensarlo por unos pequeños segundos.
—Sí, pero no me refiero a amar a alguien que no te nota, hablo de amar a alguien que luce como si te amara, y hace cosas que te aseguran que lo hace... pero no lo dice, o lo niega.
Nuevamente hubo un silencio. Felix sabía que recibirá una buena respuesta de Chris, porque era de dar buenos consejos. El Pecoso había tenido bastante suerte en tener personas como Jisung y Chris, no solo por lo leales que eran, sino porque sabían respetar opiniones, y cuando uno no quería contar más de lo debido al otro. Sabían no entrometerse.
—Eso depende. A veces no todo se basa en decirlo, aunque nos hace sentir bien oírlo. Hay mejores maneras de demostrar el amor.
El ceño del joven se frunció.
—¿Como cuáles?
—Proteger, dar espacio, cuidar. Hay muchas más, pero personalmente, creo que esas son las más destacables. —Se permitió opinar el castaño, observando a Jisung en la fila y notando que a éste lo estaban atendiendo.
—¿Y qué si hace todo eso, pero lo niega?
Chris nuevamente le ve, solo que ahora fijamente.
—Está mintiendo —respondiendo, dejando a su amigo aún más confundido—. No todos, pero al menos esta persona que tú me dices, sí.
—¿Cómo lo sabes?
—Me has dicho que, por las cosas que hace, luce como si te amara —respondió Chris, esperando que sea obvio y un poco indignado al notar que Felix no lo comprendía—. Eres una persona extremadamente insegura, y si dices eso es porque realmente lo conoces, y puedes notar su amor. —Ambos notan a Jisung despidiéndose de Stella—. Solo que eres lo suficientemente inseguro para creerlo.
Felix arrugó un poco su nariz, de pronto, sintiéndose culpable.
—¿Es... mi culpa?
—No, él es un idiota. —Rápidamente dijo Chris, y Felix inconscientemente negó—. Pero tendrá sus razones.
«Soy el Diablo.» ¿Será que Minho creía que era su deber el no amar o aceptar hacerlo? ¿Tomaba el ser el Diablo como un trabajo que le costaría más que horas laborales? Bueno, claro que sí, aun así, era algo terrible. ¿Acaso el Diablo era igual de inseguro que Felix lo era consigo mismo? ¿Qué tal si Minho lo amaba y lo había tirado todo por estar encaprichado con oír una respuesta?
¿O qué tal si no y tan solo no lo amaba?
Honestamente, Felix creía que lo primero encajaba muchísimo más, pero su inseguridad no se lo permitía.
—¿De qué tanto hablan? —preguntó Jisung al llegar a la mesa, dejando la bandeja con los sándwiches y cajas de jugo en la mesa antes de sentarse.
Felix despertó de su trance ante la mirada de Chris sobre sí.
—De que Stella y tú se ven muy bien. —Rápidamente respondió Felix. No mentía, habían comentado aquello y era la verdad; Hacían muy bonita pareja. Tomó un sándwich de la bandeja, agradeciéndole a su amigo y dándole un mordisco a la comida. No tenía tanta hambre, pero tenía que aparentar.
Jisung alzó ambas cejas.
—Por supuesto que nos vemos bien, ambos estamos buenísimos —comentó, haciendo reír a Chris. Nuevamente observó a su mejor amigo, un poco más tranquilo al verlo comer—. ¿Seguro que todo está bien?
Felix lo observó, masticando y asintiendo rápidamente antes de tragar.
—Si, seguro. Solo estoy cansado.
Y pensó en distraerse, pensó en las cosas que estaban diciendo sus amigos, en no callarse y responder, unirse y no estar tan aislado en sus pensamientos. Al principio no podía lograrlo, porque estaba seguro de que nadie podría ni querría quitar a Minho de su cabeza, pero finalmente lo logró, justo en el momento en que sentía una mirada en su nuca, un frío en su espalda. Algo o alguien estaba muy cerca de él y sabía qué era.
Dejó de comer, con su sándwich casi terminado en su mano. Se quedó observando fijamente a la mesa e intentó mantener la calma. La Muerte debía estar comprobando si el Diablo realmente no aparecería, ¿Cómo lo había sabido?
Bueno, Felix había salido llorando del infierno. Tal vez se corrió la voz o.... no lo sabía.
Solo sabía que la tenía justo detrás, y que era perturbador: Su presencia no era nada agradable. Fue como cuando la tuvo de frente, inexpresiva y tranquila.
¿Y por qué estaba allí? Fácil.
—Alguien más ha muerto —susurró.
Los policías del pasillo entraron a la cafetería y cruzan el lugar hasta llegar a los profesores. El timbre sonó luego de unos segundos, y todos se pusieron de pie. Felix continuó congelado en su lugar, y Jisung se extrañó por eso.
—Felix —lo llamó, y el nombrado alzó lentamente la mirada, con sus ojos llorosos y llenos de terror—. ¿Qué tienes?
—¿Felix? —Chris se incorporó.
Estaban a punto de seguir interrogando, pero uno de los profesores del último curso hizo callar a todos antes de hablar:
—¡Necesito que todos hagan una fila! Los llevaremos a la oficina del director, y allí llamarán a sus familiares para que vengan por ustedes. ¡Todos en orden y con calma!
Felix se paró abruptamente, intentando no temblar mientras se alejaba con sus amigos sin mirar atrás. Jisung creyó que este estaba asustado por los asesinatos, y lo mantuvo cerca todo el tiempo, intentando tranquilizarlo mientras le decía que podía irse a su casa y Chris y él esperarían a que Sarah pasara a por él. Ninguno dijo ninguna palabra, y cuando la señora Lee llegó, se despidieron y lo acompañaron hasta que éste estuvo sentado en el asiento copiloto.
—Chicos. —Llamó Sarah a los dos amigos de su hijo. —¿Quieren que los lleve a casa?
—Oh, no. Está bien, Sarah. No queremos molestar. —Jisung habló.
—No es molestia. ¿Ya notificaron su retirada en las oficinas?
—Sí, hace unos minutos —dijo Chris, y pidiendo permiso se subió a la parte trasera, seguida de Jisung.
El viaje estuvo silencioso a excepción de las preguntas que Sarah le hacía a Felix, y éste respondiendo de manera cortante, neutra mientras se encogía en su asiento y sostenía con una mano el crucifijo en su cuello.
Finalmente, Jisung y Chris se bajaron en la casa del primer nombrado, ambos agradecieron y se despidieron de su amigo y su madre. Cuando esto sucedió, Sarah nuevamente ve a su hijo.
—Mi amor. ¿Estás bien? —A Felix le tembló el labio antes de bajar la mirada. Necesita a su mamá—. ¿Qué sucede? Lixie, ¿Te asustaste? —El Pecoso asintió lentamente antes de cerrar sus ojos, con sus primeras lágrimas saliendo y comenzando a sollozar silenciosamente. Estaba muy asustado—. Oh, mi bebé. —De inmediato le quitó el cinturón de seguridad y lo atrajo a sus brazos, acunándolo en su pecho—. Mami está aquí contigo y no va a dejar que nada te pase, ¿Sí? —Felix asintió aun sollozando.
Se mantuvo así unos segundos, realmente desahogándose, aunque cuando terminó seguía doliéndole el pecho. Dejar a Minho había sido lo más doloroso que le había sucedido, no entendía siquiera como se le cruzó por la cabeza, y éste último seguramente le odiaba.
Su madre lo apartó un poco y le limpió las mejillas.
—Luces cansado... Lixie, he encontrado una manta en el sofá. ¿No estás durmiendo en tu cuarto?
—No puedo...
—¿Y si duermo contigo? Yo te protejo, cielo. No hay de qué temer —dijo su madre, y deseó con todas sus fuerzas que sea cierto—. Vamos a pasar toda la tarde juntos, no estás solo.
Felix de nuevo sollozó. Se sentía más solo que nunca.
—Mami, te amo.
—Yo te amo muchísimo más, mi amor. —Le dio un beso en la frente y lo acomodó en su asiento, poniéndole nuevamente el cinturón de seguridad antes de conducir—. Vale, a olvidarse de este momento feo. Vamos a comprar algo rico para almorzar, ¿Quieres? Puedo prepararte lo que sea que quieras.
