Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

10


Tal vez acabaste con un monstruo,

pero liberaste a otro.


Cuando Poe y Eris regresan de la misión del club, nosotros los estamos esperando en uno de los accesos del refugio.

Es en las profundidades, en un área que semeja a una cueva y que conecta con todos los pasillos. La entrada es un agujero en el suelo del bosque, con una escalerilla por la que hay que bajar para llegar a donde estamos parados.

El cuerpo inconsciente de Amadeus es lanzado desde arriba y cae justo frente a nosotros en un golpe seco. Por suerte la altura no es tan grande como para matarlo, pero sí le va a doler mucho la espalda al despertar.

—Ups —emite Poe en una risita, asomándose por el agujero de entrada para vernos—. Se me resbaló.

Eris y él bajan la escalerilla entonces. Poe aterriza en un salto enérgico ante todos, henchido y orgulloso. Por supuesto, lo primero que hace es girarse hacia el Damián que está cruzado de brazos, con una carota de mal genio impresionante.

—Misión cumplida —le comunica. El éxito delinea su amplia sonrisa—. Aquí tienes a tu objetivo, inconsciente, para que hagas lo que quieras con él.

Damián ni se inmuta. Ni mira hacia abajo.

—Ya lo veo.

Poe señala el cuerpo con los ojos y vuelve a subir la mirada hacia Damián. Luego otra vez, y otra vez...

—¿Y bien? —Extiende los brazos y alza las cejas, porque no pasa nada—. ¿No me debes algo? —le recuerda a Damián, y en un gesto elegante le hace una invitación con la mano—. Procede por favor.

Los oscuros ojos de Damián se deslizan un momento en mi dirección, indescifrables.

Yo trago saliva...

—¿Qué? —Poe se da cuenta y gira la cabeza hacia mí. Luego vuelve a mirar a Damián, con los ojos abiertos como platos—. ¡¿Matar a Padme?! —Suelta una risa espontánea como si eso fuera un chiste muy tonto y niega con un gesto de la mano—. Ay no, no, ¡pero si ella es mi equipo! No te pediré que le hagas daño jamás, por favor. —Vuelve a mirarme y entre los restos de su risa me hace un guiño—. ¿Lo ves? Te dije que te tranquilizaras, pero eres muy nerviosa a veces. —Suspira para calmar su risa y nuevamente fija su atención en Damián, con la barbilla alzada. Se lo aclara—: Lo que me debes es el retractarte de tus palabras sobre mí.

Damián endurece el gesto y desvía la mirada malhumorada, dejando en claro que perder es lo que menos se esperó y que ahora le irrita tener que enfrentar el cumplimiento del trato.

—Vamos, no se te va a caer la lengua ni tu ropa se hará menos negra —canturrea Poe, animándolo. —Vamooos... —Vuelve a canturrear porque Damián no dice nada. —Tú puedes... —insiste.

—No eres tan débil e inferior como creí —suelta Damián entre dientes.

—¡Sí, lo tomaré! —Poe da unos pequeños aplausos y sonríe con los ojos cerrados, encantado—. Qué lindo eres, todo gruñón y frío... —Intenta pellizcarle una mejilla, un gesto que tiene de costumbre con el Damián de nuestra dimensión.

Pero Damián le manotea la mano, alejándolo.

—No me toques —lo corta. Entonces, pasa a algo más importante y se agacha hacia el cuerpo de Amadeus. Lo analiza con su mirada apática—. Me lo llevaré antes de que despierte para inmovilizarlo bien e interrogarlo.

Solo que el Verne enmascarado, con su voz dócil y que casi pasa desapercibida, interviene en la situación.

—No, yo lo haré —se niega a la intención de Damián.

—Pero...

—Tengo que hacerlo yo —insiste Verne de una manera que suena a que hay una razón oculta en ello, aunque no hay modo de que yo sepa cuál.

Damián cede, asiente y se pone en pie. Entonces Verne se inclina y con ayuda de Tate toman a Amadeus de los tobillos y de las muñecas. Se lo llevan arrastrándolo.

—Disculpa, ¿podrías guiarme hasta mi habitación? Necesito un baño —le pide Poe a Archie con su adornada cordialidad.

Archie acepta. Entonces yo voy tras ellos (me da la impresión de que Damián me sigue con la mirada, pero lo ignoro), porque después de ver a Poe cumplir con éxito la misión y sentir un sorpresivo alivio por el asunto de la apuesta, de repente he tomado una decisión con respecto a ese asunto.

—Poe, quiero hablar contigo a solas —le susurro mientras que Archie va adelante por los pasillos del refugio, tarareando nada más ni nada menos que la canción que Poe cantó en el club.

—No lo creo, Padme, estoy cansado —se niega Poe, indiferente, caminando detrás con las manos hundidas en los bolsillos.

Me corrijo. No debo de estar preguntándoselo. Debo exigirlo, solo así me hará caso.

—No, es que en verdad tengo que hablar contigo —le demando. Él hace una mueca de que no le convence nada mi exigencia.

Adelante, de repente Archie se voltea y empieza a caminar al revés, mirándonos. Increíble que se sepa el camino sin verlo de frente.

—Oye, ¿de dónde sacaste esa canción que cantaste en el club? Es muy pegajosa. ¿La escribiste tú o algo así? —le pregunta a Poe, contenta. Al parecer lo ha tenido en la mente y no se aguanta más el no preguntarlo.

—No la escribí yo, la verdad es que me la enseñaron hace mucho tiempo. —Él le sonríe, orgulloso, y entorna un poco los ojos con picardía—. Dime, ¿qué sentiste cuando la escuchaste?

Archie hace una expresión pensativa, mirando hacia arriba sin detener sus pasos.

—Se sintió como... —Lo sopesa en su mente, hasta que encuentra las palabras perfectas—. ¡Como cuando Tate me prepara el desayuno, se sienta junto a mí y ambos comemos!

No le veo el sentido, peo Poe confirma que sí lo tiene.

—Eso está bien —se ríe tranquilamente—. La canción suele tener diferentes efectos en las personas según lo que puede calmarlos.

Archie suelta una risa desquiciada y lo señala.

—Oh, eres poderoso, sí que sí —canturrea y se da vuelta de nuevo.

Cruzamos en un pasillo, luego en otro y finalmente Archie le señala su puerta. Poe le da las gracias con una reverencia y ella me va a preguntar si yo también quiero ser guiada, pero me niego y, sin ser invitada, entro tras Poe a la habitación.

Cuando cierro la puerta detrás de mí, él se gira para verme, aburrido.

—Aunque en otros tiempos me habría encantado estar en la misma habitación contigo ahora eres lo que menos podría excitarme en este mundo, así que pierdes el tiempo... —intenta lanzarme la bromilla.

Pero yo no estoy aquí por eso, y él lo sabe bien.

—No pude reclamártelo antes porque no nos dejaron solos, pero ahora sí. Dime, ¿por qué demonios hiciste eso de apostar matarme? —Voy al punto, sin rodeos y sin vacilación—. Sé que estás enojado por lo que hice, pero...

—¿Enojado? —Me interrumpe con un resoplido absurdo. Entonces su semblante indiferente se torna más bien molesto—. ¿Solo enojado? ¿Mataste a mi hermano y crees que yo solo estoy enojado? —Emite una risa sin nada de gracia—. Oh, no, Padme, estoy que quemo el maldito planeta, pero me estoy aguantando.

La frase «mataste a mi hermano» me golpea con un imprevisto flash de mi propio acto: yo, clavando la daga en el pecho de Damián.

Pero sacudo ligeramente la cabeza para disiparlo.

—Aunque estés más que enojado no puedes utilizarme de esa manera —también se lo planto con molestia.

Él alza las cejas, falsamente sorprendido.

—¿Por qué? Ay no, espera, ¿es que te asustaste mucho?

—¡Es mi vida de la que hablas! —exclamo, afincando el sentido de mi reclamo—. ¡No es tuya para que la apuestes, así que enojado u odiándome, no debiste hacer eso!

Él se encoge de hombros y curva la boca hacia abajo, indiferente.

—Es cierto, tal vez no tuve que haberlo hecho, pero quizás fue porque el haber perdido a mi familia saca lo peor de mí. Tal vez ellos eran lo único que me mantenía a raya del Noveno monstruoso que soy. Tal vez solo por ellos yo elegía ser diferente. —Entonces su indiferencia se esfuma en un demencial santiamén. Sus cejas bajan y él se enseria de una forma sombría. —Pero ahora que no están, ¿qué motivos tengo para controlarme? —pregunta con una voz tensa y con los ojos clavados en mí destellando rencor—. Ninguno.

Otro flash, pero esta vez, en un parpadeo, me parece ver a ese Damián de la piel de color gris mortecino, con la daga clavada en el pecho, escurriendo sangre, parado junto a Poe, sonriendo con malevolencia por el reclamo que su mejor amigo me está haciendo. Creo ver a su fantasma, a su espíritu maldito condenado a vagar a mi alrededor, ahora allí, disfrutando de la acusación.

Vuelvo a sacudir la cabeza.

«No, no es real», pienso.

Vuelvo mi mirada hacia Poe, quedando con un remordimiento incómodo retorciéndose en mi estómago, lo mismo de cada vez que él menciona el crimen que he cometido y que me impulsa a quedarme callada por respeto a la persona que Damián fue para él.

—Poe, sé que lo que hice... —de algún modo se me ocurre dar una disculpa, que por supuesto que no será suficiente. Pero él interrumpe mis palabras, afilado:

—Lo que hiciste te lo voy a cobrar, pero no aquí —lo dice más bajo, como una aterradora y cruel promesa, con los ojos entornados, acribillándome—: Nuestra cuenta pendiente la arreglaremos solo tú y yo al volver a nuestra dimensión. Nadie más se meterá.

Él entonces deja de mirarme, como si no valiera la pena dedicarme nada más de atención, y con sus gráciles movimientos empieza a quitarse los guantes de las manos para deshacerse de toda esa ropa.

—Y no, no hice esa apuesta solo para fastidiarte o para jugar con tu vida —agrega, arrojando un guante al suelo. Resopla un «já»—. ¿Crees que yo no estaba seguro de que iba a cumplir con éxito la misión? Aunque admito que torturarte es divertido, no se trató de ti. —Mira al vacío, pensativo—. Este Damián... por un momento sospeché algo de él con respecto a ti, y me preocupó, así que quise comprobarlo.

Otro flash.

El Damián muerto me sonríe desde la mitad de la habitación, y en lo que muestra los dientes, le escurre sangre de la boca.

«No, no, no, por favor, vete, no eres real» me repito mentalmente.

—¿Comprobar qué? —logro preguntar.

—Si te odia lo suficiente como para mantenerse alejado de ti, y sí, efectivamente no le agradas ni un poco. —Se encoge de hombros—. No sé por qué, pero que haya aceptado en segundos es buena señal.

—¿Buena señal? —Hundo las cejas, sin entenderlo.

—Sí, de que no le interesarás —asiente, y arroja el otro guante al suelo—. Te dije que no dejaré que lo lastimes aquí también.

De acuerdo, esa expresión me da rabia. Eso de «no dejar que yo lo lastime», como si a mí se me hubiera ocurrido matar a Damián solo porque sí.

Pero de nuevo decido no responder de esa manera, no ser ofensiva. Después de todo es cierto, Damián y la manada fueron su familia. Por mucho que yo lo vea como un monstruo, significó algo diferente para él. Y yo sí soy lo suficientemente humana como para entenderlo.

Aunque mi necesidad de supervivencia está tomando más fuerza que mi humanidad, porque sí, lo estoy escuchando prometerme que sí se cobrará lo que hice. Estoy escuchando el juramento de su parte de que él me hará algo malo, y debería de tener mucho miedo, escandalizarme como la Padme del pasado, pero en este momento estoy interesada en una sola cosa.

—Muy bien, acepto lo que hice. Acepto que te vas a vengar por ello cuando volvamos, pero entonces no tiene ningún sentido que aquí todo gire en torno a eso —puntualizo, y me arriesgo a proponérselo—: Hagamos una tregua entonces. Mientras estemos atrapados en esta dimensión, de verdad seamos un equipo para que logremos regresar.

Se burla en mi cara mientras se desabotonaba el chaleco; una risa descarada.

—¿Crees que voy a confiar en ti como lo hizo él? En verdad perdiste la cabeza, Padme.

Otro flash, y el Damián con la piel gris, muerta, ahora está frente a mí, mirándome, afligido, con las cejas arqueadas. Una lágrima de sangre le corre por la esquina del ojo. Quiere alzar la mano hacia mí, tocarme, tal vez preguntarme por qué lo hice...

Doy un paso inconsciente hacia atrás, aprieto mucho los ojos y grito dentro de mi mente: «¡¡¡Vete, ya vete!!!».

Cuando abro los ojos, ya no está. Tengo la respiración algo acelerada.

—Entonces no te permitiré que vuelvas a usarme. —No sé cómo, pero me le enfrento a Poe sin pensar, decidida—. Si lo haces, voy a defenderme.

Él detiene sus manos ya con el chaleco desabrochado y gira la cabeza para mirarme con las rubias cejas hundidas, desconcertado por el tono duro y contundente en el que he dicho eso.

—¿Ah sí? —replica. Mantengo la cara alzada, firme. Poe entonces empieza a acercarse a mí con la cabeza ladeada—. ¿Y qué puedes decir ante todos para defenderte?

Algo en mi interior me insiste en que debo tener mucho miedo, pero otra cosa en mi interior me dice que no lo demuestre y que, como con Damián, me mantenga desafiante, porque tal vez esta no es solo la manera de sobrevivir a un peligroso Fox, sino también a un vengativo Poe Verne.

—Ya no soy tan débil como era antes —le aseguro, y entorno los ojos, sosteniendo los suyos—. Algo idearé. Así como le dijiste a Eris que éramos mejores amigas yo podría decir algo también, porque sé que no vas a perder la satisfacción de ser tú quien me mate, así que no vas a revelar nada de lo de que pasó con Damián.

Eso lo desconcierta aún más, por lo que emite una risa perpleja, todavía acercándose lentamente.

—¡Wow, estás pensando como una Novena! —Realmente se asombra, alzando las cejas, maliciosamente divertido—. Siempre supe que solo te faltaba una probadita de sangre. —Suspira, dramático—. Qué lástima que eligieras la sangre incorrecta, ¿no?

No puedo evitar apretar un puño.

—Tú nunca vas a entenderme, ¿cierto? —Me sale la pregunta con los dientes apretados.

—Y tú nunca vas a entenderme a mí, ¿cierto? —replica de la misma manera. Luego entorna los ojos grises, y la diversión se esfuma para dar paso a la tensión de una amenaza—. Padme, en verdad no soy un enemigo agradable —me advierte.

Mantengo mi postura, pensando: «no dudes ni te encorves ni un poco, Padme, que así es que se trata con Novenos, por fin lo estás aprendiendo».

—Lo sé, y yo no quiero ser tu enemiga, por eso te pido la tregua —le digo, porque por un momento mis rasgos humanos también quieren intervenir, y con cierta preocupación añado—: Poe, el dolor te está afectando de una forma peligrosa. Tú no eres así.

Él llega hasta mí. Su cabeza se inclina más hacia un lado y sus comisuras se extienden con un temblor insano, como si quisiera sonreír pero solo le saliera una mueca amarga, cargada de resentimiento. Me rodea sin dejar de mirarme, no, más bien de cazarme con los ojos como un depredador que ha calculado por un buen tiempo cómo atrapar a esa presa.

—¿En serio? Pero, ¿cuál es mi mejor habilidad, Padme? Pensé que lo sabías —lo escucho susurrar detrás de mí, con la voz entre divertida y áspera. Sus zapatos de punta dando lentos pasos sobre el suelo de piedra—. ¿No es transformarme en lo que las personas más desean? Todos siempre han visto lo que yo quiero que vean de mí, así que si tengo que ser un dulce, encantador y hermoso sueño lo seré; pero si tengo que ser una horrible y cruel pesadilla, también lo seré. —Lo exclama cerca de mi oído con una risa falsa—: ¡Soy un Noveno después de todo! —Y al siguiente segundo lo añade serio, tétrico, contra mi oído—: Si es que llegaste a olvidarlo, entonces mis habilidades son superiores a lo que pensaba.

Vuelve a detenerse frente a mí y se inclina hacia adelante, creando una cercanía amenazante entre ambos.

Me recuerda a aquella vez que él apareció en mi habitación para entregarme los documentos de mi nuevo apellido. Por mis fosas nasales entró su distinguida fragancia, esa que es natural en él y que funciona para seducir a las personas. Y en aquel momento, contra mi voluntad, me sentí en parte seducida. Pude experimentar sus hipnotizantes efectos, una relajación, una sensación de ser tocada solo con sus palabras.

Pero en este momento es diferente. En realidad me siento tensa y, contra mi voluntad, atemorizada. Es como que quiero tener valor, pero una pilla vocecita me susurra al oído que soy demasiado débil como para reunirlo.

Además, unas inevitables imágenes mentales parpadean en mi mente: él, tomándome del cuello para ahorcarme, con la cara llena de rabia; él, clavándome una daga en el pecho, tal y como hice con Damián; él, rasgándome la yugular con un cuchillo.

Aprieto los ojos con fuerza. ¿Acaso... las está poniendo en mi mente?

De la nada me encuentro repitiéndome, como me repetí una vez: «esta no soy yo, esta no soy yo, es su influencia...».

—¿Cómo fue que te dije una vez? —pregunta él con un falso y dramático gesto pensativo—. Si buscas en tus memorias, creo que fue: «si formas parte de nuestra manada puedes confiar plenamente en mí. No voy a hacerte nada que no quieras. Solo no nos falles y no te fallaremos». Pero fallaste. Entonces, ¿quieres que seamos un equipo porque me aprecias o porque llegaste a apreciar a alguno de nosotros? —Niega con la cabeza, acompañándolo con un gesto de negación de su dedo índice—. No, es nada más porque no quieres quedarte sola. ¿Pues te digo un secreto, pastelito? —Pronuncia el apodo con una malicia amarga, y "el secreto" lo susurra de una forma malévola—: En cuanto él murió, los dos nos quedamos solos.

Abro los ojos ante la realización, y me trago los inquietantes nervios que me tienen el corazón acelerado y la garganta apretada, casi impidiéndome hablar.

—Entonces... ¿estás comportándote así conmigo para que me sienta tan solo como tú te sientes? —Le hago frente con la inesperada pregunta.

Poe alza una ceja, con la mandíbula tensa, y extiende una falsa sonrisa.

—Tal vez solo así vas a entenderlo.

De pronto se abre la puerta. Es tan inesperado y corta tan al ras el tenso momento que Poe y yo giramos las cabezas rápido hacia ella. Resulta ser Damián, y es muy rara su aparición porque solo entra a la habitación, como si lo hubieran llamado, mirándonos a ambos, y se recarga en la pared con los brazos cruzados.

Solo tras un momento, viendo la cercanía entre Poe y yo, notando que parecemos enfrentados, se atreve a hablar.

—¿Pasa algo? —pregunta con su voz semi profunda y lóbrega, pasando la mirada de uno a otro.

—¿Tú necesitas algo? —le pregunta Poe de vuelta, sin entender qué hace. Damián alza desinteresadamente los hombros.

—Solo pasaba.

—¿Por mi habitación? —remarca Poe, alzando las cejas, todavía más confundido.

—¿Algún problema? —confirma él, frío.

Poe pestañea, e incluso yo, porque tampoco lo comprendo. ¿Qué está haciendo aquí?

Como sea, Poe da unos pasos atrás, alejándose de mí.

—No. —Sonríe con su clásica elegancia—. Tu refugio, tu espacio, así que puedes aparecer donde quieras —le concede, caballeroso, en un travieso ronroneo—. Además, llegas en el mejor momento, estaba a punto de quitarme toda esta ropa.

Damián no se inmuta ante la insinuación, solo lo contempla con apatía por un momento. Luego sus oscuros ojos se deslizan hacia mí, penetrándome con una intensidad que por un momento no comprendo.

—Tú. A tu habitación. —Me ordena señalando la puerta con la cabeza—. Te guiaré.

Pero si la habitación está justo al lado... ¿cómo me va a guiar?

Dentro de mí no quiero irme con él, incluso quiero dar un paso hacia atrás, negándome. Pero mi razón me indica que lo mejor es salir de esa habitación en ese momento, pues Poe está a una frase más de alterarse. Así que me encamino hacia la puerta sin decir nada.

Solo cuando atravieso el marco de la puerta, Damián me sigue.

—¡Visítame de nuevo cuando quieras! —escucho a Poe despedirse alegremente de Damián, por supuesto.

Damián cierra la puerta. Honestamente sigo sin entender qué ha hecho, aunque por un momento me pregunto si es que acaso nos oyó hablar. ¿O acaso en realidad sonó como una discusión sin que yo me diera cuenta? De cualquier manera eso de guiarme no tiene sentido y queda más claro porque solo damos unos cinco pasos y ya. Ahí está mi puerta.

Me acerco a ella sin decir nada (pues estoy demasiado desconcertada como para argumentar algo) y pongo la mano sobre la perilla. La abro.

—¿Qué clase de equipo formas con alguien que apuesta tu vida? —pregunta Damián de repente, antes de que yo entre a la habitación.

Giro la cabeza para verlo, tomada por sorpresa. Él no tiene expresión alguna en el rostro, nada que me ayude a entender el momento. Solo sus ojos templados, tan negros como el vacío, clavados en mí. Toda su presencia llena el pasillo y lo reduce a su figura por lo alto y oscuro que es.

—No sé de qué... —No estoy segura de qué voy a decir, la verdad, pero él me interrumpe, seco:

—No creo que sea un equipo entonces.

Y sigue de largo. Casualmente Eris viene entrando al pasillo.

—Eris, quédate con Padme —le dice Damián cuando pasa junto a ella, y sí que suena como una orden.

Eris no entiende la razón, así que lo mira algo perdida por un momento.

Pero luego él se pierde por los pasillos y Eris vuelve la atención hacia mí.

—¡Padme, ¿por qué no me dijiste que en tu dimensión somos mejores amigas?! —exclama mientras se acerca, muy emocionada, tanto que la cara le brilla de felicidad. Pero yo soy lo contrario a ella, y se da cuenta de eso en cuanto casi llegó a mí.—. ¿Estás bien? —Su expresión pasa a ser de extrañeza—. Te veo un poco pálida. ¿Necesitas hablar...?

Ni siquiera pienso mi reacción. Solo imagino a la Eris de mi dimensión preguntándome lo mismo, pero en secreto sin ser mi amiga. En secreto, dispuesta a traicionarme, a matar a cualquiera. Su rostro... está entre mis peores sentimientos.

—No —zanjo—. No necesito hablar con nadie.

Acto seguido entro rápido a mi habitación y cierro la puerta con seguro, dejándola afuera, plantada, sin entender nada seguramente. Algo en mi interior se remueve con arrepentimiento, considerando que ha sido grosero.

Pero de nuevo ese ramalazo, ese instinto de supervivencia que ahora tengo demasiado despierto, me dice que es lo correcto. No puedo confiar en nadie.

Paso al baño, abro el chorro del lavabo y me echo algo de agua fría. Luego me miro al espejo, con la mente atiborrada de pensamientos, dudas, miedos, tantas cosas aturdidoras y angustiantes. Soy un desastre.

¿Por qué parece que estoy viendo el fantasma de Damián? ¿Y es realmente su fantasma? ¿O es que en verdad me estoy volviendo loca? No lo sé, pero ese extraño tuerce quiso suceder de nuevo... cuando pensé que lo tenía controlado...

Un momento.

Pero, fijándome bien, quiso suceder delante de Poe y no de Damián.

Aunque estábamos hablando de él...

La sospecha me hace mirarme con extrañeza en el espejo. ¿Y si no tiene que estar Damián para que suceda, sino que basta solo con hablar de lo que le hice?

«¡Wow, estás pensando como una Novena!», fueron las palabras de Poe.

Por un momento... ¿lo hice?

Me viene un detalle a la mente, algo que he estado pasando por alto: desde que intento desafiar a Damián con una actitud igual a la suya no me ha vuelto a suceder el tuerce frente a él.

¿Y si es porque ese cambio que me sugerí a mí misma con la intención de no verme débil es la solución para poder controlarme por completo? En especial, ¿y si es mi mejor opción para sobrevivir a todo esto?

Sobrevivir a las consecuencias.

Aprieto los ojos, sintiéndome muy estúpida, porque, ¿cómo no esperé que hubiera consecuencias por mi acto? ¿Cómo es que creí que matar al Damián consumido por el Hito iba a solucionarlo todo? ¿Por qué olvidé a las personas alrededor de él, el hecho de que yo no era la única que lo amaba?

Desesperada y ciega por liberarme e incluso por liberarlo a él de su propia monstruosidad olvidé lo que podía enfrentar luego de su muerte.

Lo peor es que no puedo pensar en que Poe es malvado. Está torturándome, ha admitido que va a matarme, y no puedo odiarlo. Todo lo contrario, lo entiendo. Entiendo lo destrozado que debe de estar en su interior, la magnitud de lo que le he quitado, cómo he desequilibrado su mundo y lo he desequilibrado a él.

Y lo sé porque a mí me pasa lo mismo.

Aprieto los dedos en el borde del lavabo, y quiero llorar. Pero, ¿por qué debo entenderlo? ¿Por qué aún en este punto las emociones de los demás siguen significando algo para mí?

Ahora es la rabia la que me aborda. ¡¿Por qué no puedo ser una Novena de verdad?! ¡¿Por qué nunca puede?! ¡De haberlo logrado nunca habría visto la decisión de Damián como una monstruosidad! Él estaría vivo, estaríamos juntos, nada de esto estaría sucediendo.

«Pero, ¿era lo que querías, Padme? ¿Querías vivir dominada y sometida por él? ¿Corrompida, obligada a ser una asesina?».

«¡Tal vez lo quería! ¡¿Cómo estuve tan segura de que no?!» me respondo con rabia.

«No tienes la crueldad para eso. No eres así de inhumana».

«¡¿Cómo lo sé si nunca lo intenté?!».

Me cubro la cara húmeda con las manos. ¡Agh, no lo sé! Solo sé que, justo ahora, soy patética. Tengo un miedo irracional de que el Damián de mi dimensión se vengue de mí sigue azotándome. ¿Es por eso que lo estoy viendo? Es un temor que no sé cómo controlar. Un lado de mi consciencia asegura que él no puede, que está muerto, pero el otro es como que lo siente, como que está en sobre aviso, porque yo sigo siendo una presa.

Después de todo lo que ha pasado, sigo siendo Padme, la presa.

De pronto se me mete en la cabeza:

Basta.

No, no voy a llorar.

No puedo cometer los mismos errores que me llevaron a este punto. Todo pasó por ingenua, por tonta, por empática. Tengo que dejar eso atrás. Tengo que ir más allá. Tengo que parar de lamentarme, de parecer una presa en todos los sentidos, porque ya no solo se trata de evitar que en esta dimensión me vean vulnerable y debilucha.

Ahora también se trata de cuidarme de Poe, porque tal vez al matar a Damián me salvé de un monstruo.

Pero liberé a otro.

*****

«Una mano toma mi rostro. Alguien me mira desde arriba. No puedo reconocerle. Su cara está borrosa. Y esa voz, como en oleadas de eco, desconocida, habla de nuevo:

—Me pregunto para qué puedes servir...»

Despierto de golpe, incorporándome en la cama. Mi corazón está acelerado y tengo la incomprensible sensación de haber sido arrastrada... Pero miro a todos lados y estoy en la habitación del refugio, dentro de las paredes de piedra, en la oscuridad.

¿Tuve una pesadilla? Así se siente...

De repente deseo con todas mis fuerzas un vaso de agua, pero por desgracia no estoy en un lugar en el que pueda solo levantarme e ir a la cocina.

Aunque de la nada me pregunto... ¿y si alguien anda por los pasillos? Tal vez Tate o incluso Archie, y podría pedirles que me guien a por un vaso. Eso no sería un error, ¿no?

Bueno, las probabilidades son bajas, en especial porque no sé qué hora es. Aquí abajo no tengo noción del tiempo. Sin embargo, sin nada que perder salgo de la cama, avanzo hacia la puerta, la abro con cuidado y me asomo a las afueras.

Veo a la persona que menos espero: Damián. Observo su camisa negra igual a su cabello desordenado, toda su oscura figura yendo por la mitad del pasillo. Anda a paso tranquilo, nada raro en eso, nada inusual. Mi auto defensa me exige cerrar la puerta y volver a la cama, porque, pues es Damián.

Pero de pronto me pregunto si es que va a reunirse con los demás. Si es así, ¿podría atreverme a pedirle que me guíe?

Un súbito ramalazo de valentía me hace salir al pasillo.

—Oye, Damián, ¿podrías guiarme a beber agua? —me encuentro preguntando. Por Dios, siento que hasta sueno estúpida.

Pero mi voz se pierde en la lejanía del pasillo, porque él no se voltea ni nada, solo sigue caminando.

Claro, ¿cómo no esperé que fuera a ignorarme?

O... ¿quizás no me ha escuchado?

—¿Damián? —vuelvo a llamarlo, esta vez avanzando un poco para que mi voz tenga mayor alcance.

Pero tampoco se da vuelta. Solo llegó al final del pasillo y cruza.

Corro hacia el fondo del pasillo también.

—¡Damián! —Lo llamo con más firmeza al verlo ir por la mitad del corredor.

Nada, como si mi voz fuera un soplo de viento en lugar de un sonido.

Entonces decido seguirlo. A donde sea que va deberá llegar con los demás o quizás llegará a un lugar donde hay agua. O bueno, esa es mi lógica. No tengo ninguna mala intención, por lo que él no tendrá motivos para enojarse conmigo. Además, me está escuchando, sabe que lo he llamado y a propósito me está ignorando.

Es un idiota.

Sigo sus pasos y en dos ocasiones vuelvo a llamarlo, pero no voltea. Obviamente no voy a adelantarme a propósito y a pararme junto a él. Lo quiero lo más lejos posible, por lo que respeto una distancia entre ambos.

El problema es que no llegamos a un lugar con gente. De repente Damián cruza en un pasillo que, de algún modo siento distinto a los otros, y el camino deja de ser un pasillo estrecho y se ensancha revelando un nuevo lugar.

Me quedo en medio de la oscuridad del pasillo, detrás de la esquina, admirándolo todo.

Tiene las paredes y el techo como de caverna, parecido al estilo del comedor, pero aquí no hay mesa para comer sino distintos estantes de madera, y en todos hay armas. Muchos cuchillos, dagas, unas más largas que parecen unas espadas, unas cuantas pistolas semi automáticas, incluso... ¿granadas y trampas de suelo? Sí, e instrumentos que solo asociaría con secuestros: cuerdas, cintas negras, cajas de guantes, envases de agua oxigenada, envases con líquidos desconocidos.

También sacos de boxeo cuelgan del techo, y unos cuantos maniquíes están ubicados en el centro. Por sus marcas de cuchillos y los usados que están tengo la impresión de que se usa para practicar ataques.

Entonces... ¿esto es como una enorme... sala de armas y prácticas?

Okey, añadido a la lista de salas que tienen: estrategia, monitoreo y ahora armas.

La oscura y grácil figura de Damián se acerca a uno de los estantes y toma uno de los cuchillos, luego camina hacia uno de los maniquíes con la clara intención de ponerse a practicar ataque y defensa con él, y solo cuando puedo ver el perfecto perfil de su rostro bajo las bombillas de la sala me doy cuenta de que lleva puestos unos auriculares.

En todo ese rato... ¿en verdad no me ha escuchado porque estuvo oyendo música? ¿Es decir que no sabe que yo he venido tras de él?

Okey, me siento muy tonta.

Pero más que eso me alarmo y doy unos cuidadosos pasos hacia atrás porque entiendo que si se da cuenta de que yo estoy aquí va a pensar que yo...

—¿Qué haces espiándome? —habla de repente, quedándose quieto en posición de ataque, porque sí, se fija justo en ese momento en mi presencia. Veo sus espesas cejas hundirse con molestia—. ¿No te dije que no anduvieras por los pasillos?

—Realmente solo dijiste que no debía llegar hasta arriba, hasta la cabaña... —respondo automáticamente en defensa, saliendo de la oscuridad para entrar a la sala. Solo que él deja la posición de defensa, se saca los auriculares para guardarlos en el bolsillo, gira la cabeza hacia mí, todo al mismo tiempo, y me la corta con su voz templada, severa:

—Es lo mismo. Vuelve a tu habitación.

Sí, eh... ¿cómo lo digo?

—Me gustaría, pero es que... —Me muerdo el interior de las mejillas, sintiéndome una pánfila ahí parada. ¿En serio lo he seguido? ¿He olvidado lo mal que termina eso? Bueno, aquí está mi recordatorio—. No puedo, no me conozco el camino —admito.

—Qué mal por ti, ahora piérdete —replica, y como si hubiera terminado conmigo vuelve a concentrarse en el maniquí para atacarlo con su cuchillo.

Qué odioso. Nada nuevo.

—No te espiaba, ¿de acuerdo? —Me veo necesario explicar—. Te seguí porque quería un vaso de agua y no sé llegar a la cocina. Te llamé varias veces y pensé que me estabas escuchando, pero que me ignorabas. No me di cuenta los auriculares. ¿Podrías guiarme de vuelt...?

—No —zanja, hostil, sin siquiera dejarme terminar.

—Bueno. —Me giro sobre mis pies automáticamente, entendiendo que no serviría de nada insistir.

Tengo experiencia con esa actitud suya. Debo apañármelas yo misma. De todos modos, tampoco es que lo necesito. ¿No estoy decidida a cambiar? Bueno, caminando llegaré a algún lugar en algún momento.

Aunque después de dar unos pasos hacia el pasillo, se me ocurre algo. Entonces me giro. Damián está lanzando un ataque abierto con el cuchillo al maniquí, lo cual resulta innecesario a la vista porque él es grande y muy ágil, ese muñeco parece nada delante de él.

—Oye, sobre lo que dijiste esta mañana acerca de Poe y yo... —le hablo, viendo necesario decir esta mentira—. Él y yo a veces estamos en desacuerdo con ciertas cosas, pero sí somos un equipo. Si por alguna razón dimos la impresión de que no...

—Realmente no me importa —vuelve a interrumpirme las palabras, sin apartar la vista del maniquí.

—Pero tú lo mencionaste...

—No significa que me importara —replica, cortante.

Claro, yo tampoco pienso que le importe mucho, pero es un detalle que puede servirle para considerar que Poe y yo escondemos cosas, y ya me queda claro que este Damián es muy observador y se da cuenta de todo muy rápido.

No conviene que presencie nada inusual entre Poe y yo.

—De todas formas, la impresión que tuviste es incorrecta —resumo.

Y sin ánimos de seguir siendo interrumpida por él o de seguir viendo su obstinada cara me doy vuelta para irme... a donde sea.

La verdad no tengo ni idea de a dónde voy.

—Te gusta mentir bastante, ¿no? —lo escucho comentar, serio, antes de alejarme.

Es inevitable. Siento un pinchazo de irritación.

—¿Ya vamos a empezar otra vez? —Giro la cabeza hacia el interior de la sala, hacia él, poniendo los ojos en blanco—. Mejor de verdad me pierdo por los pasillos.

Otra vez miro hacia el frente, hacia la oscuridad de las ramificaciones de pasillos, esos fríos en los que solo se oyen los pasos al caminar, nada más, ni un sonido de arriba, ni un sonido de abajo.

Trago fuerte. El temor me aborda. ¿Y si me pierdo de verdad? ¿Si me pierdo de una manera que llego a una solitaria sala y no encuentro a nadie y aunque grite no me oyen? El sitio en serio es enorme...

—No te veo perdiéndote —dice él con su tono apático ante el hecho de que me quedo parada en el mismo sitio por más de un minuto.

Ya estoy jugando con mis dedos de forma ansiosa sin darme cuenta.

—Me da miedo... —admito por lo bajo, y lentamente me giro sobre mis pies, arrepentida de haberme creído suficientemente valiente contra esos laberínticos pasillos.

Aunque, apenas vuelvo a mirarlo, descubro que ahora Damián solo está parado frente al maniquí, con los brazos lánguidos y el cuchillo en la mano, moviéndolo entre sus dedos, pero contemplándome. No, más bien con sus ojos negrísimos fijos en mí y de una forma...

—¿Por qué me miras así? —Hundo las cejas, desconcertada.

—¿Cómo?

—Así como si yo fuera algo raro, anómalo —especifico, y recuerdo las otras ocasiones en la que ha pasado. Inconscientemente doy pasos hacia adelante—. Desde que aparecí me ves de esa forma. —Ahora en verdad estoy intrigada, aunque, inevitablemente, irritada por eso—. ¿Es tan raro para ti ver a una presa?

Un momento más escudriñándome con esa incisiva mirada...

Y luego devuelve la atención al maniquí, indiferente.

—No sé de qué hablas. —No le da importancia.

—A ti te gusta mentir también, estoy segura —resoplo, incrédula. En esto es tan igual al otro Damián: hacen una cosa y pretenden que parezca otra.

Él alza las cejas, despreocupado y glacial.

—¿Estás segura de eso porque me conoces muy bien en tu dimensión? —replica de forma inesperada—. ¿Porque "somos lo suficientemente cercanos"? —Hace uso de mis propias palabras de una manera que casi, pero casi, si es que le hubiera puesto emoción, habría sido una maliciosa burla. Sumado a eso, de forma todavía más inesperada, vuelve a poner su atención en mí. Incluso se empieza a acercar unos pasos y, ahora con una ligera intriga en su sombrío semblante, lo pregunta, directo—: Ya dime la verdad sobre lo que pasó entre nosotros. ¿Te follé?

Mis ojos no se pueden abrir más porque no es anatómicamente posible.

—¿Qué? —Quedo absolutamente perpleja.

Él no se inmuta ante el hecho de que yo sí me inmuto, y mucho.

—¿Es eso? ¿Follamos? —Es todavía más claro, con una simpleza fría e indiferente.

Ay Dios, ¿qué está diciendo?

—¿Ah? ¿F-fo...? ¿N-noso? —No puedo ni formar bien ninguna palabra, solo emito balbuceos por lo anonadada y alarmada que me acaba de dejar—. Yo.. E-eh... —Y es que no puedo, en verdad no puedo formular nada. Solo quedo pestañeando, helada. ¿Tal vez no he oído bien?—. ¿Qué?

Él se detiene a una distancia considerable. La luz de las bombillas hace sombra en su pálido rostro.

—¿Por qué te pones así? —Hunde las cejas, contemplando mi reacción.

—Es que estás... ¿Estás...? ¿Estás... hablando de sexo?

—¿De qué más?

—P-pero, ¿tú? ¿P-por qué?

Siento que se fractura toda la estructura del sentido de lo que yo veo con sentido. ¿Damián haciendo una pregunta así? No es algo que yo considerara posible.

Aunque, sorprendentemente, él tiene un punto.

—¿Es que cuál sería la explicación a que yo te contara mis secretos? —puntualiza, como si fuera lo más lógico del mundo—. Que tenemos algún tipo de relación. Y no lo ocultes como ocultaste que en tu dimensión Eris y tú son mejores amigas —Saca, también de forma inesperada. Después avanza más en mi dirección, con la calma y poder que tienen sus pasos, en todo momento contemplándome, analizándome—. Entonces, ¿cómo son las cosas allá entre tú y yo?

Pero es que yo estoy demasiado estupefacta y él, por el contrario, nada alterado. Ni un poquito. Es... tan extraño.

—Habla, Padme, ¿nunca has oído la palabra «follar» o qué? —Pierde la paciencia.

—¡Yo sí! —exclamo, anonadada­—. Por el contrario tú... —Casi balbuceo de nuevo, solo que me aclaro la garganta y los pensamientos—. Tú no toleras el contacto humano. Ni siquiera... hablarías de sexo... —No puedo evitar mirarlo de arriba abajo, y doy un inconsciente paso para preguntarlo en un susurro espeluznado—: ¿Aquí has tenido sexo?

—¿Allá no he tenido sexo? —­Él me mira con extrañeza.

—No... —murmuro, pestañeando.

Creo que lo procesa por un momento sin emoción alguna.

—¿Cuál es la relación entonces? —pregunta tras un momento, y lo advierte, autoritario—. Y no mientas. Nadie que no llegara a ser importante para mí sabría cosas de mí, es imposible. Ni mi manada sabía lo que dijiste de mi padre.

Sé que debería reaccionar al hecho de que acaba de confirmar que sí mató a su padre aquí también, pero mi absoluto asombro se sigue quedando en las partes nuevas.

—¿Aquí es posible... que alguien llegue a ser importante para ti? —Me encuentro preguntando, todavía más anonadada.

Sus ojos se desvían con fastidio.

—Esto es ridículo. —Se da la vuelta para regresar a lo suyo con el maniquí—. Si no piensas decir nada y esconderte las cosas, vete.

—Oh no, no, ahora no puedes correrme. —Me adelanto yo, ingresando por completo en la sala mientras que niego con mi dedo índice, porque la estupefacción que ha dejado en mí es tal que no puedo evitar lanzarle otra pregunta, muy desconcertada—: ¿Tú... en esta dimensión tienes contacto con otros... es decir, otras personas?

—Por todo lo que existe —se queja por lo bajo.

—¡Es que no eres así en mi dimensión! —exclamo dentro de mi estupor, mostrando las palmas y tratando de que le vea el sentido—. ¡Esto es demasiado extraño, necesito saberlo!

—¿Por qué? ¿Cómo soy entonces? —Ahora suena de mal humor.

—Pues eres... es decir, si alguien se te acerca, te enojas...

—No me gusta que nadie se me acerque, eso es igual —gruñe.

—Pero me refiero a...

—¿Si he tenido sexo? —Se gira hacia mí, ceñudo—. Sí. ¿Es lo que querías oír?

Me cubro la boca con las manos, ahogando un grito, y mis ojos se abren con una sorpresa muy expresiva.

Ahora es él quien me mira de arriba abajo, como si fuera un bicho raro.

—¿Esto te escandaliza? —pregunta sin comprenderme.

—No me escandaliza, solo estoy muy sorprendida... —Es lo que puedo decir debajo de mi palma.

—¿Qué clase de tipo soy como para que te sorprenda así? —Me dedica una mirada de molesta incredulidad—. O peor, para que quedes totalmente traumada cada vez que me ves.

Bajo las manos, ahora como si me hubieran pillado en pleno crimen. Todo cambia en un segundo. No puedo evitar desviar la mirada, ya incapaz de mirarlo a la cara.

—No estoy traumada contigo —niego.

—¿No? —Oigo sus botas avanzar por el suelo de piedra hacia mí.

—No. —Continúo mirando hacia otro lado.

—No —repite con una ironía retadora, e inesperadamente, cuando echo un rápido vistazo hacia él, me doy cuenta de que se ha parado a menos de medio metro de mí, cruzado de brazos.

Lo aguanto...

Me aguanto...

Me contengo con todas mis fuerzas, tensa, sabiendo que podría venir el tuerce o algo peor...

En verdad intento que no tenga razón, que no se me acelere el corazón de miedo...

Pero no puedo más.

—Aléjate por favor —digo sin pensar, y yo misma retrocedo varios pasos, necesitando desesperadamente crear una distancia más grande entre ambos.

Él está con la barbilla alzada y los ojos negrísimos, enmarcados por esas tenues ojeras naturales, mirándome desde su altura. Es claro que su postura es un desafío.

—¿Por qué estás tan asustada de mi entonces? —Es directo de nuevo.

—Porque eres un Noveno y yo una presa —le aseguro.

—Sigues mintiendo, qué molesto —bufa, obstinado.

Y otra vez parece que ha terminado conmigo e intenta regresar al maniquí.

—Bueno, mira, es que yo no te conozco como para decírtelo todo. —Doy una especie de disculpa con un giro de ojos. Tal vez también he terminado. No lo sé, pero me doy vuelta de la misma manera que él.

—Pero si dijiste que me conoces bien —resopla, avanzando, y lo murmura, seguro creyendo que no lo oiré—: Te enredas con tus propias mentiras.

—Ya. —Sueno afilada, y mientras camino no sé con qué valor se lo pido otra vez—: Guíame a mi habitación para que dejemos esto.

—Bueno, mira, es que yo no confío en ti como para estar andando contigo a solas en la oscuridad —recita con frialdad mis palabras contra mí.

No puedo evitar girar la cabeza hacia él y dedicarle una mirada fulminante.

—Qué idiota eres.

—Qué irritante eres tú —replica, ahora molesto—. Sal de aquí antes de que te dé una de esas cosas extrañas y grites lo malvado que soy.

Suficiente. No pienso dejar que me mangonee de nuevo o que me utilice para alimentar sus aires de superioridad, así que me volteo y con los puños apretados, con una voz tan ácida que hasta a mí me sorprende, se lo escupo:

—¿Sabes qué tipo de relación tenemos? Ninguna. No somos nada, porque yo jamás estaría con alguien como tú.

Ni lo sorprende. Aburrido, vuelve a pararse frente al maniquí.

—En verdad qué ruido... —Va a quejarse en un murmullo. Ah, pero lo escucho, y tampoco sé qué me pasa pero en un intenso arrebato de molestia le impido que diga la frase:

—¡¡¡No te atrevas, Damián Fox, o yo misma usaré ese cuchillo para hacerte callar!!!

Él detiene sus palabras y pone la atención en mí, y lo que veo me deja, en cierto modo, impactada: lo he sorprendido al gritarle con tal rabia y tal autoritaria exigencia, así que ha reaccionado. No exageradamente como he me sorprendido yo con lo del sexo, sino que lo he hecho alzar ligeramente las cejas y pestañear, en silencio, quieto.

Entonces, de repente, baja la mirada. Endurece sus rasgos, afinca las cejas y aprieta los labios. Observando al suelo suelta el cuchillo, que cae al piso de piedra produciendo el sonido del choque de la hoja.

—Lárgate —me suelta con una voz tan profunda y fría que da miedo.

—L-lo siento... —No sé ni por qué suelto la disculpa en un murmullo. ¿Tal vez porque realmente no soy así? No le gritaría a la gente con tal demanda, tal ira, tal amenaza... Yo... ¿Qué he dicho? ¿Usar el cuchillo para hacerlo callar?

—¡Lárgate! —ruge, furioso.

Me sobresalto por el volumen de la palabra y automáticamente me apresuro hacia la salida. Me adentro en el pasillo oscuro, dejando la luz de la sala atrás, y, aunque no entiendo qué ha pasado, por qué he reaccionado así, por qué a él le ha molestado o a dónde estoy yendo...

Yo misma intento encontrar mi habitación.


******

Hola, solo quiero que sepan que lxs amo mucho y que he estado compartiendo adelantos en mi cuenta de instagram @ alexsmrz por si aún no me siguen :)

Yo sé que todos estamos como: pero Poeeeeee :( pero denle tiempo, él debe pasar por todo esto y Padme también, solo así entenderán cuál es la verdad. 

Oigan entre Padme y Damián hay algo... Pelean, pero yo siento que hay una vibra de algo secreto... jojojo esperemos a ver qué pasa. 

Una pistica del siguiente cap: Damián y Padme se van a tener que quedar solos. ¿Cómo saldrá eso?

Besos de Poe dolido,

Alex

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro