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Capítulo 8

La noticia sobre la asignación sobre la herencia, no le había prestado nada bien a ninguna de sus hijas y yernos.
Todos se la pasaban protestando enojados porque Feliciano no les había dejado el suficiente dinero para que ellos continuarán llevando esa vida de lujos que hasta el momento estaban llevando.
Cada uno sacaba sus conclusiones, hablaban sin parar, sin dejar de protestar referente a la herencia que les había tocado.
Todos hablan y hablan menos Yeray que permanece sentando pensando en silencio lo que su abuelo le ha estipulado que haga si quiere conservar el matrimonio de su familia.

«Casarse con una aprovechada» pensaba una y otra vez.
Cuando el ambiente se calmó, Yeray callando la última voluntad de su abuelo, les comunicó a su familia,  pasados dos días mantendría una reunión para presenciar como va el funcionamiento de la empresa y designará a cada uno de sus tíos un cargo.
Dicho aquello, con semblante serio se marchó en busca de Maira. Su mayor problema y lo que tan confundido lo trae.

Ella se encontraba en el jardín hablando con Salomé cuando llegó Beatriz comunicándole que Yeray quería verla en privado.

Maira no supo a lo que se refería Beatriz hasta que no se vio sentada en un gran salón del apartamento de Yeray.
Histérica e ilusionada Maira miraba para todos los rincones de aquella habitación aumentando las ganas de estar a solas con Yeray.

En el momento que pasó él haciendo magia de su atractivo con su mirada oscura, la observó con detenimiento preguntándose: De donde había salido aquella mujer, para que un día llegase a pensar que sentía algo hacia ella y ahora todo lo anteriormente pensaba haber descubierto en su interior había cambiado.
Su interés para llevar una vida que no le corresponde manipulando a su abuelo le ha llevado a que todo ese cariño se vuelva en odio.

— ¿Cómo estás Yeray? — Empezó ella hablando rompiendo de alguna manera ese silencio glacial que se había instalado desde que el tomó asiento enfrente suya bebiendo de vez en cuando de su vaso de brandy.

— Bien, gracias. Me imagino que te preguntarás porqué te he hecho de venir hasta mi casa para hablar contigo.

— Si...— Balbuceó ella jugando con sus dedos en su regazo.

— Verás, voy a ser franco contigo.
No me voy andar con rodeos.
Ayer, Vitorio me comunicó la última voluntad de mi abuelo.
¿Y sabes cuál es?

— No, ¿Cuál es? — Le formuló otra pregunta ajena a lo que estaba pasando.

— Resulta que mi abuelo me obliga a casarme a cambio de no tener que compartir contigo la mitad de la fortuna de mi familia.
Y como comprenderás, somos de dos mundos muy distintos. Tú, has vivido en la pobreza mientras yo lo he tenido todo y por eso a mí pesar debemos contraer matrimonio.

Maira tragó saliva apretando sus puños fulminándolo sintiendo una rabia fluir por sus venas. Aquel comentario le había dolido.

— No estás obligado a casarte conmigo, yo seré pobre pero soy honra.

— ¿Tú crees?

— Me ofendes Yeray y por eso no te permito que dudes de ese modo de mí.
Yo sólo cuidé de Feliciano, me desvelé muchas noches, me quedé días en el hospital preocupada por su salud.
Y estaba decidida a irme si tú no me hubieras retenido.

— Todo eso me parece perfecto Maira. Pero sabes, dudo que mi abuelo hubiera pensado todo aquello por sí solo.

— ¿Qué quieres decir?— Maira se levantó del sofá cada vez más irritada, sentía como un sudor frío recorría su espalda.

— Te digo que por voluntad de mi abuelo, vamos a casarnos.
Pero nuestro matrimonio se disolverá antes del año y tú no obtendrás nada de dinero. Te aconsejo que disfrutes del lujo que te va rodear durante el tiempo que estemos casados.

— Puedes meterte tu asqueroso dinero por dónde te quepa.

— ¡¡Shusss!! — ¿Dónde vas? No me has oído, en cinco días nos casamos.
Al final tú juego ha salido tal y como lo planteaste.

Ella siguió mirándole con rabia, intentó defenderse, sin embargo el no la escuchaba y mucho menos la creía.
Agitada por la discusión, volvió a tomar asiento en el sofá parpadeando rápido haciendo un gran esfuerzo para no derramar una lágrima.

Se había enamorado de Yeray, el cómo. Ni ella lo sabe, simplemente ha sucedido, y claro que deseaba casarse con él, pero no de esa manera.
Mientras que para ella, tan sólo eran fantasías, ilusiones que se han echo realidad.
Pero...¿A qué precio?

Los cinco días pasaron rápidos, tanto que ni tiempo  le dio a Maira de comprarse un vestido de novia en condiciones.
La ceremonia civil solo asistirían los novios y los testigos. Yeray le había encargado que no quería que nadie supiera de su matrimonio puesto que no había amor, para él era como que no estaba contrayendo un matrimonio real.

— Maira cariño alegra esa cara, hoy te casas. — Intentaba darle ánimos Salomé mientras le ayuda a subirle la cremallera del vestido.

— Mírame Salomé, llevo un vestido de fiesta prestado, mi boda solo se va basar en un documento, y lo peor de todo esto es que mientras que Yeray piensa que soy una cazafortunas ambiciosa, yo lo amo. Pero claro para el soy una embustera hija de una prostituta que solo aspira a obtener una vida que no me pertenece.

— Oh, mi niña. No sabes cuánto lamento todo esto. Pero sabes, aquí estoy para ayudarte en lo que necesites, puedes contar conmigo en todo, recuerda que no estás sola mi niña.

— No sabes cuánta falta me hace escuchar tus palabras Salomé. En cierto modo no quiero casarme con Yeray.
Pero no me ha dejado otra elección, debo intentar convencerle que yo no soy esa mujer que el piensa.

— Espero que tus esfuerzos sirvan para algo mi niña.

No muy convencida, Maira agarró un pequeño ramo echo de margaritas y junto a Salomé se montaron en un taxi dirección al juzgado.

Al entrar en el juzgado, Maira fingió una sonrisa parándose a pensar si en verdad estaría haciendo bien en casarse con Yeray complaciendo la última voluntad de Feliciano.

Sentado en la mesa se hallaban Yeray junto a su testigo y amigo Hilario.
Apenas los novios se miraron, cada uno a su manera estaba molesto con todo aquello.

El juez dio comienzo la ceremonia leyendo el acta.
Finalizando la lectura, ambos firmaron seguido de los testigos.
A partir de ese momento eran marido y mujer.

Por la noche, Maira estaba sentada en la cama mirando a la puerta.
Llevaba horas esperando que Yeray pasara. Podría estar enojado, ¿Pero tampoco iba a consumir su matrimonio?

Se había puesto un camisón blanco como su pureza, ansiaba que fuera Yeray quien le hiciera por primera vez el amor.
El tiempo pasaba y su marido no pasó a la habitación.
Ella se levantó dirigiéndose hacia su maleta, buscó entre sus cosas  una foto de su madre.
La miro comenzando hablar, aquella era su manera de poder librarse de alguna forma de su malestar.
Tomó la foto y se sentó en el suelo, sus lágrimas no tardaron en aparecer.

Aún podía recordar cómo su madre la escondía dentro de una armario para no ser vista por esos hombres distintos que visitaban su casa.
Desde su posición veía muchas cosas, no solo sexo.
Veía como su madre lloraba lamentándose de la situación que vivía diariamente.
Fue testigo de cómo su madre lloraba arrepentida por llevar esa vida siendo tratada como si fuera un objeto del cual muchas manos distintas hacían con su piel desnuda lo que se les atojaban.
Al irse ellos, su madre volvía a hundirse de nuevo, una veces en alcohol, otras en llanto terminando por aliviar de algún modo su asquerosa vida con drogas.

Y en cierto modo, ella se sentía como su madre.
Sola, abandonada y casada con un hombre que la desprecia sin motivo alguno.

De pronto escuchó unos pasos, rápido de secó sus lágrimas con la palma de la mano.
Disimulando entereza se levantó mirando aquel hombre que ahora es su marido.

— Maira, hay algo que quiero que sepas.

— ¿Con qué me vas a sorprender ahora Yeray?

— Maira, no te quiero y por lo cual no voy a tocarte, pienso que los dos vamos a sufrir.

— Acaso te doy asco Yeray y por eso no puedes ni hacerme el amor.

— Para hacerte el amor debo sentirme enamorado de tí y no lo estoy.

— Pues yo...— Maira se mordió la lengua. Qué pretendía con confesarle lo que sentía hacia el.
Nada. Seguramente quedaría como una idiota.
Se dio la vuelta intentando aguantar todo el daño de las palabras de Yeray.

— Entiéndolo Maira, es la mejor forma de intentar no agraviar todo esto.

— Para tí es muy fácil hablar de esa manera, mientras que yo debo callar pasando por algo que no soy culpándome de lo que ni siquiera he hecho. Y tú dices que lo mejor es que vivamos en el mismo techo como dos desconocidos. O mejor aún, como compañeros de piso.
No estoy de acuerdo Yeray.
Somos hombre y mujer, la tentación recorre nuestra piel.

Yeray guardó silencio observando los ojos de Maira al borde de las lágrimas.
Sin añadir nada más, se marchó.
La piel de Maira estaba fría, nunca antes se hubiera imaginado que el amor pudiera llegar a escocerle de aquel modo.
Inexperta en cuestión de hombres, anhelante de poder descubrir cómo es ese sentimiento del cual todo el mundo habla, sufre, es feliz...
Y sin embargo, esa noche había aprendido una lección.
Jamás hay que ser tan ingenua y ahora deberá intentar luchar contra esa sensibilidad que tan frágil la hace parecer.

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