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V: Ataque al corazon

Sus ojos permanecían abiertos, pero no podía mover su cuerpo, ni tampoco hablar. Se sentía como estar dormido, pero con la mente alerta a lo que sea que sucediese.

La altísima figura, cubierta por una enorme capa negra, al punto en que ni siquiera su rostro era visible, se encontraba en un rincón de su habitación.

Inmediatamente supo que se trataba de la misma figura que había visto en el accidente de la carretera, rumbo a la iglesia. Ésta no hacía nada más que permanecer de pie allí, pero Felix sabía que, incluso sin ver su rostro, lo estaba observando, como aquella vez.

La desesperación que intentaba contener, poco a poco, parecía querer esfumarse, pero sintió el miedo extenderse por su pecho cuando la figura avanzó a paso rápido hacia el lado izquierdo de la cama, inclinándose hasta estar a la par de su oído izquierdo. La respiración de aquella "cosa" era pesada, desagradable, pero cuando le susurró al oído fue mucho peor. Tenía una voz tranquila, pero grave y amenazante. No entendió absolutamente nada de lo que decía, porque hablaba en otro idioma, pero su tono era burlón, y reía terroríficamente.

Felix sintió muchísimos escalofríos, la necesidad de respirar hondo, pero sentía como si un peso muerto estuviese sobre su abdomen, obstruyendo su respiración. Sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas, pero, antes de siquiera intentar gritar con todas sus fuerzas, en tan solo un parpadeo, logró tener dominio sobre su cuerpo.

Respiró hondo, sentándose y viendo a su alrededor con paranoia: no había absolutamente nadie, tan solo plena oscuridad y un malestar, el cual le indicaba que el Diablo estaba presente. Podía respirar, podía moverse, y nada iba a dañarlo. Suspiró entrecortadamente antes de volver a recostarse con lentitud, intentando no romper en llanto y llevando su mirada lentamente hacia el rey del inframundo, el cual estaba con su espalda contra el respaldo de la cama.

—Tuviste una parálisis de sueño —Le dijo al mundano, viéndolo fijamente, sin expresión alguna.

Felix no comprendió si se debía a que se encontraba cansado o se sentía desprotegido, pero, de manera tímida y disimulada, se acurrucó contra el torso del Diablo, aún sin dejar de ver a su alrededor. El silencio permaneció hasta que fue capaz de regular los acelerados latidos de su corazón, con la paranoia disminuyendo ante la calidez de la piel contraria, incluso por encima de la ropa.

—¿Alguien se salva de ir al infierno? —Preguntó en un tono casi inaudible, temiendo una respuesta que -muy probablemente- recibiría.

—No, y es por eso que las personas no realizan pactos conmigo muy a menudo —Respondió Minho, llevando uno de sus brazos por detrás de los hombros del chico. Aquello lo relajó aún más—. Tú me sorprendiste.

—¿Lo hice?

—Me maravillaste. Nunca sentí a alguien tan puro rogar por mi presencia.

Las mejillas de Felix ardieron de manera feroz, recordando en qué condiciones se encontraba cuando decidió permanecer bajo el agua. Aún se sentía extraño para él, jamás hubiese creído que se atrevería a realizar una locura como aquella.

También recordó cuando Minho le confirmó el haber sido él quien lo ahogó con su peso. Sin embargo, estaba oscuro, y el Diablo no podía ver en la oscuridad...

¿O si?

¿Acaso lo vigilaba cada segundo? Supuso que sí, ya que siempre sentía aquella protección, aquel malestar, aquel...agradable pero extraño calor. Era una suerte para Felix no poder verlo a los ojos, porque si así fuese, luego de saber que ambos habían estado mucho más cerca de lo usual, moriría de vergüenza siquiera antes de que éste último pudiese llevarse su alma.

—¿Te has llevado el alma de alguien importante? —Se atrevió a preguntar, curioso.

Minho asintió lentamente ante la pregunta de su niño favorito—. Me he llevado el alma de muchas personas importantes, hace cinco años que no lo hago.

—¿Puedo preguntar...?

—Lo que quieras.

Felix asintió, más seguro—. ¿Quién fue la última persona?

—Marilyn Monroe —Respondió, sin dudas ni vergüenza.

La sangre de Felix se heló, y si no fuese porque estuviese hablando con el Diablo, lo hubiese echado a patadas de su casa, no sin antes hacerle saber lo horrible que aquello lo había hecho sentir. ¡Se trataba de la mismísima Marilyn Monroe! ¡Su modelo a seguir! A escondidas, claro. Aquella dulce, fuerte y triste mujer había vendido su preciosa alma al Diablo...

...al cual no le importó.

Aquello provocaba un profundo malestar en Felix, debido a que hace días convivía con la presencia de Minho. Le gustaba, sí: podría estar teniendo una atracción más allá de lo físico con el rey del inframundo. ¡Era imposible! No solo se trataba de su apariencia, si no de la manera en la cual lo hacía sentir, omitiendo el inevitable malestar de su presencia. Le gustaba la protección que sentía cuando estaba con él, la manera en la que sus fuertes y cálidos brazos lo envolvían.

Sin embargo, no era tan torpe, como aparentaba.

Últimamente, el frío era anormal, el insomnio aumentaba, y todo lo que veía al cerrar sus ojos eran imágenes perturbadoras. El pitido de su oído izquierdo comenzaba a hacerlo sentir que podría sangrar y, por supuesto, ¿cómo olvidar el obvio rechazo a todo lo que tuviese que ver con Dios? Sumando sus cambios de humor y la creciente rabia cuando su mirada se encontraba con la de su padre.

