XX: La promesa del diablo
Una preciosa mañana en Surrey, Inglaterra, con el cielo celeste formado con bonitas nubes y el radiante sol creando el más hermoso paisaje, en un banco de un parque vacío se encontraba aquel adolescente, no más de diecinueve años, con cabello rubio, labios gruesos, pálido y muy, muy neutro. Traía ropa normal, excepto por su camiseta, que tenía un logo de alguna tienda barata del lugar. Observaba todo con total tranquilidad, disfrutaba del cantar de los pajaritos y de la preciosa vista.
—¿Esto es lo que haces? —Aquel adolescente alzó la mirada lentamente para encontrarse con el mismísimo Diablo a un lado de aquel banco—. ¿Meterte en tus ilusos recipientes? Digno de ti usarlos.
Minho. El arcángel más precioso, el más realista y pecador. El gran error. El Diablo. Ni siquiera lo miraba, también observaba el paisaje, pero más acostumbrado a verlo, y estaba bien, ya que el rey del inframundo llevaba bastante tiempo en la tierra, vigilando a cierto adolescente con pecas con sus mejillas.
—Quiero que sepas que Hwang Hyunjin estuvo totalmente de acuerdo con permitirme hospedarme en su cuerpo, y tendrá lo que merece —dijo el rubio. Su voz era suave, no hay maldad, ni bondad. Solo tranquila, pero neutra.
Minho finalmente lo observó.
—Estoy de acuerdo. Todos deberían de tener lo que se merecen.
El ceño del tal Hyunjin se frunció levemente y ladeó tan solo un poco su cabeza.
—¿Puedo preguntar desde cuándo te importa que la gente obtenga lo que merece, si es que te refieres en algún sentido positivo?
—No se trata acerca de ningún sentido positivo, es sobre el sentido común. Los buenos deberían de obtener lo bueno, y los imbéciles deberían de obtener la mierda.
—¿Incluso si te gustaría que los buenos tuviesen lo malo, también?
Minho rio seco mientras le sonreía de lado, arrogante.
—Tú eres el imbécil mayor —dijo.
Nunca le he tenido miedo. Siempre lo había enfrentado, porque no podía matarlo. No podía. El Diablo volvió la mirada al frente y suspiró, lentamente poniéndose serio al estar sumergiéndose en sus pensamientos.
—¿Qué crees que debería de suceder? —dijo el adolescente, volviendo la vista al frente.
El silencio reinó en el lugar por unos segundos.
—Felix merece ser feliz, y sé que es difícil de entenderlo, pero lo es conmigo —dijo. Y se oyó tan simple, pero no lo era.
Más aún cuando sabe que el idiota que está dentro del cuerpo del tal Hwang Hyunjin lo sabe todo, y no piensa decírselo.
—¿Y tú? —Observó al Diablo—. ¿Eres feliz con Felix?
Minho observó fijamente los ojos de aquel adolescente y lentamente comenzó a fruncir el ceño antes de decir:
—No me vengas con esas estupideces de telenovela. —El tal Hyunjin miró al frente y rio silenciosamente—. ¿Desde cuándo preguntas por mi felicidad?
—No me importa —contestó—. Solo quería saber si eres tú siendo egoísta o eres tú realmente preocupado por un humano.
Minho rio secamente, alzando un poco las cejas.
—¿Crees que todos los que habitan esta tierra piensan en los demás? La mayoría piensan en sí mismos. —Se defendió. Sí, era egoísta, muchas veces. ¿Quién no lo era? Nuevamente el silencio reina por unos pocos segundos—. Me importa su futuro. Su futuro es conmigo, tú y yo lo sabemos.
—No. No lo sabes.
Minho comenzó a sentir el enojo crecer en su pecho. ¿Este era Dios refregando en su cara su falta de conocimiento? ¿Siendo egocéntrico? ¿O solo le estaba diciendo la verdad? El Diablo lo miró, sus ojos se oscurecieron un poco. Respiró hondo, y un gran viento provocó que las nubes comenzaran a aparecer de a poco, tapando el sol.
—Quiero que viva por siempre, conmigo —dijo, más bajo, manteniendo su tono tranquilo—. Y estoy en busca de una manera.
—¿Es por eso por lo que estás aquí? —El rubio frunció un poco su ceño—. ¿Crees que yo puedo darte la manera? —El Diablo se mantuvo en silencio, tan solo viéndolo. Si, así era, pero no lo diría en voz alta. El adolescente se acomodó en el banco—. Amo mi creación. —Minho giró sus ojos ante aquello, y éstos se vuelven un poco más claros—. Pero seamos claros: Él te eligió a ti.
