Frustración y alivio.
Es lo que siento justo ahora, pero es difícil distinguir cuál tiene mayor protagonismo.

—Es una linda cachorra —Lleva a la criatura a su regazo mientras que con su izquierda le acericia la cabeza con suma lentitud—. Su familia la abandonó, ¿la quieres adoptar?

—Mi padre es alérgico a sus pelajes, ¿que hay de ti? —opto por preguntar para ralentizar los latidos de mi corazón.

—He querido uno desde navidad. Me la quedo —La vuelve a colocar en la cajeta y emprendemos camino con una nueva integrante peluda y chocolatosa.

—¿Cómo la llamaremos? —cuestiona con la felicidad adornando su rostro.

—¿Llamaremos?

—Sí, será de nosotros —dice con sencillez, y no puedo evitar que un sonrojo se eleve en mis mejillas con intensidad.

—No lo sé —respondo tajante.

—¿La quieres acariciar?

Vacilo ante su pregunta. Yo no le gusto a los mamíferos y esta criatura no puede ser la excepción, pero aún así acerco mi mano a donde se encuentra e instantáneamente, empieza a gruñir sin que la haya tocado.

Eso fue rápido.

—No le agrado.

—Debe estar asustada.

No le recalco el hecho de que el animal se dejo acostar en su regazo.

—¿Qué te ocurrió? —apunto su nudillo vendado.

El se ríe. Claro, solo Finn se ríe en una situación como esta.

—¿Te acuerdas de Bernandito?

—El de dedos de mantequilla del salón, sí, lo recuerdo.

—Pues ahora es un Bernandote con dedos de plomo.

—¿Por qué lo golpeaste?

Se toma el tiempo para pensarlo, como si sus puños hubiesen tomado el protagonismo esa noche y no su cerebro.

—¿Tienes planes hoy? —pregunta, y compruebo que las causas de sus actos no fueron encontrados.

—Diría que no, pero...

—¿Pero? —indaga realmente fascinado por la contrariedad. No puedo creer que vaya a decir esto.

—Me tomaré el día libre.

Sus labios se curvan en una sonrisa contagiosa que logro ocultar con mi mano.

—Genial... ¿me ayudas a bañarla?