—¿Te han invitado a una fiesta y no irás? —pregunta Emma, ya deslizando la ropa de mi armario para buscar algo que ponerme.

—Ya te dije, no tengo ganas de ir —replico mientras me estiro en mi cama con un dolor en la parte baja de mi espalda. Wendy acabó rompiendo el paquete de gomitas y se ha esparcido por toda la sala. Fue divertido buscar las gomitas de colores en el piso toda la bendita tarde. Nótese el sarcasmo.

—Está bien, no te obligaré, pero si diré que deberías divertirte un poco —Se sienta a mi lado hasta recostarse—. Si te preocupa tus padres, puedo ir contigo.

—No necesito divertirme, necesito dinero, Emma.

—El dinero no puede comprar tiempo y felicidad, minion —Se sienta de repente y comienza a hacer trenzas en su rojizo cabello—. Me preocupa que vayas a perder todas las cosas buenas.

—No considero que ir a una fiesta sean cosas buenas.

—No hablo de una fiesta, hablo de divertirte con tu nuevo vecino, conocer gente nueva, salir de tu rutina, ¡esta es una situación perfecta!

—No iré, Emma Coltrein.

—¿Qué tal si hacemos un trato? Te conseguiré clientes en tu puesto de limonada si vas a la fiesta. Seremos socias —chilla emocionada ante la última idea.

Resoplo.

—¿No te rendirás?

—Sabes que no —confirma, y ruedo los ojos. 

—Bien, pero me pondré lo que yo quiera.

—¿No te puedo hacer trenzas?

—Emma...

—Está bien, harás lo que quieras —dice emocionada y va escaleras abajo para contarle a mis padres sobre nuestos planes de mañana por la tarde.

Me levanto de la cama y mi mirada cae en la ventana de su habitación. Me pregunto que estará haciendo.

No puede ser, pero ¿qué estás pensando, Jessie? Qué te importa lo que haga.

Camino hacia el armario que dejó abierto Emma, y antes de cerrarla miro la caja de zapatos que ocupa el espacio de arriba. Sí, mis recuerdos se guardan ahí. La vieja e ingenua Jessie está ahí. Mi vida amorosa, mis sentimientos, todo está guardado ahí para no volver a sufrir por algo como el amor, y Finn no tiene que ser parte de ella.