—Y ambos sabíamos que pasaría, porque tú pretendías no escucharlo.
—Porque tú te metiste en mi camino —corrigió de manera suave el creador de todo, nuevamente viendo al Diablo, el cual nuevamente tiene los ojos oscuros—. Minho... —Negó lentamente y, con paciencia, se puso de pie—. Tal vez, si no te hubieses entrometido, lo hubiese salvado, de todo esto. No malinterpretes mis palabras, pero fue a causa de tu egoísmo el que él esté de esta manera.
¿Había manera de no malinterpretar aquello?
—Era inevitable no entrometerme, tú jamás hiciste algo para que no me invocara. Yo respondo cuando llaman, ¿Podrías tu decir lo mismo? ¿Qué pasó con «Libre albedrío»? ¿Nos lo metemos por el culo, padre? —preguntó al final de manera sarcástica, poniéndose frente al rubio, el cual negó.
—Por supuesto que no. Felix tuvo, tiene, y siempre tendrá su libre albedrío, y lo que él decida hacer con éste, tú no lo sabrás.
—No te preocupes. —El Diablo fingió estar desinteresado, viendo hacia otro lado—. Voy a conseguirlo, quieras tú o no.
—¿Sí? ¿Por qué? ¿Porque lo amas? —La mirada de Minho fue fijamente a los ojos de aquel recipiente en el que Dios se refugiaba.
—Cierra. La. Boca.
—¿No puedes amarlo? ¿O no quieres?
—¡No es de tu maldito asunto lo que yo haga! —Alzó su voz, y el banco en donde anteriormente Dios reposaba y admiraba la vista ardió en llamas. Ninguno pareció inmutarse por aquello.
—Tienes que entender que tampoco es tu asunto lo que él decida hacer —dijo el adolescente luego de unos segundos. —Te duela o no, Felix decidirá su propio destino. Podrás ser dueño de su corazón, pero no de su vida.
Minho se apartó lentamente. Las llamas se reflejaron en sus ojos bordó.
—No soy ni pretendo ser el dueño de su vida. Pretendo darle lo que quiere, y voy a hacerlo. Con o sin tu ayuda. —Y en un parpadeo, ya no estaba.
Las llamas se apagaron lentamente, el banco quedaba hecho cenizas, y Dios alzó su vista al cielo antes de cerrar sus ojos y soltar un gran suspiro.
Porque lo que esperaba para aquel humano que creyó no ser oído era un gran drama, peso en los hombros.
Un trabajo. Una oportunidad.
La única para poder estar junto al amor de su vida.
Aquella noche Minho llevó al joven de vuelta a aquella cabaña de su infancia, de la misma manera. Le desató el calcetín de los ojos, lo acompañó a su cuarto, lo ayudó a vestirse con su ropa de dormir y se acostó a un lado. Hablaron por el resto de la noche, compartiendo besos y caricias.
Minho le contó historias entretenidas acerca de gente a la que había conocido en siglos pasados, le confirmó dudas de creencias que los mundanos tenían, y luego informó a Felix sobre más funciones en el infierno.
En sí, el infierno no era un lugar, pero también tenía muchos lugares. Todas las puertas que Felix había visto antes de bajar las escaleras que llevaban al despacho del Diablo eran diferentes áreas, que incluso llevaban a otras. Estaba «La fosa de las almas», y era como un mar de fuego donde las almas de las personas nadaban, quemándose una y otra vez, por el resto de la eternidad.
Otra de las puertas trataba sobre un salón donde un demonio en específico usaba miles de bonitos escenarios que había en la mente de las personas para torturar, volviendo todo bastante perturbador.
También estaba esta parte del infierno que se hacía llamar «La nada misma». No era exactamente la nada, pero se basaba en un lugar oscuro, con relámpagos cada cinco segundos. Había unos fierros enormes que se sostenían de quién sabe qué, cruzados. Los demonios colgaban con ganchos enormes desde la piel a las personas, y las dejaban allí. Por más que éstas intentaran hablar, no serían escuchados por los demás, ni podrían comunicarse entre ellos.
La última que Minho le había contado era «Pesadillas». Básicamente, un cuarto que te lleva a tu peor pesadilla, volviéndola repetitiva por el resto de la eternidad.
Y había miles de otras secciones, pero Felix prefirió no oír más. Los besos regresaron, y el pecoso no pudo evitar aferrarse más al rey del inframundo, el cual lo cubrió con su cuerpo. Sus lenguas se encontraron, se acariciaron y minutos después sus cuerpos estaban frotándose entre sí.
—Min... —Suspiró y ladeó su rostro cuando el Diablo comenzó a repartir húmedos besos por la piel de su cuello—. Q-Quiero...
—Te doy lo que quieras.
Un sonidito escapó de la boca del menor ante las succiones que le brindaba su esposo en el cuello y una sonrisita comenzó a crecer en sus labios por lo que éste le había dicho.
—Una casa, lejos. —Comenzó—. Ambos.
—Desnúdate —ordenó el Diablo. El adolescente lo observó por unos segundos mientras sentía el rubor hacerse presente en sus mejillas antes de llevar sus manos al borde de su camiseta, levantándola hasta quitarla por su cabeza, despeinando su cabello—. ¿Qué más?
—Que nadie nos persiga. —Sentía la mirada del Diablo en su cuerpo, las caricias en su cintura, el frío de sus anillos—. Quiero poder brindarte todo lo que nunca nadie te brindó, darte todo el amor que mereces. —Minho detuvo sus caricias y alzó la mirada, observando fijamente los enormes ojos de su esposo. ¿Realmente había dicho aquello? ¿Realmente lo amaba tanto? ¿Realmente creía que una cosa como él merecía su amor? —. Y será grande. Será el amor más grande que alguna vez alguien haya sentido. —Baja la mirada, con vergüenza—. N-No hay nadie que sienta lo que yo siento por ti, Min.
Los brazos de Minho rodearon mejor la cintura del adolescente, y se ha quedado sin habla. Es la primera vez en mucho tiempo que no sabía qué decir, pero no es la primera vez que no sabía cómo actuar.
Siguió sus instintos. Una lenta y ladina sonrisa se formó en sus labios, y se inclinó para besar los labios del adolescente con demasiado afecto, sentimiento y profundidad. Le comió la boca, esperando que el mundano pudiese entender todo lo que pasaba por la cabeza del arcángel, aunque probablemente no sería así.
Terminaron de desvestirse entre besos, y con las mantas cubriéndolos debido a que el rey del inframundo no quería a su esposo enfermo, se acomodó entre las piernas de éste y adentro su prominente miembro al interior del más pequeño, el cual jadeó algo fuerte, un poco agudo. Rápidamente llevó una de sus manos a su boca, y Minho le lamió la mandíbula antes de llegar a su oreja entre besos por su piel.
—Un día estaremos completamente solos, en nuestra casa... —Se adentró hasta el fondo, completamente. El adolescente dobló los deditos de sus pies—. Y te haré gritar tanto que harás eco en el infierno. —Le quitó la mano de la boca para besarlo, ahogando los gemidos en su boca, mordiéndole el labio inferior.
El vaivén fue lento, y no porque no pudiese ir más rápido, pero esa noche, esa noche el Diablo le estaba haciendo el amor. Se estaban sintiendo lento, delirante, de todas las formas posibles. Ambos se besaban, y besaban porciones de piel del otro. Minho le besaba detrás de la oreja, mordía el lóbulo y le apretaba las nalgas. Felix le mordía suavemente el hombro, se sostenía de sus bíceps y movía, inconscientemente, sus caderas ante el vaivén.
Todo iba perfecto. El exquisito placer fluía por ambos cuerpos, la capa de sudor cubría éstos, el clima en la habitación había ascendido y se estaban sofocando en el otro de la manera más delirante. Las sábanas se habían arrugado, las mantas estaban en el suelo cuando Minho invirtió las posiciones.
Quedó sentado para que el adolescente pudiese sostenerse de su cuello, y él pudiese alzarlo por las caderas en cada subida y bajada, ayudándolo. Felix podía sentir el glande del Diablo rozar una y otra vez su punto dulce. Se estaba muriendo por llegar al clímax, pero todo era tan lento y maravilloso que no podía permitirse ir más rápido.
No fue luego de unos minutos después que al ver como las piernas del adolescente temblaban un poco, el rey del inframundo volvió a dejarlo delicadamente bajo su cuerpo, y aumentó un poco el ritmo del vaivén cuando ya ambos necesitaban realmente aquella hormigueante sensación.
Los labios de Felix estaban presionados, soltando exhalaciones bruscas por la nariz y, de vez en cuando, unos cuantos jadeos bajos, con sus ojos entrecerrados. Entreabre sus labios cuando los de Minho van a la piel en su cuello, lamiendo, besando, succionando y mordiendo. Todo es demasiado. La cama comenzó a rechinar, comenzó a sentir el hormigueo, el delirante placer. Su espalda se arqueó, llegando al clímax, con su cuerpo tensándose por unos segundos y su esencia saliendo de su miembro, manchando ambos cuerpos.
El Diablo continuó impulsándose en el cuerpo de su esposo, aumentando las embestidas entre gruñidos e insultos. Finalmente, el vaivén se volvió más lento, y Felix pudo sentir un líquido llenando su interior.
Ambos cuerpos quedaron abrazados, sudorosos, pegajosos. Minho se acostó a un lado de su esposo y lo atrajo a su pecho, haciendo un movimiento con su mano para que las sábanas los tape, y la manta volvió del suelo, sobre ellos. Felix ocultó su rostro en el cuello del Diablo, suspirando.
Ambos se quedaron en silencio por un par de segundos, tan solo mimándose con caricias en sus cuerpos, besos suaves y cortos.
—¿Vas a irte? —preguntó Felix, sin abrir sus ojos. Sintió que está a punto de dormirse, pero necesita respuesta a su duda.
—Sí.
Abrió sus ojos y alzó la mirada, frunciendo levemente su ceño. Lucía preocupado. Minho no pudo evitar acariciarle la mejilla.
—Pero... ¿Volverás?
Minho le besa la frente.
—Por supuesto. Siempre vuelvo a ti.
Y Felix le sonrió antes de ser besado. Finalmente, cerró sus ojos y se acomodó nuevamente, dispuesto a dormir.
Eran las cinco de la madrugada cuando, abrazado al amor de su vida, descansó.
Habían pasado dos días, y la navidad llegó.
Felix amaba la navidad, porque había luces, y nieve, y chocolate caliente con galletas. Amaba todo lo que estuviese relacionado, las tradiciones que tenían con su familia, los obsequios.
Pero ahora, a sus dieciocho años, tan solo quería acostarse en su cama, y ser besado por el Diablo hasta que sus labios no pudiesen más.
Si, probablemente si alguien oyera sus pensamientos lo creerían algo perturbador, pero era todo lo que quería. Hacía frío, y necesitaba el cálido cuerpo de su esposo pegado al suyo, envolviéndolo, cubriéndolo. Necesitaba ser amado de todas las maneras posibles, sostenido, besado.
Y estaba de un humor tremendo, porque algo muy extraño le había sucedido. Fue segundos antes de despertar, pero siente que fueron horas. Creyó que era un sueño, pero jamás había observado algo en un sueño con tantos detalles. Pudo verse a sí mismo, sus brazos estirados. Vestía una camisa negra, como la de Minho. Sabía que estaba en un hospital, y frente a él, en una camilla, una niña con cáncer dormía.
Sabía que esa niña se llama Chloe, sabía que tenía cinco años, sabía toda su vida.
El escenario cambió. Ahora estaba caminando hacia algo que lucía como una cama, pero no podía observar bien, porque todo estaba nublado. Se sentó, y la persona a la que no lograba observar bien, la cual estaba en aquella cama, se alegró de verlo.
Un escalofrío, el cambio de temperatura en su cuerpo, estar haciendo algo que jamás consideró bueno, pero ahora... ahora era normal. Cotidiano.
Despertó, pero se volvió a dormir. Y ya no tuvo ese tipo de sueños, tan solo pesadillas. Como siempre. Su primo estaba de pie en el umbral de la puerta de su cabaña, y le preguntaba una y otra vez por qué no lo sacaba del infierno, porqué era malo y no lo ayudaba.
Finalmente, despertó.
Esa mañana se había levantado, ignorando al cuervo que lo observaba desde una rama de un enorme árbol, cerca de su ventana. Ésta daba a aquel bosque en el que le temía desde pequeño, así que no observaba tanto por la ventana. De todas formas, se le hacía chistoso temerle a algo inexistente y estar casado con el rey del inframundo. Es decir, el rey de toda pesadilla.
Sentía una nueva emoción realmente extraña. Sentía un poco de enojo debido a que sus manos le temblaban levemente, y había tristeza en su pecho, y ganas de llorar. Sentía que sabía el motivo, pero que jamás podría explicarlo, y era aquello que lo hacía enfadarse de la nada.
Había preparado un chocolate caliente para su hermana y para él, era su forma de pedir disculpas. Sus primos lo ignoraron cuando él ofreció prepararles algo, y estaba bien. Había ido a buscar unas galletas a la pequeña cocina, dispuesto a volver al living donde Katie y sus primos estaban sentados, conversando. Se quedó en ésta, del otro lado de la puerta entreabierta cuando oyó que lo nombraban.
—... Felix salió afectado en todo ello.
—Katie, escúchanos. Mantente alejada de él. Es el anticristo. —Uno de sus primos dijo. Felix intentó no burlarse mentalmente, tan solo frunció un poco su ceño.
