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7 - Parte 1


Para sobrevivir entre los Novenos tienes que convertirte en uno.

O al menos: tratar de comportarte como uno...


—Ella es tan bonita... pero está muy sucia. ¿Podemos bañarla? —escucho que una voz femenina dice con cierta fascinación.

—No, no podemos solo desnudarla y bañarla —responde otra voz femenina también.

Remuevo un poco mi cuerpo en mi lugar, sintiéndolo suave.

—Pero yo baño a todos mis cadáveres...

—Ella no es tuya y no es un cadáver.

Una risita.

—Todos somos cadáveres, solo que todavía no desempeñamos el papel... Y ella sí podría ser mía. Damián solo debe regalármela. ¿Crees que lo haga?

Nada más con oír el nombre de Damián entiendo que no es que estoy plácidamente dormida, y todo lo que en realidad sucedió se aclara en flashes en mi cabeza:

Poe y yo entrando a esa habitación repleta de libros, un mapa y fotos. Verne diciendo que nos creía. Damián pasando a mi lado y yo escuchándolo llamarme «ruidosa». Luego yo viendo la imagen del Damián ensangrentado al que maté, y explotando.

A partir de ahí no tengo nada claro, pero lo comprendo. Otra vez fui víctima del tuerce de realidad. De nuevo mi razón me desobedeció, mis impulsos actuaron con libre albedrío, y le solté a Damián lo de la muerte de su padre.

Lo usé como un arma. verbal. Lo revelé como si no fuera el peor de los secretos.

—¡¿Qué hice?! —Abro los ojos y me siento de golpe, como quien se ha dormido sin querer en pleno campo de guerra y se da cuenta de que en cualquier momento le caerá una bomba.

Lo primero que veo ante mí es la cara enmarcada por ondas rojizas de Eris, y el inquietante y avispado rostro Archie, ambas de esta otra dimensión. Están sentadas en el borde de la cama en la que ahora me encuentro y tienen los ojos fijos en mí. No tengo ni idea de cuándo me han acostado en este colchón, pero estoy demasiado desorientada y asustada como para darle sentido a la situación. Solo siento un impulso:

—¡Cometí un error! ¡Tengo que irme de aquí! ¡Tengo que escapar! —Sale de mi boca mientras que intento salirme de la cama.

Pero Eris, rápida, me toma por los brazos para mantenerme sentada sobre el colchón.

—¡No, tranquila Padme, estás a salvo, no tienes que ir a ningún lugar!

—¡Es que Damián está furioso! —Niego rápido, quitando sus manos y convencida irracionalmente de que lo único que debo hacer es huir de donde sea que me encuentro antes de que él aparezca—. ¡Él va a vengarse, él...!

—¡No, él no está furioso! —se apresura a completar Eris, insistiendo en que me calme—. Y no has hecho nada malo. No has cometido ningún error.

Eso me deja en el sitio. Solo puedo mirar sus ojos verdes, desconcertada, porque recuerdo bien lo que he hecho, y es grave. Algo así habría enfurecido al Damián que yo conozco, que ya he confirmado es igual a este. Entonces no es posible que no se enojara...

—¿No? —pregunto en un aliento.

—No, no hiciste nada malo y Damián no está enfadado. —Sus labios se extienden en una sonrisa cincelada y juguetona, y asiente—. ¿Cierto, Archie? —Le pide ayuda para hacérmelo entender. A su lado, Archie también asiente con la cabeza, y también me sonríe, solo que la suya, tan ancha y afilada, resulta amistosamente macabra. Eris entonces me lo explica con esa voz aterciopelada y con un cuidado que sigue siendo incomprensible para mí ya que la Eris de mi dimensión nunca me explicó nada de esa manera—: Mira, tuviste algo así como un colapso y luego te desmayaste, y él nos dijo que te trajéramos a esta habitación a recuperarte.

—Aunque no podemos decir del todo que no estaba enojado, porque las expresiones de Damián siempre son las mismas y a veces está enojado sin parecer enojado —comenta Archie, aun con la sonrisa extendida y aun asintiendo—. Estando serio también está enojado, y una vez lo vi tristemente enojado...

—Archie. —Eris la corta sin dejar de mirarme, ya que yo he arqueado un poco las cejas—. No lo estaba y punto.

Archie pega los labios, todavía con la sonrisa, quieta. Inquietantemente quieta.

Vuelvo la mirada a Eris.

—Así que tranquilízate y solo procesa tu alrededor —me insta con su mano, invitándome a mirarlo todo.

Mi mente todavía gira un poco entre una cosa y otra, pero lo hago. Escaneo las cuatro paredes de la habitación que siguen siendo de piedra. Solo hay una cómoda algo vieja en una esquina y dos puertas, una que debe ser la salida y otra quizás... ¿a un baño? Una lámpara vieja cuelga en el centro del techo. También palpo las sábanas oscuras debajo de mí.

—Eso, estás en una de las habitaciones de nuestro refugio subterráneo, y nosotras estamos aquí contigo —añade Eris.

—Y podemos bañarte... —susurra Archie sin siquiera parpadear.

Eris gira la cabeza hacia ella.

—Eres tan espeluznante —le dice, dedicándole una mirada de absoluta incredulidad—. ¿Sabías que por eso soy tu única amiga?

—No, eres mi única amiga porque mato a todos... —Archie emite una risa errática. Ya me doy cuenta de que es una característica suya.

Eris gira los ojos, aún con la sonrisa, y niega con la cabeza como si Archie no tuviera remedio. Luego vuelve a poner la atención en mí y me parece que nota que yo sí creo a Archie capaz de intentar bañarme, porque lo aclara:

—No vamos a seguir los pensamientos invasivos de la loca cabeza de Archie, pero sí te trajimos ropa para que te bañes tú misma y te cambies. —Se pone en pie y señala la mesita de madera vieja que está contra la esquina—. Lo pusimos todo allí: una toalla, unos jeans y unas camisas limpias, porque no puedes seguir con esa ropa que huele a remojado. Y bueno, lo saqué de mi clóset porque Archie no comparte prendas por miedo a los gérmenes, pero no te preocupes, intenté conseguirte lo más neutral posible. Ya tengo claro que no te va ninguno de nuestros estilos.

A eso último le añade una risita, pero no es de burla. La entiendo tan bien que vuelve a hacerme sentir extraña por su diferencia a la otra Eris: notó que somos muy diferentes, y no quiere que me sienta incómoda.

Ella no sabe que la incomodidad me la causa el pasado que tengo con su versión de mi dimensión.

—Gracias —le digo de todos modos. Ahora, necesito orientarme más ya que los sucesos posteriores a las cosas que le solté a Damián están borrosos y son casi nulos en mi memoria—: En dónde... ¿en dónde está Poe? —pregunto.

—Tu lindo amigo está en su habitación aquí al lado, dándose una ducha también... —contesta Eris mientras se mueve por la habitación, mordiéndose el labio traviesa y misteriosamente. La forma abstraída en la que se queda mirando los pasos que da, delata que en realidad se imagina a Poe en el acto de ducharse.

Pero, ¿no sabe ella que todas sus expresiones la traicionan? Y esto también es inquietante, porque estoy acostumbrada a una Eris seria y neutral. No sabía lo expresiva que podían ser las líneas de su cara hasta ahora.

—A Eris le gusta él. —Archie me lo confiesa con una risita cómplice.

Pero no es un secreto y a Eris no le interesa que lo sea, así que sacude los rizos rojizos, proyectando una sonrisa amplia y ensoñadora.

—¡No me gusta, me encanta! —admite con un suspiro profundo—. ¡Fue enganche a primera vista! ¡Apenas lo vi supe que él es el amor que siempre deseé encontrar! ¿Pueden creerlo? Tú, Padme, ¿puedes creer que exista algo tan inmediato?

¿Me está preguntando si creo en el amor a primera vista? Porque solo me viene a la mente que desde la primera vez que vi a Damián sentí que nuestras almas estaban conectadas. Sentí que debía entrar a su mundo. Sentí que lo adoraba.

Supongo que más bien fue obsesión a primera vista...

Como sea, de pronto siento que mi primera idea de esta Eris estuvo equivocada. La asocié mucho a la lujuria, y ahora creo que es más bien una romántica empedernida. Una romántica en exceso.

Ella habla de "amor"...

Y el lenguaje de Poe es el sexo...

Ni siquiera lo imagina.

—¡Yo sí creo! —salta Archie, ansiosa y acelerada por responder—. ¡Y creo que se van a enamorar y se van a casar y sus hijos nacerán muertos!

—¿Qué? —Eris detiene su caminata y arruga la cara. Las fantasías se paralizan por un momento.

—¡Hermosos, nacerán hermosos! —Corrige Archie muy rápido, consciente del error que cometió. O de que compartió su escalofriante pensamiento sin deber...

—No importa. —Eris vuelve a sentarse con emoción en el borde de la cama. Veo el ardiente brillo en sus ojos, despertado por todo lo que tiene que ver con Poe. Me lo pregunta, inclinada hacia mí—: Padme, no quiero abrumarte porque apenas acabas de llegar, pero siento una confianza inexplicable contigo, así que... dime, ¿crees que tengo esa oportunidad con él?

Hundo un poco las cejas al escuchar lo de «confianza inexplicable», porque antes la oí mencionar que también sintió algo incomprensible al encontrarme inconsciente en el bosque.

Pero ya es obvio que ella no me conoce y que en esta dimensión no estamos relacionadas de ningún modo, así que... ¿podría ser un vestigio del hecho de que en mi dimensión sí existió un enlace entre nosotras?

Digo «enlace» porque sé que una verdadera amistad no fue...

Pero de acuerdo con lo que pregunta, ¿cómo le digo que cualquier cosa tiene oportunidad con Poe? Aunque, sorprendentemente, excepto ella. Eso dio a entender él.

—Bueno, no lo sé... —titubeo, porque los dos pares de ojos están fijos en mí, aguardando, atentas.

—O espera, ¿tú tienes algo con él? —A Archie le viene la sobresaltada duda de repente.

Sacudo la cabeza y las manos en una rotunda negación, alternando la mirada entre ambas.

—No, no, yo jamás tendría algo con Poe. Lo veo como a un... —¿Podía decir «El posible causante de mi muerte por venganza»? No. Así que solo miento—:... como a un gran amigo. Somos compañeros de manada después de todo.

—¡Oh, oh, ¿y cómo es todo en esa otra dimensión de la que vienen?! —Archie vuelve a sobresaltarse, aunque tengo la impresión de que la curiosidad con respecto a eso lleva rato en ella y solo ha estado esperado el mejor momento para soltarla—. ¡¿Y por qué le tienes tanto miedo a Damián?! ¡¿Qué te hizo allá?!

Me deja helada. ¿Qué acaba de preguntar? No puedo ni parpadear.

—¿Qué? ¿Por qué asumes que me hizo algo? —Trago saliva.

Es Eris quien se encoge de hombros, develando que también piensa lo mismo.

—Preciosa, le tienes un miedo descomunal, y no es algo que puedas ocultar —me dice con obviedad—. Ya nos quedó claro a todos, incluso a él.

Oh Dios... ¿Qué? ¿Acaso todos piensan igual? ¿En tan solo pocas horas mis explosiones les han hecho sospechar que el Damián de mi dimensión me hizo algo?

Me siento tan en evidencia, tan aterrada ante la idea de que por mis errores den con la verdad, que solo niego con la cabeza.

—No, eso es culpa del cambio dimensional —me apresuro a mentir sin pensarlo, aunque en cierto modo, ¿por qué también es como si quisiera convencerme a mí misma?—. Poe me lo explicó. Soy más vulnerable por no ser Novena, así que tengo que luchar para no volverme loca. No hay nada más...

Eris alza una mano para que me ataje y de nuevo me calme, desgraciadamente, porque es consciente de mi nerviosismo.

¿Por qué estoy siendo tan mala en ocultar las cosas?

—Padme, mira, no sé cómo sea el Damián de tu dimensión, pero puedo asegurarte que el de nosotros tiene sus motivos para actuar así; toda esa desconfianza no es por nada —me dice en otro intento de tranquilizarme, de que no me preocupe—. Pero él no va a lastimarte, no va a hacerte nada malo. Es solo que le cuesta creer esto. Tiene que entender que no eres... —Se queda un momento allí, como si el resto de esa frase fuera a salir de entre sus labios y a la vez no. Es un poco raro, pero entonces Archie lo completa:

—¡Que no eres una Novena!

Eris asiente rápido y se aclara la garganta.

—Exacto, sí.

De nuevo percibo algo extraño, pero esa vez Archie se inclina hacia mí, poniendo las palmas en el colchón.

—Pero Padme, anda, ¿cómo somos nosotros en tu dimensión? —me suplica que le diga, eléctricamente impaciente, llenando el aire de expectativa—. Si nuestro Verne es tu Poe, ¿cómo somos nosotras? Porque debemos existir allá, estoy segura. Dime, ¿cómo lucimos? ¿qué hacemos?

—Sí, empieza por mí. ¿Cómo soy? —Eris se le suma, de nuevo con la ardiente excitación en los ojos verdes, aunque lo otro lo susurra—: Tengo algo con el rubio, ¿no? Porque siento que sí.

Me quedo solo mirándolas. La expectativa y su emoción son palpables. Y bueno, sí sería fácil decirle a Archie que en mi dimensión es un hombre, pareja de Tatiana, quien aquí es Tate. De seguro le parece bonito y romántico que su amor traspase las líneas del tiempo.

Pero decirle a Eris que siempre vivió como una presa, siendo mi mejor amiga y que al final resultó ser una traidora mentirosa que ocultó su verdadero lado Noveno...

¿Cómo lo hago? ¿Y debo hacerlo? No confío en ella. Es instintivo. Me trata bien y es amigable, pero todo lo que pasó dejó una natural susceptibilidad en mí... Siento que debo estar alerta. Ya lo he entendido: todos siempre querrán cazarme. Soy la presa contra los cazadores.

De todos modos, de repente, tal y como lo temí, el mismísimo Damián entra a la habitación, y el asunto de Eris deja de importar. Se me corta la respiración apenas su figura enfundada en ropa negra atraviesa la puerta. Sus botas trenzadas se imponen sobre el suelo de piedra con cada paso, y es impresionante cómo llena el ambiente de su misterio y su lóbrega presencia.

—Ay, bueno, entonces ya nos vamos... —Archie se levanta de inmediato de la cama en cuanto lo ve, compartiendo una mirada con Eris. Algo se transmiten solo con los ojos, porque la pelirroja reacciona igual, listas para dirigirse a la puerta.

Solo que Damián las detiene con su tono frío:

—No.

—Entendemos que quieres hablarle y no tenemos intención de estorbar... —dice Archie, solo que Damián alza un dedo y señala de nuevo el colchón:

—Ahí. —Les ordena con firmeza que se queden.

Archie y Eris se sientan al mismo tiempo, calladas.

¿Por qué no las ha sacado? No lo entiendo, pero honestamente agradezco que se queden aquí, aunque eso no quita los nuevos nervios que ahora tengo en la garganta, porque con su presencia en la habitación me aborda el instantáneo miedo de cometer el mismo error otra vez, de que me ataque otro tuerce de realidad, ya que por supuesto que él ha venido para reclamarme mi imprudencia.

Estoy tan segura de eso que, aun sentada en la cama, me empiezan a sudar frío las manos.

—¿Qué es lo que sabes de mi padre? —me pregunta él sin rodeos. Admito que me he esperado un reclamo en un grito o un insulto tipo: «¡¿estás loca?! ¡¿qué fue lo que dijiste allá sobre mí?!», pero la pregunta ha sonado más bien con una fría seriedad.

De todos modos, la seriedad de Damián Fox también puede ser peligrosa. Por eso, como no digo nada (porque en realidad tengo la garganta como bloqueada y tampoco sé bien qué decir que no empeore las cosas), él lo repite, esta vez haciendo un énfasis demandante en las palabras:

—¿Qué es lo que sabes? ¿Y cómo lo sabes?

«Respóndele, Padme, o será peor, porque no hay nada con lo que puedas excusarte o con lo que fingir que hubo un malentendido. Soltaste ese secreto. Todos lo oyeron. Ahora debes dar las explicaciones».

—Sé que lo mataste, y lo sé porque en mi dimensión tú me lo contaste —logro decir, y creo que sueno como una niña que sabe que ha hecho algo incorrecto, porque mi tono no es demasiado alto.

Las cejas oscuras de Damián se hunden ligeramente.

—¿Te lo conté? —repite con cierta incredulidad—. ¿A... ti?

¿Eh? La pregunta y el tono de esta me hacer fruncir el ceño. ¿Acaba de decir «¿a ti?» como uno podría referirse a algo insignificante o a un insecto desagradable y asqueroso? ¿Ya no es solo un comentario para su Verne sino una muestra directa de desagrado hacia mí?

—Sí, me lo contaste a mí, la presa —replico, y conociendo bien la razón de su desconcierto, algo de lo que me acuerdo sin problemas, no puedo evitar mencionarlo—: No me digas que en esta dimensión también les tienes mucho asco y odio a los que no son como tú.

La incredulidad desaparece de su semblante, él se cruza de brazos y me mira, inquisitivo.

—¿Lo tengo? —inquiere como respuesta.

—¿Lo tienes? —Remarco, porque es algo que él debe confirmar o negar, pero he olvidado algo:

—No lo sé, dímelo tú —me invita, y con una parsimonia sombría lo enfatiza—: porque pareces saber muchas cosas sobre mí, según dejaste claro al explotar hace rato.

Trago saliva, porque mis propias palabras resuenan en mi cabeza. Lo que le dije en aquella sala, entre todos los libros, sin siquiera pensar:

«Eres egoísta, manipulador y mentiroso. Eres un monstruo que está muy ocupado odiando la vida como para entenderla. No hay espacio dentro de ti para nada que no sean tus propios deseos. Harías cualquier cosa solo para que el mundo gire a tu alrededor, y no te importaría acabar con la vida de cualquiera si eso sacia tu insana necesidad de dominio».

Fue todo lo que ahora sé que realmente era el Damián de mi dimensión. Todo lo que posiblemente habría querido soltarle, aunque él ya no me hubiera entendido.

Entonces, lo tuve tan contenido y guardado que solo estalló. Y fue un error, porque si este Damián lo analiza bien, y estoy segura de que lo hará, mis palabras ponen en evidencia que tengo muchos sentimientos negativos hacia Damián Fox.

¿Y por qué?, podría preguntarse él.

—¿Qué? ¿Entonces todo eso es cierto? —Intento desviarlo—. ¿Eres así y aquí también mataste a tu padre?

Pero eso no funciona con él. Solo hace silencio un momento. Su intimidante mirada de cazador está clavada en mí, lo cual me pone más angustiada todavía, y sin pensarlo desvío la cara.

¿Por qué me observa así? ¿Acaso me está estudiando a fondo? Eso sería riesgoso.

¿O tal vez estoy exagerando y solo tiene curiosidad por lo que pasó?

—Se supone que en tu dimensión formas parte de esta manada —habla él finalmente—. Dime, ¿para qué le sirven las presas a un Noveno? —Lanza la pregunta.

No. Sí me está analizando de una forma peligrosa.

En su lugar, Archie alza muy rápido la mano, como una alumna en clases que se sabe la respuesta y quiere ser elegida para decirla.

Pero es para que yo la responda, claro.

—Para matarlas —cito.

—Entonces, a ningún Noveno le disgusta encontrarse a una presa, si no olvidas eso —dice él con una obviedad fría—. Me incluyo, pero no tengo otra cosa que hacer con una además de matarla, así que, ¿porque yo, en cualquier dimensión, le contaría algo así a una presa?

Me congelo en mi sitio como una criminal en pleno juicio, con todo en su contra. Esa pregunta es adecuada para dar con la horrible verdad, y esa misma puede llevarlo a la siguiente, que es incluso más inteligente.

Por eso no deja de observarme. Quiere encontrar las respuestas no solo en mis palabras, sino también en mi rostro, en mis ojos, que ya se ha dado cuenta de que delatan muchas de mis emociones.

Eso. Lo entiendo todo. Él se ha dado cuenta en tan solo horas de muchísimas cosas: de que me pongo pálida, de que se me corta la respiración, de que puedo sudar ligeramente, de cómo me veo cuando sucede el tuerce. Me ha estudiado con una rapidez aterradora, y por eso tengo la horrible certeza de que debo mentir o me descubrirá. Sabrá por dónde ir, por dónde avanzar conmigo, y llegará al punto correcto...

No, ya llega hasta él:

—En esa dimensión de donde vienes, ¿quién eres para ese Damián? —me hace la temida pregunta.

Me trago los nervios, todavía sin mirarlo. No sé qué decir. Pasa un momento.

—Responde —me exige con tal crudeza que se siente como si ahora estuviera entre su cuchillo y la pared.

Demonios, ¿qué puedo decir? Sé el secreto de su padre porque aquella vez le di a Damián esas pastillas sedantes que calmarían a su parte Novena, y eso lo hizo hablar. Básicamente yo se lo saqué.

Sí, debo mentir, pero a la vez no, porque otra cosa no sería creíble.

—Fui... —sopeso las palabras, con la vista fija en mis dedos—... yo soy algo lo suficientemente cercano como para que él me lo revelara.

—Suficientemente cercanos —repite Damián. Suena como si midiera la frase en su mente. Alzo los párpados solo un momento para encontrarlo todavía contemplándome con los ojos algo entornados—. ¿Y acaso en esa dimensión es normal tenerle un miedo paralizante a alguien tan cercano?

La presión de su espera, de su atención, de su exigencia, caen sobre mis hombros, por lo que cierro los ojos y exhalo aire por los labios entreabiertos, sintiendo cómo mis nervios pasan a ser un temblor en mis dedos, una sequedad en mi boca, un calambre en mi rostro.

Oh no. ¿Vendrá el tuerce otra vez? No por favor... No por favor...

—Damián, ella está algo alterada todavía, mejor déjala descansar y mañana... —interviene Eris, que lo ha notado, y por eso suena preocupada. Pero Damián la interrumpe al instante:

—Cállate. —Y vuelve a darme la cruda orden—: Responde.

—No, no es normal —solo digo, ya sucumbiendo al apresuramiento de la presión y la tensión, empezando a escuchar un zumbido en mis oídos, y preguntándome: «si no respondo rápido, ¿también llegará a la verdad?».

—Lo supuse, porque no le tienes miedo al tipo raro con el que viniste.

—Es que él y yo somos un equi...

—Parece suceder solo conmigo.

—No, es que... —Aprieto los ojos e intento decir algo que me excuse, lo que sea, lo primero que me viene, pero él me corta:

—¿Por qué? ¿Qué eres para ese Damián?

—Somos amigos. —Sacudo la cabeza. Siento que la habitación quiere comenzar a desestabilizarse, a girar a mi alrededor—. Somos compañeros de manada. Simplemente él confió en mí y...

Su voz me interrumpe, imponiendo su interrogatorio:

—No. ¿Qué pasó entre tú y él para que estés tan asustada?

—¡Me pongo así por el cambio dimensional, ya lo dije! —profiero, alto y con tal exasperación que estoy a punto de llevarme las manos contra los oídos. Pero las detengo a medio camino, consciente de que todos me están mirando, de que debo controlarme, de que todo debe dejar de dar vueltas, y respiro hondo—: No soy como Poe que está estable porque su sistema es el de un humano más desarrollado. Yo soy una humana normal, mi cuerpo y mi cerebro están confundidos. ¿Es muy difícil de entender?

Un silencio se extiende por la habitación. Me doy cuenta de que estoy respirando con cierto aceleramiento, y sé que todos los ojos están en mí, pero no soy capaz de abrir los míos para...

—Estás mintiendo —me acusa Damián de pronto.

¿Qué?

Ahora sí abro los ojos, y por fin lo miro, pero esta vez la incrédula y desconcertada soy yo. ¿Sigue con lo mismo? ¿No le ha quedado claro al ver cómo me pongo? ¿No ve lo que me pasa? ¿O las palabras duras no fueron suficientes?

Sí estoy mintiendo para ocultar la verdad de lo que hice. Y lo hago porque si se entera de que lo maté, me verá como una amenaza e intentará matarme antes.

Pero él desea que yo sea una mentirosa en todo, y no es así.

—No me conoces —le digo. Sigo un impulso y empiezo a salir de la cama lentamente, con sus suspicaces iris tan negros como la muerte siguiéndome—. No me conoces en lo absoluto y aun así desde que aparecí solo aseguras que miento, pero pareciera que es porque tú quieres que sea así. ¿Es eso? —Sueno a que lo reto a ser el interrogado ahora—. ¿Quieres manipularlo todo? Porque no encuentro otra razón. ¿O la hay? Dímela.

No se inmuta porque no tiene alma, y si la tiene es un álgido soplo del infierno.

—Solo sé que estás mintiendo —asegura él con su voz profunda y seca—, y odio las mentiras. Todos aquí lo saben bien.

Niego con la cabeza, ya de pie junto a la cama, frente a él.

Y no estoy segura de qué espíritu del ímpetu me posee en este momento o de dónde sale el arrebato que me lleva a hablar de una forma totalmente diferente a la de un momento atrás. Solo lo siento como una adrenalina, fluyendo por mis venas, ciega y sorda, y me hace pasar por encima del miedo irracional de una manera que ni siquiera entiendo:

—No me importa lo que sepan. ¿Por qué tú insistes? —lo contradigo, y lo acuso de la misma manera insensible con la que él me ha acusado a mí—: ¿Es porque soy una presa y me tienes tanto asco como le dijiste a Verne? ¿Solo por eso necesitas hacerme ver como una mentirosa? —Tampoco sé de dónde me sale el desprecio con el que lo pronuncio, pero se refleja hasta en mi expresión—: Pues yo también te tengo asco, Damián.

Veo claramente cómo mis palabras hunden su cejo, aprietan su mandíbula y endurecen sus ojos y sus rasgos con esa oscura frialdad. Es pálido bajo la luz amarillenta de la bombilla. Pálido como un demonio de oscuridad.

Y estamos enfrentados. No sé cómo, pero lo estamos.

—No vuelvas a decir ni una palabra sobre mi padre —me amenaza finalmente con una nota de enfado.

Tras eso me da la espalda, y yo se lo suelto de la misma manera mientras lo veo salir:

—Tú no vuelvas a llamarme «ruidosa» nunca más en tu vida.

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