Todo el mundo puede traicionar a cualquiera
Todo el mundo puede traicionar a cualquiera
(***)
—Aquí el ave roja. Ave roja a cachorro.
Aún con la toalla puesta, cogí el Walkie Talkie que entre crujidos emitía la voz de Eris. Presioné el botón y hablé:
—¿Cachorro? ¿En serio? Te pones el mejor nombre y a mí me llamas cachorro.
Dejé de presionar el botón y esperé.
—Bueno, si eres la que más se asusta, entonces el apodo queda contigo —respondió—. En fin, estoy en la vieja armería. Joder, te cagarías de miedo aquí. Lo juro. Está muy solo y oscuro.
—¿Hay presas? —pregunté y me moví hacia la cama.
—Muchas, pero todos están dormidos. De seguro dopados o algo así.
—Asegúrate de revisarlos bien —dije, y luego contemplé los objetos sobre el colchón—. El extraño de los mensajes nos acaba de dejar una ayuda. Ya tengo cómo entrar a las mazmorras. Me prepararé e iré.
—¡No! Espera, espera. —Su voz se entrecortó por un instante, pero después la escuché con claridad—: Cuando salí de la habitación había un grupo que iba directo hacia la biblioteca. Creo que pasarían la noche allí planeando no sé qué para La Cacería. No es seguro que vayas hoy.
—Maldición —me quejé—. Bueno, todavía queda un día. Puedo hacerlo mañana.
—Bien, revisaré este sitio de pie a cabeza y te avisaré si encuentro a Alicia.
***
Como no asistí a la cena porque quería quedarme en la habitación por si Eris se comunicaba a través del Walkie, cuando dieron las diez de la noche la tripa me ya me rugía del hambre. Intenté pedir algo por el intercomunicador, pero por más que insistí ningún empleado respondió. Así que paseé por la habitación, indecisa, hasta que finalmente decidí que podía correr a la cocina, coger algo y luego volver sin tardanza para continuar en la espera de información.
No llevé el Walkie conmigo porque corría el riesgo de que emitiera sonido de repente. Salí de la habitación y corrí por el largo corredor de las puertas, pero mi cuerpo impactó contra otro que apareció de repente en donde los dos pasillos se unían gracias a la escalera, y por un segundo perdí la capacidad de orientación.
—Cuanta prisa, ¿huyes de algo? —comentó Nicolas, poniéndome una mano en el hombro para no permitirme caer.
Retrocedí ante su tacto cuando supe que era él. Últimamente cada vez que me lo topaba decía algo que reafirmaba mis sospechas de que él lo sabía todo.
—No, voy a la cocina a buscar algo para comer —confesé.
Nicolas entornó los ojos y asintió lentamente. Luego relajó la expresión.
—Bueno, no hay nadie allí justo ahora porque todos están viendo la práctica —dijo.
No ubiqué nada de eso en mi mente.
—¿La práctica? ¿Cuál práctica?
—Gea organizó una pequeña practica pre-Cacería, algo para el entretenimiento de los huéspedes —aclaró él. Noté entonces que llevaba unos binoculares en una mano—. Mira, justo iba a echar un vistazo. ¿Vienes? No deberías perdértela.
Esa invitación me sonó extraña, casi insistente. Recordé que cuando estábamos en la biblioteca la ama de llaves nos había interrumpido en el momento en que estaba dispuesta a soltarle todo. Y me daba la impresión de que la única razón por la que Nicolas no me delataba era porque quería algo a cambio para guardar silencio.
—De acuerdo —acepté. Tenía la daga en el cinturón por si acaso, así que había que darle punto final a aquello de una vez por todas.
Lo seguí por el pasillo contrario al de las puertas, ese que se conectaba con la escalera. Era distinto y conducía hacia otras áreas de la mansión que no eran de mi interés. El sitio era realmente grande, había que admitirlo.
Llegamos al final del corredor y pasamos a un gran balcón que permitía ver el jardín al igual que las zonas que se extendían detrás de él como el majestuoso laberinto y una parte exclusiva que contaba con dos piscinas.
Nicolas entonces se acercó al borde del balcón y me pidió que hiciera lo mismo.
Esa noche estaba oscura y fría, segada por nubes tan negras que parecían querer reventar. Y la iluminación proveniente de los pequeños faroles encajados en las paredes bañaba la silueta del asesino semejándola a una efigie apuesta y amenazante.
—Mira, es en el laberinto —me indicó una vez me paré a su lado. Puso una mano sobre mi espalda y me ofreció los binoculares—. Para poder ver bien, tienes que usarlos.
Los tomé y eché un vistazo. Enfoqué las áreas del laberinto, los cercos forrados de arbustos que lo formaban y las luces que puestas en sitios estratégicos servían para librarlo de la oscuridad. A través de los binoculares detecté una figura corriendo por uno de los pasajes. Apenas se distinguía, pero se notaba que era un hombre. Y corría a toda velocidad, girando la cabeza para ver lo que dejaba atrás.
No tardé en entender que corría porque estaba huyendo, porque intentaba no ser atrapado por una segunda persona que no a muchos metros de distancia empuñaba una motosierra.
Eran un noveno y una presa.
Aferré las manos a los binoculares cuando la presa dio un salto sobre algo que estaba en medio del camino y cayó de bruces. Por la velocidad a la que iba, su cuerpo se arrastró sobre el pasto. Trató de levantarse, pero sus piernas le fallaron posiblemente por el pánico, y pareció luchar contra su propia inestabilidad.
El de la motosierra aprovechó el fallo, corrió aún más rápido y de manera triunfal logró su objetivo. La hoja rasgó una extremidad y desde mi posición no se vio tan crudo como de seguro podía serlo de cerca.
Lo mató.
Lo desmembró.
Lo disfrutó.
Una vez el noveno quedó satisfecho, se perdió por otro pasaje en busca de más.
Inhalé hondo.
—¿Desde dónde ven los demás? —pregunté aun sosteniendo los binoculares.
—Desde allá —señaló con un dedo en una dirección.
Moví los binoculares y observé una torre que bajo la noche se alzaba semejante a un faro. Allí cerca de los bordes, sentados en cómodos asientos, estaban los novenos acompañados de Gea y del dueño de la mansión Aspen Hanson. También tenían binoculares y apuntaban muy atentos hacia el laberinto.
Dejé de mirar.
—Es impresionante —dije, para no usar el término: «espeluznante».
—Es curioso en realidad que antes lo mejor de La Cacería no fuera matar, sino hacerlo en grupo —comentó Nicolas, mirando hacia el laberinto con un aire pensativo—. Me gusta mucho la historia de los novenos.
—¿Qué tanto sabes de ella? —le pregunté—. No es como si hubiera muchísimas referencias.
—Bueno, la he estudiado lo suficiente como para saber que somos más que unos asesinos. —Se encogió de hombros—. Y las referencias están allí, solo que no disponibles para todos. Se trata de saber buscar.
—Sabes muchas cosas, ¿no, Nicolas? —solté—. ¿También sabes mucho sobre Aspen Hanson?
—Tengo una mente bastante hambrienta —replicó él y su boca se curvó en una sonrisa moderada—. La verdad es que no lo suficiente. Es un hombre que viaja mucho y deja poco rastro. Así es difícil.
—Se ve poderoso —comenté con un dejo de desinterés fingido.
—Como debemos vernos los novenos, ¿no? —mencionó y luego volvió la cabeza hacia la lejanía—. Ah, mira, creo que van a llevarse el cadáver.
Señaló el laberinto y de nuevo observé con los binoculares. Un par de hombres se habían acercado al cuerpo de la presa —o a lo que quedaba de él— y ponían sus restos en el interior de alguna enorme bolsa negra.
—¿Qué hacen con los cadáveres? —pregunté.
—Los llevan a un sitio que está por aquí cerca —dijo, se lo pensó un momento y después añadió—: Creo que era una vieja armería, pero ahora solo sirve de depósito. En un rato irán a dejarlos allá, los huéspedes se darán un paseo y ese tipo de coas.
—¡Mierda!
No dije más y como si me hubieran encendido los motores de repente, eché a correr de ahí rumbo a la habitación tratando de no resbalarme por la pulcritud del suelo.
Si iban a dejar los cadáveres en la armería, si los huéspedes se darían un paseo por ahí, solo significaba que...
Abrí la puerta, cogí el Walkie con desesperación y presioné el botón:
—Cachorro a ave roja, cachorro a ave roja —repetí, y al no obtener respuestas bramé—: ¡Eris, maldita sea, responde!
El Walkie crujió con algo de interferencia, pero pude escuchar su voz:
—Aquí ave roja
—Los novenos irán para allá, repito, irán hacia donde estás —sostuve con fuerza el Walkie cerca de mi boca, agitada—: Esos cuerpos que ves no están dormidos, están muertos. ¡Tienes que salir de ahí de inmediato antes de que te vean!
—Me lleva el...
Y se cortó.
Y sentí un miedo terrible.
Presioné el botón del Walkie y hablé varias veces, pero no obtuve respuesta. Consideré ir a ayudarla, pero también consideré que podía complicar la situación. Eris era lo bastante inteligente como para escapar, era incluso más astuta que yo.
Lo medité.
Podía esperar un poco. Sí, por si ella se comunicaba conmigo. Además, tenía tiempo. Los huéspedes y los empleados no llegarían tan rápido. Y ya habíamos conversado sobre este tipo de cosas. Es decir, si algo salía mal, si todo se complicaba, una tenía que huir con Alicia incluso si eso requería dejar a la otra atrás. A mí me había sonado egoísta, pero luego me pareció la única opción, sobre todo porque asumí que la que tendría que quedarse sería yo.
Media hora después, el Walkie crujió. Lo tenía en la mano, de modo que di un respingo al escucharlo:
—Logré salir —informó ella y detecté un atisbo de agitación en su voz—. Estoy bien.
***
La mañana siguiente me desperté debido a un portazo, y a pesar de que abrí los ojos rápidamente y me incorporé torpemente, no alcancé a ver quién había entrado en la habitación. Sin embargo, no tardé en notar que quien quiera que fuese había dejado algo sobre el borde de la cama: una tarjeta dorada como las que nos habían dado para las habitaciones.
Aún sobre el colchón me moví para cogerla. En ella decía:
La cena será en la terraza.
No me dio buena espina. Claro, nada me estaba dando buena espina desde la noche anterior. Eris había logrado salir de la armería sin que la vieran, pero le había mandado mensajes para saber cómo se encontraba y solo me había respondido que quería descansar, que no tenía ganas de conversar. Incluso había ido a tocar a su habitación, pero desde el interior me había dicho que quería estar sola.
Damián tampoco me había respondido ningún mensaje. Y también pensaba en que me había ido abruptamente de balcón, dándole más motivos a Nicolas para tenerme en la mira.
Estaba todo muy extraño y yo al parecer lo estaba haciendo muy mal, aunque lo único que tenía que hacer bien ese día era rescatar a Alicia.
—Cachorro a ave roja —pronuncié a través del Walkie—. Cachorro a ave roja. ¿Cómo estás hoy?
—Si estás practicando te aviso que vas a gastarle la batería —respondió Eris un minuto después—. Estoy perfecta, ¿qué ha pasado?
—En noticias matutinas, alguien dejó una tarjeta sobre mi cama. No vi quién porque salió muy rápido.
—En noticias matutinas de otro canal, a mí igual. Me dejaron una que decía: la cena será en la terraza. Además, al lado había un vestido rojo. ¡Rojo! Qué color más escandaloso...
—Sí, qué escándalo. Hasta hay gente que tiene el cabello de ese color, ¿puedes creerlo? —bromeé—. Bueno, vuelvo al tema, ¿no viste quién lo dejó?, ¿por qué un vestido?, ¿y por qué a mí solo una tarjeta?
—No sé, estaba en el baño. ¿Viste que la bañera tiene chorros de "hidromasaje"?
Fruncí el ceño por su comentario tan ajeno al tema y sacudí la cabeza.
—¿Te puedes concentrar en lo que digo? Ya me parece que no nos invitaron solo por el trabajo de Archie... Hay algo más.
—Lo pensé justo anoche. Y creo que no es solo de Nicolas de quien debemos cuidarnos...
A pesar de que me encontraba completamente sola en la habitación, puse el Walkie muy cerca de mi boca y susurré:
—Hay algo muy extraño alrededor de ese tipo Aspen, el dueño de la mansión. Nadie sabe nada de él, ni siquiera Nicolas, nadie lo conoce bien, bueno... a excepción de... Gea...
Di un salto sobre la cama.
El recuerdo llegó súbitamente como si hubiera estado siempre ahí pero algo lo impidiera emerger. Recordé la escena en la cabaña, cuando me había ocultado detrás de un muro y había escuchado a la dirigente hablar con alguna especie de asistente, y con ello las palabras: «lo único que ha dicho es que necesita unas cuantas invitaciones exclusivas. Tiene algunos amigos que se alojarán con nosotros en la mansión hasta que pase la Cacería».
—¡Es él! —exclamé, sobresaltada, presionando el botón del Walkie para que Eris me escuchara—. Hay alguien mucho más peligroso que Nicolas y es esa persona que nos hizo la invitación, el que nos dio estas habitaciones, el mismo que conocimos en la merienda. ¡Es Aspen! —Me relamí los labios, inquieta—. Tenemos que sacar a Alicia e irnos de aquí, Eris. Nos pueden matar en cualquier momento.
Hubo un silencio de su parte. Esperé a que dijera algo, y casi vuelvo a hablar yo hasta que el Walkie emitió sonido:
—¿Crees que de verdad lograremos sacar a Alicia esta noche?
—Sí, sí. Mira, no iremos a la cena. Aprovecharemos que todos estarán ahí para buscarla. Luego nos iremos, y después... después buscaré alguna forma de comunicarme con Damián y Poe y les contaremos todo.
Otro silencio. Me estaba angustiando demasiado.
—¿Estás... segura de que esto es lo que debemos hacer?
—¿Cómo que si estoy segura? ¡Claro que lo estoy! —solté, y una punzada de temor me llevó a pronunciar lo siguiente—: ¿Estás dudando acaso?
—No, no —respondió rápidamente—. Haremos eso. Nos vemos esta noche y sacaremos a Alicia.
No respondió más a través del Walkie.
Exhalé y aún sobre la cama me recosté y pensé en todo. Primero en Alicia, en las largas horas de charlas telefónicas sin sentido contando algún chisme; en las veces que cogíamos el licor de sus padres a escondidas o los días en los que simplemente nos reuníamos para husmear la vida de todos en Instagram y comentar qué tal nos parecía. Y extrañé eso. La extrañé a ella y también a Eris soltando comentarios sarcásticos que la hacían molestar. Ansié esa normalidad que tanto nos aburría y que ahora parecía tan solo un privilegio.
De modo que me pregunté en qué punto el secreto de Damián pasó a ser más importante que las personas que habían estado siempre conmigo. Si yo hubiera elegido morir aquel día a manos de ese asesino, habría evitado muchas malas situaciones, pero no había tenido el valor de pedírselo y él tampoco había tenido la voluntad para hacerlo.
Así que, ¿quién había fallado primero? ¿Yo por aceptar unirme o él por no silenciarme como tuvo que haberlo hecho?
Ahora las consecuencias eran inminentes, por supuesto, y ni el hecho de saber que le gustaba a Damián parecía suficiente para tomarlo con más calma. De hecho, también había algo sumamente inquietante en su declaración, en su afán en saber si quería escapar o no. Era como si de repente él supiera que podía perderme y eso realmente le interesara, como si en verdad me quisiera, como si tuviera que demostrarme algo.
Eso... ¿era real?
***
Me pasé la mañana y parte de la tarde repasando el plano de la mansión, así que no salí de la habitación sino hasta que dio la hora de la supuesta cena en la terraza y alguien tocó la puerta.
Yo me estaba preparando para ir a las mazmorras, de modo que escondí la máscara antigás y el Walkie debajo de la cama, me guardé la llave en uno de los bolsillos y después abrí la puerta.
Sorpresivamente me encontré ante un par de enormes hombres trajeados que parecían más musculo que personas. Ambos tenían expresiones severas y no me inspiraron confianza.
—Padme Gray —dijo uno de ellos—. Seremos sus escoltas esta noche. La acompañaremos a la cena en la terraza.
—¿Escoltas? Pero yo no solicité escoltas —dije, totalmente extrañada.
—Es solo una formalidad —aclaró el tipo.
—Ah, bien, no lo necesito, cenaré aquí en la habitación.
Intenté cerrar la puerta de forma amable, pero el segundo lo impidió con una mano.
—Lo lamento, pero me temo que deberá asistir —expresó el escolta con detenimiento—. Es absolutamente necesario. Así que, ¿está lista para acompañarnos?
—¿Qué? ¿Debo ir obligatoriamente? —pregunté, mostrándome en desacuerdo.
—Si quiere decirlo de ese modo.
—Es absurdo, ¿y si no quiero?
—Tendremos que insistirle, y si no da resultado nos veremos obligados a insistir de una forma más... brusca —replicó sin inmutarse—. Así que, ¿está lista para acompañarnos?
Se mantuvieron ahí hasta que no me quedó de otra más que salir, y apenas lo hice vi otro par de escoltas frente a la puerta de Eris y Poe. No entendí lo que estaba sucediendo, pero parecía muy forzado, por ende, malo. Nos estaban obligando a ir a la cena por alguna razón, de modo que así mi plan de sacar a Alicia esa misma noche quizás no podría darse. Al menos hasta que terminara la dichosa cena.
Los escoltas me detuvieron en pleno pasillo.
—Esperaremos a los demás —dijo uno.
Un par de minutos después Eris salió de su habitación. Llevaba puesto el vestido rojo que alguien le había dejado y realmente se veía estupenda. Había dejado sueltos sus rizos naturales y le caían de forma voluminosa hasta los hombros; para mi sorpresa estaba incluso maquillada y sus ojos verdes resaltaban entornados por la espesura de las pestañas cargadas de rímel.
Pude acercarme a ella, y aunque el pasillo estaba vigilado, le susurré:
—¿Qué mierda está pasando?
—No lo sé, Padme, créeme que no lo sé —murmuró—. Yo creo que... —intentó comenzar a decir, pero se vio interrumpida por una voz masculina cargada de sorpresa:
—¡Demonios!
Poe había salido de su habitación. Avanzó a paso lento y le dedico su completa atención a la pelirroja. La observó de pie a cabeza de una forma que alternaba entre la fascinación, la admiración y la lujuria, y finalmente soltó un silbido.
—Ese cabello como fuego; esos ojos como aceitunas; ese cuerpo casi tallado por Afrodita; esos labios como cerezas; esas pecas como chispas de chocolate... —expuso en un tono muy sugerente y seductor. Y de repente, para sorpresa de ambas, la tomó por la cintura y la acercó a él. La inclinó como si fuera a besarla y muy cerca de los labios le dijo—: Mujer, tú me tienes más loco de lo que ya estoy.
Eris le dio un empujón y lo alejó, pero aquello a él solo le divirtió. Poe emitió una risilla burlona y se mordió los labios. Después reparó en mí y pareció confundido.
—Y tú estás muy... muy sana —me dijo, después de pensar qué adjetivo usar.
—Bueno, a mí no me dejaron un vestido —respondí, encogiéndome de hombros.
—Qué lástima —replicó para después regresar a su habitual expresión maliciosa y divertida—. Bueno, supongo que esta noche toda la atención será para mi pelirroja, pero no te preocupes, pastelito, ese estilo sobrio y simple te sienta bien. Es cuestión de saber apreciar la sensualidad incluso en lo sencillo.
—Ajá, ya. Ignoremos la charla de la copia barata y vulgar de Edgar Allan Poe y vayamos la cena, ¿sí? —intervino Eris con un ápice de disgusto.
El rubio entrecerró los ojos y dejó de sonreír.
—Mis padres me llamaron Poe porque sabían que sería una representación de la perversión y el sadismo que, de forma sublime, están reflejados en sus poemas —explicó con seriedad—. No fue en honor al autor, sino a sus escritos. Si lo analizas bien, tiene sentido.
Eris pareció derrotada y un poco disgustada por eso, así que solo giró los ojos y continuó por el pasillo. Me apresuré a seguirla intentando explicar que aquello no tenía buena pinta, pero resultaba imposible soltarlo así con una tanda de tipos siguiéndonos y escuchándonos.
—¿Y los demás? —le pregunté a Poe. Él se encogió de hombros.
—Ya están en la terraza —respondió uno de los escoltas.
—¿Damián también? —inquirí.
—Todos.
Mientras íbamos rumbo a la cena, reestructuré mi plan. En cuanto aquello terminara, tenía tiempo de escabullirme a las mazmorras ya que al día siguiente sería la Cacería y de seguro llegaría más gente. Entonces, no todo estaba perdido. Podían estarnos obligando a ir porque a la dirigente se le había antojado hacer algo especial, así como la merienda.
Sí, decidí suponer que era eso.
Finalmente atravesamos una puerta de vidrio pintado con muchos colores y nos recibió un espacio muy amplio con paredes cubiertas por enredaderas que se unían en formas decorativas. El cielo se encontraba al descubierto por la carencia de techo y la noche se vislumbraba estrellada y fría.
La puerta de vidrio se cerró detrás de nosotros y entonces contemplé la mesa que estaba dispuesta en el centro. Era larga, los cubiertos y los platos estaban bien puestos y tenía exactamente seis sillas de las cuales tres estaban ocupadas. Dos por Tatiana y Archie, y una por Aspen Hanson.
Ese parecía el lugar y el momento indicado para una maravillosa cena, hasta que reparé en el rostro de Tatiana y supe de inmediato que algo estaba mal.
Su expresión era de vergüenza e indudable temor, y su vista estaba fija en el plato vacío que tenía en frente.
—Por favor, tomen asiento —indicó Aspen, sonriendo ampliamente de la misma forma inquietante que en la merienda—. Sean bienvenidos.
Quise darme la vuelta e irme, pero los escoltas se situaron a ambos lados de la puerta con las manos juntas por delante. Me sentí acorralada, por lo que solo me quedó sentarme como el tipo había ordenado.
Los demás lo hicieron y las sillas se llenaron.
—¿Y Damián? —pregunté, extrañada—. ¿No hay silla para él?
—Damián vendrá en un rato —aseguró Aspen, muy tranquilo—. Mientras tanto, demos comienzo a esta cena que es muy exclusiva por varias razones.
—¿La dirigente no estará presente? —preguntó Poe. Noté que sentía la misma inquietud que yo, porque la habitual diversión que entonaba su rostro se había esfumado—. ¿Ella...?
—Ah, la dirigente —pronunció Aspen como si acabara de acordarse de esa persona—. No, no nos acompañará. Ella está muy por debajo de mí, ahora que lo mencionas. —El tipo tenía las manos unidas sobre la mesa y estaba sentado muy recto—. Gea no tiene ni idea de lo que sucede aquí y no hay razón para que deba saberlo, ya que aunque se enterara no podría hacer absolutamente nada.
Me removí sobre la silla. Lo sabía. Algo estaba mal.
—Eso es absurdo —resopló Poe como si no comprendiera las palabras.
—Bueno, es que Gea es solo una más de todas las personas que trabajan para mí —aclaró Hanson como si fuera muy obvio, pero el rubio siguió confundido—. Permíteme explicarte. Es comprensible que no sepas exactamente quién soy, pues durante algunos años estuve muy alejado de nuestro ambiente, viajando por aquí, viajando por allá en búsqueda de algo muy... importante para mí. Sin embargo, nunca he dejado de ser la voz principal. Los novenos además de ser una especie, también somos un negocio. Todo esto se mantiene por pactos, tratados y dinero, por lo tanto, debe tener un cabecilla, alguien que no lo deje irse a la quiebra. Por años, los miembros de mi familia han sido esos verdaderos dirigentes, así que el puesto es mío por herencia. Siempre ha sido una herencia.
—Y lo ocultan de la misma forma que nos ocultan a los propios novenos que no pertenecemos a esta dimensión, ¿verdad? —solté.
Tanto Poe como Archie y Tatiana me observaron con desconcierto. Aspen, por su parte, se mantuvo sereno. Él lo sabía, por supuesto que tenía plena consciencia de ello como de seguro la tenían Gea y los superiores.
Toda la cena solo era una farsa. Estaba muy segura.
—¿Y sabes acaso por qué se oculta esa verdad? —me preguntó Aspen. No tuve respuesta para ello, de modo que añadió—: ¿Sabías que hace sesenta años las personas como nosotros estuvieron al borde de la extinción? Fuimos ratas de laboratorio solo por ser diferentes. En esa época no teníamos las mismas reglas y precisamente por eso éramos muy vulnerables. Ahora, claramente, no es igual. ¿Y sabes por qué? Porque he pasado más de veinte años luchando para que los novenos vivan como lo hacen ahora.
—¿Usted luchó por preservar la especie? —inquirió Eris de repente.
Aspen reparó en la pelirroja y su mirada pasó a ser de fascinación, como si ella fuera algo valioso.
—Exactamente —asintió él—. Mi padre creó las reglas, yo las impuse, alejé a la ciencia de nosotros, nos abrí el camino para dejar fluir nuestra naturaleza y ahora que hemos crecido en número, que nacemos con libertad, que no nos persiguen, estoy más que dispuesto a no permitir que lo que he construido se desmorone. ¿Qué opinas tú de eso, Eris?
Cuando vi la cara de Eris supe que la conocía demasiado bien como para saber que lo que sentía en ese momento era admiración. Una admiración peligrosa. ¿Cuáles eran las intenciones de Aspen al decir aquello?
Negué por lo bajo y antes de que ella pudiera hablar, dije:
—¿Brown estuvo implicado en la casi extinción de los novenos? ¿Por eso hicieron desaparecer todos sus artículos? —pregunté.
El rostro de Aspen cambió. De repente lucía muy divertido, complacido, como si estuviera disfrutando mucho aquel momento.
—Probablemente, pero no fue el artículo de Brown lo que más de una vez nos puso en peligro —dijo y se inclinó hacia adelante para apoyar los codos sobre la mesa y pasear su vista sobre cada uno—. Fuimos nosotros mismos. Novenos que revelaban su propio secreto por alguna razón. Y debido a eso tuvimos que imponer la regla de que quien lo hacía, debía pagar con la muerte inmediata. Pero esa regla debía tener protección ya que los novenos son muchísimos y la única forma de saber qué hacían en realidad era monitoreándolos. La mejor forma sin duda ha sido tener aliados que puedan contármelo todo. Algo así como ojos en todos lados. Eso, exactamente eso tengo. —Entonces, se quedó mirando fijamente a una persona en la mesa—: ¿Verdad, Tatiana?
Quedé estupefacta. Todos quedamos atónitos y la observamos. Tatiana tenía las manos formando puños sobre la mesa, la mirada baja y lloraba. Lloraba en silencio por alguna razón. No... No lo hacía por alguna razón.
Ella lloraba porque nos había fallado.
Lo entendí en ese preciso momento:
Yo haría cualquier cosa por Archie, y él cualquier cosa por mí. Solemos hacer muchas cosas por amor, ¿verdad? Incluso las cosas más tontas nos parecen las correctas. Y no podríamos estar más equivocados.
Maximiliano soltó una risa áspera, se recargó en el espaldar de la silla como si estuviera muy relajado y estudió nuestros rostros con suma diversión.
—Todos ustedes hicieron algo muy malo, ¿verdad? —nos preguntó entre risas, señalándonos con su dedo—. Sobre todo Damián. Bueno, Archie también hace mucho tiempo, pero ya eso no cuenta gracias a Tatiana que con mucha amabilidad se ofreció a servirme. Así que por una vez me salté las reglas y como soy un hombre de palabra, le concedí una indemnización.
—¿Qué? —soltó Archie, sentado al lado de su novia.
Estaba totalmente anonadado, tanto como si por un lado lo creyera y por el otro se negara a aceptar que era real. Sus ojos, desorbitados detrás de las gafas, se habían enrojecido por alguna razón.
—Archie, es que... —musitó Tatiana. La voz le salía torpe, ahogada entre el llanto—. Ellos se enteraron de lo que hiciste e iban a matarte... así que yo... les juré que iba a guardar el secreto, les supliqué, pero no estaban seguros y tuve que...
—¡Cállate! —le gritó él con fuerza. Tatiana cerró los ojos y trató de controlar sus sollozos—. ¡¿Qué mierda hiciste?! ¡¿Cómo fuiste capaz de traicionarnos?!
—Eh, yo no lo llamaría traición —comentó Hanson, entretenido con la escena—. Es lealtad. Esta muchacha aún sin pertenecer a nuestra especie es mucho más leal que todos ustedes.
Cuando la cara de Tatiana dejó de darme pena, entendí que estábamos completamente perdidos. Aspen sabía la verdad desde el primer momento gracias a Tatiana, la única persona de la que no había siquiera sospechado desconfiar, así que Damián estaba en total peligro. Y podían matarnos en el momento en que a aquel tipo dejara de divertirte la situación.
—¡¿En dónde demonios está Damián?! —solté, levantándome vertiginosamente de la silla, pero entonces Aspen alzó una mano y se apresuró a decir:
—Te recomiendo que vuelvas a sentarte porque si haces aunque sea otro movimiento extraño, alguno de los cuatro francotiradores que están apostados en puntos estratégicos de la torres que rodean la mansión, te volará la tapa de los sesos.
Mierda.
Lentamente me senté de nuevo.
—Hablas de Damián Fox, ¿no? —me preguntó Aspen y con un dedo se acarició la nuca en un leve gesto pensativo—. Está pasando por el Hito desde hace cuatro meses. Es sorprendente, ¿sabías? Considerando el tipo de noveno que es, su edad y su entorno, lo ha soportado de forma excelente.
—Fue mi culpa, yo le pedí que me integrara a este mundo, él no quería hacerlo —dije en un tonto intento de convencimiento.
Aspen alzó las cejas con sorpresa.
—¿Segura? Porque parecías muy negada, o al menos eso le pareció a Tatiana. Y después muy interesada en averiguar cosas, cavar tumbas, salvar personas... —Emitió una risa burlona que luego pasó a ser casi de lástima. Apreté los puños por debajo de la mesa—. Sí, lo más entretenido quizás fue ver cómo creías que nadie se iba a enterar. Bueno, a lo mejor si hubieras escapado desde el primer momento no, pero eres una presa, no se puede esperar mucho de ti.
Eris intervino en ese momento en un tono muy desafiante:
—Si ya lo sabía y pretendía matarnos a todos, ¿para qué nos trajo a la mansión y para qué organizó todo esto?
La sonrisa de Aspen desapareció en un segundo.
—Ah, quiero aclarar que tú no has hecho absolutamente nada. Solo llegaste a donde perteneces —comunicó el hombre.
La pelirroja hundió las cejas.
—No comprendo —dijo ella.
Eché un vistazo rápido hacia arriba. Las torres que rodeaban la mansión no podían verse desde ahí, pero creía en lo de los francotiradores y de seguro ellos sí podían vernos a nosotros.
—No estaba en mis objetivos investigar a Padme, sobre todo porque siempre creí que se mantendría como una presa. Fue un golpe de suerte que esto sucediera así, que ella fuera tu amiga y que precisamente Damián ocasionara este enredo. —Explicó el hombre—. Desde hace mucho tiempo vigilé tus pasos. Desde hace tanto tiempo...
Los mensajes:
Él te vigila...
No puedo ayudarte mientras él te esté vigilando...
Aspen nos tenía el ojo echado desde el principio y Tatiana lo había ayudado a mantenerlo.
—¿Y por qué me vigilaba? —preguntó ella sin comprenderlo.
—Eris, tú perteneces a este mundo desde que naciste. Eres una novena, una Hanson. Eres mi hija.
Sofoqué una exclamación de asombro. Eris negó con la cabeza, aunque con más calma de la que pude haber tenido yo, y pronunció algo en un tono tan bajo que fue incomprensible para todos, pero después elevó el volumen de su voz y expresó:
—Tengo padres, así que eso es absurdo. ¿Cómo podría ser su hija? Si fuese así, ellos me lo habrían dicho, además, me les parezco mucho —rebatió la pelirroja, mirándole como si fuera alguien desagradable.
—Estuvo planeado para que así fuera, pero no por mí, sino por mi padre —se apresuró a Aclarar Aspen, muy serio—. Si me permites un momento a solas, puedo explicártelo todo.
Él se quedó en silencio, esperando a que ella aceptara su propuesta. Pero yo no quería que Eris hablara a solas con él, porque quién sabía qué cosas podía decirle, porque solo me daba la impresión de que quería hacerle daño.
—¿De verdad piensa que nos vamos a creer esa porquería? —intervino Poe en un tono retador—. ¡¿En dónde está Damián?! ¡¿Sigue vivo?! Porque nosotros no pensamos quedarnos...
Poe se levantó de la silla como si no le importara nada, entonces Aspen chasqueó los dedos y de inmediato los escoltas se acercaron al rubio. En cuanto uno de los tipos le puso un dedo encima, Poe le propinó un puñetazo en la cara. Lo dejó tan desorientado que el otro se apresuró a sujetarlo. En ese mismo momento la puerta se abrió y entraron cuatro más para inmovilizarlo. Después de varios forcejeos lograron sentarlo, atarle las muñecas a la silla e incluso lo amenazaron con un cuchillo en el cuello.
Poe finalmente se quedó quieto con el cabello revuelto, respirando de forma agitada como un animal rabioso a punto de gruñir y atacar. No había ni un pequeño rastro de su lado burlón y perverso. Estaba realmente furioso y daba miedo.
Los hombres entonces se acercaron a Archie, a Tatiana y a mí y nos ataron las muñecas a la silla. Logré rasguñarle la cara a uno tratando de impedirlo, pero me dio una bofetada que a Aspen le causó mucha gracia.
Al final nos sometieron a todos, menos a Eris. Incluso Tatiana parecía notar que se le había volteado la tortilla. Es decir, aun trabajando para Aspen, él ignoró por competo sus quejas.
—Ya no me sirves para nada —fue lo que le dijo. Y a ella no le quedó más que sumirse en su llanto de perra traidora.
Aspen se levantó de la silla, completamente concentrado en Eris. Estaba claro que no le haría lo mismo que a nosotros, pero, ¿era realmente cierto? ¿ese era su verdadero padre? Comprendí por qué los verdes ojos de aquel hombre se me habían hecho familiares. Eran los mismos de Eris, la misma mirada aceituna que había visto desde que le había conocido en la escuela.
—Te alejaron de mí porque en mi familia no estaba permitido mezclarse con las presas, y eso fue exactamente lo que hice hace dieciocho años. Fue un completo error haberme interesado en una mujer común y corriente —le dijo él en un tono más calmado que pudo haberlo hecho pasar como un padre realmente preocupado por el bienestar de su hija—. Mi padre creyó que habías nacido siendo normal, pero no fue así. Naciste el noveno día del noveno mes, y aquí es donde perteneces.
—¡No! ¡Ella no es una asesina! —intervine.
Me removí, pero los nudos que me aferraban a la silla estaban bien hechos.
—¿No, Eris? ¿No tenías las actitudes propias de un asesino? ¿No las tienes aún? —le habló el hombre, mirándola con cierta complicidad. Volví la cabeza hacia ella y encontré algo nuevo en su expresión. Estaba realmente desconcertada, indecisa, casi perdida—. Sé todo lo que has hecho. Asesinaste a tu gato y al gato del vecino a los once años. Los escondiste debajo de tu cama y en cuanto tenías la oportunidad, jugabas con los restos. Siempre sentiste la necesidad de matar, pero la reprimiste. Los cuerpos sin vida, el sufrimiento ajeno, hacer sentir a otros inferiores, todo eso te gusta mucho. Ahora este mundo te atrae, ahora te sientes mucho más libre, y aceptaste todo esto porque pensaste que uniéndote a Damián y a Padme podías tener una justificación para dejar fluir tus instintos, ¿o me equivoco?
—No, no es así. Eris, no es así, ¿cierto? Yo te conozco, nunca has hecho nada de eso —dije con rapidez, sacudiendo la cabeza de un lado a otro, tratando de que me escuchara a mí—. Dile que es mentira. ¡Tú eres inteligente! ¡Eres buena! ¡Guardaste el secreto! ¡Me ayudaste! ¡Eres como mi hermana! Alicia, tú y yo somos casi una familia, siempre lo hemos sido, y tus padres son personas muy humildes que te han dado todo lo que has necesitado. Ellos son los verdaderos. Este tipo solo miente por lo que hicimos.
Pero entonces la persona que consideraba mi mejor amiga bajó la mirada y no aclaró que lo dicho por aquel hombre fuera falso, porque en realidad era totalmente cierto y su silencio me bastó para comprenderlo. Eris sí era como Damián, siempre había sido como él. Era una novena. No obstante, el descubrimiento de su naturaleza no era lo que importaba en ese momento, sino la duda reflejada en su pecoso rostro.
Ella estaba de acuerdo con todo lo que el hombre decía. Le agradaba. Estaba a punto de ser convencida por él.
—Jamás haré nada para dañarte —añadió Aspen en un tono muy suave—. Eres mi hija, acepto tu naturaleza y no creo que debas reprimirla más. Así que ven conmigo, Eris, tenemos mucho de qué hablar.
Aspen rodeó la mesa y deslizó su silla hacia atrás para que ella se levantara. Le puso una mano en el brazo como si quisiera guiarla a la salida, pero ella lo apartó.
—¿Qué va a pasar con mis amigos? —le preguntó, a lo que el tipo sonrió de forma tranquilizadora.
—Por ahora nada.
—¿Por ahora? Quiero que los suelten y quiero que también suelten a Damián —exigió ella en un tono firme, aunque parecía ser víctima de una confusión terrible.
—Prometo hacerlo si me das una oportunidad —propuso Aspen—. Estarán aquí mientras tú y yo conversamos. Nada les sucederá. Luego podré dejarlos ir sin que los demás se den cuenta. Si los suelto ahora estarán en un verdadero peligro.
No confié en eso, no confié en ninguna de sus palabras, pero ella sí y aquello me decepcionó completamente. Ni siquiera todas las discusiones con Damián podían igual el quiebre que experimenté, la tristeza, el dolor emocional que me dejó postrada en aquella silla por su actitud. Busqué su mirada, traté de que me observara, pero ella no lo hizo en ningún momento. Todo lo contrario, se levantó de la silla y lo siguió.
Eris salió de la terraza junto al hombre que decía ser su padre, el mismo que nos había vigilado y mandado a atar, y fue como verla ir por un camino sin retorno.
Los escoltas nos recordaron que había cuatro francotiradores atentos a cualquier movimiento y salieron del lugar diciendo que estarían al otro lado de la puerta.
Exhalé cuando no quedamos más que los cuatro. Se me hinchó la cabeza tratando de asimilar lo sucedido. Había estado tan preocupada por Damián que no había tenido tiempo para darme cuenta de que Eris no era lo que parecía ser. Y a pesar de todo, su naturaleza no era el problema. Yo lo habría aceptado. El lío estaba en las intenciones de Aspen, en su confesión tan repentina, en la debilidad que aquello le había causado a alguien tan fuerte como ella.
—Ese hijo de puta no va a soltarnos —gruñó Poe, forcejeando.
—Pero podr... —intentó decir Tatiana, pero Poe la interrumpió en un grito:
—¡Tú cállate, que si no te arranco la maldita lengua por bocona es porque tengo las manos atadas!
—Tú eres... —pronunció Archie, mirándola con total desprecio, uno que incluso a mí me pareció doloroso—. Repugnante.
—¡Archie! —exclamó ella con el rostro hinchado del llanto.
—¡¿Quién te dijo que quería que me salvaras poniendo en peligro a mi manada?! —bramó Archie, tan rabioso que parecía un demente a punto de acabar con lo que tuviera cerca—. ¡¿Nunca entendiste nada?! ¡Miserable mentirosa! —Tragó saliva y su cuello demostró lo tenso que estaba. Apretó la mandíbula y entre dientes añadió—: A ti no te va a matar nadie más que no sea yo, te lo aseguro. No, eso te lo juro.
Sentí pena por ella. Sentí pena por todos nosotros. Estúpidos, traicionados, atrapados, a punto de morir quizás. Habíamos hecho las cosas tan mal desde el principio. Y ninguno había tenido idea. Habíamos olvidado que el mundo de los novenos era lo suficientemente grande y peligroso como para consumirnos a nosotros mismos.
—Poe —le llamé. Él, que había estado en silencio mirando a Tatiana como si quisiera acuchillarle los ojos, reaccionó—. Tengo una idea para salir de aquí, pero es muy arriesgada.
—Ah, tal y como me gustan las ideas —respondió y, por primera vez desde que habíamos entrado a la terraza, su expresión se relajó y sonrió de forma maliciosa—. Te escucho.
—Bien. Tengo una daga oculta debajo de este suéter. Tienes que venir a sacarla, sostenerla y cortar la cuerda con la hoja.
Pareció que le hice la propuesta más sucia de su vida, porque las comisuras se le ensancharon en pura malicia.
—¿Y cómo voy a sacarla? —preguntó. Le temblaron los labios por reprimir la risa.
—Con la boca —dije entre dientes.
—Si hubiera sabido que tendríamos que estar en una situación así para que me dejaras meterme debajo de tu ropa, le habría pagado a alguien para que nos secuestrara —expresó, deleitado.
Giré los ojos.
—¿Puedes hacer lo que te digo o no?
—Bueno, no quiero presumir, pero con la boca soy aún más hábil que con las manos —expresó en un tono insinuante.
—¡Entonces hazlo! —exclamé—. Métete debajo la mesa rápido. Puedes hacerlo con todo y silla, no es muy grande. Si tenemos suerte no se darán cuenta.
—Bien. Entendido y procesado.
El rubio se movió con cierta dificultad. El espaldar de la silla no era demasiado grande, lo que si era amplio era el espacio debajo de la mesa, por lo que cuando logró agacharse tirando de la silla por sus muñecas, desapareció entre el mantel. Por un momento golpeó la mesa y temí que los francotiradores dispararan, pero entonces de repente su cabeza apareció entre mis piernas.
Era incómodo, incluso chistoso.
—Uhm, esta situación es bastante interesante, ¿no crees? —murmuró, regalándome un guiño—. Confieso que me imaginé estar en esta posición, pero... no en este escenario.
—Solo... busca la daga, Verne —dije y evité mirarlo.
Se acercó un poco más, mordió el borde de mi camisa e introdujo la cabeza. Los rizos dorados quedaron cubiertos por la tela. El espaldar de su silla golpeó la mesa y las copas se estremecieron. Sentí su rostro rozar mi piel desnuda y de seguro puse la cara más extraña del mundo porque a Archie se le salió una risa burlona entre el disgusto.
—Hueles bien, pastelito —comentó Poe desde allí.
—¡Rápido! —solté.
—Ya... —expresó de forma ahogada, como cuando se tenía algo en la boca y se intentaba hablar al mismo tiempo.
Sacó la cabeza. Sostenía con sus dientes la empuñadura de la daga.
—De acuerdo, intenta cortar la cuerda —le indiqué.
Movió la cabeza y acercó la reluciente y filosa hoja hacia los nudos que me inmovilizaban las muñecas, y entonces empezó a hacer movimientos de un lado a otro, provocando que el filo rasgara la cuerda. Exhalé de alivio cuando se soltó. Le quité la daga y corté el de la otra mano.
—Ahora regresa a tu lugar —le ordené.
—Muy mandona, Padme, muy mandona —comentó él con diversión.
Se deslizó por debajo de la mesa de nuevo y en poco tiempo apareció al otro lado, justo frente a mí. Era mi turno. Rápidamente hice lo mismo que él, aunque la situación fue mucho más incomoda cuando aparecí por debajo y corté las cuerdas de su silla. Él me veía desde arriba bastante entretenido.
—No te atrevas a decir algo —le amenacé, frotando la hoja contra los nudos.
—Contigo en esa posición no estoy ni siquiera pensando, pastelito, ¿cómo podría? —replicó, reprimiendo quien sabía qué.
Me deslicé hacia otra dirección aún debajo de la mesa y corté las cuerdas de Archie. El condenado se sonrojó, pero no dijimos nada al respecto.
—¿Y yo? —preguntó Tatiana al darse cuenta de que no tenía intenciones de desatarla a ella—. No pueden dejarme aquí.
—Ah, sí que podemos y eso es lo que haremos —soltó Poe con mucha tranquilidad—. ¿Sabes? Siempre pensé que era Archie quien te torturaba con su horrible y melosa relación, pero mira, resultaste ser tú la que succionaba su alma.
—Desátala —me dijo Archie, bastante serio.
—¿Estás seguro? —le pregunté. Aún estaba bajo la mesa, y aunque no quería hacerlo, él tenía mucho más derecho a decidir sobre ella que yo.
—Sí.
—Bien.
Tatiana sollozó, aliviada. Evité mirarla a la cara porque en verdad sentía una punzada de furia al recordar que de quien siempre tuvimos que cuidarnos era de ella.
—Padme, gracias —pronunció con voz temblorosa.
—No deberías agradecerme, porque yo habría preferido dejarte aquí —contesté a secas—. ¿Sabes en dónde tienen a Damián?
—No, juro que no lo sé —expresó, sonando bastante convincente.
—De acuerdo, esto es lo que haremos —hablé para todos—. A la cuenta de tres se meterán debajo de la mesa. Eso los va a confundir. Luego simplemente corremos hacia la puerta. Lo sé, es muy arriesgado, pero solo nos queda intentar.
Los tres estuvieron de acuerdo.
—Uno, dos... ¡tres!
Se ocultaron bajo la mesa al mismo tiempo. Inmediatamente se escuchó el impacto de un balazo. Uno de los francotiradores disparó y la gruesa madera recibió la descarga. Sin embargo, ninguno tenía algún rasguño.
—Ajá, ¿y ahora qué, Padme? —me preguntó Archie.
—Bueno, es posible que nos den si salimos... —expresé. Mi mente quedó en blanco.
Segundos después se escuchó otro ruido producido por el impacto de una bala que hizo estallar la vajilla.
—¡A la mierda! Saldremos y correremos y el que llegue vivo pues llegó y el que no pues que se quede —soltó Poe, muy decidido—. Padme, dame la daga. —Se la entregué—. Bien, ¿listos? ¡Vamos!
Sucedió demasiado rápido, pero muy lento ante mis ojos. Salimos de debajo de la mesa y corrimos más rápido de lo que pudimos haber hecho alguna vez. Los balazos sofocados por los silenciadores solo se escucharon al impactar contra cualquier cosa que los recibiera. Otros pasaron muy cerca de nosotros como ráfagas entre los orificios y murieron en el piso.
Archie y Poe abrieron la puerta por la que habíamos entrado y tan rápido como salimos Poe se abalanzó sobre uno de los tipos armados que esperaba afuera. Le clavó el cuchillo en el cuello y lo lanzó al suelo. Al mismo tiempo, Archie atacó con un puñetazo en la mandíbula y una patada que desarmó al segundo. Aproveché ese momento para tomar la pistola que había caído al suelo y le propiné un cachazo que dejó inconsciente al último tipo.
Los cuerpos quedaron tendidos en el suelo. Poe me entregó la daga ensangrentada con suma tranquilidad, como si le diera un pañuelo a alguien que acababa de estornudar. Y estuvimos a punto de continuar, pero una figura subió el último escalón que daba al pasillo y avanzó hacia nosotros.
La reconocí. Era la mujer que había estado en la habitación de Damián, la misma que me había cerrado la puerta en la cara. Arrastraba el saco que había visto en el maletero del auto de Poe y en ese momento no lucía pretenciosa, sino preocupada.
—¿Danna? —inquirió Poe, hundiendo el entrecejo—. No me digas que tú...
—No, no estoy del lado de Aspen —se apresuró a responder.
Ella se detuvo frente a Poe y le acarició la mejilla con un afecto que no pudo verse más que maternal.
—Venía a ayudarlos, pero veo que se las arreglaron solos —dijo ella.
—¿Sabes qué mierda está pasando? ¿Es cierto que ese tipo tiene tanto poder como dice? —soltó Poe.
Danna asintió con resignación.
—Sí, pero según averigüé él en un principio ni siquiera sabía quiénes eran ustedes. Andaba detrás de su hija, solo que no sabía de qué forma llegar a ella —nos informó—. Los vigiló y así se enteró de lo que hizo Damián con esta chica... —Me observó de una forma ligeramente despectiva que no me agradó.
—¿Para qué quiere a Eris? —le pregunté sin evitar sonar demandante.
—Necesita a su heredera, a la persona que pueda tomar su cargo cuando él ya no esté —aclaró Danna—. Aspen ha dirigido a los novenos por muchos años y la mayoría no tiene ni idea de que es él quien tiene la última palabra en todo.
—Pareces conocerlo muy bien —mencioné. Ella enarcó una ceja.
—Sí, porque trabajo para él, pero trabajar para Aspen no significa saber todo lo que hace —respondió, y después miró a Archie y a Poe con algo de reproche—. Ustedes sabían que tratar a una presa como algo más que una simple presa, es muy grave.
—Eso ya no importa. ¿Gea realmente no tiene ni la más mínima idea de todo lo que sucede? —inquirió Poe.
—Ella está de acuerdo con que los asesinen.
Poe soltó una maldición.
—Entonces no podemos buscar apoyo en nadie —comentó Archie, bastante preocupado.
—Por lo que han hecho no tendrán el apoyo de nadie, solo el mío y por desgracia no es mucho —confesó Danna. Sus magníficos ojos me enfocaron—. Damián sabía que todo esto iba a pasar, por esa razón me contactó hace mucho tiempo. Estaba muy preocupado porque los había enredado a todos en un lío sin salida y quería tratar de encontrar una solución. Pasamos muchas noches tratando de planear algo que no solo fuera exitoso, sino que asegurara la vida de todos.
De repente recordé aquel día que había entrado en su habitación y lo había visto cansado y ojeroso. No quiso decirme por qué. Damián nunca quiso decirme nada, incluso cuando no era necesario ocultarlo.
—¿Logró planear algo? —preguntó Archie tan asombrado como yo.
—Aunque pudimos hacer unos cuantos planes, me acabo de topar con algo que los dificulta —confesó Danna y dio un paso adelante para crear un aire más confidencial—. Aspen ordenó que todos fueran asesinados, claro que no de forma inmediata...
—¿Cómo es eso? —inquirió Tatiana, nerviosa.
—Él ordenó dos Cacerías. Una que se dará mañana y la otra que se estará llevando a cabo aquí dentro de la mansión en quizás menos de una hora. —Danna observó a Poe con un brillo de pena. Formó una fina línea con sus labios y luego lo soltó—: Desde hace semanas, todos en la cabaña han sabido que ustedes son unos traidores. Todos fueron informados. Eso ha dicho Gea abajo.
—Malditos hijos de... —murmuró Poe, completamente atónito—. ¿Ese tipo nos convirtió en...?
—Presas, sí —completó Danna. Tragó saliva. No dejaba de verlo a él como si aquello fuera muy difícil para ella—. La Cacería que se dará en un rato será para que todos sus antiguos compañeros los asesinen por haber traicionado a su especie.
—Entonces, cuando empiece la Cacería todos en la mansión buscarán la peor forma de asesinarnos —repitió Archie como si no pudiera creerlo.
Tatiana volteó a ver con preocupación a Archie, y sucedió lo que de seguro tanto Poe como yo habíamos estado esperando. Archie le dio un empujón tan fuerte que el delgado cuerpo de Tatiana impactó con la pared. La acorraló ahí con una mano contra el cuello y la otra enredada en sus cabellos con fuerza, jaloneando del cuero cabelludo.
—Esto es tu culpa —le dijo él, furioso, con las venas saltándole bajo la piel y las lágrimas brotándole por la traición.
—A-ar-ch... —intentó decir ella, pero él le apretaba el cuello con demasiada fuerza, la suficiente para que su rostro adquiriera un tono rojo y los ojos parecieran salírsele de las cuencas.
—Dormía con la misma persona que me llevará a la muerte, aun cuando yo evité llevarte a ti —pronunció él.
Pensé que iba a matarla, que le iba a partir el cuello, pero Poe acudió y tiró de él. Solo así la soltó y ella pudo tomar aire entre un ataque de tos. El rubio lo sostuvo con fuerza por los hombros. Archie estaba destrozado, sus lágrimas, su ira, su incapacidad para hacer algo en específico de todo lo que seguro quería hacer, todo eso lo demostraba.
—No la mates —le dijo Poe sin soltarlo—. No aquí. Si lo harás, merece que sea en otro lugar.
—Tenemos que irnos —solté de forma contundente—. ¿Qué fue lo que planeó Damián? —le pregunté a Danna.
—Bueno, tengo un auto esperando muy cerca de aquí y una salida alterna por la que podemos escapar sin que nos vean —indicó ella—. Estamos a tiempo de irnos.
—Espera, no me iré sin Damián y tampoco sin Eris —dictaminé negando con la cabeza—. Seguiremos ese plan, pero antes tenemos que buscarlo. Sigue con vida, ¿no es así?
—Buscarlo puede arruinar todo —expresó Danna, mirándome como si fuera tonta—. Él me dijo que dirías algo así, que seguramente querrías buscarlo, por eso también quiso que te recordara que tienes dos familias: la manada y tus padres, y que debes protegerlos a ambas.
—¡No! Él también tiene una familia. —Paseé mi vista sobre Poe y Archie—. Ustedes son su manada, ¿se irían sin él? ¡¿Se irán sin él?!
Poe bajó la mirada, pensativo, y un segundo después negó con la cabeza.
—No me iría sin ese imbécil a ningún lado —expresó el rubio.
—Yo tampoco —dijo Archie, un poco más calmado.
—Y no pienso dejar a mi pelirroja con ese tipo —agregó Poe en un tono despreciativo.
—Amigo, eres muy optimista... —murmuró Archie, negando con la cabeza.
—¿Están conscientes de que podrían no salir de aquí? —preguntó Danna, alternando la vista entre ambos.
Poe vaciló un momento y luego se encogió de hombros.
—La manada es la manada, vivimos juntos, matamos juntos, morimos juntos —dijo Poe al esbozar una sonrisa nostálgica.
—Muy bien, no me queda de otra que ayudarlos —exhaló Danna, no muy convencida—. Imaginé que algo así sucedería, entonces pasé a buscar esto... —Se inclinó hacia abajo y abrió el saco. Ahí estaban los cuchillos, tubos, el bate, todo lo que Poe había puesto en él—. Tomen lo que necesiten, así podrán defenderse.
Archie y Tatiana se guardaron un par de cuchillos junto a unos trozos de vidrio. Poe cogió una daga y luego el bate; y finalmente yo opté por uno de los tubos de hierro que tenía enrollado un largo pedazo de alambre. Limpié la sangre que había quedado en la daga al atacar a los escoltas y me la guardé en donde la había tenido antes, además, tomé un cuchillo extra.
—Bien, ¿en dónde tienen a Damián? —preguntó Poe una vez todos estuvimos listos y armados.
—En las mazmorras, en una de las celdas que están al fondo —respondió Danna mientras se guardaba un par de cuchillos en un bolsillo oculto de su vestido.
—Hay gas ahí —recordé—. Pero yo tengo una máscara y una llave para entrar. Están en la habitación, bajo la cama.
—Entonces hay que ir por esas cosas y luego a las mazmorras —dictaminó Poe.
—Estamos en el último piso —dijo Danna—. Mientras bajamos es probable que cualquiera nos ataque, así que estén muy alertas.
Sostuve con firmeza el tubo de hierro, sintiéndome más decidida que nunca a hacer aquello. Bajar sería como entrar a la casita del terror de la feria: algún monstruo podía aparecer de repente y no tenías ni idea de cuál podía ser. De modo que cualquier cosa que tuviera que hacer, la haría por Damián y por Alicia.
Avancé hacia el final del pasillo, me detuve al borde de la escalera e inhalé hondo.
—Que empiece La Cacería.
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