—Chicos, no sean así. Entiendo que siempre han tenido problemas con él, pero es un ángel. Solo... tiene algunos problemas.
—¿Ah, sí? ¿Cuál?
—Pues... mamá y papá no lo saben, pero honestamente, yo creo que anda en drogas. A veces habla solo, o se pone de diferente humor o dice cosas extrañas. También se pone mal, hemos tenido que ir al hospital muchas veces. Se enferma.
—Es porque es el anticristo. Katie, te lo digo. Lo es. Es el anticristo y nosotros lo sabemos. Él mató a Brad.
Una punzada atravesó su pecho y tuvo que sostener ambas tazas con más firmeza. Entonces, ellos definitivamente lo sabían.
—... ¿Qué?
—Lo hizo. Justo después de que Brad lo molestó, le cortaron su... bueno. Ya sabes. Y murió desangrado. ¿No te parece una coincidencia?
—No. —Su hermana respondió de inmediato, negando. Se oía un poco molesta. —Felix jamás haría eso. Él... es incapaz de hacerle daño a alguien.
No, no era incapaz.
—Está bien si no quieres creernos, pero es la verdad. Y nosotros nos encargaremos de que pague por ello.
Felix se congeló un poco mientras oyó el incómodo silencio que se hacía presente en aquella habitación. ¿Acaso sus primos podrían haber invocado al demonio? ¿Podrían querer matarlo? Debía de decirle a Minho... ¿Debía?
—Ustedes no van a tocar a Felix. —Su hermana defendió de inmediato aquella amenaza de parte de sus familiares. Felix sintió un calor agradable en el pecho, hacía mucho no sentía que su familia estaba para él, solo sentía que le tenían lástima. —Yo los apuntaré a ustedes si les sucede algo y saben que todos van a creerme. Lo saben.
Se oye una risa seca de uno de sus primos.
—Malditas mujeres, solo sirven en la cocina.
Fue como si algo tomara control en el cuerpo de Felix. Se adentró al cuarto donde sus primos y hermana estaban, le dio las tazas a Katie con total tranquilidad y suspiró antes de girarse hacia Ben, el cual había dicho aquello. Usaría el temor que le tenían para que nunca más hicieran sentir inferior a su hermana o a otra mujer.
—Repítelo. —Su primo alzó la mirada hacia el pecoso. Felix comenzó a sentir el malestar haciéndose presente en su estómago, Minho llegando, pero estaba muy tenso para prestarle atención—. Repíteme lo que le dijiste a mi hermana.
—Felix... —Katie lo intentó llamar, pero no se puso de pie. No creía que su hermano sea capaz de golpear a alguien.
—Te voy a partir la cara. —Nunca se había sentido con tanta adrenalina, con tanto enojo. Estaba enojado. ¡Estaba tan enojado!
—¡Felix! —El nombrado giró su rostro hacia su padre, el cual está entrando a la habitación. No luce enojado, pero luce indignado, sorprendido por la reacción de su hijo. Normalmente éste se quedaría callado—. ¿Qué está pasando aquí?
Felix regresó su mirada a Ben, el cual miró a su tío con pánico, en busca de alguna salvación. El pecoso observa de reojo al Diablo, el cual está de pie en una esquina de la habitación, con sus manos en los bolsillos de su pantalón y viendo a su niño favorito fijamente, sonriendo de lado.
—L-Lo siento. Felix, lo siento. —Los ojos de su primo comienzan a llenarse de lágrimas. Sabe que ha metido la pata, que podría morir en segundos, minutos, tal vez en un par de días, y nadie lo sabría.
El pequeño observó fijamente a los ojos a su familiar, y su enojo se convirtió en ira. Ira hacia él mismo, por asustar, por sentirse más poderoso que los demás al tener de esposo al mismísimo Diablo. Minho lentamente fue borrando su sonrisa, porque podía sentir lo que su chico sentía, y hubiese sido divertido si el enojo era hacia alguien más, pero sabía que era odio propio, personal.
Felix de inmediato se alejó de su primo, pasando por un lado de su padre y subiendo las escaleras. Oyó como Dongyul lo llamaba y lo siguió, pero no se detiene. Estaba tan enojado, quería golpear, romper, gritar, y más. Llegó al cuarto donde se estaba quedando y no evitó azotar con fuerza la puerta. Minho se encontraba en un rincón.
—Felix.
—Déjame esto a mí —dijo rápidamente antes de que su padre entre también al cuarto, cerrando detrás de sí.
—Lix, cálmate. Cálmate, ¿Está bien? Tu primo... es un idiota. Y lo sabes. —Es la primera vez que oía a su padre hablar así de su familia. ¿Realmente habrá cambiado?
Felix se quedó de pie, lejos de su progenitor, tan solo observándolo fijamente. Minho se puso de pie detrás aun cuando su querido suegro no puede verlo. Es su forma de proteger al adolescente sin meterse en el asunto. Felix había dicho «no», y aunque antes hubiese mandado a la mierda a quien sea, a su esposo lo respetaba.
—Escúchame —comenzó Dongyul, con calma, alzando un poco sus manos y viendo fijamente a su hijo—. Debes calmarte, no vale la pena.
—Son unos... —Negó lentamente, riendo seco y silenciosamente—. La hicieron sentir mal.
—Lo sé. Y yo me encargaré, pero tú... esto no está bien. Yo... no quería opinar, te lo dije. Hay algo que te sucede, y creo saber qué es. —Ambos quedaron en silencio mientras los ojos de Felix lentamente comenzaron a llenarse de lágrimas, y un nudo se le formó en la garganta. No iba a llorar, no lo haría. Tragó con fuerza—. Felix, necesito que me digas la verdad.
Comienzan a temblarle las manos.
—¿Qué?
—¿Asesinaste a tu primo?
—Cuida tu boca. —Minho dijo rápidamente a su esposo, con tranquilidad, pero no lucía de la misma manera. Sus ojos lentamente se fueron volviendo rojos, el malestar se intensificó.
—No.
—¿Asesinó a tu primo?
—N-No.
Dongyul lo sabía. Sabía que su hijo miente, sabía que éste jamás diría que sí, porque aún no confiaba en él. Negó lentamente antes de dar un paso hacia atrás. No podía creerlo. Su hijo de dieciocho años no solo estaba metido donde no debía, sino que también era cómplice de la muerte de su sobrino... y de quién sabe qué más muertes.
—¿Cómo...? —Dongyul exhala. Esto no estaba bien. Felix se mantuvo callado, con Minho detrás. Ambos observaban a Dongyul de la misma manera: Con desafío, enojo. Felix tenía más culpa en sus ojos, a Minho todo le importa una mierda—. ¿Cómo haces para cargar con algo así sobre tus hombros? Eres cómplice.
Felix estalló nuevamente. Ni Minho vio venir el que éste tome el reloj de la mesa de noche y lo arrojó contra la pared, cerca de su padre, rompiéndolo en mil pedazos.
Ahora sí no se quedaría callado, ahora sí diría todo lo que quería decirle al infeliz de Lee Dongyul. Él jamás había pensado en sus sentimientos, ¿Por qué Felix debía de pensar en los suyos? ¿Por qué Felix no se hartaba de pensar en los demás, cuando nadie pensaba en él?
—¡Deja de hacerme sentir culpable! —gritó, dando un paso. El Diablo suspiró, satisfecho de ver la cara de susto del hombre mayor.
—No. Felix, yo ja...
—Es lo que siempre haces. Siempre quieres hacerme sentir que todo lo que hago está mal, incluso cuando esto no estaba pasando. ¡Cuando todo era normal!
—No, no. Un momento. Yo no dije eso. Yo no intento hacerte sentir culpable. —Se puso de pie frente a Felix, firme.
—Cierto, eres una persona buena, a la cual le importa no dañar a alguien antes de decir las cosas en voz alta. —Aplicó el sarcasmo. Minho opinó internamente que amaba el sarcasmo de su esposo, pero no era buen momento.
—¿Y tú? —Dongyul alzó un poco su voz. —¿Pensaste las cosas antes de hacerlas?
—Yo no maté a nadie. Nadie. ¡Nada de esto hubiese sucedido si hubieses sido un buen padre y me hubieses creído cuando te dije que ese cigarrillo no era mío! ¡Si tú me hubieses creído, Brad hoy solo sería un torpe que intentaba molestarme, y tú no hubieses tenido un infarto! —Alzó más su voz y no tenía miedo. Se sentía poderoso, tan poderoso como para hacerle frente a su padre a pesar de ser más bajo que éste último, y usar todas sus fuerzas para brindarle un empujón y tambalearlo hacia atrás—. Todo se trata de ti, y tu maldita irresponsabilidad respecto al lamentable papel de padre que te traes.
» De no ser por tu falta de tacto, y atención, hubiese sido feliz. ¡pero no! ¡Jamás tuviste ni un poco de empatía! ¡El peso que está en mis hombros es por ti! ¡Tú pusiste esta responsabilidad en mis hombros, y es por eso que te odiaré hasta que me muera!
