✰ SHOW OO1
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│ ❜ P.O.P (Piece Of Peace)❛ { ✧ } . . .
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( ✰ ) ;; J-Hope [BTS]. Supreme Boi, PDOGG.
( ✰ ) ;; Hope World.
( ✰ ) ;; PetitPau
El despertador comenzó a sonar fuerte en algún rincón de la habitación, haciendo un estruendoso eco en las paredes vacías de color mostaza.
Sin abrir los ojos, aún más dormido que despierto, Hoseok buscó con su mano la mesa de luz de su cuarto en donde acostumbraba dejar el teléfono cada noche. Sin embargo cuando sus dedos no encontraron ningún mueble allí, sin importar cuánto mueva su brazo de lado a lado aún con la cara hundida en la almohada, fue que recordó donde estaba: la academia Walnut Hill.
Se incorporó entonces hasta sentarse en ese colchón duro donde hacía minutos dormía, aún con el sonido de aquel aparato insistiendo en dar inicio al día, y recorrió con su mirada aquel pequeño espacio donde se encontraba.
Nada había cambiado allí, en aquellos metros cuadrados que habían visto desfilar infinidad de sueños y aspirantes.
Nada distinto. Excepto, claro está, el mismo Hoseok.
Ya no era aquel niño rebelde que se escapaba de las reuniones familiares para bailar en la habitación, ni tampoco el pre adolescente que se detenía en la calle a admirar con prudente distancia a los artistas callejeros que danzaban al ritmo del hip hop. Tampoco era, definitivamente, tan crédulo como lo fue en aquella edad, al ingresar a la prestigiosa academia de baile contemporáneo que funcionaba como internado.
Apagó la alarma finalmente, luego de agarrar su celular acomodado dentro de una de sus zapatillas al pie de la cama.
Con parsimonia se movió hacia la ventana, para correr la cortina y ver los primeros rayos de sol asomar en el cielo, tiñendo todo de tonos rosáceos y lilas. El color, precioso para los ojos ajenos, le recordó el mantel rosa espantoso de su madre. Una mueca de disgusto cruzó sus finos labios, y cerró con rapidez para quedar nuevamente a oscuras.
—Mierda.. Estoy sensible hoy. – murmuró sujetando con fuerza la gruesa y vieja tela, incapaz de alzar la mirada una vez más, como si aquellas cerámicas gastadas sobres las que se posaban sus pies descalzos fuesen de lo más interesante para observar.
Tal vez era el día, el sueño interrumpido, la presión sobre sus hombros en la presentación que habría ese día o tal vez solamente ese espantoso rosado del que se vistieron las nubes, pero a su mente había revuelto sus memorias para traer a la superficie vívidas imágenes que creía olvidadas. Pensó, inevitablemente, en aquella tarde de enero donde su vida dio un giro definitivo que lo llevó a donde estaba en ese momento.
Hoseok había crecido en una familia de la alta clase de Seúl, con una madre viuda pero de templanza fuerte y severa, heredera de las riquezas de su difunto padre del que no recordaba absolutamente nada. El futuro que se le estaba planeado era ser empresario, o quizás, alguna otra profesión de clase distinguida como un famoso médico.
La danza, por supuesto, ni siquiera estaba en discusión.
Y la danza, sin embargo, era lo que amaba.
Fue en una reunión de té de las que organizaba la señora Jung con otras distinguidas señoras de la zona y con apenas catorce años, que creyó que sería la ocasión ideal para luchar por su pasión. Había sido, probablemente, una ilusión muy optimista el creer que al aparecerse entre aquellas mujeres diciendo que quería hacer un número de baile sería una buena forma de demostrar a su madre que quería dedicarse a algo diferente a lo que siempre se le dijo... y, aún más iluso, suponer que ella lo aceptaría con una sonrisa.
El Jung actual, aún aferrado a la cortina desgastada, sacudió su cabeza con un puchero de reproche pintado en sus angulosas facciones.
—No es momento para perderse en memorias— se dijo mientras a paso decidido fue hacia la maleta donde tenía las prendas de vestir que usaría.
El tiempo corría y debía practicar. Era un día largo, lleno de tareas.
Tomó una remera amplia blanca que se colocó con rapidez y buscó entre el contenido del bolso un pantalón holgado para cambiarse.
Sus manos, a pesar del apuro inicial, se detuvieron en seco y su boca se transformó en una fina línea. Entre unas medias que acababa de correr, había allí un cinturón.
La cicatriz en su espalda baja que jamás se fue, punzó ligeramente ante otro recuerdo.
Las mujeres amigas de su madre, había festejado sus pasos alegres. Hoseok los había practicado hasta el cansancio en la seguridad de su cuarto desde hacía varias semanas, sin poder verse adecuadamente en un espejo pero sí poniendo toda su dedicación para que queden correctamente y se vean como lo imaginaba. Ellas, mientras comían sus masas finas habían halagado su pasión y habían reído con calidez, haciéndolo ignorar la expresión severa en el rostro de su progenitora. "Es muy bueno" le habían comentado a ella, que sujetaba la taza de té con tanta fuerza que sus nudillos habían perdido color.
Y el niño que en aquel momento era, se retiró esa tarde de la sala de estar sintiéndose feliz, con una radiante sonrisa de corazón, ignorando por completo los sentimientos de su madre.
Pero los conoció a las pocas horas, cuando ella entró enfurecida al cuarto de su único hijo luego de despedir a las vecinas y estar finalmente libre de las miradas ajenas.
Existen cosas que la mente nunca olvida.
Para el caso de Jung, una de ellas fue el sonido del cuero del cinto cortando el aire. Tampoco pudo jamás olvidar los insultos enfurecidos que acompañaban cada golpe que chasqueaba contra su piel, separando cada palabra por azotes diferentes:
¿¡Cómo!?
¿¡Te!?
¿¡Atreves!?
¿¡A!?
¿¡Dejarme!?
¿¡En!?
¿¡Vergüenza!?
¿¡Maricón!?
Las yemas de Hoseok recorrieron un instante el material del cinturón, hasta ser consciente de lo que estaba haciendo. Se detuvo entonces, para dejarlo en el mismo lugar donde estaba y volver a cubrirlo de medias con un largo suspiro.
—No ahora... —se dijo calzándose para irse de allí.
Se dirigió con calma hacia la sala de práctica sumido en la soledad de los pasillos, por donde solo podían oírse sus zapatillas y la amplia tela de su ropa rozarse al andar. Era muy temprano para que hubiera movimientos y bullicio. La academia parecía una foto estática y vacía, una escena congelada donde era el único con la libertad de moverse.
Era el mejor horario. Aprendió eso con el correr de los días allí.
Si lo pensaba en retrospectiva, hubiera sido lógico creer que su madre lo obligaría a seguir la carrera que consideraba que era digna. Que su historia sería la de una vida de cumplir con las expectativas ajenas hasta terminar siendo un Ceo de alguna empresa acomodada, con semblante gris y vida estereotipada.. pero no fue su caso.
Al día siguiente, con la piel violácea y los sueños rotos, la escucho a través de la puerta de su habitación decirle que haga su bolso.
El niño, desvelado luego de una noche larga y angustiante, creyó que lo estaban echando a la calle.
Aun con el cuerpo entumecido luego de aquella paliza desmedida, se fue rengueando y haciendo muecas de dolor a cada paso hasta donde ella lo esperaba desayunando con expresión indescifrable. "Wallnut Hill" fueron las palabras que salieron de su boca roja carmesí en vez de un "buen día". Hoseok no entendió. Se sentía tan asfixiado por el dolor corporal que le costaba respirar correctamente y sus pensamientos estaban confusos. Su alma preadolescente estaba tan golpeada como su propia carne. "Es un internado de baile de EEUU, irás allí esta misma tarde" continuó su madre cuando fue obvio que el jovencito no respondería.
Hoseok abrió la puerta de la sala, aún con las palabras de su progenitora rondando en la mente. Era curioso como incluso con el pasar del tiempo recordaba perfectamente el tono de voz, el movimiento de los labios pintados, el sonido del café siendo servido en la taza mientras le comunicaba su nuevo destino, las pulseras grandes de oro centelleando por la luz de la ventana, el horrendo mantel rosa donde descansaba el resto del desayuno.
"Si te vas a dedicar al baile vas a ser el mejor. No se te ocurra volver a cruzar este umbral si no lo consigues. No toleraré vergüenzas."
El sonido de la música inundó el salón con un alto volumen. Quizás era un intento de tapar los sonidos de sus propias memorias, la verdad era que no estaba seguro de las razones o si el método funcionaría, pero aún así subió más la perilla de los parlantes. Cuando ya no pudo escuchar sus propios suspiros, fue al centro de la sala y se vio al espejo, uno como el que había soñado tener de pequeño cuando bailaba en su cuarto a escondidas.
Su cuerpo empezó a moverse como si la canción hubiese sido hecha para él. Sus ojos estaban húmedos, producto de las melodías desgarradoras. O tal vez el desgarrado era él? Se lo preguntó repetidas veces, mientras sus pies giraban sobre la madera lustrada haciendo fricciones que morían ahogadas por los bajos que retumbaban al compás.
"El dolor es parte de la danza" pudo oír en alguna parte de su cerebro.
Aún con los lagrimales al borde del rebalse, sonrió con ese nuevo recuerdo agridulce. Había sucedido en ese mismo espacio donde se encontraba practicando.
Había huido en plena madrugada a practicar hip hop, que en el fondo era su verdadera dirección en la danza. La academia nunca había sido elegida por él sino por su madre. Y si bien tanto su prestigio como los profesionales que enseñaban allí eran de altísimo nivel, su orientación era de baile clásico. Era de esperar que sus enérgicos movimientos marcados por el beat no fueran aceptados por la mayoría de los maestros ni los directivos, quienes buscaban la perfección y la delicadeza del ballet.
Pero él siempre fue rebelde, o al menos así lo habían tachado allí. Y negándose a abandonar las raíces de su amor por el baile, procuraba perder valioso descanso por practicar movimientos por su cuenta, alejado de la mirada ajena. Esa noche en particular, a pocas semanas de haber llegado a esa academia, estaba enfrascado en tratar de mantener el ritmo en un Rocking constante que iba tarareando él mismo, intercalando de su propia imaginación movimientos que recordaba haber visto de artistas callejeros.
—Eso no es un Ballonné Pas.
La voz suave de alguien en medio de su rutina secreta, casi lo hace caer al suelo del susto mientras aterrizaba de un salto torpe que había realizado. Pudo mantenerse en pie, más no pudo salvaguardar por completo su dignidad al soltar un grito ahogado y dar un respingo.
Había sido descubierto.
A pesar de haber visto al muchacho por el espejo, se giró a enfrentarlo fingiendo tranquilidad a pesar de que sus corazón parecía querer salirse del pecho por la violencia con la que latía.
—Lo sé..— contestó.
Ubicó al jovencito inmediatamente. Park JiMin era reconocido por ser el prodigio de su cursada. Un muchacho que no solamente bailaba bien, sino que su aspecto de ángel lo hacía ver incluso mejor que un profesional. Su padre era un canadiense de rasgos finos que le había cedido no solo el apellido sino que también la mejor parte de sus genes, heredándole un cabello casi platinado y ojos claros que llamaban la atención de cualquier ser humano capaz de ver. El nombre del salto que acababa de nombrarle Park con una inocente sonrisa, de hecho, a nadie de su cursada le salía con la misma naturalidad que a él, quien había venido de familia de bailarines por varias generaciones.
—Eso ni siquiera me sale —admitió, recordando lo poco delicadas que se volvían sus extremidades cuando intentaba seguir las indicaciones del coreógrafo.
JiMin había asentido en silencio. Probablemente lo había visto sufrir esas clases de práctica compartidas. Notó en aquel instante que pocas veces había oído su suave voz, ya que un joven como él no hablaba mucho con nadie. En un ambiente tan competitivo, sus mismos compañeros lo dejaron de lado con velocidad para no ser opacados por su brillo.
—Creo que mejor me iré.. si quieres usar el espacio para practicar, te lo cedo... —murmuró finalmente Hoseok sintiéndose de pronto pequeño e insignificante. Supuso que se burlaría de su escondido gusto por el baile callejero o que, peor aún, lo delate con algún maestro que lo encierre en su habitación. No quería seguir siendo rechazado por ser quien era, la simple idea le removía las entrañas a la vez que los recuerdos, y eso le angustiaba hasta cerrarle la garganta.
—Enséñame.
Los pasos apresurados se detuvieron cuando estaba pasando de él, ante la exigencia que de pronto soltó el rubio. Los dos jóvenes que por primera vez se habían hablado quedaron a tan solo unos centímetros de distancia.
—¿Qué cosa? —preguntó frunciendo el ceño, sosteniéndolo por fin la mirada a aquel chico de labios regordetes y expresión dulce.
—Te he observado. Me gusta tu energía, Jung.
Hoseok abrió la boca absolutamente sorprendido y desconfiado en partes iguales. ¿Se estaba burlando de él?
—Enséñame de energía y pasión... yo te enseñaré de delicadeza y dolor—insistió.
—¿Dolor?
La mirada de su acompañante se ensombreció.
—La danza clásica es dolor.. dolor en los pies, en los dedos que se deforman, en el rechazo de los que te rodean, en... —tragó un momento, como si estuviera dudando en si seguir hablando fuese lo correcto— no poder comer para estar delgado...
Allí fue capaz de notar con claridad cosas que los niños de catorce años no suelen ver de buenas a primeras: la piel carente de color de JiMin, los surcos violáceos debajo de sus ojos apagados, lo delgado de sus brazos.
Hoseok lo vio, y se vio a sí mismo bajo las presiones de una familia exigente que lastima sin medir consecuencias por capricho y orgullo. Y antes de ser consciente de que no correspondía, lo estaba abrazando con tanta fuerza que incluso a él mismo le dolía. O, también, lo que le dolía era el corazón.
—¿Qu- qué haces?
—Estoy sellando el trato... — murmuró sin dejar de abrazarlo para que no note que sus ojos querían llorar una vez más— Tomaré de tu tristeza, si tomas de mi alegría. ¿Está bien?
La canción terminó. Sus músculos se destensaron, su cicatriz no se sintió más en la piel. El sudor perlado ya no era sudor, eran sus angustias y sus recuerdos siendo purgados.
—No es dolor —afirmó para sí, entre bocanadas de aire que daba agitado.
Su cabeza tenía la misma paz que el silencio que le sigue al final del tema.
Cuando tenía catorce no lo sabía, pero JiMin había entendido mal. La danza no era dolor, al menos no para él. Era purificación. Un trozo de madera en medio de un naufragio donde podía relajar el cuerpo que estaba agotado de mantenerse a flote.
Respirando irregularmente, volvió a poner play y se dirigió a su posición para dar inicio una vez más a su número.
Había seguido ese camino, se había aferrado a ese norte y había andado por ese sendero con la determinación de un fiel creyente.
No ha sido fácil. En absoluto.
Pero cada tormenta había sido sorteada con la esperanza de llegar a destino para demostrarse a sí mismo, a su madre y al mundo que estaba haciendo lo correcto, que siempre lo hizo. Cada lesión había sido soportada con determinación, incluso cuando implicaban bañeras heladas para el cuerpo o curaciones en la madrugada cuando las uñas encarnadas de los pies supuraban pidiendo un descanso.
Había perdido la cuenta de cuántos parches de dolor había usado en esos años. Pero, por fortuna, la mitad de aquellos recuerdos tenían la compañía de JiMin a la par de él, llevando a cabo la travesía juntos.
Esa madrugada, en aquel abrazo había sellado un destino compartido: una amistad tan fuerte como su amor al baile.
La actuación dio fin una vez más, y agotado se tumbó en el suelo.
—¿Vas a seguir mirando sin aplaudir? ¿Acaso no lo merezco?— preguntó en voz alta con los ojos cerrados entre bocanadas de aire.
El espectador silencioso que había estado observando desde la puerta se vio descubierto, y terminó de ingresar a la sala.
—No quise interrumpir tu concentración.
Hoseok sonrió. La voz del señor Min no había sufrido el más mínimo cambio en todo ese tiempo.
—¿Qué haces aquí, niño?
Él, que por entonces tenía unos quince años, estaba en silencio sentado en una escalera alejada del salón principal y los corredores concurridos. Su semblante deprimido y la mirada perdida en la nada misma, habían llamado la atención del profesor de historia de la danza, quien a pesar de no ser reconocido por intercambiar muchas palabras con los alumnos, se acercó a comprobar si había algo que no anduviera bien.
Hoseok lo miró con ojos aguados un instante, antes de correr su rostro hacia otro sitio murmurando un escueto " no pasa nada".
Min Yoongi tenía para aquel entonces unos cincuenta años bien llevados. Era un hombre que guardaba en su semblante los rasgos de quien en su momento debió haber sido un joven guapo de facciones delicadas pero ojos severos. A pesar de no inmiscuirse mucho en asuntos que no le correspondían, él era una persona muy atenta a los detalles, y suponía saber qué estaba pasando con él adolescente retraído que recordaba perfectamente de sus clases.
—¿No fuiste al salón principal? Hoy es miércoles... — comentó con tranquilidad sentándose al lado de Jung, con la vista también hacia el frente.
—Odio los miércoles de visita. Son estúpidos...
Por el rabillo del ojo, Min vio como el chiquillo se encogía en su sitio abrazándose a sí mismo, como si quisieran hallar calor en esas palabras frías.
—¿Tú crees?
La verdad era, que durante el transcurso del primer año Hoseok fue cada miércoles a la sala principal.
Cada miércoles, a todos los estudiantes del internado los iban a visitar su madre, su padre o algún familiar.
Y cada miércoles, desde la primera hasta la última hora habilitada para las visitas, él inició y terminó sentado solo.
En un principio, quiso excusar a la señora Jung. Quiso creer que era porque no estaba teniendo resultados lo suficientemente satisfactorios para merecer un viaje de esa magnitud.
Luego, con el correr de los meses, terminó entendiendo que ella no iría allí. No iría nunca, sin importar sus notas o sus logros. Lo había dejado ahí, pagando una cuota exuberante como precio para mantener a la vergüenza de su propia sangre lejos de las reuniones de té y los manteles horribles de color rosa.
Inclusive los Park, a pesar de su ridículo nivel de exigencia y su obsesión por depositar los sueños y anhelos propios en los hombros de su hijo, iban a ver a JiMin.
—A mi no viene a verme nadie —confesó, con una lágrima traicionera cayendo por su mejilla.
Yoongi chasqueó su lengua tratando de encontrar palabras adecuadas que no incluyan blasfemias.
—Uno viene a este mundo con el Don. Pero la fuerza y todo lo demás viene del dolor... — dijo finalmente, fijando sus ojos severos en los del joven, quien por fin se giró a verlo— Deberías volcar toda esa rabia y sufrimiento en tu arte.
—Todos aquí dicen lo mismo –cuestionó con frustración recordando a su amigo—, ¿por qué tiene que ser dolor? ¿Porque la danza no puede ser paz?
—A eso me refiero, muchacho —contestó con tranquilidad el profesor incorporándose nuevamente—. Si pones el sufrimiento allí, lo liberarás y no va a consumirte a ti. La salvación es tuya, no dejes que nadie te quite eso.
Y con una sonrisa tranquila, se había ido de allí, dejando a su pequeño alumno sorprendido y tratando de procesar sus palabras.
El aspecto del señor Min ya no era en absoluto lo que solía ser, pero a pesar de sus infinitas arrugas y su cuerpo encorvado, sus ojos gatunos seguían centelleando energía.
—Debí suponer que estarías aquí tan temprano —le dijo con la calma en la voz que siempre lo había caracterizado.
—Soy tan predecible?— Hoseok río con honesta alegría de verlo, aun tirado en el suelo con las extremidades totalmente estiradas.
—Tal vez. Sólo un poco —le sonrió el anciano con complicidad mientras se dirigía nuevamente hacia fuera, consiguiendo que el otro hombre se levante de un salto para darle alcance y caminar a su lado por los pasillos de la academia.
—¿Me va a dejar hablando solo?
—En absoluto. Sabía que vendrías.
—¿Qué hace tan temprano aquí?
—Podría preguntarte exactamente lo mismo.
—Anoche dormí en mi antigua habitación.
Min se detuvo ante la repentina información. Expectante, su acompañante lo observó deteniéndose también, a la espera de una respuesta.
—Y qué tal te sentiste? —consultó entonces el viejo, con una neutralidad imposible de descifrar.
—Fue... movilizante —admitió.
—¿Cuántos años han pasado ya?
—Treinta.
—Vaya... estoy muy viejo — murmuró.
—¡Señor director!— una tercera voz interrumpió la charla.
Ambos hombres se giraron para ver a otro acercarse, pulcramente vestido y con un sedoso cabello largo rubio. Sin ser capaz de controlarlo, Hoseok sonrió tan grande que sus mejillas dolieron, como se le sonríe a un amigo de muchos y largos años. Se perdió por un instante en la arrugas en el borde de los ojos del platinado frente a él, y casi pudo verlo como el joven delgado y alegre que lo acompañaba en sus andanzas cuando escapaba en un fin de semana del complejo para bailar en las calles de la ciudad, o aplicando ungüento sobre sus músculos cansados.
