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02

Llegue a casa dando zancadas después de que Finn Lamberg se adueñara de mis vacaciones de verano, ¿con la escuela no era suficiente? Ahora debo soportar a una mosca como él.

Finn Lamberg es el caos de corazones y el más inteligente de la clase. No hay una sola materia que no saque sobresaliente. No obstante, eso no es lo que me molesta, sino que he sido su objeto de diversión desde secundaria. Le divierte verme enojada y eso me enoja aún más.

No puedo creer que papá me haya hecho esto.

Le suplique horas para que pusiera el puesto de limonada cerca de una parada o en la entrada del vecindario, pero me dijo que ahí podían asaltarme o quizás arrollarme. Ahora vendo limonada a unas siete casas de la salida y en frente de los Lamberg. En conclusión, en la entrada de mi casa.

Bufo molesta porque el idiota de Finn debe estar viéndome y ahogándose en su propia carcajada.

Termino de colocar los vasos, papá acaba con el letrero y la sombrilla para luego darme un beso en la frente e irse a duchar.

Me acomodo en el ancho asiento de madera con las pinturas desgastadas. Antes estaba en la parte trasera de la casa siendo la base de las plantas de mi madre. Y la mesa queda siendo un viejo estante de madera que usaba mi padre para colocar sus papeles.

Me cruzo de brazos y al alzar la vista frunzo el ceño. No tengo otra vista que la casa azulada de los nuevos vecinos. Bufo. Finn Lamberg será una piedra más en mi camino, pasaré encima de ella para conseguir lo que quiero.

He sido aceptada en la universidad y no puedo esperar a vender estas bebidas que mi madre me ayudó a preparar. No obstante, no hay nadie pasando a excepción de la señora Brown que pasea a su perro schnauzer llamado "Wifi" —todavía no conozco la historia de ese nombre, pero muchos del vecindario dicen que fue robado—, al verme se le dibuja una mueca de confusión y luego de asombro, como si en su cabeza hubiese unido cabos sueltos. No suelo contar mi vida a los vecinos, y mis padres tampoco lo hacen. Sin embargo, la información llega a sus oídos como aire, se entera de todo. 

—Oh, ¿es para los costos de tu universidad, niña? —pregunta, mientras eleva a Wifi del piso.

—Sí, mi madre me ayudo a hacerlas.

—Te pediría una, pero no me gustan los limones —Hace una mueca de hastío—. Aunque me parece que a los nuevos vecinos les vendría bien una probadita.

—¿Por qué lo dice? ¿Ya husmeó en sus datos?

Ella frunce su ceño y luego me señala de manera amenazante.

—Con esos limones de tu tío no llegarás muy lejos, niñita —Entona entre sílabas el apodo para luego darse la vuelta y ver como Wifi dejo restos de saliva canina en su corpulento y desnudo hombro.

Ruedo los ojos. Yo soy una de las razones por las que la señora Brown nunca nos invita a su casa. Todos los del barrio conocen de su famoso cuadro que cuelga en la sala y la única persona interesada en la familia es mi papá, dice que sería una excelente noticia en su prensa. Perdona por eso papá.

—¿En qué piensas?

Su voz hace que ponga los ojos en blanco. Aquí empieza la tortura.

—No es de tu agrado.

—Si es sobre ti, cualquier cosa me agradaría escuchar.

Vuelvo a poner los ojos en blanco y decido por fin encararlo.

Finn Lamberg lleva puesto su playera de Imagine Dragons con unas mezclillas que hacen juego con el color del nombre de la banda. Parte de su cabello está como el color de la miel—tan similar al mío—, por los rayos del sol y su ancha sonrisa no es una desventaja en su rostro de modelo de revista. Sería realmente un sueño que un chico como Finn esté ligando contigo, pero en mi caso, es la peor criatura que pudieron poner en mi camino.

—No empieces, Finn —me cruzo de brazos y suelto un bufido.

—Tu humor nunca cambia —se burla y yo me irrito.

—Tú eres molesto.

—Solo para ti —me hace un guiño acompañado de una sonrisa de medio lado y yo solo ruedo los ojos como respuesta—. Tirar los dulces en la entrada de la casa con insulto incluido es una mala manera de recibir a tus nuevos vecinos, ¿no crees? 

Resoplo con molestia. 

No tenía la intención de arruinar los bizcochos. Solo lo vi en la entrada y mis manos cayeron a los costados. Y lo del insulto, no logré morderme la lengua a tiempo. 

—No te quiero cerca —mascullo, y me sorprende que haya entendido. 

—¿Y si vengo por las limonadas?

No respondo porque necesito del dinero. 

—Tomaré eso como un sí —busca algo en su bolsillo y luego deja las monedas en la tabla—. Dame una limonada. 

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