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08

Cuarenta días. Eso es exactamente la cantidad que Emma se quedará en Bronx, y está convencida que el castaño dejará el trabajo antes de que su primo aparezca y recupere su puesto.

No tengo idea de donde saco esa información.

—Los dejo, me quedaré unos minutos más para verlo —comenta, para luego posar sus ojos en el muchacho que no deja de sacar helado de la máquina.

—Dime que no harás nada estúpido.

La última vez que hizo algo similar fue aquella vez en donde escaló un árbol para espiar a su guapo vecino en toalla. Como era de esperarse, las cosas no terminaron como ella quería: un panorama masculino cuarenteño y un dolor de pompas.

—No te lo prometo —añade con convicción—. Me la llevas a salvo, guerrero —Señala a Finn, que ha estado muy callado desde que se quedó.

—Puedo cuidarme sola, gracias.

Busco mi bolso y me despido con un movimiento de mano, pero no sin antes escuchar lo que añade:

—Yo me haré cargo.

Ruedo los ojos y acelero el paso. Era de esperarse que la pelirroja me haría esto. Y no sé si era mejor quedarse con ella mientras babea y habla del cuerpo masculino o ser perseguida por uno.

—Ey, Jess. ¿Que te ocurre? —Me alcanza y desacelera cuando camina a la par conmigo.

—Nada.

—No es cierto, me estás comenzando a evitar de nuevo...

Evitando, evadiendo, ignorando o cualquiero otro verbo que incluya todo lo negativo; estoy enojada por mi falta de autocomprensión: algo me molesta y no encuentro qué.

Cruzamos la esquina y comienzo a acelerar de nuevo.

—No hables, Lamberg.

Y en efecto, no lo hace y tampoco se escuchan sus pasos detrás. Me detengo y espero que diga algo, pero su silencio me comienza a asustar.

Decido girar sobre mis talones, y al instante, el ritmo de mis latidos se descoordina.

No está. Finn Lamberg ha desaparecido.

—¡¿Lamberg?! —Troto hacia el último paso dónde me replicó mientras un frío me recorre la espalda, y cada partícula de aire comienza a sentirse pesada y escasa a mi alrededor.

Mis padres me han advertido de las consecuencias de estar por las calles y en un lugar menos céntrico. Las noticias que redacta son pruebas de ellos.

—¡¿Finn?! —Siento como el corazón está a punto de salirme del pecho al recordar las incontables ocasiones en donde jóvenes son capturados y asesinados cruelmente.  

Yo no quiero que mueras.

Doblo la esquina y lo que veo logra instalarme una sensación inexplicable. 

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