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XVIII: Camino al descenso

La familia Lee partió a las afueras de Londres al siguiente día. Felix salió unas horas después desde que despertó, pero decidieron esperar un poco, dejarlo descansar en su propia casa, en su cuarto, donde el pecoso menos deseaba estar. Podía sentir el malestar —el usual— irse con lentitud de su cuerpo, dejándole un leve vacío en el pecho que, poco a poco, y sin darse cuenta, estaba volviéndose más grande.

El estar solo, en silencio, y acurrucado en la cama de su habitación le hacía recordar cuánto extrañaba a Minho, y lo mucho que, a veces, odiaba que fuese el Diablo. Tenerlo lejos de él era una lenta tortura, y prefería pasar por cualquier otra que le trajera dolor físico a pasar por uno que solo le hacía doler el corazón y no parar de pensar ni por un segundo.

Quedó clarísimo que no había descansado ni un poco aquella noche, porque todo el cuerpo le dolía, y porque no podía dormir sin hablar con Minho antes. Además de sus hematomas y notables ojeras oscuras bajo sus ojos, cargaba con un tremendo mal humor que apenas lo estaba dejando respirar.

¿Era dependiente? No le agradaba admitirlo, pero continuaba siendo una realidad.

Su familia, la cual jamás lo vio de aquel modo, tan gruñón, maleducado, decidieron ignorarlo, y tratarlo como siempre antes subir al vehículo. Sarah y Dongyul conversaban en los asientos de adelante, Katie escribía en su diario, y Felix veía por la ventana en el asiento de atrás, absorbido por sus pensamientos.

—Será un precioso viaje, ¿verdad?

—Si, cariño —le respondió Dongyul a su esposa, suspirando a la par que observó por el espejo retrovisor a su hijo—. ¿Felix? —Intentó ser cauteloso—. ¿Todo en orden?

El adolescente encontró su fría mirada con la ajena por el espejo retrovisor, dejándole claro que no deseaba conversar. Si no luciese tan adorable, daría miedo.

Katie silbó al notar que no hubo respuesta de su parte

—¿Estamos de mal humor? —bromeó con ánimos, aun escribiendo en su cuaderno.

Felix regresó la mirada al exterior del vehículo

—Sí, le sucede a la gente que cae por una escalera y se lastima —respondió en un tono sarcástico.

Su hermana mayor se encogió de hombros.

—Cada uno sabe en dónde se mete, ¿verdad?

Y Felix no comprendía para nada lo que sucedía: Tal vez extrañaba mucho a Minho, tal vez necesitaba su presencia, o tal vez deseaba su propia extinción.

Tal vez estaba harto de lo que le sucedía, de la farsa de familia que llevaba consigo y el cómo ninguno quería admitirlo o el cómo su padre intentaba brindarle su confianza cuando fue una porquería desde que era pequeño. No supo qué fue, pero aquella ira enjaulada en su pecho lo hizo girarse con lentitud hacia su hermana, y dedicarle una mirada desquiciada.

—Te detesto —le dijo, con su voz algo ronca debido al enojo que cargaba. Katie se lo quedó viendo a la par que Sarah se giró, indignada al haber oído las palabras a su hijo.

—¡Lee Felix! ¿Qué rayos sucede contigo? —Felix la observó de reojo, sin apartar la vista de su hermana—. ¡Mírame cuando te hablo! —Finalmente lo hizo. Madre e hijo intercambiaron miradas—. No sé qué te sucede, pero no quiero volver a oírte decirle algo así a tu hermana y menos de aquella manera. ¿Me oíste?

El joven parpadeó con rapidez por unos segundos, observando una vez más a Katie, quien lucía incómoda. Sintió un sofocante nudo en su garganta al notar que asustó a su hermana, ya que jamás la trató de aquella manera, pero estaba cansado.

Siempre eran disculpas de su parte e, incluso si no se comportó de manera adecuada, sentía que podría sonar falso, por lo cual luego lo recompensaría de alguna forma. Sin embargo, mientras daba un asentimiento, sus ojos no tardaron en comenzar a llenarse de lágrimas, las cuales no fluyeron, antes de regresar su mirada hacia el exterior, notando en aquel momento el cuervo que se alzaba por el cielo, volando a la misma velocidad del vehículo.

—Ya. No le grites, Sarah. —Su padre intervino—. Y Katie, no hagas bromas. Le duele el cuerpo, no descansó bien, así que espero que no le dirijan la palabra, ¿de acuerdo?

Una vez más, e incluso luego de su larga estadía en el infierno, Dongyul no tardó en intentar destacar. La mujer pareció darse cuenta de lo ruda que sonó en una situación donde no debió, por lo cual se giró una vez más en su asiento para ver a su hijo, luciendo arrepentida.

—Lo siento, mi amor —Dijo, sumisa.

Se odiaba a sí mismo.

Decidió permanecer en silencio, asintiendo una vez más a la par que respiró hondo por la nariz para soportar el llanto ante la impotencia.

El auto quedó en silencio, y Felix, sin poder evitarlo, se durmió.

—¿Hijo? Felix, llegamos.

Los ojos del joven se abrieron con lentitud, notando que era de noche. El cielo estaba nublado, y el clima era frío. Su padre, quien lo despertó desde fuera de la puerta del asiento trasero, lo ayudó a bajar con sumo cuidado, aun manteniéndolo envuelto en la manta y lo ayudó a entrar a la cabaña.

Aquella cabaña que le traía miles de recuerdos, sensaciones buenas y malas.

Su madre lo ayudó a caminar desde la puerta principal debido a que Dongyul regresó al vehículo junto a Katie en busca de los bolsos, su tía Jacky lo recibió entre sus brazos, intentando aparentar una de sus mejores sonrisas. A Felix le dolió tanto que apenas y pudo devolver aquel dulce y cálido abrazo de parte de una de las mujeres más gentiles.

—Mira qué hermoso que estás, Felix —dijo, alejándolo de su cuerpo, y dejando un beso en la frente del pecoso, quien cerró sus ojos tan solo unos segundos.

—Estoy muy golpeado —comentó, avergonzado.

—Eso no evita que seas precioso —respondió la mujer, liberando a su sobrino de sus brazos para recibir a su cuñada.

Felix observó a Joffrey, su tío, el cual le dedicó una ligera sonrisa, y también lo envolvió en un abrazo, expresando cuánto le alegraba verlo. Lucía decaído, ojeroso, e incluso mucho más delgado. Tuvieron una pequeña conversación donde ambos se preguntaron por su salud mental, y mentían de manera terrible.

Sus primos se encontraban en una esquina de la habitación, ambos sentados en un sofá, con un semblante serio, e intentando evadir la mirada de su primo. Éste último decidió no saludarlos, por su bien, y el de ellos.

Luego que Dongyul y Katie adentraron los bolsos, comenzaron a decidir los cuartos en los que los adolescentes dormirían. Eran cinco, con dos ya ocupados, por lo tanto, Joffrey sugirió que sus hijos durmiesen en la misma habitación, y que Katie junto a Felix obtuviesen las disponibles. Nadie negó su decisión, Jacky anunció la hora de la cena, y todos tomaron sus respectivos asientos mientras las tres mujeres sirvieron la mesa. Cuando la hora de dar las gracias llegó, Joffrey y Jacky se tomaron de las manos, intentando, de alguna forma, demostrarse apoyo. El mayor de los hermanos Lee observó al menor.

—¿Dongyul? ¿Nos das los honores?

Dongyul suspiró, negando con lentitud.

—...Ya no. Que alguien comience por mí —Lucía desinteresado.

Luego de un incómodo silencio, todos cerraron sus ojos y Jacky comenzó a rezar, pidiendo por el bienestar de su familia, agradeciendo por la comida en la mesa y, con su voz temblorosa, disculpándose por lo que sea que hizo que su hijo muriese de una manera tan trágica y desprevenida.

