XIX: Hogar, adridulce hogar
Aquel frío lugar, la falta de vida y la notable crueldad lo hicieron tener más de dos escalofríos en menos de cinco segundos. Sin poder evitarlo se acercó más a Minho, tomándolo del brazo.
—No hay nada que temer —dijo el Diablo—. En parte, éste es tu hogar. —Y comenzó a caminar con su chico sosteniéndose de su brazo.
Pasaba con la cabeza en alto entre todas aquellas personas formadas, recibiendo silencio y ninguna mirada, respeto al ser el rey de todo aquel lugar. Felix evitó observar a algunas personas que golpeaban su cabeza contra la pared, fuera de sí. ¿Hace cuanto estaban allí, tan solo de pie, esperando por algo peor? Muchos de ellos parecían estar pudriéndose, con sus pieles cayendo de sus cuerpos.
Había un hombre a unos metros, al principio de toda aquella fila. Mientras el pecoso caminaba y observaba alrededor, podía oír la grave voz de aquel hombre hacer comentarios completamente sarcásticos y crueles. "¿Alguno tiene sed?" "¿No creen que se están tardando mucho? ¿Qué dicen si aplaudimos?"
—Azazel —dijo Minho cuando llegaron al principio de la fila, y Felix intentó no sorprenderse ante lo escalofriante que sonó su voz. Autoritaria, demandante, demasiado fría y seca.
El pálido hombre de unos cuarenta años, el cual dejó de reír de inmediato y se giró hacia el Diablo, haciendo visibles sus ojos completamente negros, comenzaba a verse asustado e incluso débil.
—¿Sí, mi rey? —respondió, y de reojo observó al adolescente que se encontraba a un lado del rey del inframundo, abrazándose al brazo de éste.
Minho se mantenía inexpresivo y hablaba con decisión.
—Quiero que te inclines —dijo. El demonio de inmediato lo hizo, poniéndose frente a su rey—. Inclínate ante tu nuevo príncipe.
El demonio alza la mirada, confundido al principio, pero de inmediato se arrastró frente al adolescente, inclinándose ante él.
—Mi príncipe.
Felix observaba al demonio inclinado a sus pies con sus ojos más abiertos de lo normal. Le parecía extraño, porque una de esas cosas era su pesadilla, una de esas cosas lo seguía e intentaba matar. Le parecía extraña la situación, irreal, pero maldita sea, que sí era real. Que un demonio le estaba haciendo una reverencia y lo había llamado «Príncipe».
—Hola... —dijo, y se sintió estúpido.
Minho rodó los ojos sin que nadie lo viese.
—De pie —ordenó. El demonio lo hizo de inmediato y retrocedió unos pasos—. Él vendrá aquí cuando se le antoje, y espero por el bien de todos que se le trate como lo merece, o tendrán el doble de sufrimiento —dijo mientras miraba a todas las personas formadas, las cuales lentamente pasaban de ser muertos vivientes a muertos vivientes hiperactivos, con obvios nervios ante la presencia del rey del inframundo—. ¿Capiche?
—Por supuesto, majestad.
Minho movió su brazo, lo extendió hacia Felix, el cual tomó al Diablo de la muñeca con ambas manos, distraído al estar viendo alrededor.
—Sigue con tu trabajo —le dijo a su sirviente, y dio unos pasos más, abriendo una puerta que hay a un costado del largo y algo estrecho cuarto. Era alta, de hierro y suena pesada cuando Minho la abrió sin hacer ni un poquito de fuerza. Guio al adolescente para que pasara primero, y luego se adentró él, cerrando detrás.
Ambos se quedaron en silencio, Felix parpadeó debido a que la luz ha bajado aún más. Parecía como si estuviese metido en un largo pasillo de pura tierra, con alguna que otra antorcha iluminando a lo largo. Se oían lamentos a lo lejos, llantos. Minho se puso frente a él, y ambos se miraron fijamente para confirmar que el menor se encontraba en buen estado. Le dio un asentimiento a su esposo, y el rey del inframundo lo tomó de la muñeca antes de comenzar a avanzar.
