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Isaac sintió un nudo en la garganta al recibir aquella llamada, al hablar con ella. Eran las tres de la tarde en Sidney, el sol brillaba con fuerza en la calle. La gente paseaba acalorada por las calles a pesar de que en aquellas fechas, debía hacer frío.
En el parque donde estaba todo parecía correr a un ritmo anormalmente rápido, un ritmo que no esperaba a nada ni a nadie, y mucho menos a él. Los niños correteaban divertidos, gritando mientras jugaban, pasando por su lado como si no existiera, Isaac comenzó a plantearse si de verdad lo hacía, si de verdad estaba ahí.
Se quedó mirando a la nada, a ningún sitio en concreto, apenas se fijaba en los coches que pasaban de un lado a otro en la otra parte de la calle. ¿Para que? ¿Todo eso tenía siquiera un solo sentido?
Su mente iba a mil por hora, su corazón latía tan rápido que dolía, sintió como se le revolvía el estómago, una sensación de vértigo que casi le obliga a sentarse.
No se lo creía, era absurdo, no tenía sentido. Quiso gritar, lanzar su teléfono lejos, pero nada de eso iba a servir. Su mejor amigo había desaparecido y nada de lo que hiciera en ese momento iba a ayudarle.
Pasaron unos minutos, él no contestó pero sabía que Leseath se encontraba ahí, al otro lado de la línea esperando a que respondiera. Oía su respiración alterada, y pensó en lo mal que debía estarlo pasando.
Le hubiera gustado animarla, pero no estaba mucho mejor que ella.
—Mañana mismo estaremos en Italia, te lo prometo— trató de decir sin que su voz sonara demasiado entrecortada— vamos a encontrarlo.
Colgó el teléfono y lo lanzó con furia hacia el suelo, apretando los puños y soltando un quejido que hizo que la mitad del parque se volteara a mirarlo. Marcus no podía estar desaparecido, a sus ojos era uno de los más fuertes de todos y Altair, que lo acompañaba más de lo mismo. Apretó sus manos con las uñas hasta que comenzaron a sangrar y pudo ver como sus compañeros de misión se volteaban a verlo, Arthur con lágrimas en los ojos y Viktor en un completo silencio que mostraba más preocupación de la que aparentaba. A todos les había afectado la desaparición de los tres celestes que habían ido a Río, y pese a que la noticia era relativamente novedosa se había extendido rápidamente entre todos.
En el camino de regreso Isaac solo pudo concentrarse en sus pensamientos, lo que le gustaría hacer al llegar a casa, sentía rabia, furia, estaba enfadado con el mundo, y el silencio en el que se habían metido solo provocaba que los pensamientos negativos le llegaran en bucle.
El apartamento no era muy grande, era blanco y muy básico, pero al menos era un buen lugar donde derrumbarse sin que la gente los acusara de escandalosos.
Isaac llegó con la idea de romper algo, gritar, dejar atrás la frustración, pero al atravesar la puerta se sintió débil, perdió fuerzas y solo sentía ganas de llorar, de derrumbarse.
Se dejó caer en el sofá y se tapó la cara antes de soltar el primer sollozo y las primeras lágrimas, el rencor se había esfumado y el único sentimiento que percibían era la desazón por no saber si sus amigos estaban vivos o muertos. El sentimiento de haberse vuelto a quedar solo le abordó, Marcus había sido la persona que lo sacó de aquel orfanato, la que le condujo como un guardián a ese mundo de locos que si bien temía había aprendido a amar, porque estaban en familia, porque ya no estaba solo. Si el llegara a faltar… Isaac ni siquiera quería llegar a sopesar esa opción.
Por un momento miró a Viktor y la serenidad que parecía portar y le envidió, quiso tener esa fuerza, esa calma incluso en un momento así. Él caminó sin hacer ni un solo ruido en todo el trayecto, caminando todo el rato detrás de ellos como si de una especie de sombra se tratara. Se le veía preocupado, pero no hundido.
Le vio cerrar la puerta del apartamento con la suavidad y dedicación con la que acaricias el pétalo de una rosa para no romperlo. Isaac pensó que era una forma de no alterarlos más, ni a él ni a Arthur quien había ido a encerrarse en su habitación nada más entrar.
Sin embargo, la mirada de Viktor se tornó oscura cuando las puertas se cerraron por completo. Sus nudillos se volvieron blancos por la fuerza con la que apretaba sus puños y sin pensarselo dos veces, tomó una estantería y la arrancó de la pared para tirarla al suelo con furia.
En cualquier otra situación Isaac habría estado aterrado, pero sin embargo, en ese momento lo entendía completamente.
Viktor soltó una maldición en ruso, con una voz grave y un tono que no se podía percibir bien debido a lo complicado del idioma, y finalmente cubrió su rostro con las manos, como si aquel acto tremendamente violento hubiera calmado la rabia que sentía al saber de la desaparición de sus compañeros.
Se sentó en el suelo al lado de la estantería rota. Algo que parecía hacer juego con el estado de ánimo de todos los que se encontraban en aquella casa.
Se fueron en el primer vuelo que encontraron. De Australia se llevaban pocas cosas, ninguna información, ningún souvenir. Habían perdido más en aquel viaje, se habían dejado ropa, una estantería rota y tiempo, y lo último no podrían recuperarlo jamás.
El monasterio parecía estar de luto. Isaac quiso pegar a alguien que, con la mejor intención, había puesto fotos de los chicos en una estantería para expresarles su apoyo, ver el rostro de sus amigos lo llenaba de rabia, no estaban muertos como para que se les dedicara un epitafio y un bonito altar, estaban vivos y eso debían creer hasta que se demostrase lo contrario.
Viktor arrancó los carteles nada más verlos. Un guardia estuvo a punto de decirle algo pero la mirada del hijo del Leo bastó para hacerle callar. Quizás por respeto, quizás por el miedo que aquél chico de 17 años era capaz de infundir.
No tenía sentido hacer un altar a los vivos y ellos lo sabían, porque estaban seguros de que iban a volver sanos y salvos. O eso les gustaba pensar.
Isaac tomó el marco con la foto de Marcus y lo miró con mano temblorosa. Probablemente era una foto antigua que le había tomado su madre, se le veía más pequeño y con aspecto serio pero no amenazador, era... Simplemente era Marcus, más pequeño pero en su esencia más pura. Le recordaba a las fotos de los militares cuando van a recibir una medalla, lo veía representado, Marcus era un guerrero.
Las fotos de Altair y Avril, en cambio, eran mucho más naturales, Altair se veía sonriente en una especie de jardines exteriores del monasterio y Avril se encontraba vestida con algún tipo de uniforme azul marino. Supuso que aquella foto se la habrían pedido a su abuela, porque se la veía más pequeña de lo que era ahora.
Dolía ver su imagen, les recordaba que ya no se encontraban presentes, pero él era incapaz de arrancarlas como había hecho Viktor, no podía imaginarse rasgando la cara de Marcus como si fuera un simple papel, y menos rompiendo aquel marco que se encontraba en sus manos, simplemente le resultaba impensable.
Una mata de cabello rojizo se cruzó en su camino en un abrir y cerrar de ojos. En segundos sintió como unos brazos delgados, de mujer, le rodeaban con fuerza.
No pudo hacer más que corresponder al abrazo con fuerza, sabía lo mucho que Leseath quería a Marcus y no podía imaginar cómo se sentía, y mucho más sabiendo el miedo que tenía a amar y perder.
— Me alegra que estés aquí —. Su tono era áspero. Si no la hubiera visto no habría reconocido aquella voz.
—No podía estar en otro sitio— Isaac miró sus zapatos y luego volvió a mirar a la pelirroja— ¿Han dicho algo?
—Van a reunirnos a todos en la sala grande, ahora— se pudo escuchar como la chica tragaba saliva sonoramente, tratando de disipar el nudo de su garganta— o al menos a todos los que quedamos.
Ella se abrazó y dio media vuelta, dándole la espalda y comenzando a caminar en la dirección que le llevaría a aquel gran salón donde los recibieron por primera vez.
Las estrellas se encontraban en sus tronos, abatidas, con mirada cansada y ojeras que se marcaban por algo más que por la edad.
Fue una reunión rutinaria, preguntaron sobre cómo habían ido las investigaciones, si sabían de algo en especial.
Casi se dio por terminado aquel coloquio sin llegar a abordar el tema que los había reunido allí.
— ¿Qué medidas vais a tomar con respecto al grupo de Libra, Aries y Géminis? —. Arthur les miró con severidad, una mirada que no solía usar con nadie.
Por un momento dejó de parecer un crío, casi se sintió como si hubiera crecido de golpe, de la noche a la mañana. Isaac agradeció en el fondo que se atreviera a preguntar, aunque de no haber sido el hijo de Cáncer, él mismo no se habría ido sin saber qué pensaban hacer al respecto.
En su mente sabía que nadie realmente lo habría permitido, incluso el gato de Avril habría sacado las garras para saber más del asunto, y eso que era una cosa pequeña y negra. Todos estaban decididos a encontrar una solución y, aún más a encontrarlos a ellos.
— Me parece peligroso dejaros salir teniendo en cuenta la situación —. Comentó Nadîm en un tono conciliador–. Para nosotros vuestra seguridad es lo más importante. Hemos enviado equipos que se encarguen de encontrarlos.
— Espera —. Leseath habló, fue apenas un susurro pero logró callar al viejo astro —. ¿Me dices que tres hijos de los doce han desaparecido, dos de los cuales estaban mejor entrenados que todos los que viven aquí y vas a mandar a un equipo que no esté formado por nosotros?
— Debemos ir nosotros —. Skylar miró a todos uno por uno —. Si no somos capaces de protegernos entre todos no podemos esperar ganar esta guerra.
Las tres estrellas se miraron un pesado silencio que duró unos segundos, los suficientes para generar tensión en el ambiente. Isaac meditó sus palabras dándole la razón, ¿qué se podía esperar de ellos si obedecían las órdenes de quedarse a salvo cuando sus amigos estaban en peligro?
Estaban demasiados acostumbrados a perder, pensó.
Al día siguiente los nervios estaban a flor de piel, Isaac sentía un vacío en su estómago que no le abandonó en ningún momento.
Terminó de colgarse su mochila cuando vió a Leseath esperándolo con melancolía en la puerta, como un alma en pena. Los pálidos brazos de la chica se envolvieron con fuerza a su alrededor, como si temiera que a él también le pasara algo, y, en apenas un susurro le dedicó unas palabras cargadas de sentimientos.
—Isaac...— en su tono se podía percibir que sólamente quería pedirle que tuviera cuidado, pero no la forzó a terminar la frase, decidió apartar el tema a un lado completamente, no le gustaban las despedidas, sonaban a que no iba a haber un regreso y él tenía claro que iba a regresar y que iba a hacerlo con su mejor amigo.
—Ha llamado la madre de Marcus— interrumpió.
—No le habrás dicho nada...¿No?
—Algún idiota ya le había llamado— Isaac suspiró— va a venir con el hermano de Marcus cuanto antes, estaba muy afectada.
—Dios...— un pequeño suspiro escapó de los labios de la pelirroja— va a ser muy incómodo, tu no vas a estar y a mí no me conoce.
—Marcus le habló de tí— el joven la miró a los ojos y pudo ver su sorpresa en ellos. El hijo de Sagitario le dedicó una pequeña sonrisa— cuida de todos por aquí.
Leseath asintió despacio y con un ligero temblor por los nervios acarició el pelo de su amigo de manera fraternal.
—Tú eres el que tienes que tener cuidado. Cuidate mucho, por favor.
—Oh, creeme que lo haré— contestó el chico dejando que lo acariciara, sabiendo que necesitaba ese contacto como forma de poner un pequeño alto a su dolor— y traeré a baby Marcus conmigo.
Los celestes que habían sido elegidos para aquella misión fueron Acuario, en representación de los signos de aire; capricornio, en representación de los signos de tierra; sagitario, en representación de los signos de fuego y cáncer, en representación de los signos de agua.
Ella asintió ligeramente y lo atrapó de nuevo entre sus brazos, con miedo de perder también a su amigo.
—Creo que debería dejarte descansar— Isaac asintió ligeramente y se separó de ella despacio, dejando que se tomara el tiempo que necesitara para marcharse. La chica lo observó durante unos segundos más y después se marchó con una suave despedida, dejando al joven solo de nuevo con aquel nudo en el estómago del que no se podía deshacer.
Al día siguiente las estrellas esperaban en la puerta con notable nerviosismo para despedirse de aquellos que se iban, con la poca esperanza que les quedaba alimentando el nudo de su garganta y con la idea de que quizás ya era demasiado tarde carcomiéndoles la cabeza.
Algunos de los que se iban no creían del todo en el regreso, algunos pensaban que, si algo había podido vencer a dos de sus más poderosos aliados ellos solo iban a ser carnaza, una presa más para aquellos que milenio tras milenio se cebaban con su sangre.
Skylar miró de refilón a sus amigos y pudo ver una cara conocida entre ellos, una con la que, hace tiempo, a veces temía hablar por miedo a estar volviéndose loca. Danielle LeNoir.
Su difunta hermana era muy parecida a ella, podrían pasar por mellizas o algo parecido muy fácilmente de no ser porque la francesa le sacaba algunos años y tenía algún rasgo de la cara diferente al suyo, como dos hoyuelos en sus mejillas de los que ella carecía o la piel lisa y sin una ligera capa de pecas sobre el puente de su nariz.
A veces cuando era pequeña jugaba a que era su amiga imaginaria, correteaba por la casa con su hermano bajo la atenta vigilancia de Danielle, que siempre trataba de mostrarle una cara amable y de aportarle un toque racional en todas sus decisiones. Al principio creía que se trataba de un juego, su hermano mayor fingía verla y le sonreía cada vez que la pequeña le contaba sus aventuras, pero con el tiempo se dio cuenta de que tanto Travis como ella habían crecido, y que, Danielle no desaparecía, que solo era un producto de su cabeza.
Nunca más habló de ella ni con ella, la única vez que lo hizo su padre quiso hacerle pruebas para comprobar que no era esquizofrénica. El médico solo alegó que era el estrés, que tenía que relajarse, Travis en cambio, creía en ella.
Ahora sabía que Danielle estaba allí por alguna razón que ella misma desconocía, pero en todo el tiempo que llevaba en Italia aún no había hablado con ella, resultaba complicado hablar a alguien a quien veías sufrir cada vez que al mirar al resto se veía a si misma y a sus amigos muriendo mil años atrás. Pero ahora no era momento de sufrir, sabía que Danielle estaba ahí para ayudarla y tenía que hablar con ella, sabía que ambas querían lo mismo, salvar a sus amigos.
Le gustaría que no fuera Marcus quien estuviera desaparecido, el ariano sabía lo que hacía y era un gran líder para cualquier misión, se le daba bien manejar situaciones complicadas ya que estaba mucho más acostumbrado, además, muchas veces la recordaba a su hermano. No eran ni mínimamente parecidos en aspecto o carácter pero si algo tenían en común era esa necesidad de cuidar de sus allegados y protegerlos hasta la muerte. Se sentía algo vacía ahora que Marcus no estaba, sentía que otra vez estaba perdiendo a su hermano y por mucho que tratara de pensar en positivo los recuerdos la inundaban completamente. Tampoco se sentía con ganas de hablarlo con sus amigos, sabía que probablemente estaban mucho peor que ella y quería mostrarse fuerte para ellos porque sabía que si todos se derrumbaban no habría nadie que tirase del carro. A veces dolía esconderse siempre detrás de una muralla, pero si no era ella quien lo hacía, ¿Cómo se aseguraba de que no lo harían los demás? Muchas veces sentía que esos sentimientos reprimidos iban a acabar con ella, y no podía hablarlo con Leseath o con Isaac porque ellos mismos estaban más destrozados que nadie. Entonces, si sus más cercanos estaban peor que ella, ¿Con quién hablarlo? Resultaba difícil guardarse todo dentro, sobre todo cuando sentías demasiado, eso era algo que admiraba de Skat, esa capacidad para rodearse de una muralla y mostrarse fría.
En parte la comprendía, pero tampoco sentía que pudiera hablarlo con ella, la hija de acuario era una mujer de pocas palabras y a veces sentía que la aturullaba al hablar, porque si había algo que a Skylar le caracterizaba era su incapacidad para callarse la boca.
Sus amigos caminaban ya hacia el coche que los llevaría al aeropuerto en silencio, con los nervios a flor de piel, por lo que decidió retrasarse un poco y caminar junto a aquella que tanto tiempo llevaba sin hablarle.
—Tengo miedo— fue lo primero que se le vino a la cabeza. Pudo ver como su hermana se volteaba hacia ella y asentía ligeramente.
—Lo se.
—No quiero perderlos, no a ellos, no podría perder a nadie más— su voz sonaba medio rota y podía sentir todas las emociones que se había estado guardando salir por su boca y sus ojos como un torrente de agua.
—No has perdido a nadie, Skylar— el marcado acento francés de Danielle sonaba dulce y le invitaba a relajarse, la consolaba con delicadeza— ellos aún no se sabe si están bien y Travis aunque no esté en cuerpo presente está a tu lado, en tu corazón, nunca se ha ido.
—¿Y por qué ya no puedo verlo?— una lágrima se escapó de su ojo derecho, sin darle oportunidad de reprimirla, acto que ablandó el corazón de la fantasmal hija de capricornio.
—Supongo que estáis en planos distintos— susurró— como Edmond y yo.
—Lo extrañas mucho,¿verdad?— la joven giró su cabeza ligeramente para mirar a su hermana y pudo ver como trataba de mantener la compostura, sin demasiado éxito.
—Cada día— una bonita sonrisa se extendió por sus labios, sin dejar a la vista ni un ápice de tristeza, como la gran mentirosa para guardar las apariencias que era— pero debemos ser fuertes y seguir adelante. Tu lo sabes mejor que nadie.
—A veces dudo de si eso es o no es cierto.
—Pues no dudes, si algo me ha enseñado Kristen ha sido a que no debes dudar de nada, nunca, y menos de tí misma.— sintió una suave brisa sobre mi mejilla cuando Danielle le acarició, una brisa reconfortante y cálida.
—¿Y Kristen se aplicaba ese consejo a sí misma?
—Bueno, muchas veces lo ignoraba, pero es una gran enseñanza— su sonrisa se ensanchó y automáticamente se sintió algo mejor, como si su presencia la reconfortase— voy a estar aquí en todo momento, te lo prometo, vamos a cortar cabezas como buenas francesas.
—Yo no soy francesa— contestó Skylar con una media sonrisa.
—Pero estudiaste a Robespierre, ¿Cierto? Imitémoslo.— Danielle se despidió con la mano al llegar al coche y se desvaneció poco a poco, devolviendola a la realidad, tenían una misión por delante: salvar a los celestes desaparecidos.
En algún lugar de Brasil, tres chicos se encontraban atrapados. Las cadenas apretaban, haciendo sangrar ligeramente sus muñecas. Ni siquiera conocían cuanto llevaban allí, cuánto tiempo habían estado encerrados, si había llegado el día o era de noche, mucho menos sabían dónde estaban o si iban a salir vivos de allí, si iban a trasladarlos o a matarlos allí directamente. Tampoco sabían si los iban a alimentar alguna vez, solo sabían que tenían hambre y que el cuerpo les dolía, les dolía demasiado. Unas pulseras especiales cubrían sus muñecas, impidiendoles usar sus poderes, manteniéndolos prisioneros en aquella húmeda y fría celda.
Altair se mantenía quieto, sabía que si se movía un ápice las cadenas solo lo harían sangrar más, Marcus en cambio no dejaba de moverse, se retorcía y tiraba con fuerza tratando inútilmente de liberarse pese a que aquello no hiciera más que dañarle las muñecas. Avril había intentado una y otra vez usar sus poderes de teletransporte para liberarse, pero esto también había resultado inútil y solo había logrado debilitarla hasta el punto de que, si no fuera por su débil respiración, tanto Marcus como Altair la habrían dado por muerta.
El propio Marcus no apostaba mucho por ellos mismos en ese momento, pero se negaba a rendirse, no soportaba la idea de pensar que morirían así y que no volverían nunca a casa, no soportaba pensar que no podría despedirse de su madre o de Leseath, de su hermano Thomas o de Isaac, no podía imaginarse cómo resultaría para sus seres queridos recibir la noticia de su muerte. Definitivamente, no podía irse sin resultar un dolor de muelas para los omegas, eso lo tenía claro, si moría lo haría luchando.
—Para, vas a acabar como ella— le advirtió Altair— y si acabas como ella y logramos soltar las esposas no vas a pasar ni de la puerta. Y no pienses que te voy a llevar como a un princeso, pesas mucho, estás gordo.
—No voy a acabar como ella— protestó Marcus— yo si tengo ganas de vivir.
—Zatknis', blyad'*— esas eran las primeras palabras que había escuchado decir a Avril en mucho tiempo y, había que decir que no eran muy amigables.
*(Zatknis', blyad'= callate la puta boca)
—Eh... si, como sea. Necesitamos un plan— protestó el ariano— tenemos que salir antes de que nos hagan puré.
—Pero qué listo eres, Marcus, ¿cómo no se nos había ocurrido antes?— comentó con sarcasmo Altair.
—Eh italiano, yo al menos no me he rendido —. Comentó Marcus, ganándose una de las miradas más frías que el hijo de Géminis era capaz de poner.
Escucharon el sonido de la puerta al abrirse y las miradas de ambos chicos se posaron en el chico que los había metido en tantos problemas, el extraño clon malvado de Altair, o, hablando más lógicamente, su hermano gemelo.
—No voy a sacaros si eso es lo que os preguntáis, ya he hecho demasiado— el joven dejó caer unas llaves en el suelo y cerró la puerta, sorprendiéndolos a todos, quienes no sabían bien si era una trampa, un extraño juego o una verdadera liberación.
—Vamos, es nuestra oportunidad— Marcus alargó sus piernas y con un puntapié lanzó las llaves directamente a su mano derecha, con unas extrañas habilidades futbolísticas que desconocían de dónde salían. Lo único que sí sabían con certeza es que no las había aprendido de Andreu.
Rápidamente se deshizo de sus ataduras y se dispuso a liberar a Altair, tratando de no hacer ruido para que los omegas no se dieran cuenta, después hizo lo propio con Avril, que estaba mucho más pálida que de normal.
—Tenemos que deshacernos de las pulseras— murmuró mientras le sacaba de las ensangrentadas muñecas ese fino metal que las rodeaba— vamos Avril, arriba.
—¿Estamos ya todos?— Altair los observó espectante, tratando de ocultar su nerviosismo— vámonos antes de que se arrepienta de habernos soltado.
El ariano asintió y tosió algo de sangre, asustando a sus compañeros, que estaban en el mismo o peor estado que él.
—Dios, Marcus, estás más muerto que vivo— Altair lo sostuvo y posó su mirada en Avril— ¿Puedes caminar sola?
La hija de libra asintió ligeramente y caminó despacio hacia la salida, seguida de ambos chicos. El hermano de Altair los esperaba apoyado en una pared, con una pose seria pero tranquila, con los brazos cruzados sobre su pecho.
—Está despejado, podéis iros— su voz era monótona pero sus palabras significaban mucho para ellos, significaban que, pese a que hubiera ayudado a llevarlos ahí, quizás no era tan malo.
—¿Y cómo vamos a salir de aquí?— esto es un laberinto— protestó frotándose las muñecas Altair.
—Todos los laberintos se resuelven con la norma de la mano derecha— contestó confiado el ariano, con energías renovadas pese a estar casi sin aliento— solo tenemos que palpar el lado derecho hasta que encontremos la salida.
—Dios, sois unos idiotas— el desconocido rodó los ojos y comenzó a andar a buen paso, esperando que lo siguieran pese a estar medio muertos— dentro de media hora se darán cuenta, me volveré contra vosotros y lleváis las de perder, así que rapidito, y lo digo por la chica.
Avril tosió débilmente y temblorosa se teletransportó hasta la altura del chico, que los miraba impasibles.
—No voy a ser un problema— murmuró, haciendo que Marcus la sostuviera ligeramente pese a las pocas fuerzas que tenía.
—Aquí no abandonamos a nadie, ¿Me habéis oído? Saldremos todos de esta.
El misterioso desconocido los condujo a través de unos pasillos oscuros y húmedos, con una luz tan tenue que resultaba casi imposible ver nada. El olor a humedad les recordaba a un callejón frío y peligroso, pero no tenían nada más, esa era su única vía de escape. El tiempo ponía a los chicos nerviosos y les recordaba lo frágil que era su vida en ese momento, lo sencillo que resultaría matarles.
Tenían miedo. Miedo a no salir de allí, a no poder despedirse. Temían que si morían sus amigos sufrirían su mismo trágico destino. Temían fallarles o ser la causa de su muerte.
—Quedan cinco minutos— el chico se dio la vuelta y los enfrentó cara a cara, directamente— si abrís esta compuerta bajaréis directos a las alcantarillas, seguid la tubería y estaréis libres.
—Muchas gracias, de verdad— Avril apartó con cuidado la tapa de la trampilla, ayudada por Altair, ya que sola no tenía la fuerza suficiente para levantar el pesado metal.
—Deberías venir con nosotros— la mirada de Marcus era penetrante pero no amenazadora, más bien era de gratitud— eres uno de nosotros.
—Cuidado con Eraser— cambió de tema el desconocido— no perdáis tiempo, os recuerdo que os daré a la caza pasada la media hora.
Tanto Marcus como Avril atendieron a su advertencia y descendieron pesadamente la escalera, sin que Altair los siguiera.
—¿Altair?— preguntó el ariano, confuso.
—Ahora os sigo— negó lentamente y posó su mirada en su hermano, que no dejaba de analizarlo.— Déjame un momento a solas.
Sus compañeros asintieron y comenzaron a caminar, lentamente, mientras el hijo de géminis se miraba con su gemelo en silencio, sin saber bien qué decir.
Ninguno de ellos soltó palabra alguna, había demasiadas preguntas y aclaraciones que necesitaban ser respondidas, necesitaban mucho tiempo y no disponían de él. Aquel desconocido incluso se sentía ligeramente incómodo, nervioso, no quería hablar, no sentía que fuera el momento.
—Dos minutos.
Altair tomó la muñeca del chico, esperando algo más que una invitación a marcharse, y un inmenso dolor los recorrió a ambos por todo su cuerpo, como si hubieran prendido fuego a sus venas o los hubieran envenenado. El lugar donde antes no se encontraba ninguna marca de Géminis ahora lucía una marca negra como las de todos sus compañeros, la marca se había formado, haciendo que los chicos se miraran entre sí como si el mundo acabara de abrirse ante sus ojos.
Un pequeño estruendo lo sacó de su estupor, quizás fue Marcus tropezando por debajo de ellos, quizás fue Avril, no lo tenían muy claro, sin embargo, los dos entendieron que era hora de marcharse y que el tiempo los apremiaba.
Ni siquiera se despidieron, Altair bajó las escaleras y tapó la trampilla al hacerlo, dejando solo a su hermano y uniéndose rápidamente a sus compañeros, que trataban de curar una herida en las manos del hijo de Aries, que se había raspado al caer como un peso muerto debilitado por las heridas.
Altair lo tomó de la cintura y lo ayudó a caminar, obligándolos a continuar el camino sin pausas, nervioso por si el enemigo ya había advertido su ausencia y se dedicaba a su busca y captura.
Avril iba tanteando el camino delante de ellos mientras el ayudaba a cargar a Marcus, se teletransportaba unos metros adelante y luego volvía para indicarles si la salida se hallaba o no cerca y lo más importante, si era o no seguro.
Pasaron aproximadamente dos horas ahí abajo, caminando a un paso cada vez más lento porque Marcus se encontraba débil por sus vanos esfuerzos cuando estaba encerrado y Avril cada vez estaba más cansada de teletransportarse una y otra vez.
Por un momento incluso creyeron que no había salida, que caerían desplomados de un momento a otro y las ratas y alimañas consumirían su carne como si fuera un plato de pasta a la hora de comer. Sorprendentemente, al cabo de un tiempo vieron una luz con forma circular, y no, no significaba que estaban muertos, eso solo era una creencia popular. Esa luz que los cegaba porque sus ojos llevaban un tiempo acostumbrados a las tinieblas era la salida, la libertad.
Si la luz hubiera sido una persona estaban seguros de que la habrían asaltado como unos locos para abrazarla.
Casi no podían ni abrir los ojos cuando alcanzaron el exterior, aunque tampoco se perdían nada bueno, habían salido directos al agua de vertidos y no olía precisamente bien.
La cara de sorpresa de los ecologistas que recogían los plásticos por esa zona no tenía precio, parecía que se les iba a caer la mandíbula del asombro, resultaba quizás hasta demasiado gracioso.
Marcus se acercó a uno de ellos, con pasos lentos y la ropa sucia. En un principio vio cierto temor en sus rostros causado por el desconocimiento, por no entender qué estaba pasando. Tuvo suerte de que una de aquellas personas supiera hablar inglés.
Les contó una mentira, que se habían caído por error en las alcantarillas, el hombre no parecía muy seguro de la versión que Marcus le contó. Aún así, indeciso aceptó pasarle su teléfono para que realizara una llamada. Marcus miró a sus compañeros que se encontraban sentados encima de unos tubos de metal, bebiendo y comiendo lo que aquella gente había decidido compartir con los moribundos chicos de las alcantarillas.
Solo podía realizar una llamada y debía ser rápida. Escribió un número y decidió borrarlo al momento, descartando a esa persona. Meditó durante unos segundos más que le parecieron una eternidad. Escribió el siguiente número y llamo, cruzando los dedos porque le contestara.
Esperó con impaciencia, escuchando cada pitido que indicaba que el teléfono había sido marcado, entró al borde la histeria al ver que nadie contestaba. Estuvo por darse por vencido hasta que oyó aquella voz, de un momento a otro le cogieron el teléfono y una paz que hacía semanas no sentía se apoderó de él.
— ¿Diga? —. Contestó esa persona al otro lado de la línea.
Se relamió los labios sin saber muy bien cómo contestar. Cómo decirle que estaba bien, que estaban vivos y heridos en algún lugar perdido de Brasil. Así que se decantó por lo más sencillo, improvisar. Tragó grueso y habló antes de que la otra persona colgara.
— Leseath, soy yo. Marcus.
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