Felix abrió sus ojos, sintiéndose culpable e incómodo mientras observó con terror a su familia. No soportaba aquello que ardía en su pecho, que no lo dejaba disfrutar de una simple cena. ¡Ni siquiera tenía hambre! Su mirada se encontró con la de su padre, sorprendiéndolo un poco, por lo cual sus ojos se cerraron una vez más, intentando respetar una situación que le incumbía por completo.

Una vez la mujer finalizó, todos conversaron entre sí, excepto Felix, y Dongyul. El pecoso entendía el porqué, pero esperaba estar equivocado. Horas después de la cena, la cabaña estaba en completo silencio, exceptuando el fuerte sonido del viento en el exterior. Felix buscaba en su bolso repleto de prendas su camisa blanca de mangas largas, y pantalones holgados. A pesar de llevar puesta su camisa blanca, suéter bordó, pantalones largos, negros y zapatos, se estaba congelando. No podía esperar a vestirse y meterse bajo las cobijas.

Bostezó, dirigiéndose al sofá individual de la esquina de la habitación. De todas formas, iba a dormir ya. Dejó el bolso sobre el sofá y se inclinó a cerrarlo. Un reconocible malestar comenzó a formarse en su estómago y se quedó congelado por unos segundos, intentando descifrar si era real. Lentamente comenzó a enderezarse y respiró profundamente antes de comenzar a girarse. Una silueta oscura y más alta que él apareció justo en frente, y pudo apreciar aquellos ojos negros con un cuarto de rojo, los cuales le veían fijamente.

Era el Diablo. Venía y no a por él, más bien, solo por él.

Intercambiaron significativas miradas antes de que Felix intentara tragar el nudo en su garganta. El rey del inframundo dio otro paso adelante, y tan solo los separa una pequeña corriente de aire.

—Min... —Felix pudo soltar, aguantando el llanto, tan solo admirando la pieza de arte que había frente a él.

Minho llevó su mano repleta de anillos a la mejilla del pecoso y acarició con lentitud el hematoma que había en ésta, borrando el dolor, pero sin poder borrar la marca. Finalizó por suspirar lentamente, sin dejar de ver fijamente a su pequeño. Éste último notó que, nuevamente, el pitido había desaparecido.

—He comprobado una duda que habitaba en mí. —dijo. Felix creyó morir al oír su voz. Probablemente sonaría muy exagerado, pero dos días habían sido dos eternidades. No podía seguir adelante sin la única persona que lo hacía sentirse vivo, incluso cuando muchas veces era la razón por la que podría morir. —No puedo pasar mucho tiempo sin verte —confesó, y al pecoso comenzaron a caerle lágrimas por las mejillas mientras sonreía débil. Segundos atrás, antes de sentir aquel malestar en su estómago, estaba teniendo los peores días de su vida, pero el toque, la presencia y las palabras de su esposo lo cambiaban todo—. ¿Mi niño favorito me extrañó?

Felix rio corta y silenciosamente.

—Te eché de menos —dijo con su voz completamente entrecortada, aun sonriendo mientras sus lágrimas no paraban de caer y su barbilla temblaba levemente. Claras señales de que quería llorar con todas sus fuerzas.

El Diablo sonrió egocéntricamente, de lado.

—¿Demasiado?

—Demasiado, con todo mi corazoncito.

Su esposo soltó un silbido antes de acercarse más, rodeando la cintura del más bajo con sus fuertes brazos envueltos en aquella camisa negra abotonada hasta el cuello que siempre llevaba.

—Eso es mucho —susurró, y rozó sus labios con los de su chico—. Te necesité tanto. ¿Te mencioné que el tiempo en el infierno es diferente? Para mí, han pasado meses sin verte.

—Aquí han pasado dos días, pero se sintieron como años. —respondió Felix, y no entendió por qué, pero su cuerpo comienza a temblar incontrolablemente.