Felix descubrió que aquel pasillo tenía muchas esquinas que llevaban a más pasillos con más esquinas. Vio algunas puertas, y supuso que dentro había gente encerrada, porque muchos rogaban por salir. Un nudo se le iba formando lentamente en la garganta. ¿Eso habrá pasado su padre? ¿Su primo? ¿Parker Jenkins? ¿Habría sido peor? Porque estaba comenzando a notar que nada era mejor en aquel lugar.
No le salía la voz, no quería decir ni una palabra, incluso cuando se estaba muriendo de curiosidad. ¿A dónde lo guiaba Minho?
En el final del pasillo, otra puerta se hizo presente, una igual a la anterior. El ente la abrió e incitó al adolescente a que pasara primero, el cual lo hizo. Le temblaban las manos.
Aquel cuarto era enorme, redondo, con paredes muy altas, al igual que el techo altísimo, todo gris. Había enormes puertas dobles de hierro por doquier, el suelo era liso, y en medio de todo este cuarto, unas elegantes escaleras negras guiaban a un lugar en el subsuelo.
La mano repleta de anillos fue hacia la espalda baja del menor, guiándolo con suavidad hacia las escaleras.
—¿Qué son todas esas puertas? —preguntó, mirando alrededor. Se alegró de que su voz hubiese salido.
—Diferentes rincones del infierno —respondió, y ambos comenzaron a descender por las escaleras.
Eran en forma de caracol, y a simple vista lucían larguísimas. Sin embargo, no tardaron tanto en llegar a una enorme puerta. Lucía igual que las demás, solo que bañada en oro. Minho alejó su mano de la espalda del más bajo antes de abrir la puerta con ambas manos y hacerse a un lado para que Felix se adentrara primero, cosa que hizo.
Decir que quedó maravillado era poco. El lugar era amplio, alto y muy elegante. El piso color marfil brillaba, las paredes eran de un bordó oscuro. Había una gran chimenea, la cual estaba prendida. Tan solo una pared estaba ocupada hasta arriba de todo con libros, cuadernos, cosas que lucían completamente importantes. En medio del cuarto había un pequeño escalón que llevaba a un pequeño piso más alto, redondo. En medio de éste había dos tronos: Uno con un respaldo inmenso, negro y otro más pequeño a un lado, del mismo color. La habitación estaba iluminada por algunas velas en pequeños candelabros de las paredes, también en uno bastante grande en el techo y, debido a la lejanía, mantenía una luz tenue, suave. Perfecta.
A un costado había un escritorio con un asiento bordó de un respaldo bastante alto, también. Sobre el escritorio había papeles bien ordenados, excepto dos y una carpeta que estaba, sobre todo.
—Wow. —Solo puede decir. Minho, que lo estaba observando desde que se adentraron a la habitación, sonrió lentamente de lado. Jamás había tenido intriga de ver a alguien emocionarse por el infierno, por su lugar en específico, donde dirigía todo. Sin embargo, allí estaba—. Esto... es muy lindo. —Admiró todos los libros en los estantes de la enorme biblioteca que ocupaba una pared—. ¿Los has leído todos?
—No son solamente libros, hay libros de otros universos, y archivos con contratos de personas importantes —dijo, comenzando a caminar hacia su escritorio. Ya podía apartarse de Felix y todo debido a que estaban en una zona segura y tranquila para el adolescente.
—Wow... ¿En verdad existen otros universos?
—Sí. Mundos paralelos, también. Lo descubrirán en un futuro cercano, probablemente estés para verlo. —Lo que Felix sintió después de eso fue emoción, y escalofríos. Estando con el Diablo no recordaba que podría morir. Luego de que el Diablo terminara de echarle un vistazo a uno de los papeles de su escritorio, se acercó al más bajo y le tendió su mano—. ¿Le apetecería al príncipe sentarse en su trono?
Felix revolotea sus pestañas con rapidez por un segundo, sorprendido y volviendo a ver hacia los tronos. Si, había visto los dos, pero, por algún motivo, no se le cruzó por la cabeza que uno sea suyo.
—En serio tengo un trono... —dijo, sin creerlo y aceptando la mano del Diablo, el cual de inmediato lo guio en aquella dirección. Subieron aquel pequeño escalón, y ayudó a su chico a sentarse. Éste último a simple vista pensó que sentarse en uno sería demasiado incómodo, pero hasta parecía acolchonado sin serlo. Era extraño. No pudo evitar sonreír un poquito—. Esto... no es como lo imaginaba.
