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Capítulo 8

Capítulo 8



Las tres jornadas de espera fueron largas y aburridas.

Durante todo aquel periodo Ana aprovechó para visitar a Leigh en varias ocasiones. A lo largo de aquellos meses las visitas habían sido continuas, pero breves a nivel temporal. En aquel entonces, sin embargo, demasiado tensa ante la inminente resolución del conflicto entre las dos divisiones, Ana tan solo encontraba consuelo junto a su silencioso amigo. El resto de compañeros, tanto sus primos como los recién llegados, se mostraban demasiado recelosos como para poder ser considerados buena compañía. Todos a excepción de uno, claro. Orwayn, encantado ante la posibilidad de poner en práctica sus capacidades en el centro de recreación de Duskwall, la acompañaba a diario. La presencia del pequeño de los Dewinter no era demasiado bien recibida en el centro de entrenamiento, y mucho menos después de lo ocurrido en la reunión, pero dado que a él no parecía importarle, a Ana mucho menos.

Los días fueron transcurriendo uno tras otro sin dejar grandes novedades en sus vidas. Alcanzado el momento de la decisión, Ana viajó a Tiberias en compañía de sus primos y se encaminó a la sala de reuniones dónde, desde hacía varias horas, su abuelo, Havelock y los maestros Dewinter y Gorren negociaban. A pesar de sospechar la decisión que tomaría su abuelo, la joven necesitaba conocer su destino, y sabía que únicamente una persona podía revelárselo. Para su sorpresa, sin embargo, se encontraron con la puerta de la sala de reuniones cerrada y custodiada por el segundo al mando de David Havelock: Dale Gordon.

—Lo siento, chicos —se disculpó el oficial daliano—. No puede entrar nadie hasta que no hayan acabado.

—¿Y cuánto queda? —preguntó Megan, con el ceño fruncido. Por lo que había podido descubrir Ana a lo largo de todos aquellos meses de estancia en Raylee, su prima no soportaba a la mano derecha de Havelock—. No podemos esperar eternamente.

—¿Seguro que no podemos entrar nosotros? —insistió Liam, sorprendido ante la negativa—. Quizás deberías preguntar al abuelo...

—Lo único que puedo deciros es que tendréis que esperar.

Ana aprovechó la espera para pasear por la residencia hasta dar con la sala donde se encontraban los agentes de la M.A.M.B.A. en completo silencio. Golpeó suavemente la puerta sin esperar recibir respuesta alguna y entró en la estancia con paso firme. Repartidos por el lugar se encontraban los tres hermanos Dewinter, Cat Schnider y Robert Montalbán, la mano derecha del "Conde". Orwayn miraba por la ventana con aburrimiento, de brazos cruzados, mientras que su hermana pasaba las hojas de un libro despreocupadamente, sin prestar atención alguna. Armin, recuperando los viejos tiempos, aprovechaba el tiempo muerto para limpiar su nuevo juguete: un fusil de mirilla telescópica recientemente obtenido de manos del cadáver de un Parente con el que se habían cruzado durante el viaje de ida. Cat y Robert, por su parte, intercambiaban susurros en una esquina, a la espera de cualquier novedad.

Todos le dedicaron una fugaz mirada a la recién llegada.

—Hola —saludó Ana escuetamente—, ¿hay alguna novedad?

Respondieron con una negativa. Armin y su hermana negaron con la cabeza, Orwayn ladró algo parecido a un "no", y Cat y Robert simplemente se encogieron de hombros. La espera empezaba a desesperarles.

—Llevan horas reunidos —explicó Cat. Por su aspecto cansado Ana imaginó que la mujer había pasado la noche realizando los últimos preparativos antes de emprender el viaje—. Confío en que no se alargará mucho más.

—Cualquier cosa es posible —reflexionó Robert en apenas un susurro—. Lo único positivo es que la disputa da cabida a la duda: Florian Dahl no debe estar del todo seguro de su decisión.

—O puede que sí: quizás Veryn simplemente está tratando de convencerle. —Cat se encogió de hombros—. De todos modos, a estas alturas ya poco importa. Sea cual sea su decisión, la "Misericorde" partirá esta misma tarde hacia Svarog.

—Solo queda saber quién formará parte de la tripulación —añadió Ana, taciturna—. Aunque creo que ya todos sabemos la respuesta.

Cuanto más se acercaba el momento de la decisión, peor era el humor de Ana. Convencida de la determinación de su abuelo, la joven había aguardado aquel momento como si de la cuenta atrás de una condena se tratase. Florian Dahl jamás aceptaría que participase en aquella empresa, y mucho menos que lo hiciese en compañía de la M.A.M.B.A. El anciano tenía sus motivos, y era innegable que, en gran parte, tenía razón. A pesar de ello, Ana no podía evitar sentir cierto recelo al respecto. Aunque apreciaba todo el apoyo recibido, la joven sabía lo que tenía que hacer, y no iba a permitir que nada ni nadie le cerrase las puertas a ello. Después de todo, ¿quién era él para detenerla? Llegado a aquel punto, Ana se consideraba demasiado dueña de su vida como para plantearse la posibilidad de que otro pudiese elegir por ella. Si Florian Dahl la apoyaba, emprendería el viaje encantada, desde luego, pero si no lo hacía no dudaría en tomar medidas al respecto.

Su futuro, costase lo que costase, se encontraba muy lejos de aquella isla.

Los minutos empezaron a transcurrir con desesperante lentitud. Orwayn iba y venía por la sala, canalizando su nerviosismo en forma de maldiciones, mientras que Cat y Robert seguían susurrando, cómplices. Armin seguía con su arma, demasiado embelesado con ella como para prestar atención al resto, y Veressa...

Veressa fingía estar leyendo, pero sus ojos paseaban continuamente por todos los presentes, como si les vigilase. La joven lo hacía con disimulo, tratando de que el resto no se percatase de ello, pero Ana, demasiado tensa como para hacer nada a parte de mirar a su alrededor, lo notaba.

Orwayn le había hablado de Veressa. Tras dejar atrás las calles y viajar hasta una de las impresionantes excavaciones arqueológicas que había en la isla, el joven y Ana habían charlado animadamente durante varias horas. Orwayn le había hablado sobre el viaje, sobre el ascenso de Veryn a maestro y el regreso de Armin; también le había hablado sobre los meses que habían pasado vigilando al Capitán, un tiempo muy intenso en el que la espera le había hecho enloquecer, pero sobretodo le había hablado de su hermana.

—Hace tiempo que se comporta de un modo extraño. No es algo evidente, desde luego, pero lo noto en algunos detalles —le había confesado pocos minutos antes del amanecer, mientras deambulaban entre las ruinas—. Parece diferente.

—¿Desde cuándo? ¿Le ha pasado algo?

—Desde lo del Capitán. Nunca lo ha admitido, ni lo admitirá, pero creo que ha quedado muy tocada. El Capitán escapó durante su turno de vigilancia, así que es posible que se sienta culpable. Mi hermana es una persona complicada... perfeccionista. El haber cometido ese error, si es que realmente fue cosa de ella, que lo dudo, es algo que jamás podrá aceptar.

—Entonces quizás necesite tiempo...

Ana no notaba una diferencia evidente con la mujer que años atrás había conocido, pues la relación entre ellas jamás había llegado a ese nivel de intimidad, pero era cierto que había algo distinto en ella. Quizás el tiempo, las tensiones, las preocupaciones...

Fuera cual fuese la respuesta, no era algo que le preocupase en exceso. A aquellas alturas Ana tenía demasiadas cosas en las que pensar como para perder el tiempo con aquel tipo de nimiedades. El viaje debía seguir, lo sabía, y así se lo había hecho saber su hermano a lo largo de todos aquellos días.

Cerró los ojos. Ana necesitaba trazar un plan gracias al cual poder subir a la "Misericorde" sin ser vista, pero no sabía ni por dónde empezar. Pedir ayuda a Orwayn no era una posibilidad, ni tampoco a ningún otro Dewinter, pues no quería empeorar aún más las cosas entre ellos, así que tenía que buscar otras alternativas. ¿Quizás Tiamat? ¿Elim? ¿Robert?

Cat apoyó la mano sobre su hombro y lo presionó con suavidad, en una muestra de cariño poco usual entre los miembros de la M.A.M.B.A. La mujer le sonrió cuando ella alzó la mirada, y sin darle opción a decir algo, se agachó para susurrarle algo al oído.

—Irá todo bien, tranquila —le aseguró en tono alentador—. Ya sea a las buenas o a las malas, te sacaremos de aquí.

Una desagradable sensación de traición se apoderó de Ana al rememorar la escena del "Conde" con Banshee. La joven se obligó a sí misma a sonreír, tratando de mantener la compostura, y asintió con la cabeza, agradecida. A continuación hizo ademán de decir algo, pero la apertura de la puerta de la sala la interrumpió.

Dale Gordon captó la atención de todos los presentes.

—Ana, el señor Dahl requiere tu presencia...

Se apresuró todo lo que pudo en acudir al encuentro de su abuelo. Ana recorrió el pasadizo a gran velocidad, casi a la carrera, y no se detuvo hasta alcanzar la sala de reuniones. Allí, para su sorpresa, ya solo quedaba Florian Dahl y David Havelock. El resto de presentes, Gorren y Dewinter, se encontraban fuera, en una de las salas contiguas.

—Abuelo...

Tomó su mano cuando éste se la ofreció. Florian la esperaba junto a uno de los grandes ventanales, con la luz de la mañana iluminando su semblante. El anciano, al igual que Havelock, que se encontraba aún sentado en la mesa de reuniones, lívido, tenía mal aspecto, como si llevase días sin dormir.

Besó la frente de su nieta a modo de saludo.

—Ana, antes de tomar la decisión necesito conocer tu opinión —dijo en apenas un susurro—; necesito saber qué es lo que tú deseas. ¿Estás segura de que es lo correcto? Persiguiendo al Capitán te condenas a una vida de venganza y rabia de la que nunca vas a poder escapar. El día que acabes con él te darás cuenta que...

—El día que eso suceda me replantearé mi vida, abuelo —interrumpió Ana con amabilidad, empleando para ello un tono especialmente suave, meloso. A pesar de la sorpresa inicial, sabía que no podía desperdiciar aquella oportunidad—. Pero primero tiene que llegar el momento: lo necesito.

—Todos necesitamos muchas cosas —exclamó Havelock de repente, poniéndose en pie. Parecía furibundo—. Pero no por ello las hacemos. Todo esto es una estupidez, ¿qué demonios está pasando, Florian? ¿A qué se debe este cambio de opinión? ¡Creía que tenía las ideas claras! ¡Creía que...!

El anciano volvió la mirada hacia la ventana, repentinamente incómodo ante las acusaciones. Ana no entendía nada de lo que estaba sucediendo, pero por el enfado de Havelock era evidente que Florian había cambiado de opinión en el último momento.

Era extraño. Realmente extraño.

Dubitativa, la joven se apartó del anciano para acercarse a la mesa, lugar en el que, de brazos cruzados, Havelock musitaba algo por lo bajo. El Rey Sin Planeta parecía incapaz de comprender el repentino giro de los acontecimientos.

—No lo entiendo.

—¿Qué ha pasado? —Quiso saber Ana—. ¿Hay algo que debo saber?

—No —aseguró Florian, volviendo la vista hacia ambos—. Si lo que deseas es seguir al Capitán, adelante, hazlo: no puedo detenerte. Entiendo tus sentimientos, y aunque desearía frenarte, sé que no lo voy a conseguir. Puedo ver en tu cara y en la de esos muchachos de ahí fuera que si no te dejo ir, escaparás por ti misma.

—Hay cosas que no se pueden detener... —murmuró ella por lo bajo—. No puedes encerrarme en una torre y tirar la llave, abuelo.

—Él no, pero yo sí —intervino Havelock. Apoyó las manos sobre los hombros de la mujer y los presionó con suavidad, para que le mirase a la cara—. Maldita sea, Ana, aquí podrías estar bien: ¡podrías tener todo cuanto quisieras! Sabes que te apreciamos. Además...

Intimidada ante lo que pudiese llegar a decir, Ana se liberó de la presa y retrocedió unos pasos, hasta quedar entre los dos hombres. Aunque la oferta de permanecer en Raylee podía llegar a ser tentadora, la decisión llevaba tomada demasiado tiempo.

Juntó las manos a la altura del pecho.

—Lo siento, agradezco todo lo que me habéis dado, pero tengo que hacerlo.



Los últimos rayos del sol se perdían por el horizonte cuando la "Misericorde" dejó el aeropuerto de Raylee. Pegada a la escotilla de su pequeño camarote, Ana observaba en completo silencio como Egglatur iba disminuyendo de tamaño ante sus ojos hasta acabar convirtiéndose en un punto en la oscuridad. Echaría de menos aquel lugar; su tranquilidad, su paz, su silencio... las noches cálidas en la orilla de la playa bajo la luz del cielo estrellado. Aquel lugar le había mostrado que existía la posibilidad de volver a ser feliz, y no iba a olvidarlo.

La "Misericorde" en la que en aquel entonces viajaban no era la misma que años atrás había gobernado Cat Schnider. Después de luchar durante años para recuperar la nave de su padre, la auténtica "Misericorde", la capitana había cambiado su pequeña nave de viaje por un magnífico coloso de metal cobalto y negro en cuyo interior viajaban más de trescientas personas. En su mayoría eran miembros adjuntos a la capitana y Oscar Raven, su piloto, todos ellos de la T.A.I.P.A.N., aunque en aquel entonces estaban bajo las órdenes de los maestros de la M.A.M.B.A. También había agentes de la segunda, aunque su número era muchísimo más reducido. Tal y como pronto descubriría Ana en una de tantas reuniones, prácticamente toda la división estaba repartida por toda la galaxia, ocupados en distintos quehaceres.

Ana se sentía extraña a bordo de una nave de aquellas características. A pesar de que había cierto parecido en tamaño con la "Pandemonium", la "Misericorde" gozaba de una decoración mucho más actual y luminosa que la convertían en un lugar totalmente diferente. Los pasadizos estaban iluminados y limpios, apenas decorados, y sus estancias, todas ellas grandes y amplias, llenas de sofisticado mobiliario y material recientemente adquirido. Su camarote también era distinto. Mientras que en la "Pandemonium" había disfrutado de las comodidades de una estancia cálida y agradable, allí se encontraba en un espacio tremendamente reducido en el que no había nada a parte de una cama y un armario. Anclado a la pared había un terminal de uso interno, pero su lenguaje era desconocido para Ana. La sala disponía también de una ducha y un aseo, pero poco  más. El espacio estaba repartido de tal modo que la nave prácticamente obligaba a sus tripulantes a moverse por sus salas, salones y laberinto de pasadizos.



Transcurridas un par de horas después del despegue, golpearon en la puerta del camarote de Ana. La joven se levantó de la cama, lugar desde donde había estado vigilando atentamente el espacio desde un principio, y acudió a su encuentro. Al otro lado de la puerta, con una terminal portátil entre manos, se encontraba Robert Montalbán, el ayudante del "Conde".

Robert le dedicó una fugaz sonrisa carente de humor. En los últimos años su rostro había ganado varias arrugas más, al igual que canas su cabello. A pesar de ello, Montalbán seguía siendo un apuesto hombre de casi sesenta años al que el fino bigote que lucía le daba un aire muy sofisticado.

—El maestro quiere verla, señorita —anunció con cordialidad—. Se encuentra en el salón de actos del primer nivel. ¿Necesita que la acompañe?

—No, tranquilo. Gracias.

Unos minutos después, tras haber recorrido gran parte del esqueleto de la nave, Ana se detuvo ante la puerta de cristal de la sala de actos. La golpeó con suavidad con los nudillos, incapaz de evitar sentirse atraída por las ondas cambiantes que se dibujaban en su superficie, y la abrió. Acomodado de brazos cruzados frente a un gran panel de exposición, el maestro Gorren analizaba los datos allí presentados. Nombres, fechas, direcciones, datos fiscales, datos personales...

La puerta se cerró tras ella. Ana se adentró en la estancia pisando con fuerza el suelo ajedrezado y se detuvo junto a él, frente a la pantalla. Tras ellos, diseminados por toda la gran estancia a lo largo de una veintena de subniveles, decenas de filas de asientos automáticamente plegados permanecían a la espera de ser ocupadas por los agentes durante una de tantas reuniones.

Gorren permaneció unos segundos más en silencio, frotándose el mentón. Aunque le había costado un poco adaptarse a su nuevo ojo biónico, era innegable que estaba muy satisfecho de los resultados. Era irónico lo mucho que la tecnología lograba facilitar la existencia a los humanos.

—Maestro —saludó Ana finalmente, al ver que la espera empezaba a alargarse—. ¿Me ha mandado llamar?

Gorren alzó la mano en señal de silencio. El hombre siguió revisando los datos durante unos segundos más, memorizando varios de los nombres más simbólicos, y finalmente se volvió hacia ella.

Le dedicó una leve sonrisa forzada. Entre ellos jamás había habido demasiada sintonía.

—Cierto, sí, te había hecho llamar. Espero que no estuvieses demasiado ocupada...

—En absoluto.

—Perfecto. —Gorren se frotó las manos, satisfecho—. Ante todo quería darte la bienvenida a bordo. Aunque las circunstancias hayan cambiado notablemente desde la última vez, es un placer volver a tenerte a bordo. Como verás, esta nave y la "Pandemonium" son bastante diferentes, pero confío en que no tardarás en adaptarte. El viaje hasta Svarog va a ser largo. Según nuestros cálculos es posible que nos lleve cerca de tres meses, así que te aconsejo que te acomodes, aunque no demasiado. Hace una hora he recibido varios informes sobre nuestro objetivo y quiero que los revises. Disponemos de un contacto en Torre de Coral, la capital del planeta, pero  necesitamos saber con qué nos vamos a enfrentar. ¿Lo harás?

Ana asintió con seguridad, confiada.

—Por supuesto, puede contar conmigo, maestro.

—Perfecto. Como imagino que ya sabrás, a bordo de esta nave hay miembros de dos divisiones diferentes. No es una situación muy habitual, pero dado que es la que se ha presentado, hay que adaptarse. Los miembros de la T.A.I.P.A.N. y los de la M.A.M.B.A. acostumbramos a entendernos en la mayoría de los casos, pero no hay que olvidar que no son de los nuestros. —Gorren se cruzó de brazos—. Bueno, en realidad tú tampoco lo eres, pero ya sabes a lo que me refiero.

—Entiendo.

—Te recomiendo que intentes pasar lo más desapercibida que puedas. En el nivel -3 hay una cubierta experimental: no me gustaría encontrar tu cadáver diseccionado allí un día de estos.

Gorren acompañó el comentario de una sonrisa macabra que logró intimidar a Ana. La joven apartó la mirada hacia la pantalla, incómoda, y cruzó los brazos sobre el pecho, a la defensiva. Ahora que no disponía del brazo protector de Havelock ni de su abuelo, se sentía un poco desamparada.

—Iré con cuidado.

—Más te vale. Por otro lado, creo que es conveniente que sepas que Leigh se encuentra a bordo. Su estado sigue siendo crítico, pero...

—¿Ha logrado traer a Leigh?

Los ojos de Ana chisporrotearon de entusiasmo al ver a Gorren asentir. Una de las cosas que más lamentaba de dejar Raylee era tener que separarse de él, así que aquellas eran muy buenas noticias.

Apretó los puños con fuerza, profundamente satisfecha. Jamás se habría perdonado que Tauber despertase sin estar ella cerca para poder darle la bienvenida.

—Alexius me pidió que cuidase de sus chicos, y así voy a hacer. Solo espero que no me lo pongáis muy difícil. El equipo médico de abordo es bastante bueno, así que confío en que podrán hacer algo por el muchacho.

Las palabras de Gorren denotaban su falta de confianza en la recuperación de Leigh. Después de tanto tiempo, su regreso de entre los muertos era muy complicado. En Raylee, el equipo de la A.T.E.R.I.S. había intentado de traerle de regreso en varias ocasiones, pero el cerebro del joven no había reaccionado a los estímulos. Leigh, según le había dicho Havelock con suavidad, aún estaba demasiado dormido. Lamentablemente, el transcurso de los días no ayudaba en absoluto a su despertar. Cuanto más tiempo pasaba, más se hundía en las tinieblas, y eso era algo realmente peligroso. A pesar de ello, Ana no perdía la esperanza. Leigh era demasiado fuerte y tenaz para morir.

No pudo evitar dejar escapar un suspiro cargado de melancolía. Resultaba increíble pensar que, un año después, tan solo quedase ella del equipo de Alexius Helstrom.

—No va a ser fácil, Ana. Me gustaría poder decir lo contrario, pero no quiero mentirte. Si es cierto que el Capitán se encuentra en Svarog, es posible que se repita algo parecido a lo sucedido en K-12, con lo que ello comporta.

—Soy consciente de ello, maestro —admitió Ana—. Acabar con Ivanov no va a ser fácil, y mucho menos si es cierto que allí dispone de apoyos, pero no hay otra alternativa. Cueste lo que cueste, hay que acabar con él.

Gorren asintió, satisfecho ante la seguridad de sus palabras. A partir de aquel punto el viaje se iba a complicar mucho, así que necesitaba a su gente preparada y mentalizada ante lo que podría esperarles. La muerte, más que nunca, se había convertido en un futuro muy posible.

—Veo que tú también crees en las palabras de Banshee... interesante. —Gorren se alejó unos pasos y empezó a deambular por la estancia, pensativo—. Veryn me habló de ella, de la conversación que mantuvisteis y todo lo que os explicó, y aunque es innegable que podría ser una gran fuente, tengo mis reservas sobre ella. No confío en alguien que ha formado parte del mismo círculo de Ivanov.

—Es complicado creer en esa mujer, desde luego —admitió Ana—. ¿Pero qué otra cosa nos queda? Sin ella, no tendríamos nada.

Gorren siguió paseando por la sala en silencio hasta alcanzar la puerta. Se detuvo a su lado, la abrió y echó un rápido vistazo al pasadizo. A continuación, en completo silencio, la cerró y acudió al encuentro de Ana, con paso rápido. Hundió la mano en el bolsillo de su pantalón y extrajo un pequeño objeto de forma piramidal. Presionó una de sus caras varias veces, introduciendo con aquel simple gesto el código de acceso previamente memorizado, y pocos segundos después el objeto emitió un leve zumbido.

Una desagradable sensación de opresión se apoderó de Ana al formarse una esfera de vacío a su alrededor. Gorren depositó el artefacto en el suelo, entre ambos, y señaló su punta con el dedo índice.

—Es un inhibidor de comunicaciones —le explicó con rapidez—. Rechaza todo tipo de emisiones y frecuencias, es decir, nadie puede oírnos ni vernos. Aunque estuviesen grabando la sala, no apareceríamos en la filmación. Su campo de acción no es demasiado grande, pero nos servirá para que nadie nos escuche. En esta nave, como pronto descubrirás, es complicado disfrutar de un poco de intimidad.

—Lo tendré en cuenta.

—Seré breve: desconfío de esa mujer. El "Conde" la ha subido a bordo, y viaja con nosotros. Desconozco el motivo real, aunque puedo imaginarlo. Creo que cree en su historia, pero no en sus intenciones. Imagino que desea tenerla vigilada. —Gorren negó suavemente con la cabeza—. Sea cual sea la razón, como ya digo, no me gusta tenerla a bordo. Quiero que seas precavida con ella. Por lo que he podido oír, se ha mostrado bastante interesante ante la decisión de Dahl. Es posible que sienta curiosidad por ti.

Ana asintió con inquietud. Le sorprendía que Veryn hubiese decidido traer consigo a aquella mujer, y no solo por la presencia de Cat a bordo. La visita con Banshee había acaecido hacía ya unos días, y tras sacarle toda la información posible, Ana había creído que sus caminos no volverían a cruzarse nunca. Para su sorpresa, al parecer aquel encuentro solo había sido el principio.

Aquello no le gustaba. Teniendo en cuenta el interés que el Capitán había mostrado en el pasado por ella, Ana no descartaba la posibilidad de que Gorren tuviese razón. Demasiada casualidad. Tendría que ser precavida.

—Veryn es un gran agente, y en un futuro llegará a ser un magnífico maestro, pero aún le falta mucho por aprender. Sus anhelos y deseos por acabar cuanto antes con el Capitán sumados a su exceso de confianza le hacen vulnerable. Necesito que seas precavida: Raylee queda ya muy atrás. Eres consciente de ello, ¿verdad?

—Desde luego.

—Desconozco qué o quién ha hecho cambiar de opinión a tu abuelo respecto a tu futuro, pero tengo ciertas teorías al respecto. —Philip negó suavemente con la cabeza—. Todo en esta vida tiene un precio.

Ana tampoco conocía el motivo del cambio de opinión de su abuelo. Hasta hacía unas horas, la joven había estado convencida de que su destino sería el de salir a escondidas del planeta, poniéndose así en contra de los Dahl y de todo Raylee. Con aquel último cambio en los acontecimientos, sin embargo, las cosas se habían facilitado hasta tal punto que le costaba creer que no hubiese un interés oculto tras todo aquello. Es más, Ana estaba casi convencida de que así era, de que le habían ofrecido algo que no había podido rechazar. Fuera como fuese, a aquellas alturas ya no le importaba. Al menos no por el momento.

—Quizás haya decidido dejarme elegir. Florian Dahl me respeta, y...

—No te dejes engañar, Ana —interrumpió Gorren—. Es evidente que ha sucedido algo, algo que ni tú ni yo sabemos por el momento, pero que pronto descubriré, te lo aseguro. No me gusta el aire que están tomando las cosas. Me preocupa tanto misterio.

—¿Cree que alguien ha podido negociar con él en secreto?

El hombre se encogió de hombros.

—Antes de abandonar el sector Scatha, los Dewinter se reunieron con Anders —resumió con sencillez—. Desconozco de qué hablaron, pero tengo mis teorías al respecto. Sabes cómo funciona la M.A.M.B.A., así que creo que no es necesario que diga nada más al respecto. Si Alexius no me hubiese pedido que te cuidase probablemente te habría entregado a nuestro equipo científico, así que ata cabos.

Un escalofrío recorrió la espalda de Ana al escuchar aquellas palabras. La mujer apretó los puños con fuerza, furiosa ante un comentario que consideraba totalmente fuera de lugar. Gorren, por su parte, no prestó atención alguna a su reacción ni a su mirada cargada de recelo. No había tiempo para ello.

—Tan pronto acabemos con el Capitán, si es que lo logramos, debes desaparecer, ¿de acuerdo? Me encargaré de que lo consigas. Y con esto no quiero decir que nuestros aliados no sean de fiar. Conozco lo suficiente a Armin como para saber que es un buen muchacho, leal y tenaz como pocos, pero la devoción de su clan hacia Mandrágora puede comportarte problemas. Creo que lo mejor es que, finalizado el trabajo, te esfumes.

Ana separó los labios, dispuesta a protestar, pero Gorren no le dio opción. El hombre negó con la cabeza con brusquedad, dando así por finalizado el tema. Aquello no era discutible.

—Después podrás hacer lo que te plazca, pero desaparecerás —insistió Gorren—. Aunque quisiese hacerlo, no podría pasarme toda la vida protegiéndote, Ana. Ese don que tienes, muy a mi pesar, se va a convertir en tu perdición, así que debes actuar con inteligencia. Considérate maldita.

—¡Pero...!

—Cállate y escucha: esto no acaba aquí. Quiero que confíes en mí, de acuerdo. —Philip apoyó la mano sobre su hombro y lo presionó con suavidad—. No voy a fallarle a Alexius, tienes mi palabra, pero para ello necesito que colabores. Es difícil cuidar de alguien que no lo desea. Así pues, confío en que sabrás pensar con la cabeza. Ni tú me gustas a mí, ni yo a ti, es evidente, pero nos unen las circunstancias.

Ana apretó los dientes con rabia, confundida ante la mezcla de sensaciones y sentimientos que todas aquellas palabras despertaban en ella, pero finalmente asintió. Si bien Philip Gorren no era precisamente le hombre al que más apreciaba, pues entre ellos habían tenido todo tipo de disputas, sabía que la amistad que le había unido a Helstrom le obligaba a cumplir con la promesa.

Podría confiar en él.

Bajó la mirada, pensativa. Resultaba irónico pensar que, después de tantos meses de espera aguardando aquel reencuentro, la desconfianza volvía a ser la que marcaba su relación con el resto de agentes. Después de todo, quizás su familia no iba tan desencaminada al advertirle al respecto. Quizás no debería confiar en el "Conde" y sus mentiras, y puede que tampoco en Orwayn o Veressa, ¿pero y Armin? ¿Qué pasaba con él? ¿Acaso su lealtad era mayor hacia su clan que hacia ella misma?

La mera duda le hizo arrancar una sonrisa cargada de tristeza. Obviamente, la respuesta era clara.

—Confiaré en usted, maestro.

—Me alegra escuchar eso. La inteligencia es nuestra mejor arma: no la desaprovechemos. —Gorren presionó su hombro una vez más antes de soltarla—. No estamos entre enemigos, pero tampoco entre amigos. Todos somos agentes, nada más. La lealtad a Mandrágora a veces nos guía por caminos diferentes, pero con el mismo objetivo. Es por ello que no puedo echarles en cara ninguno de sus actos, pero tampoco tengo porqué secundarlos. Ojalá llegue el día en el que lo entiendas... hasta entonces, necesito que tengas los ojos bien abiertos. —El maestro cogió el dispositivo inhibidor del suelo y los acarició con suavidad con la yema de los dedos, sin llegar a desconectarlo—. Verás, hay algo que me inquieta... algo que me impide dormir por las noches. Imagino que ya sabes lo que sucedió con el Capitán: hablo de su desaparición.

Ana asintió con la cabeza. Al igual que al maestro, a muchos otros como Orwayn, Veressa o el propio "Conde" parecían obsesionados con aquel tema. La repentina huida de Ivanov parecía haber causado un gran daño en la moral y seguridad de los agentes, y no era para menos. Incluso ella, aislada de todo en Raylee, había tenido pesadillas con ello.

—Me lo han explicado. Nadie parece entender qué sucedió. Hasta donde he podido saber, están todos bastante afectados por ello.

—No es para menos. Teníamos al Capitán atrapado: encerrado en el sector. El que haya logrado escapar sin que nos diésemos cuenta ha sido una gran derrota. Algo inconcebible... incomprensible... imposible. —Gorren negó suavemente con la cabeza—. No te voy a mentir: creo que alguien lo dejó escapar, Ana. Alguien que, probablemente, esté a bordo y que, a no ser que me equivoque, nos está guiando directamente hacia una trampa...

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