Algo estaba muy mal con él, aumentaría, y lo sabía. Se sentía como si su alma se fuese de su cuerpo, poco a poco, e intentaba no pensar que, en algún punto, tan sólo sería una desesperada alma atrapada en el pequeño espacio bordó de uno de los ojos de Minho.

Le dolía.

—Felix —Lo nombró con voz ronca. Siempre sonaba como si recién hubiese despertado, y aquello erizaba la piel del Pecoso—. Voy a enseñarte algo: cada vez que alguien pide por mí, es porque saben que voy a llevarme sus almas —Comenzó—. Así es el mundo, ¿o me equivoco? La gente pide algo a alguien más, fingiendo no querer nada a cambio, pero, al fin y al cabo, siempre lo hacen. Siempre quieren ese "algo", pero no saben si serán capaces de recibirlo o no. Conmigo es diferente.

—¿Por qué? —Se atrevió a preguntar el mundano.

—Porque yo cumplo —Respondió el Diablo inmediatamente.

Felix suspiró—. Ni siquiera sé exactamente lo que he pedido.

—No es necesario decirlo —Se encogió de hombros, desinteresado—. Simplemente voy a cumplirlo.

Felix no insistió, no quería exigir saber mucho más, incluso si moría por ello. Dudó unos silenciosos minutos antes de decidir formular una última pregunta:

—¿Min...Minho? —Corrigió rápidamente, ruborizándose casi de inmediato ante el apodo con el cual había llamado al Diablo. No debía tratarlo con tanta confianza, debía de agradecer el que Minho no exigía que lo tratase de "usted"—. ¿Hay alguna manera en la cual no me sienta...tan mal? Siento, uhm —Pensó por un momento, observando hacia otro lado e, inconscientemente, formando una trompita con sus labios. Solía hacer aquello cuando pensaba mucho, y Minho supo admirarlo—. Siento como si fuese a desmayarme, pero nunca lo hago. Aquella sensación...

El arcángel negó lentamente, interrumpiendo su oración—. Es parte de todo esto. Te acostumbrarás.

—Es extraño —Sus ojos se entrecerraron entre la oscuridad del cuarto, sintiendo que pensaba en voz alta—. Siento algo mal en mí, pero me siento bien cuando estás cerca —Se atrevió a decir—. Como...protegido.

La mano del Diablo tomó la barbilla de su niño favorito, alzándola. Éste último cerró sus ojos debido a que no soportaría verlo fijamente. No quería apartarse, y Minho aprovechó aquel momento para admirar las bellas facciones en el rostro del mundano: precioso, fuerte pero frágil, como la porcelana.

—Eso es porque estoy aquí —Habló suavemente—. Recuerda mis palabras: nómbrame, y haré algo al respecto —Felix sintió el aliento del rey del inframundo sobre sus labios, y su respiración se cortó, manteniéndose de aquella forma mientras recibía un suave beso en su frente. Aquello lo tranquilizó por completo—. Hora de soñar.

Instantáneamente, el sueño comenzó a reinar en la mente de Felix, el cual volvió a dormirse y a revivir toda perturbadora pesadilla que anteriormente había tenido, incluso descansando en paz.


—Buenos días —Anunció Felix en un suave tono de voz, adentrándose a la cocina.

—Buenos días, cariño —Su madre respondió de espaldas, cortando rebanadas de un budín de pan que había preparado y poniéndolos en pequeños platillos floreados—. ¿Cómo has amanecido? —Se giró con uno de los platos en mano, viendo a su hijo y abriendo sus ojos de par en par—. Dios bendito —Su voz se entrecortó y el objeto que cargaba cayó al suelo, quebrándose de manera ruidosa en menos de un segundo.

Su hijo se veía muy delgado, luciendo más diminuto de lo usual, con sus gruesos labios del color de una servilleta, al igual que su rostro. El hematoma en su pómulo, provocado por la ira de su marido, continuaba intacto, respaldado por bolsas oscuras bajo ambos ojos. No lucía para nada sano, y aquello la desesperó aún más, porque quería protegerlo de absolutamente todo. Un nudo se instaló en su garganta mientras recordaba el cambio de temperatura que su hijo había sufrido tan solo un par de días atrás. ¿Debería de volver a llevarlo al hospital? El doctor Jenkins había dicho que, si algo así volvía a suceder, debería regresar de inmediato.

—¡Mami! —Exclamó su hijo, preocupado ante la inesperada reacción de Sarah—. Quédate en tu lugar, iré por una escoba —Buscó a su alrededor, hallándola y tomándola mientras se acercaba—. ¿Qué sucedió? ¿Por qué soltaste el plato de aquella forma? —Interrogó mientras barría rápidamente, rogando que su padre no llegase—. ¿Te lastimaste? ¡Traeré vendas!

Sarah lo detuvo con rapidez, viéndolo fijamente mientras negaba con lentitud, sin poder creer lo descuidada que había sido con su hijo más pequeño. Incluso si no era un bebé, para ella continuaría siéndolo siempre.

Rápidamente lo envolvió en brazos—. ¡Cielo! ¿Te sientes bien? ¿Por qué luces así? —Su voz temblaba—. Desayunemos algo y vayamos al hospital, ¿está bien?

—No, no, no. Estoy bien —Rápidamente cubrió con una mentira el hecho de que su cuerpo luciese como el de un cadáver—. Estoy bien, solo dormí muy mal —Aquello último era verdad.

Su madre lo soltó, guardando silencio mientras su hijo barría los cristales del suelo con rapidez, arrojando todo a la basura. Aquella charla se anuló cuando su padre y hermana mayor bajaron por las escaleras, preparados para desayunar. Era muy temprano, necesitaban ir a la iglesia, y aquello preocupaba de sobremanera al menor de los Lee.

Su padre —al igual que su madre— lo interrogó por su apariencia, y el Pecoso respondió lo mismo, siendo capaz de controlar su ira o sarcasmo. Se limitó a desayunar, bebiendo su jugo exprimido y comiendo un trozo de pastel que había comprado su madre en una tienda cercana. La comida no le había caído tan mal, y todo iba extrañamente bien...

...pero no podía ser normal.

Parpadeó un par de veces, llevando su mirada a la ventana. ¿Por qué lucía como si fuese de noche? ¡Apenas era la hora del desayuno! Se empeñó en observar mejor el cielo, notando claridad en éste, pero ni siquiera estaba la luz del sol.

De hecho, no había sol.

¿Era posible que desde la llegada de Minho todo se volviese, literalmente, oscuro?

Oyó a su familia comentar sobre actividades que harían durante el día, finalmente, hablando de compromisos que debían de realizar en la iglesia. Nuevamente, Felix sintió que moriría por la simple mención de ésta.

No lo sentía desde el día en que insultó a su padre. Su escuela estaba repleta de estampillas de santos, y hablaban más de Dios que de cualquier cosa verdaderamente importante. ¿Minho lo habría hecho?

¿Lo estaba "protegiendo" de sí mismo?

—Felix —Llamó su padre, y el Pecoso lo observó inmediatamente, notando un semblante lleno de preocupación—. Iremos a la iglesia, pero tú te quedas aquí a descansar, ¿está bien? —Ambos asintieron lentamente, de acuerdo, y Sarah lucía más tranquila ante aquella decisión.

El teléfono comenzó a sonar por encima de "Dominique", y Dongyul se disculpó antes de ponerse de pie, dispuesto a contestar el llamado. Por las expresiones de su madre y hermana mayor, Felix podía deducir que aquella no era una simple llamada, pero la música y el pitido en su oído izquierdo no le permitían oír la conversación.

Minutos después, su padre regresó, observó a su familia por un momento y se sentó a un lado de su esposa.

—Cariño, me ha llamado Joffrey —Le comentó a Sarah—. Él vendrá junto a Jacky y los niños. Dice que quiere que nos disculpemos por ofrecerle comida en mal estado —Suspiró antes de observar fijamente a la mujer, con un semblante serio y mandíbula tensa.

Sarah llevó sus manos sobre las de su marido de manera fugaz, negando mientras comenzaba a tartamudear, y Felix ocultó su impotencia mientras bebía de una cálida taza de té.

—Lo siento, amor —Se disculpó—. Y tranquilo. Tú no has hecho ningún mal, pero si quieren una disculpa, se las daré. Recuerda que Dios lo ve todo —Aconsejó la mujer.

Dongyul le agradeció con una ligera sonrisa, y todo parecía, muy lentamente, estar volviendo a la normalidad.

El hombre observó a sus hijos—. Por favor, apenas terminen de desayunar, necesito que vayan a sus cuartos y se vistan. Sarah, prepara agua para el té y algo delicioso —Ordenó a su esposa, la cual asintió. Llevó su mirada hacia su hija mayor y le sonrió amablemente—. Katie, ayuda a tu madre a limpiar —Por último, miró a su hijo menor—. Felix, tú descansa un poco y vuelve cuando lleguen tus tíos.

—Yo puedo ayudar a limpiar —Sugirió el Pecoso.

Sarah estuvo a punto de hablar, pero su marido la interrumpió:

—Nosotros no hacemos eso —Simplemente dijo, poniéndose de pie—. Hagan lo que dije —Y se marchó escaleras arriba, hacia su habitación.



Felix se vistió rápidamente entre escalofríos. Hacía mucho frío fuera, pero, debido a que estaría dentro de su casa, simplemente usó su ropa casual: calcetines largos, blancos, pantalones cortos, negros, desde la cintura hasta arriba de las rodillas, camisa blanca abotonada hasta el cuello y guillerminas negras.

Observó su reflejo por unos segundos, acomodando sus cabellos hacia un lado, como habitualmente los peinaba, y suspiró profundamente. Según él, lucía horrendo.

—Perfecto, mi niño favorito —Intentó ocultar una sonrisa al oír la voz de Minho a su lado.

Giró hacia la izquierda, viéndolo en el rincón de su cuarto con una de las comisuras de sus labios alzadas. Aquella sonrisa demostraba de todo, excepto algo bueno.

Se acercó lentamente a Felix, mientras éste último observaba por el espejo cómo el Diablo le envolvía la cintura con sus cálidos brazos, por detrás, encontrando sus miradas por el espejo. Su oído no molestaba tanto cuando se veían por el reflejo, lo cual agradecía, pero, de todas maneras, debía de apartar la vista.

—Mira cómo me veo... —Se lamentó el mundano en voz baja, notando aún más lo deteriorado que lucía, con su pálida piel, ojos apagados y cuerpo mucho más delgado. Todo estaba mal con él.

—Te ves emocionado por recibir a tus primos —Las manos repletas de anillos de oro del arcángel estuvieron sobre su cintura, girándolo para dejarlo frente a él—. Lo estamos, ¿verdad? Veamos... ¿Qué les haremos hoy? —Alzó una de sus cejas.

Felix mordió su labio inferior, bajando la mirada—. Creo que no deberíamos hacer nada... —Comentó, sintiéndose culpable.

De por sí, había sido lo suficientemente vergonzoso lo que les había sucedido a sus primos.

El silencio reinó por unos segundos antes que los brazos del Diablo lo envolviesen de manera más segura, aún por la cintura. Le alzó el rostro con una de sus manos, sosteniendo su mentón, sorprendiéndolo y dejándolo ruborizado mientras sentía los labios de Minho rozar su mejilla derecha. Aquel roce ardió un poco sobre su piel, pero todo era tan cálido a su alrededor, al punto en el que Felix deseaba que aquello durase para siempre.

—No creerás lo mismo en un futuro cercano —Tan solo advirtió el mal personificado—. Nómbrame...y haré algo al respecto.

¿Por qué no dejaba de repetirlo?

Una vez oyeron la puerta principal de la casa abrirse, seguido de voces diferentes, ambos alzaron sus cabezas hacia el techo antes de volver a verse. El Diablo lo observó fijamente, con su cabeza ladeada, soltándolo con lentitud antes de dar unos pocos pasos hacia atrás y detenerse. Lucía intimidante, neutro y paciente por algo inesperado pero cruel.

Felix simplemente se volteó, salió del cuarto y subió los escalones que lo dirigían al pasillo para llegar a la sala, en donde estaban por sentarse sus tíos y primos: Brad, Ben y Bob.

Era algo chistoso que todos los nombres tuviesen la misma inicial, pero el Pecoso no lo admitía porque era una buena persona, y no le gustaba burlarse de su familia...no de manera coherente, al menos.

—¡Lixie! Hola, querido —Su tía abrió sus brazos hacia su sobrino favorito y éste último, encantado, se dejó llenar de mimos con una adorable sonrisita, provocando que sus hoyuelos sean visibles en sus mejillas. Jacky tomó el rostro del chico y lo observó con su ceño fruncido—. ¿Has estado comiendo bien? Mira tu hermoso rostro... ¿Qué te ha sucedido en el ojo?

—Me golpeé corriendo —Mintió, apartándose para saludar al resto de su familia. Sin poder evitarlo, sonrió de más cuando tuvo que dar un beso en las mejillas de sus primos, los cuales lo observaban de horrible manera mientras él se sentaba en el sofá más grande.

El tío de Felix, Joffrey, observó fijamente a su hermano, sin siquiera sonreír un poco. Todos estaban sentados en sus respectivos sitios, y la sala había quedado en un incómodo silencio, con la familia observándose entre sí.

—¿Quieren...? ¿Quisieran algún bocadillo? —Ofreció Sarah amablemente.

—Quiero mis disculpas.

—Joffrey... —Jacky intervino, aún con su ceño fruncido mientras observaba a su esposo con notable desaprobación. Dirigió su mirada oscura hacia su cuñada y le sonrió con amabilidad—. Claro, de seguro está muy rico.

Sarah estuvo a punto de comenzar a servir, pero notó que había olvidado los pequeños y muy bonitos platillos floreados. ¡Se habían roto cuando había visto a su hijo en la mañana! ¿Qué excusa le daría a su marido? Antes de siquiera poder decir algo, Felix se levantó con rapidez del sofá.

—Yo voy —Dijo rápidamente, encontrando su mirada con la de su progenitora.

Joffrey negó en desacuerdo, pero no dijo nada al respecto, ya que no quería que la conversación tomase otro rumbo.

—De acuerdo, bebé. No olvides los cubiertos y las cucharas para el té. ¡Oh! —Felix se detuvo a medio camino cuando notó que la mujer continuaría pidiendo cosas—. Fíjate en el refrigerador si ha quedado pastel, tal vez nadie quiera budín de pan —Finalizó.

—Nosotros lo ayudaremos —Dijo Brad, poniéndose de pie, al igual que sus dos hermanos—. Son muchas cosas.

Felix formó una línea con sus labios mientras su cuerpo se tensaba, nervioso, caminando hacia la cocina y sintiendo los pasos detrás suyos. La puerta se cerró una vez los cuatro estuvieron dentro de la cocina, y el Pecoso los ignoró por completo, caminando hacia la encimera y haciendo puntillas de pie para alcanzar otros platillos de la alacena.

Una mano tomó su brazo con fuerza, girándolo bruscamente y provocando que viese con sus ojos bien abiertos a Brad, el cual se inclinaba de manera muy amenazante hacia el más bajo.

—Mira, no sé qué mierda fue lo que hiciste aquel día —Comenzó, sin continuar por el miedo, a pesar de fingir valentía.

Felix alzó ambas cejas— ¿Yo? ¿Qué hice? —Sabía perfectamente a lo que se referían, pero él no había sido.

Bob dio un paso desde su lugar—. No te hagas el idiota. ¿Cómo crees que sea posible que a los tres a la vez nos haya sucedido?

Felix no quería gozar la situación. En serio, no quería, pero...

—... ¿Qué les sucedió exactamente?

Brad lo tomó del cuello de la camiseta, pegándolo a la encimera con brusquedad—. Eres un brujo.

El ceño de Felix se frunció ante el leve dolor en su cadera, pero intentó mantener la postura—. No soy nada de eso —Se quejó debido al agarre reafirmándose en su pobre camisa la cual, seguramente, ya estaba dañada.

—¡No es casualidad! Eres un brujo y voy a decírselo a tus p... —Un ruido proveniente de un rincón de la habitación lo interrumpió.

Todos observaron hacia aquel sitio, notando que uno de los veinte crucifijos que colgaban de la pared se había caído al suelo. Permanecieron en silencio unos segundos, y el agarre de Brad en la camiseta de Felix comenzó a ser más débil cuando todos los objetos de la habitación comenzaron a temblar. Los tres hermanos retrocedieron, asustados.

—¿Qué está pasando? —Preguntó Bob, observando a su alrededor con notable nerviosismo.

De manera inesperada, todas las cruces se giraron bruscamente, dando la clara señal de que allí dentro no había nada bueno.

—¡AAAAAAAAAH!

—¡MAMÁAAAaAAaaAAaaa!

—¡BRUJO, BRUJO! ¡ERES BRUJO!

Los primos de Felix huyeron de la habitación, cerrando la puerta detrás de sí mismos. El chico corrió al refrigerador en cuanto oyó las voces del resto de su familia, preguntando qué había sucedido. Tomó el platillo del pastel con un brazo y con el otro buscó muy rápidamente unos cubiertos, hallándolos en el segundo cajón de una de las encimeras. Una vez obtuvo la cantidad exacta de utensilios, caminó rápidamente hacia la puerta, notando de reojo las cruces volver rápidamente a la normalidad.

En cuanto abrió la puerta, empujando con su cadera derecha, sus primos comenzaron a gritar, apuntándolo e intentando esconderse detrás de sus padres.

—¡FUERA, COSA HORRIBLE! —Exclamó Ben.

—¡ES EL ANTICRISTO! —Bob lloriqueó.

—¡Ya basta, los tres! —Joffrey alzó la voz, observando a sus hijos con clara desaprobación, avergonzado—. Su primo no es nada de eso, así que dejen de molestarlo y avergonzar a nuestra familia. ¡Estoy harto de ustedes!

—¡Papá, lo juramos! —Brad intentó convencer a su padre antes de observar a su tío Des—. Hizo que los crucifijos se voltearan. Lo juramos, en serio. Vengan, vamos a ver —Tomó la mano del padre de Felix, y los tres arrastraron a los hermanos Lee hacia la cocina.

—Por el amor de Dios —Katie se acercó hacia su hermano menor, dispuesta a ayudarlo—. ¿Qué sucedió?

Una vez acomodaron todo en la mesa ratona, Felix se sentó a un lado de su tía, la cual lo veía fijamente, apenada. Observó a su hermana mayor y a su madre con un semblante neutro, copiando la expresión que Minho siempre hacía.

—Mientras me decían cosas, un crucifijo se cayó y se asustaron —Mintió—. ¡Oh! Olvidé los platillos —Volvió a hacerlo, fingiendo decepción mientras dejaba caer sus hombros en una mala postura.

Era increíble lo bueno que se había convertido mintiendo, pero, de todas formas, no le fascinaba.

Minutos después, todos regresaron, y sus primos lucían muy avergonzados. Joffrey ofreció unas disculpas por el terrible comportamiento de sus hijos, y también por haber acusado a la familia de ofrecer comida en mal estado. Todo parecía ir bien, a excepción de las miradas de sus primos en él. Su tía Jacky los vio de manera amenazante, provocando que ya no lo estuviesen observando.

Felix no tenía tanta hambre pero, de todas formas, comió una rebanada de pastel, notando de reojo a Minho en un rincón de la sala, a lo lejos. Sus miradas se encontraron y, a pesar del constante pitido en su oído izquierdo, éste no pareció aumentar. ¿Acaso la lejanía tenía algo que ver? Felix desearía poder verlos de cerca, descubrir miles de tonalidades dentro de aquellos preciosos ojos negros con menos de la mitad de color bordó.

Ambos se observaban fijamente, y el mundano sentía un poco de miedo debido a la desesperante necesidad de ser envuelto por los brazos del arcángel.

Jamás creyó que se encontraría en aquella situación, deseando algo tan demente como aquello.

Se limitó a ver los ojos de Minho por un largo rato. Éste le devolvía la mirada y, lentamente, sonreía de lado. Fue entonces cuando Felix volvió la vista al frente para ver a su familia, que notó a su hermana fruncir el ceño hacia él. Sus mejillas se volvieron rosadas, bajando la mirada a su rebanada de pastel, terminando y dejando el platillo en la mesa ratona frente a él para darle un gran sorbo a su té de manzanilla. Finalmente, se sentó derecho, de forma adecuada, e intentó escuchar la conversación de su familia, pero, nuevamente, hablaban de Dios.

Un chiflido sin melodía alguna se hizo presente, pero Felix pareció ser el único que lo oyó, así que buscó con la mirada a Minho, el cual se encontraba detrás de sus primos, quienes veían de manera paranoica a su alrededor, asustados. Ben, sin embargo, observó fijamente a Felix, el cual intentó disimular el estar notando algo detrás de sus familiares.

<< Dime qué quieres que les suceda >> Oyó la voz de Minho en su mente. << ...Vamos. Será divertido. >>

Lo primero que se cruzó por la cabeza de Felix fue la palabra "asustar", y el Diablo sonrió un poco ante aquello. No porque fuese malvado -comparado a lo que ha hecho en toda su existencia, era una tontería-, más bien, sonreía por la verdadera inocencia que estaba atada al alma de su niño favorito.

Sin dejar de ver a éste último, se inclinó lentamente hacia la oreja derecha de Ben, el cual era el más paranoico de los tres. Los ojos del rey del inframundo se volvieron oscuros, sus pupilas se dilataron y la sonrisa que le dirigió al Pecoso fue lo suficientemente escalofriante para erizar su piel.

Sin esperar más, un "Boo" demasiado grave y algo distorsionado salió de la boca del Diablo. Ben prácticamente voló del sofá, gritando y comenzando a llorar. Felix se quedó en su asiento, asustado por la manera en la que los ojos de Minho cambiaron, y su voz...

...el hermoso brillo había desaparecido y ahora tan solo había una oscura fosa llena de almas.

Fue cuando, finalmente, Jofrrey decidió que era hora de llevar a sus hijos a casa, que observó sospechosamente a su sobrino, el cual corrió la mirada de inmediato.

Culpa. Eso era.


Cuando sus tíos y primos abandonaron la casa, Felix ayudó a su madre a limpiar toda la sala, incluso si su padre le comentó que aquello no era el trabajo de los hombres. Katie se había terminado de preparar para ir a la iglesia, y Felix comentó que deseaba dormir un poco antes de que sea mediodía. Aquel día tenía clases, también. Su madre, nuevamente, ofreció quedarse en la casa, pero éste se negó.

Cuando finalmente estuvo solo, bajó a su cuarto, cerró la puerta detrás suya y giró sobre sus talones, observando a su alrededor.

Temía que aquel Minho de ojos terroríficos reapareciese, y aunque temía llamarlo, necesitaba ser envuelto por aquellos brazos...incluso si aquello era pedir demasiado al Diablo.

—¿M-Minho?

—Niño —Felix observó hacia un rincón de su habitación al oír la voz provenir de allí, y su corazón comenzó a latir normalmente en cuanto notó los ojos de Minho como los admiró por primera vez—. ¿No me digas que eso que siento en ti es-...? —Se acercó mientras comenzó aquella pregunta, quedando frente al chico. Lo tomó de la cintura e inclinó su rostro hacia el cuello de éste, inhalando profundamente. La piel de Felix se erizó—. Culpa, otra vez —Afirmó.

Felix bajó la mirada en cuanto el Diablo lo observó fijamente. Estaba avergonzado de sí mismo, de su comportamiento.

—Ellos son...son solo chicos torpes, al igual que yo. No saben lo que hacen —Defendió a su familia, incluso sin tener que hacerlo, ya que sabía que le hacían la vida imposible.

—Como dije: Eres puro —Repitió el arcángel, y una leve sonrisa surgió en sus labios—. Lo noté en tus ojos cuando no dejabas de mirarme —Murmuró, pero, repentinamente, su mentón se encontraba alzado, y su semblante serio—. ¿Te crees un "chico torpe"?

—¿No lo soy?

Minho lo rebajó con la mirada antes de dar un asentimiento para sí mismo, como si estuviese decidiendo algo—. Eso lo veremos.

—Yo...creo que quiero dormir un poco —Ladeó su cabeza en cuanto el Diablo se apartó un poco—. Lo necesito, al menos antes de ir a clases.

Éste último le tendió su mano repleta de anillos al chico, el cual la tomó sin dudar, notando que encajaban perfectamente. El arcángel lo guió hacia la cama, lo sentó y se inclinó solamente para quitarle los zapatos con lentitud. Se volvió a poner de pie mientras el mundano se recostaba en la cama, dejando un espacio para el Diablo, el cual ni lo dudó e hizo lo mismo que Felix, rodeando el cuerpo de éste con uno de sus brazos.

Ambos estaban cerca y, a pesar de que Minho lo observaba fijamente, acariciando la suave mejilla del mundano, como si estuviese inspeccionando si era real, éste veía fijamente los anillos en los largos dedos del contrario.

En tan sólo un parpadeo, unas rápidas imágenes se hicieron presentes: bosque, árbol, mano con anillos, ventana y nieve. Frunció su ceño con confusión antes de que sus ojos se cerrasen, agotado.

—¿Te he conocido antes? —Preguntó, con las pocas fuerzas que tenía.

Oyó una ronca risa, y se durmió con unas últimas palabras en su mente:

—He vigilado tu alma incluso antes de que estuviese en tu cuerpo, y siempre ha sido mía.

Jisung y Felix salieron de la clase de coro con sus papeles en mano. El de mejillas grandes se acercó al primer cesto de basura que halló en el pasillo, haciendo pedazos la autorización sin firma y tirándola dentro para, luego, patear al mismísimo aire con enfado.

—Es injusto. Iba a ser un increíble viaje —Se quejó. No podía creer que su padre no le había dado permiso de ir a la excursión. ¡Había hecho todo lo que le dijo!

—Lo siento, Jisung —Murmuró Felix, aún algo ausente, con su mirada perdida en algún lugar.

Sentía que todo iba bien, incluso mejor que antes. No sentía el malestar, y cuando había ido al baño del establecimiento notó en su reflejo lucir mucho mejor que antes. Cuando despertó para ir a la escuela, Minho no estaba a su lado, y en la siesta que tuvo, no solo había dormido excelentemente, si no que, también, había tenido un sueño precioso.

Todo parecía ir exactamente como antes, excepto por el hecho de que sentía un gran, gran, graaaan vacío en su interior, y todo por la notable ausencia del arcángel.

Ni siquiera lo veía de reojo, quería llorar.

—¡Y yo! Habrá una fogata, íbamos a merodear por el bosque y a nadar. ¡A nadar en invierno! ¿Comprendes eso?

Felix despertó de su trance al oír aquello. ¿Nadar? Oh, no. No, no, no.

—Yo no sé nadar —Confesó, sintiéndose algo torpe.

—¡Pues yo te hubiera enseñado, si hubiese estado allí! —Jisung suspiró, frustrado.

Una vez fuera, ambos se quedaron en la entrada, esperando que los recogieran sus respectivos padres. Nuevamente, Felix notó que el sol no estaba a la vista pero, sin embargo, podía ver la luz de éste sobre la pálida piel de Jisung.

Él, en cambio, no tenía nada más que sombra.

—Felix, no te ofendas, pero he querido preguntarte algo en todo el día —Murmuró su, ahora, amigo, girándose para poder ver al chico de pecas, el cual siente que pudo haber hecho algo malo. Últimamente sentía aquella sensación de manera constante—. ¿Por qué te ves como la mierda?

Felix se sonrojó ante el insulto, y acomodó su cabello hacia un costado—. Oh, no he dormido bien estos días, y eso suele arruinarme —Mintió.

—¿Qué hay del hematoma en tu ojo?

—Me golpeé —Otra mentira más.

Jisung alzó ambas cejas antes de negar, llevando su mirada, nuevamente, al frente—. Felix, más de la mitad del pueblo recibe dura disciplina de sus padres por mal comportamiento. Créeme, tengo golpes todo el tiempo —Sonaba desanimado, pero no pudo evitar reír con sarcasmo—. Espero que en los siguientes siglos nuestros castigos sean castigos para los que nos castigan —Volvió a reír por lo confuso que había sonado, y el otro chico hizo lo mismo—. ¿Te imaginas si sucede? Me volvería rico, ¿sabes? "Han Jisung, el hombre que vio el futuro"

—Jisung, es 1967. No creo que estemos vivos para los siguientes siglos —Felix negó lentamente con su cabeza.

—Saldría en un documental, anciano pero más caliente que el sol —El Pecoso no pudo evitar soltar una carcajada, cubriendo su boca mientras su amigo fingía una expresión apagada, una mala postura y una voz rasposa:—"Tuve mi primer epifanía en la salida de mi instituto, junto a mi único amigo allí, mientras fumábamos" —Claramente no estaban fumando—. Hay que mentir —Agregó.

—Ah... —Felix negó lentamente, con una tímida sonrisa en sus labios, de mejor humor—. Vamos a envejecer terriblemente...

—No me rompas el corazón de esa manera, Felix —Ambos volvieron a reír.

Se despidieron cuando el padre de Jisung frenó con su vehículo cerca de la acera, agitando su mano hacia el Pecoso, el cual devolvió el saludo. Una vez aceleró, suspiró profundamente, cerrando sus ojos.

Un malestar se instaló de manera desprevenida en su pecho, el pitido de su oreja aumentó un poco, obligándolo a abrir sus ojos y suspirar nuevamente -ahora de alivio- al notar al Diablo por el rabillo de su ojo izquierdo.

—Min —Susurró, más tranquilo. Ya no tenía miedo de usar aquel apodo y, de todas formas, no podía evitarlo.

—Mi niño favorito —Él también tenía un apodo, aunque no lo comprendía del todo. Algún día, le preguntaría—. ¿Cómo estuviste sin mí?

—No te vi al despertar.

—Tuve que bajar por unos asuntos.

El ceño del chico se frunció, sin comprender—. ¿Baj...? —No terminó su pregunta debido a que lo asimiló casi de inmediato. Bajar, infierno. ¡Claro!—. Oh. Bueno... ¿todo en orden?

—Por supuesto.

Felix notó el auto de su padre llegar, con su madre conduciendo. Ésta tenía una amplia sonrisa, el Pecoso simplemente la observó por unos segundos. ¿Había sucedido algo, o tan solo su padre le había permitido que use el vehículo?

—Te extrañé —Dijo, claramente dirigiéndose al Diablo antes de comenzar a caminar rápidamente hacia el vehículo.

Una vez subió, siendo bombardeado por preguntas sobre cómo estuvo su día y demás, se sintió tranquilo de ir rumbo a su casa con Minho vigilando.

Una vez Sarah y Felix llegaron a la casa, la mujer comentó alegremente el estar preparando lasaña para la cena. Camino a la sala, le indicó a su hijo que prepararía té y algo para comer en la merienda, pero la charla finalizó en cuanto notaron a Dongyul, Katie y Brad sentados sobre el sofá más grande del cuarto. Su primo le sonrió, su hermana mayor tenía los ojos llorosos y su padre parecía estar a punto de matarlo.

... ¿Qué estaba sucediendo?

Su madre y él se observaron antes de volver a observar al frente, confundidos.

—Felix, siéntate —Su padre dijo con calma y, oh...

Ese tono...

Felix caminó inmediatamente al sofá del frente de su familia, en uno individual. Se quitó la mochila y la dejó a sus pies para, luego, apoyar sus manos con dedos entrelazados sobre su regazo, observando con miedo a su padre, el cual no cambiaba su expresión.

Finalmente, Dongyul alzó su mano, sosteniendo en ésta dos colillas de cigarrillos y uno a medio fumar. También habían fósforos—. ¿Qué es ésto?

El chico parpadeó, perplejo. Jamás ha visto a su padre sosteniendo un cigarrillo, es extraño. Tragó saliva antes de responder:

—¿C-Cigarrillos? —Tartamudeó, temiendo decir algo fuera de lugar.

Su padre se levantó bruscamente del sofá y dio unos rápidos pasos hacia su hijo, inclinándose para intimidarlo intencionalmente y acercando los cigarrillos a la cara del chico, el cual se sobresaltó en su lugar, haciéndose hacia atrás.

—¿Me repites lo que acabas de decirme?

Felix observó a su alrededor, buscando a su madre con la mirada, viendo a Katie y, finalmente, a su primo, el cual cubrió sus labios con una de sus manos para intentar no reír en voz alta. Dulce, dulce venganza.

Sus ojos marrones se llenaron de lágrimas antes de volver a ver fijamente a su padre, el cual tenía su rostro rojo, y le temblaba la mano.

—P—papá. ¿Qué sucede? —Tragó el sollozo que se avecinaba, intentando ser valiente.

Un profundo gruñido salió de la garganta de su padre antes de tomarlo por la manga de la camiseta, levantándolo bruscamente del sofá individual y arrastrándolo hasta la cocina, sin molestarse en cerrar la puerta. Lo dejó frente a él y agitó los cigarrillos en su cara.

—¿Quieres saber qué sucede? —Rio con falsedad—. ¡El irrespetuoso de mi hijo fuma a escondidas como si fuese un traicionero! ¡Un pecador!

Sarah entró a la cocina inmediatamente, comenzando a llorar. Sabía que esta vez no podría controlar a su marido.

Nunca podía.

—Dongyul, por favor...

—¡Cierra la boca, Sarah! Tú... —Apuntó a Felix con su dedo índice, respirando profundo antes de exhalar bruscamente, negando con la cabeza. —...no puedo creer que me sigas viendo a la cara.

—Eso no es mío —Rápidamente respondió Felix, con su voz temblorosa, formando una línea con sus labios y entrecerrando sus ojos cuando su padre comenzó a agitarlo desde su camiseta.

—¡ESTABA EN TU CUARTO, Y TÚ ERES EL ÚNICO QUE SE LA PASA ALLÍ!

—¡Yo no he puesto eso allí! Lo juro. Yo jamás lo he hecho —Inevitablemente, las lágrimas comenzaron a caer por su rostro.

Tenía miedo, quería ir a su habitación y refugiarse en los brazos de...

—¡ME HAS PUESTO EN VERGÜENZA FRENTE A NUESTRA FAMILIA! ¡FRENTE A LOS OJOS DE DIOS! ¿QUÉ CREES QUE DIRÁN EN LA IGLESIA SOBRE ESTO? —Nuevamente agitó los cigarrillos en la cara del chico—. ¿CREES QUE ACEPTARÁN A UN VAGO, FUMADOR Y PECADOR?

—¡Yo no fumo! ¡Créeme a mí!

—No puedo creerle a un repugnante mentiroso. Me has dicho cosas...repulsivas el otro día —El agarre en el brazo de Felix aumentó—. ¿Acaso necesitas más disciplina?

—Dongyul, por favor. Él no ha...

—¡CIERRA LA BOCA! —Un gemido doloroso escapó de los labios de Sarah en cuanto Dongyul soltó a su hijo y su palma impactó fuertemente contra la mejilla de su esposa.

Felix retrocedió rápidamente, hiperventilado y temblando. ¡Aquello era su culpa!

Katie llegó rápidamente a la cocina, analizando la situación y acercándose a su madre, abrazándola y observando a su padre de manera acusadora, llena de ira, sin saber exactamente qué hacer. Tampoco podría decir nada, o correría la misma suerte que Sarah.

Dongyul parpadeó por unos segundos antes de regresar su mirada hacia su hijo.

—Mira...mira lo que me has hecho hacer —Sus orificios nasales se agrandaron antes de acercarse y tomar el cabello de Felix, arrastrándolo fuera de la cocina—. ¡ME HICISTE GOLPEAR A TU MADRE!

Felix podía oír los sollozos de su madre y los gritos de su hermana, indicándole que se detuviese.

Tropezó en las escaleras ante el dolor que sentía en su cuero cabelludo, se estaba ahogando en su propio llanto y su vista se oscurecía un poco por los nervios. Parpadeó rápidamente al notar luego de unos segundos que se encontraba en el cuarto de sus padres, sentado en la punta de la cama de éstos. Dongyul cerró la puerta y se giró para observar a su hijo. Lucía tranquilo, y si Felix no lo conociese bien, lucía como si estuviese a punto de pedir unas disculpas.

Su progenitor arrojó las colillas de cigarrillo al suelo y llevó el único que estaba por la mitad a su boca, prendiéndolo con un fósforo de la pequeña caja que aún sostenía en su tensa mano.

Felix intentó no continuar ahogándose con su llanto, ignorando el dolor en su cuero cabelludo, en sus piernas, y observando con terror a su padre, viéndolo calar del cigarrillo antes de apartarlo de su boca y exhalar el humo.

Ambos se observaron por unos segundos en los cuales el Pecoso intentaba mantenerse callado...porque sabía exactamente lo que iba a suceder.

Dongyul dio un paso al frente antes de poner el cigarrillo en posición vertical, luciendo apenado, como si alguien lo obligase a cometer aquel imperdonable acto.

—Extiende tu brazo.

Los sollozos de Felix volvieron a hacerse audibles mientras negaba rápidamente, retrocediendo un poco en la cama, sin fuerzas. Aquel hombre se había vuelto loco—. N-no, no. Yo no l-lo hice.

—Extiende tu brazo, Felix —Repitió su padre, sin dejar de avanzar lentamente hacia él.

—¡Yo no lo hice! ¡Detente!

—...No voy a volver a repetirlo. Si no extiendes tu brazo, vas a tener que lidiar con cicatrices en tu rostro —Se detuvo en su lugar por un segundo, esperando.

—No —Repitió el menor, y todo pasó demasiado rápido.

Dongyul tomó el brazo de Felix con brusquedad, pero este último pudo proporcionarle una patada en el estómago, alejándolo. Sintió que no tenía aire, no podía creer que aquello estaba sucediendo.

—¡MINHO! ¡MINHO, MINHO! —Gritó apenas pudo inhalar con brusquedad.

Tan solo el primer llamado fue necesario.

Su padre avanzó nuevamente hacia él, pero, de pronto, quedó inmóvil. Exhaló e intentó inhalar, pero no se le hacía fácil. Llevó una mano a su pecho a la par que soltaba el cigarrillo, la caja de fósforos y, en tan solo segundos, estaba desplomado en el suelo.

<< Nómbrame y haré algo al respecto. >>

Un ataque al corazón, esa fue la obra del Diablo.

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