Minho terminó de acomodarse en su trono, viéndolo fijamente.
—¿No? ¿Qué imaginabas?
—Bueno, no recientemente, pero antes de conocerte imaginaba al infierno... a ti, completamente diferentes. —Minho continuó observándolo fijo, esperando a que continuara expresándose—. Pues te imaginaba a ti, tú sabes... —Se movió sobre su trono, comenzó a sonrojarse y muy avergonzado, dejando de ver al rey del inframundo—. Como una especie de monstruo rojo, con bigotes, cola, cuernos y un tridente. —Minho negó lentamente, con una pequeña sonrisa ladina. —Lo siento.
—No, es gracioso. Es completamente diferente.
—Bueno, sí. Tú... eres muy bonito. —dijo, sonrojado. Minho lo observaba.
—Lo soy —dijo, inexpresivo—. Y también lo eres tú.
El pecoso bajó la mirada, negando lentamente.
—Gracias —dijo tímido.
—No deberías de agradecer lo que no se siente —respondió. Felix alzó la mirada de inmediato y ambos se vieron fijamente—. Está bien no sentirse hermoso, yo provoqué eso el día que le di «El fruto prohibido» a Eva.
El menor parpadeó con rapidez, sorprendido.
—¿Eso realmente sucedió? —Minho asintió con lentitud—- ¿Eras una serpiente?
El ceño del Diablo comenzó a fruncirse, y se permitió unos segundos para asimilar lo que su esposo acababa de decir.
—Creo que debería de leer la Biblia, así al menos no me sorprenderé tanto cuando me cuentas estas cosas.
—Lo siento, Min —Se disculpó. Esperaba no haberlo ofendido.
—No era una serpiente —dijo al final. Se puso de pie y bajó el pequeño escalón, yendo hacia su escritorio—. Era yo, tal y como soy ahora. Las serpientes no hablan —lo dijo en un tono tan obvio que Felix no evita llevar una mano a sus labios, silenciando una carcajada—. Yo tan solo persuadí, manipulé.
Felix asintió lentamente, aunque no lo comprendía. Es decir: La Biblia decía que el Diablo era malo, que el Diablo lo había hecho porque así era, porque así le gustaba ser. Decía que hacía todo el mal del mundo, y muchas veces era torpe, no pensaba realmente.
Sin embargo, Minho era completamente lo opuesto. Era hermoso, era perfecto ante sus ojos. Sí, le gustaba el mal, y sí, le gustaba dirigir el infierno; Felix lo había visto en aquella sonrisa con la cual le dio la bienvenida a aquel lugar.
Pero lucía inteligente, calculador, sabía cuándo atacar y cuando no. Lucifer, Satanás, Satán, y su nombre era Minho. Su imagen había sido cruelmente arruinada, y no sabía si se lo merecía, o si no. Todo debido a que el Diablo jamás lo había dañado intencionalmente.
O tal vez sí, pero hace ya un tiempo.
Alzó la mirada, y noto como Minho le veía fijamente. Ya no se sobresaltaba tanto, aunque le daban escalofríos cuando éste tenía los ojos completamente bordó, justo como ahora.
—Hay un motivo por el cual soy bonito, como tú dices —comenzó, dejando los papeles que tomó del escritorio, una vez más en éste y caminando hacia el pequeño escalón—. Era un arcángel, lo sigo siendo. Antes era el favorito de Dios, y me hizo hermoso. Es por eso por lo que me sorprende tanto que los religiosos crean que soy un chiflado, de piel roja y feo: Ellos saben quién fui y quién sigo siendo.
Felix suspiró mientras el Diablo, ya habiendo subido el escalón, se posicionó frente a él y apoyó sus manos en los apoya-brazos del trono del menor, inclinándose un poco para quedar cerca de éste.
—Es que, a veces la gente inventa cosas. Tal vez antes la religión era honesta, y se podía apreciar. Últimamente la he sentido como una mentira, como si ya no supiese qué creer.
—¿Te estás volviendo... satánico? —bromea. Felix no pudo evitar reír bajo, alzó la mirada para verlo. Ambos rozaron sus narices—. No será en tanto tiempo cuando una multitud de personas en diferentes mundos dejen de creer en Dios gracias a las mentiras de la iglesia. Eso es lo que yo intenté demostrarle antes de que me arrojara del cielo: «No confíes en todos, no siempre serán honestos. Y no todos los humanos serán perfectos. Van a manchar tu nombre». No me escuchó, y aplicó este castigo en mí. —Sonrió de lado. —Me dio un lugar, un nombre, y me difamó. Pero ¿Adivina qué? —Se apartó tan solo unos pequeños centímetros para ver fijamente los preciosos ojos de su esposo—. Aun así, me temen.
Felix relamió sus labios.
—Yo no te temo. ¿Eso está mal?
Minho borró un poco su sonrisa, viéndolo fijamente a los ojos, nuevamente inexpresivo.
—No —dice y se inclina más, tomando con sus labios los de su chico en un lento y profundo beso.
Felix saboreó la boca del Diablo, tembló ante el toque de sus lenguas acariciándose y de sus respiraciones mezclándose. Minho le envolvió la cintura con sus brazos, poniéndolo de pie y dejándolo de puntitas. El beso continuó, intensificándose cada vez más. Los brazos del menor rodearon el cuello del ente para tener más comodidad y estaban dispuestos en llegar a más justo allí, en el despacho del Diablo, en el infierno.
Sin embargo, Felix tenía una duda la cual no dejaba de rondar por su cabecita.
Se separó del beso.
—Min... —llamó, y el nombrado le robó otro suave beso—. ¿Recuerdas que estaba hablándote sobre nuestro futuro?
—Sí.
—Y tú dijiste: «Por los siglos de los siglos», «Hasta el final de los tiempos». —Se encontraba embobado, intentando formular bien las palabras debido a que el Diablo no dejaba de robarle besos suaves.
—Mh.
—Pero yo... soy humano. Voy a crecer, envejecer, morir —dijo. Minho detuvo sus besos, y ambos abrieron los ojos, viéndose fijamente, inexpresivos. El ente pudo oler el miedo en su niño favorito—. Y eso significa que no habrá ningún «Para siempre».
Reafirmó el agarre en su cintura, y las pupilas del rey del inframundo lucían más dilatadas.
—No digas eso —dijo.
Felix se lamentó, se le rompió el corazón. Con timidez y mucho cuidado deslizó sus brazos fuera del cuello de su esposo, y sus delicadas manos fueron al rostro del mayor, acariciándolo.
—Lo siento, pero es la verdad —susurró. Su voz se entrecortó un poco. El pecho comenzaba a dolerle—. Sabes que a mi lado nada es bueno, ¿Verdad?
—Felix, ¿En serio le estás diciendo eso al Diablo? —El nombrado no pudo evitar sonreír sin ganas. Minho suspiró, acercándolo más al punto en que los torsos de ambos están juntos—. ¿Cómo puede mi niño favorito creer algo así?
—He llegado a la conclusión de que no tengo un final feliz.
—Nadie lo tiene. Todos mueren, todos se despiden —respondió. No es lo que el adolescente quisiera oír, pero de todas formas asintió lentamente, aceptando aquellas duras palabras—. Pero no tú. Tú vas a ser malditamente feliz conmigo.
—¿Cómo?
—Si hubiese una manera de vivir para siempre, ¿Lo harías? —Felix una vez más alzó la mirada, algo sorprendido—. De estar conmigo, por los siglos de los siglos.
—Sí.
—No creo que lo estés pensando —respondió el Diablo, y es duro meterse el egoísmo por el culo, solo por tener a alguien en quién pensar—. Vivir por siempre implicaría... todo. Todos los que conozcas van a morir, y tu seguirás con la misma edad. Van a notarlo, y probablemente tengas que alejarte. Todas las personas que conozcas en todos los años que vivas, van a morir. Desearía no tener que decírtelo, pero tienes que pensarlo adecuadamente.
Felix suspiró, cerrando sus ojos por un par de segundos. Sintió que su cabeza iba a estallar. Una vez más los abrió y vio fijamente a su esposo y asintiendo lentamente.
—Lo pensaré.
Minho sonrió lentamente de lado.
—Ese es mi niño favorito. Vamos, hora de volver a tu verdadero hogar.
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