4 - Parte 2
Bueno, por supuesto que tiene que haber un Poe Verne en esta dimensión, ¿no?
Tate sale apurado a buscarle, dejando en el ambiente la pesada tensión de una situación que sin esperarlo se ha agravado. Yo sigo con la espalda pegada a la pared, aún alerta, alternando entre Eris y un punto de la chaqueta de Damián (para no verlo a la cara) una mirada que sé que, inevitablemente, despide recelo.
Pero es que no puedo evitarlo. Quiero oír a mi razón, la que creo que trata de convencerme de que estoy exagerando, pero es ahogada por la voz mental que sigue repitiendo:
«Es el mismo. Me lo acaba de demostrar. Aquí Damián es el mismo monstruo. Que sea otra dimensión no cambia nada. Es igual de peligroso y destructivo que el otro. Si desea lastimarme, lo hará».
A la vez me acuerdo de que haber permitido eso antes ocasionó parte de mi infierno, y pienso ensordecedoramente que no debo cometer de nuevo el error de bajar la guardia ante ningún Noveno, incluido Damián. Por eso mis sentidos están alterados, confundidos, haciéndome sentir que tengo que estar atenta y defenderme.
Aunque él no vuelve a acercarse a mí. Por fin sale de su pasmo; un ligero sobresalto mental, y lo primero que hace es moverse para darnos la espalda. Por como se para cerca de una de las esquinas es obvio que quiere disimularlo, pero me doy cuenta de que se queda mirando la palma de la mano con la que me ha agarrado el cuello.
¿Qué se pregunta en su mente? No tengo idea, pero tiene que ser algo capaz de causar la extrañeza que veo aparecer en el perfil de su cara, una que tiñe sus ojos negros con algo de... ¿desconocimiento?
—¿Le tienes miedo a él? —me pregunta Eris de pronto, haciéndome pasar la atención desde Damián hacia ella con una rapidez propia de la alerta. Descubro que está escudriñándome con un fuerte brillo de intriga en los ojos—. ¿De verdad tú...? —Siento que afinca ese "tú"—... ¿tú le temes?
Y en cuanto le sumo su evidente curiosidad a la forma en la que me ha formulado eso, comprendo que es porque le parece... ¿raro?
Pero, ¿por qué le parecería raro? Damián es un asesino, y no solo eso, es intimidante. No es que tiene ojos amables y el aspecto de alguien que te podría dar la hora en una parada de bus. No, es más bien como el oscuro líder del grupo de matones con el que no te meterías.
Bueno... matones sobrenaturales, porque su porte sombrío, sus expresiones frías y su mirada vacía resultan amenazadoras.
Entonces es obvio: él inspira miedo con facilidad.
Así que a mí también me parece rara su pregunta, por lo que no sé qué decirle. Sí siento este inevitable y paralizante miedo hacia la imagen del Damián al que tuve que matar, pero no quiero admitirlo. No puedo. No sale de mi boca.
Aunque no es necesario.
—Oh por mis hermosos cabellos, sí te asusta y mucho. —Eris emite una risa perpleja, confirmándolo de todos modos gracias a... ¿mi palidez? ¿mis ojos vigilantes? Como sea, a ella le sorprende de una forma que hasta parece positiva. Y con la reacción proyectada en su rostro como si estuviera ante un maravilloso y curioso acontecimiento, gira la cabeza hacia Damián—: Esto es increíble. No, es fantástico, porque, ¿sabes lo que significa? sí, creo que sí lo sabes: ¡ella una presa de verdad! —Su sonrisa gatuna se extiende y sus párpados se entrecierran con burla—. ¿Cómo te quedó el ojo además de lo habitualmente muerto que lo tienes, Damián?
Damián no dice nada ante esa mofa. Se mantiene absorto en su mano y en la confusión de lo que sea que pasa por su mente. ¿Está escuchando acaso?
Bueno, Eris no demuestra importarle el ser ignorada en ese momento. Ella devuelve la atención a mí, dando una impresión de que todo ha cambiado y de que ahora soy algo más importante que atender.
—Como sea, perdona, Padme, a veces esta manada puede parecer un grupito con problemas mentales —me dice con una risilla—, pero es que después de tantas cosas que nos han hecho pasar, estamos un poco traumados. —De forma inesperada extiende su elegante mano hacia la silla en la que estuve sentada antes de ser liberada—. Pero bueno, empezamos mal. Todo se salió de control, así que primero ven, siéntate y cálmate. —Me invita con... ¿podría decirse amigabilidad?, porque suena como quien invita a una amiga, a la que súbitamente se le ha bajado la presión, a sentarse en el sofá de su casa para que recobre el aire.
Pero ver su mano ofreciéndome el asiento y ver que su sonrisa no solo se extiende con una seducción natural sino que también luce amigable, son otro choque que produce un nuevo y fugaz flash en mi mente:
Por encima de su imagen se superpone la de la Eris de mi dimensión, la que era mi amiga. La recuerdo sin sonreír, parada en la cima de las escaleras de la mansión de su verdadero padre Noveno, usando un vestido rojo, mirándome con la frialdad propia de un asesino sin alma, después de haber aceptado que mataran a Alicia.
Alicia, la que era mi otra (ahora sé que única) amiga...
La que nunca tuvo nada que ver con el cruel mundo de los Novenos...
La que no merecía lo que le pasó...
Siento el agudo dolor de la culpa en el corazón, porque yo decidí ignorarla antes que contarle lo que estaba sucediendo.
Pero también el cuchillazo de la traición, porque no me esperaba que Eris iba a permitir que muriera.
Agh... Tal vez no debería pensar esto, pero aunque la Eris de esta dimensión parece ser muy diferente en actitud, ante mis ojos está manchada por el hecho de que es exactamente igual en aspecto a la Eris que nos vendió. De hecho, si tuviera tiempo para sentir todo lo que me falta sentir con respecto a esa traición, el simple hecho de tenerla enfrente ya me habría hecho llorar.
Pero por ahora no me sale ni una lágrima ya que solo estoy segura de algo, que su imagen me hace sentir lo mismo que la de este Damián: desconfianza.
Así que una pequeña batalla se desata en mi mente:
No me quiero mover porque mi paranoia me dice que ella podría querer que me siente para volver a atarme y que Damián tenga el poder de ahorcarme.
Pero por otro lado soy consciente de que mis piernas están temblando debido al estrés que mi colapso nervioso ha dejado en mi cuerpo, y eso me hace dudar de sus capacidades de soporte.
Entonces, en verdad no quiero, pero demonios, sí debo apoyar mi cuerpo en algo o me desplomaré aquí mismo y quedaré aún más como una debilucha fácil de matar...
—Mira, no tienes que tener miedo de mí —me sorprende Eris. ¿Está demasiado consciente de la aprensión que me produce su invitación o es otra cosa que transmite mi cara?—. Yo no represento ningún peligro para ti —añade, y hasta da unos pasos hacia atrás como para crear un espacio entre nosotras que yo no considere amenazante—. Quiero oír más sobre eso que dijiste acerca de la otra dimensión y de dónde viniste.
Su mano queda señalando la silla, y sus ojos alternando entre el asiento y yo.
Bueno, sé que seguramente desde su lado luzco similar a un animal callejero al que intentan acercarle la mano: desconfiada y arisca, pero doy pasos lentos y cautos. Pero qué molesto cómo mis piernas flaquean con cada uno.
—Eso, te juro que no tenemos ninguna intención de lastimarte —sigue ella, animándome a llegar. Incluso, en lo que parece un intento de demostrar que empatiza con mi sentimiento, se lleva una de las manos al pecho—. Es decir, Damián te asustó bastante, lo sé, pero ya no va a volver a tocarte, en serio. Te doy mi seductora palabra de que, si lo intenta, yo misma me interpondré.
Por fin llego a la silla. Mientras me voy sentando lentamente en ella, Eris alza la misma mano y la pone de barrera a un lado de su boca para que lo siguiente que va a añadir sea solo entre nosotras, como un cotilleo:
—Pero él actúa así de gruñón porque nunca debemos confiar en nadie. Básicamente todo el mundo en este pueblo quiere matarnos, entonces él se confundió...
—Cállate, deja de revelar cosas y de hablarle como si fuera una inocente —la interrumpe la severa voz de Damián. La mano que se ha estado mirando se cierra en un fuerte puño que tensa sus pálidos nudillos, y él se da la vuelta hacia Eris. Su semblante es despiadado. Se lo reclama con dureza—: Cometiste un error al traerla, no cometas otro más tratándola con esa ridícula amabilidad, porque te arrepentirás cuando de la nada tengamos a una tanda de Novenos aquí, todos dispuestos a desollarnos porque resultó que gracias a ella nos rastrearon.
Al oír eso, Eris se cruza de brazos, se gira sobre sus tacones hacia él, toma aire hondamente como lo haría alguien hastiado, y lo mira con reproche. Enarca una ceja. Ambas son naturalmente arqueadas, y el ángulo marcado las hace perfectas.
En realidad, todo su aspecto en esta dimensión es perfecto. Si se quedara quieta hasta podría asemejarse a una muñeca de porcelana. Pero una con un toque oscuro. Una que solo una adolescente con secretos tendría en su habitación...
—¿Quieres dejar de hablar así, engendro del mal? Que eso no va a pasar porque ella no es una trampa, y ya lo estamos comprobando. —Eris le hace frente—. ¿Cuántas veces tengo que repetirlo?
—¿Comprobando? —repite Damián con absurdez. Su molestia con respecto a la situación ya es clara, ¿no? Pero pareciera que se agrava con la postura contraria de Eris. Es como si le enfureciera más que ella no se esté poniendo de su lado—. Nada está comprobado —bufa junto a una negación de cabeza—, has visto cuantas mentiras y cuantos escenarios han armado frente a nosotros, todos tan confusos que a veces son imposibles de distinguir de la realidad. Este es uno más.
—Pero si la chica no reaccionó como esperabas y eso fue porque no es una Novena, Damián —replica Eris. Y en su caso ya también se está notando algo: que empieza a molestarle un poco la terquedad de él. Lo mira de arriba abajo, juzgante—. ¿O es que no lo ves porque te cegó todo ese color negro en tu ropa y en tu habitación? —Resopla una risa baja, apenas subiendo las comisuras—. Porque no me extrañaría. Si te acuchillan saldría un charco de petróleo...
—No reaccionó como una Novena porque ese es el plan. Está actuando. Todo es un teatro. —Damián afinca un dedo en una mesa invisible frente a él, tan enojado que su voz se cuela entre sus dientes—. Estaba en el bosque para que la encontráramos, pensáramos que es una presa inocente y la trajéramos aquí. No, más específico: para que yo lo hiciera.
Ni siquiera espero la siguiente reacción de Eris, porque ella no parece ser de las que pierden la paciencia con facilidad como Damián lo está haciendo, pero con eso alcanza el punto de hastío.
—¡Por el bendito árbol de los colgados, entiendo tu paranoia más que nadie, pero míralo desde otra perspectiva por un momento! —Eris gira los ojos con los brazos al cielo como si ya fuera suficiente—. ¡Esta vez nadie nos está viendo las caras de estúpidos! ¡No es un juego, y lo sé porque yo sentí algo inexplicable al verla! ¡Yo sentí que es diferente!
Los labios de Damián se aprietan como si él quisiera dar una respuesta que atraviese a Eris de la misma forma que lo harían unos afilados cuchillos. No me queda ninguna duda de que lo desea con toda su alma cruel, pero en su lugar solo se limita a un lento, contenido y exigente:
—Sácala de aquí ya mismo.
—No, no la entregaré. —Eris lo desacata con una firmeza indoblegable que finalmente saca a la luz que ella no solo es relajada y seductora, sino también fiera y tal vez peligrosa si se le provoca.
Pero Damián también lo es, ¿no? Por eso ambos se miran con los ojos entornados. Chispea rivalidad entre ellos. Y solo pienso que esta es la primera similitud entre dimensiones que no me sorprende demasiado (al menos de la que me acuerdo): que a pesar de estar en la misma manada, Damián y Eris no se llevan nada bien. Hasta sospecho que habrán tenido muchos desacuerdos antes.
—Nos vas a entregar a nosotros por un asqueroso sentimiento humano —advierte Damián, insistiendo en que ella está equivocada. Aunque seguido a eso, un poco más bajo y hasta diría que con una nota ligeramente diferente, más parecido a la inquietud de un peligro que al argumento de una pelea, le suelta algo que me desconcierta—: y sabes que si me atrapa esta vez, no voy a poder ayudarlos.
El rostro de Eris se ensombrece. Da otros pasos adelante. Alza el dedo índice, cuya uña es larga y de un rojo suave, y lo señala. Se ve como un señalamiento de advertencia.
—Yo nunca, nunca los entregaría, así que no vuelvas a decir eso —replica, seria ante la acusación, tanto que entiendo que las palabras de Damián le han caído fuerte, desagradables.
Pero pienso que eso solo funcionaría si ella tuviera honor y un sentimiento de lealtad. Si fuera buena. Si no fuera despiadada.
Siento un hueco en el pecho. ¿Acaso lo es? ¿Acaso posee esas cualidades?
No, nada más contemplando cómo en unos segundos ha desaparecido su lado atrevido y descarado y ha aparecido uno sombrío, entiendo que hay algo más dentro de ella. Puede cambiar con facilidad, que a la vez significa ocultar una personalidad u otra. Después de todo, la Eris de mi dimensión parecía buena conmigo, pero luego prefirió su lado Noveno.
No puedo mirar a esta de una forma diferente.
—Estoy haciendo esto únicamente porque estoy segura de lo que sostengo —sigue Eris—. Creo que esto es un caso excepcional. No es quien pensamos. —Tras esa afirmación su tono pierde un poco de dureza y suena más conciliador. Incluso su mirada le insiste a la retadora inflexibilidad de Damián—. Y sé lo que quieres evitar, pero esta vez confía. Oye otra voz que no sea la de tu rabia. Verne vendrá y confirmará que ella es una presa real. Sus capacidades olfativas son infalibles y superiores. No quedará ninguna duda tras su veredicto.
Damián niega ligeramente con la cabeza. No lo acepta. Ni siquiera lo duda. Pero, ¿por qué? Su idea de que soy una Novena es demasiado sólida, tanto que con arrogancia la refleja en su cara.
—Sí, Verne vendrá, se desmentirá esta farsa y se acabará. —Un odio destella en sus ojos, pero hacia las palabras que agrega—: Ellos finalmente tendrán lo que tanto quieren.
Ella va a replicarle algo a Damián, pero entonces el Verne que yo conozco, el que ha venido conmigo desde mi dimensión y que ha estado todo el rato inconsciente en la otra silla, empieza a despertar.
Y por supuesto que Eris olvida todo lo demás, hasta a mí, para prestarle atención a él, porque estuvo ansiando este momento.
Toda su expresión cambia. Se va el ensombrecimiento de la discusión y se ilumina de expectativa. De hecho no tarda ni un segundo en moverse hacia él, y hace lo mismo que Damián hizo conmigo, solo que, bueno, sin la parte de la brusquedad: devolverle su capacidad para hablar con libertad, es decir, bajarle el trapo de la boca.
Poe cabecea atado a la silla. Los mechones de cabello dorado, suavemente ondulados, le caen sobre la frente. Aun con los ojos cerrados, medio abriendo los párpados, balbucea cosas:
—Damián... te dije que... ella... mala idea... Padme... solo haces... mal... todo... traidora...
Ni siquiera me sorprende el insulto semi inconsciente. Me odia hasta desmayado. Eris tampoco le presta atención. Se le ha olvidado todo de tal manera que la idea de defenderme queda lejana. Solo se mantiene esperando, encantada (con esa sonrisa pícara ya de nuevo extendida en su cara) a que Poe despierte completamente y caiga en cuenta de lo que pasa.
Que para ella es que fuimos... digamos "ayudados".
Pero que también es que un Damián idéntico al que conocemos está aquí. ¿Cuál será su reacción? ¿Poe sí lo aceptará con facilidad? Ya sentada otra vez, me descubro muy interesada por saberlo, así que termino mirándolo con la misma fijeza que Eris...
Hasta que Poe finalmente comprende la realidad, y lo primero que ve de ella es, en efecto, a este Damián.
Se queda tan sorprendido como lo estuve yo, con la expresión congelada, el cuerpo incapaz de moverse. Pero hay una diferencia entre nuestras reacciones, y la distingo de inmediato:
En donde mis ojos demostraron el temor que sentí, los grises y gatunos de Poe muestran un intenso brillo de emoción conmovido, de ese cuando ves a alguien que creíste que perdiste, pero que vuelves a encontrar por una hermosa casualidad.
—Damián... —susurran sus labios como si ambos se estuvieran reencontrando.
Aunque a Poe no se le distorsiona la realidad. No surge ningún trauma que lo desequilibre y lo deje temblando, confundido. Puedo notar que reconoce de inmediato que no es el Damián de nuestra dimensión, pero que de igual modo le agrada verlo. Tener en frente la imagen que conoció como su amigo, le saca una pequeña sonrisa.
Y lo entiendo en cierta manera, porque su caso es muy distinto. Ambos pertenecían a la misma raza. Pasaron años compartiendo víctimas, matanzas, nunca capaces de ser peligrosos el uno para el otro.
No fue mi caso. Yo fui la obsesión de Damián, la muñeca atada con hilos para mover, un objetivo a cazar, no su sagrado hermano de naturaleza. Entonces, Poe y yo no podemos dar el mismo testimonio de lo que fue vivir una relación con él. Tampoco podemos tener los mismos sentimientos, lo cual explica por qué él ve lo que hice como una traición, y yo lo veo como algo necesario.
De todas formas, este Damián le devuelve la mirada a Poe, pero para observarlo con esos ojos negros al igual que a un bicho raro. Algo tipo: «¿Y a este qué le pasa? ¿Por qué me mira así?». Hasta que:
—Si sabes su nombre, ¿también sabes el mío? —Eris de pronto atraviesa su seductora y sonriente cara entre el campo de visión de Poe, ansiosa de oír la respuesta de ese «rubio guapo» que la cautivó desde que lo descubrió.
Y bueno, al tenerla en frente, la reacción de Poe no es la misma que al ver a Damián. De hecho, es muy pero muy diferente: abre mucho los ojos, la boca y pega un grito de horror.
Sí, y puedo jurar y asegurar que nunca lo vi o escuché demostrar horror. ¿Algo más que lujuria y que esas sonrisas perversas? No, pero este horror es genuino, mezclado con una gran indignación.
—¡AHHH, TRAIDORA, ¿QUÉ HACES AQUÍ!? —El rostro de Poe de por sí es expresivo, pero en este momento cada línea expresa con mayor exageración la espantosa sorpresa—. ¡ALÉJATE ESPECTRO, ALÉJATE! —Hasta intenta apartar su cuerpo de ella, pero como está anclado a la silla, que a la vez está atornillada al suelo, no puede, por lo que pasa a mirarme a mí, muy desconcertado—. ¡¿PADME, VINIMOS AL INFIERNO?! ¡¿NOS MATARON?! ¡¿POR QUÉ DEJASTE QUE NOS MATARAN?! ¡NO SE SUPONÍA QUE YO BAJARÍA TAN RÁPIDO!
La sonrisa coqueta de esta Eris se transforma en una «o» al escucharlo decir todo eso. Por un momento sus pestañeos resaltan que ha quedado sorprendida por esa mala reacción tanto como Poe ha quedado repelido por su cara.
Luego, abruptamente, Eris vuelve a sonreír, solo que esta vez más amplio, acentuando así lo juguetón de su mirada.
—No estás muerto, y en cuanto a dónde te encuentras... si no te gusta el concepto de infierno puedo decirte que en el cielo, y ser tu más leal ángel —le ronronea ella.
Eso deja congelado el horror de Poe. Él solo le contempla el rostro como si le buscara la irrealidad a algo que se ve totalmente real.
Pero no la encuentra. Por eso, su expresión empieza a cambiar. El sobresalto disminuye y los músculos de su cara dan forma a esa expresión de confusión que yo también experimenté debido al parecido físico (tan exacto) de esta persona, pero la diferencia tan grande de actitud.
—¿Eris...? —Poe pronuncia el nombre, extrañado.
—Sí, ese es mi nombre. —Le responde ella, aun sonriente, solo que esta vez se mueve un poco para inclinársele de frente, de modo que su postura queda muy sugestiva para él, y se lo pregunta—: ¿Y tú quién eres además de lo que tendré en mi cama esta noche?
La cara de Poe vuelve a sobresaltarse hacia atrás con las cejas alzadas por ese comentario, y en especial por lo sugerente del pecho ante sí. Entonces otra vez pasa a mirarme a mí, afincando su perplejidad. Luego la mira a ella de nuevo. Me mira a mí otra vez. La mira a ella.
Sé lo que está pensando: «¡¿qué es esto?! ¡¿por qué se comporta así?! ¡¿por qué una Eris, que podría considerarse el origen del desprecio hacia todo romanticismo, coquetería, seducción y sentimiento, haría y diría algo así?!».
—Sí, estas son las otras versiones que mencionaste, solo que con algunas diferencias —le aclaro en un suspiro para disipar su confusión. Luego, justo a tiempo, otra vez se escuchan pasos acercándose a la puerta que da al cuarto, así que de una lo preparo para el siguiente gran impacto que puede ser esto—: Y creo que aquí viene la tuya.
Supongo que en este punto yo ya debería estar preparada para lo que sea: puede ser alguien exactamente igual o alguien radicalmente diferente, pero me pasa todo lo contrario:
La expectativa que se forma entre Poe y yo al dirigir la mirada hacia esa puerta, se siente casi como una conexión. No sabemos quién va a entrar, qué vamos a ver, pero nos ataca la ansiedad de verlo.
Así que primero entra Tate, y luego...
Bueno, no es que entra precisamente. En primer lugar se asoma con cierta timidez hacia dentro, como evaluando qué hay, quiénes se encuentran, y luego es que atraviesa la entrada.
Ahí se queda inmóvil.
Y... tanto Poe como yo abrimos mucho los ojos al verle por completo, quizás con el mismo pensamiento:
«¿Ese es... él?»
¿Cuál es la mejor forma de describirlo? Cuando una persona ve por primera vez al Poe Verne que yo conozco, quizás lo primero en lo que puede fijarse es en sus hipnotizantes y gatunos ojos grises, o en su amplia sonrisa de dientes perfectos y colmillos ligeramente afilados; o en sus labios rosáceos, o en su dorado y brillante cabello, o en su piel blanca y cremosa, o en su nariz perfilada. Lo que sea, siempre habrá un punto del rostro de Poe que llamará la atención por su antinatural y seductora belleza. Siempre destacará.
Lo impactante aquí es que todo eso no puede admirarse. Ni siquiera sé si existen esos detalles, porque todo el rostro de esta persona está cubierto por una máscara. Y es una máscara espantosa:
El material es de un blanco tiza, pero plagada de surcos que hacen pensar en diversos cuchillazos. Es decir que no es piel, pero da esa ilusión de cicatrización. Dichos surcos están atravesados por algo así como una suciedad negra, marrón y rojiza, entonces por esa parte hacen pensar en repugnantes carnosidades.
Su mirada tampoco es apreciable, porque en las aberturas de los ojos la máscara tiene unos cristales oscuros que los ocultan. El cabello, por último, también va escondido, porque una tela negra, cosida a los bordes de la máscara, le cae hacia atrás.
En cuerpo es alto y con la contextura solo un poquito más delgada que la de Poe. Pero no viste con el mismo estilo elegante, pulcro y costoso, sino todo lo contrario: lleva un simple pantalón negro al estilo militar y una chaqueta de botones del mismo material que se le cierra hasta el tope del cuello y le aprieta en la línea en dónde finalizan las muñecas. Ambas telas nada nuevas y arrugadas. Tampoco usa esos zapatos de punta que caracterizan a Poe, solo unas simples botas viejas.
Este aspecto no es nada hermoso. Diría que para algún buen ser humano podría inspirar lástima, pero para lo que es cualquier otra persona solo podría inspirar repulsión.
Así que ante esta figura los dos sí sufrimos el mismo choque, porque aunque no puedo saber lo que Poe estar pensando, siento que debe ser algo similar a lo que pasa por mi cabeza, eso debido a que está estupefacto.
¿O esa palabra es muy simple? Es que no estoy segura de que lo esté procesando por completo. Tiene los labios entreabiertos, señal de pasmo, y su mirada no pestañea. Da la impresión de haberse perdido en el shock.
Pero, ¿acaso es posible que al decir "Verne", en realidad se refirieran a otra persona? ¿algún familiar? Trato de recordar, aunque solo me viene que Poe una vez dijo que su único familiar Noveno era su tía.
Pero este claramente es un hombre...
Entonces, ¿a quién estamos viendo? ¿Quién es este enmascarado que se ha quedado móvil al entrar debido a nuestra presencia? Porque no podemos contemplar sus ojos tras esos cristales para saber qué es lo que mira, pero tengo la impresión de que es a nosotros de manera alterna. Siento ese peso.
—Verne, Eris trajo a estos dos aquí porque cree que ella es una presa real. —Damián va directo al punto, señalándome con un gesto de la cabeza—. Pero se le olvidó que existen métodos para que un Noveno se haga pasar por una presa. Desmiente lo de su olor para sacarlos de aquí antes de que vengan por nosotros.
—¿Qué es lo que pasó? —pregunta ese Verne en lugar de hacer otra cosa.
Y con la voz quedo todavía más confundida. Obviamente es masculina, y en cierto modo suena como la de Poe en la claridad y el tono, pero a la vez es... es... ¿menos segura?
Sí, algo así como si le faltara toda esa confianza que suelen exudar las sílabas que salen de la boca experimentada del Poe de mi dimensión. Hasta pienso en alguien menos adulto, tímido, que jamás podría decir una frase lujuriosa o hacer una insinuación perversa. Alguien delicado cuya lengua acaricia las frases con una suavidad y tranquilidad etérea.
—Solo confírmales a todos que es obvio que esto es uno de esos juegos —le pide Damián con cierta impaciencia, transmitiendo que, para él, explicar la situación en este momento es lo de menos.
—Pero, ¿de dónde salieron ellos? —El Verne enmascarado pregunta en respuesta.
—De otra dimensión. —Eris le contesta antes de que Damián exija de nuevo la confirmación. De hecho, ella le dedica una mirada de advertencia, creo que para que no empiece con lo mismo y no imponga su palabra.
—¿Otra dimensión? —susurra ese Verne con extrañeza.
Pero parece que a Damián no le importa cómo lo miren, solo poder oír lo que necesita oír.
—Es la mentira que dicen para confundirnos, pero ya sabíamos que estaban planeando algo grande porque no hubo trampas en estos meses. —Damián insiste con fiereza, mirando solo al Verne enmascarado—. Pues es esto. Por eso se tardaron, porque era algo así. —La forma en la que da un receloso vistazo de reojo en mi dirección me hace preguntarme si con «algo» se refiere precisamente a mí—. Pero ahora que están atados podemos irnos —añade—. Si aparecen otros va a ser difícil.
—No va a aparecer nadie. —Eris gira los ojos con tedio y da pasos hacia adelante para responder lo que Damián no quiere responder—. Lo de la dimensión es lo que la chica dice. —Me fijo en que su voz hacia el enmascarado es algo neutral, no aterciopelada como hacia los demás—. La encontré inconsciente en el bosque y sentí algo inusual al ver su rostro. Algo imposible de explicar, pero acompañado de una seguridad de que ella no es peligrosa.
—No parece peligrosa porque ellos son así —gruñe Damián, como harto de llegar al mismo punto una y otra vez—. Su mejor habilidad es engañar, así que no vas a caer en esto —le asegura al Verne, y de nuevo es algo que siento que solo ellos entienden y que hace sentir incompleta la conversación—, porque tú sabes bien que algo así no es posible.
Eris replica otra cosa a eso, y de pronto ambos están uno a cada lado del Verne enmascarado, lanzando argumentos que parecen ir dirigidos a él, pero que en realidad son una competencia entre ellos para ver quién lo convence más rápido de decir lo que ellos quieren oír.
Hasta que el tipo, que sigue quieto con su impertérrita máscara dirigida en nuestra dirección, aun mirándonos, solo lo suelta. Primero, pasa por debajo de sus voces debido a la inseguridad natural en su tono. Así que éste lo repite. Tampoco lo oyen debido a su discusión. Así que lo repite otra vez:
—Ella es una presa real.
Tate es el primero en procesarlo, y queda con la boca casi formando un círculo. Luego Eris también se da cuenta, y aunque eso es lo que ella defendía, veo algo de sorpresa en su rostro.
Finalmente Damián lo oye y es como si él hubiera querido con toda su oscura alma que no sea cierto. Pero ahora que se lo acaban de contradecir, en especial alguien a quien él parece creerle más que a cualquiera, se le ha congelado la mueca de enfado.
—¿Mm? —Es lo que emite con un tono de irritación como si fuéramos (o en especial yo fuera) eso: una cosa que se acaba de convertir en algo mucho más irritante.
—Sí, algo además de su olor te lo dice. —Ese Verne avanza con cuidado y duda hacia mí.
En cada paso, los ojos atónitos del Poe que yo conozco lo siguen, y no sé si a él le desconcierta también, pero a mí sí lo hace el hecho de que no llega a detenerse por completo muy cerca de mí. Ese Verne respeta una distancia en específico, como si hubiera una cinta invisible separándonos porque soy un espécimen peligroso, e inclina ligeramente la cabeza hacia adelante.
¿Está aspirando por los pequeños agujeros en el relieve de la máscara que marca su nariz?
—¿Algo? ¿Puede ser el hecho de que a veces vienen presas turísticas a Asfil? —pregunta Tate—. Bueno, los que no tienen ni idea de que este pueblo está prohibido de visitar...
—No, sus ojos —dictamina el Verne enmascarado, y yo quisiera poder ver los suyos, porque se siente inquietante y me causa escalofríos el hecho de que su mirada tras esos cristales está analizándome—. Hay temor en ellos, es genuino y proviene de verte a ti, Damián. Cada vez que ella pasa la mirada de Eris a tu rostro, algo se estremece dentro. Es posible que sea porque le causas algún tipo de miedo muy profundo. ¿Y ella... por qué te tendría miedo? Entonces, esta chica sí es una presa. —Pese a lo atroz de su máscara, la manera en la que gira un poco su cabeza hacia Damián le otorga cierta fragilidad a su movimiento—. Pero... de eso te diste cuenta en el instante en el que la viste, ¿no?
Ahora la atónita soy yo. De inmediato me le quedo viendo a Damián, aguardando a que refute eso como se ha dedicado a refutarle a Eris todo este rato. Pero no lo hace. Aprieta ese puño de nuevo, el que me tomó por el cuello. La sombra de la rabia vuelve a oscurecer su cara, marcando las líneas del enfado.
¿Eh? ¿Acaso es cierto? ¿Se dio cuenta de que yo no soy Novena y aun así defendió lo contrario y me intimidó? Pero, ¿por qué?
Si espero que lo desmienta o confirme, no sucede. Bruscamente, sin decir algo, Damián se va. Sin más, sale a zancadas en medio del denso silencio, y la puerta se cierra en un golpe seco por el camino de aire furioso que dejan sus imponentes pasos. Eso me sobresalta.
Aunque los otros ni se inmutan.
—Pff, usualmente no habla casi, pero cuando lo hace nadie gana contra él, ¿eh? —resopla Eris con un giro de ojos y una negación de cabeza, aun mirando hacia la puerta cerrada—. ¿Entonces me peleó por gusto? Si se dio cuenta antes de que ella es una presa, nada le costaba aceptarlo.
—Eris, no seas tan insensible, sabes que no te peleó por gusto —le dice Tate, me parece que invitándola a mirar por la lupa de la empatía. Pero, ¿no se supone que los Novenos no sienten eso?
Como sea, Eris se pone una mano en la cintura pasa a mirar al chico con una ceja enarcada.
—Soy muy sensible, Tate, porque puedo recitar miles de poemas, traer las flores más bellas, susurrar las palabras más bonitas contra cualquier oído e incluso actuar como tú que eres el pasivo en tu relación. —Sus labios dicen eso con una curva burlona, por lo que no sé si tomarlo en serio o no, solo que luego aparece otra vez ese ensombrecimiento que hace que su brillo juguetón desaparezca. Así añade con seriedad—: Pero le pedí confiar al menos una vez en mí, y no lo hizo. Ya está superando mis límites.
La vena de la desconfianza vuelve a latir en mí al oírla hablar así. Creo que es porque debo admitir que de ese modo sí se parece mucho a la Eris traidora.
La voz mental que me paralizó, me habla de nuevo:
«¿Lo ves? Diferente dimensión, aparente diferencia de personalidad, pero ellos están ahí. Nada es como Poe y tú creyeron. De hecho, tal vez estar con estas versiones es más peligroso».
—Bueno... sus... on... s... —murmura Tate en un suspiro cansado a las palabras de Eris, pero tan bajo que aunque me le quedo viendo los labios, esas son las únicas partes que entiendo.
—Sí, pero yo ya lo he demostrado todo —planta Eris con hastío, quien sí lo oyó claro.
Quiero tratar de formar en mi mente la frase de Tate para entender la razón de la respuesta de Eris, pero llama mi atención que mientras ellos comentaron esas cosas, el Verne enmascarado dio algunos pasos hacia el Poe atado a la silla (quien todavía lo mira fijo, sin reaccionar y sin poder cerrar los labios).
Ahora se está inclinando un poco frente a él, aun respetando la cinta de distancia invisible. Los asombrados y gatunos ojos de Poe contemplan la horrible máscara. De nuevo, a ese Verne no se le ve nada a través de los cristales, pero curiosamente no cabe dudas de que ambos se exploran los detalles del rostro al mismo tiempo, creo que hasta en los mismos puntos.
Y se quedan un momento así, en silencio, solo contemplándose.
Tate y Eris finalmente lo notan, se callan, y de pronto empieza a flotar un aire extraño en el lugar, entre cargado de confusión porque no hay palabras, y con un soplo de intriga por lo raro de la situación.
¿Son uno mismo? ¿Es como el caso de Damián? Pero entonces, ¿por qué llevaría una máscara? ¿Qué hay debajo de ella?
Se me despierta una fuerte necesidad de saberlo, de verlo, de descubrirlo precisamente porque es un misterio.
—¿Eres... yo? —por fin pregunta el Poe de mi dimensión en un aliento pasmado.
—¿Uhm? —emite el Verne enmascarado, de nuevo con ese tono tímido, contrario al del otro.
—Te llamaron Verne, ¿cuál es tu primer nombre? —inquiere Poe con curiosidad.
—¡Oh, nadie lo sabe! —la pregunta la responde Tate, como si le divirtiera esa curiosidad y quisiera responderla cada vez que alguien tiene la duda—. Lo llamamos por su apellido porque el primer nombre nunca lo ha dicho.
La aclaración proveniente de esa otra voz, como que despierta a Poe de su hipnotismo. Lo deja exaltadamente asombrado.
—¡Entonces debe ser Poe, como yo, porque soy tu versión de otra dimensión y mi apellido también es Verne! —le asegura él al enmascarado. Pero como el contrario no dice nada por al menos un minuto, Poe asume ese silencio como que no le está creyendo nada, así que trata de explicárselo mejor—: Lo de que Padme y yo venimos de otra dimensión es cierto a pesar de que sí, suena como algo que dirían dos dementes que se escaparon del manicomio local, que seguramente es lo que están pensando de nosotros, pero en especial de Padme lo cual entiendo perfectamente... —Una risita acompaña eso último; un dejo de que no podría dejar de ser él mismo aunque nuestra vida dependiera de cuan bien expusiera los hechos en ese momento.
—Poe. —pronuncio su nombre para que vuelva a centrarse en lo importante.
—Pero el punto es que nosotros también vivimos en Asfil, solo que uno muy diferente a este —sigue tras mi llamado de atención—. Tenemos una manada, o bueno, debo corregir: teníamos. —Me mira de reojo. Otra pulla, solo que esta me hace apartar la vista de su rostro como si yo fuera una vergüenza—. Estaba conformada por Damián, Archie, Tatiana y yo. Luego unimos a Padme, que sí es una presa de verdad, y luego de algún modo a Eris. Ahora, lo único que queremos es volver a nuestra dimensión, por eso, al darnos cuenta de lo que estaba sucediendo, lo primero que hicimos fue tratar de encontrarlos a ustedes, porque asumimos que los mejores para ayudarnos serían las otras versiones de nosotros. Es decir, los únicos en los que podríamos confiar.
Un silencio arropa la sala en cuanto finaliza su resumen de los hechos que nos han puesto en esta situación.
Se extiende...
Se extiende...
Se extiende...
—¡Ay qué lindo habla! —Eris lo rompe al emitir una risita encantada. ¿Acaso ha entendido al menos una de las palabras que él ha dicho o solo se ha hipnotizado con su boca?
De todos modos, Poe de nuevo se dirige solo a su versión enmascarada:
—Así que yo soy tú y tú eres yo, aunque... de una forma que no me esperaba. —Vuelve a pestañear mientras lo analiza de arriba abajo, asombrado, y le sale como un susurro—: ¿Por qué tu voz suena como la mía pero... tímida? ¿Y por qué usas una máscara? —Arquea las cejas en un brusco cambio de expresión a una de impacto—. Espera, no me digas que soy feo. —Otra vez, con brusquedad, cambia a una expresión pensativa, con los ojos entrecerrados—. Aunque no, eso no es posible. En ninguna dimensión ya sería feo. —Por último, de nuevo se horroriza—. ¿O sí...?
—¿Qué pasó antes de que llegaran a esta dimensión como dices? —le pregunta el enmascarado a Poe con esa diferencia de tono de voz más baja y casi apagada, ignorando sus dudas.
—Bueno, estuvimos en La Cacería y tuvimos que huir de allí porque se enteraron de que unimos a Padme, una presa, a nuestra manada. —Poe dice la verdad con un simple encogimiento de hombros—. Así que querían aplicarnos el máximo castigo.
Tanto Tate como Eris nos dedican una mirada de confusión, expresando claramente que no saben a qué rayos se ha referido.
—¿La Cacería? —pregunta Tate esa vez, intrigado—. ¿Qué es eso?
Ahora Poe y yo somos los confundidos. Incluso nos miramos las caras por un momento, casi que con unos signos de interrogación saliéndonos de la cabeza dentro de globos de pensamientos.
—¿No saben lo que es? —Poe vuelve la mirada hacia ellos, desconcertado. Hasta que de repente sufre la realización y esta se refleja como un gran estupor en su cara—. Esperen, ¿aquí no existe... La Cacería? —Como ellos siguen sin entender, Poe agrega—: Se da cada nueve del nueve, es decir el día de nuestro nacimiento, y consiste en que los Novenos capturan una presa especial para matarla creativamente en un evento especial.
—¡Oh, eso suena divertido! —Eris curva la boca hacia abajo con un asentimiento.
—¿A qué te refieres con presa especial? —también pregunta Tate.
—Bueno, a quien consideremos que es lo suficientemente malo como para borrarlo de la existencia. Ah, y humano, por supuesto, nunca animales —explica Poe con determinación, y me mira por un momento, pensativo—. Creo que no sabías eso, Padme. No matamos animalitos, ya que los consideramos una especie tan superior como nosotros. Excepto Damián que tenía un trauma con los conejos por algo del papá o qué sé yo, pero eso era en ocasiones raras. Pero de resto él era incapaz de tocar a algún animal aunque no se crea.
Tate niega con la cabeza, alternando la vista entre ambos, sorprendido.
—No, la verdad es que no hacemos eso de La Cacería —nos asegura.
Admito que estoy impresionada, y que hasta me parece irónico. Un mundo repleto de Novenos pero sin Cacería, precisamente uno de los elementos cruciales que nos ha traído a este punto...
En definitiva, desde que abrí los ojos no tengo palabras de lo inesperada que es cada cosa.
—Entiendo. —La mente de Poe actúa rápido y une los cabos—. Es posible que no la tengan porque aquí los Novenos son libres y no existe una necesidad contenida que satisfacer. En nuestro Asfil los Novenos están ocultos. Nadie sabe sobre ellos. Vivimos en secreto entre presas, por lo que cazarlas nos sacia y a la vez actúa como un entretenimiento. Así que matarlas creativamente cada nueve del nueve se considera una celebración a nuestro nacimiento.
—Oh, ahora desearía que celebráramos así, porque aquí solo nos matamos unos a otros, qué aburrido... —opina Eris con un dramático tono de tristeza.
—¿Huyendo de esa Cacería, como la llamas, fue que llegaron aquí? —El Verne de esta dimensión ignora el comentario de Eris y sigue indagando.
En ese punto siento que se me hiela el cuerpo excepto el corazón que me sufre un arranque de nervios, y bajo la cara porque dar la respuesta a eso implica revelar dos cosas. Es decir, muchas de mis memorias no están, recuerdo fragmentos, pero para explicar cómo llegamos aquí hay que decir:
Uno, que primero todos los miembros de la manada huimos de la Cacería de la mansión.
Dos, que luego yo sola hui en un auto por haber matado a Damián sin saber que Poe estaba metido en el maletero porque quería vengarse apenas yo bajara en algún lugar.
¿Lo revelará? ¿Me expondrá como la asesina de su mejor amigo? Algo me dice, por un instante, que saldrá el lado Noveno más cruel de Poe Verne, y que lo hará, que buscará su propia salvación, dejándome atrás. Sería una buena venganza, ¿no?
Me carcome la expectativa...
—No de esa Cacería, sino de la que armaron para nosotros por unir a una presa. Padme y yo huimos en un auto para salvarnos —miente Poe para mi total sorpresa. Hasta alzo la cara, disimulando mi asombro, pero sintiéndolo con fuerza en mi interior—, estaba lloviendo muchísimo y la carretera apenas era visible, pero era seguir o ser descuartizados, así que conduciendo de repente sucedió un accidente y... aquí estamos.
—¿Pensaron ir a algún lugar en específico? ¿Iban en alguna dirección? —El Verne enmascarado lanza esa otra pregunta.
Sus ojos detrás de los cristales oscuros de la máscara están analizando el rostro de Poe, estoy segura. ¿Capaz en un intento de detectar alguna mentira?
Pero Poe miente muy bien. Demasiado. Sus palabras son claras y confiadas. Ni un detalle de su cara resulta sospechoso, algo entendible considerando que su mejor habilidad es engañar a los demás, hacerse pasar por el pecado que una persona más desea cometer en su interior. Mentir es parte de su esencia.
—La Cacería se dio fuera de Asfil —sigue mintiendo con fluidez—. Como Padme conducía, quiso ir de nuevo al pueblo para buscar a su madre, porque seguramente los otros Novenos la matarían. Yo le dije que no era muy buena idea volver a Asfil, pero estaba aturdido por la pelea, así que no pude impedírselo.
—Entraron de nuevo a Asfil una noche lluviosa... —murmura el Verne de esta dimensión, meditabundo—. ¿Y fue un nueve del nueve? —añade al cuestionario tras unos segundos.
Poe hace los cálculos en voz alta:
—Bueno, La Cacería oficial estaba pautada para ese día, pero la que armaron contra nosotros sucedió un día antes, el ocho, entonces creo que para cuando Padme y yo estábamos huyendo ya era medianoche. Así que sí, justo empezaba el nueve mientras nos dirigíamos a Asfil.
Al escuchar eso, un súbito relámpago mental me revela algo:
Me veo a mí misma conduciendo aquel auto. Mis manos tiritantes aferradas al volante. Manchas de la sangre de Damián en la pálida piel de mis dedos. Iba a una velocidad sin medida, riesgosa, mientras las gruesas gotas de la lluvia caían como balas sobre el cristal delantero. El camino adelante era un borrón gris, y una parte del asfalto, sobre el que las llantas viajaban, solo visible gracias a las luces delanteras.
Y algo más: unas partículas en el aire. Pequeñas chispas volantes color prismático, ante mis ojos, sobrevolando mi aliento frío y jadeante al compás de mi desesperación.
El relámpago de memoria se apaga.
—Yo vi... ¿chispas? —mis labios se mueven en un murmullo sin yo darme cuenta.
—¿Chispas? —El enmascarado gira la cabeza hacia mí, intrigado por lo que acabo de decir a pesar de que fue bajo—. ¿Mientras conducías?
Vuelvo en sí en un respingo por las preguntas. Ahora todos los ojos están sobre mí, esperando mi respuesta. Aunque de repente me encuentro dudando.
¿Esas imágenes sí pueden ser un recuerdo? ¿O quizás otro confuso efecto del choque de dimensiones como me pasó cuando Damián me acorraló?
—Eso creo... —Tengo que decirlo así, pero sueno todavía más insegura, lo cual me hace temer que aumente la impresión de loca que tal vez ya doy, en especial porque solo siguen mirándome sin decir nada. Así que sacudo la cabeza, intentando corregirme—. Es que antes de que me golpearan la cabeza ya me había golpeado en el accidente de auto, y cuando desperté mis recuerdos ya estaban afectados. Tengo problemas para acordarme de las cosas que pasaron, tal vez vi esas partículas, tal vez no, pero mi confusión es solo por los golpes...
—Llévenlos a una celda —me interrumpe el Verne enmascarado, palabras que por ser una orden deberían sonar imponentes e incuestionables, pero que suenan como la petición más introvertida posible, algo tipo: «si quieren por favor» dirigido a Eris y Tate.
Aun así, Poe reacciona, palideciendo.
—¡¿Qué? ¡¿Por qué?! ¡Si no dijimos ninguna mentira! —grazna con horror hacia el que suponemos que es su versión de esta dimensión, abriendo desmesuradamente la boca.
Yo tampoco me lo he esperado. Estoy más helada. ¿Es mi culpa? Me frustro. Me asusto. ¿Es por lo de las chispas? ¿Por qué no puedo estar segura de qué fue real o qué no?
—¿Y hacemos lo que Damián dijo? —Tate tuerce la boca con duda.
—Solo llévenlos y déjenlos ahí —se limita a decir el enmascarado.
Enderezado, le da la espalda a Poe, claramente listo para salir del cuarto con tranquilidad, todo lo contrario a como lo hizo Damián.
—¡No, espera! ¡No es mentira que yo soy tú y tú eres yo, lo sé por tu voz! —Poe quiere detenerlo, aún más insistente, pero como el Verne enmascarado lo ignora y sigue caminando hacia la puerta, como que apela a un recurso más fuerte—: ¡Puedo probarlo! ¡Puedo demostrártelo!
Y sí, con eso logra detenerlo, aunque es solo un giro de la cabeza para concederle un momento de atención y saber qué pruebas puede tener.
Eso crea una expectativa que también interesa a Tate y a Eris. Incluso yo la siento, porque hasta donde sé no tenemos nada. Entonces, ¿cuáles serán esas...?
—¡Solo desnúdame! —le pide Poe. ¿Y cómo no me lo he esperado? Hasta suelto aire por la boca y miro hacia otro lado para no avergonzarme. Pero él sigue firme con su petición—: ¡Si somos iguales como es el caso de Damián, tú y yo debemos tener las mismas marcas, como esa pequeña mancha marrón en la parte baja del abdomen! ¡Así que quítame la ropa y verás! —Su ancha boca se extiende en una sonrisa perversamente afilada, aflorando sus rasgos natos, esos que pueden tener lugar hasta en un momento de vida o muerte—. No te preocupes, no soy nada tímido, he estado en orgías del tamaño de un templo, obviamente siendo el centro de atención.
Pero no, justo ahí lo pierde. Apenas el Verne enmascarado oye eso, de nuevo mira hacia adelante y sin volver a concedernos oportunidad, en silencio sale de la sala.
—¡No, vuelve! —Poe vuelve a sobresaltarse—. ¡Tal vez sin desnudarme, pero al menos echa un vistazo para comprobarlo! —Le grita en medio de la sonrisa y el ruego—. ¡No es tan descabellado como suena! ¡Tienes que creernos! —Solo que su versión de esta dimensión ya está lejos, y él lo sabe, por eso hunde las cejas de repente, indignado—. ¡De acuerdo, no puedes hacerle eso a tu otra versión! ¡¿Nunca viste la película Kingsman: el servicio secreto?! ¡Los modales hacen al hombre!
Estoy tan distraída con Poe gritando hacia la puerta que para cuando siento el pinchazo en mi cuello, es muy tarde. Giro la cabeza con susto y descubro que Tate se ha movido cautelosamente y que me ha inyectado algo. ¿Tenía la jeringa en uno de sus bolsillos?
No, de hecho, justo comprendo algo que antes ignoré por el estado de alerta: en una esquina hay una mesa de metal con rueditas. Sobre ella hay una bandeja y en esta hay varias jeringas, un par de ampollas, unos bisturíes, pinzas y otras cosas que podrían usarse para torturar.
Demonios, en realidad nos sedaron desde que nos encontraron inconscientes. De esa forma nos ataron, y por eso Poe tardó tanto en despertar.
Una queja o una pregunta o un ruego, no lo sé, pero algo sale enredado de mi boca a la vez que el mundo empieza a ponerse borroso. También comienzo a tambalearme sentada, pero unos brazos me agarran por debajo de las axilas.
—No te asustes, esta vez no durará mucho el efecto —escucho la tranquilizadora voz de Tate por detrás de mí—. Solo los dormiremos un rato para que no intenten escapar mientras los trasladamos.
Lo último que veo con mi difusa visión es cómo Eris vuelve a ponerse frente a Poe, se inclina y posa las manos sobre los reposabrazos de su silla. Sus rostros quedan cerca. Él vuelve a contemplarla con cierta perturbación. Ella, por el contrario, con fijación. Pareciera que ha marcado un objetivo, aunque no sabe bien quién realmente es él.
—Quiero que sepas que yo sí te creo —le susurra cerca de los labios, con sus ojos fijos en los de él como si ansiara rozarlos con los suyos—. Creeré todo lo que salga de esa boca.
Luego me siento jalada hacia el interior de un oscuro túnel, oyendo desde la luz del final una voz extraña e irreconocible:
«¿Deberías morir aquí? ¿O tal vez que él te mate a ti?».
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Holaa, les dejo este capítulo bien largo y les aviso que tardaré unas semanas en actualizar porque tuve una recaída de salud y debo estar en el hospital, tranquila y descansando :( lxs amo mucho!
Ah, quiero que sepan que habrá una sorpresa más adelante relacionada con cierta pelirroja y cierto pelirrojo jojojo. Esta historia estará llena de giros, no se asusten. Apenas estamos empezando.
¿Qué creen que hay debajo de la máscara de este Verne? ¿Y por qué Damián se fue así? Misterios misteriosos para pensar.
Gracias por su paciencia, espero mejorar para seguir escribiendo con amor para ustedes
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