Felix sorbió su nariz y asintió lentamente.
—Está bien —respondió con su voz entrecortada, y se giró hacia el lado de la ventana.
Sin poder evitarlo, se durmió camino a casa, observando al cielo y con la inseguridad de que, esta vez, ningún cuervo lo seguía.
La enorme puerta de oro se había cerrado, el Diablo se mantuvo de pie allí, sin saber qué decir, sin saber qué pensar.
Así que se puso a trabajar.
Comprendía un poco a los humanos después de todo: Él había observado como éstos solían trabajar o hacer cosas para olvidar desgracias, despejar sus cabezas. Minho había archivado más de cincuenta contratos aquel día, liberó almas que ya habían cumplido sus años en el infierno e hizo más contratos para nuevas almas que buscaban negociar con demonios. Merodeó por los lugares, chequeando como todos hacían sus trabajos.
Mantuvo su cabeza ocupada, bloqueó lo que no aceptaba.
No le estaba prestando ni un poco de atención a Baphomet, un demonio que iba en busca de los contratos para repartirlos. Éste comentaba sobre la cantidad de gente solicitando al infierno como si fuese el mejor regalo de su vida. Minho alzó la mirada desde su trono a un reloj que tenía en la pared: Los números eran romanos, y era muy antiguo, de un banco hundido hace años. Andaba hacia atrás, pero funcionaba bien. Habían pasado días, y eso significaba que habían pasado más en la tierra. Probablemente ya era el cumpleaños del pecoso, y si no se equivocaba, estaba por terminar.
—Envía un cuervo. —Finalmente habló a regañadientes, interrumpiendo al otro demonio.
—¿Dis-Disculpe?
Entonces el Diablo lo observó, con sus ojos bordó —habían estado así todo el día—, y se puso de pie lentamente.
—¿Debo repetirlo?
—¡No! No. Por supuesto que no. Ya mismo enviaré un cuervo. —El demonio era listo. Tomó el resto de los contratos y se fue corriendo de aquella habitación.
Minho suspiró.
¿Cómo el Diablo pudo haber sido tan torpe? ¿Acaso no le era suficiente? ¿No había aprendido y esta era otra lección de su padre, o Felix era muy real? No. Felix no podía ser real, porque era el ser humano más amable, sensible y bondadoso. Siempre quería ayudar a todos, era muy extraño que juzgara a alguien y todo lo que hacía era por pura inocencia y curiosidad. Jamás tenía malas intenciones, aún si elegía lo malo.
¿Cómo alguien así podía enamorarse de él?
Se giró lentamente, y observó el pequeño trono al lado del suyo.
Estaba dispuesto a darle todo, incluso la inmortalidad, porque eso era lo que él quería. Lo quería a su lado por voluntad propia, sin obligaciones. Parecía inalcanzable el hacer al joven feliz, pero a veces, cuando ambos terminaban de hacer el amor y Minho sostenía el pequeño cuerpo desnudo de su esposo en sus brazos, Felix lucía como si no quisiese nada más. Felix lucía pleno, alegre. Feliz.
¿Era muy tarde para decírselo?
Tal vez y hasta ya se haya conseguido otro novio, los humanos solían hacer eso e incluso estaban con más personas a la vez, sin que entre estas se supiera. Eso le hizo hervir la sangre, pero todos sus pensamientos fueron interrumpidos cuando las puertas se abrieron abruptamente.
Se giró, desconcertado. Nadie entraba sin tocar primero. Baphomet lo observaba con pánico, como sabiendo lo que se aproximaba y cómo se pondría el Diablo.
—Señor, tiene que ir ahora mismo.
Y lo sintió en su pecho. Un vacío, un profundo e interminable vacío se formaba mientras todo él ardía, y los pensamientos en su cabeza eran más que negativos. Se dirigió fuera del infierno a zancadas, pensando: ¿Así se siente?
Pero ahora no importaba, porque quién quiera que lo haya tocado, iba a cruzarse con el mismísimo Diablo más que enfadado.
yo editando el proximo cap
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro