Capítulo 2
Llegando al aeropuerto, Yeray hablaba con Xenia referente al vuelo que les esperaba.
Ella, rubia, ojos azules, alta, delgada y atrevida, rozaba con su dedo índice el contorno de la cara de él con una clara intención.
Yeray captó la indirecta, esbozó una sonrisa pícara susurrándole muy cerca de sus labios que nada más llegar al hotel ella le daría la llave de su habitación.
Aquello era como una señal para poder pasar la noche jun xtos y al mismo tiempo pasar inadvertidos.
Cómo era habitual en ellos, primero se bajó del auto Xenia agarrando su pequeña maleta. Le dio un casto beso a Yeray guiñándole un ojo se marchó para buscar a las demás compañeras azafatas.
Él buscó su plaza de aparcamiento, estaba feliz, mujeres no le faltaban para pasarlo bien, con sus amigos se iba de copas.
Trabajaba desde hace dos años como piloto en la empresa de su abuelo.
Hacía lo que le gustaba, vivía su vida de soltero tal y como le apetecía.
Hasta el momento no había encontrado a la mujer adecuada, aquella que sienta como su corazón late con intensidad y no pueda apartarla de su mente.
De momento se conformaba con seguir buscando a la mujer adecuada.
A pesar de no haber tenido relaciones serias por precaución de que le pudiera ocurrir lo mismo que a su abuelo.
Casarse con mujeres ávaras y codiciosas que solo les lleve el interés sin importarle en absoluto los sentimientos de la otra persona.
La hora del vuelo se acercaba, revisó por última vez su móvil antes de montarse en el avión.
No había noticias referente a su abuelo.
Todo estaba bien.
Todo, menos Maira.
A pesar de haber escuchado por boca de sus abuelo halagos sobre ella, él seguía dudando sobre ella.
Había algo misterioso en todo lo que la rodeaba. Intrigado, pensó a su regreso la investigaría.
Como un día más Maira comenzó atender a Feliciano.
Primero le ayudó a darse un baño, seguido le ayudó a vestirse y después de desayunar juntos bajaron hacia el jardín.
Allí, Maira admiraba aquellos árboles, la verde hierba y flores de distintas formas y colores.
— Te gusta Maira. — Le pregunta Feliciano viendo una sonrisa de admiración en el rostro de ella.
— Esto es precioso, siempre he soñado poder tener una jardín como éste.
— Mira allí hay una piscina es climatizada, si gustas puedes bañarte cuando quieras.
— Feliciano, no deseo ser descortés, pero mi trabajo es cuidar de usted las veinticuatro horas, para eso me pagan y no deseo defraudar a su familia.
Feliciano observó en su rostro angelical la bondad que emanaba los ojos de ella.
Contra más tiempo pasaba con ella y más la conocía, mejor le caía.
Ella sabía el lugar donde debía de estar y en ningún momento aceptaba algo más de lo que le corresponde por su trabajo.
Una actitud que le agradaba a Feliciano a pesar de que su familia no tuviera la misma opinión de ella.
Todos seguían manteniendo que era una mujer ambiciosa, se estaba aprovechando de la bondad del anciano para sacarle dinero.
Los días que pasaba en aquella casa, eran maravillosos para Maira.
Le gustaba levantarse temprano preparar el desayuno para Feliciano junto a sus medicinas. Seguido se ponía su uniforme y comenzaba atenderlo.
Estar cuidando a Feliciano era incluso mejor de lo que hubiera imaginado que le pasaría.
Por eso no tenía secretos para él.
Todas las tardes mientras tomaban el té, Maira dibuja un retrato mientras le cuenta lo dura que ha sido su vida. Y como a sus veinte y dos años tuvo que madurar antes de tiempo, debiendo de presenciar escenas que una niña no debería de haber visto a su temprana edad.
Aquella revelación le tocó su delicado corazón al anciano.
Miró hacia dónde se encontraba su nieta tecleando algo en el móvil.
Janet era de la misma edad que Maira, y mientras su nieta gritaba a su madre y tiraba la ropa que ya estaba pasada de moda, desperdiciando el dinero. Maira guardaba todo el dinero que ganaba agradecida con todo lo que le ofrecía él.
La tarde era calurosa, Maira salió al jardín para leer un rato.
Extendió una manta vieja en el césped para no mancharse el uniforme.
Empezó a leer respirando por una vez en su vida el aire puro, la melodía del canto de los pájaros ahuyentaba sus malos recuerdos, infló sus pulmones de aire puro soltando el aire tranquila.
Así era como se encontraba, en paz, sin necesidad de esconderse teniendo que sentir el miedo fluir por su cuerpo.
Comía comida en condiciones a sus horas, y no pan duro o sobras.
O debía de salir a la calle para buscar en los contenedores algo que llevarse a la boca, porque llevaba días sin probar bocado.
Sonrío al ver las flores, pensó que cortaría unas flores para ponerlas en la habitación de Feliciano.
Antes de cortar preguntó al jardinero.
El hombre que se encontraba regando los rosales le dijo que cortarse las que quisiera.
Agradecida, aceptó las tijeras del jardinero y comenzó a cortar algunas rosas de distintos colores.
— Qué hace cortando flores. — Al escuchar aquella voz grave Maira se asustó. Se trataba de Casimiro, el yerno de Feliciano.
— Disculpe señor, yo... quería cortar algunas rosas para...
— Cállate haz el favor. — Rugió aquel hombre mirándola con asco.
— Antes de hacer nada debes pedir permiso, tú eres una empleada. ¿Te ha quedado claro? — Maira estaba asustada, aquel hombre alto robusto le gritaba como si hubiera echo algo malo.
Encogida como un cachorrito, asintió con su cabeza.
— Qué no se vuelva a repetir. — Casimiro le tiro las rosas al suelo pisándolas. A continuación se fue hacia su auto.
Maira contempló las rosas tiradas en el suelo con sus pétalos exparcidos. Las volvió agarrar, pero al igual que sus lágrimas los pétalos también caían directos al suelo.
— Tranquila Maira, ese hombre ya es malo por naturaleza. — Le dijo el jardinero ayudándola a recoger las flores.
— Tampoco estaba haciendo nada malo. Todo lo hago por el señor Feliciano, quiero que esté a gusto. Quizás sería que pasara dentro, no deseo tender problemas con la familia.
Maira volvió dentro de la casa, en el salón se podía escuchar las voces de los miembros de la familia de Feliciano.
— Oye tú. — Dijo Carlota una de las hijas de Feliciano.
— Disculpe señora.
— Sí tú, ve a la cocina y prepara café. Y rápido, no me gusta tomarme el café frío.
Maira iba a respónderle que ella no es una sirvienta. Aún así prefirió callar y hacer lo que le habían ordenado.
En la cocina estaban Salomé y Beatriz.
Beatriz era del mismo tiempo que Maira, Salomé su tía se encargaba de la cocina.
— Maira que te se ofrece. — Le pregunta Salomé secándose sus manos en el mandil.
— Debo de servir el café me lo ha ordenado la señora Carlota.
Salomé miro preocupada a Maira.
Desde que su familia se enteró que era la nueva cuidara todos la vigilan como águilas, puesto que no se pueden explicar cómo una chica sin estudios esté cuidando de un anciano con problemas de corazón.
Salomé le ayudó a preparar el café, haciéndole entrega de la bandeja le dio unos consejos antes de que se marchara al salón para servir el café.
— Desde luego se pasan con ella. — Habló Beatriz con su tía Salomé.
— Me da mucha pena por ella. Se ve tan noble y buena persona. Siento que por callarse para tener trabajo, lo va pasar mal.
Las dos se quedaron pensativas observando como Maira les servía el café. Afortunadamente no hubo incidentes.
Inmediatamente Maira se fue hacia la habitación de Feliciano.
gradeció de que él estuviera durmiendo para bajar abajo para poder continuar con el mandado. Lo que menos deseaba era tener problemas, puesto que ya se había percatado que no había caído en gracia en aquella casa.
Al bajar de nuevo al salón para recoger las tazas, sus ojos quedaron fijos en la silueta de Yeray.
De pronto como dos aspas de molinos notó revoloteando en su interior.
Su pulso no tardó en acelerarse comenzando a temblar.
De los mismos nervios, acabó echándole el café encima.
— Oh Dios mío, lo siento mucho. — Intentó disculparse bajo la atenta mirada de los allí presentes que no tardaron en reprocharle lo ocurrido.
— Tranquila no pasa nada. — Ante aquel barullo, Yeray intentaba quitar importancia a la situación.
Avergonzada, Maira se fue de nuevo a la habitación del anciano.
Después de un rato allí sentada mirando al anciano y ver que no se despierta, decidió acercarse para ver qué ocurre.
— Feliciano, Feliciano. —Maira intentó en vano despertarlo.
De inmediato se fue en busca de alguien que pudiera socorrerla.
En menos de quince minutos toda la familia estaba rodeando la cama hasta que llegó el doctor y comenzó a examinarlo antes de llevarlo al hospital.
Angustiada Maira quiso acompañar a Feliciano, sus intentos no fueron bien recibidos por parte de la familia puesto que la culpaban de lo ocurrido.
El único que habló en su defensa fue Yeray. Hizo de entender a todos que cualquier ser humano comete errores.
Seguidamente le hizo un gesto para ir juntos al hospital.
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