03
Ha pasado días desde que decidí exprimir limones y venderlas en la entrada de mi casa. El único cliente frecuente es mi molesto vecino de enfrente. Y gracias a eso comprendí dos cosas: que la señora Brown tenía razón con estas limonadas y que Finn me los compra por compasión. Literalmente, me está por pagar la universidad. Le pedí que no lo hiciera si no quería limonada y hasta el día de hoy recuerdo lo que me dijo:
"No encuentro otra manera para estar contigo".
Y no pude replicar debido a las sacudidas que terminó por invadir mi cuerpo. Ahora solo viene a hacerme preguntas irrelevantes y compra una o ninguna limonada.
—¿Por qué te fuiste tan temprano durante el baile de invierno? —comienza, a la vez que se acomoda a mi lado sin mi permiso, por mi parte me aparto y me muestro desinteresada.
—Porque me aburrí.
—Te veías muy linda —ignora mi respuesta—. Además, te vi contenta junto a Parker —comenta con un hilo de voz, mientras evado la sensación que ha provocado en mi pecho cuando me dijo linda.
—Porque me contó un chiste.
Se inclina para mirarme. No, se inclina para estudiarme como si fuera una clase de criatura extraña jamás vista en la humanidad.
—¿Eres de ese tipo, Sparks? Porque estoy a punto de buscar un libro de chistes con páginas infinitas.
Me enderezo y carraspeo. No dejaré que sus palabras hagan efecto en mí. No dejaré que domine mis sentimientos. Solo así no saldré lastimada y no tendré que guardar más fotos en esa vieja caja de zapatos.
—Lo era —respondo por fin.
Dejo salir el alivio disimulado cuando Finn deja de observarme para entrelazar sus brazos por detrás de su cabeza.
—Yo fui con Berta, ¿te acuerdas de ella?
Berta fue mi compañera de laboratorio en química, nunca nos llevamos bien, ni siquiera de cerca. Ella siempre suelta comentarios ofensivos y directos, pero yo nunca deje que sus palabras me afectaran, solo me limitaba a mirarla y provocarla con una elevación de comisura. En parte, con Finn era más atenta y gritaba cumplidos desde los pasillos mientras cargaba paquetes de chocolates recién sacados de la maquina expendedora de la cafetería. Era como su lado lindo que nadie conocía.
—Desde que colocó camarones en su sostén tengo pesadillas —comenta con un tono asqueado.
De acuerdo, me parece que ese es su otro lado lindo.
—Además, ella no baila tan bien como tú —concluye con severidad. Por mi parte, me sonrojo al instante y me separo de él.
—¿Me has visto, Lamberg? —espeto con desaprobación e indignación y una pizca de vergüenza a mi alrededor.
Murmura algo y luego aprieta su mandíbula al notar que metió la pata.
Mi habitación es el único lugar donde puedo dejar que mis pensamientos fluyan a la par de mi cuerpo. Y Finn ha invadido mi privacidad.
—No era mi intención, yo solo pase y luego... —Su voz se apaga intentando buscar una excusa que no encuentra. Y es la primera vez que lo veo desesperado.
—¿Luego qué? —exijo, furiosa.
—No pude dejar de mirarte —confiesa, rendido—. Lo siento, Jess.
Solo mis padres saben que bailo, y respetan mi privacidad. Pero Finn es un chico que no está ni cerca de ser mi amigo, y ha visto todos los pasos desde su ventana. Mi vergüenza crece, pero no logra sobrepasar o igualar la indignación que va en aumento. Entonces solo pude añadir en un susurro:
—Vete, Finn.
No hacemos ni decimos nada durante segundos que parecieron eternos, hasta que decide levantarse y romper la carga pesada que se ha desarrollado a nuestro alrededor.
—Lo siento, de verdad.
Fue lo último que alcance a escuchar antes de que su ausencia fuese perceptible.
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