El silencio reinó en la habitación por varios segundos. Padre e hijo intercambiaron miradas, el rey del inframundo se mantuvo observando a ambos, esperando.
—...Felix.
El nombrado tragó con fuerza y no pudo aguantar el llanto. Sus ojos nuevamente se llenaron de lágrimas y negó lentamente.
—Entiende que ya no confío en ti. Solo... —Retrocedió. —... déjame solo, por favor.
Dongyul salió del cuarto de inmediato, sintiendo la culpa carcomiendo su ser. Lo merecía, merecía el rechazo de su hijo. No supo aceptar que éste lo había tratado bien incluso luego de todas las porquerías que hizo.
Pero no iba a rendirse, le dejaría su tiempo.
Dentro del cuarto, Felix exhaló entrecortadamente antes de bajar la mirada y cerrar sus ojos con fuerza debido a que aún la ira no se iba del todo
Jamás se odió con tanta fuerza, jamás quiso no sentir una sola cosa. Jamás se había enojado tanto, ni reaccionado así. No sabía qué le sucedía. ¿Será que, después de todo este tiempo, realmente se estaba volviendo malo? ¿Cómo pudo hablarle así a su padre? ¿Asustar a su primo? Miles de comentarios machistas en el mundo, en la iglesia, que se había callado toda su vida, pero, de repente, era como si hoy explotara por todos ellos.
Sollozó bajo, casi silenciosamente mientras el Diablo lo atraía a su pecho. Le estaba matando el dolor de cabeza, no sentía sus dedos.
—Solo quiero que esto termine. —Tuvo que hacer mucha fuerza para hablar, debido a que el nudo en su garganta lo estaba matando—. Ya no quiero sentir esta culpa, ya no quiero sentir nada. Por favor, necesito dejar de sentir. Voy a volverme loco. —Minho reafirmó los brazos alrededor de la cintura del más bajo al sentir que las piernas comienzan a fallarle—. No necesito esto.
Lo guio hacia la cama y lo acostó. Nota como la mirada de Felix estaba perdida en el techo y luchaba por respirar bien, preso de la ansiedad que rasgaba su pecho con lentitud, con crueldad. Le quitó las zapatillas y el suéter antes de acostarse a su lado y arrastrarlo contra su pecho.
—Mírame —dijo. Felix alzó la mirada y las narices de ambos se rozaron—. Lo decía en serio. —El ceño del adolescente se frunció ante aquellas palabras—. «Te doy lo que quieras.» Y si todo lo que me dijiste hoy es lo que quieres, te lo daré.
Felix se acurrucó en los brazos de Minho y éste comenzó a susurrar palabras en aquel idioma inentendible, provocando que el adolescente se relaje, las lágrimas se detengan y, poco a poco, éste caiga dormido. El Diablo llevó una mano a la del menor, la cual está lastimada y le besó los nudillos ensangrentados. Poco a poco, éstos quedaban como nuevos, sin ningún rasguño.
Lo atrae más cerca y se pasa la noche acariciándole la espalda, el cabello, oliendo este último, y pensando. Debía de estar preparado para lo que sea que vendría, porque su chico, su dulce chico se estaba rompiendo.
https://youtu.be/Z0ajuTaHBtM
Felix despertó ante la canción navideña resonando en el piso de abajo. Jingle Bell Rock. Una de sus canciones navideñas favoritas. Agradeció despertar así, pero recordaba las situaciones antes de dormir y tan solo quería seguir haciéndolo.
No fue hasta que sintió besos en su barbilla, y sonrió. Abrió sus ojos para encontrarse con el rey del inframundo, aun sosteniéndolo en brazos.
—Min...
—Aborrezco la navidad, pero esa canción no está nada mal. Me trae recuerdos —comentó.
Felix alzó sus cejas antes de comenzar a refregar sus ojos, intentando quitar un poco el sueño. Se estiró, pero se volvió a abrazar a su esposo.
—¿Sí? ¿Bobby Helms también te vendió su alma? —bromeó el adolescente. Rogaba porque fuese una broma y el Diablo no terminara confirmándolo.
—No. Recuerdo a cierto niño de pecas, aproximadamente cinco años, cantando esta canción con malas pronunciaciones y saltando en medio de la sala —dijo, como si nada. Felix alzó la mirada y lo observó fijo. Minho alzó una de sus cejas—. ¿Qué? Te lo dije: He vigilado tu alma incluso antes de que estuviese en tu cuerpo, y siempre ha sido mía.
—Si, pero no sabía que estabas desde hace mucho. —Algunos recuerdos surgieron en la mente del pecoso, pero no eran exactos. Recordaba una mano, recordaba esconderse, jugar con alguien, morir de risa y cosquillas—. ¿Y yo te he visto? —Minho asintió.
—Has hecho más que verme. Podremos hablar de eso otro día. —Y lo harían. Minho le contaría lo adorable que era, cómo le gustaba dar abrazos, jugar a las escondidas, y que le hiciesen cosquillas. También las veces que lo había consentido con dulces y helado—. Deberías de comer eso.
—... ¿Mh?
Felix se giró detrás suyo cuando Minho asintió con su cabeza, señalando aquel lugar. En la mesa de noche había una taza que contiene chocolate caliente, y a un lado una porción de pastel de chocolate. El adolescente frunció un poco su ceño mientras se sienta.
—¿Quién ha traído esto? —preguntó mientras toma con cuidado la taza y sopla el contenido caliente antes de olfatear. Huele exquisito.
—Tal vez Santa Claus —dijo el Diablo. Claramente bromeaba. Se sentó y apoyó su espalda contra el respaldo de la cama y la pared, observando a su niño favorito beber su chocolate caliente. Éste le dejó bigotitos en su arco de ángel, y Minho relamió sus propios labios, tentado a quitarle aquello con su lengua—. ¿Qué tal está?
—Perfecto. —Se estremeció. La bebida caliente y el clima frío no lo ayudan, aún más si seguía en pijama y no estaba cubierto—. Vaya.
—¿Tienes frío? —Felix asintió y dejó con cuidado la taza en su mesa de noche, dispuesto a tomar una manta—. Mejor ponte tu suéter navideño.
—Min, no tengo suéter nav... —Dejó de hablar cuando observó en la punta de la cama, doblado, un suéter de lana rojo, con ciervos blancos y pequeños árboles verdes. Volvió su mirada hacia el Diablo, el cual tan solo lo observa de manera neutra—. ¿Quién ha traído eso?
—Santa.
—Min. —Felix no podía evitar soltar una risita, alegre. Eso alivió el peso en sus hombros. Tomó el suavecito suéter, pasó sus brazos por las mangas y su cabeza por el agujero, acomodándolo en su torso. Le quedaba bien, algo grande. Es calentito—. Tengo un suéter navideño —dijo de manera dulce, emocionado.
Minho le tiró de la mano, y el adolescente terminó en su regazo, acurrucado contra él. El Diablo le alcanzó la taza para que el joven continuase bebiendo. Jingle Bell Rock terminó, y It's the most wonderful time of the year comenzó. Los ojos de Felix brillaron con emoción.
https://youtu.be/AN_R4pR1hck
—¿Quién está abajo?
—Nadie. Santa está poniendo la música —dijo el Diablo. Felix intentó apartar de su cabeza el hecho de que su familia se fue sin él, realmente lo hizo, porque Minho estaba haciendo algo que está llenando su pecho de amor.
—Min... —dijo luego de beber de su chocolate caliente. Nuevamente tenía bigotitos, y el Diablo no perdió la oportunidad de limpiarlo por su cuenta, con su lengua. Dejó un beso suave y casto en los labios de su chico, y cuando ambos se apartaron este último tiene sus ojos llenos de lágrimas, pero continuó sonriendo—. Gracias.
El Diablo tan solo pasó sus dedos pulgares por las lagrimitas que amenazan por salir. No era muy bueno recibiendo agradecimientos, porque jamás lo había hecho algo así por nadie.
—¿Todo en orden? —Felix asintió, sorbiendo su naricita, aún con una sonrisa y dejando la taza en la mesa de noche. —Eso espero. Santa dejó más regalos bajo tu cama, deberías de verlos.
—¿Ahora?
—Si.
Y Felix se bajó todo emocionado, se arrodilló a un lado de su cama y comenzó a sacar completamente emocionado muchos paquetes. Sus regalos fueron muchos vinilos de sus artistas favoritos, y algunos nuevos. Calcetines navideños, un cuaderno de tapa negra con una pluma y tinta, libros respecto a teorías de universos paralelos que había sacado de su despacho (confiaba en que Felix no revelaría nada del futuro), más anillos y un reloj de bolsillo en números romanos.
A Minho le importaba una mierda la navidad, Minho ni siquiera quería saber cómo festejaba cada persona, y lo fue descubriendo los años que pasó junto a su, ahora, esposo. Esas luces, árboles, regalos, buena música. Familia unida, amigos.
El Diablo jamás lo confesaría... pero Felix era su familia.
Su chico merecía todo lo bueno en el mundo. Y se lo daría, comenzando por cosas leves como éstas.
Y era una promesa.
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