XVII: La hora de mi muerte
Las luces estaban apagadas, el cuarto a oscuras y frío, a pesar de que las dos personas en él se encuentran muy calientes. La nieve había comenzado a caer fuera y el viento golpeaba contra la ventana que hay casi llegando al techo, pero Felix se encontraba muy ocupado para prestar atención a la tormenta que, poco a poco, comenzaba a formarse.
No podía dejar de gemir sobre la boca del Diablo debido a las aceleradas embestidas que éste le daba. Tan solo se oían los chasquidos que formaban sus labios, la cama crujir un poco y el sonido de Minho entrando y saliendo de Felix. Ambos desnudos, unidos de la mejor forma posible.
—Voy a... —Intentó avisar el pecoso, pero fue demasiado tarde. Soltó un jadeo ahogado y algo agudo mientras arqueaba su espalda y doblaba los deditos de sus pies, tensando cada músculo de su cuerpo a la vez que su esencia salía, manchando ambos torsos. Exquisito.
Mientras intentaba recuperar la respiración, se mantuvo quieto hasta que el ente llegó al orgasmo en su interior. Ambos quedaron sudorosos, respirando entrecortado y con los cuerpos pegados. Minho se sostenía con sus brazos a los lados de la cabeza de Felix, y comenzaba a darle profundos y lentos besos en los labios, los cuales eran correspondidos de inmediato. Sus manos bajaron por el pequeño cuerpo del menor hasta llegar a las nalgas.
—Ya no voy a dejar que nadie vuelva a lastimarte. —Presionó sus manos para apegarlos más, sin dejar de besarlo. Los brazos del menor rodeaban el cuello del ente—. Tú eres mío.
—Sí... —Y, maldición, sí que lo era.
Los besos continuaron, pero Minho pudo notar como éstos se volvían más lentos de parte de su niño favorito. Salió del interior de este último y se puso a su lado, atrayéndolo a sus brazos y agitando su mano, provocando que las cobijas volaran en su dirección y los taparan a ambos.
Sabía que Felix no tenía sueño, porque llevaba durmiendo gran parte de las tres semanas que había pasado sin irse ni un momento. El adolescente tenía miedo, incluso a veces temía estando junto al Diablo y éste debía de comenzar a explicarle que nada más malo que él podía permanecer a su lado a la vez que el ente se encontraba allí. Estaba delgado, pálido, con marcas que él no hacía. Eran golpes, golpes insignificantes como rozar los dedos contra un mueble, o marearse y apoyarse bruscamente contra una pared. Ya no reía tanto, sonreía poco, y se mareaba mucho.
¿Debía Minho ignorar las súplicas de Felix e irse en busca de lo que lo dañó? No estaban llegando a nada, y su chico estaba muriendo por su culpa.
Se pasó la noche en vela, como siempre, pensando miles de cosas mientras acariciaba el rostro de su esposo y lo admiraba hasta el amanecer.
Era 20 de diciembre. La nieve continuaba cayendo y la familia Lee empacaba para irse a la cabaña en la cual siempre se hospedaban para pasar la navidad junto a los tíos y primos de Felix. Éste último se encontraba doblando ropa sobre su cama con un bolso abierto a un lado. Dominique se oía en el piso de arriba y el pecoso no paraba de tararearla. Minho lo observaba en una esquina con los ojos más grandes de lo normal y serio, como si estuviese traumado: Aquella canción había sido reproducida más de siete veces y su esposo la seguía cantando.
—Por mí —dijo el Diablo antes de fingir apoyar el dedo índice en un vinilo. La música del piso de arriba se paró abruptamente y suspiró, apoyándose en la pared. Se oyeron unos pasos y un "¡Yo lo arreglo!" de su cuñada antes de que Dominique vuelva a ser reproducida desde el principio. Felix rio bajo, sin ganas— Podría matar a tu hermana.
—Min.
—Y quemar el vinilo con su cuerpo.
Felix negó. Sabía que Minho no hablaba en serio o eso creía. Luego de haber estado doblando un par de prendas por un rato terminó por meter éstas en el bolso. Ahora tan solo le quedaba doblar un par de calcetines y su ropa interior. Ya había metido el cepillo de dientes, dos toallas y un par más de zapatos. Todo está en orden.
—¿Qué es tan importante como para irse de viaje? —preguntó Minho. Le parecía absurdo y no podía evitar resoplar mientras se apoyaba mejor contra la pared, cruzando un poco sus piernas y metiendo sus manos repletas de anillos de oro en los bolsillos de sus pantalones—. ¿Qué lo hace tan especial?
Felix metió los calcetines en el bolso. ¿Le agradaría al Diablo oír que festejaban el nacimiento de Jesús? —. Pues... se supone que es para pasar la navidad en familia. Sospecho que no va a ser muy bonita debido a lo de mi primo.
El pecoso ya podía imaginarse peor de lo que estaba de ánimo al ver a sus tíos llorar. Si, su primo era un torpe, y pasaba los límites de ser molesto. Pero era un hijo, y perder a un hijo... debía de ser doloroso.
Minho sonrió de lado.
—De todas formas, no era la mejor navidad cuando tu primo estaba. Lo hacía peor —dijo. Felix estaba de acuerdo, pero eso no evitaba pensar en cómo es que Minho sabe aquello. Tal vez solo adivinó, así que le restó importancia—. Son una familia rara. Empacan ahora y se irán en la madrugada.
Felix suspiró luego de meter su ropa interior y cerrar el bolso.
—Es para no hacer todo a último momento —explicó con paciencia, y se giró.
Un repentino mareo lo dejó algo atontado, y creyó que era porque ha adelgazado en los últimos días, pero de inmediato su vista comenzó a nublarse. Sus músculos se tensaron y sus ojos se cerraban mientras algunas imágenes se hacían presentes en su mente. La noche, árboles, sus manos bañadas en sangre, humo negro y profundo vacío. Todo era demasiado, y antes de siquiera poder rogar por ayuda, Felix cayó desmayado al suelo.
La oscuridad dejó de consumirlo cuando una suave cachetada provocó que sus enormes ojos se abrieran abruptamente. Su respiración era pesada, el miedo tenía tensos sus músculos y el —para nada extrañable— pitido en su oreja le provocaba ganas de llorar, pero estaba muy débil y confuso para hacerlo. Parpadeó un par de veces hasta que su vista se normalizó, dejando de ver puntos negros.
—Hey... —Oyó decir a alguien, y aquella persona exhaló con brusquedad, notablemente aliviada. No se había dado cuenta que aquella persona era Minho hasta que vislumbró entre la nubosidad de su vista aquel perfecto e irreal rostro. Había sido imposible reconocerle a pesar de su voz, y todo porque lucía preocupado.
Sintió como el flequillo que cayo en su frente fue apartado, y luego de observar a su alrededor y de respirar profundo por unos segundos, finalmente observó al ente.
—Min... —dijo con dificultad, débil. El pitido continuó incluso viendo al Diablo a los ojos, y una parte de él se encontraba aliviado por no tener que apartar la vista. Moriría si no pudiese volver a admirar aquellos preciosos ojos en los que siempre se sumergía cuando todo iba mal, e incluso había aceptado sumergirse también en el cuarto de color rojo que había en un ojo. Le encantaba.
—Aquí estoy. —De nuevo sonó neutro, ya sin mostrarse tan desesperado como antes—. Te desmayaste —dijo, y ayudó a Felix a sentarse.
El joven continuó observando alrededor, y ahora que no estaba tan confundido como antes, su ceño se frunció, desconcertado por el cambio de horario. ¿Acaso se estaba haciendo de noche? La habitación tenía muy boca luz. No oscuridad absoluta, es decir, todo apagado como cuando uno cierra sus ojos. Más bien... triste. Todo muy oscuro y frío.
Él se moría de frío.
—¿Cuánto tiempo he...?
—Diez minutos —respondió Minho antes de que terminara la pregunta, y sus ojos comenzaron a volverse bordó, oscuros. Sabía lo que estaba sucediendo.
A Felix todo le recordaba a aquella vez que Muerte le quitó gran parte de su alma. ¿Técnicamente Minho estaba cumpliendo con el trato? Porque era claro que no se haciendo de noche. Antes de desmayarse era muy temprano, e incluso aún debía ir a la escuela.
El Diablo negó lentamente antes de ayudar a su esposo a ponerse de pie, sosteniéndolo de la cintura al notar como éste se tambaleaba. Estaba demasiado pálido, demasiado delgado, demasiado sin vida. Y todo por ser el maldito rey del inframundo.