Minho notó aquello y guio a su chico a la cama. Sabía lo indefenso que éste se sentía, el miedo que tenía de ser lastimado nuevamente y la culpa que cargaba al tener que hablar con la familia del imbécil que mató. A pesar de todo, había sido muy valiente, pero se merecía un descanso, se merecía alguien que contuviese su llanto y lo llenara de besos.

El Diablo creía que Felix merecía todo.

Una vez lo acostó, se sentó a un lado y observó su pequeño cuerpo antes de comenzar a desnudarlo. Cada prenda que quitaba iba al suelo, y sus manos recorrían la piel dañada de su chico, curando el dolor de cada golpe. Se encargó de besarle suavemente el abdomen cuando le quitó el suéter y desabotonó la camisa, de curarle el dolor de costilla y la muñeca que había estado rota y estaba lentamente mejorando. Finalizó por ponerse sobre él, tapándolo con su cuerpo y llevando sus suaves besos a su cuello. La fragilidad, dulzura de éstos, y el calor que emanaban los brazos del Diablo envolviendo su cuerpo lo hicieron, inevitablemente, comenzar a llorar dolorosa y silenciosamente.

Minho solo lo mantuvo cálido en sus brazos, callándolo con bajos «shh» cerca de su oreja, dejando unos cuantos besos en ésta, como si fuese un bebé. Era su bebé. Apartó su rostro del cuello del joven y le dio un suave beso en sus labios antes de volver a sentarse, tan solo para tomar la ropa de dormir que estaba estirada en la punta de la cama y comenzar a vestirlo lentamente. Una vez finalizó se acostó a un lado de su esposo e hizo un movimiento con su mano, provocando que las cobijas llegaran hasta él, tapando los cuerpos de ambos.

Felix sorbió su pequeña nariz.

—Te extrañé tanto —dijo.

—Lo sé —respondió el Diablo luego de atraerlo contra su cuerpo. Llevó su dedo índice y pulgar al mentón del pecoso, alzando su rostro y besando sus labios lenta y profundamente, con ansias de sentirlo más.

El rostro del joven permanecía quieto debido al agarre en su quijada, pero movía sus labios, intentando seguir el compás del Diablo, y la manera en que su lengua acariciaba la suya propia. Sentía los cosquilleos en su abdomen, las mariposas revoloteando en éstas ante lo exquisito que estaba siendo aquel beso. Era como probar la fruta prohibida. Amaba la manera en la que el ente tomaba iniciativa, posesión. Le daba lo que quería, lo que necesitaba. Pasan los minutos y sienten que es tiempo de despegarse un poco, incluso cuando no es lo que quieren. Ambos se observan fijamente luego de unos segundos.

—¿Qué hiciste el tiempo que no estuve aquí? ¿Fuiste un chico bueno? —Lo último lo preguntó de manera burlona. No le importaría si Felix de vez en cuando fuese malo, solo no quera verlo triste.

Felix suspiró y bajó la mirada, avergonzado y haciendo trompita con sus labios mientras comenzaba a mirar los dedos de su mano, moviéndolos. Estaba avergonzado.

—Estuve... de un humor terrible.

Minho nuevamente silbó, satisfecho. Le hubiese encantado ver eso, ya que siempre veía a su chico estar triste, neutro o pidiendo perdón.

—Debió ser entretenido.

—Pues... le dije a mi hermana que se considere muerta cuando me molestó, y fui maleducado con mis papás. No respondí a sus preguntas, me la pasé callado y gruñéndole a todo el mundo —Dijo, sonrojado.

Minho dejó un beso en la mejilla del adolescente.

—Ese es mi niño favorito —Comentó, orgulloso, y sostuvo a Felix, dejándolo sobre su propio cuerpo mientras bajaba sus manos a las nalgas del joven, presionándolas—. Te habrás visto tan condenadamente caliente —dice antes de darle un beso casto en los labios y dejar su nariz pegada contra la ruborizada mejilla del pecoso—. ¿Los castrati?

—Ellos no me hablan, están de luto y saben que tengo algo que ver. —El Diablo resopla ante aquello y parece querer opinar, pero Felix decide cambiar el tema rápidamente—. ¿Qué hiciste tú?

Minho invierte las posiciones, dejando a su esposo bajo su cuerpo, viéndolo fijamente a los ojos.

—Tuve algunos asuntos de los cuales ocuparme. Más que nada, busqué a la cosa que quiere lastimarte.

Felix se tensó de inmediato. Le ponía nervioso que haya algo tras él, y tener noticias de ello.

—¿Le encontraste?

—Estoy cerca. Es un demonio.

Felix parpadeó con lentitud, sorprendido. ¿Un demonio? ¿Qué quería un demonio con él? ¿Por qué quería dañarlo? Más bien, asesinarlo.

—Oh... oh, vaya.

—Torturé a muchos, y nadie sabe cuál es su nombre. Al parecer, trabaja solo. No habla con otros, y está en la tierra desde hace mucho tiempo como para reconocerlo. He ido en busca de tu amigo.

—¿Jisung? —Su corazón comenzó a latir rapidísimo, temiendo lo peor.

—El otro.

—Christopher.

—Lo he estado vigilando. No siento ninguna presencia con él, y si hubo, no apareció en días.

Felix sabía que Minho había vigilado a Chris debido a las sospechas del joven, quien notó a su amigo en un estado similar al suyo, en el principio, y es que se veía bastante obvio. ¿Era posible que se haya equivocado? Y si no era así, ¿Por qué lo haría? ¿Por qué invocaría a un demonio y haría un pacto?

—Tal vez yo estaba equivocado. Es decir... ¿Por qué Chris invocaría a un demonio? —Decidió decir lo que pensaba. Tal vez Minho podría ayudarlo a resolver sus dudas.

—No encuentro una respuesta. Sin embargo, ¿Por qué tu invocarías al rey del inframundo? —Felix se quedó en silencio ante aquello. Era verdad. Nadie era lo que aparentaba—. Como ves, no somos lo que aparentamos.

No pudo evitar reí silenciosamente al notar que habían pensado lo mismo. ¿Acaso era el alma gemela del Diablo?

Aquello lo hizo meterse en una laguna inconclusa: Decisiones o pensamientos sin respuesta, todos relacionados con su futuro y su esposo.

—Min...

—Mhm. —Estaba muy ocupado comenzando a trazar húmedos besos en la piel del cuello de su niño favorito.

—Tú, bueno... —Estaba nervioso. Bajó la mirada cuando Minho se alejó un poco y lo observaba, intrigado—. Esto es serio.

—¿Esto?

—Nosotros. —Minho se queda callado, queriendo oír más—. Yo... es decir, tú... ¿Has pensado en el futuro?

—No pienso en el futuro.

—N-Nuestro futuro. Nosotros dos, juntos.

El Diablo de nuevo se acostó a lado del adolescente y lo atrajo a su pecho, tomándole la mano la cual llevaba el anillo que le dio, comenzando a besarle los nudillos.

—No lo he pensado, pero supongo que te he dicho un poco de él cuando te di mi anillo —dice. El joven alzó la mirada, y ambos se observaron fijamente—. «Serás mío por siempre. Nadie se atreverá a tocarte, a menospreciarte ante mi presencia, hasta los siglos de los siglos». —No evitó sonreír de lado—. Amén. —Se burló.

Felix rio bajo y dulcemente, con un brillito en sus enormes ojos.

—Lo recuerdas.

—Por supuesto. Es el día que declaré tu trono junto al mío.

Aquello lo hizo cohibirse un poco, y tal vez se asustó. Era extraño, extraño y muy en serio el tener un trono en el mismísimo infierno. No podía arrepentirse, no había vuelta atrás.

—¿Asustado, niño favorito?

—No. Yo... ¿Tendré que ir al infierno para estar contigo?

—No. Solo irás al infierno cuando tú quieras. De hecho, ya puedes.

Felix asiente lentamente, pero segundos después se da cuenta de lo que su esposo dijo y se lo queda observando, quieto.

—... ¿Qué?

—Como oíste.

¿Acaso... podía ir al infierno y regresar? ¿Sin morir? ¿Al verdadero infierno? Los nervios comenzaron a instalarse en su estómago, y la curiosidad crecía en su pecho.

—Si voy... —Hablaba con cuidado debido a que estaba pensando en consecuencias—... ¿Podría regresar?

—Por supuesto, no estás muerto.

—Oh. —Se queda callado mientras observa como Minho le besa la palma de la mano—. ¿Lo permitirías? Quiero decir... ¿Permitirías que vaya?

El Diablo dejó de hacer lo suyo y miró fijamente a Felix. Lucía intimidante y hasta daba un poco de miedo. Tal vez era porque la respuesta que dará no es lo que realmente quiere decir.

—Jamás lo prohibiría, pero no me parece buena idea. Hay mucha pureza e inocencia en ti, ver eso podría afectarte, aún más sabiendo que gente que conociste está allí o que tu inservible progenitor lo estuvo por un tiempo. Siento que la culpa te carcomería.

La culpa ya me está carcomiendo.

—Quiero ir —responde, decidido. En parte, lo merecía. Merecía más culpa.

Ambos se observaban fijamente a los ojos por unos largos segundos. Felix sabía que no es lo que Minho quería realmente, pero también sabía que una parte de él no se lo negaría.

—Vístete.

Ambos se levantaron de la cama. Felix básicamente corrió a vestirse mientras Minho le da la espalda, observando por el ventanal que había en aquella habitación y daba a aquel patio trasero en donde había visto a su chico hace mucho tiempo.

—Toma otra prenda de ropa —le dice a su esposo, el cual ya ha terminado de vestirse con la ropa que antes llevaba puesta.

Felix acomoda su cabello antes de observar alrededor.

—¿Cualquiera? —Minho, aún de espaldas, asintió. El pecoso se giró y buscó en su bolso con ropa cualquier cosa. Encontró un calcetín—. Uhm, ¿Literalmente cualquier cosa? —Se giró de nuevo, y su respiración se detuvo cuando notó que su esposo no estaba allí. Frunció un poco el ceño y dio unos pasos al frente, aún con el calcetín en su mano—. ¿Minho? Min... —El malestar sigue en su estómago. El Diablo estaba allí. Se giró nuevamente y se sobresaltó al chocar con el cuerpo de éste, llevando su mano libre a su propio pecho ante el susto—. Me asustaste.

—El calcetín servirá —Minho respondió, como si nada.

—¿Por qué te fuiste? —Felix bajó la mirada por instinto, y notó que el Diablo trae un cuchillo en su mano izquierda. Felix se tensó de inmediato. No creía que Minho le hiciese daño, pero ¿Le harían daño a alguien más? —. ¿P-Por qué traes eso?

—No es tan fácil como crees, tienes que mezclar tu sangre con la mía. —Felix se quedó viéndolo fijo, algo dudoso—. Me parece una gran idea si nos quedamos.

Segundos después, una vez más, el pecoso volvió a negarse a aquella propuesta.

—No, quiero ir.

Nuevamente intercambiaron miradas en silencio antes que Minho le tienda su mano. Felix tuvo un pequeño recuerdo en el cual tomaba la mano del Diablo y danzaban a la luz de la luna roja—. Sígueme —Dijo luego de que Felix tomó su mano, y ambos comenzaron a caminar.

El arcángel lo dirigió por la casa como si la conociese, y Felix supuso que era debido a que había inspeccionado si alguien se encontraba despierto. Fue entonces que llegaron al final de las escaleras, pero se detuvieron allí. Minho se puso frente a Felix y desabotonó una de las mangas de su camisa, levantándola y dejando visible parte de su brazo con tatuajes. Con el cuchillo, sin siquiera dudar ni un segundo, cortó un poco de su brazo.

