III: Mal personificado.
La respiración de Felix aumentó al igual que su ritmo cardíaco, e incluso sintiéndose como si estuviese muerto, podía jurar que sí no moría allí mismo era por pura suerte.
Algo acarició su cuello, y luego sostuvo sus caderas, manteniéndolo en su lugar. De todas formas, no se movería. Bajó la mirada muy lentamente y, a pesar de estar congelado por el miedo, pudo procesar que aquello que sostenían sus caderas eran manos repletas de extraños anillos de oro. Manos de hombre, manos humanas...
¿Acaso aquella cosa detrás de sí era humana? Sintió un aliento cerca de su oreja derecha, provocando que su piel se erizase por completo, y obligándolo a cerrar sus ojos con fuerza.
—No podía esperar a que te quitases esa mierdecilla del cuello —Era una voz normal, incluso muy suave, baja. No había nada maligno, pero había algo en ella que le provocaba escalofríos.
Tal vez era la tranquilidad, o el silencio ensordecedor que se formaba cuando se hacía presente, a excepción del pitido en su oído izquierdo.
El aliento de Felix se entrecortó al caer en la realidad: Iba a morir...realmente iba a hacerlo.
—¿Listo? —Intentó tragar saliva, pero apenas podía pasar aire por su garganta.
Aquella cosa iba a girarlo, e iba a asustarse, porque nada bueno podría esperarse del Diablo. Nada bonito, ni angelical. Solo perturbador y horroroso, tal cual mostraban las imágenes de los libros en su escuela.
Continuó con sus ojos fuertemente cerrados en cuanto las manos en sus caderas ejercieron una suave presión, volteándolo hasta estar frente a aquella cosa. Tan solo se oían sus respiraciones, y las pisadas en el piso de arriba.
Debía de abrir sus ojos y enfrentarlo. Ya era demasiado tarde.
Lentamente lo hizo, y el aliento quedó atascado en su garganta, admirando al mal personificado frente su diminuto cuerpo. No lucía como aquella criatura roja, con cuernos y una larga cola, la cual había visualizado en su mente. Tampoco había un espantoso e infernal rostro, o aquella cosa que había visto en la carretera, camino a la iglesia.
Definitivamente había algo, pero nada horroroso...simplemente era un humano.
El humano/demonio más precioso que jamás había visto.
Piel palida, figura delgada y alta. Su cabello era corto, lacio y oscuro. Sus labios eran finos, rojizos, con una nariz afilada, mandíbula marcada, cejas arqueadas y, Dios bendito, sus ojos; tan oscuros como la noche. Sin embargo, un cuarto del color era de un bordó, en el cual —muy probablemente— se refugiaban miles de almas. Sus pupilas estaban dilatadas, pero eran los ojos más hermosos que Felix alguna vez admiró.
No pudo apreciarlos por mucho tiempo, porque cuando sus miradas se encontraban, el pitido en su oído izquierdo aumentaba, al punto en el cual creía que su cabeza estallaría.
De acuerdo, daba miedo. Claramente podía sentir el malestar al estar a tan solo tres centímetros, y su expresión le daba escalofríos. Bajó la mirada a la vestimenta de aquel hombre: llevaba una camiseta abotonada hasta arriba, de mangas largas y negra. Unos pantalones comunes, también negros, y zapatos muy lustrados. Lucían nuevos y, obviamente, del mismo color que toda su vestimenta. Los anillos de oro en cada uno de sus dedos le brindaron confusos recuerdos, los cuales no sabía si eran propios. Había visto a alguien así, con muchas joyas, pero no recordaba cómo, ni dónde.
Tampoco quería.
El hombre ladeó un poco su cabeza, alzando levemente el mentón con superioridad. Felix no estaba totalmente seguro de si se encontraba impactado por el miedo o por la belleza de lo-que-sea-que-fuese frente a él.
—¿Cómo es que un niñito como tú ha invocado a alguien como yo? —Asintió lentamente—. Debe ser importante.
Felix continuó sin decir nada, con los labios entreabiertos, aun intentando respirar adecuadamente.
<< ¡Di algo, tú, torpe! >>
Una brusca inhalación de su parte provocó que el rey de las tinieblas fingiese sorprenderse, alzando ambas cejas, manteniendo una perfecta neutralidad en su bello rostro.
—Y-yo...
Fue interrumpido por unos fuertes golpes en la puerta de su habitación, haciéndolo sobresaltar y observar en aquella dirección, intentando ignorar la mirada del hombre frente a él sobre sí mismo.
—¡Hey, primo! ¿Sigues conversando con el Diablo? —Las risas de los tres adolescentes se hicieron presentes—. Dice tu madre que subas a comer pastel, y tenemos una rebanada para Sati, también.
—Y para cualquier amigo imaginario que desees tener.
—Porque los maricones no tienen amigos reales —Y más carcajadas.
Los enormes ojos marrones de Felix no tardaron en llenarse de lágrimas mientras su labio inferior temblaba al intentar contener un desconsolado llanto. Sentía que todo llegaba de manera abrupta, y no tenía siquiera un momento para respirar apropiadamente.
Allí fue cuando el Diablo llevó su mirada hacia la puerta—. Los Castrati —Murmuró y, a pesar de que Felix no comprendió aquel término, asintió lentamente para que el Señor Diablo -según él- no sintiese que no lo había oído.
Era chistoso el cómo intentaba ser amable hasta con el supuesto ser más vil de la existencia.
Los primos del mundano continuaban haciendo comentarios hirientes, y debido al miedo junto a la humillación le fue casi imposible no soltar un sollozo silencioso, cerrando sus ojos con fuerza mientras su cuerpo temblaba aún más. El diablo pareció notarlo en aquel momento, pero por supuesto que sabía del malestar de aquel adolescente.
Simplemente, estaba embriagándose con el aroma de su angustia y dolor.
—Hey, no. Shh... —Masajeó con sequedad la espalda baja de Felix, al cual continuaba sosteniendo—. No hay que llorar. No somos unos cobardes para llorar, ¿verdad? —No estaba de acuerdo con aquel comentario, pero, debido al terror, se encontró negando lentamente con la cabeza, sorbiendo su nariz y limpiando sus mejillas mojadas con rapidez antes de alzar un poco su rostro.
El Diablo continuó viendo fijamente la puerta, aún con aquella neutra expresión. ¿Estaba pensando? ¿Qué era lo que pasaba por aquella mente superior?
Finalmente, su mirada fue hacia el pecoso, el cual se sobresaltó un poco, observando sus propios zapatos.
—¿Qué tal si hago que se caguen encima? —Incluso si continuaba usando el mismo tono de voz, Felix podía sentir la emoción en sus palabras—. Será divertido.
La situación era perturbadora, y su cuerpo se tensó aún más cuando una de las manos del rey del inframundo se alzó a un lado de su propia cabeza, chasqueando sus dedos con rapidez. Lo que se oyó a continuación fueron sonidos verdaderamente desagradables, seguido de preguntas:
—¿Qué es ese olor tan nauseabundo?
—...me hice encima.
—... ¿Eh?
—¡Joder!
—¿Tú tamb—? —Hubo un breve silencio—. Oh.
Los pasos apresurados hacia el piso de arriba no pudieron evitar que un par de confusas risas escapasen de los labios de Felix, seguido de las exclamaciones de su tío, el cual se quejaba de la comida que fue servida al enterarse lo que les había sucedido a sus hijos.
El Diablo sonrió de lado en cuanto el mundano tuvo que cubrir su boca con ambas manos, intentando ocultar la gracia que le había provocado aquella situación, muy sonrojado por la vergüenza ajena.
—¿Has oído? Fue divertido —Murmuró el arcángel, soltando las caderas del chico, girándose y caminando lentamente por la habitación, luciendo como si la estuviese inspeccionando—. No es que haya sido divertido solo porque se cargaron encima, también porque...se siente bien cuando avergüenzas a alguien que lo merece —Se detuvo en un rincón de la habitación, girándose hacia el rizado y clavando su mirada en éste—. ¿Verdad?
—Yo...n-no lo sé —Logró responder entre pobres tartamudeos, encogiéndose en su propio lugar debido a lo intimidado que se sentía. Era cierto; jamás había avergonzado a alguien, o al menos no intencionalmente.
Un fugaz pensamiento cruzó su mente, viendo a su alrededor, específicamente en el suelo, buscando el crucifijo que anteriormente había arrancado de su cuello. Horas atrás había sido como una pesadilla para él, pero su tía Jacky se lo había obsequiado a los cinco años y, desde entonces, lo cuidaba con todo su corazón.
Solía ser de su abuela paterna, y su familia le había dicho que, debido a la fe en éste, aquella reliquia tenía mucho poder.
—Lo destruí.
Vaya poder.
Alzó su mirada hacia el Diablo, el cual ya no tenía aquella preciosa sonrisa en su rostro. Estaba serio, con la cabeza levemente inclinada hacia abajo, viéndolo fijamente. Felix no se atrevió a discutir al respecto, pero sintió una puntada en su pecho. ¿Qué le diría a su familia cuando no lo viesen con el crucifijo en su cuello?
—Ya no estás protegido —Volvió a hablar el arcángel, sonando algo sarcástico mientras, muy lentamente, se acercaba a su "presa". El nuevo juguete del diablo, uno...completamente diferente. Felix emanaba inocencia por donde fuese, y no era una farsa—. Tú me invocaste, y no tienes idea en lo que te has metido.
El chico retrocedió lentamente—. Yo-...
El rey del inframundo detuvo su caminata para, segundos después, extender su mano derecha, dándole a entender al humano que la tomase. Éste último, dudoso, nuevamente temblando, se aproximó y lo hizo.
El tacto quemó un poco mientras cientas de imágenes sumamente perturbadoras se hacían presentes en la mente de Felix por menos de un segundo. Fue tan rápido que incluso dudó que hayan sido reales, porque apenas podía recordar una.
—Tú, Lee felix, eres la primer persona que me vende su alma de la manera más pura que conozco. Sin embargo, ni siquiera tú sabes lo que me has pedido.
El rostro del mundano se volvió aún más pálido. Aquello era cierto: Felix aún no comprendía del todo por qué había invocado a aquel ser, sin embargo, también notaba que, muy en el fondo de su pecho, estaba decidido por algo.
Sólo tenía que obtener algo de tiempo para averiguarlo completamente. ¿Qué quería? ¿Desaparecer la maldad a su alrededor? ¿Volver a su padre un buen esposo? ¿Sentir felicidad extrema y constante?
—Así como has sido un niñito valiente al dejarme ahogarte cuando me aceptaste como tu rey, serás aún más valiente cuando duermas y esté en un rincón de tu habitación —Dio un paso hacia Felix—. Cuando respires y me puedas ver de reojo, observándote —Se detuvo, sin dejar de ver fijamente al chico—. Voy a cumplir lo que pediste cuando decidiste invocarme y, a cambio de eso...voy a llevarme tu alma.
Nuevamente, el silencio reinó en la habitación por unos segundos.
—Es importante que sepas que tu Dios ya no te protegerá nunca más —Alzó ambas cejas mientras, muy lentamente, una de las comisuras de sus labios se elevaba—. Tú ahora me perteneces.
El arrepentimiento y horror recorrían cada parte del cuerpo de Felix pero, cuando estuvo a punto de responder, fue interrumpido por unos golpes en la puerta de su habitación. Llevó su mirada rápidamente hacia ésta, y cuando quiso volver a observar al Diablo frente a sí, éste se había esfumado en el mismísimo aire.
Pero Felix sabía que estaba allí, lo veía de reojo, acechándolo.
Se había mantenido todo lo que restaba del día aferrado a uno de los brazos de su madre, con la excusa de querer pasar el rato junto a ella. La ayudó a hacer la merienda, los quehaceres y hasta la cena en cuanto se hizo de noche.
Una vez los platos estaban servidos, sentados en sus respectivos lugares, Dongyul sugirió que sería buena idea el que Felix comenzase a rezar.
¡Sí, claro! ¡Felix amaría hacerlo! Lo había hecho anteriormente, solía gustarle.
Pero ya no. Incluso la mención de algo así le revolvía el estómago, y ya no tenía la protección de Dios. Estaba totalmente seguro que si decía algo iba a terminar vomitando sin parar.
—Yo...lo siento, papá. No me siento muy bien para hacerlo —Observó a su hermana mayor, la cual lo observaba con preocupación—. ¿Podrías, Katie?
Ésta, encantada, no dudó ni un segundo en comenzar, entrelazando su mano con la de su hermano menor.
—Señor; gracias por la comida que nos das cada día. Te agradecemos infinitamente por mantenernos juntos y brindarnos un plato en nuestra m—...
Afortunadamente, Felix pudo llegar al baño para vomitar, dejando un comedor limpio y a sus padres muy preocupados.
Se arrodilló frente al retrete y, con tan sólo una arcada, el líquido transparente salió de su boca. ¿Cómo era posible? Apenas había tomado algo durante el día.
Lavó sus dientes entre quejidos, intentando tranquilizarse y sin ver su reflejo en el espejo al saber que, muy probablemente, el Diablo estaba detrás suyo.
Salió del baño y regresó a la mesa, sentándose con cuidado. Katie había terminado de rezar, estaba a salvo.
—¿Estás bien? —El chico asintió lentamente antes de suspirar e intentar probar bocado. Algo debía comer, aunque sea un trozo de vegetal.
Dongyul comentó cosas que su hermano le había dicho sobre la iglesia antes de la discusión de ambos por el accidente de sus sobrinos. A Felix le hubiese encantado oírlo si no fuese porque estaba volviéndose loco de manera silenciosa. Iba a morir. En unos días, o semanas, su familia encontraría su cuerpo inerte en algún sitio. Tarde o temprano, el Diablo se llevaría su alma, y jamás podría descansar en paz.
¿Era capaz de asimilarlo?
El crucifijo lo había protegido. ¿Acaso aquello significaba que Dios realmente existía? ¿Por qué Dios quiso evitar el que Felix viese al Diablo, cuando pudo haberlo evitado en cuanto rogó un poco de ayuda? Era injusto como -incluso- lo sobrenatural jugaba con su corazón.
Gracias a Dios -o a quien sea-, la hora de ir a sus respectivas habitaciones había llegado. Sarah acompañó a su hijo al sótano, oyendo como éste rogaba por no dormir solo. Para el pecoso, luego de la invocación, su cuarto se había vuelto un sitio terrorífico. Sabía que al estar solo, el Diablo iba a aparecer. ¡Iba a enloquecer! No podría dormir.
—Lixie, no tienes nada que temer —Su madre le obligó a entrar a la habitación. El pecoso llevaba su pijama puesto mientras se metía en su cama con rapidez, viendo a su alrededor de manera paranoica. No había nadie, pero lo sentía—. Cielo, ¿viste alguna película de terror? —Sospechó la mujer, frunciendo levemente su ceño—. Sabes que tu padre no permite eso aquí.
—No. No es eso, mami. Hoy tuve...pesadillas —Se acobijó con la ayuda de su madre, la cual le acomodó sus cabellos despeinados. Tenía que actuar normal, estaba siendo muy obvio—. Estaré bien.
Sarah rio ante el abrupto cambio de humor, acariciándole el rostro con dulzura a su hijo. Éste último notó un hematoma oscuro en una de sus mejillas derechas, pero no dijo nada al respecto. ¿Qué podía hacer? Nadie le creería.
Si no fuese tan cobarde, tal vez...
—Oh, amor. No te preocupes, esas cosas que te asustan no existen —Felix solo tragó saliva con fuerza, dejándose mimar cuando la mujer le apretó las mejillas con una mano, provocando que su rostro luciese más relleno—. ¿Quién es mi bebé de dulces pequitas?
—Yo —Murmuró con vergüenza.
—Tú. Claro que sí —Dejó un beso en la frente de su hijo antes de ponerse de pie. Felix sintió sus ojos humedecerse un poco mientras seguía los pasos de su madre, la cual se dirigía hacia la puerta—. Dejaré la luz encendida, pero sólo por hoy.
Agradeció aquello internamente mientras asentía. No sería capaz de hablar, o comenzaría a llorar desconsoladamente, y tendría que dar muchas explicaciones.
Sarah salió del cuarto, pero no cerró la puerta del todo, asomando un poco su cuerpo para dedicarle una muy bella sonrisa a su hijo.
—Buenas noches, mi amor. Dios te bendiga, y sueña con angelitos —Finalmente se fue, cerrando la puerta detrás de sí.
Un suspiro salió de los labios de Felix, seguido de un gimoteo asustado en cuanto la luz del cuarto se apagó por sí misma. Rápidamente metió todo su cuerpo bajo las mantas, y comenzó a hiperventilar en cuanto unos lentos pero fuertes pasos se hicieron audibles en la habitación, por alrededor de la cama.
No.
No debía de tener miedo, no debía.
...En realidad sí, pero ya había vendido su alma, ya estaba hecho.
Se destapó con rapidez, observando el cuarto oscuro, el cual estaba un poco alumbrado por la luz de la luna menguante que entraba por la pequeña ventana, cerca de su techo.
—¿No duermes? —La cercana voz provocó que saltase un poco sobre el colchón, sentándose rápidamente y negando.
Iba a responder, y lo haría bien.
—N-No... ¿tú?
—No.
Exhaló lentamente, aferrándose a las mantas y sintiendo sus mejillas húmedas. Había comenzado a llorar y apenas lo había notado.
—... ¿Dónde estás? —Se animó a preguntar en un susurro casi inaudible.
—Mira la ventana —La respuesta fue inmediata.
Llevó su mirada hacia ésta, acurrucándose aún más en su lugar al ver la oscura silueta delante de la luz que entraba a su cuarto. Podía notar que era el Diablo por su cabeza, pero le era imposible ver su rostro.
—Yo... —Nuevamente, comenzó a recostarse poco a poco hasta que su mejilla quedó contra su esponjosa almohada—... ¿Podría dormir?
—Creí que no lo hacías.
La inmóvil figura y respuestas inmediatas le resultaban algo perturbador, y se preguntaba si aquel maligno ser podía verlo a él. ¿Podría ver su espanto? ¿Sentirlo?
¿Se sentiría mal por ello? Felix no quería hacerlo sentir mal.
—¿Te gustaría...? —Sí, definitivamente había enloquecido. Dios, ¿qué estaba por decir? —. Q-Quiero decir, ¿te importaría...? A ti... ¿Quieres recos...tarte a mi lado? Yo, uh, yo no tendría...no tendría ningún problema —Si el arcángel aceptaba, iba a morir del susto.
No hubo respuesta alguna, simplemente silencio, y la figura continuaba inmóvil en su lugar, como si nada hubiese sucedido. Felix creyó haberla ofendido, y el suspenso del silencio sólo lograba asustarlo más. Fue tanto el terror que no pudo evitar, nuevamente, cubrir todo su cuerpo con las mantas y, finalmente, dejó salir todo el llanto que había estado soportando durante todo el día, de manera silenciosa y muy dolorosa.
¿Qué había hecho? Tal vez, si dormía, no despertaría. Tal vez el rey del inframundo se iría, o podría buscar un sacerdote. No, no. Aquello último no.
Minutos después, luego de pasar un largo rato sumergido en pensamientos paranoicos, no había podido evitar caer dormido en una profunda pesadilla, ajeno a la mirada del diablo sobre sí.
Éste último continuó de pie en su lugar, manteniéndose con una expresión totalmente neutra. Por primera vez en su existencia no supo qué decir y, aquel día, luego de que el mundano más inocente del planeta lo invitase a recostarse para que no estuviese incómodo de pie...
...aquel día algo latió en su pecho.
yo no puedo dejar de imaginarme a este minho
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro