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El cazador cazado

El cazador cazado

(***)

Bajamos las escaleras, atentos a cualquier movimiento extraño. Archie, Tatiana y Danna iban por delante de nosotros, y Poe caminaba a mi lado con una expresión circunspecta y metódica, como si no fuera el Poe normal al que ya hasta me había acostumbrado.

Cuando pisamos el último escalón, Danna nos indicó que estábamos en el piso de la mansión que disponía de habitaciones extra y alguna que otras salas de entretenimiento. En ese momento me di cuenta de lo perjudicial que era la arquitectura de la casa para nosotros. Las escaleras no seguían a otra, sino que una escalera daba a un piso y luego había que cruzar ese piso para llegar a la otra escalera y poder bajar.

Todo estaba en silencio y eso hacía que el ambiente fuera más siniestro.

—¿Ella quién es? —me atreví a preguntarle a Poe en voz baja, refiriéndome a Danna—. Salió de la nada, ¿podemos confiar?

—No salió de la nada, es que tú no la habías visto antes —aclaró él. Se pasó la mano por los pálidos cabellos y se le desordenaron un poco—. Es mi tía. La única en mi familia que es como yo, así que sí es de completa confianza.

—Ah, tienes familia —comenté, sintiéndome un poco avergonzada.

Cruzamos en un pasillo solitario de espacios abiertos con salas que podían verse desde afuera. Reconocí un gimnasio privado e incluso un área para practicar esgrima. La mansión se me antojó enorme en ese momento, con pasillos interminables y docenas de pasajes que se ponían en nuestra contra.

—¿Por qué no la tendría? —inquirió con una chispa de diversión—. Bueno, la tengo muy alejada de mí. Ellos viven en otra ciudad y yo aquí con Danna.

—¿Por qué están lejos? ¿No se llevan bien? —pregunté.

Me di cuenta de que no sabía absolutamente nada de él, aunque Poe parecía ser tan abierto que no había ni siquiera que esmerarse en descubrir algo de su vida.

—Digamos que soy un peligro para ellos —contestó encogiéndose de hombros—. Y no sé por qué lo piensan, ¿solo porque una vez le incendié el cabello a mi madre? Pff, eso lo hace cualquiera.

—Ah, claro, cosas de niños —dije, como si fuera muy normal.

—Bueno, Danna estuvo entre los candidatos a dirigentes de la cabaña, pero no fue elegida. Pensé que era importante en este mundo, pero ahora resulta que el tipejo ese es más importante que cualquiera... —expresó con un ápice de molestia.

—No sé por qué si las personas como ustedes dicen que se respetan entre sí, ordenan su propia muerte tan de repente —opiné—. Aspen no está protegiendo a su especie. Solo está manejándola para su beneficio.

Contemplé el inicio de la escalera al final del pasillo. Si bajábamos, habría sido un piso menos.

—Lo que Damián hizo es imperdonable, y tarde o temprano sabíamos que lo descubrirían. Si no era por Damián, lo iban a descubrir por Archie. Lo sabes, ¿no? —Le echó un vistazo a la pareja. No andaban tomados de la mano ya. No había atmosfera romántica en ellos. Aquello se había roto para siempre—. Supongo que esto estaba destinado a terminar así, a morir por amor.

Resoplé al oírlo.

—¿Y tú crees que realmente es amor? —inquirí.

Poe negó con la cabeza y soltó una pequeña risa.

—Depende. Cualquier cosa puede ser amor según el concepto que se tenga de él. ¿Y sabes qué es el amor para nosotros? Obsesión, fijación, manipulación y muerte. Así ama Archie a Tatiana, y así te ama Damián a ti.

—El amor debería tener siempre el mismo concepto.

—Lo tiene cuando las personas creen que debe ser algo puro y bueno. Pero la verdad es que veces el amor es malo, tormentoso, y quizás por eso no deja de ser amor. Otras veces el amor es excelente, algo supuestamente hermoso, y eso no asegura que terminará bien. Es un sentimiento subjetivo, ¿sabes? Para un loco su obsesión parece amor. Cada quién lo ve como quiere y no significa que no sea real.

Estábamos bajando el primer escalón cuando tres espeluznantes campanadas resonaron en toda la mansión, en cada pasillo y de seguro que en cada habitación. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal, y al apretar con más fuerza el tubo que sostenía, comprendí que eso había sido una alerta.

—Es la señal, La Cacería ha empezado —anunció Danna.

Elevó el borde de su vestido y extrajo un cuchillo del portaligas que formaba parte de su lencería negra.

—¿Puede haber trampas? —inquirió Tatiana, mirando hacia todos lados.

—No, esos malditos vendrán por nosotros de frente —expuso Poe. De nuevo volvía a estar serio, y su mirada parecía minuciosa, como la de un animal estudiando los alrededores—. Piensan que será fácil porque somos pocos, así que escuchen bien. Yo iré al frente porque puedo atacar más rápido si alguien se abalanza sobre nosotros. Tatiana —la señaló—: irás detrás de mí porque eres buena lanzando objetos y dando en puntos específicos del cuerpo, y porque si alguien me ataca es mejor que te mate a ti. Padme —me señaló—: irás en el centro porque te protegeremos mientras vas a buscar la máscara y la llave, y porque tú serás quien llegue hasta Damián en caso de que nosotros no podamos. Archie, cuidarás la espalda de Padme porque eres muy bueno a la hora de pelear cuerpo a cuerpo. Y Danna, irás al final. Sabes que eres capaz de hacer prácticamente todo, así que confiaremos en ti para que te ocupes de la retaguardia. ¿Quedó claro? —Todos asentimos en acuerdo—. No se separen en ningún momento. Solas, las presas son más vulnerables. Tampoco se detengan; iremos matando y avanzando hasta llegar a la habitación y luego a las mazmorras. La idea es llevar a Padme sana y salva hasta allá. Después de eso... tendrá que apañárselas sola mientras nos ocupamos de los que queden. Somos expertos en esto, así que podemos salir con vida si actuamos correctamente.

Bajamos los escalones aplicando la formación que Poe había establecido, y nos detuvimos en el inicio de un pasillo que tenía a ambos lados dos corredores más: el de las puertas que dirigía a las habitaciones; y otro por el que había que pasar para poder llegar al piso de abajo.

Poe examinó el pasillo. Estaba completamente vacío, o, mejor dicho, sospechosamente vacío. Dio un paso adelante y tan rápido como lo hizo retrocedió de un salto porque una ráfaga de cuchillos salió disparada del techo hasta que golpearon el suelo de mármol produciendo un sonido agudo.

Todos quedamos atónitos. Eso había estado muy cerca.

—¡Sí pusieron trampas! —exclamó Tatiana.

Pero que hubiera trampas me preocupó menos; lo que realmente me inquietó fue el sonido de los cuchillos contra el suelo. Me pareció que no habían sido puestos ahí para asesinarnos de forma inmediata, sino por otra razón, y mi sospecha se confirmó cuando desde las diferentes puertas que había en el pasillo de las habitaciones, comenzaron a salir personas.

Estaba como para cagarse.

Salieron alrededor de ocho novenos, todos con distintas armas en las manos. Todos ansiosos de satisfacer su necesidad de sangre con el grupo de supuestos traidores. Lo que abundaban eran los cuchillos, pero un trío cargaba unos enormes machetes oxidados. La forma en la que nos observaron fue completamente amenazadora y espeluznante, como si todo fuera un juego muy macabro y entretenido de jugar.

Poe empuñó bien su bate. Él, encabezando a nuestro grupo, emitió una risa que se escuchó hasta el fondo del pasillo, tal y como si le hubieran contado un chiste muy bueno. Para nuestra entera sorpresa, una nueva campanada resonó, y cuando culminó, cuando ya no se escuchó más que el soplo de las respiraciones agitadas, el caos inició.

La tanda de asesinos al otro lado del pasillo avanzó rápidamente hacia nosotros, y lo que siguió después fue tan solo la exigencia de matar y no ser asesinados. Unos contra otros. Armas contra cuerpos. Bramidos contra quejidos.

Un tipo con un cuchillo se fue sobre Poe. El rubio, totalmente confiado en lo que hacía, se agachó, se irguió y le dio un fuerte batazo en la parte trasera de la cabeza. El cuerpo cayó el suelo y formó un charco de sangre proveniente del interior del cráneo roto.

Justo después de eso, otro tipo arremetió contra Archie, pero él fue más veloz y le encajó el cuchillo en la nuca. Desde la parte trasera, Danna lanzó un cuarteto de trozos de vidrio que se incrustaron en la cara de una muchacha no mucho mayor que yo, logrando así salvar a Poe de recibir un cuchillazo en la espalda. El rubio no pudo detenerse aun cuando había estado al borde de la muerte, porque fue sorprendido por un gigante que blandía un machete. Fue entonces cuando Tatiana le clavó un cuchillo en la espalda y quedó guindando de él, tal y como si fuera una muñeca de trapo sobre un gigantesco oso de peluche que parecía incapaz de morir. El tipo la fijó como objetivo y Poe aprovechó tal oportunidad para cortarle el cuello.

Un chorro de sangre que no duró más de tres segundos le empapó la cara a Archie y las manos a Poe. Tatiana pudo incorporarse, pero todavía quedaban tres tipos más.

Repentinamente, sentí un golpe en la espalda. Perdí el equilibrio y caí al suelo. Traté de levantarme rápidamente y de comprender qué había sucedido, pero un cuerpo se me atravesó en frente. Era Poe que, con mucha agilidad, pudo detener el inminente machetazo que habría podido partirme en un instante. El rubio empujó al tipo, pero aquel le propinó un puñetazo. La blanca tez de Poe se enrojeció y un fino hilo de sangre le brotó de la comisura derecha del labio. Se la lamió, y seguidamente fue contra el desquiciado espécimen con todo lo que tenía. Le dio en la espalda con el bate, y las púas del alambre se incrustaron en la piel.

Se escuchó un grito masculino. El agresor se inclinó hacia abajo y murió después de que Danna le ensartara el cuchillo en el ojo.

Unos brazos me ayudaron a levantarme.

Eran los de Tatiana.

—¡Sigamos! —ordenó Poe.

El pasillo que antes se había visto reluciente, se había convertido en la terrorífica escena de alguna película de horror. Corrí a toda velocidad hacia la puerta diamante, y entré en la habitación. Una mujer salió de sorpresa para encajarme un cuchillo, pero con mucha fuerza le pegué en el rostro con el tubo. Escuché el crujir de algo, y luego la vi caer para retorcerse. Me tiré al suelo, cogí la máscara y la llave que estaban bajo la cama y salí a donde los demás me estaban esperando.

—Listo, ¡vamos, vamos! —avisé.

Dejamos los cuerpos atrás y corrimos por el pasillo contrario que nos llevaría a las escaleras, pero de improviso apareció un demente sosteniendo una vara eléctrica. Nos tomó tan de sorpresa que Tatiana chilló por el susto, y el sonido de la electricidad fue mucho más amenazante que la expresión de desequilibrio del asesino.

Archie intentó encargarse de él, pero justo cuando logró cortarle el cuello, su brazo hizo contacto con la vara eléctrica. El cuerpo del agresor cayó al suelo y Archie se estremeció por el voltaje.

Tatiana acudió y lo sostuvo, porque pareció perder todo poder de equilibrio.

Bajamos las escaleras sin inconveniente alguno y nos encontramos en el piso que estaba justo por encima del principal. De nuevo un par de pasillos a ambos lados: izquierda y derecha; pero al menos estábamos más cerca. Danna se apresuró a evaluar el perímetro entero, por si también había trampas. Luego nos indicó que podíamos seguir, pero habríamos tenido demasiada suerte si hubiéramos podido hacerlo tan fácil.

De una puerta al fondo del pasillo contrario, salió una horda de asesinos. Había uno con un hacha y para empeorar el asunto de entre ellos se abrió paso un tipo enorme con una motosierra que producía un sonido agudo y atemorizante. El mismo que había visto en la práctica desmembrar a una presa.

Entonces las luces se apagaron.

Todo quedó a oscuras, completamente a oscuras. Abrí los ojos tanto como pude y la densa negrura que nos rodeaba, sumada al incesante sonido de la motosierra lista para ser usada, me puso a temblar. Tomé con las dos manos el tubo que había estado sosteniendo y me puse en posición de defensa.

No pretendía dejar que me mataran, no así. Pensé que tendríamos que luchar, pero el plan era otro porque un segundo después escuché a Poe decir:

—¡Corran!

Y eso fue lo que hicimos. Corrimos por el pasillo porque lanzarnos directamente a donde estaban todos los asesinos, o incluso esperar a que se acercaran habría sido una idea terrible. La oscuridad no nos favoreció, aunque seguí derecho, siempre derecho. Poco después la luz que provenía del abovedado recibidor de la mansión, nos permitió observar nuestros pasos. Llegamos hasta donde se alcanzaba a ver el piso principal y las enormes escaleras, y al voltear avistamos a la manada de sádicos corriendo en nuestra dirección.

Eran muchos y nosotros tan pocos.

De forma repentina, Danna elevó su otra pierna, el borde del vestido se le deslizó y una pistola semiautomática se vio atrapada entre el portaligas. Joder, ¿qué tanto podía guardarse en la lencería?

Empuñó el arma y comenzó a disparar de forma precisa. Sus disparos atravesaron la frente de unos pocos, pero todavía quedaban más.

—¡¿Tenías un arma?! —soltó Poe, entre asombrado y agitado.

—Sabes que no soy fanática de ellas porque acaban con todo demasiado rápido, pero en casos de emergencia... —confesó la mujer. Uno de los tipos llegó muy cerca y Poe le reventó la cabeza de un batazo. Se le cayó un hacha y aproveché para recogerla—. No podemos dejar que bajen. Poe, sigue con ella, nosotros nos encargaremos.

—¡No! ¡No nos vamos a separar, sería peor! —exclamé.

—La idea de Danna es buena, solo deben bajar y entrar a las mazmorras, no habrá asesinos ahí —habló Archie—. Nosotros nos ocuparemos de estos

—¡Llévatela, Poe! —ordenó Danna. Soltó un último disparo y la pistola quedó sin munición. La dejó caer—. ¡Busquen a Damián! ¡Nos encontraremos en el garaje!

El rubio me tomó por el brazo y tiró de mí en dirección a las escaleras. Por un momento no quise, pero después comprendí que era lo que debíamos hacer. Volteé para ver a los asesinos que habían quedado después de los balazos de Danna y encontré aun en pie al de la motosierra.

Ese sería el mayor desafío para ellos.

Bajamos a paso rápido, aunque el hacha y el tubo pesaban en mis manos. El recibidor y la sala de estar estaban vacíos. Tomamos el camino de la izquierda, justo por donde había ido al intentar encontrar a Alicia, y muy hasta el fondo podía verse la puerta de rejilla que conducía a las mazmorras. Aprovechamos que no había nadie cerca y corrimos, pero justo antes de llegar, justo antes de poder decir que habíamos logrado aunque fuera la mitad de todo, una puerta se abrió y un tipo con un largo alambre en las manos tomó a Poe de espaldas.

Le rodeó el cuello con el alambre, apretando con fuerza. Poe soltó el bate y se llevó las manos al cuello, y tan rápido como había salido, el desconocido entró a la habitación arrastrando al rubio que con desespero forcejaba.

La puerta se cerró.

Me apresuré a tratar de abrirla, pero estaba completamente cerrada. En un casi inútil intento por hacer algo, golpeé la cerradura con el tubo, pero ni siquiera se rompió. Probé con el hacha que tenía en la otra mano, pero mi fuerza era nula.

Los dedos me temblaron.

Dejé a un lado las armas y también le di a la puerta con mis puños; grité y lo llamé, pero no salió ni se escuchó nada más. Me recargué en la pared y exhalé. Poe no podía estar muerto, no así. Por un instante flaqueé, pero recordé sus palabras. Debía seguir, aunque los demás no pudieran, porque Damián y Alicia aún esperaban.

Tomé aire, cogí el hacha y abrí la puerta de rejilla. Por un momento me quedé en el inicio de las escaleras que descendían a lo más profundo de la mansión, y me limpié el sudor de la frente con la manga de mi suéter. De repente hacía mucho calor, ¿o era yo que por los nervios lo imaginaba?

Comencé a bajar sosteniendo con firmeza el hacha. Debía ser valiente por primera vez, demostrarme a mí misma que el miedo, aunque lo sintiera, no podía dominarme. Ya no. Ya no más.

Llegué al final y me encontré ante la verja. La abrí con la llave y me puse la máscara antigás. Luego eché un vistazo al interior para monitorear los alrededores y no vi a nadie. Además, los lamentos que antes se habían escuchado con más fuerza, ahora se habían convertido en inquietantes susurros.

Me adentré en la mazmorra. Parecía una antigua cárcel con paredes de piedra y calabozos de barrotes oxidados, y tenía muchos pasajes que se conectaban entre sí. Recordé entonces que Danna había dicho que tenían a Damián en las celdas del fondo, pero, ¿cuál era exactamente el fondo de aquel lugar?

A paso apresurado comencé a buscar por los pasillos tanto a Damián como a Alicia. Me encontré con muchas personas en las celdas, personas tendidas en el suelo, recostadas en la pared o simplemente sentadas, pero todas bajo los efectos del gas. Sus ojos se abrían y cerraban con lentitud; sus palabras salían como balbuceos y sus lamentos como si de almas en pena se tratase.

Crucé en un pasillo, luego en otro y otro y sentí como si toda esa mansión estuviera hecha de pasajes tediosos e interminables. Poco después, aun sin encontrar a Damián, comencé a sentirme cansada. Temí que el gas estuviera haciendo algún efecto aun con la máscara y me apresuré.

Con el hacha hice marcas en las paredes para saber por dónde había pasado ya, y para poder regresar a la entrada con facilidad si era que empezaba a perder la noción del tiempo.

Después de que no encontré a Alicia por ningún lado comencé a verlo difícil, y consideré que quizás Danna podía haberse equivocado. ¿Y si no tenían a Damián ahí? O peor aún, ¿y si ya lo habían sacado para matarlo?

Mi cuerpo se tensó cuando visualicé una única celda al final de un pasillo. Corrí hacia ella con toda esperanza y cuando me detuve frente a los barrotes que impedían el paso, lo vi.

Era él.

Estaba sentado contra la pared del fondo, encadenado de manos y con una mordaza en el rostro como si de un animal se tratara. Además, tenía la cabeza inclinada hacia adelante y los ojos cerrados. El cabello le caía desordenado y empapado en sudor sobre la frente.

—¿Damián? ¡Damián! —solté, pero no reaccionó.

Mi corazón palpitó con fuerza. Me alejé de los barrotes, dejé el tubo y le di hachazos a la cerradura. Muchos hachazos. Hachazos con fuerza e ira hasta que cedió y no me quedó más que patear la puerta varias veces para que se abriera.

Solté el hacha y corrí hacia él. Me arrodillé, le quité la mordaza y sostuve su rostro. Estaba totalmente débil y somnoliento, mucho más que yo.

—Despierta, Damián, vamos, te sacaré de aquí, ya estoy aquí —pronuncié con insistencia—. No iba a dejarte, ¿cómo creíste que me iría así? Eres un imbécil, ¿lo sabías? Pero eres mi imbécil, así que saldremos de este lugar. Y luego, cuando estemos bien lejos, te daré el puñetazo que te mereces por hacer un plan a escondidas, ¿de acuerdo?

Abrió los ojos lentamente como rendijas y su mirada desorbitada me buscó, luego no pudo más y volvió a cerrarlos. En ese estado no podía hacer nada por su propia cuenta, así que dependía de mí: de una Padme que comenzaba a sentirse cansada, que sentía las manos como gelatina.

Fui a coger el hacha de nuevo y se sintió muy pesada, pero con esfuerzo la alcé y con mucho más esfuerzo di un hachazo a una de las cadenas. Luego di otro, y otro más. Y se partió. Luego procedí con la segunda cadena que rodeaba su mano. Requirió de más energía, pero lo hice, finalmente logré liberarlo.

Su cuerpo se deslizó hacia un lado y cayó al suelo. Me incliné para ayudarle, pero abrió un poco los ojos y lentamente elevó el brazo. Su dedo índice señaló algo. Me di vuelta y tan pronto como lo hice, tuve que lanzarme hacia la derecha.

Un tipo protegido por una máscara antigás arremetió contra mí con un hacha más grande que la que yo tenía. Me levanté rápidamente del suelo y lo primero que pensé fue en que asesinaría a Damián, pero no, no era así. Iba contra mí.

El asesino alzó el hacha y antes de que me partiera la cabeza, lo esquivé. Golpeé contra la pared y sentí que se me removían hasta los órganos. Parpadeé con fuerza y de alguna manera esquivé otro hachazo. Aun sin ganas de rendirme me lancé hacia adelante y caí de rodillas al suelo. Intenté ponerme de pie y las piernas me temblaron, así que gateé lo más rápido que pude. Extendí el brazo y cogí el hacha justo para darme vuelta y detener un golpe con él.

Impulsé el hacha hacia adelante y rodé hacia un lado. El asesino me alcanzó, me dio una bofetada y con éxito se colocó a horcajadas sobre mí. Por un instante se pareció a Benjamin; por un instante estaba en el bosque de Asfil y no en la mazmorra de la mansión; por un momento él no quería asesinarme, sino dañarme de otras formas.

Sus manos rodearon mi cuello con fuerza, tanta que comenzó a quitarme el aire. Clavé las uñas en sus nudillos, pero aun así no me soltó. Pensé en que iba a matarme porque mi cuerpo estaba débil, pero después recordé que tenía la daga en el pantalón. Con esfuerzo logré sacarla, reuní fuerzas que no supe de donde salieron y se la hundí en el pecho.

Le clavé la daga hasta el fondo.

Sus dedos aflojaron y aproveché para empujarlo. Cayó al suelo boca arriba. Entonces me fui contra él y de nuevo lo acuchillé en el pecho. Una, dos, tres y cuatro veces, con fuerza, con rabia, como si fueran dos personas: Benjamin y también un repugnante desconocido bajo las ordenes de Aspen.

Mis manos se mancharon de sangre, de muerte y eso no me importó.

Me puse de pie cuando el cuerpo quedó tieso con el pecho deformado. Ya estaba muerto. Yo lo había matado. Había hecho lo mismo que hacía Damián, que hacía Poe, lo mismo que quería hacer Eris.

Me guardé la daga de nuevo en el pantalón, le quité la máscara al cadáver y volví a donde estaba Damián. Le cubrí el rostro para que no inhalara más gas, lo levanté del suelo incluso cuando mi propio cuerpo se sentía lánguido, y pasé uno de sus brazos por mi cuello.

Abrió los ojos y movió la cabeza.

—Damián, por favor, ayúdame. Trata de caminar para que salgamos de aquí, ¿puedes? ¿puedes intentarlo? —le supliqué.

Aunque dudé que entendiera lo que había querido decirle, sorprendentemente, lo intentó. Su cuerpo pareció menos pesado, porque él mismo trató de andar. Sin embargo, no lo solté y así avanzamos rumbo a la salida.

Nos costó demasiado, pero nos apoyamos el uno del otro, y mientras más nos acercábamos a la reja de entrada, más sentía que mi cuerpo iba cediendo ante esa sensación extraña que el gas producía, como de sueño mezclado con una inmensa debilidad que parecía poco a poco adormecer los músculos. Pero luché contra eso y supe que él también, así que no nos detuvimos hasta llegar a la verja. Subimos las escaleras y cuando salimos al lujoso pasillo de la mansión, nos desplomamos en el suelo.

Lo último que vi fue una sonrisa amplia y maliciosa en un rostro manchado de sangre, y unos cabellos pálidos y despeinados.

Luego todo se volvió oscuridad.

Algo olía como...

Olía como a... ¿alcohol?

Abrí los ojos y ante mí todo estaba borroso, además, sentía el cuerpo algo débil y pesado, como si hubiera dormido durante muchísimas horas. Cerré los ojos, los abrí y contemplé un rostro frente a mí. Me esforcé por distinguirlo, así que parpadeé con fuerza hasta que poco a poco la sonrisa de la persona que tenía en frente, se aclaró.

Su pálido rostro estaba manchado de sangre.

—Poe —pronuncié.

Él se inclinó y me ayudó a levantarme.

—Soy duro de matar, pastelito —dijo mientras me sostenía.

Miré a ambos lados y luego hacia el suelo en donde estaba tendido Damián. Poe se agachó y le pasó un pañuelo húmedo y repleto de alcohol muy cerca de la nariz. Tardó al menos un par de minutos en reaccionar. Se movió lenta y pesadamente y se dio vuelta como pudo hasta que quedó boca arriba y pudo ver el mundo.

—¿Cómo te sientes? —le pregunté.

Tosió y frunció el ceño. Tenía un moretón en la comisura derecha del labio y otro en el pómulo.

—Padme... —pronunció con cierta dificultad—. Haces preguntas estúpidas. Me siento fatal.

—Bueno, al menos no deja de ser él —murmuré.

Poe lo ayudó a levantarse y no tardó en poder mantenerse en pie. Esperamos a que se equilibrara completamente y le explicamos todo lo que había sucedido, incluyendo la traición de Tatiana y la ayuda de Danna.

—Tenían que haberse ido —comentó con disgusto.

—Bueno, ahora nos vamos todos, así que muévanse que seguro ya están esperando por nosotros en el garaje —dijo Poe.

Le di mi hacha a Damián y entonces nos encaminamos a la cocina, porque por ahí se iba directo al garaje. Cuando llegamos y Poe intentó abrir la puerta, descubrió que estaba cerrada. El sonido del cerrojo fue como una aclaración de que la huida no sería fácil, así que me pregunté si Tatiana, Archie y Danna habrían podido salir.

—¿Y la entrada principal? —pregunté, dudosa.

—Es posible que nos estén esperando ahí —contestó Poe, mirando hacia todos lados.

—Pues les damos con todo —propuse, levantando el tubo que había podido recuperar en el pasillo.

Ambos se me quedaron viendo. Poe con la burla reflejada en su rostro, me pasó por al lado y palmeó mi hombro.

—Ya sé por qué no naciste el nueve del nueve, pastelito —susurró con un toque de burla—. Te quedan terribles las frases.

Salimos de la cocina muy atentos a cualquier movimiento extraño. Damián ya estaba en todos sus sentidos, seguía un poco lento, tenía un aspecto terrible, pero bastaba que pudiera mantenerse en pie, así que vi las posibilidades de huir mucho más grandes. Sin embargo, cargaba otra preocupación encima: Eris y Alicia. Por un lado, ya estaba comenzando a pensar que Alicia no había sido raptada porque no la había encontrado en ningún lugar de la mansión; y por otra parte tenía la esperanza de que Eris se hubiera librado de Aspen y también nos estuviera esperando en el garaje.

Mi pequeña esperanza murió cuando escuché su voz en el recibidor de la mansión. Me di vuelta rápidamente y la vi de pie al tope de las escaleras aún con su vestido rojo. Era ella, Eris, mi mejor amiga, pero al mismo tiempo no. Media vida de amistad me bastaba para entender que algo había cambiado, algo importante.

Di algunos pasos hacia adelante y sus ojos se encontraron con los míos.

—¡Eris! ¡Sabía que les ibas a patear el culo! —exclamó Poe con suma alegría—. ¡Rápido, baja, nos largamos ya de todo este lio!

Pero ella no dijo nada. Se mantuvo ahí, mirándonos.

—Eris —pronuncié, temiendo que todas mis sospechas fueran ciertas—. Baja.

—No —respondió en seco—. No, Padme, me quedaré aquí.

—¡¿Pero te volviste loca, mujer?! —bramó Poe, exageradamente desconcertado—. ¡Tenemos todo un futuro! —Soltó una risa divertida—. Ya, baja, bonita la broma, pero me gustan las relaciones serias.

—Hablo en serio —aclaró ella. Dejó de mirar a Poe y me observó a mí—. Sí es mi padre, Padme, era todo cierto. Me mostró pruebas y... no te mentiré. Siempre he sido así, siempre he sentido estas ganas de matar. Este es mi mundo, aquí debo estar.

—Bueno, es el mundo de todos nosotros, pero no por eso nos quedamos en esta mansión a que nos mutilen —comentó Damián como si sus palabras fueran muy absurdas.

—No me harán nada —dijo ella, alzando el rostro—. Yo puedo dar las ordenes.

—¡No! —solté con fuerza, negada a aceptar lo que estaba diciendo—. ¡No te vas a quedar aquí! ¡Todo esto es mentira, Eris, es una maldita trampa!

Ella negó con la cabeza. Sentí algo en el cuerpo, algo muy intenso, como una fuerza desconocida que me exigía no permitir aquello que Eris decía. No podía dejarla. No quería, así que avancé vertiginosamente con intención de subir las escaleras y traerla a rastras, pero entonces dos figuras salieron del pasillo derecho y me detuve en seco.

Aspen, el padre de Eris, el líder de aquel sádico mundo, sostenía a Alicia por el cabello. A mí Alicia. A mí amiga. Y estaba hecha un desastre. Tenía la cara sucia, el cabello rubio despeinado e incluso cortado de forma dispareja, los ojos enrojecidos por el llanto, la ropa rota, las manos atadas y la boca amordazada.

El tipo la empujó y la obligó a arrodillarse junto a Eris.

—Alicia... —hablé, sorprendida, anonadada, completamente estupefacta—. ¿Qué le hace? ¿Qué le hicieron? ¡¡¡Eris, haz algo!!!

Aspen sonrió ampliamente y el rostro se le iluminó de malicia. Giró la cabeza y observó a su hija con complicidad. Subí un escalón y no pude llegar al otro porque el tipo sacó una pistola de la parte trasera de su pantalón. Le apuntó directamente en la cabeza a Alicia y un segundo después le disparó.

Le disparó realmente. El sonido del impacto fue estruendoso, doloroso a mis odios y en cámara lenta ante mis ojos. Las piernas me flaquearon, pero evité caerme de rodillas. Los ojos se me inundaron de lágrimas cuando observé cómo su cabeza estallaba, cómo su cuerpo caía inerte en el suelo; cómo la sangre formaba un charco espeso y brillante que se deslizaba lentamente hacia el borde de la escalera.

—Tanto planear para llegar a esto, qué lástima —habló Aspen con un toque de diversión en la voz—. Era una buena muchacha, un poco fácil, pero buena y también muy innecesaria.

Contemplé a Eris, pero ella estaba estática con la mirada fija en el vacío. Su expresión era seria, pero al mismo tiempo ausente. Supe entonces que era tan cierto que ella pertenecía a ese mundo, a ese en donde no había remordimiento ni empatía, porque tenía justo a sus pies el cadáver de la persona que conocíamos desde la infancia y no expresaba dolor alguno.

—La Cacería de hoy estuvo interesante, la de mañana será mejor, pero qué lástima que no estarán para presenciarla —expuso Aspen, pensativo—. Aunque si sobrevivieron no sería mala idea darles una segunda oportunidad para morir. Podría lanzarlos mañana. ¿Qué dices, Eris?

Eris no respondió, pero en mi cuerpo se activó una corriente de rabia y dolor que no sabía cómo iba a descargar.

—¿Vas a dejar que nos maten? —le pregunté con fuerza, con furia, tensando cada parte de mi cuerpo—. ¡¿Vas a dejar que nos maten?! ¿Qué fue lo que te dijo para convencerte? ¡Habla!

—No, ella no dejará que los maten —aclaró Hanson, negando con la cabeza, y le extendió la pistola a Eris—. Ella los matará a ustedes.

Subí otro escalón y el tipo extendió la mano para negar con el dedo índice, indicándome que no me moviera más. Le insistió con la pistola a Eris y ella la tomó. En ese instante todo en mí se derrumbó. Todo se destruyó. Comprendí que la amistad que teníamos estaba rota, que aquella no era mi amiga y que no volvería a serlo jamás.

Volví a ver el cuerpo de Alicia y la furia acrecentó. Entonces, las lágrimas que brotaban de mis ojos pasaron a ser de ira.

—Maldita asesina —le dije, mirándola fijamente a los ojos, pronunciando cada palabra con detenimiento—. Eres una repulsiva y maldita asesina.

—Y tú una maldita presa —soltó Eris sin un ápice de culpa.

Elevó el brazo y me apuntó. Me mantuve firme, quieta, porque si iba a morir lo haría con la cabeza en alto. Pero entonces un cuchillo pasó a toda velocidad junto a mí, dio vueltas en el aire y aterrizó a la perfección en el hombro de la pelirroja, penetrando la carne. Aquello bastó para que soltara la pistola.

No me quedé a ver su reacción. Damián había lanzado el cuchillo y ahora me gritaba que corriera. Y eso hice, a toda velocidad bajé los escalones mientras escuchaba los gritos de Aspen quién se había agachado para ver en qué estado se encontraba su hija.

Damián abrió la puerta de la entrada y la atravesamos, pero justo antes de dejar la mansión, Poe se detuvo debajo del marco y gritó:

—¡Me dueles, Eris, me dueles!

Y salimos sin detenernos. La noche estaba nublada y fría y no había ni una pequeña estrella en el cielo. A toda prisa bordeamos la casa y corrimos por el lateral derecho pisando pasto y flores. Vimos una pequeña estructura adosada a la mansión y unas enormes puertas de garaje abiertas que parecía la salida a aquel infierno. Cuando las atravesamos, junto al auto de Poe estaban los demás: Archie, Tatiana y Danna. Sus caras de susto cambiaron totalmente al vernos.

Danna abrió la puerta del auto.

—¡Rápido, suban!

Justo cuando íbamos a hacerlo, la puerta de la cocina que daba al garaje se abrió y al menos ocho tipos salieron armados y listos para atacarnos. Uno de ellos fue más rápido y audaz y les disparó a las llantas del auto, dejándonos sin un método de escape.

Tuvimos que agacharnos de repente porque otro de ellos comenzó a disparar sin compasión. En cuclillas avanzamos hasta ocultarnos en el frente del auto y todo pareció una interminable pesadilla. Los disparos se escuchaban torpes y fallidos contra cada cosa: contra el vehículo, contra el vidrio y contra el suelo. Entonces Tatiana se enderezó un momento y lanzó una ráfaga de trozos de vidrio que le dieron en la cara a uno de los tipos. El asesino agitó las manos y cayó de rodillas gritando de dolor.

Mi corazón latió rapidísimo.

No íbamos a salir de esa.

O sí, porque de repente escuchamos el chirrido de unas llantas. Miré hacia atrás y vi las luces de un auto acercarse. El vehículo de color azul metálico se detuvo cerca de nosotros y vimos que quien iba al volante era nada más ni nada menos que Nicolas.

—¡Súbanse! —nos gritó.

—¡Háganlo! —aclaró Danna—. ¡Es confiable!

Y no íbamos a negarnos si lo era. Todos nos apresuramos a subirnos. Danna fue adelante y los demás atrás. Poe subió primero, yo después, luego Damián, seguidamente Archie y cuando Tatiana iba a subirse, escuchamos una oleada de disparos. Logró caer adentro, ilesa, pero aún con la puerta abierta, Nicolas arrancó y las llantas chirriaron.

Pisó el acelerador y no se fue por la salida principal porque la reja estaba cerrada. Giró por encima del pasto y condujo hacia la parte trasera de la mansión, por allá por donde se extendían kilómetros de terrenos. El vehículo saltó debido a las protuberancias del suelo y nos sacudimos cuando el auto bajó por una pendiente muy corta.

Al mirar por la ventana me di cuenta de que habíamos tomado una carretera.

Después de eso, el camino fue liso.

***

Nicolas no detuvo el auto en ningún momento. Aún era de noche y quedaban kilómetros de camino al frente. Estábamos agitados, nerviosos, mi corazón latía a mil, me sudaba la frente y parecía poco creíble que había visto morir a Alicia y que acababa de dejar a Eris en esa mansión

—¿Están todos bien? —nos preguntó Nicolas.

—Sí —me limité a decir—. ¿Ahora qué va a pasar? ¿Nos buscarán?

—No lo sé. Aspen ya obtuvo lo que quería, ¿no? Me parece que perseguirlos no está entre sus prioridades —contestó Nicolas, mirándonos a todos por el retrovisor.

—Pero no por eso ha pasado el peligro—intervino Danna. Su pecho subía y bajaba con agite—. Por ahora deberían ocultarse. No pueden regresar a Asfil. Son unos traidores ante los ojos de toda la cabaña.

—¿En dónde nos vamos a ocultar? Mis padres... Los padres de Eris... ¡Los padres de Alicia! —dije, temblando, tratando de procesarlo todo—. No puedo creerlo...

—¿Tienes algún lugar reservado en las afueras? —le preguntó Damián a Danna.

—Sí, pero hay personas de la cabaña alojadas ahí. No es seguro.

—Yo puedo ayudarles —se ofreció Nicolas—. Tengo... bueno, supongo que ya guardar el secreto no sirve de nada. Tengo un par de propiedades a mi nombre que sirven de refugio para personas implicadas en el mundo del noveno mes que no pertenecen a él.

—¿Escondes gente como Padme? —inquirió Poe, ligeramente sorprendido—. Pero si tú provienes de padres par.

—¿Padres par? —pregunté, confundida.

—Sí, ambos nacidos en el noveno mes —aclaró Poe.

—Son par, pero no por eso son como todos. Mis padres crearon estos refugios para mi hermano que nació siendo normal, pero que sabía de nuestro mundo. Lamentablemente, alguien que descubrió en donde estaba, lo asesinó. Luego ellos decidieron ayudar a más personas para que no les pasara lo mismo —explicó Nicolas con cierto pesar—. Supongo que te sensibilizas cuando hay cariño de por medio.

—Entonces, ¿nos podemos quedar en una de esas? —habló Damián.

—Sí, se pueden quedar ahí el tiempo que necesiten. Los llevaré.

—Nicolas —habló Archie de repente—. A Tatiana y a mí puedes dejarnos en la ciudad más cercana.

—¿Qué? —soltó ella. Parecía muy pequeña ahí sentada, casi asustada.

—Lo que oíste —asintió Archie, bastante seco—. Tú no irás a ese refugio. Saldarás las cuentas que tienes pendientes.

—¡¿Vas a matarme?! —expresó ella, casi histérica por el miedo.

—Eso sería tenerte piedad, y no te la mereces —murmuró Archie.

Nicolas asintió por el retrovisor. Así que él no era el villano. Exhalé, tan ofuscada que no sabía qué asimilar primero. Esos que nos habían perjudicado siempre estuvieron ahí y no lo vimos. Por eso ahora íbamos en aquel auto, cubiertos de sangre, preguntándonos cuál había sido el fallo, quizás pensando en la traición de las personas que queríamos y en que el camino que quedaba por delante era tan incierto que resultaba escalofriante.

Me acurruqué sobre el hombro de Damián y después de un rato me dejé vencer por el cansancio.

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