—Minho...

—Tienes que cortarte —dijo al terminar, y tomó el brazo de Felix con cuidado, viéndolo fijamente—. No dejes de verme fijo. —Felix asintió y obedeció. Pudo sentir el filo cortando parte de piel de su brazo, y pudo sentir la sangre saliendo, pero no sentía dolor—. Va a arderte cuando dejes de verme.

Felix lo hizo de inmediato, sin siquiera asimilarlo. El ardor comenzó a picar dolorosamente en su brazo e hizo una leve mueca, pero lo aguantaba. Debía hacerlo. Minho, aún sin soltar el brazo de su chico, pegó el corte que éste llevaba en su brazo con el corte que él mismo tenía en su brazo, combinando las sangres. El Diablo recitó unas palabras en un idioma inentendible, suenas suaves pero perturbadoras, y sus ojos lentamente se van volviendo más oscuros.

Finalmente se calló y alejó su brazo, quitándole el calcetín a su chico y poniéndose detrás de éste, cubriéndolo con la prenda—. Vas a comenzar a bajar la escalera lentamente. Son tan solo doce, y a partir del seis voy a tomar tu mano, así que extiéndela —dijo, tomó una de las manos del adolescente para acomodarla en la baranda de la escalera, y estirando el otro brazo para poder tomarlo. Se alejó y bajó las escaleras, posicionándose en el sexto escalón—. No te asustes por lo que sea que sientas, y una vez estemos allí, no te separes de mí. ¿Entendido?

—Entendido —repitió.

—Ese es mi chico. —El Diablo lo halagó mientras se bajaba la manga de la camisa, abotonándola nuevamente—. Comienza.

Felix tomó una profunda y temblorosa respiración antes de que empezara a bajar con pasos vacilantes. Cada vez que bajaba un escalón, Minho dijo algo en aquel inentendible idioma, se oyó como si estuviese contando de la manera más terrorífica que oyó en su vida. Sus manos comenzaron a temblar y perdió la cuenta, pero sabía que ha llegado al último escalón debido a que el Diablo lo sostenía de la mano.

Ambos continuaron bajando, y Felix retomó la cuenta, ignorando lo que Minho continuó murmurando. Comenzó a sentir cosquilleos en su abdomen cuando notó que ya han pasado los doce escalones, y siguen bajando, y bajando.

Fue extraño.

Al principio sentía como si una pared de fuego estuviese a centímetros de él y el calor apenas lo dejara respirar, luego comenzó a oír silbidos y voces que cada vez se volvían más fuertes, insoportables. El pitido iba aumentando lentamente en ambos oídos hasta solo oír aquello, y finalmente el silencio llegó. Comenzó a sentir frío, y seis escalones después finalmente se detuvo. Tan solo se oía su entrecortada respiración.

Un fuerte "¡PIIII!" provocó que diese un salto en su lugar, seguido de algo que sonaba a puertas pesadas de hierro puro abriéndose. Sintió al Diablo soltar su mano y tragó saliva con fuerza mientras la venda era retirada.

Parpadeó unos segundos y observó algo de oyó con anterioridad, pero verlo era diferente. La habitación era algo angosta y bastante larga, completamente blanca y con luces que parpadeaban un poco. Lucía como un hospital. Una larga fila de costado hasta el final de la habitación, gente de cualquier edad, incluso niños de más de ocho años, pálidos, podridos y neutros, con la vista fija al frente y avanzando tan solo un paso. Se oía una risa macabra a lo lejos.

—Hemos llegado justo para ver como avanza la fila —dijo Minho entretenido, ya a un lado de Felix. Ambos se miraron, el Diablo continuó con sus ojos rojos y pupilas muy dilatadas. Daba miedo, sin embargo, le dirigió una encantadora sonrisa a su esposo—. Bienvenido al infierno.

Su... ¿Segundo hogar?

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