05
—¿Por qué el puesto de limonada? —comienza con entusiasmo. Finn ha pasado la semana preguntándome cosas sin valor, y debo admitir que prefiero tenerlo en el colegio donde la campana puede salvarme. Aquí no hay nadie fuera que pueda comprarme una limonada y ser mi campana por unos minutos o, quizás segundos.
—Porque me gusta pegar mi trasero en la madera, mientras dejo como la brisa me abraza a mí y a la limonada.
Se traga la carcajada para darle lugar a una sonrisa.
—Nunca pensé que fueras sarcástica, princesa.
—No me llames así —le advierto.
—No puedes controlarme, Jess.
Resoplo de molestia porque tiene razón.
—¿Jugamos al ajedrez o a las preguntas de Finn? —cuestiona para romper el pequeño lapso de silencio—. Además, podemos ver el vídeo de gatos que no terminamos ayer, ¿cuál te suena más tentador?
Clavo mi vista en una mancha de la tabla y suspiro.
—Siempre me dejas ganar al ajedrez —empiezo—. No me gustan tus preguntas y no quiero ver vídeos.
Miento, los gatos son adorables, pero la última vez que vimos un vídeo juntos no pude centrarme en lo que es importante: matar a las mariposas cada vez que estoy con Finn.
—Entonces, tú haces las preguntas —propone.
—No tengo curiosidad.
—Por lo menos, finge que sí —suplica con gracia y me obligo a morderme el interior de la mejilla para no sonreír.
—¡No lo puedo creer! —exclama un chico que conozco demasiado bien—. ¿Sparks vive aquí? —indaga cuando ya está lo suficientemente cerca del puesto. Ya encontré una campana.
Lleva su gorra negra de siempre—con una estrella blanca en el medio—, zapatillas para hacer deportes y vestimenta negra. En el colegio se ponía el mismo color, como si su armario estuviese de luto todos los días. Su piel es casi como el de la canela, es como si hubiese pasado el verano bajo el sol y la arena. Sus ojos son oscuros como su vestimenta habitual, y no me quita la mirada. Es entonces cuando dejo de repasarlo.
Carraspeo, incómoda.
—Llegaste antes —me salva Finn.
—Quería ver tu nuevo vecindario —habla la campana con los ojos barriendo a su alrededor hasta que cae en las limonadas con un ceño fruncido que no me gusta.
Finn me encara y tengo la sensación de que esto es lo que me temía.
—Jess, hoy no podré acompañarte hasta el final —se disculpa y siento como el corazón se me encoge.
—No es como si quisiera —escupo de forma natural y Finn asiente una vez con desgana.
Ha tratado de convencerme para ir, pero nada funcionó. Sabía que en algún momento debería pasar: quedarme sola en mi burbuja mientras él se divierte.
—Es la fiesta de Jade, estará contenta de verte —opina la campana de manera obvia.
Jade, la única amiga que tuve en todos mis años escolares hasta que la popularidad la cegó por completo y sobrepasó nuestra amistad en un chasquido. No sé nada de ella durante dos años, y no quiero saberlo.
—Su culo estará contenta de recibirlos a ustedes —opino con una aplana sonrisa que Finn no tarda en imitar.
—Estoy considerando en quedarme —Finn me observa con una sonrisa encantadora que termina activando el cosquilleo en mi estómago y elevando mi temperatura corporal.
—Jade no estará para nada contenta —comenta la campana con un silbido sonoro.
—Que se joda ella y su culo. Yo me quedo —dice, y yo rompo nuestro contacto visual al percatarme de lo que está sucediendo en mi interior.
Los latidos son fuertes, y temo que puedan ser escuchados por alguno de ellos.
—Lo siento, Finn, pero conoces las consecuencias —le recuerda con voz apenada.
Miro a ambos con la intención de que alguno me explique lo que sucede, pero ninguno se molesta en observarme, es como si hubiese desaparecido de repente.
—Te veo mañana —susurra para después irse con la campana.
No pude responderle con insensibilidad. No pude ocultar lo tanto que me afectaba su marcha.
Quizás yo no necesitaba una campana.
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