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Misteriosas desapariciones

Misteriosas desapariciones 

(***)

Intenté hablar con Damián al día siguiente en clases para aclarar lo sucedido, pero apenas tocó la campana se levantó de la mesa con una expresión de disgusto bastante notable y se fue ignorando totalmente mis palabras.

Por otro lado, quien sí tenía intenciones de mantener una conversación conmigo era Alicia, a la que me encontré esa misma mañana en la segunda asignatura del día que era geografía.

—¿Qué pasa contigo?, ¿eh? —me preguntó en una pose de reproche con los brazos en jarra y el ceño fruncido—. Ya casi no te veo, es como si te hubieras mudado a otro país. ¿Estás bien?

Traté de verme lo más convincente posible.

—Sí, es que he estado muy ocupada y...

—¿Ocupada en qué? —interrumpió, mirándome con absoluta curiosidad—. He estado a punto de llamar a tu madre, pero sé bien que eso podría ocasionarte un lio innecesario. —Exhaló y dejó caer los brazos—. Siempre que le digo a Eris para reunirnos, sale con una excusa. ¿Acaso me están evitando?

—¡No, no! —exclamé rápidamente. Su expresión realmente lucía abatida—. Ya casi ni la veo a ella tampoco. He tenido que investigar sobre la universidad. No falta mucho para graduarnos y mi mamá me ha presionado con que envíe solicitudes. Es todo muy estresante.

—¡No me lo trago! Antes cada tarde nos reuníamos en Ginger y ahora apenas y si en las clases compartimos algo —dijo, haciendo gestos exagerados y hablando tan alto como de costumbre. Aquello me puso nerviosa. Ella entornó los ojos—. Sé que algo pasa y quiero que me lo digan.

—No pasa nada, Alicia, en serio —aseguré. Pero ella acentuó su exaltación.

—¿No? ¡Hasta me han dicho que sales con ese rarito de la otra vez! ¿Cómo es que se llama? —Se lo pensó por un momento. Eché un vistazo a los lados. Todavía algunos salían del salón y nos miraban de forma extraña—. Da... Di... ¡Dorian! Bueno, ese. El chisme anda por allí. ¿Y me dirás que no es nada?

—Es solo un chisme, en serio es...

—¿Y qué hay con esa ropa que usas? —Intervino y me señaló con el dedo—. ¡Qué cambio tan repentino! Estás muy extraña, muy muy extraña Padme, ¿acaso tú otr...?

—¡Te digo que no pasa nada! —le interrumpí de manera feroz e inmediatamente cerró la boca que había entreabierto para seguir hablando—. ¿Necesitas que te invente algo o qué? Si digo que no es que no. Si Eris dice que no podemos es que no podemos. Si aseguro que es un chisme lo es. Las cosas no siempre serán iguales. Ya debemos madurar.

Después de eso me fui, dejándola allí. No sentía que tuviera tiempo para responder sus preguntas. Ella no podía saber absolutamente nada y ya estando a salvo lo mejor era alejarla para que no pisara de nuevo la zona de peligro. Suficiente tenía con Eris involucrada y con la confusión tan grande que me había dejado Damián con su estallido de ira y su enojo concentrado.

Sobre todo eso me tenía inquieta. Algo lo estaba molestando demasiado, era muy obvio. Algo lo atormentaba hasta tal punto que ni siquiera hizo acto de presencia en el instituto ni en la cabaña por varios días. Yo asistí durante la noche todos esos días, pero él no. Pasé ratos con Poe, Archie, Tatiana y Eris en el lago, pero él no. Y su ausencia me sonaba a que no quería verme.

—¿Pasa algo con Damián? —me preguntó Tatiana con mucho disimulo una noche a orillas del lago.

Poe estaba hablando con Eris y Archie sobre todas las formas que había de despellejar a un ser humano. Y sobre lo indignante que era no poder escribir su propio libro referente a ello sin escandalizar a la sociedad.

—Ni siquiera lo he visto. Ha estado muy... enojado últimamente —confesé. El lago estaba en calma y los insectos entonaban su coro nocturno. Suspiré—. Él tuvo algo así como un estallido de ira hace unos días cuando le pregunté cosas sobre su vida. Se puso como loco, gritó y pareció ser otra persona.

—¿Fue repentino? —indagó ella con curiosidad.

—Muy repentino —admití, evocando la escena en mi mente—. Se puso furioso, hasta pensé que golpearía todo lo que tenía cerca. Fue muy extraño. Quiero entenderlo, pero, no lo sé, no sé qué le sucede realmente.

—No lo sabrás hasta que él te lo diga, y conociendo a Damián... —murmuró ella con expresión preocupada—. Esto me suena familiar. A Archie también le pasó. —Ella giró la cabeza y lo observó sentado en el suelo, hablando sin parar—. Archie, en realidad, ha pasado por todo lo que seguramente Damián está experimentando en estos momentos. Es la batalla interna de la que te hablé.

—¿Y cómo lo manejaste? ¿Cómo supiste qué hacer? —Me volví hacia ella, casi insistente—. Quiero ayudar a Damián, pero no sé de qué forma.

Tatiana dudó por un instante. Pareció estar pensando algo. Luego se rindió.

—Mira, esto les sucede a todos los novenos —dijo ella en tono confidencial—. Así que la cabaña tiene una serie de especialistas que se encargan de atender estos casos. Claro, ellos no te explicarían las cosas como debe ser. Según las ordenes de los superiores, el noveno que esté pasando por esta fase debe...

—Espera, ¿es una fase? —le interrumpí, algo confundida. Ella asintió como si fuera obvio.

—Sí, y se debe ingresar a terapia. Pero si haces eso no sabrías más de él hasta que lo consideren curado. Por suerte existen los Clandestinos. —Sacó su teléfono y comenzó a buscar algo en la lista de contactos—. Hacen el mismo trabajo que los especialistas de la cabaña, pero no es reportado a los superiores. Yo visité a uno de ellos cuando Archie comenzó a descontrolarse porque no entendía nada y estaba un poco asustada. Bueno, esta persona me indicó qué hacer. Creo que podrá ayudarte. —Pasó los dedos por el táctil de la pantalla y segundos después mi teléfono vibró—. Ahí tienes la dirección. Procura ir de noche y presiona tres veces.

—Espero poder encontrar una posibilidad —murmuré, mirando la dirección en el mensaje.

—Si yo pude ayudar a Archie, tú podrás ayudar a Damián —expresó Tatiana, dedicándome una sonrisa casi tranquilizadora—. Él es mucho más difícil, pero tú eres lo suficientemente fuerte. Aunque no estoy segura de cómo funciona la naturaleza de cada noveno porque es totalmente diferente, sí puedo decirte que es mucho más fácil si no pasan por esto solos. Es como te dije, cuestión de que encuentren un equilibrio. —Hice un asentimiento de cabeza y ella de repente pareció acordarse de algo—. Por cierto, estuve investigando lo de la sala de prácticas en la que te citó ese desconocido —susurró para que nadie pudiera escuchar—. Pero las únicas personas que tienen acceso a ella y que han entrado estos meses son Nicolas, Benjamin, Gastón, el tipo ese del cabello violeta que pertenece a su manada y bueno, tú.

—¿Nadie más? —inquirí, totalmente confundida.

—Nadie, yo misma revisé. Así que estamos en el mismo punto.

—¡Oigan! —gritó Poe desde su lugar, haciendo un ademan para que nos acercáramos—. Vengan a escuchar esto. Eris acaba de admitir que le gusto.

—¡No es cierto! —bramó la pelirroja de forma furiosa. Archie veía la escena entre risas torpes—. Acabo de decir que lo único que podría ser mínimamente interesante en ti es el hecho de que usas tu dinero en algo tan importante como preservar libros. ¿Tienes mierda en los oídos o qué?

Poe se encogió de hombros, hizo un mohín y dijo:

—No lo sé, a mí me sonó a que decías que te traigo con las bragas abajo.

—¡Serás imbécil Poe Verne! —exclamó ella, enrojecida de ira—. Lo único que podrías bajarme serían las ganas de vivir este mundo en el que existes tú.

***

Al día siguiente cuando las calles y carreteras de Asfil estaban bañadas en penumbra o iluminadas solo por faroles, aparqué con el auto de Eris —que le había pedido prestado— en la dirección que me había dado Tatiana.

Era un sucio y deteriorado edificio en lo que la gente del pueblo llamaba Barrio Viejo por ser de las primeras edificaciones que se alzaron en esa zona. Siendo una muchacha normal de instituto, jamás habría pisado el Barrio Viejo. Decían que era peligroso, pero ya tenía algunos conocimientos de defensa y ser robada o atacada no estaba entre mis principales preocupaciones.

Subí la escalerilla de entrada y pisé tres veces el intercomunicador en el número cuatro. La puerta zumbó y se abrió. Entré y avancé hasta las escaleras. El barandal estaba sucio y desgastado. Las paredes parecían haber sido arañadas y tenían escritas maldiciones, groserías y frases sin sentido. El sitio era una porquería total, pero continué.

Llegué al piso cuatro y toqué el timbre de la única puerta que ahí se encontraba. Tenía una reja por delante. Poco después se abrió y una persona asomó apenas la cabeza por un especio muy delgado.

—Busco al Clandestino —anuncié—. Necesito ayuda.

La puerta se cerró de nuevo. Escuché que quitaban varias cerraduras al otro lado hasta que finalmente pude ver a la persona que se había asomado antes. Era un hombre. Podía tener unos treinta años, quizás, y estaba lleno de distintos tatuajes a excepción del rostro. Abrió la reja y me pidió pasar.

El interior de aquel sitio era distinto al miserable edificio aunque formaba parte de él. Estaba lleno de estantes repletos de objetos extraños, recipientes, libros, telas, hojas, cadenas y más. Todo tenía un aire místico, olía a incienso, alcohol y algunos cuadros de ojos y bocas colgaban de las paredes.

—¿Qué necesitas? —me preguntó el tipo ya al cerrar la puerta, examinándome.

—Tengo un amigo que está en esa fase de lucha contra su propia naturaleza. Quiero ayudarlo, pero no sé cómo. Me dijeron que tú podrías...

Él me interrumpió. Alzó una mano y negó con la cabeza.

—No, yo no. —Avanzó por el recinto e hizo un ademan para que lo siguiera.

Fui detrás de él a través del peculiar departamento. Pasamos por un pasillo alfombrado, atravesamos una cortina negra y entramos a una habitación no muy distinta. Alguna especie de música sonaba por lo bajo. Las paredes eran oscuras, había demasiados estantes y detrás de una mesa una mujer estaba sentada escribiendo muy rápido en una laptop.

—Agatha, esta chica necesita ayuda para un amigo que está pasando por el Hito —informó él.

La mujer no apartó la vista de la pantalla e hizo un gesto con la mano para se fuera.

—Ella es la Clandestina. Cuéntale lo que necesitas —me dijo el tipo y salió de la habitación.

Quedamos solas. Di unos cuantos pasos hacia adelante y hablé:

—Estoy buscando una forma de ayudar a un amigo. Sufre estallidos de ira, ha estado de muy malhumor y creo que está sufriendo. Es muy difícil para mí saber qué más le sucede porque no se expresa mucho. Está negado totalmente a decirme, por eso necesito saber qué hacer.

Ella dejó de teclear, cerró la laptop y recostó el torso en la silla. Tenía el cabello largo, ondulado y tan oscuro como sus ojos. Sus rasgos eran finos y a pesar de que tenía una quemadura sin forma en la mejilla derecha, poseía un aire hermoso e intimidante.

—Sí, eso es el Hito —asintió, estudiándome con la mirada. Pasó un momento así, viéndome, hasta que esbozó una sonrisa curiosa y soltó—: Tú no eres una novena, ¿verdad?

No supe qué decir, aunque no me mostré sorprendida ni nerviosa.

—¿Sabes? Cuando te preparan para ser especialista eres capaz de notar lo que otros no —añadió con una nota de fascinación—. No te preocupes. No eres la primera que viene en estas circunstancias.

—Soy una novena, así que no sé de qué hablas —repliqué con firmeza.

Agatha soltó una risa entre dientes y asintió lentamente.

—De acuerdo, ¿sabe tu amigo que está pasando por el Hito? —me preguntó.

—Sí, estoy segura de que lo sabe, pero como es muy cerrado no se lo dirá a nadie —respondí. Damián no podía estar ajeno a ello, era un tema que se reservaba—. Y hay cosas que aún no tengo claras del todo. Sé que tenemos una característica dominante, que batallamos con ella para que no nos controle, pero, ¿cómo se puede detener esto?

—No se puede —dijo ella con simpleza, muy tranquila desde la silla—. Las emociones, actitudes y mente de un noveno suelen estar divididas en dos. Una parte humana bastante normal y otra parte bastante alterada. Ambas se mantienen en equilibrio a media que el noveno crece. Ambas maduran en conjunto y ambas llegan al Hito. El Hito es una fase en la que la parte alterada intenta expandirse por la mente del noveno. Normalmente, todos pasan por ella y todos la superan. El problema está en que cuando la parte normal se encuentra, digamos, dañada, colisiona con la otra y desencadena un desequilibrio mental bastante peligroso que le da ventaja a lo que acabas de llamar característica dominante. —Entornó los ojos y se lo pensó un instante—. Es curioso ese término, ¿de dónde lo sacaste?

—¿Dañada? ¿Cómo puede su parte normal estar dañada? —inquirí, omitiendo su última pregunta.

—Manchada por algún suceso traumático, alguna enfermedad, algún padecimiento... —Se encogió de hombros—. El Hito hace muy voluble al noveno, pero cuando lo vuelve agresivo, irascible en exceso, incontrolable, significa que la característica dominante se está expandiendo en su interior.

—¿Y no hay una forma de evitar que se expanda? ¿Cómo lo ayudo? —pregunté rápidamente

Di otro par de pasos hacia adelante, ansiosa y angustiada por lo que estaba escuchando.

—Se trata de ayudarles con terapia, es decir, buscando maneras de llevarlos a un estado de tranquilidad. Lo ideal es equilibrar la necesidad que sienten de matar, alejarlos de situaciones estresantes, no tocar recuerdos sensibles que puedan causar estallidos y ponerles limites ya que mientras más libre se sientan de hacer lo que sus impulsos le dictan, más terreno toma la parte alterada. Pero eso requiere tiempo y él debe estar dispuesto a someterse a ello.

Exhalé con frustración y me imaginé diciéndole todo eso a Damián. Proponiéndole algo como: vayamos a hablar con los especialistas para que te ayuden. Y a él tan solo dándome la espalda o diciendo que mi idea sonaba ridícula.

—No creo que lo acepte... Además, me ha estado evitando. No sé ni siquiera en dónde está en este momento. Es una persona muy difícil.

Agatha se inclinó hacia adelante, apoyó los codos en el escritorio y entrelazó las manos. Había algo de diversión y fascinación en su rostro.

—Suenas muy preocupada, ¿es muy importante para ti? —me preguntó cuidadosamente.

—Solo no quiero verlo sufrir —confesé.

Lo recordé decir que mi voz le lastimaba los oídos, que quería que me callara, que me escuchaba en su cabeza. No quería representar una especie de tortura para él. Por una parte me sentía involucrada en su conflicto y deseaba detenerlo.

—El Hito puede ser doloroso físicamente —dijo ella, formando una fina línea con sus labios en un gesto de pena—. Tiene demasiados síntomas. Un humano normal jamás lo soportaría y culmina con un estado de locura irreversible.

—¿Al menos puedo hacer algo para disminuir su dolor? —indagué, negada a perder todas las esperanzas.

—Ah, por suerte sí. —Agatha se levantó de la silla. Era muy alta y su cuerpo lo suficientemente voluptuoso para lucir genial en pantalones de cuero ceñidos. Caminó hasta uno de los estantes y de una cajita sacó una tableta gris con seis pequeños círculos verdes. Se volvió hacia mí y me las mostró—. Estas píldoras fueron desarrolladas para controlar los momentos más efusivos del Hito y así averiguar qué dañó exactamente a la parte normal. Si le das una entrará en un estado de calma que lo aliviará. Será un respiro para él. No habrá agresividad, ni necesidad de muerte. Sin embargo, solo hará eso por unas tres horas, nada más. Y no puedes darle más de una por día o podría colapsar y empeorar.

Me las ofreció y las cogí. No solían gustarme ningún tipo de medicina. Aquellas cosas eran inservibles ante mis ojos, pero si no había ninguna vía de ayuda, al menos podía intentar crear una probando todas las opciones.

—De acuerdo, tengo otra pregunta, ¿el Hito tiene algún tiempo de duración?

—No, es totalmente impredecible. —Negó con la cabeza—. Hoy podría estar bien y mañana ya ni siquiera podría ser él.

—Entonces, me llevaré las píldoras. Quizás pueda averiguar algo sobre lo que le pasa.

Ella asintió, se acercó a mí haciendo notar todos los centímetros de altura que me llevaba y en un tono que sonaba bastante serio dijo:

—Debes tener cuidado. Un noveno en la fase del Hito está propenso a perder el sentido de la realidad. Si tu amigo está tan inquieto como dices, es probable que esté perdiendo la batalla sin saberlo. —Luego su boca se curvó en una sonrisa astuta—. Y son doscientos cincuenta dólares por las píldoras.

Cuando volví a casa se lo conté todo a Eris y con eso ya podíamos darles una respuesta a muchas de nuestras dudas.

En resumen, en la Dimensión Alterna anclada a Asfil habitaban seres distintos como los novenos, seres peligrosos e incluso un poco más desarrollados que los humanos comunes. Lo que no teníamos claro era cuan presente estaba esa otra dimensión y cómo era que sus individuos habían llegado a la nuestra si no pertenecían a ella.

—Damián podría tener dos personalidades —comentó Eris, paseándose por la habitación. Tenía las gafas puestas, un lápiz sobre la oreja y esa expresión facial que indicaba que en su mente podía estar haciendo grandes cálculos—. Un Damián humano y un Damián noveno, tal como te lo explicó Agatha.

—Pero parece ser como cuando accionas un botón para encender la luz —aporté desde la cama. Tenía un par de libros sobre las piernas que hablaban de mundos paralelos—. Ambos Damianes se mantienen en armonía hasta que algo da en el nervio más sensible de uno y lo despierta para alzarse por encima del otro. Es cuando las dos partes colisionan.

—En este caso lo que pudo haber dañado al Damián normal es la muerte de su padre —puntualizó Eris con un brillo de entusiasmo en los ojos—. ¡Anotaré esto! He estado intentando continuar con las averiguaciones de Brown y lo que ha dicho Agatha es realmente importante. —Entornó los ojos, muy seria—. ¿Quisieras ayudarme? ¿Crees que podríamos ir a verla alguna vez? Tengo muchas preguntas y te aseguro que haré todo lo posible para terminar esta investigación.

—Sí, y tomemos a Damián como ejemplo, así podríamos lograr descifrar este lío.

Ella se detuvo y contempló la tableta de píldoras que había sobre el escritorio junto a la laptop.

—¿Y le darás una de esas píldoras? —me preguntó, señalándolas.

—Es la idea. Necesito saber por qué mató a su padre y creo que solo así podrá decírmelo.

Pasaron tres días más y tampoco vi a Damián en ningún lado. Durante esas noches también leí los libros de la biblioteca que hablaban sobre los novenos. Me había indignado mucho el hecho de que en «Pequeñas Historias de Grandes Novenos» no saliera ninguna mujer.

Bueno, planear masacres no era un gran logro, no a mi parecer, pero, ¿por qué omitirlas? ¿Acaso no estaba permitido darles la posición que se merecían? Algo en ello no me daba buena espina. El mundo de los novenos además de ser peligroso estaba regido por ideales que relegaban a las mujeres a un segundo plano. ¿Gea estaba dispuesta a cambiar aquello?

Un par de veces fui a buscar a Damián a su casa, pero su madre había asegurado que no se encontraba. No supe si era que no quería verme o si en realidad se encontraba fuera, pero estaba desanimada por ello, tanto así que mi padre pareció notar algo extraño e intentó hablar conmigo una tarde.

—Padme, ¿te encuentras bien? —me preguntó, sentándose en el borde de la cama.

Yo, desde el escritorio, ni siquiera volteé a verlo. Mantuve la vista fija en la pantalla de la laptop pues los moretones ya estaban desapareciendo y no quería correr riesgo de que se dieran cuenta de ellos.

—Sí, pa. Hago tareas.

—Tu madre me contó que sales con un chico —comentó él. Siempre era muy tranquilo a la hora de hablar.

—¿Salir? No, sabe que todo lo exagera. Solo somos amigos —resoplé. No supe que cara puso.

—Bien, es mejor iniciar con una amistad. Pero, por si las cosas avanzan, me gustaría que lo trajeras a casa a cenar cuando yo esté. ¿De acuerdo?

—Ah, sí, no hay problema. De seguro nos reunimos aquí con Eris un día de estos y lo conoces.

—También quería decirte que quizás has notado que tu madre y yo no estamos muy concentrados en la casa justo ahora. Es porque el trabajo nos tiene atareados, pero eso no significa que no estemos al pendiente de tu situación. Siempre tendremos tiempo para ti si lo necesitas. Sabes que puedes llamarnos a la oficina o que por más cansados que lleguemos puedes contarnos lo que quieras. No queremos repetir...

—Lo sé papá, lo sé —le interrumpí en tono suave—. Y les haré saber cualquier cosa. Por ahora todo está muy bien.

—De acuerdo, pero no olvides que si hay algo que necesites contarnos, algo de lo que quieras hablar, puedes hacerlo. Te apoyamos. Y te amamos.

Tuve que tragar saliva para que el nudo que se había formado en mi garganta desde su primera palabra, no se hiciera más fuerte.

—Si sucediera algo, se los diría de inmediato. También los amo.

Se despidió con un beso en la frente y después de que cerrara la puerta mis frustraciones e inquietudes se intensificaron.

También intenté comunicarme con el extraño que mandaba los mensajes para poder darle cara de una buena vez a ese asunto:

DAME OTRA OPORTUNIDAD.

ESTARÉ SOLA.

Pero no obtuve respuesta ni siquiera después de enviarlo unas diez veces, de tratar de hacer llamadas unas nueve y de chequear en WhatsApp si tenía algún perfil. Por lo que un día al salir de clases me pasé por el salón de informática para hacer algunas averiguaciones.

Ahí solían reunirse un grupito de chicos obsesionados con esos asuntos de los datos y la programación. Los conocía porque el año pasado había ayudado a Alicia con sus trabajos como presidenta de la clase, así que cuando me vieron me saludaron animosamente.

—Es posible rastrear un número telefónico, ¿no? —le pregunté a uno de ellos, apoyándome en el borde de la mesa y esbozando mi mejor sonrisa.

—Claro —asintió el muchacho, sentado frente al computador. La luz de la pantalla le iluminaba demasiado el rostro lleno de lunares y pecas—. Pero en los nuevos avisos del instituto se prohíbe totalmente que el club de informática lleve a cabo...

—Es solo el número de mi novio porque quiero saber si me está engañando —mentí rápidamente. Él se lo pensó, pareció no muy convencido, por lo que añadí—: Nada más quiero saber su ubicación. Estoy segura de que todas las tardes va a casa de esa chica que atiende en la biblioteca, y si es así definitivamente no iré al baile con él. —Suspiré con expresión abatida—. Solo espero que alguien más me invite...

—De acuerdo, de acuerdo —aceptó él y extendió la mano—. Dame tu celular. Pondré una aplicación que te ayudará. Lo que tendrás que hacer es mandar un mensaje con tres signos de interrogación al número y te llegará la dirección. Luego solo la pones en Google y sabrás en dónde es, pero si el teléfono de tu novio está apagado, no obtendrás respuesta.

—¡Genial! —exclamé y ensanché la sonrisa—. Eso será suficiente.

Con la aplicación instalada en el teléfono, el muchacho envió un mensaje de prueba al número del desconocido. Me puse ansiosa, pero lamentablemente no hubo respuesta.

—Intenta más tarde, como dije, si está apagado no funcionará.

Le agradecí la ayuda y salí del instituto pensando en que lo intentaría todas las veces que fuera posible hasta obtener una dirección.

Para mi mala suerte pasé dos días enteros tratando y tratando, pero no recibía nada. Llegué a pensar que la aplicación no funcionaba, pero intenté con el número de mi madre y cinco segundos después me llegó un mensaje con la dirección de nuestra casa. Efectivamente, ella estaba abajo en la cocina y yo arriba en mi habitación. Entonces, no se trataba de la aplicación. Era obvio que el teléfono que utilizaba el desconocido se mantenía apagado.

Pasada más de una semana desde que encontré a Damián haciendo reír a mi madre, iba por el centro del pueblo de regreso a casa del instituto cuando dos motocicletas me interceptaron y se detuvieron justo al lado de la acera.

Las personas que iban en ellas se sacaron los cascos. Eran nada más ni nada menos que Nicolas y su amigo de pelo violeta.

—Hola, Padme —me saludó Nicolas.

—¿Qué hay? —respondí.

Llevaba la daga en el cinturón del pantalón cubierta por mi suéter, así que estaba preparada para cualquier cosa.

—¿Quieres que te lleve a casa? —inquirió él.

—Voy bien así, pero gracias —respondí.

—Es que necesitamos hablar de algo muy importante —confesó. Había una extraña seriedad en su rostro que me inquietó.

—Bueno, pues, aprovechemos justo aquí.

—¿Segura? Bueno. —Exhaló aún sobre la motocicleta. Su amigo esperaba y no me quitaba los ojos de encima. Algo sucedía—. Hace más de una semana que Benjamin no aparece y la última vez que lo vimos estuvimos los cuatro juntos. ¿Sabes algo acaso? Porque aquel día que íbamos a cazar, te fuiste sin avisarnos al igual que él.

Sí, estaba lista para defenderme si era necesario, para atacar, pero tal vez podía evitarlo.

—Yo me fui porque recibí una llamada muy importante —mentí—. Solo vi a Benjamin cuando me dijo que quería ganar, luego no supe más nada.

—¿No dijo si se iría o a dónde? —inquirió él, entornando los ojos.

No dejaban de mirarme, como si así pudieran hacerme decir otra cosa. Así, Nicolas me daba mucha más mala espina. Preguntarme directamente eso podía ser una buena jugada para estudiar mi reacción.

—Solo dijo que iría por el ciervo. Pero sabes que en el bosque cualquier cosa puede pasar y más si tienes enemigos...

—Sí, Benjamin tiene muchos —murmuró Nicolas, pensativo. Luego su rostro adquirió un tinte malicioso que me recordó al que tenía cuando lo vi matar en el bosque—Entonces, ¿segura que no quieres que te lleve?

—Descuida, ya estoy cerca —aseguré haciendo un gesto de poca importancia.

Él suspiró y negó lentamente con la cabeza.

—Rechazas todas mis propuestas, Padme Gray —pronunció detenidamente.

Sabía el apellido. Mierda. ¿Me había estado investigando?

—Es que las haces cuando no me beneficia en nada aceptarlas —repliqué, a lo que él soltó una risa baja.

—Bastante curioso, ¿no crees? —Volvió a ponerse el casco y su amigo también—. Bueno, nos vemos en la Cacería. Hasta entonces, ten cuidado por ahí. Quién sabe quién podría estar atento a tus movimientos. Este pueblo es un sitio peligroso para alguien como tú.

Las motocicletas aceleraron ruidosamente y cuando se perdieron de vista, dejé que fluyera la rigidez que había estado conteniendo. ¿Alguien como yo? ¿Alguien que fingía ser una novena? Se me helaron las manos. A pesar de que lo había hecho bien, de que ya podía mentir mejor y de que incluso podía pensar en sacar el cuchillo y atacar si me era necesario, no era suficiente.

Nicolas lo sabía. Estaba segurísima de ello. Debía tener especial cuidado con él.

Continué mi caminata rumbo a casa y otra mala sensación me comprimió el cuerpo cuando llegué y vi a dos hombres frente a la puerta. A esa hora mis padres aún trabajaban, así que asumí que llevaban ya un buen rato tocando porque se inclinaban hacia un lado para mirar por las ventanas.

Me aproximé a ellos y ambos parecieron aliviados de verme.

—Policía estadal de Asfil —anunció uno de ellos, el más maduro, sacando una placa del bolsillo de su camisa para mostrármela. El otro lucía más joven y su rostro era el fiel retrato de la seriedad—. Detectives Casper y Black.

Bien, lo primero que pensé fue que se habían enterado de todo, que seguramente ya sabían de los novenos, los asesinatos y me llevarían por cómplice; pero eché un vistazo rápido en dirección a la casa de Damián y no vi policías en ella. Entonces, dudé y me aseguré de actuar con cautela.

—¿Eres Padme Gray? —me preguntó el mismo.

—Sí, soy yo, ¿sucede algo? —respondí con suma calma.

—¿En dónde están tus padres? —inquirió como respuesta.

—Están trabajando.

No quise dar muchos detalles. Ambos no me inspiraban confianza.

—De acuerdo, estamos investigando la desaparición de Alicia Monté de dieciocho años de edad. Tenemos entendido que perteneces a su círculo de amigos y nos gustaría hacerte unas cuantas preguntas.

Si yo hubiera sido una caricatura, se me habría ido todo el color de la piel hasta quedar blanca como un papel, pálida por el pasmo. El más joven de aspecto duro sacó una libreta y una pluma para anotar.

—¿Alicia desapareció? —solté, estupefacta.

—Hace cuarenta y ocho horas. Tenemos el reporte de sus padres. ¿Cuándo la viste por última vez?

Parpadeé sin poder creerlo. Mi mente se nubló por un instante y solamente vi claro el recuerdo de nuestro encuentro en el salón de clases, de cómo le había hablado de mala manera y en cómo la había dejado allí sin explicación alguna.

Culpa. De nuevo la culpa.

—Hace una semana en clases. La verdad es que ya no nos estamos juntando mucho.

—¿Por qué? ¿Algún tipo de discusión o riña? —inquirió con suspicacia el detective sin quitarme los ojos de encima.

—No, no. —Negué con la cabeza—. He pasado la semana enferma y muy ocupada, así que voy a clases y luego regreso a casa sin desviarme. Nosotras apenas tenemos un par de materias en común, y ahora que lo pienso... no la vi en ellas estos días.

—¿Sabes si Alicia tiene pareja o se ve con alguien?

Recordé a Benjamin, pero era imposible que se tratara de él porque estaba muerto.

—No, no tengo ni la más mínima idea. Como le digo, nos alejamos un poco, además, ella ya casi no asiste a clases —confesé—. Así es difícil saber en qué anda.

—¿Crees que tiene motivos para irse de su casa? ¿Huir tal vez?

—¿Por qué lo haría? Nunca se ha quejado de todo lo que tiene...

—Por esa misma razón, tiene todo menos unos padres atentos, me parece. Son una familia bastante ocupada e importante.

Fruncí el ceño. El otro detective estaba escribiendo sin parar.

—Sus padres la quieren mucho y hacen todo lo posible por estar al pendiente de ella —defendí—. Y en todo caso Alicia no tendría razones para huir de casa solo por eso. Entiende la posición de su familia.

El detective notó mi molestia.

—Por supuesto —asintió—. Muy bien, lo dejaremos así por ahora. Si necesitamos hacerte más preguntas, nos apareceremos por aquí. Por favor mantente en casa. Ha habido una serie de delitos en el pueblo últimamente. Puede ser peligroso.

—¿Qué tipo de delitos? —pregunté, intrigada.

Esos detectives... Ahora que lo pensaba, jamás lo había visto en Asfil.

—Saqueo de tumbas, un par de desapariciones reportadas desde el primero de septiembre y unos cuantos robos —contestó, mirando hacia la calle por encima de mí.

—Ustedes son nuevos en el pueblo, ¿verdad? —no pude evitar indagar—. Asfil es un pueblo pequeño. Nos conocemos todos.

—Sí, fuimos transferidos hace dos semanas. La vigilancia policial ha estado muy deficiente por aquí —asintió el detective y su comisura se elevó un poco. El otro cerró la libreta y me dedicó una mirada analítica que me incomodó—. Entonces, si sabes algo de Alicia no dudes en llamarnos. Recuerda, no salgas tan tarde.

Los vi montarse en un auto de esos que eran patrullas pero que no lo parecían, e irse. Quedé consternada frente a la puerta, intentando darme una respuesta.

Si Benjamin estaba muerto y Alicia no salía con nadie más, ¿qué había pasado con ella?

***

Nota: ¡aquí Alex! Primero que nada estos capítulos seguidos fueron gracias a las chicas que están en el grupo. Gracias por su colaboración y motivación. Si quieren unirse a esto, ya saben, el grupo está esperando por ustedes. SEGUNDO. Estos capítulos que vienen son muy importantes para la historia, por lo que quisiera que comentaran todo lo que opinan al respecto. Quisiera leer TODO: sus teorías, puntos de vista, suposiciones LO QUE SEA. Y les pido por favor que NO SE DEJEN LLEVAR POR LOS SPOILERS QUE VEAN O LES CUENTEN. La historia está en edición y cualquier cosa puede pasar. Creo que desde que subí mi primer libro aquí a Wattpad (Asfixia que por cierto salió en físico y si les interesa me pueden preguntar por mensaje) he demostrado no ser tan predecible como creen. El final de esta historia es explosivo, así que espero que se preparen para ello. 

Esta no es la típica historia de Wattpad, siempre lo he creído. Espero que lo crean también. ¡Un beso y gracias por todo el apoyo! Los quiero muchísimo. No sería nada sin tenerlos como lectores.

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