—¡Señor Park!— saludó el anciano adelantándose a él—. Hoy vino especialmente guapo, ¿es por la admisión nueva de estudiantes? Les robará el adolescente corazón que se traen.
Los colores tiñeron las mejillas (por fin sanamente rellenas) de JiMin, quien abrió sus rellenos labios en una perfecta O sin ser capaz de encontrar palabras para responder.
—¿Para qué me buscabas?— decidió salvarlo de la incomodidad su antiguo amigo, con una sonrisa cálida.
—Ya están aquí —le dijo él, agradeciendo en silencio.
Ese lunes era el día de las audiciones para el ingreso de nuevos estudiantes, y como director jamás se perdía ni una sola de las presentaciones. Dando él personalmente, una función final.
Saludando con una reverencia a su antiguo maestro y ahora consejero estudiantil, se dispuso a seguir a su mano derecha y amigo incondicional en el establecimiento.
—Siempre busca ponerme incómodo... –murmuró con un puchero infantil que en absoluto concordaba con el traje Dior que se cargaba ni su refinado andar.
—Sabe que estuviste enamorado de él cuando estabas en primer año y se reirá de eso hasta el día que estire la pata —confesó con una risa ahogada mientras esquivaba el golpe que JiMin pretendía darle con sus papeles.
—Aiiish... No me lo recuerdes. Me siento un idiota.
Ambos continuaron su camino hacia la sala principal, aquella que años atrás evitaba pisar para no recordar el rechazo de su madre ni los dolores de sus elecciones.
Atrás había quedado su terror por el rechazo, ni el anhelo de ser aceptado por la señora Jung. Lejos de ser lo que se esperaría, tampoco había rencores hacia ella, ya que entendía que a su modo esa mujer había colaborado en convertirlo en quien era en vez de forzarlo a ser otra persona. Claro que su relación nunca fue la ideal, pero incluso hasta el día de su muerte por vejez, él se sintió en paz con ella. Sin asuntos pendientes. La había perdonado.
Una vez que regresó a Wallnut Hill luego de una exitosa carrera de coreógrafo profesional en bandas jóvenes, se postuló para liderar su antiguo colegio. Sus coreografías habían sido calificadas como "un éxito seguro de quienes lo bailen" en varias revistas de farándula, llamando la atención por mezclar tanto danza clásica como las raíces urbanas que tanto lo marcaron en su camino. Bailó por su propia cuenta también, habiendo llevado a cabo varias obras de su propia autoría que había atrapado tanto jóvenes como grandes, por la curiosa pero hermosa mezcla de géneros que anteriormente eran tomados como agua y aceite.
Su elección de director fue casi inmediata. La academia estaba quedando atrás en sus enseñanzas ortodoxas, e incluso los directivos de aquel momento lo sabían.
Su primer cambio fue, justamente, agregar más géneros de danzas a la cartilla de estudios. Tuvo siempre en claro que —por más que no era necesario para engrandecer su carrera ni tampoco lo necesitara por cuestiones monetarias— él quería hacer cambios positivos allí. Wallnut Hill había sido su hogar y su sostén, en lo que él crecía y se formaba para enfrentar al mundo y a sus propios fantasmas personales.
Sin importar el paso de los años, Hoseok seguía siendo ese niño rebelde que escapaba de lo que querían imponerle, y se proponía armar sus propias reglas y metas. No olvidó sus raíces, ni las enseñanzas de aquellos que le tendieron una mano en sus peores momentos. No dudó en llamar tanto a JiMin como a Min para que, una vez más, sean parte de su camino.
Y así como ellos fueron un momento de paz en su turbulenta vida, él estaba absolutamente entregado a la misión personal de serlo para el resto consiguiendo formar una institución más inclusiva y donde personalmente becaba a quienes por bajos recursos no podían ingresar.
Hoseok y JiMin abrieron en la puerta doble de la sala principal para conocer a los nuevos ingresos que esperaban ansiosos por los directivos que darían la bienvenida. Sobre la madera lustrada de aquel umbral, se cernía un grabado enorme que decía:
Make your passion, your piece of peace.
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