—Ya no puedo permitir que estés así —habló bajo, de manera temible. Felix solo lo miró—. Tengo que irme. Debo irme.
La desesperación comenzó a surgir en el pecho del adolescente, recordando el miedo que sintió mientras se ahogaba bajo el agua y la necesidad de tener los brazos de Minho envolviéndolo. Incluso luego de aquello, hasta con la camisa del ente y en sus brazos no se sentía tan a salvo.
—Min, s-si tú te vas... lo que sea que me sigue, va a volver por mí. —Intentó conservar la calma y no ponerse a llorar, como siempre hacía.
—Puedo poner a uno de mis cuervos en donde sea que estés, ya lo he hecho antes.
El Diablo notó como, poco a poco, un inconsciente puchero se formó en los labios de su esposo.
—¿Y cómo resultó eso? —La voz del adolescente se entrecorta. Los flashes de aquel momento comenzaban a aparecer en su cabeza, y le dolía. Le dolía tener que vivir con culpa por el resto de su vida—. Dos personas murieron, fui golpeado y casi me ahogo.
Los ojos de Minho comenzaron a oscurecerse, y su mandíbula se tensó, como si estuviese conservando una ira que intentaba no dejar salir, pero irremediablemente, saldría. Le hartaba que el pecoso continuara creyendo que todo lo sucedido era su culpa. Si, él lo había invocado, pero siendo honestos, pudo sentir en aquel momento el cómo Felix no creía que realmente podría invocar al Diablo.
Y odiaba la manera en la que el mundano le hablaba ahora. No era maleducada ni brusca. Era suave, pero cada palabra que soltaba era cruda.
—Yo no iba a dejar que eso sucediera, y esas personas recibieron su merecido. —La voz del Diablo salió más baja, fría y ronca. Felix se encogió en su lugar cuando el ente da un paso hacia el frente, quedando más cerca—. ¿Cómo esperas que atrape a quien sea que quiere dañarte si debo estar contigo cada segundo?
Felix no sabía qué hacer. Realmente no lo sabía. Su esposo tenía razón. No servía de nada que se quedara allí, porque el pecoso se estaba deteriorando, su cuerpo parecía pudrirse por dentro y su alma dañarse con el paso de los segundos. No quedaba mucho tiempo para que, posiblemente, muriera. Sin embargo, el estado en el que se encontraba lo hacía estar más confundido, menos esperanzado y más... suicida. Así que no le importaba si llegaba a morirse, necesitaba a Minho a su lado. Necesitaba no sentir miedo al llegar la hora de su muerte.
—Diriges un infierno —dijo. No podía creer que estaba discutiendo con el Diablo, aunque, bueno, no lo tomaba realmente así. Era una discusión de esposos—. Tienes demonios que pueden buscar a esa cosa.
Un gruñido se alzó desde el pecho del mayor.
—¿Por qué todos creen que porque dirija un infierno aquellos inservibles son capaces de hacer algo? Por supuesto, ellos van a seguir mis órdenes y van a ir a buscar a esa cosa que quiere hacerte daño, pero también son manipuladores, y a la primera que los deje ir van a hacer lo que quieran. No creo que te guste un ejército de demonios sueltos en la tierra.
Por supuesto que Minho no se negaría a ver destrucción, caos, muertes, pero para eso estaban los humanos.
Todos tenían esta imagen errónea del Diablo, donde éste es un monstruo rojo de cuernos con cola, ríe maniáticamente, golpea su trino contra el suelo y hace maldades sin pensar en las consecuencias. La verdad del Diablo es que éste era malditamente inteligente, y calculador. No hacía maldad solo porque podía —y claro que así era—, si no cuando realmente algo sucedía. No quería acabar con el mundo, porque éste lo entretenía. Le gustaba robar almas, le gustaba ver gente mala morir y tenerlas en el infierno. Le gustaba dirigir, obligar, ser un rey, pero nunca sería un estúpido.
Excepto cuando se trataba de Felix, por supuesto. Alguien le tocaba un pelo y se volvía el Diablo más estúpido.
—Matarme, Minho. Quiere matarme. —Felix corrigió. Minho no dejaba de decir que aquella cosa quería "dañarlo", y ambos sabían perfectamente que no era así. Era mucho peor.
El Diablo respiró profundo, provocando que las cosas que había en las paredes tiemblen levemente.
—Y yo quiero matar a esa cosa, Felix —Respondió. Estaba intentando tanto mantener la calma, maldita sea—. Pondré un cuervo, te vigilará, e iré por esa escoria que intentó dañarte. Es una orden.
Las cejas del pecoso se alzaron, indignado. ¿Acaso su esposo iba a usarlo como cebo? Vaya. El nudo en su garganta iba a explotar, le ardían los ojos y de su pecho irradiaba decepción, un leve enojo, miedo y mucha tristeza. Le ponía mal el que Minho sepa que él sentía aquello, y aún quisiese darle ordenes, como si no estuviesen casados.
—¡No! ¡No acabará! —Finalmente alzó la voz, explotando. El rostro del Diablo se alzó un poco, queriendo mostrar superioridad. Por supuesto que tenía superioridad, era el mismísimo Diablo, pero él, incluso sintiéndose insignificante, debía validar sus propias emociones. Ambos eran una pareja, por lo cual ninguno tenía que dar órdenes al otro—. De alguna u otra forma, yo lo sé...sé cómo acabará esto. Estaré muerto.
Dio dos pasos hacia atrás, alejándose del arcángel, y apoyándose contra la pared. No pudo evitar comenzar a llorar con sollozos leves, pero audibles. Sentía mucha tristeza en su pecho.
—Felix.
—No uses esa autoridad en mí, como si fuese tu sirviente, porque soy tu futuro esposo —El temblor en el labio inferior del joven se intensificó, y otro inevitable sollozo salió de sus labios—. E-Estamos comprometidos y no es justo —Susurró. Ambos permanecieron viéndose en silencio por un par de segundos antes de que el pecoso volviese a hablar—. Intenta comprenderme, estoy asustado. —Su voz de nuevo era suave, y él lucía tan frágil y perdido que el Diablo no pudo evitar dar un paso hacia adelante—. Y quiero más que nada estar bien, pero me he buscado esto. Yo te busqué, tú a mi no.
Minho asintió lentamente, manteniendo neutralidad en sus facciones.
—De acuerdo —Tan solo dijo, tragando saliva, sin apartar su mirada, y luciendo menos firme. La manera en que su niño favorito entró en pánico lo hizo retractarse—. Yo lo solucionaré, pero, Felix... —Lo observó fijo a los ojos—...tienes que comprender que esto no puede pasar desapercibido.
No lo negó, pero tampoco afirmó una respuesta. Sabía que era de aquella manera, pero el pensamiento acerca de su inevitable muerte lo mantenía marginado en su propio sitio. Fue entonces cuando Minho, cauteloso, extendió su mano repleta de anillos de oro hacia el mundano, y este logró despertar.
Sin dudarlo, la tomó, pero cuando creyó que sería apartado de su sitio, fue el Diablo quien lo acorraló, con cuidado, como si temiese quebrarlo.
—Mírame —Felix alzó su mirada, rodeándole el cuello con lentitud. De manera inevitable, sus narices se rozaron—...ya no llores, ¿de acuerdo? —El pecoso no recordaba cuando alguien dijo algo similar sin burlarse de sus sentimientos. Minho sonaba mucho más empático que cualquier ser humano—. Todo estará bien, no sucederá lo que ronda por tu cabeza.
Felix tragó saliva, intentando aliviar el nudo en su garganta y cierra sus ojos.
—Una vez dijiste que el Diablo era muy mentiroso.
Sintió que se le fue un peso de encima luego de soltar aquello, pero aún temía por la respuesta. Minho negó lentamente, y una de sus comisuras se alzó un poquito.
—Y lo es. Lo soy. Mi intención no era que lo interpretaras de aquella manera. —Dijo. Se le cruzó por la cabeza miles de formas de explicarle a su niño favorito lo que realmente significaron aquellas palabras—. No puedo mentirte a ti, no a menos que sea para protegerte.
Felix alzó un poco más la cabeza y ambos compartieron un profundo y lento beso. Sus lenguas se acariciaban con lentitud, y el agarre de Minho se reafirmaba en la cintura del menor, el cual estaba pegado a la pared. El beso, poco a poco, va subiendo cada vez más de tono. Les encantaba sentirse, les encantaba haber tenido la oportunidad de terminar de aquella manera.
Felix estaba encantado cuando Minho bajó sus manos repletas de anillos a sus muslos y lo alzó, dirigiéndolos a la cama. Una de sus manos hizo un movimiento y el bolso con ropa cayó al suelo, dejando la cama libre para acostar a su niño favorito. Una vez lo hace, el Diablo se acostó sobre él y lo tomó de las manos, alzándolas hasta dejarlas a los lados de su cabeza, con los dedos de ambos entrelazados mientras el beso ardiente continuó. El Diablo comenzó a realizar movimientos sobre el cuerpo del menor, provocando que ambos miembros se friccionen por encima de la ropa. Felix comenzó a gemir entrecortadamente sobre los labios de su esposo.
—Min... —No podía formular palabra debido a que la boca del rey del inframundo ha ido a la piel en su cuello, besando de manera húmeda y caliente antes de comenzar a hacer succiones, marcándolo. Sus manos repletas de anillos soltaron las de su chico y las dirige a las nalgas de este último, presionándolo más contra él y sus movimientos—. Uhm...
Si, tenía la opción de relajarse, dejarse llevar. Quería estar con Minho, realmente quería. Sin embargo, debía ir a la escuela o sus padres nuevamente sospecharían que estaba enfermo, lo cual así era. Frunció apenitas el ceño mientras llevaba los brazos alrededor del cuello del ente, el cual comenzaba a besarle detrás de la oreja, volviéndolo loco.
—M-Min, la escuela... no hay tiempo. —Gimió debido a que las fricciones son más profundas. Dio...Diablos. Se sentía tan bien.
—Yo controlo el tiempo. —Minho se excusó.
La risa surgió desde el pecho de Felix, de manera honesta y levemente ruidosa. Minho detuvo las fricciones y se apartó un poco para observarlo serio, neutro. A cualquiera le daría miedo aquella mirada, pero Felix ya se había acostumbrado. El Diablo se limitó a admirar aquellos pequeños segundos en donde su esposo reía. Apenas sonreía últimamente, y ambos sabían por qué era.
Felix lo observó con una débil y dulce sonrisita, levemente sonrojado mientras una de las manos del Diablo iba hacia la mejilla del adolescente, tocando sobre el rubor. El pecoso podía jurar que su corazón iba a salirse de su pecho, debido a que pocas veces Minho tenía aquellas demostraciones de afecto. Poco a poco ambos estuvieron serios, tan solo viéndose a los ojos.
—Te amo, Min. —Susurró.
Minho suspiró mientras lleva su mano al cabello de su chico, acariciando.
—Lo sé —respondió. Felix tragó el nudo que comenzaba a formarse en su garganta al no ser correspondido. Era tan inseguro. Sin embargo, la respuesta de Minho había sido más afectuosa que las veces anteriores—. Necesito que hagamos lo que te propuse.
Felix suspiró entrecortadamente.
—Está bien, pero...pero mañana. Por favor, que sea mañana.
Minho se lo quedó viéndolo fijamente, como queriendo decirle algo.
—Bien, mañana. —Felix sabía que no estaba de acuerdo por su tono. Ambos volvieron a besarse y la fricción continuó luego de unos segundos.
Felix no pudo dejar de suspirar mientras oye la respiración profunda del Diablo en su oreja. Sus pequeñas manos acarician la cálida espalda del ente por encima de la camisa, y deseando sentirlo más, tímidamente mete sus manos por debajo de ésta, sintiendo la calidez en sus dedos.
Minho no pudo evitar gruñir levemente ante aquello. Le gustaba. Bajó sus manos y abrió el pantalón de Felix, bajándolo junto a su ropa interior. Hizo lo mismo con los suyos y de nuevo comenzó la fricción. Ambos suspiraban al sentir el placer intensificado, y, nuevamente, se abrazan mientras movían sus pelvis a la par.
—Dios... —Felix jadeó, y Minho sonrió de lado mientras le besa la piel del cuello. —Ah...
—¿Te atreves a soltar el nombre de Dios mientras estás en la cama con el Diablo? —Silbó en aprobación y, con sus manos en las nalgas de Felix, las presionó para sentirlo aún más. —Eres un chico malo...
Felix, sonrojado, pero sin dejar de gemir suavemente, lleva su boca a la oreja del Diablo y exhala entrecortadamente.
—Diablos —Corrigió en un gemido.
Minho muerde suavemente el cuello de su esposo.
—Ese es mi chico. —Porque, joder, amaba ver a su personita inocente volverse algo rebelde.
Ambos comenzaron a sudar, el placer que fluyó por la sangre de ambos era demasiado, sus erecciones palpitaban demasiado fuerte y, oh, se sentía tan bien. Los movimientos de ambos eran bruscos. Minho sabía cuándo Felix estaba cerca por sus bonitas expresiones, en donde entreabría sus labios sin soltar más que suspiros y fruncía levemente el ceño. Rápidamente besó sus labios, e hizo que sus lenguas se encontraran una vez más.
Abrió las piernas del joven un poco más y, aún friccionándose, metió dos dedos en el interior de este. Un gemido algo ruidoso y agudo salió de la boca del pecoso antes de ser besado una vez más. Apenas pudo respirar de lo bien que se sentía. Los dedos del Diablo realizaban un vaivén, rozando su punto dulce. Su interior se contrajo, y quería alejarse de la boca del ente para respirar profundo, pero éste lo tenía agarrado de la mandíbula con su mano libre. Era demasiado, solo demasiado.
—Min... —Jadeó, y cuando el Diablo movió sus dedos contra el punto dulce del joven, aquello ya era suficiente. Éste último se arqueó, dejando su boca entreabierta, doblando los deditos de sus pies y sintiendo el placer más exquisito mientras derrama su esencia entre los cuerpos de ambos, manchando sus torsos.
Se relajó de inmediato y esperó hasta que el Diablo finalmente llegara al orgasmo, también manchando sus torsos. Felix necesitaba un cambio de ropa.
De inmediato.
Sus ojos se abrieron lentamente. Le pesaban demasiado y todo su cuerpo dolía. Hay una especie de vacío más notable en su pecho, y el malestar no está presente. Es cuando nota esto último que sus ojos se abren.
El hospital, de nuevo.
Cielos. La gente de seguro ya le conocía allí.
Tenía algo inyectado en uno de sus brazos, una venda en una de sus muñecas, la cual dolía como el infierno al que seguramente iría, y a su madre sentada en una silla de al lado. Es cuando respira profundamente que Sarah jadea bajo, aliviada y se acerca, tomándole la mano sana a Felix.
—Amor.
El pecoso carraspeó. Su garganta estaba algo seca.
—¿M-Mamá?
—Shh, tranquilo. —Le sonrió dulce, intentando verse tranquila mientras comienza a acariciarle la cabeza—. Estás bien. Te diste un golpe fuerte, pero estás bien.
—¿Qué sucedió?
—Te caíste de las escaleras. —Sarah dijo, y sus ojos se llenaron de lágrimas. La culpa carcomió a Felix.
—Oh. ¿Cuánto dormí?
—Ha pasado un día, bebé. —Vaya—. Supongo que te dejarán irte hoy, en un par de horas. Iremos a la cabaña, y durante el viaje pondremos la música que tú quieras. —Felix agradecía como su madre quería ponerle de mejor ánimo con caprichos. No pudo evitar sonreír débil, no mucho ya que le dolía todo—. Hornearé cosas ricas, y comerás mientras te arropo en tu mantita, y estarás bien. ¿Sí? —Felix asintió lentamente mientras sus ojos se llenaban de lágrimas—. ¿Te duele algo?
El corazón.
—Me duele la cabeza, el rostro. El torso, las rodillas y sobre todo mi muñeca.
—Tienes muchos hematomas, Felix. Y tu muñeca se rompió. Debes tomar remedios.
—¿Papá y Katie?
—Están fuera. Tu padre quería verte, le diré que pase. —Deja un beso en la frente de Felix antes de ponerse de pie.
—¿Mamá? ¿Puede papá traerme un poco de agua, por favor?
—Claro, mi cielo. —Y salió.
Se mantuvo esperando allí, mirando al techo. Tenía miedo, pero estaba intentando ser valiente. Había pasado un día sin Minho, y ya que estaba mejor física —bueno, no tanto— y mentalmente, podía pensar en que claramente el Diablo tenía razón.
—Hey, Lixie. —Parpadea y nota a su padre entrando a la habitación con una leve sonrisa. Felix tan solo sonríe débilmente mientras ve a Dongyul sentarse en el asiento que había a un lado de la camilla. Suspira. —¿Cómo te sientes?
—Estoy vivo. —Felix responde, nuevamente poniéndose serio.
—Eso es bueno. Hablé con el doctor, podrás irte en unas horas. —Finalmente una buena noticia. Felix asintió, realmente aliviado. —¿Tú quieres que vayamos a la cabaña? Porque si estás mal y no quieres puedes decírmelo. Y no lo haremos.
Ese fue un detalle realmente bonito de parte de su padre. Por primera vez en mucho tiempo sentía que alguien escucharía su opinión. Con una leve sonrisita negó.
—No, no. Está bien, quiero irme. Creo que me hará bien despejarme un poco.
Dongyul asintió, de acuerdo.
—Oh, toma. —Y Felix tampoco había notado el vaso con agua en la mano de su padre. Lentamente se sentó, negándose a la ayuda del hombre, tomó el vaso con su mano sana, bebiéndoselo todo. Se lo devolvió a su padre y se estiró un poco—. Él me lo dijo.
Felix nuevamente ve a Dongyul.
—... ¿Qué? ¿Quién?
—Él. El hombre de ojos rojos. —Dijo. A Felix se le fue la respiración, o al menos eso sintió. Le daba miedo cuando alguien más habla de Minho, porque no sabía qué hacer o qué decir. Su padre lo estaba viendo fijamente, de manera neutra—. Me buscó, sabía que yo estaba en el piso de arriba cuando llegaste. Me dijo lo que debía de hacer, y te traje al hospital.
Felix tragó con fuerza mientras lágrimas escapaban de sus ojos y fluyeron lentamente por sus mejillas, observando a su padre con mucha culpabilidad. Apretó sus labios y asintió lentamente, bajando la mirada y volviendo a tragar con fuerza.
—Gracias —dijo con su voz baja, rasposa.
Su padre se acercó más su silla a la camilla de su hijo y se inclinó, viéndolo fijamente.
—¿Por qué estás llorando? —Felix negó lentamente. Aquellas preguntas solo le provocan más ganas de llorar—. Felix... hijo, necesito que me escuches. —Felix lo observaba luego de limpiar su rostro. Se sentía pésimo. No solo es la culpa, el miedo, el extrañar a Minho, si no que todo su cuerpo le duele, y se sentía solo. Extrañaba a Jisung, extrañaba a Katie—. Aprendí la lección, y no voy a juzgarte. —Le aparta el flequillo de la cara a su hijo—. El día en que me fui allí, antes de eso, tú me dijiste muchas cosas.
—Lo sie...
—No —interrumpe Dongyul. No quiere disculpas—. Me dijiste muchas cosas que eran ciertas, y aquello hizo algo en mí. Muy pronto comencé a pensar igual que tú, abriste mis ojos y me sentí asqueroso —confesó—. Sabía que no iba a cambiar de un minuto a otro, pero podía intentarlo. Podía comenzar, y el comienzo de aquello era pedirte una disculpa. Pronto salí de la casa, volví a estar dentro. Y luego caí, y ya no pude salir. Y sé que aquí no fue así, y cuesta perdonarme, pero hace tres años que no te veo y lo que menos quiero que sientas es que voy a decirte algo que no quieres oír.
Una sonrisita débil se formó en el rostro de Felix mientras las lágrimas continúan cayendo.
—Gracias, papá.
Dongyul asintió, apretando sus labios mientras se ponía de pie.
—Solo espero que estés haciendo lo correcto —dijo—. Voy a pedir algo para que comas, de seguro tienes hambre. Ahora vuelvo.
Felix asintió y, una vez más, limpió su rostro mientras observaba a su padre salir de la habitación. Suspiró y sintió que, por fin, luego de mucho tiempo, algo le salía bien, y tenía el apoyo que necesitaba. Nuevamente se acostó y se pone de lado, viendo hacia la ventana los árboles que había por la ciudad. Frunció un poco el ceño al observar una pequeña figura negra en uno de los troncos de los árboles y suspira al notar al cuervo allí. Bueno, al menos está siendo cuidado.
«Espero que estés haciendo lo correcto.»
Tal vez no lo estaba.
Pero definitivamente Minho era lo correcto en su vida.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro