13
No estoy llegando ni a la mitad de lo que debo pagar, pero hoy no es un día para sentarse a vender limonada y quejarse de la compañía de Lamberg. Hoy toca ser niñera del demonio.
—He dejado las verduras donde siempre —habla la señora Withaker mientras se echa la correa del bolso al hombro—. Cualquier problema me llamas, Jessie.
—Está bien. Diviértanse.
Le da un beso a la pequeña rubia y desaparece en su auto con mi madre dentro. Tienen una clase de fiesta hoy, y debo cuidar de Wendy hasta que regresen, eso significa: mucha aspirina.
—No soy una niña para que me cuiden —Se queja con Bolitas en el suelo. Maldito mamífero, hasta al demonio la quieres.
—Para tu madre si lo eres —contrataco y la niña me ignora.
—¿Por qué trajiste a tu novio?
Acaricia a Bolitas y se la lleva hasta la sala. No demoro en seguirla para defenderme.
—No es mi novio, y él no tiene otra vida —Señalo al castaño que sale de la cocina con varios paquetes de dulces—. ¿Por qué trajiste eso?
—A los niños les encanta —apunta, y deja las envolturas sobre la mesa. Alguien se compro la tienda entera—. Voy por la soda.
—¡Espera! No puedes solo alimentar a una niña de once años con azúcar y... gomitas de oso.
—¡A mi me gusta! —opina la demonio, y Finn se encoge de hombros.
—Voy por la soda —comenta, pero lo detengo colocandome frente a la puerta de la cocina—. Jess, la soda no tiene patas, no saldrá sola.
Ruedo los ojos e ignoro su comentario.
—Hay que comer saludable —comienzo y una sonrisa se asoma en su rostro—. Podemos hacer bocadillos de vegetales.
La demonio hace un tono asqueado de fondo mientras Finn solo se le agranda más la sonrisa. Y entonces, me arrepiento de haberle bloqueado la puerta. No habíamos estado tan cerca, y verlo de esta manera me hace sentir pequeña e indefensa por su encanto.
Reacciona, Jessie. Estás cayendo en su juego.
—Ingerir un poco de azúcar no está mal, ¿sabes? —susurra, y por alguna razón me gusta que lo haga—. Pero si te preocupa, solo comeremos un paquete e iremos juntos a la cocina.
—¿Qué? —pregunto, y él me fastidia.
—Vamos a cocinar juntos, como pareja.
—No somos pareja.
—Si no es tu novio, ¿me lo puedo quedar yo? —interroga el demonio rubio junto a nosotros.
—¿Qué dices? Eres ocho años menor, Wendy —aprovecho su intervención para apartarme de la puerta y de Finn. Especialmente de él.
—¿Es una excusa para no darmelo, Jessie? —contrataca con una postura que hace su madre cuando no se quiere cepillar los dientes. Ruedo los ojos—. Está bien, te lo dejo. Es todo tuyo.
Por lo menos es considerada.
—Jess, elige el paquete que quieras —Llama mi atención el castaño, y antes de que pueda opinar, la demonio se lleva la mayoría de los gomitas con azúcar para ella sola. Se esconde y la protege como sus crías—. Creo que no debí comprar tantos.
Pongo los ojos en blanco y suspiro.
—Lección del día: si vas a cuidar a un demonio rubio, nunca le lleves dulces, especialmente si son gomitas de colores.
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